Conociendo a Julia, la transformación (2)

Luego de un primer encuentro con Julia, aceptando su invitación, al llegar a la casa de ella se encuentra con una sorpresa que le continuará cambiando su forma de pensar y de actuar.

El encuentro con Julio, Julia, o lo que Fuera me había aletargado, atontado, me asaltaba una duda tras otra, así que decidí descansar, esperaba que eso me aclarara la mente.

Luego de una reparadora siesta, me levanté y ordené un café y croissants. Bebí y comí mientras chequeaba mi mail. Allí encontré decenas de correos de Marisa y Nacho. Mientras ella se disculpaba, él me reclamaba mi jugada. Me divertí mucho. Nacho estaba en problemas, se los había buscado, y Marisa lamentaba su pérdida, dado que al mudarse conmigo su nivel de vida había aumentado y ahora la realidad la golpeaba. Los borré todos con una sonrisa de satisfacción. La venganza estaba consumada, fue tan simple

Busqué la página web de Julio, su dirección estaba en la carpeta y leí con atención, admiré la inteligencia de sus propuestas y traté de conocerlo un poco más. Pero aquello no mostraba nada de lo que yo buscaba, como os podéis imaginar.

Eran las 7 y debía decidirme. Bajé al sauna y me dispuse a des estresarme, disfruté del vapor y la paz que me invadía, su imagen vino a mi mente y lo veía como una chica, sexy, femenina, sensual. No pasó un minuto y estaba empalmado nuevamente. Fantaseé con su imagen y en mi sub consiente se hizo la decisión. Al cabo de 45 minutos sudaba como un burro, esperé a que me bajara la erección, me duché y subí alegremente a mi habitación.

Busqué en el placar que ropa usaría, opté por unos tejanos desteñidos, casi sin uso que Marisa me había hecho comprar, una camisa azul y blanca y una chaqueta sport. Me afeité con esmero, me cepillé los dientes como nunca, me perfumé a conciencia y me vestí con entusiasmo.

No le debía nada a nadie, no tenía lazos que me detuvieran, era un adulto y había decidido empezar a ejercer mi súbita soltería. Sonreí al espejo y me devolvió una imagen de entusiasmo y alegría. No me sentía así desde los 15, cuando salí por primera vez con una chica en la secundaria.

Salí anónimamente, caminé hasta la esquina, compre un buen champagne en una tienda de licores que ya casi cerraba y me subí al primer taxi que pasó. Le indiqué la dirección y nos pusimos en movimiento. Una duda asaltó mi mente y la borré de un soplido. Mierda, que fuera lo que el destino dispusiera, que importaba lo demás.

Llegamos a una urbanización nueva en el extremo de la ciudad. Rodeada de jardines sobrios y caminos recién asfaltados. Nunca antes había pasado por allí. El taxista me dijo que era un barrio nuevo. Nos detuvimos frente a un dúplex que tenía su gemelo a la derecha. Pagué y bajé. Eché un vistazo a la casita. Era nueva, sobria y lucia elegante. Un pequeño jardín muy cuidado. Una puerta maciza tallada, un ventanal amplio con la cortina baja en el primer piso, y dos ventanas en el segundo. Una cochera con un compacto y un scootter que asomaban, daban fin a la propiedad.

Vi luz en la planta baja, el jardín estaba iluminado por un foco indirecto desde un costado, y una tenue luz iluminaba el portal.

Caminé por el sendero y pulsé el timbre, sentí que mis piernas temblaban por un instante y me aferré a la botella de champagne, ya estaba, no había marcha atrás.

Sentí un ruido de tacones y la puerta se abrió, una sala tenuemente iluminada quedó a la vista, y la puerta escondía alguien detrás. Vi como su cara sonriente se asomaba y con un gesto de su mano me invitaba a entrar.

Mi boca quedó desmesuradamente abierta y su mano me cerró la mandíbula.

Hola, guapo. Me dijo, Julio?, mientras cerraba la puerta a mi espalda.

No salía de mi asombro, estaba frente a una chica espectacular, era su misma cara, su misma sonrisa, pero no era él… era… ella. Estaba maquillada, sus labios rosa oscuro brillante, sus ojos delineados, polvo en sus mejillas, un peinado perfecto… con ese flequillo cayendo a un lado. Llevaba un vestido tipo solera, estampado en blanco y rosa, espalda descubierta, ceñido a la cintura y la falda plisada que moría unos centímetros antes de sus rodillas. Sus sandalias eran blancas, más de 10 cm sin duda y aquellos pies tan sexys.

Guauuu!!! Exclamé con sincera sorpresa. Luces espectacular. Dije sin poder quitarle los ojos de encima.

Gracias, tu también. Contestó mientras tomaba la botella de champagne y se acercaba a un mueble del cual extrajo dos copas.

Miré su andar casi felino y no pude evitar tener una nueva erección. Acomodé mi miembro para que no se notase tanto.

Toma asiento, por favor. Me alegra que hayas venido, estaba muy ilusionada, pero tenía mis dudas, en fin, ya estás aquí. Dijo ella, mientras giraba con gracias y se dirigía hacia mí con las copas y la botella. Ábrela tú que eres más fuerte, yo voy por unos snaks a la cocina. Dicho eso giró nuevamente y pude apreciar su hermosa figura en movimiento. Tenía unas piernas hermosas y lucía espectacular, no podía salir de mi asombro.

Regresó de inmediato con una bandeja con nachos, salsa, y demás. Yo me había sentado en un sofá de 3 cuerpos y ella, previo alisar su falda, tomó asiento a mi lado. Destapé la botella sin dejar saltar el corcho, y serví las copas. Le extendí una mientras ella cruzaba sus piernas y yo me encandilaba con sus muslos, vaya mierda, estaba para comérsela.

Brindamos por nosotros, por la decoración, por los decoradores y por la fortuna.

Soy Julia, un gusto el conocerte. Me dijo, mientras extendía su copa hacia a mí una vez más.

El gusto es mío. Dije mientras chocábamos las copas en un nuevo brindis. Y esa era Julia, vaya si lo era, una mujer infartante a mis ojos, nada más me preocupaba.

Charlamos como dos adolescentes. Hablamos de su trabajo en mi casa. Me comentó algunas ideas que no habían prosperado pues mi ex tenía una opinión diferente, a pesar de que hubiera sido más económico. Le di carta blanca para que hiciera lo necesario para que todo quedara como ella creía debía quedar. Le hubiera pagado una casa nueva si me lo hubiera propuesto. Ella me dijo que no eran tantos los cambios y que me saldría más en cuenta. Reímos mucho, estaba encantado con ella, no me imaginaba cuál sería el final, pero sabía que no me arrepentiría.

Casi terminábamos la botella y estábamos encendidos, sus mejillas y su nariz tenían un tinte rosado y su sonrisa me iluminaba. Acorté la distancia y la besé dulcemente, disfrutando sus suaves labios. Pronto nuestras bocas se abrieron y nuestras lenguas se buscaron con desesperación. Me encantó su aliento fresco y el sabor a champagne de su boca. La estreché en mis brazos y nuestros cuerpos buscaron acomodo en el sofá.

Me saqué la chaqueta como pude, sin dejar de besarla y mis manos volvieron a la acción, acaricié con suavidad su espalda y mi otra mano navegó debajo de su falda acariciando un tibio y suave muslo hasta una de sus nalgas, la apreté suave pero con firmeza y ella se estremeció con mis caricias.

Sentí como una de sus manos sacaba mi camisa fuera del pantalón y acariciaba mi espalda con suavidad, explorándome con cierta timidez, excitándome más. No sé cuantos besos intercambiamos, cuantas caricias llenas de pasión fueron las necesarias para inflamarnos. Besé su cuello suave e interminablemente, una y otra vez, busqué sus hombros con mi boca, los mordiqué con suavidad, mi lengua se deleitó con su carne tibia.

Ella se paró de pronto y tironeó de mi mano. La seguí escaleras arriba hasta su recámara, aplaudió y las luces se encendieron, aplaudió nuevamente y se atenuaron. Una cama enorme con sábanas rosadas inmaculadas nos esperaba.

Nos besamos más, la sostenía por el talle y parecía flotar entre mis brazos, agarré los breteles del vestido y le bajé la parte superior, mientras ella bajaba un cierre lateral en la falda y el vestido se escurrió al piso como por arte de magia.

Quedó solo con una tanga cavada, que delineaba su cintura acentuando sus caderas, sus torneadas piernas parecían interminables. La besé presa de una irresistible excitación. Creo que no tenía senos, no podía reparar en detalles, pero al acariciar su pecho sentí sus pequeñas tetitas. Jugué con un pezoncito y ella gimió como herida. Era tan sensual, me derretía de placer.

Me solté el cinturón, desabotoné la camisa con su ayuda y pronto quedé solo en slip, mi polla erecta parecía un mástil, ella lo notó y sonriendo posó su mano con suavidad y me produjo una descarga eléctrica. Si me tocaba un poco más me corría allí mismo.

Nos dejamos caer en la cama con suavidad y nos fundimos en un abrazo, nuestras piernas se entrelazaron y nuestras bocas se buscaron con desesperación. No me daban las manos para prodigarme en caricias, y ella hacía otro tanto. Mi cuerpo sentía la tibieza del suyo y nuestras pieles disfrutaban de roces, caricias y demás, la besé como loco, cuello, cara, nuca, hombros, hasta llegar a sus tetitas, me esforcé en succiones y mordiscos cariñosos, mi lengua tampoco tenía piedad con ella.

Ella gemía y suspiraba, yo bufaba de calentura, parecía un toro en celo. Ella me bajo el slip y mi polla saltó como enloquecida, sus suaves manos la acariciaron y mi cuerpo se estremeció de placer. No sé si eran sus caricias o la atmósfera en la que respirábamos lo que me enardecía así. Mi sorpresa fue cuando sentí algo duro contra mi vientre, me separé para observar su polla, larga, unos 15 o más cm y más delgada que la mía. Se excusó y trató de devolverla a su tanga, yo la besé en la boca con pasión y retiré su mano. Nada me importaba a esa altura. Mi cerebro se había freído de calentura.

Le saqué la tanga a manotazos, casi con brusquedad, no podía razonar y no me sentía con ganas de coordinar mucho, la quería completamente desnuda, quería fundirme en aquel cuerpo maravilloso, sensual, excitante.

Ella se separó con decisión, la miré perplejo, pero me sonrió y agachándose entre mis piernas vi su boca buscar mi miembro casi en cámara lenta. Su lengua hizo un suave contacto con mi glande y me estremecí, jugueteó con una serie de leguetazos, mientras su mano acariciaba mis testículos con suavidad, apenas la punta de sus dedos sobre el vello que cubría mis compañeros inseparables. Sentía un placer demoledor, que suavidad de caricias mientras su boca atrapaba mi polla humeante de calentura.

No sé cuanto mamó, pero lo hacía con una delicadeza extrema que me hacía retorcer de placer, mientras sus dedos acariciaban mis bolas y esa recóndita parte que baja desde allí hasta el ano. Nunca lo había experimentado, ninguna de las decenas de chicas con las que había tenido sexo me había acariciado así, y yo que pensaba que en una cama lo había experimentado todo

Lo que que me pasó fue inexplicable, no tengo idea en que pensé en ese momento, pero presa de un instinto desconocido, la tomé por un muslo con fuerza y la hice girar de tal forma que su pubis quedó frente a mis ojos. Su polla estaba erecta al máximo y apuntaba a mi cara, algo se imaginó pues dejó de mamarme y me observo con atención. Miré su polla y luego busqué sus ojos. Parecía que el tiempo se hubiera detenido, disfruté de ese momento como no os podéis imaginar.

Sin dejar de mirarla aproximé mi boca despacio, luego cerré los ojos y me engullí su apéndice. Sentí como en su cuerpo se contraían sus músculos por un par de segundos, antes de que su boca volviera con más ganas a comerse mi polla, pues eso parecía, que se la comía.

Si nunca mamaste una polla no me entenderéis, pero si lo hicisteis compartirás mi sentir. Fue como un despertar en un nuevo placer. Aquel falo firme, tibio y de una suavidad exquisita me enloqueció, lo succioné desesperadamente, metí lengua como un poseso. Lugo sintiendo lo que ella me hacía me orienté y empecé a repetir sus padrones. Nuestros cuerpos se tensaban de placer y nos esmerábamos en darnos más y más, a medida que disfrutábamos con aquel 69 fantástico.

Fue un descubrimiento único, como la pólvora o la electricidad en su tiempo, al menos en lo que a mí respecta. Nunca imaginé un placer tan simple como formidable. Si me hubierais visto os moriríais de envidia.

Mis manos acariciaban sus bolas, mayores que las mías, suaves, sedosas, Julia estaba completamente depilada, era increíble cómo me iba en caricias, besos, succiones. Mis dedos buscaron su culito, sus nalgas se separaron y dejaron el camino abierto. Lo acaricié casi con temor, sintiéndola estremecerse de placer. Rondábamos la lujuria, os juros que era así.

Mi dedo empezó a hacer cuevita en su ano rosadito, o eso me pareció, hasta que logré introducirlo. Agregué saliva y sentí como se iba adentrando en su profundidad. Lo saqué y lo humedecí con mi boca, no sentí gusto a nada, lo que me llamó la atención por un segundo, (en ocasiones lo había sacado cagado o maloliente), al siguiente ya se lo introducía de nuevo. Julia gemía de placer, alentándome a continuar.

Vi como me alcanzaba algo, era un gel o aceite. Unte su culito con ganas. La muy maldita se revolvía de placer. Mi dedo se deslizaba como un pez en el agua, y ella apretaba su culito a mi paso, queriendo sacarle más placer al intruso. Me indicó que usara dos y cuando pudiera tres, que era lo que necesitaba para estar lista para mí. Así lo hice, con paciencia, como lo había leído en internet hacia unos años y como lo había hecho algunas las veces que alguna chica me había permitido entrar por la retaguardia.

Luego que logré insertar el tercer dedo con facilidad, ella se enderezó y nos sentamos en la cama, nos abrazamos y besamos como colegiales enamorados y ella me preguntó como deseaba hacerlo, yo le dije que ella mandaba.

La vi acostarse de espaldas, tomó el gel y me lo extendió sobre mi miembro a conciencia. Luego levantó sus piernas al aire y separó sus nalgas con las manos, me sonreía sin dejar de mirarme. Me incline hacia ella, coloqué sus piernas en mis hombros y apunté con mi polla a su hoyito. Ella buscó mi polla con una de sus manos por debajo de sus piernas y me guió a la entrada, me tironeó un poco incitándome a que entrara.

Hice un poco de presión en su esfínter y sentí como su cuerpo se tensaba involuntariamente, la oí aspirar profundamente y distenderse, su cara expresaba cierta tensión. Continué presionando con suavidad hasta que finalmente sentí como su ano cedía suavemente a mi presión y gracias al lubricante mi glande penetró, siendo engullido por aquel hermoso culito rozagante.

Me detuve un instante, dándole tiempo a que se adaptara al espesor de mi polla, un instante después sentí su mano incitándome a continuar. Presioné apenas, manteniendo cierta constancia y note como ella se esforzaba en recibirme, lo que me permitió embocarla hasta el fondo con suavidad. Allí hice un nuevo alto y Julia me sonrió, sus manos acariciaron mi espalda y mi nuca y me invitó a besarla, me incliné sobre ella y sus rodillas quedaron a la altura de sus hombros, su cuerpo era sumamente flexible. Nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas se buscaron, fue un beso suave, tierno, ella me tenía en su interior y me incitó a moverme con sus caderas y así lo hice.

En el camino de entrada sentí como su culito presionaba mi polla como si fuera un suncho, pero al empezar a moverme comprobé que ya había dilatado lo suficiente para moverme sin problemas. Cada envión, suave y firme, era acompañado por un gemido apagado entre los besos que nos dábamos, al retirarme notaba su calentura pues a veces casi me mordía los labios. La suavidad de mis movimientos pareció excitarla más, pero al cabo de unos minutos me susurró al oído que quería más, y más duro. No tuvo que repetirlo, me estaba conteniendo, mientras medía sus reacciones, un buen amante debe saber complacer a su pareja, y eso trataba, pero si te piden más, eso debes darles.

Así lo hice, empecé a bombear con ganas y ella a gemir como loca, nos besábamos, nos lamíamos mutuamente la boca, la cara, lo que nos quedara más cerca en el momento, apenas coordinábamos un beso de tanta bomba que le daba y lo excitados que estábamos. Su polla continuaba bastante erecta y se frotaba contra mi vientre, apenas lo noté, hasta que sentí su mano tratando de agarrársela para masturbarse. Separé mi vientre del de ella y me afiné en las embestidas, ya sentía próximo el orgasmo, sentí como se la meneaba y gemía sin vergüenza alguna.

Empecé a explotar dentro de ella casi sin proponérmelo, los espasmos fueron sobrecogedores, de mis labios se escaparon algo así como unos rugidos de placer y me descargué totalmente en su interior. Empujé un poco más y ella también se corrió finalmente y sentí su semen caliente contra mi vientre. En otras circunstancias quizás me hubiera disgustado, pero en esa ocasión me sentí honrado y satisfecho. Mi pareja había llegado al clímax y había logrado un orgasmo completo.

Permanecí en su interior, mientras la cubría a besos, entusiasmado como un chico con su primera novia. Rebosaba de satisfacción y ella me correspondía de igual manera. Al cabo de un par de minutos me retiré cuidadosamente de ella y me tendí boca arriba a su lado. Estaba exhausto pero feliz, no recordaba cuanto hacía que no tenía sexo tan gratificante.

Continuará