Conociendo a mi sumisa 1
Navegando por una página de bdsm contacto con una chica jovencita, María se llama, es tímida apenas tiene experiencia, se siente atraída por el mundo de la sumisión pero no se atreve a dar el paso, me escribe largos correos preguntando dudas.
Navegando por una página de bdsm contacto con una chica jovencita, María se llama, es tímida apenas tiene experiencia, se siente atraída por el mundo de la sumisión pero no se atreve a dar el paso, me escribe largos correos preguntando dudas.
Al responder sus dudas sobre determinadas prácticas confiesa que se excita y va perdiendo la timidez, para resolver una duda sobre pinzas en los pezones decide enviarme una foto, por supuesto que no venía a cuento, busca provocarme y allí me encuentro una foto de sus tetas como manzanas con los pezones erectos y unas pinzas de ropa mordiendo los pezones, y alguna más sobre la blandita piel de las tetas apretadas en un pellizco.
Los correos y la fotos se van sucediendo, cada vez más atrevidos, hasta que por fin decide mostrarse ante mí, se ha hecho una foto de cuerpo entero vestida de colegiala. Tiene el pelo castaño largo, ligeramente ondulado, lo lleva recogido en dos coletas a cada lado de la cabeza; ojos castaños a juego con su pelo, una nariz afilada y pequeña que coronan un rostro dulces, labios finos y alguna peca.
Finalmente accede a quedar conmigo en persona para tomarnos un café, quedamos en una cafetería por el centro. Un lugar neutral ni por mi zona ni la suya, pero sí muy concurrido para que se sienta cómoda. Como buen caballero acudo con tiempo a la cita, considero una falta de respeto la impuntualidad y así también le brindo la oportunidad de verme desde la distancia y que si se siente insegura pasar de largo. Escojo una mesa pegada a la pared, algo más discreta y menos bulliciosa como si ello fuese posible.
Me acomodo con un periódico e intento distraerme del tiempo, aún faltan como veinte minutos para la hora convenida, voy pasando distraídamente las páginas del periódico mientras remuevo la cucharilla del café para que sea bebible sin morir abrasado. Cuando como diez minutos antes de la hora, una chica de metro setenta se detiene nerviosa ante mi mesa, es ella. No sabe qué decir, se muerde el labio inferior y se balancea nerviosa cambiando el peso de una pierna a otra. Va vestida por unos pantalones vaqueros, camiseta de grupo de música de moda y una chaqueta de piel.
La miro, sonrío, no dice nada se da media vuelta y se va. Maldita sea pienso para mis adentros, pero no hago ademán de irme, es lo convenido; para disimular mi rabio vuelvo a bajar la vista al periódico a terminar el artículo que había empezado, y así dejarle tiempo para su huida.
En esas estaba cuando, vuelve a aparecer y se sienta sin decir nada, mi cara de sorpresa es todo un poema, por fin la escucho hablar.
-Oh perdona lo siento, había ido a la barra a pedir. Lo siento ni siquiera te he saludado- y torpemente se levanta y me planta dos besos en cada mejilla.
Empezamos a hablar del tiempo, que si le había llegado mucho llegar hasta el sitio, conversación de ascensor hasta que por fin pasados los nervios iniciales se va soltando y la conversación deriva más propia de dos viejos amigos. Fueron pasando los minutos y la conversación fue subiendo de todo con la excusa de las dudas sobre lluvia dorada, control de castidad, momificaciones o cosficación. En algún momento se emocionaba más de la cuenta y se olvidada de donde estábamos y tan solo bajaba la voz cuando alguien pasaba por el lado hacia los baños.
Después de aquella cita seguimos con los correos y algún café más y cada vez las conversaciones eran más atrevidas, me preguntaba cómo sería ser mi sumisa, qué le haría ahora que la había visto. Me levanté de la silla me coloqué a su espalda y bajando la cabeza sobre su hombro y con lo boca pegada a su oído:
A partir de ahora zorra, porque eso es lo que eres zorra, te dirigirás a mí como tu amo, tu Señor. Tu cuerpo me pertenece, tus orgasmos son míos y solo yo te los concedo, deberás suplicar por ellos y deberás ganartelos demostrando lo zorra y sumisa que eres.- Su cuerpo se estremeció y se tensó como un gato.
Como prueba de tu sumisión, te levantarás irás al baño, te quitarás las braguitas y las traerás en la mano para tu amo- y volví a sentarme en mi sitio.
María seguía inmóvil sentada en su sitio, pero con la espalda absolutamente recta sin tocar el respaldo, se le había subido los colores y estaba roja. Sin mediar palabra se levantó del asiento, con la mirada perdida y se dirigió a los baños. Tardó como diez minutos en volver, traía el pelo alborotado, la cara mojada, el rímel medio corrido y en la mano llevaba un pedacito de tela, podría pensarse que era un pañuelo por el color blanco predominante.
Se sentó con las manos apoyadas sobre la mesa entre la copa de su refresco, en la mano derecha cerrada en un puño asomaba la puntillita de las braguitas, me miraba con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada.
-Abre la mano y déjalas sobre la mesa- le dije mientras con tranquilidad daba cuenta de un sorbo de café sin apartar la mirada de su cara.
Bajó la cabeza intentando esconder el rostro contra el pecho y abrió la mano y la retiró junto a la otra, sobre su regazo debajo de la mesa cual niña regañada. Las braguitas quedaron sobre la mesa, eran blancas con un lacito rosa, un encaje por la cinturilla y unos estampados infantiles de florecillas. Así permanecimos por unos minutos hasta que terminé el café. Recogí las bragas de la mesa y me las guardé en un bolsillo de la chaqueta.
-
Parece que estás lista para convertirte en mi sumisa- pagué la cuenta y nos fuimos.