Conociendome

No sabía nada del mundo, y todo me deparaba sorpresas.

Abro los ojos, el suave bamboleo de la carreta me adormeció y amodorró. Mi padre se gira desde el cabestrillo donde conduce a los animales y me sonríe. —Ya casi llegamos—. Me siento en el espacio entre el suelo y la carpa de la caja de la carroza y me desperezó un poco. Arregló mi vestido y paso con cuidado a sentarme junto a mi papá. Lo besó en la mejilla. —Qué bonito día está haciendo ¿verdad?— le digo. —Sí, corazón es un día muy bello—.  Unos niños corren hasta la carreta, extienden su mano pidiendo algo, dulces, dinero, algo. No hay nada, les digo pero siguen corriendo junto a la carreta. Sus pantalones raidos y polvosos hacen estallar nubes de tierra a cada paso.

Papá y yo venimos al pueblo una vez cada 3 o 4 semanas. En el rancho hacemos casi todo lo que necesitamos, pero algunos productos tenemos que venir a adquiriros aquí. Es un viaje interesante para mí, una carga para papá. Yo quiero ver que hay en el pueblo, a él le gustaría que Tomás el chico del almacén no fuese tan haragán e hiciera el viaje hasta el rancho para dejarnos las cosas. Pese a que no le agrada el viaje, papá elige los domingos para ir al pueblo, llegamos a misa de 12 y luego vamos a casa del señor Ferrara. El señor Ferrara es el dueño del almacén del pueblo y un buen amigo de papá. La esposa del señor Ferrara y mi mamá eran amigas. Luego de que mamá murió el señor Ferrara nos invita siempre que vamos al pueblo. Además como el almacén está en el mismo terreno que la casa, surtimos ya que el almacén en realidad cierra los domingos, pero el señor Ferrara le permite a papá surtir. Aunque sólo toma unos minutos porque casi siempre llevamos lo mismo y el propio señora Ferrara le dice a Tomás que lo preparé el sábado justo antes de irse. Sólo de vez en cuando papá lleva algo más de lo que no está en la lista.

Así este domingo pasa más igual que siempre, el padre Manuel da un sermón especialmente aburrido sobre la necesidad de ser precavidos y esperar la llegada del Jesús en cualquier momento. Igualmente en la iglesia nos sentamos junto a la familia del señor Ferrara, tengo la sospecha de que papá y él se han puesto de acuerdo y quieren que yo me case con su hijo, Miguel. Ya pronto voy a cumplir 19 años y papá hace comentarios sobre como a mi edad mamá ya estaba casada y me tenía a mí en brazos. Pero a mí no me gusta Miguel. Es guapo y el almacén de su papá le dará o me daría cierta estabilidad; pero es presuntuoso y pesado. Así con cierta disimulo ignoró sus coqueteos y sus acercamiento. Ese día en la iglesia es lo mismo, pero igualmente pero con cortesía lo desincentivo de seguir hablándome.

Algo de lo que más me gusta del pueblo es que siempre hay caras nuevas. Están las de siempre, los Ferrara, Toño el dueño del bar y su mujer; en fin un montón de caras conocidas, pero también, siempre hay muchas caras nuevas. Papá dice que es porque el pueblo está de camino de una ciudad grande, pero nunca me ha dicho de cual, ni de dónde vienen. Por ello esos hombres y mujeres me interesan. Y sus ropas son extrañas, parecen más nuevas y no tienen el polvo que nos cubre a todos los que siempre estamos aquí. Ese día en la iglesia hay pocos nuevos, solo un hombre con un traje vaquero demasiado brillante, es de un verde fuerte como los pinos que se dan en las partes más altas de los montes del norte. Pero las hombreras bajan en color blanco, parece un chiste, ningún hombre que se respete usaría eso. Y sin embargo nadie lo molesta. Su esposa, también luce un vestido extraño, aunque debo decir que es bonito.

Comulgo, no recuerdo haber cometido pecados grabes. Papá no comulga, no comulga desde que mamá murió. Vamos a la casa de los Ferrara, ayudo a la esposa del señor Ferrara y a su hija a servir y a decorar un pastel que nos prepararon. Siempre son tan corteses. Intentó mantenerme en la cocina, para no tener que cruzarme con Miguel, su hijo. Él nunca entra a la cocina, territorio de mujeres supongo. La comida se da un espacio al aire libre, que separa al almacén de la casa en sí. Mientras comemos y papá y el señor Ferrara hablan del clima, y yo intenté hablar con las mujeres sobre la moda de los extraños, ese traje verde horrible y el bonito pero extraño vestido de la mujer. Miguel lucía aburrido, creo que con ganas de platicar conmigo, pero sin ganas de meterse en una conversación sobre moda.

Justo cuando la señora Ferrara entró por el pastel y Miguel vio una oportunidad para acercarse comenzaron los gritos afuera. Papá y el señor Ferrara guardan silencio, escuchando. La señora Ferrara se ha detenido a medio camino entre la cocina y la mesa, con el pastel en las manos, igualmente escuchando. El primer disparo nos sobresalta a todos en la mesa. Papá lleva su arma en la cintura, el señor Ferrara corre al almacén y sale de ahí con una escopeta de dos bocas. —Miguel, llévate a las mujeres a la casa, toma tu arma, y el rifle que está sobre el mueble de la entrada— le dijo el señor Ferrara a su hijo, las mujeres éramos, la señora Ferrara, su hija Diana (hermana de Miguel) y yo. Miguel se levantó como un resorte. Papá se acercó a mí y me entregó la pequeña Dillinger que mamá siempre había portado. —Espero que no la uses, pero si se requiero, hazlo—. Luego me besó la frente. —Te amo—, me dijo y mirando a Miguel dijo —cuídala—.

Papá y el señor Ferrara corrieron al almacén. Fuera los disparos eran cada vez más nutridos. Miguel nos llevó hasta la casa, tomó el rifle que estaba sobre el mueble. Abrió el primer cajón y empezó a cargar el arma, era un 30-30. Luego sacó su revólver y lo preparó. —¿Qué está pasando Miguel?— le pregunté al hijo mayor del señor Ferrara. —Tranquila, deben ser bandidos, están atacando el pueblo—, dijo, pero su voz no delataba tranquilidad. —No creo que entren al almacén y de hacerlo seguro nuestros padres les pondrán un alto—. A pesar de todo, el peso de la Dillinger me confortaba. Miguel me vio mirando el arma. —Si se requiere dispara a la cabeza o muy alto en el pecho. Tiene balas pequeñas un hombre grande podría recibir 3 o 4 en el abdomen y seguir adelante—, dijo con su característico tono pesado de sabelotodo; fue interesante comprobar que pese a la situación, encontraba a Miguel repugnante incluso en ese instante. A pesar del desagrado tomé nota; si se ocupaba dispararía a los ojos.

Miguel y yo nos quedamos mirando por la ventana que daba al patio interior, desde ahí se veía el almacén. Estaba oscuro no podía distinguir ni a mi padre, ni al señor Ferrara, suponía que estaban por ahí, agachados, esperando, más o menos como Miguel y yo, mirando por la ventana, aferrándose fuerte a las armas. Asustados pero con un pequeño y escondido deseo de usar esas armas.

Por una de las ventanas del almacén alcanzó a ver como la puerta principal se abre, una silueta ocupa el marco de la puerta, es grande. Casi de inmediato veo un destello a la derecha de la puerta, es una de las armas, de papá o el señor Ferrara, luego una detonación ensordecedora, esa debe ser la escopeta doble del señor Ferrara, entonces la primera fue de papá a la derecha de la puerta, la segunda de la escopeta a la izquierda de la puerta. El señor Ferrara debió haber disparado ambos cañones al mismo tiempo, generando esa enorme detonación. Pero la silueta en la puerta no cayó.

“¿Qué pasó? ¿Cómo pudieran fallar, papá y el señor Ferrara?” Pienso, ninguno de los dos era un soldado, pero a esa distancia no se puede fallar, y menos con la escopeta doble del señor Ferrara. Una de los brazos de la silueta se recorta, levanta algo y surgen dos destellos, a su izquierda y luego dos destellos a su derecha. Luego uno más a su izquierda. Ahogó un grito en la garganta. El hombre acaba de dispara tres tiros a la derecha, de donde el destello pequeño apareció primero, mi padre; dos a la izquierda, de donde el gran estruendo apareció, el señor Ferrara. —¡¡¡No!!!—, grita Miguel. La silueta ha entrado al almacén y detrás de él, entran otras dos siluetas, más pequeñas. Miguel se levanta con el rifle, la silueta sale del almacén. Miguel empieza a dispara, alcanza a hacer tres disparos. Cuando el hombre que salió del almacén hace uno con un revolver desde la cintura. Miguel cae al suelo. Intenta cubrirse tras la mesa. El hombre del revolver se acerca y se planta frente a él. El rifle de Miguel está en el suelo, su revólver está enfundado y la primera bala le dio en el hombro de ese brazo no puede sacar el arma de su funda. El hombre mira a Miguel y sonríe amartilla el arma, y jala el gatillo. No pasa nada. Miguel lo mira aterrado, cruza su mano izquierda, hacía la pistolera, intenta sacar el arma con la otra mano. Una voz entre risas le dice al hombre —¿no sabes contar?, tres a la izquierda, dos a la derecha, una en el hombro de este infeliz. Ya no tienes—. El hombre del revólver, guarda tranquilamente el arma vacía en su funda. Saca de su espalda un cuchillo de 25 centímetros. Sin hablar, toma la mano izquierda de Miguel para evitar que pueda sacar su arma y le hunde el cuchillo en la base de la mandíbula, justo donde está se une con el cuello. Los ojos de Miguel se abren como platos, pero es solo un instante. El hombre lo suelta y Miguel está muerto. El hombre saca el cuchillo del cuerpo de Miguel, es increíble el tono carmesí de la sangre de Miguel. Ahora estoy aterrada, el hombre gira la vista hacia donde estoy yo, me desplomo al suelo y me arrastro hasta una esquina. La voz que había querido usar el arma está ahora en silencio. No quiero usar el arma. Quiero que esto se detenga, que papá y el señor Ferrara estén bien. Que Miguel me aburra con alguna lección sobre como el mejor acomodar las semillas en el campo para tener una cosecha más abundante. No quiero dispara está arma que me pesa como hierro ardiente.

Pero el hombre empieza a caminar rumbo a la casa. Intento desaparecer en la esquina donde me encuentro pero no puedo hacerlo. Escucho las botas del hombre al llegar a la zona entablada. Levantó el arma, pesa tanto, la levantó un poco más; a la altura de los ojos. El hombre entra, jalo el gatillo, siento un extraño placer al saber que ese puerco morirá. La bala lo tuvo que haber golpeado en la cabeza, casi encima de su oreja izquierda. Pero el hombre solo se agacha y gruñe. —Demonios—. Mientras me mira. —Maldita sea, si duele— dice el hombre. La misma voz risueña que hable hace un rato sobre contar balas, vuelve a hablar. —Si no doliera no sería divertido—. Pero el hombre se gira. Nuevamente jaló el gatillo, ahora la bala debió de haberle dado en la barbilla. El hombre nuevamente hace un gesto de dolor, pero no cae. Extiende la mano. Yo hago dos disparos más que golpean su mano y solo le causan dolor. El hombre se acerca y toma de mano el arma. Creo que me va a golpear hasta que la voz risueña, que finalmente se ha puesto seria dice —no la golpees—. El hombre me mira con furia, pero no me golpea. —Te dije que la hija del ranchero era una belleza, pero solo vienen cada 3 o 4 domingos—. El hombre me levanta de un tirón. Mira al fondo y ve a la señora Ferrara y a su hija. —¿Qué hacemos con las otras?— pregunta el hombre que me sujeta la mano. —Lo que tú quieras—, dice la voz risueña que se ha vuelto seria. —Toma a la joven—, dice el hombre. —Y ¿la vieja?— pregunta voz seria —¿la quieres matar?— El hombre que me sujeta la mano, mira por un instante a la señora Ferrara, como evaluando y lo que veo en sus ojos me aterra; total indiferencia. La vida o muerte de la señora Ferrara es exactamente lo mismo. —No, déjala—. Voz seria entra a la casa y toma a Diana por la mano. Diana se deja conducir en silencio. Luego el hombre me dice con la mirada vamos, fuera de la casa. Al igual que Diana lo hago sin protestar, ni resistirme.

Al salir de la casa veo el cadáver de Miguel, que yace con los ojos abiertos mirando sin ver el cielo. De su boca, de sus orejas y de la herida en su cuello ha dejado de salir sangre, pero ésta se ha acumulado en su espalda, y empieza a ser absorbida por la tierra. Entramos al almacén, todo sigue en silencio. Veo a mi padre, a la derecha de la puerta. Tiene dos tiros en el pecho y uno en la cabeza. La sangre, al igual que en el cuerpo de Miguel ya no brota por las heridas, pero se ha acumulado en el suelo, y se escurre entre las tablas. El señor Ferrara está a la izquierda, tiene dos tiros muy juntos, uno en cuello y otro le destrozó la mandíbula inferior, generando una tétrica sonrisa. No lo noté pero estaba llorando en silencio. Al salir del almacén la calle está vacía. Solo tres cuerpos se encuentran en el suelo, uno es el del padre Manuel, otro el del Feliciano el alguacil y el tercero es el de Chupador, el caballo del alguacil. Voz seria y el hombre silueta nos llevan hasta la carreta de papá, nos suben en la parte de atrás. A un tercer hombre que no ha hablado le indican por gestos que suba al cabestrillo y guie a los animales. Mientras voz seria y silueta suben a dos caballos cercanos. Silueta ha tomado el rifle de Miguel y lo descansa entre sus piernas mientras salimos del pueblo. Diana al igual que yo llora en silencio. La abrazo, en realidad ella es 3 años mayor que yo, pero siempre ha sido tímida y callada. Nadie se interpone en su camino. Salimos del pueblo, el bamboleo y el monótono paisaje esta vez no me amodorran.

—¿Qué nos va a pasar? Mataron a papá y a Miguel— dice Diana muy bajito, entre mocos y lagrimas. —Tranquila—, le dije, —quizá nos dejen ir—. Sabía que mentía, no podía olvidar las palabras de voz seria: “Te dije que la hija del ranchero era una belleza”. Si a silueta le era indiferente matar, quizá otra cosa hiciera que la sangre se pusiera en marcha. Diana no era muy bonita, pero tenía 22 o 23 años, y su piel era blanca como la nieve. Siempre decían que yo me parecía mucho a mamá y mamá era una belleza, además había heredado los suaves ojos azules de mi padre, entonces lo que estuvieran preparando estos hombres no era nada bueno.

En el camino silueta se puso a recargar su revólver. Lo miré entonces detenidamente, era un hombre grande, brusco, con ligero sobrepeso, tenía una irritación en la barbilla, ahí donde mi bala debió haberle dado. “¿Qué paso con eso?” pensé. Estaba segura de no haber fallado. Le di 4 tiros y todos dieron estoy segura. Uno en la cabeza, uno en la barbilla, y dos en la mano derecha. Miguel dio tres tiros, y por más mala puntería que tuviera al menos uno debió haber acertado. La carabina 30-30 que tenía dispara balas grandes. Papá le disparó una vez, y el señor Ferrara le disparó con la escopeta doble. Al menos 10 tiros, si contamos el disparo doble de la escopeta como dos tiros. “¿Cómo puede un hombre estar de pie después de 10 tiros a cortísima distancia?”. Silueta se dio cuenta que lo miraba y preguntó —¿Qué me ves?—, levantó su arma amenazándome. Pero no había nada que temer, si me mataba iría con mi madre y con mi padre. Si me quedaba aquí, solo me esperaba algo más horrible que la muerte. Así que no bajé a la mirada, el hombre se molestó, aún más y amartillo su revólver. No dije nada, pero la voz que antes había querido disparar el arma, ahora pedía que él disparara. Pero tampoco bajé la mirada. Voz seria se acercó al hombre y le dijo, —Vamos Aarón tranquilízate—. El hombre que ahora sabía se llamaba Aarón, pero yo prefería llamarlo silueta no bajo al arma de inmediato. Apuntó, puso el dedo sobre el martillo y jalo el gatillo. Como tenía el dedo pulgar sobre el martillo, esto no golpeo el fulminante del arma y no hubo disparo. Aún así fue un momento aterrador. Pese a que sabía que no había nada bueno en mi futuro no quería morir. Luego lentamente llevó el martillo a la posición de descanso y bajo el arma.

Seguimos viajando por horas. Diana comenzó a dormitar. Incluso yo, a pesar de que dormir se me hacía un insulto para papa y para mamá y para el señor Ferrara y para Miguel, empezaba a cabecear, no me podía mantener despierta. Anocheció y todavía avanzamos un par de horas más, así que supuse que eran alrededor de las 10 de la noche cuando finalmente nos detuvimos. Un gruñido de silueta nos indicó que debíamos bajar. Estábamos frente a una cabaña pequeña y desolada, apenas se mantenía en pie. El hombre que iba en el cabestrillo cuidando a los animales desmontó de un brinco. Al incorporarse silueta estaba frente a él a unos 5 metros. —Eit— grito silueta, de inmediato se sabía que ese grito no era neutro. Estaba cargado de amenaza. —¿Qué tan rápido desenfundas? Vaquero— la última palabra iba cargada de desprecio. El hombre de los caballos no dijo nada, pero de inmediato se tensó, y midió la distancia hasta su arma, que se encontraba en su cintura. Silueta la cargaba un poco más suelta, no tan arriba en la cintura, sino que caía con descuido hasta su cadera. El hombre de los caballos hizo el movimiento primero, pero fue muy lento, silueta desenfundó en un parpadeo y desde la cintura hizo un tiro que subió y golpeó al hombre de los caballos en el cuello. Éste cayó al suelo sujetándose el cuello, silueta se acercó despacio, pero con el revólver apuntando cerca del hombre. Pero el hombre de los caballos estaba acabado, aún no moría, pero no era una amenaza. La sangre salía a borbotones por su cuello, por su boca y bajaba su tráquea donde iba a los pulmones y amenazaba con ahogarlo antes de desangrarlo.

—Mierda Aarón— grita voz seria  desde el otro lado de la carreta. —¿para qué hiciste eso? ¿Tú vas a manejar la carreta de regreso?— preguntó voz seria, con voz algo molesta. —Esa carreta no se va a mover a ninguna parte—. Dijo mientras caminaba al frente de la carreta. Voz seria me miró y miró a Diana, había compasión en esos ojos, tristeza creo, por lo que estaba a punto de pasar con nosotras. El hombre de los caballos, daba sus últimos estertores. Silueta levanta otra vez el arma, alcanzó a gritar —No—, pero me ignora. Silueta le dispara en la cabeza a uno de los caballos, alguacil se llamaba, que cae como un piedra, el otro, Ventura, se alza, pero Silueta es sorprendentemente ágil, salta hacía atrás, mientras apunta y da tres tiros al Ventura. Dos en el cuello y uno en la base de la mandíbula. El animal no cae tan rápido como el primero, pero cae. El caballo indefenso mira a Silueta. Silueta apunta el arma directo al cerebro del animal, —Todavía queda una aquí muchacho— dice Silueta con voz juguetona. —Pero aquí la voy a dejar, sufre un rato—. Me levantó, y corro contra él. Intento embestirlo, pero me estrello como las olas contra las rocas. No me importa, lloro, quiero que me mate, o que mate a Ventura. —Maldito desgraciado—, digo entre llantos, intentando golpearlo, pero no logró nada. Pone su mano en mi frente y me empuja fuerte, caigo de sentón en el suelo y antes de que me pueda levantar me sujeta.

Siento el frío metal del arma en uno de mis brazos y él me alza abrazándome por la espalda. Entramos en la cabaña, que solo tiene dos habitaciones, una con una pequeña y vieja estufa de leña, la otra con un viejo colchón en el suelo. Silueta me lanza a la habitación con el colchón y cierra la puerta. Silueta habla un rato con voz seria, no escucho a Diana. Pasa una hora y a pesar del miedo empiezo otra vez a quedarme dormida. Pero cada vez hace más frío en el cuarto, y empiezo a temblar. Y mientras cabeceaba aletargada por el frio y por el hambre, unos gritos desgarradores de Diana me despertaron. Fue un no, no, no, no, repetido con ansiedad y miedo, terror; luego silencio. Toqué la puerta, pidiendo que dejaran en paz a Diana. Pero no me respondían. Luego me senté, en el colchón viejo. Luego intenté mirar por debajo de la puerta. Pero todo estaba quieto del otro lado. Mientras miraba bajo la puerta hubo un movimiento muy ágil. Antes de que pudiera retroceder, la puerta se abrió y estaba ahí silueta, tal como lo vi la primera vez, solo una silueta ocupando el marco de una puerta. —Ven, pasa—. Dijo mirándome desde lo alto al suelo. —Aquí esta congelando, pasa para acá, Mario hizo favor de prendernos la estufa aquí está más cálido—. Mario se llamaba voz seria, pero prefería llamarlo voz seria.

Me levantó y entro a la habitación, en efecto está mucho más cálida que en la que me encontraba. Pero de inmediato, lo primero que veo, es el cuerpo de Diana. Tiene el cuchillo de 25 centímetros de Silueta clavado entre los pechos. Pechos que están descubiertos por un desagarro que debió haber sido hecho por el propio cuchillo. Además sus piernas están abiertas de manera impúdica, dejando ver su sexo.

—No a mí, por favor— digo aterrada. —A ti no ¿qué?— pregunta Silueta. Su voz es la voz arrastrada y gangosa de quien está bastante ebrio. Él está sentado en un silla junto a la silla en el suelo, hay una botella de un whiskey que nunca había visto y este se encuentra ya casi vació. Miró a donde está voz seria y éste tiene una botella, pero apenas la ha tocado. —Niña—, dice voz seria, mientras extiende la botella. —Bebe, te será fácil enfrentar lo que viene—. Yo no bebo y no quiero hacerlo. Lo que sea lo enfrentaré sobria. —Niña, eres valiente, soy el primero en reconocerlo, pero lo que viene será duro—. Otra vez voz seria extiende la botella. La tomo, y doy un par de tragos largos, en realidad no es un whiskey tan duro, está muy  perfumado. Y de inmediato siento un calor agradable que se esparce del vientre a todo mi cuerpo. Lo agradezco luego de estar en ese cuarto tan helado.

En este momento le estoy dando la espalda a silueta, escucho algo, apenas un tenue roce, quizá de sus ropas y al girarme la mole está sobre mí. Se sujeta por el cuello con fuerza. Yo tomo su mano pero no siquiera puedo hacer nada para liberarme. Me sigue sorprendiendo su agilidad y silencio. En su mano libre tiene la botella, da un largo trago, pero se lo deja en la boca, luego lleva su boca a la mía y vierte el whiskey en la mía. El licor de silueta es más duro que el de voz suave. Luego toma la botella y empieza a vaciarla en mi boca. —Traga— me grita. Intento resistir, pero mucho del whiskey pasa por mi boca hasta mi garganta. Me suelta, yo caigo al suelo, siento nauseas, estoy a punto de vomitar. Pero silueta me grita —No vayas a vomitar—. Hago un esfuerzo, y no lo hago. Estoy a cuatro patas, él me toma por el cabello y me levanta. Al hacerlo veo fugazmente a voz suave, está mirando la estufa, como si lo que está pasando a su lado estuviera sucediendo a kilómetros de distancia.

Me obliga a agacharme nuevamente, entonces notó que su pantalón está abierto y un miembro bastante gordo y cabezón está expuesto. —Chupa—, me ordena. En realidad no sé hacerlo, nunca lo he hecho. Mi mayor experiencia son algunos besos con uno de los recién llegados al pueblo hace unos meses. Pero esto es otra cosa, el acerca su cosa a mi cara, aunque no sé y no lo he hecho, se que la parte del hombre debe estar dura y la cosa de él está a medio camino entre la dureza y la flacidez. —Métetelo en la boca—, me ordena. No lo obedezco, me levanta por el cabello, el dolor es bastante, empieza a jalonear mi vestido, intenta romperlo, pero la tela es fuerte. Cada jalón me lastima, pero es el propio vestido que al no desgarrarse me traslada toda su fuerza a mí. Finalmente tomando el vestido por su escote jalo con fuerza dejando al descubierto mis senos. Intente alejarme de él, pero sentí un fuerza a mi espalda, era voz seria que me mantenía cerca de silueta, ya que el segundo estaba totalmente fuera de control por su ebriedad.

—Si te resistes será peor—, me susurró voz seria luego abrió mi escote más, sus manos eran correosas y fuertes. Silueta empezó a manosear mis tetas, yo me resistía pero la fuerza de voz seria evitaba que pusiera moverme. Luego silueta empezó a chupar y morder mis pezones, el mordisco era fuerte, intentaba alejarme de él, pero voz seria me mantenía al alcance de su boca. Luego voz seria dijo a mi espalda, —sujetala— silueta me apretó el torso, mientras voz seria  empezó a romper mi vestido por la parte de abajo. Una vez roto, siento como explora con sus dedos mi parte. —Uff está chorreando, sabía que a esta puta esto le iba a gustar—. Tenía razón estaba muy húmeda, pero a que se debía, ¿me gustaba lo que estaba pasando? Me metió dos dedos a mi cosita, luego los sacó y los llevó a mi boca, estaban llenos de mis jugos, luego sentí algo duro y caliente que se abría paso por mis nalgas, voz seria, me agachaba obligándome a meterme a la boca el miembro de silueta que ya estaba bien parado. Voz seria deja ir su miembro de un solo golpe hasta el fondo, y empieza a bombear, ya no tengo fuerza para resistirlo. Silueta, hunde también su verga hasta mi garganta, no puedo respirar. Siguen bombeando en esa posición por unos minutos, luego logro zafarme de silueta y me levanto. Pero voz suave me sujeta fuerte por el cuello, muy fuerte sin dejar de bombear. Es demasiado fuerte, intento evitar su fuerza pero es imposible. Empiezo a ver puntos negros, mi visión se nubla y luego solo hay oscuridad.

Abro los ojos creo que el suave bamboleo de la carreta me ha adormilado. Pero me doy cuenta que no es así, no puedo moverme. A mi espalda, siento el frio de un metal. —Esta despierta— dice una voz. Trató de levantar la cabeza, para mirar el origen de esa voz pero no puedo. De hecho solo puedo mirar arriba, como el cadáver de Miguel en el patio interior de la casa de su padre. —Y entonces, ¿ella no siente nada?— pregunta la voz uno. —Al contrario, siente todo, siente creemos como sentimos usted y yo. Claro al final nadie puede saber si experimentamos las cosas igual que el otro, porque solo podemos comunicar una parte. Pero en eso que podemos comunicar, creemos que sienten igual. Sienten miedo, calor, hambre, frío, felicidad, se aburren, se cansan, se distraen, tienen accidentes—. La segunda voz toma un tono ligeramente sabelotodo, como el de Miguel.

Luego la primera voz, se acomodó en mi línea de visión, era el hombre de la iglesia, el del traje verde de chiste. —¿Está consciente?— pregunto el hombre de trajo de chiste. —Sí— respondió la segunda voz. —y ¿Qué recuerda?— —¿de su incidente? Todo, no le hemos borrado la memoria—. —¿Esos incidentes pasan seguido?——Pues no muy seguido, pero a veces, muchos clientes vienen a vivir fantasías, cosas que no pueden hacer en la vida real—. —¿Y no creen que puedan incentivarlo y poner en riesgo a la gente?— —Algunos lo creen, yo en particular creo que los que lo van a hacer lo hace, con el sin el parque, los que no lo hacen, quizá pueden vivir su fantasía aquí—.

El hombre del traje verde mira a la otra vez que esta fuera de mi campo de visión, —me gustaría pasar la tarde con ella. ¿Sería posible?— —Claro que sí, solo tenemos que arreglar una cuestiones de su cuerpo, los clientes siguieron por horas luego de que perdió la consciencia. También hay que reiniciar su memoria—. —No—, dijo el hombre del traje verde. —De ser posible me gustaría que no le borraran la memoria—. —En realidad va en contra de las reglas del parque, pero supongo que si se va a mantener en una de las habitaciones confinadas, se puede hacer—. —Muy bien— dijo la segunda, luego continuo —Adam por favor limpia a Aurora, déjala a punto. La llevas al salón del ferrocarril, aí la estará esperando el Sr. González—.