Conozco a mi ama a través de una web (6)

Relato de dominación y sumisión

Miré de reojo a mi ama.

Estaba muy caliente y no por el sol, precisamente.

Sus tetas me volvían tan loca como sus órdenes, y haber olido su coño, tenerlo tan cerca de la boca, me había dejado en un estado de excitación permanente.

—Puedo preguntarle una cosa, ¿ama?

—Dime —respondió con los ojos cerrados y una gota de sudor surcando su canalillo.

—Cuando nos conocimos en la piscina me dijo que se llamaba Belén, y cuando mi madre nos ha vuelto a presentar esta mañana la ha llamado Lucía. ­—Una sonrisa se estiró en sus maravillosos labios.

—Cuando tú contactaste conmigo por internet dijiste que te llamabas Natalia y en realidad eres Melinda. —Ya no lo recordaba, mis mejillas se sonrojaron.

—¿Ha sido un escarmiento entonces?

—No, solo quería hacerte notar que me había dado cuenta de tu engaño.

—No fue exactamente un engaño, solo salvaguardaba mi intimidad.

—Ya, bueno, debiste confesarlo antes.

—Lo siento, ama.

—Yo también. La relación entre un ama y su sumisa siempre debe ser sincera. —Me sentía muerta de vergüenza por fallarle—. Respondiendo a tu pregunta mi nombre es compuesto, me llamo Belén Lucía. Suelo usar el primer nombre, aunque reconozco que hay personas que me llaman por el segundo. Cuando me presenté con tu madre le comenté que tenía un nombre compuesto y ella me dijo que siempre quiso llamarse Lucía, así que dejé que usara mi segundo nombre.

—Ha sido todo un detalle por su parte, ama.

Los hijos de mi ama salieron de la piscina riendo juguetones, pasaron por la ducha para quitarse el cloro. Volví a fascinarme por sus cuerpos desnudos y por su falta de pudor.

Al llegar a mi lado su madre les ofreció unas toallas y ellos se tumbaron al sol.

—Perra, ponles protección. —Me dio el bote y apuntó con la cabeza a su hijo. Tragué con dureza al imaginar mis manos sobre su cuerpo fibrado, no tenía un solo gramo de grasa y una polla preciosa.

—Caliéntala antes en tus manos —dijo el chico—. La crema me gusta caliente.

Sus ojos oscuros se plantaron en mis erizadas tetas y el coño se me contrajo. Al pensar en crema caliente imagine su polla en mis labios llenándome la tráquea de leche.

Me relamí por dentro, me acerqué a él dejé caer un chorro sobre las palmas y las froté antes de pasarlas por su torso.

—Mmmm, eso es, dame un buen masaje. —A medida que lo iba embadurnando su precioso miembro iba despertando, cuando llegué a la altura de la pelvis estaba medio erecto. Tenía muchas ganas de acariciarlo pero me contuve. Bajé por las piernas hasta los tobillos y al subir me posicioné entre ellas hipnotizada por su preciosa erección—. Te estás dejando la parte más sensible y que necesita más protección —anotó con descaro.

Volví a coger la crema, la calenté y me dispuse a pasar las manos a lo largo de aquella preciosidad rígida.

Él gruñó al primer contacto, su melliza no dejaba de mirarnos y eso me resultaba muy excitante.

Subí las manos con delicadeza meneando aquella piel tersa.

—Sigue —insistió separando las piernas. Con una mano subía y bajaba piel, con la otra me puse a masajear sus huevos—. Mmmm, eso es perra, sigue pajeándome.

Miré de soslayo a mi ama, se había puesto unas gafas de sol por lo que no sabía si nos estaba mirando. Como no me ordenó lo contrario, seguí frotando aquella maravilla hasta recibir la siguiente orden.

—Chúpamela, perra. Los huevos también, me la noto demasiado pringosa y la quiero limpia. …No recibí ninguna contraorden y me moría por degustarla.

—Sí, como quieras.

—Llámame Rubén.

—Como quieras Rubén.

Paseé la lengua desde la base hasta la punta, saboreando la crema en mis papilas y la carne tersa y adolescente. La llené de saliva por todas partes, mientras la mano de Rubén vagaba hacia el coño abierto de su hermana y comenzaba a masturbarla. El mío se contrajo.

La lamí ansiosa hasta tenerla bien húmeda y después le tocó el turno a sus huevos. Tenía el vello recortado por lo que eran muy tiernos. Los comí con devoción hasta que me tiró del pelo y me mandó que se la mamara y no parara hasta vaciarlo entero.

Engullí su polla tiesa hasta el fondo de la garganta, era larga y gruesa, me encantó sentirla afincada en mi campanilla. Rubén empujaba mi cabeza a la vez que subía las caderas.

Me estaba follando la cara. Para ser virgen parecía tener bastante experiencia con el sexo oral.

Me folló la boca con rudeza. A veces sentía que me faltaba el aire pero no importaba, me gustaba demasiado ser usada por el hijo de mi ama.

—Voy a correrme perra, no tragues, guarda mi manjar en tu boca. —Asentí contra su pubis y él dio varios empujones enérgicos hasta llenarme de lefa caliente. Hice un sobresfuerzo por resistir la tentación de deleitarme con su sabor. La contuve por completo y cuando se quedó  flácido entre mis labios la saqué con cuidado mirándolo a los ojos.

—Muy bien, puta. Tienes a mi hermana a punto de caramelo, deja caer mi leche en su coño y cómeselo entero. —Con la orden casi me corro.

Cambié de cuerpo arrastrándome a cuatro patas y cuando cambié de cuerpo y vi aquel coño sin vello y abierto, casi me derrito.

Dejé caer la leche sobre él y como una perra en celo me puse a comer, mezclando los jugos femeninos con la leche de Rubén. Era una delicia.

—¿Te come bien el coño Tamara?

—Ahhh —jadeó la chica sin resuello en respuesta a su hermano.

No podía parar de chupar, era pura delicia, aquella chica lubricaba muchísimo y me estaba dejando la cara encharcada. Repasé su clítoris de lado a lado y lo sorbí con codicia. Se le estaba poniendo duro e hinchado.

—Cómele el culo a mi hermana, le encanta que le chumen ambos agujeros.

Dicho y hecho, bajé al segundo, dejándome abrazar por sus piernas. Trazando círculos en aquel ano rosa y apretado. Tamara chillaba del gusto y mi coño hacía aguas.

—Menuda puta te has buscado madre, esta es de las buenas.

—Ya os lo he dicho esta mañana, os tenía preparada una buena sorpresa.

Tamara no hablaba, me bastaba con oír sus jadeos, froté con los dedos su tenso nudo y entonces oí la dulce voz femenina.

—Vuelve al coño añora, estoy lista. —Le metí la lengua teniendo cuidado con su virgo y rebañé aquel coño estrecho hasta que se vino llenándome de jugo. Bebí amorrada, mareada de éxtasis y deseando más mucho más.

—Suficiente —anunció mi ama. Ponle a mi hija la crema y date una ducha de agua fría, estás demasiado caliente.

—Sí, ama —respondí. Razón no le faltaba.

Atendí el cuerpo femenino y me distraje bastante rato con sus tetas. Tamara volvió a ponerse cachonda pero no pidió alivio. Al terminar me puse bajo la ducha y recibí el agua helada sobre mi cuerpo. Pensé que la convertiría en vapor, de lo cachonda que me había puesto.

Al terminar volví donde estaban ellos y adopté la posición de sumisión.

—Puedes marcharte a casa y prepararte para el encuentro de esta noche. Como te dije antes te llevarás a mis hijos contigo y dejarás que miren. Quiero que aprendan lo que es tener una puta perra obediente.

—Sí, ama.

—Recuerda que no vas a poder negarte a lo que te pida tu desconocido, aceptarás todo aquello que te pida. Y vestirás ropa de mi hija. —Miré a la chica de reojo, era más bajita y delgada que yo.

—Sí, ama.

—Ven a casa a las ocho para que te de tu atuendo, te recuerdo que tienes prohibido tocarte o correrte. No puedes vestirte hasta las ocho, permanecerás desnuda en casa y si quieres moverte de un sitio a otro lo harás a cuatro patas.

—Sí, ama. —Las terminaciones nerviosas de mi cuerpo resonaban por todas partes.

—Buena perra, lame mis pies y podrás irte.

Volví a adorarlos chupándole la planta y los dedos. Ella me acariciaba la cabeza y me premió con la vista de su coño al apartar la tela. Mi boca no dejaba de salivar, quizá algún día me dejara probar aquel manjar. Mientras cumpliría cada una de sus órdenes, porque la felicidad de mi ama, también era la mía.