Conociendo a Vania

La primera vez que dos mujeres, con el fin de ser ama y esclava, se encuentran en un café. Precuela de "Yendo al supermercado" (https://www.todorelatos.com/relato/163142/)

Puse un mensaje en una página de contactos. Ella respondió. Luego de varios mensajes por privado, llegamos a intercambiar el celular. Tuve todo ese protocolo porque buscaba una sumisa lesbiana o bisexual auténtica, segura, y soltera. Detestaba la idea de indecisas queriendo probar o realizar la fantasía del marido. Tampoco me sentía honesta de dominar, con toda mis ganas, a alguna que no sabe si soportará más que una nalgada.

Vania parecía ser la indicada así que la invité a tomar un café. Fantaseaba con ella, la imaginaba bañándome, masajeándome los pies o lamiendo mis pezones. Ansiaba tenerla atada frente a mí, probar su cuerpo metiendo mis dedos en su vagina o probando pinzas en sus labios íntimos.

La tarde de un jueves nos reunimos en Treinta y Tres y Bartolomé Mitre. Entramos a un café bien ambientado, donde la luz escaseaba, y nos situamos en unas butacas al fondo. No voy a negar que estaba algo nerviosa, al igual que ella. Nos pedimos una merienda para dos, algo completo que nos daba tiempo a charlar largo y tendido.

Ella era una muchacha de 29 años, vivía con su familia, estudiaba Química y trabajaba en un laboratorio. Su físico era lindo, más bien promedio, de pelo castaño largo y lacio, y un rostro agradable. Era bisexual y la sumisión la había probado con un hombre que no la entendió y que, a la primera marca, dejó. Tenía miedo y ganas de volver a probar. Al final, todo mi preámbulo le fue atractivo.

Yo no tengo mucho para decir, tenía unos kilos más que ella, pelo más corto y ondulado. Había llegado de otra ciudad para estudiar en Montevideo, donde me quedé luego de recibirme y tener la suerte de conseguir un buen trabajo. El mundo BDSM sólo había habitado mi imaginación.

  • Bueno, contame qué traés puesto debajo del jean y la camisa -dije intempestivamente para terminar la presentación-

  • Ehm... ¿eh? -mantuvo dos segundos de largo silencio- Un soutién y un culotte, señ...

  • Bien, hasta ahí. Por ahora, me seguirás tuteando y llamando por mi nombre, pero de a poco vamos a ir tomando nuestros roles. Contame, ¿qué te esperabas en este primer encuentro?

  • Mirá... Paola, no sé, tenía, tengo mucha expectativa. Sos tan cautelosa que no te imagino diciéndome “vamos a mi casa” pero si es la primera vez que nos vemos tampoco creo que sea una charla más como por teléfono.

Estaba en lo cierto, me sentía en completa sintonía con ella. Tanto me atraía su forma de pensar y su físico que minutos atrás había empezado a imaginarla de rodillas, con los tobillos atados, tirada hacia adelante, dándome sexo oral mientras yo estaba en el sofá de mi living abriendo las piernas. Mi ropa interior estaba mojada, ¿la de ella la estaría?

Mientras seguíamos la charla, tomé disimuladamente una galletita, levanté mi vestido, aparté mi bikini, pasé un dedo por mis labios íntimos, y unté con ese jugo aquel bocado. Cuando hicimos una pausa, la miré fijo y le dije:

  • Te invito con esta galleta, no te ordeno que la comas. Claro que si esto sigue bien, pocas serán las veces que comerás sentada conmigo.

Ella la tomó, la miró y ahí talvez supuso ese brillo que no era glasé. La mordió de la parte más mojada y reconoció el gusto. Fue como verla en cámara lenta cuando cerró los ojos para saborearla. Le había gustado la galleta, la situación, mi flujo.

  • Gracias. -atinó a decir, y me pareció muy acertado apostar todas mis fichas a una sumisa educada que sepa agradecer los regalos de su ama- Me sorprendiste. -confesó y siguió comiendo mientras acompañaba el café-

La charla subió de tono. Me contó que le gusta la humillación, que le atrae el exhibicionismo aunque es mayor el miedo de ser descubierta. Coincidimos en los límites y algo fuimos planeando para empezar. Mientras tanto, me quité un zapato y acariciaba sus piernas con mi pie derecho hasta hacerme lugar en su sexo. La confianza fue tal que acordamos que el próximo encuentro sea en mi apartamento.

  • Estás caliente, ¿verdad?

  • La verdad que... sí. Me encanta lo que charlamos y no veo la hora de ser... tu... sumisa... -dijo bajando el volumen de su voz, con cierta vergüenza y morbo a la vez-

  • Te apuesto a que te querés masturbar. -y su silencio fue la respuesta- Quiero que vayas al baño, mojes bien tu culotte y lo guardes acá -le dí una bolsita de tela- No importa cuánto tiempo te lleve.

¿Cómo es la cara de obediencia? No sé, era la de ella. Se levantó y fue sin dar vueltas. Los 10 minutos que demoró fueron eternos para mí, ¿se entaría tocando el clítoris o metiendo algún dedo, o varios dedos? ¿Estaría pellizcando sus pezones? Moría por saber lo que estaba pensando en ese momento, cómo se imaginaba sometida por mí, ¿se imaginaba vestida, desnuda, atada? Yo sólo pensaba en llegar a mi casa a hacer lo mismo.

Volvió más relajada y me entregó la bolsita, tenía un olor fuerte pero rico, la guardé en mi cartera.

Pedí la cuenta, nos despedimos y cada una se fue por su lado. El próximo encuentro estaba cerca.