Conociendo a mis vecinos.

Historia cotidiana de como las vidas se cruzan en el momento adecuado para satisfacción de cuerpo y alma.

Como cualquier día de una jornada laboral normal, regreso a mi casa, para comer. Antes debo aparcar el coche en la parcela de garaje, por lo que tránsito a baja velocidad por las calles semi peatonales del pueblo.

En uno de los numerosos pasos de peatones, algo rompe mi monotonía. Una figura esbelta cruza sin prisa la calle. Vistiendo una chaqueta oscura, que termina en el elástico que le ciñe su cintura. Con la cremallera subida al máximo y el gorro enfundado en la cabeza, se protege del frio. En la parte inferior, un pantalón de chándal ceñido remarca su figura desde los tobillos hasta los poderosos glúteos, que se bambolean con cada segura zancada. Como si intuyese que alguien le observa caminar, la figura gira la cabeza hacia el coche que espera, con mirada inquisidora, como reprochando que le pueda desgastar esa hermosa anatomía que la ropa esconde. Además de buen cuerpo, lo poco que se ve de la cara no desmerece el conjunto.

Con esos pensamientos, continúo mi marcha, hasta aparcar el coche. La monotonía va diluyendo el recuerdo mientras me dirijo a casa, donde me espera otra tediosa tarde.

Un par de días después, a la misma hora, en el mismo paso de peatones, veo llegar la figura conocida. El haberlo visto con tiempo, me permite recrearme, y confirmar que el espécimen merece de verdad la pena. En esta ocasión, con la misma vestimenta, pero sin la capucha de la chaqueta puesta, ya que el frio es menor, puedo disfrutar del contorno de su bella cara. Al pasar por delante del vehículo, sus firmes pasos deleitan mi mirada con el movimiento de sus fuertes glúteos, que suben y bajan a ritmo, en un movimiento casi perfecto. Me percato que su andar es algo forzado, que las piernas no se terminan de juntar del todo en su unión, formando un arco, lo que hace, según me parece, que se remarque ese interesante movimiento en la cadera. Inicialmente lo achaco al deporte. Suele ser una característica del trabajo en el tren inferior en jugadores de futbol. Una vez más, cuando ya está en el otro lado del cruce, como sintiendo mi mirada, sus ojos se clavan en los míos, para terminar, perdiéndose al doblar la siguiente esquina.

La rutina se repite al menos en tres ocasiones cada una de las siguientes semanas. Parece que nuestros horarios se complementan perfectamente, permitiendo que disfrute del espectáculo. Ahora ya, cuando llego a casa, y antes incluso de comer, me deleito pensando en ese chico, mientras me desahogo en mi cuarto. Creo que le estoy pillando “cariño”, y que ya es un fijo en mi repertorio para los momentos íntimos de soledad.

Pasado un tiempo, ya con la primavera encima, junto a unos amigos acudimos a un evento deportivo de primer nivel. El equipo de futbol de la provincia disputa un importante encuentro en la capital, lo que reúne alrededor del encuentro a prácticamente todo aquel que le guste el deporte.  De camino a la estación de ferrocarril, un grupo de adolescentes ruidosos se aproxima. Mientras avanzamos a nuestro destino, disimuladamente procuro lanzar miradas furtivas a cada uno de los componentes del grupo, hasta que caigo en la cuenta de que entre ellos está el muchacho del paso de peatones. Sin su indumentaria acostumbrada me ha costado reconocerlo, pero su sonrisa lo delata. Sin duda es él. La camiseta del futbol es acompañada por una sudadera roja atada a la cintura, y unas bonitas bermudas, que dejan al descubierto sus fuertes piernas. Al volver a su cara, me sorprende una leve y a la vez turbadora sonrisa, mientras su mirada se fija en mí, o así me lo parece. Sin dejar de mirar esos ojos, pienso en la lástima que supone, que la sudadera de su cintura no permita que disfrute de su trasero. El chico parece leer mi pensamiento, y en el momento de pasar a nuestro lado, retira la prenda de abrigo de su cintura pasándola a su hombro derecho. Las bermudas tipo carpintero le marcan perfectamente el contorno de sus glúteos, que se mueven ligeramente. Con la prenda vaquera, parece que el arco de su entrepierna es menos agudo, caminando de forma más natural que lo que acostumbra cuando lo veo por las tardes.

En el andén, volvemos a cruzarnos, lo mismo que nuestras miradas, que durante el segundo y medio del contacto visual, se mantienen firmes, como buscando hablarse. Finalmente nos perdemos entre la multitud, para ya no volver a encontrarnos, por mucho que durante toda la tarde mis ojos busquen entre el gentío los suyos.

Esa misma semana, mi trabajo me lleva a usar el transporte público por la mañana. Una tediosa reunión con la dirección de la empresa para recibir el adoctrinamiento necesario en nuestras tareas cotidianas. En resumen, un coñazo. Aunque algo bueno si tiene el tema. No madrugo tanto, y para media mañana estaré libre.

Terminada la reunión y con el resto de la jornada libre, me meto en el centro comercial que hay junto a la estación de tren, para ojear y ver si se me antoja comprar alguna cosilla. Total, tengo tiempo de sobra. Además, he leído en foros, que, en la planta joven de ese centro comercial, hay movimiento de chicos buscando un escarceo sexual. No es que yo sea asiduo al cruissing, pero no voy a negar, que algo de morbo me da el asunto. Seguramente nunca me atrevería a meterme en un baño con un chico, pero al menos, me divertiré un rato pensando que todos los que andan por allí están al tema.

Por la planta mencionada no hay mucho movimiento. Dependientes ociosos reponiendo u ordenando desinteresadamente mercancía. Un par de madres acompañadas de sus retoños ojeando las estanterías. En definitiva, nada del otro mundo. Mientras espero la hora del tren, deambulo sin rumbo, hasta que la presencia de un muchacho me saca de mi aburrimiento. Como yo, no está muy interesado en las diferentes prendas. Más bien manosea algunas, mientras observa al personal. En principio no creo que se haya percatado de mi presencia, ya que le pillo de espaldas. Según va avanzando entre expositores, con disimulo, observo sus movimientos. Parece interesado en una pareja de clientes a los que no pierde de vista. Se trata de una madre y su hijo, que están revisando diferentes prendas por la sección vaquera. Por un momento, me parece observar que entre ambos jóvenes se produce contacto visual. Desde luego, el que esta con su madre se gira nervioso de vez en cuando hacia el otro muchacho. De repente el observador pierde el interés y abandona la planta rápidamente por las escaleras mecánicas. El otro muchacho lo busca insistentemente, con cara de frustración, sin éxito. En una de sus búsquedas infructuosas repara en mi presencia, y tras una leve duda, sonríe.

La madre le pasa varios pantalones vaqueros, que el muchacho carga hacia el probador, mientras ella se dirige hacia las escaleras mecánicas. Para ir al probador pasa a mi lado y sin detenerse me suelta un “vienes” interrogante, que me deja helado.

Llevado más por la curiosidad que por otra cosa, entro en la zona de probadores, donde al fondo espera el muchacho. Se mete en el último reservado, esperando con la puerta abierta a que pase. Sin darme tiempo a nada, me susurra que el solo la chupa, que no hay nada más. Que, si estoy de acuerdo, me baje los pantalones. Como un resorte lo hago, dejando al aire mi miembro. Mi acompañante de la misma, se inca de rodillas, comenzando un masaje en la zona, primero con sus manos, después ya con su boca. Cuando ya me tiene a tope, me sujeta de las caderas con ambas manos, marcando el ritmo al que quiere que me vaya moviendo, para mejorar las entradas y salidas, haciendo que el momento final se acerque. Lo intuye, y oprimiendo más sus labios, provoca el momento, que recibe gustoso, mientras su mirada busca la mía, agradecida. Según voy relajando los movimientos, vuelve a recobrar el mando de la situación, dejando libre mi miembro, mientras lo sacude suave con una de sus manos, y repasa el contorno con su lengua, asegurándose de no dejar ningún resto, ni prueba de lo sucedido. Una vez satisfecho con su trabajo, se incorpora, para con delicadeza, plantarme un beso en los labios. Me comenta en voz baja que ha estado genial, pero que ahora me tengo que ir, ya que su madre no tardara mucho.

Tras colocar bien mi ropa, abandono el probador. Allí dejo al muchacho con la tarea que su madre la ha encomendado. Por curiosidad, me quedo por la zona, observando de nuevo. Pasado un rato, por las escaleras aparece la madre, que tras observar la zona y no ver a su hijo, se dirige a los probadores algo molesta. En ese momento aparece el chico. Habla con ella levemente, y tras entregarle las prendas, la sigue hasta la caja para realizar la compra, momento que aprovecha para mirar hacia donde me encuentro, y con una sonrisa pícara, relamerse levemente.

Con el tiempo justo para llegar al tren, salgo del centro comercial hacia la estación. Una vez en el tren y sentado cómodamente junto a la ventanilla, veo que madre e hijo caminan por el andén, montándose en la puerta siguiente a donde me encuentro. No creo que me haya visto, pero desde mi ubicación le puedo observar sin problema. Una vez sentado, repara en mi presencia. Aunque inicialmente se revuelve levemente en el asiento, en seguida se tranquiliza, realizando el viaje con normalidad.

Aprovecho el viaje para fijarme en el muchacho. Aunque no es excesivamente guapo, tampoco puedo catalogarlo como del montón. Pelo claro y corto, pobladas cejas y largas pestañas, adornan un rostro joven, de piel clara y limpia, sin marcas de acné, pero coronado por un incipiente bigote varias veces afeitado. Lo que sí puedo afirmar, que en sus formas no se observa ningún tipo de amaneramiento, como me gusta. Fugaces miradas por su parte confirman que sigo observando, mientras distraídamente maneja con una mano su móvil, asintiendo de vez en cuando el parloteo constante de su progenitora, sin dejar de soltar con la otra mano las bolsas de la compra.

Cuando el tren se aproxima a mi destino, la madre se incorpora disponiéndose para apearse también. La verdad que no imaginaba que fuesen vecinos del mismo pueblo, pero el movimiento del muchacho confirma la situación. Por mi parte espero a que el tren se detenga del todo, antes de incorporarme, de forma que le doy unos metros de ventaja, que me permiten seguir observando, ahora ya con algo más que curiosidad, su avance.

Tras varios minutos de camino, llegado a la zona peatonal y muy cerca de donde se encuentra el garaje donde guardo el coche, veo como madre e hijo entran en una de las casas adosadas. En el momento de pasar la puerta, el muchacho se vuelve, comprobando que le he seguido hasta el lugar, para desaparecer en el interior.


Hasta aquí la historia por ahora. Si quereis que continue, indicarmelo en comentarios, o a través de un mensaje a mi dirección de correo electronico. Me gusta conversar con quien aprecia este tipo de relatos.