Conociendo a Lidia, La playa 2

Tras las orgías, Pablo recuerda como su mujer y Lidia se masturban mutuamente en la playa. De vuelta al presente Lidia lo ata a una cama y empieza a pajearlo con un brillo diabólico en la mirada

Ana se inclinaba inconscientemente hacia delante y ladeaba el cuerpo para que su vulva quedase al alcance de las manos de Lidia. Seguía con los ojos cerrados y ronroneaba. Lidia inclinó su cabeza hacia atrás y apoyó su espalda sobre los calientes pechos de Ana sintiendo sus pezones ya endurecidos. No necesitó más señales para llevar su mano a la entrepierna de Ana agarrando sus palpitantes labios vaginales y recibiendo como premio un bufido de placer de su nueva amiga.

Ana se dejaba hacer. Estaba muy cachonda por la situación, por el magreo que había dedicado a Lidia y por el morbo de exhibirse públicamente. Lidia separó su dedo anular y lo deslizó por la húmeda rajita de Ana. Arriba y abajo, ligeramente, y luego presionó para abrir los pliegues de sus labios.

Lidia acompañó sus palabras estrechando a Ana contra su cuerpo. Empezó a introducir un dedo en su agujerito mientras el índice rozaba ya el clítoris. Ana se estremecía con estas caricias tan delicadas y pronto empezó a doblar las rodillas para introducirse más el dedo de Lidia. El metesaca fue acelerándose y al primer dedo le siguió un segundo arrancando suspiros, gemidos y gañidos de placer a la cada vez más cachonda Ana.

Lidia se giró y ambas quedaron cara a cara. Colocó la palma de su mano sobre el monte de Venus de Ana y fue bajándola hasta que los dedos anular y corazón entraban ya en su vagina. Se detuvo por un momento y presionó con las yemas de los dedos la pared vaginal. Los introdujo un poco más hasta que la reacción de Ana le indicó que había dado con su objetivo: el punto G.

Después apretó fuerte y con velocidad metía y sacaba los dos dedos con ímpetu, como si de una polla se tratase. A la vez presionaba con la cara interna de la mano sobre su clítoris.

Ana jadeba y sudaba con la boca entreabierta como ahogando un grito; ofreciendo sus finos labios a pocos centímetros de los de Lidia que no dejaba de mover su mano con la vista fija en su boca y sintiendo el cálido aliento de Ana confundirse con el suyo propio.

De pronto se dio cuenta de que necesitaba besarla y masturbarse a la vez. Que el orgasmo de Ana no sería completo si ambas no lo compartían. Se lanzó con ansia a besar sus labios y al instante ambas confundían sus lenguas. Lidia tenía dos dedos de cada mano en cada una de sus vaginas y los movía con frenesí hacia un orgasmo muy intenso y cercano.

Las olas empezaron a elevarse y zarandear a las dos bellezas que permanecían abrazadas y sumergidas hasta los pechos. Por debajo del agua las manos de Lidia estaban a punto de arrancar dos orgasmos inesperados pero dulcísimos.

-Me corro, me corro. No pares ahora, Más adentró, fuerte-. Ana levantó la voz. Agarró con fuerza la muñeca de Lidia empujándosela hacia adentro, acelerando aún más los movimientos de Lidia que perdía el ritmo atenta a su propia masturbación.

-Esperame, dijo Lidia. -Yo también me corro-.

  • No puedo. Sí, sí, sí…. Me corrooooo….

  • Espera, espera..

  • Ana se estaba corriendo como nunca, encadenando una sensación de placer indescriptible con el gozo del morbo de que era una mujer la que la hacía disfrutar como nunca antes. En pleno orgasmo extendió su mano derecha, arrancó los dedos que Lídia se introducía en su sexo y los sustituyó por los suyos.

Era la primera vez que su mano se introducía en una vagina que no fuera la suya pero sabía perfectamente qué tenía que hacer. En pocos segundos Lidia se entregaba al morbo y gemía entrecortadamente mientras el orgasmo le llegaba en oleadas aupándola a una cumbre gloriosa.

Lidia se corrió en un largo suspiro, con la boca pegada al cuello de Ana.

Levantó la cabeza y ambas se miraron a los ojos. Había una complicidad sin límites en sus miradas. Sus manos habían sellado un lazo entre ellas más íntimo que cualquier otro que hubieran podido expresar en palabras. Eran amantes.

Toni y yo habíamos visto el final de la escena al volver. En silencio nos dimos cuenta, cada uno por su lado, de que nuestras mujeres no podían estar haciendo otra cosa que masturbarse. Y nuestra calentura creció sin límites.

Así, con una erección más que evidente llegamos a las toallas a tiempo de recibir a las chicas con unas bebidas frías que agradecieron sedientas.

Después apenas si hizo falta esbozar algún plan para seguir compartiendo nuestra respectiva compañía para que las dos parejas nos convirtiéramos en inseparables en la isla y revueltas en la cama.

Ehh!!!

Recordando el primer momento en que vi a Lidia había dejado de ser consciente de que estaba semidesnuda frente a mí en ese palacio veneciano. Me percaté que ya no estaba de pie sino tumbado. Y no podía mover mis manos ni mis pies. Estaba atado y tenía sed. Me sentía mareado, el olor acre del humo de la chimenea me mareaba, me enardecía y hacía sudar.

Lidia se dio cuenta de que había despertado.

-Chiss!! Relajaté y disfruta. Luego hablaremos, ahora estás muy tenso.

Miré hacia abajo y por primera vez fui consciente de que estaba casi desnudo. Lidia me había retirado parte de mi disfraz y ahora se podía ver mi corpiño con liguero, mis medias y mi tanga, que Lidia había apartado para sacar mi gruesa polla que ahora masajeaba tiernamente.

-Disfruta.

Lidia me pajeaba con maestría y yo empecé a salir de la somnolencia que me había causado ese humo narcótico que, al parecer, no afectaba a Lidia. El movimiento de su mano me estaba devolviendo la sensibilidad al cuerpo y empezaba a gozar.

Alcé la vista y la mirada de Lidia, cachonda, divertida, traviesa y fiera me hizo comprender que no toda nuestra conversación iba a ser tan placentera como ese momento.