Conociendo a mis vecinos (II)
Segunda parte de una historia cotidiana en la que las vidas se cruzan en el momento adecuado para satisfacción de cuerpo y alma.
Como aún hay tiempo antes de mi hora habitual para comer, y la mañana esta perfecta para un paseo por el parque, me acerco al quiosco de prensa, y tras adquirir el diario, busco un banco cercano donde poder leer tranquilamente al calor de los rayos del sol. Camino al parque, mis pasos se cruzan con el chico del paso de cebra. Por la hora, aún es pronto para que se dirija al destino habitual, camino del cual solemos coincidir, por lo que la curiosidad por conocer algo más de este muchacho, me lleva a pasear tras de sus pasos, a prudente distancia.
Su caminar es alegre y decidido, tanto, que por momentos me cuesta seguirle sin perderle de vista. Para mi sorpresa, finalmente su destino no es otro que la puerta de un adosado en la zona peatonal. Tras comprobar la zona, efectivamente, estoy seguro de que es la misma puerta en la que rato antes perdí de vista a madre e hijo.
Con sensaciones encontradas, y conocedor de que las casualidades pocas veces existen, la decisión de esperar a ver que acontece tras esta inesperada situación me lleva a tomar asiento en uno de los bancos que puedo encontrar en el parque arbolado frente a los adosados, desde donde tengo una vista privilegiada de la puerta en cuestión. Pasado un buen rato, en el que voy dando cuenta del diario, y más o menos a la hora en que habitualmente regreso a casa del trabajo, la puerta por fin se abre, y de ella sale el muchacho del paso de cebra. Su figura se dirige al punto donde diariamente coincidimos, ahora sí, imagino que en dirección a su propia casa. La situación me deja completamente intrigado. Puede que simplemente se trate de una amistad, pero la posibilidad de que entre esos dos muchachos exista algo más, motiva mi mente y por ende mi organismo de una forma increíble.
En esos pensamientos me encuentro, cuando veo que la puerta se abre de nuevo. Esta vez quien abandona la vivienda es el muchacho del centro comercial, que, ataviado con una mochila, se dirige hacia la estación del tren. Sin pensármelo, me levanto del banco con intención de ir a mi casa. En mi camino, recorro varios metros tras sus pasos, pudiendo comprobar que efectivamente es a la estación de ferrocarril a donde se dirige. Cuando nuestros caminos ya no son coincidentes, me apresuro hacia mi casa, con intención de satisfacer la necesidad física que toda esta situación ha causado en mi organismo. Entrar en la vivienda y presentarme encima de la cama sin ropa es cuestión de segundos. Con el miembro a tope me dispongo a frotarlo hasta reventar, cuando suena el timbre de la puerta. Maldita sea. Menuda casualidad. Como puedo, me incorporo buscando algo que ponerme y que disimule la erección de caballo que llevo. Un pantalón de chándal y una sudadera holgada servirán. Con esas y un poco mal humorado abro la puerta, quedándome helado.
- Hola, ¿puedo pasar? – comenta el muchacho del centro comercial desde el umbral.
Sin decir nada, me aparto dejando espacio para que sin cortarse el muchacho pase al salón, con mochila y todo.
- Qué casualidad que vivamos tan cerca, ¿verdad?
- Sí. – respondo expectante.
- No te había visto nunca. ¿Te has mudado hace poco?
- La verdad que sí y no. He vivido aquí desde niño, pero me fui a estudiar fuera, y hace un par de meses que me he vuelto a instalar aquí.
Mientras habla, con tranquilidad camina por la habitación observando cada detalle de la estancia, sin dirigirme la mirada. Finalmente, se planta en medio para ser más directo.
- Esta mañana he visto que me has seguido hasta casa, y la verdad que me he preocupado. Después, te he visto sentado en el banco del parque y he pensado que eras un chalado acosador, que no se conforma con una buena mamada. Cuando al salir para ir a la universidad, he visto que me seguías, he pensado que efectivamente me he metido en un lio contigo, y me he preocupado, y si no llegas a desviarte de repente, hubiese llamado a la policía. Entonces he pensado que quizás me estaba rallando yo solo, y que todo podía ser casualidad, así que he dado la vuelta y he podido ver a donde te dirigías, y aquí estoy.
- Me llamo Iker. Trabajo en la ciudad y hoy tengo el día medio libre, así que me he pasado por el centro comercial, donde hemos coincidido. Al volver a casa en el tren, has aparecido, y como ves, nuestros caminos coinciden, por lo que entiendo que hayas creído que te seguía. Suelo ir al parque del rio a leer la prensa, pero hoy he decidido cambiar por el que está enfrente de tu casa, y lo demás, ya lo sabes.
Creo que no viene a cuento contarle como he visto al otro chico entrar en su casa y el tiempo que ha pasado dentro.
- Ahora tengo que ir al tren o no llegare a clase. ¿Estarás en casa sobre las siete y media?
- Creo que sí.
Sin decir nada más, abre la puerta y se va, y sin perder un segundo, me meto directamente en la ducha para intentar bajar el calentón que llevo.
Pasadas las siete y media suena el timbre de la puerta.
- Hola Iker, por cierto, yo me llamo Aitor. Si tienes tiempo, ahora podemos hablar tranquilamente.
Este chico ya me ha dejado claro que inseguro precisamente no es. Dejando la mochila en el suelo, se sienta en el sofá, esperando que le acompañe.
- ¿Quieres tomar algo fresco?
- Un poco de agua estaría bien.
Sin decir nada, me paso por la cocina para coger de la nevera un par de cervezas con limón. Al volver al salón, le ofrezco la suya, a la que sin poner pega alguna da un primer trago. Me siento en el sofá junto a Aitor, expectante.
- Tienes una casa muy chula.
- La he arreglado a mi gusto antes de mudarme, y la verdad, estoy contento con el resultado.
- ¿Y vives solo? – remata apurando la cerveza con limón.
- Ahora mismo si, aunque de vez en cuando pasa temporadas conmigo mi madre. – respondo intrigado por ver dónde puede llegar la conversación.
- ¿Puedo ver el resto de la casa? – comenta mientras se pone en pie.
Tras incorporarme le hago pasar a la cocina, donde se queda flipado con lo espaciosa que es, y encantado con la isla central que la preside.
Posteriormente pasamos al piso superior, donde le muestro el despacho, ahora con funciones provisionales de gimnasio, y las dos habitaciones preparadas para invitados, una de ellas con vestidor.
- Vaya, ¿es está tú habitación? – comenta mientras abre algún armario, que se encuentra medio vacío, y finalmente se lanza sobre la cama.
- No – le respondo – esta habitualmente la usa mi madre cuando viene.
- ¿y entonces? ¿cuál es la tuya? – replica.
- Acompáñame. – le comento mientras abandono la estancia.
Tras volver al pequeño pasillo, y girar una esquina, comienzo a ascender al piso superior. La empinada escalera ha pasado desapercibida a su vista cuando hemos visitado el resto de los espacios, y ahora, intrigado, accede tras de mi a la estancia principal de la casa.
El antiguo desván superior, ocupa toda la planta de la casa, dividiéndose sin tabiques en tres espacios. Un pequeño aseo con ducha, el dormitorio con una espaciosa cama de dos por dos metros, y un armario empotrado enfrente de la misma, en la parte más alta del abuhardillado recinto. Al otro lado, queda una amplia mesa de oficina, una serie de armarios bajos para diferentes útiles y algo de ropa, y una estantería para libros.
- Vaya flipada de habitación – comenta perplejo, mientras mira por todos lados.
- ¿Te gusta? – le respondo mientras disfruto de sus movimientos.
- Solo falta una cosa para que sea perfecta – me indica gozoso desde el centro de la estancia, como si hubiese descubierto algo importante.
- ¿El qué? – le digo divertido.
- Una buena televisión – responde satisfecho.
Sin mediar palabra, actuó sobre el mando que hay en el cabecero de la cama, que automáticamente cierra las persianas de las claraboyas del tejado, despliega una pantalla sobre la parte superior de los armarios bajos, y enciende el proyector que se encuentra disimulado en la estantería, pasando a verse y escucharse perfectamente en la estancia el programa que en ese momento emite el canal seleccionado.
Aitor observa con la boca abierta, sin poder moverse del sitio, mientras que la luz del proyector dibuja su silueta sobre la pantalla. Por mi parte, me recuesto en la cama, desde donde perfectamente se ve la pantalla, para disfrutar del espectáculo.
Cuando por fin reacciona y gira la cabeza hacia donde me encuentro, con una sonrisa pícara, se mueve rápidamente, echándose a mi lado para ver el programa.
- Vaya pedazo de invento – comenta alegre – esto es mejor que un cine. ¿Podemos ver una película ahora?
- ¿Tienes tiempo? – le respondo.
- Claro - plantea sin dudas – Esta tarde no tenía ningún plan, ni nada pendiente para mañana.
Desde mi posición cambio la fuente de entrada de la imagen del proyector al ordenador y abro la carpeta de películas.
- Ahí tienes el listado – le indico pasándole el ratón inalámbrico– elige la que quieras.
Con agilidad va avanzando por el catálogo de películas, hasta llegar a una carpeta nombrada como “cortos”. Tras entrar en ella, avanza por el nuevo listado, hasta que se topa con “Malas Compañías”.
- Esta me suena – comenta mientras hace doble click. – ¿te gustan los cortos? Soy muy aficionado.
- Me gusta el cine en general – respondo mientras comienza el protagonista a relatar su situación vital – y hay cortos de mucha calidad y más entretenidos que muchas superproducciones.
- Es cierto – responde atento a la pantalla – este es especial para mí. Cuando lo vi por primera vez, me sirvió de ayuda.
Cuando el corto está a punto de acabar Aitor se pega más, y girándose me planta un beso en los labios, que respondo gustoso.
- Pensaba que no besabas – le comento cuando se separa apoyando su cabeza en mi pecho.
- Eso solo es con desconocidos – responde mientras revuelve de nuevo en el listado de películas - ¿no tienes nada subido de tono?
- No, no guardo porno en el ordenador – le comento – si quieres algo así, tendrás que buscar en internet.
Con la ayuda del teclado, rápidamente busca por la red páginas de temática deseada, reproduciendo varios de los videos disponibles, hasta dar con uno que parece de su agrado, ya que lo maximiza a pantalla completa.
- Que bien se ven los detalles – reconoce satisfecho, mientras acaricia mi pecho distraídamente – parece que estemos en la misma habitación – tras lo cual, cierra el navegador, para volver a plantarme un suave beso.
- ¿Quieres que pase algo? – le pregunto susurrante.
- Aunque llevo una buena ración hoy – me responde – creo que debemos aprovechar este rato para estrenar tu cama.
Con cuidado comienza a desnudarme, mientras curioso, le observo hacer.
- ¿A qué te refieres con eso de que llevas una buena ración? – le pregunto mientras se mueve por la cama – ¿acaso a lo de esta mañana en el centro comercial?
Una vez ya liberado de mi ropa, se pone de pie sobre la cama, pasando a desprenderse de la suya poco a poco, para dejar ver toda su anatomía al completo.
Entre otras cosas, destacan varias marcas rojizas por su pecho y espalda, y su miembro arrugado como una pasa, algo encarnado.
Tras contemplar la escena durante unos segundos, se dispone a maniobrar mi sexo con sus delicadas manos.
- ¿Te apetece terminar lo de esta mañana? – pregunta afanándose en su tarea - o ¿tras la mamada te has quedado a gusto?
La reacción de mi miembro, endureciéndose por momentos, es suficiente respuesta, por lo que me mantengo en silencio mientras le dejo hacer. Su boca vuelve a masajear mi glande, esta vez con más tranquilidad, dirigiéndome fugaces miradas de complicidad. Aprovecho el momento para con el teléfono poner un poco de música romántica que nos meta más en ambiente, si es posible. Aitor responde volviendo a mis labios, restregando su cuerpo sobre con el mío.
- No te voy a engañar – me comenta al oído – esta tarde antes de ir a clase he echado un par de polvos con un amigo y tengo la polla bastante dolorida, pero si quieres y tienes protección, mi culito es todo tuyo.
Sin mediar palabra, alcanzo del cajón de la mesilla un condón y se lo paso, para que haga los honores. También saco el bote de lubricante, que es bien recibido por mi invitado. Tras colocar el forro en su sitio, y repartir una buena cantidad de lubricante por la extensión del pene erecto y en el interior de su ano, sin mediar palabra acerca este a la punta, para a continuación ir ensartándose poco a poco. Tras unos instantes de adaptación a las nuevas sensaciones, poco a poco comienza a moverse, adelante y atrás en principio, para después pasar a subir y bajar, cabalgando alegremente sobre su montura. A pesar del trabajo que traía hecho de casa, su miembro reacciona con el paso del tiempo y los movimientos en su interior, para una vez duro y con su glande amoratado, soltar unas pocas gotas de leche sobre mi pecho, coincidentes con varios gemidos intensos, y la contracción de su escroto. Todo esto provoca que me derrame en su interior, lo que le transmito, para poder dirigir las últimas embestidas de forma controlada, y terminar así ambos, el intenso momento de placer, simultáneamente.
Descansamos un rato en silencio. Mientras mi amante respira suavemente pegado a mí y observo como dormita plácidamente, aprovecho para acariciar su cabello con una mano, mientras la otra, masajea su suave piel.
Pasado un buen rato, sin mediar palabra y con la seguridad que le caracteriza desde que le he conocido, Aitor se levanta dirigiéndose a la ducha. Tras limpiarse y secarse, vuelve acostarse a mi lado, tapándonos con el edredón, buscando de nuevo el contacto de los cuerpos.
- Es una gozada poder estar así – susurra al rato – sin prisas, sin miedo a que nadie nos interrumpa. ¿Ha estado bien?
Un nuevo beso en la boca sirve como respuesta. Tras un buen rato retozando juntos perezosos, el que se va al baño a asearse soy yo. Al salir de la ducha, me encuentro a Aitor con los pitillos vaqueros enfundados, el pecho al aire mientras se enfunda la camiseta, para finalmente colocarse la chaqueta tipo canguro celeste y negra que tan bien le sienta.
- Si te parece bien - comenta - me paso otra tarde que tengamos libre.
- Claro. Por mí no hay problema – le respondo – siempre que te apetezca. Trabajo de mañana, así que, todas las tardes suelo pasarlas aquí haciendo algo.
Ataviado con mi toalla en la cintura, sigo a Aitor hasta la puerta de salida, donde, antes de abrirla, se vuelve despidiéndose con un ligero beso, para pasar a continuación a desaparecer calle arriba.
A partir de ese día, las visitas de Aitor a mi casa se vuelven frecuentes. Al menos un par de veces por semana, a eso de las siete de la tarde el timbre anuncia que mi amante furtivo está ahí. Tras desfogarnos mutuamente en los primeros momentos de su visita, en las que por cierto Aitor siempre actúa como pasivo, poco a poco iniciamos un ritual de actividades alternativas al sexo. Unos días vemos una película, o jugamos a la consola. Otros, me ayuda con un puzle que tengo siempre abierto sobre la mesa de mi habitación. En todos los casos, estás actividades las realizamos desnudos, después de haber pasado por la ducha, tras la correspondiente sesión de sexo.
En la última visita, le propuse ver un partido de baloncesto, puesto que en esos días se jugaban las series finales de la copa. He de reconocer que soy muy fan de este deporte. Aitor acepto gustoso. En alguna conversación anterior, Aitor me había confesado que jugaba, y que además lo hacía en el equipo de la localidad en el que hace años también lo hice yo mismo. Mientras disfrutábamos del partido, la conversación derivo en el Club y su gente, a los que conocía, y al compromiso de pasarme ese sábado a ver el partido que les tocaba jugar en casa, ya que, además, parece que se jugaban algo importante.
El sábado llegó. Tras desayunar, salí a comprar la prensa. Como hacia buen día y aún quedaban un par de horas para el partido, me dirigí al parque a pasear, y buscar un banco donde leer tranquilamente.
Enfrascado en mi lectura estaba, cuando una voz conocida me saca de mi ensimismamiento.
El que me ha dado los buenos días alegremente es Aitor, que luce una sonrisa radiante. Va vestido con el chándal del Club, y lleva la mochila del partido a la espalda. A su lado, le acompaña otro chico, igualmente ataviado, y que no es otro que el guapo del paso de cebra. El chándal del equipo es bastante ajustado, permitiendo comprobar perfectamente los trabajados cuerpos de los muchachos.
Entre nervioso y divertido, intento mantener una conversación coherente ante la intimidadora presencia de los dos adonis.
Te presento a Julen – comenta Aitor – juega en el equipo, y es bastante bueno. Vendrás a vernos, ¿verdad?
Sin esperar respuesta, Aitor pone al día a su amigo de mi pasado de jugador, y de que según él pensaba, yo entendía bastante del juego. Le conto como habíamos visto partidos juntos, y que había aprendido mucho de nuestras conversaciones.
A Julen al escuchar esto último se le cambio la cara, o esa impresión me dio. Pasó a ponerse algo serio, y a partir de ese momento, se dedicó a observarme detenidamente, de manera un poco inquisidora.
Intentando quitarle importancia, me incorpore del banco donde estaba sentado, e iniciamos la marcha hacia el pabellón de juego, que no dista muchos metros de mi casa.
Al llegar al pabellón nos separamos. Por mi parte, me acerque a mi casa para dejar el periódico y algunas compras que había realizado. Los chicos se quedaron esperando al resto de sus compañeros en la entrada del pabellón. Recorridos unos metros, me volví disimuladamente, y pude comprobar como Julen no me quitaba ojo según me alejaba de su posición. Le sonreí pícaramente, para comprobar su reacción. Instantáneamente bajo la mirada algo ruborizado.
El partido fue entretenido. Ambos chicos tenían un papel importante en el juego, y se compenetraban entre ellos a la perfección. Finalmente logran hacerse con la victoria, lo que celebran efusivamente con el resto de los compañeros y público en general. Sin tiempo a más, me voy para mi casa a preparar algo de comer, dispuesto a pasar una tranquila tarde de sofá y televisión.
Cuando estaba a punto de quedarme dormido en el sofá, el móvil vibra. Ha llegado un mensaje de Aitor. Me consulta si voy a estar en casa esa tarde, y si tengo intención de ver el partido final de la serie que iniciamos el pasado jueves. Mi respuesta afirmativa recibe una agradable noticia. Aitor me confirma que vendrá acompañado por Julen, interesado también en ver el partido con nosotros.
La ocasión merece que sacrifique la siesta por preparar adecuadamente al ambiente a tan especial visita. Mi amante ocasional va a venir acompañado del bello chico del paso de cebra. Es una ocasión magnifica de entablar otra agradable amistad, con posibilidades de intimar, ya que, como bien me ha confirmado en más de una ocasión Aitor, a Julen le van los tíos, y esa certeza es oro.
Tras dejar lista la zona de televisión, y preparado una pequeña merienda de la que dar cuenta viendo el juego, me dispongo a prepararme adecuadamente. Tras una relajante ducha, compruebo con agrado en el espejo que la visita esa semana al centro de belleza ha merecido la pena. Mi cuerpo perfectamente depilado e hidratado luce en su máximo esplendor. La ocasión de lucirme está servida, así que no dudo en elegir una bermuda de algodón bien ceñida, por supuesto sin ropa interior, que marca bien mis atributos tanto delanteros como traseros, que acompañado de una camiseta de tirantes tiene que provocar en mis visitantes algo más que la curiosidad.
A la hora señalada el timbre de la puerta hace apto de presencia. Al abrir, allí aparecen los dos muchachos. Aitor, como siempre, sonriente. Julen, tras sus pasos, más serio. Parece que no he sido el único que se ha preparado para la ocasión, ya que ambos chicos vienen muy arreglados. Aitor luce una cazadora de aviador negra ajustada, acompañada de una camiseta blanca que asoma por debajo de la cintura de la chaqueta, y unos pitillos color crema, que dejan ver sus tobillos donde nacen unas vans a juego con su chaqueta. Julen también con pitillos, estos negros, y vans con detalles azul celeste, también a juego con su chaqueta tipo canguro, que luce el mismo color que las vans en la parte baja y que los pitillos en parte alta del pecho y hombros. El conjunto lo completa una sudadera también celeste, ya que la capucha de esta asoma como relleno del gorro de la chaqueta. Ambos han trabajado su pelo con fijador, obteniendo un resultado en conjunto espectacular.
Al acceder y tras comprobar que Julen ha cerrado la puerta tras de si, Aitor me saluda con un par de besos, continuando directamente hacia el interior de la casa. Julen, con las manos en los bolsillos frontales de su chaqueta se queda indeciso observándome. Como parece que no se va a arrancar, soy yo el que me dirijo a él y le planto los dos besos, aprovechando para rozar levemente mi cuerpo al suyo, tras lo que se abalanza con prisa tras su amigo.
Ya todos en la zona de televisión. Julen, olvidando por un momento su seriedad habitual, alucina con el tamaño de la pantalla, para posteriormente hacer lo propio con el resto de las cosas preparadas para la ocasión. Aitor se acomoda directamente en uno de los dos sofás individuales que hay frente a la pantalla, mientras Julen, sin dejar de observar y comentar cada detalle, se va sentando con indecisión y sin sacar las manos de los bolsillos de su chaqueta en el sofá triple lateral.
Tras acomodar a los invitados, fui a la nevera a por unas cervezas frías, para así, ir rompiendo el hielo, que los muchachos recibieron con alegría. Por fin Julen saco las manos de los bolsillos para servirse con cierta habilidad la bebida en uno de los vasos que había dispuestos en la mesa.
Sin querer forzar ninguna situación, me limite a disfrutar del espectáculo que mis dos invitados me brindaban, mientras íbamos dando cuenta de lo dispuesto, esperando el comienzo del partido, motivo principal de la reunión.
Según iban pasando los minutos los muchachos se iban sintiendo más cómodos. Aitor, en un momento dado se puso en pie para, tras desabrochar la cremallera de la bomber, dejar a la vista la camiseta blanca que portaba, que no era otra, que una preciosa camiseta de béisbol.
Julen por su parte seguía indeciso, dudando si sacarse o no la chaqueta. A pesar de la indecisión inicial, se puso en pie para sacar por su cabeza el canguro, dejando a la vista el precioso pantalón de peto ceñido en que se transforma lo que inicialmente simplemente parecía un pitillo, coronado por la sudadera azul celeste. Tras dejar la chaqueta en el mismo sofá que su amigo y colocarse bien la sudadera, se volvió a su ubicación anterior.
Metidos en el partido, el ambiente se fue normalizando mucho más. Julen cada vez se fue sintiendo más cómodo, ayudado por la naturalidad de su amigo, que desde el principio se comporto como si estuviese en su propia casa, y por el par de cervezas de las que había dado cuenta para el descanso. Esto y los dos grados que le había subido a la calefacción en mi último viaje a la nevera a reponer bebidas, rápidamente provocaron que el chico se desprendiese también de la sudadera, dejando ver al completo el pantalón de peto que portaba sobre una camiseta blanca de manga larga.
He de reconocer que para mi esa prenda es especialmente morbosa vestida por jóvenes, y desde que intuí, al quitarse la chaqueta, que llevaba una, no pare de pensar en ella y de elucubrar como conseguir tenerla a la vista.
Logrado mi particular objetivo, a partir de ese momento no perdí detalle de los movimientos de Julen, disfrutando de los mismos durante el resto de la tarde.
Terminado el partido, y tras una breve charla sobre el disputado esa misma mañana por mis invitados, me anunciaron que tenían que irse, ya que habían quedado con unos amigos para celebrar la victoria.
Tras colocarse sus respectivas chaquetas, Julen en primer lugar, se despiden con un par de besos. Cuando estoy cerrando la puerta Aitor vuelve a asomar.
Creo que le has gustado – comenta en voz baja sonriente – y ya me he fijado que a ti también, te lo confirmare, pero creo que el próximo partido acabamos con un trio.
FIN de esta segunda parte. Como es habitual, espero vuestros comentarios, bien aquí, bien a mi correo electronico. Si quereis que continue la historia no dejeis de comentar.