Conociendo a Lidia, La playa 1

Tras las orgías, Pablo recuerda como su mujer y Lidia se masturban mutuamente en la playa. De vuelta al presente Lidia lo ata a una cama y empieza a pajearlo con un brillo diabólico en la mirada

La puerta se cerró con un fuerte ruido del cerrojo. Empujé.

Efectivamente, sólo se podía abrir desde fuera. No había vuelta atrás.

Seguí corriendo con la falda levantada, dejando ver mis medias mientras trataba de alcanzar a Lidia. No tardé en ver dónde se había refugiado. Acababa de entrar en una estancia al final del corredor por el que yo avanzaba, así que sólo tardé unos segundos en seguir su camino. Al abrir aquella puerta me encontré en una alcoba ricamente decorada. Al principio me pareció muy pequeña, dadas las dimensiones de aquel palacio; pero sólo era el efecto de la abigarrada decoración de la sala.

De la cama con dosel colgaban pesados cortinajes y sedosos tules que velaban el lecho. Las paredes, tapizadas en terciopelo azul oscuro apenas si tenían un hueco libre en el que colgar un espejo más. Los había por docenas, todos con gruesos marcos de época. En el techo reinaba una espectacular lámpara de cristal de Murano aunque estaba apagada. Las únicas luces que me ayudaban a inspeccionar la sala eran las de un par de velones a la cabecera de la cama. Su luz rebotaba de espejo en espejo creando una atmósfera realmente sugestiva a la que contribuía no poco el olor de alguna madera aromática que había ardido en la chimenea y de la que ya no quedaban más que unos rescoldos. A su lado, un par de butacas y una mesa auxiliar con varios objetos completaba la decoración de la estancia.

No veía a mi fugitiva por ninguna parte y mientras paseaba la vista por la estancia solté la puerta. Se cerró con un chasquido y me sentí encerrado. Al llegar yo al centro, Lidia dio un paso adelante. Salió de detrás de una de las columnas de la cama donde había permanecido oculta por los cortinajes. Esperó a que dejara que la puerta se cerrase para atraparme y dejarse ver. Se detuvo frente a mí y me miró con fiereza. Me sentí en la cueva de la araña, a punto de ser devorado y a merced de esos ojos negros.

Exudaba voluptuosidad así vestida. O más bien desvestida. Ocultaba parte del rostro con un antifaz sobre los ojos y se había peinado hacía atrás con una diadema que le retiraba su cabello trigueño de la cara. Su enguantada mano derecha sujetaba una fusta bastante larga con la que se rozaba los muslos. La otra mano permanecía a su espalda aunque se veía que también lucía un guante negro de seda, un complemento que por sí sólo ya resulta erótico pero que en su caso sólo complementaba el conjunto que vestía. Su pecho rebosaba por encima de un precioso corsé blanco y negro dejando asomar sus dos grandes pezones que resaltaban erguidos de sus enormes aureolas. Parecía que los hubiera retocado con carmín porque se veían muy encarnados pese a la poca luz de la sala.

Ese contraste de la blanca piel de sus grandísimos senos con los pezones enhiestos y brillando como dos rubís rojos la hacía parecer una auténtica puta de lupanar. El gesto descarado de su boca subrayaba esta impresión. Estaba pidiendo guerra, pensé. Cuando ví que alzaba la fusta y se rozaba el sexo desnudo me enardecí de deseo. Ella se dio cuenta y ronroneó satisfecha, exhalando una vaharada de lujuría con cada movimiento de su cadera.

Al volver la vista atrás por un instante me di cuenta de que en estos meses fuimos el combustible que alimentó la hoguera de su sublimación sexual. Lidia se había transformado en una sacerdotisa del sexo en parte gracias a Ana y a mí. Aunque cuando la conocimos en la isla griega de Santorini, en el mar Egeo, e inmediatamente congeniamos con ella y su acompañante, no sospechamos que estábamos cayendo en las redes de una auténtica devoradora de hombres. Y de mujeres…. Porque Ana fue su primer objetivo; aunque a mi me atrajese desde el primer instante en que la ví.

Llegamos a conocernos gracias a mi recién desposada mujer y su acompañante, Toni. Al ir a pedir unas cervezas en el chiringuito, por separado, claro, se dieron cuenta de que ambos eran españoles perdidos en las islas Cycladas y entablaron una amena conversación.

Enseguida se cayeron bien y a la segunda ronda de cervezas ya habían organizado el traslado de toallas para ponernos todos juntos en un rincón de la playa más alejado de los turistas jaraneros. Al principio puse mala cara por tener que levantarme de mi tumbona para ir a la otra punta de la playa porque mi mujer se había hecho ‘amiga’ de un musculitos moreno, pero no tuve más remedio que ceder y acompañarla. Hoy sé que si no hubiera ido con ella se habría ido sola. Ana y yo habíamos sido novios durante años pero en su cabecita había mucha más imaginación de la que yo sospechaba.

Yo era su ancla  con el mundo real, me quería pero también sentía la necesidad de explorar el mundo, de saber que hacía algo para que la vida, ese bien tan breve que se nos concede para que lo administremos como mejor sepamos, no se le escapase inútilmente entre los dedos. Por ese ansia de conocer y animada por las buenas vibraciones que le inspiró Toni, Ana tiró de mi hacía la destrucción de mi mundo tal y como lo había conocido.

He de reconocer que Toni también me cayó bien de entrada y a los pocos minutos bromeabamos con naturalidad y cierta camaradería. Compartíamos algunos gustos y era un tipo educado, afable y abierto. No vi en él ningún doblez pero tampoco noté en Lidia cuando la conocí el tormentoso fuego interior en el que acabamos consumidos Ana y yo.

Ana se fue a refrescar a la orilla del mar mientras yo despachaba una llamada del hotel en el móvil. Toni la siguió para dejarme intimidad y ambos charlaban en el agua que les cubría hasta los muslos. Seguí en la toalla después de colgar disfrutando del sol, del relax y de la agradable sensación de sentirme en un paraíso para los sentidos.

Y entonces descubrí una figura femenina que se abría paso por la playa hacía mi.

Caminaba con elegancia y llamó mi atención desde lejos por su melena pelirroja y su bikini negro diminuto. Tenía un cuerpo perfecto, de larguísimas piernas muy sexys; su cintura, su vientre plano, sus largos dedos en manos de porcelana, sus hombros delicados. Todos esos detalles se iban haciendo presentes ante mi vista a medida que se acercaba. Dio un saltito y sus pechos se bambolearon poderosos. Era evidente que poseía las mejores tetas que hubiera podido desear. Grandes, pesadas, pero muy firmes. La verdad es que tenía un escote fabuloso. Deseé que se instalara cerca y se pusiera en top less.

Cuando apenas nos separaban unos metros yo no podía apartar la vista de trozo de tela del bikini pues adivinaba ya la forma de sus pezones; de esos que tienen unas aureolas resaltadas que parecen una pequeña montañita achatada sobre el pecho, muy diferentes a los de Ana, que son pequeños y marrones y parecen un botoncito picudo cuando se excita.

Toni apareció por mi izquierda y para mi alegría fue directo a la fabulosa pelirroja. La abrazó y besó con cariño mientras le tocaba la piel haciendo ver que la encontraba muy suave y tersa. Un momento después la trajo de la mano para presentárnosla. Me levanté impaciente al tiempo de sentir la mano de Ana en la mía; también estaba interesada. Miraba a la diosa pelirroja no con envidia sino con interés. La verdad es que atraía las miradas con un fuerte magnetismo sensual, allí de pie con el azul del mediterráneo sirviendo de marco a sus rojizos cabellos.

Su voz sonaba profunda, calmada, amable.

Mientras los hombretones cruzábamos la playa para ir a buscar las cervezas las dos muchachas se metieron en el agua juntas.

Lidia se iba metiendo un poco más en el agua que estaba completamente en calma y ya casi les tapaba los pechos. Ambas tenían una estatura muy similar y una constitución parecida. A excepción de los pechos. Los de Lidia eran/son mucho más llamativos.

Lidia se agachó un poco y sacó con una mano la parte inferior del bikini. Se quedó desnuda con naturalidad. Casi no se las veía allí en el agua cerca de las rocas y nadie se percató de la manera en que Lidia se frotaba las nalgas para quitarse el aceite corporal. Y entre las piernas. Cada vez que se pasaba las manos por su depilada entrepierna emitía un gemidito casi inaudible y cerraba los ojos.

-Qué gusto da sentirse desnuda en el mar, ¿verdad Ana? Me pone la sensibilidad a flor de piel… Perdona que abuse de tu confianza pero ¿no podrías frotarme un poco la espalda para terminar con el aceite? Así podría bucear un poco. Deja el bikini en esas rocas si quieres.

Nadaron un poco hasta la escollera. Lidia iba primero y Ana podía ver su culo surcando las aguas y a ratos asomaba su abultada rajita. No tenía ningún pelo vista por detrás; a diferencia de Ana que sólo se depilaba un poco el vello que se salía de la línea del bikini y recortaba la longitud del ‘flequillo’ para que no abultara en el tanga.

Llegaron juntas a la roca y Lidia le cogió las prendas a Ana para colocarlas en la roca y preguntó:

Mientras hablaba se deshizo de las dos partes del bikini y las dejó en la roca. Dio un paso hacia delante y se zambulló. Sintió el agua resbalar por su cuerpo, refrescando su cabello y erizando sus pezones. La suave corriente de frescor que recorrió su entrepierna fue un delicioso estímulo y se sintió agradablemente cómoda junto a Lidia. La pelirroja también había sumergido su cuerpo en el agua pero antes tuvo tiempo de fijarse en el culo de mi mujer cuando se zambulló. Hay que decir que Ana tiene un culazo. Redondo y carnoso. De esos que dan ganas de echarles la mano y apretarlos con deseo.

Se colocó de espaldas a Ana y se recogió la melena por delante de su hombro izquierdo. Ana puso sus manos, un tanto turbada, en el centro de su espalda y comenzó a acariciarla sintiendo la suavidad de su piel y el aceite resbalando entre sus dedos.

Ana frotaba cada vez con más interés el cuerpo de Lidia animada por la conversación y sin dejar de imaginar los cuerpos de esa pareja en pleno combate sexual.

Fue bajando las dos manos a la vez por los costados y las deposito en las caderas. Las bajó lateralmente y al llegar al muslo las subió por el centro rozando la raja con los pulgares. Repitió el movimiento e intercambió las manos para que apretaran la nalga contraria.

-En el centro por favor. –escuchó Ana que musitaba Lidia.

-Vale

Deslizó una mano desde el centro de sus muslos hacia arriba. No era suficiente y volvió a repertir el movimiento de abajo  arriba adelantando el dedo anular que se metió obediente por la carnosa raja del culazo de Lidia.

Ana fue a repetir el movimiento pero Lidia abrió algo más las piernas y al pasar de nuevo la mano su dedo recorrió su vulva y la entrada de su ano. Lidia no pudo evitar estremecerse y ronronear. Ana fue consciente de que Lidia se estaba poniendo a cien con sus caricias pero tendría que seguir pasando la mano por su culo si quería eliminar todo ese aceite que se había acumulado. Lo cierto es que le extrañó que su blando agujero del culo guardara tanto aceite corporal. Lo notaba en sus dedos que se deslizaban suavemente por esa zona tan delicada del cuerpo de Lidia y que tan sensible parecía ser. Se lo preguntó sin más, inocentemente como a veces era ella.

Lidia echó la cabeza para atrás y rió.

¡Aaahhh! Ana gimió de sorpresa y de gusto cuando sintió como Lidia rozaba su coñito con la punta de los dedos. La veía sonreír con la cabeza girada hacia atrás mientras extendía sus caricias a sus muslos.