Conozco a mi amo

Después de mucho fantasear con ello, por fin doy el paso y me decido a conocer a mi amo.

La vibración del teléfono hace que se me acelere el corazón y que mis manos tiemblen mientras me retoco el maquillaje. Suspiro profundamente mientras me miro al espejo: los ojos pintados de azul celeste, resaltando el castaño natural de sus iris, me devuelven una mirada nerviosa. No estoy segura de lo que voy a hacer, pero ya no puedo echarme atrás.

Mi temblorosa mano se dirige ahora hacia el bolsillo para alcanzar el teléfono, que ya ha dejado de vibrar. La pantalla se ilumina mostrando el nombre de un contacto: Amo. Me ha enviado ya tres mensajes, sé perfectamente que no debo hacerle esperar, respondo escueta y rápidamente haciéndole saber que me dirijo hacia allá.

Fruto de mis constantes fantasías en las que era sometida en diferentes situaciones fue la decisión de lanzarme sin pensarlo a buscar al amo que las hiciera realidad. Tras meses perdidos hablando con petardos que sólo me hacían perder el tiempo, apareció él. Nunca me dijo su nombre, ni me permitió preguntar por él. Su forma de hablar tan autoritaria hacía que se me erizaran los vellos de la nuca y se mojaran las bragas, en las ocasiones en las que me permitía llevarlas. Sin haberle conocido, sin saber cómo ni quién era, se estaba adueñando de mí. Obedecerle era la droga que mi cuerpo pedía, cada orden que acataba se reflejaba en un perfecto chute de placer que me recorría de arriba a abajo, y él lo sabía.

Pero todo eso había sido a distancia, obedecía las órdenes llegadas por mensajes o llamadas y eso me hacía sentir viva y deseosa de nuevas órdenes que mojaran mi entrepierna. Ahora es diferente, ahora es el momento de conocerle en persona y los nervios y las dudas se apoderan de mí. La parte sentata de mi pensamiento me decía que no fuera, que lo evitase y me olvidase de toda esta locura, pero la puta que llevo dentro deseaba con todas sus fuerzas que las fantasías se cumplieran de una vez por todas.

Me armo de valor y me decido a dirigirme al pequeño pub en las afueras donde me estaba esperando. Llevo unos pantalones ajustados, una talla más pequeña de la que me corresponde, lo cual hace que se marque mi rajita con cada paso que doy. También llevo un top que se ajusta fuertemente a mis pechos, dejando ver mis pezones que se mantienen erectos debido a la excitación y los nervios. Es, obviamente, el atuendo que mi amo ha elegido para mí.

Nada más adentrarme en la penumbra del angustioso local iluminado tan sólo por dos pequeñas lámparas titilantes, un joven y fuerte camarero se acerca a mí y, sin dirigirme la palabra, sujeta fuertemente mi mano y me conduce hacia una pequeña estancia escondida tras la sucia y solitaria barra. En la estancia, sólo un sofá que arrincona una pequeña mesa de madera en la que descansan varias botellas vacías de licor y, en el sofá, él. Es un hombre mayor que yo, se le ve muy fuerte e intimidante. Da un último trago al vaso que tiene entre las manos y dirige su seria mirada hacia mí. Me mira de arriba a abajo con una expresión de desaprobación y el ceño fruncido. No le ha gustado nada que llegue tarde, y sé que me lo va a hacer pagar, lo que hace que me tiemblen las piernas y desee que me dé el permiso para poder sentarme y descansarlas por fin.

Sin embargo, lejos de invitarme a sentarme, es él quien se levanta y se acerca hacia mí. Se acerca tanto a mi cara que su respiración se confunde con la mía entrecortada.

  • Bien por venir, putita. Pero no me vuelvas a hacer esperar. -Su grave voz retumba en mi cabeza.

Se sienta y, con un gesto, me indica que me siente a su lado, a lo cual obedezco inmediatamente. Me sirve un vaso del licor que él estaba bebiendo y me ordena que me lo beba de un trago. Está muy fuerte y hace que se me revuelva el estómago, pero me bebo hasta la última gota. En menos de un segundo, mi Amo tira de mi top, haciendo que mis voluptuosos pechos se escapen de la fina tela que los mantenía presos. Me ordena disculparme mientras pellizca mis pezones, cada vez con más fuerza. La excitación y el dolor que produce en mis pezones hace que no me salga la voz ni la fuerza suficiente para disculparme, lo que hace que él vuelva a fruncir el ceño y los apriete con más fuerza.

-Lo... Lo siento... -Consigo decir con un hilillo de voz entre gemidos.

Un fuerte mordisco en uno de mis pezones ya doloridos me hace darme cuenta de mi fallo.

-Lo siento, ¡Amo!

Por fin, sonríe con aprobación.

-Muy bien, perrita. Vas a aprender a comportarte.

Su mirada de aprobación hace que crezca dentro de mí una sensación de orgullo que hace que me sienta feliz de contentar a mi amo. Mi razón de ser es contentarle a él, y sonrío orgullosa.

-Espero que no creas que con la ridícula disculpa que has soltado por tu sucia boca va a ser suficiente. Quiero que te acerques a ese pequeño timbre de ahí y lo pulses. En poco tiempo aparecerá un camarero, pídele otra botella de estas para tu amo. Y, por supuesto, ni se te ocurra volver a colocarte el top, quiero que le enseñes las preciosas marcas que he dejado en tus pezones.

Se me borra la sonrisa y me quedo helada. ¿Cómo voy a acercarme a un completo desconocido así, medio desnuda? En mi cabeza no paro de cuestionarme qué estoy haciendo y si debería dejarlo aquí. Es cierto que la excitación que siento es la mayor que he sentido en mi vida, pero no sé si soy capaz de esto... Su voz interrumpe mis pensamientos.

  • No hace falta que te plantees nada más. Ya me has demostrado lo que vales, nada. Vístete y vete por donde has venido, eres una puta decepción.

Sus palabras me duelen más que cualquier castigo físico, hieren mi orgullo sin piedad y me dan fuerzas para levantarme y demostrar que puedo ser la mejor esclava que se pueda imaginar.

Al minuto de pulsar el timbre, aparece el camarero, quien no deja de mirar mis enrojecidos pezones mientras le pido la botella para mi amo. Mi amo sonríe divertido mientras me ve enrojecerme ante la lasciva mirada del joven camarero.

Una vez que el camarero deja la botella en la mesa y se marcha, mi amo mete su mano por dentro de mis pantalones, adentrándose en mi ya humedecido sexo y haciéndome gemir profundamente.

  • Muy bien, putita. Muy bien.

El bochorno de sentir la mirada de aquel joven desconocido se desvaneció inmediatamente entre las múltiples descargas de placer producidas por sus dedos adentrándose en mi húmedo y lujurioso agujero. Casi no podía controlar mi mirada, que rebotaba cual pelota de ping pong entre sus ojos y el cielo que era inescrutable desde esa habitación. Sus duros y ásperos dedos recorrían mi húmedo sexo sin descanso, provocando en mí pequeños pero audibles suspiros. Yo me dejaba hacer, me quería dejar hacer. La sensación de que fuera él quien causara todo ese placer que me estaba recorriendo era aún mayor que el placer de sus manos en mí.

De repente, una pausa. Una terrible pero erótica pausa que hace que todos los flujos que aún quedaban en mí inunden sus manos. Y una seria mirada. Unos ojos penetrantes que se clavan en mí.

  • Nadie te ha dado permiso para correrte. Y esta será la última vez que lo hagas esta noche, ese será tu castigo.

Una vez más su grave voz me hace estremecer y algo en lo más profundo de mí se siente mal por el placer que sin permiso he permitido liberar.

Como castigo, me ordena introducirme uno de los hielos que acompañaban la bebida que unos minutos antes me hizo beber. La duda retumbante en mi cabeza dura tan solo un segundo, tras lo que obedezco sin preguntar ni titubear. El contacto del frío hielo hace que emita un suave quejido, que queda callado ante el firme gesto de mi amo negando. Lo introduzco del todo, esta vez en silencio y sonrío satisfecha; pero no obtengo la aprobación que esperaba, si no que me ordena meterme uno más. Tras una respiración profunda, y sin pensar, me meto el segundo hielo hasta el fondo. El frío hace que se contraigan los músculos de mi vagina y ésto hace que los hielos se derritan con gran velocidad, goteando sin descanso desde lo más dentro de mí.

Ahora sí, mi amo me mira con cierto orgullo y, acto seguido, mordisquea mis pezones erectos mientras recoge mis flujos mezclados con el agua helada y los restriega por mi cara. Las sensaciones son tan intensas que estoy deseando correrme de nuevo, pero lo evito con todas mis fuerzas mientras lamo lo que mi amo me ofrece.

De repente, me sujeta por las muñecas y me tumba bocabajo sobre la inestable mesa. Sólo ese acto ha hecho que no pueda evitarlo y algo de flujo se escape de dentro de mí, acompañado de unos pequeños gemidos.

  • Te avisé, pequeña. Sólo tenías que obedecer y no has sido capaz.

Tras esa frase, golpea fuertemente mi nalga con la palma de su mano. No lo puedo ver pero, por como arde, estoy segura de que su mano se puede ver perfectamente marcada en mi culo. Otro azote, quizá aún más fuerte. Yo muerdo mis labios porque sé que no debo quejarme y sigo recibiendo sus azotes sin descanso.

  • Por ser tu primera vez, voy a ser suave contigo. Pero es evidente que necesitas algo de disciplina.

Tras esa frase y sin previo aviso, me mete su polla hasta el fondo. No puedo reprimir un gran gemido en forma de aullido, que es respondido por otro azote de él, esta vez en mis tetas. Vuelvo a morderme el labio mientras él vuelve a clavármela hasta lo más fondo de mi ser. Me susurra al oído que ya no hay vuelta atrás y siempre seré su perra mientras sigue metiéndola, aumentando el ritmo a cada vez. Yo apenas puedo contener las ganas de correrme, aunque lo consigo con todas mis fuerzas mientras siento las embestidas dentro de mí.

Sin mediar palabra, mi amo cesa en sus placenteros vaivenes y me hace levantar. Mis piernas temblorosas apenas soportan mi propio peso mientras mi mirada llena de deseo escruta su cuerpo al completo.

  • Estoy seguro de que esperas la corrida de tu amo sobre ti, como la sucia perra que eres, ¿es así?

  • Sí, amo, lo estoy deseando.

  • Bueno, así lo tendrías si hubieras sido una buena perra.

Mis ojos pláticos observan como se separa de mí y vuelve a pulsar el timbre que hace rato me hizo pulsar a mí. Apenas un minuto después, aparece ese joven camarero de nuevo, que me mira, ahora completamente desnuda, con una cara de evidente lujuria.

  • Chúpasela hasta que se corra. Sólo entonces te podrás correr tú.

No sé si es la excitación del momento o el deseo de cumplir las órdenes de mi amo, pero ninguna duda recorre mi cabeza antes de que inmediatamente me lance a la bragueta de ese chico y me meta toda su polla en su boca. El chico está tan sorprendido como excitado, lo que hace que su miembro crezca rápidamente una vez está en mi boca. Y lo lamo ansiosamente, lo chupo y trago como si fuera lo último que me fuera a llevar a la boca. Acaricio sus huevos y me incrusto su polla en la garganta una y otra vez.

Mientras lo hago, mi amo se coloca detrás de mí y vuelve a penetrarme, incluso con más fuerza que antes. Sus propias embestidas hacen que casi no sean necesarios movimientos para seguir clavándome la polla de ese chico en la garganta.

El joven camarero no soporta más la excitación y se separa antes de correrse sobre mi pelo y mi cara. Es entonces cuando mi amo, por primera vez, me felicita y me da permiso para correrme. Nada más darme la orden acaricio furiosamente mi clítoris mientras sigo recibiendo las fuertes acometidas de mi amo. Él sujeta mi pelo desde atrás mientras me dice: "ahora", y tanto él como yo nos corremos al mismo tiempo, aumentando ambos el placer del otro en ese sucio pero delicioso intercambio de fluidos.