Conociendo a fondo las chicas del gimnasio: Marisa
De vuelta a la rutina, me encuentro con Marisa, una amiga del gimnasio con un gran culo y que me enseña cosas nuevas.
La vuelta a casa significó también volver a la rutina. Intenté quedar y mantener el contacto con Alicia, pero se tuvo que ir de viaje y se le estropeó el móvil.
Después de una semana de descanso, volví al gimnasio por las mañanas. Entre la hora a la que iba y el ser verano, había poca gente y se estaba muy tranquilo.
Allí me encontré a Marisa, era una chica joven, de 26 años. Tenía un cuerpo atlético que coronaba con un buen culo tonificado. Esto chocaba con su pecho, que era escaso.
Se notaba que era una mujer a la que le gustaba provocar, y eran muchos los que se le acercaban en el gimnasio como si fueran superiores, pero ella sabía dejarlos en ridículo y pasar de ellos.
Yo hice buenas migas con ella, ya que la conocía de hace años cuando empecé en ese gimnasio. Teníamos buena relación y a veces nos ayudábamos en las máquinas, los estiramientos...
La diferencia era que desde lo ocurrido con Alicia, yo ya no era tan tímido y ahora miraba el increíble culo de Marisa sin temor. Me gustaba ponerme detrás de ella en las bicis estáticas.
Un día Marisa me pidió ayuda para probar una nueva máquina y me dio la noticia de que la habían cogido como monitora por las tardes, así que debía aprender a usarlo todo bien.
Yo acepté a ayudarla y se puso a cuatro patas en la nueva máquina. El ejercicio consistía en un movimiento con la pierna a la cual iba atada una goma con peso.
En cuanto vi a Marisa en aquella postura y el movimiento de su cuerpo, me quedé embobado y con una erección que crecía cada vez más.
-Julio, ¿Lo estoy haciendo bien? -Tardé unos segundos en reaccionar, así que Marisa se giró, viendo el bulto de mi pantalón. -Pues parece que lo estoy haciendo muy bien, si.
-Perdona Marisa, yo no quería...
-Tranquilo. -Ella se bajó de la máquina y se secó el sudor -Es normal, hace mucho calor. Vamos que te invito a algo frío.
Acepté y por el camino me disculpé un par de veces más mientras ella le restaba importancia. Decidí cambiar de tema y preguntarle por el nuevo trabajo. Al llegar a la máquina de bebidas, ella usó una tarjeta en blanco, que por lo visto dejaba que los empleados sacasen bebidas con descuento.
Le agradecí y nos sentamos en una de las mesitas que había.
Estuvimos hablando sobre las clases que daría y los fallos más raros que habíamos visto en el gimnasio. En medio de una de mis anécdotas, ella se puso a beber, pero de la risa la bebida isotonica le cayó sobre su sujetador deportivo de color gris. Me levanté a por papel y al volver pude ver como su pezón se marcaba. Intenté evitar la mirada pero era casi imposible.
Ella se tapó con las manos, mirando hacia abajo.
-Que envidia me dan las niñas de ahora, a cualquiera le salen unos melones increíbles.
-Mujer, si tu no estás nada mal, tienes un cuerpo muy bonito. -Lo dije casi sin querer, como una respuesta automática
-¿Tu crees? Seguro que se lo dices a todas -Me miró y se rió
-Que va, de todas las que estaban hoy, eres la que tiene mejor cuerpo. -Decidí seguir, ya no podía echarme atrás
-Que tonto. Bueno, me voy. Me debes un café, pero en un sitio de verdad, no aquí.
Me despedí de ella y fui a los vestuarios. Tuve suerte y pude entrar en una de las duchas individuales. Pensando en Marisa empecé una paja que paré en cuanto entró más gente al vestuario. Me duché con agua fría y salí lo más rápido posible.
No volví a ver a Marisa hasta una semana y media después. Pensaba que se habría sentido incómoda y que prefería no acercarse a mi, pero al verla me sonrió. Estando en las bicis se acercó a mí y me dijo que estaba ganando musculatura. Casi como un tic nervioso le guiñé un ojo. Ella sonrió y se fue a una de las clases con monitor.
En la salida, cuando iba a irme, me la encontré hablando con la recepcionista, levanté la mano para despedirme y se acercó a mí.
-¿Haces algo o me invitas a ese café?
-Claro, si quieres...
Llegamos a un café cercano, Marisa llevaba unos shorts que fueron mi fijación la mayor parte del camino.
Estuvimos hablando un rato de sus nuevas clases, me comentó que no había vuelto por las mañanas ya que la primera semana había sido muy cansada. Hablando de sus alumnos, nombró a Alba, una socia del gimnasio con quien también me llevaba bien, pero a la que hacía años que no veía.
-Pues le pregunté a Alba y tiene 19 años solo, ¿Cuantos tienes tu?
-Igual, somos del mismo año
-¡Hostia! ¿19? Pensaba que eras mayor.
-Eres una asaltacunas, tomas el café con niños, que dirá la gente...
-Bah. Los del gimnasio me dan igual, bastantes rumores se oyen ya por ahí en los que soy la protagonista.
-Pues yo nunca he escuchado nada, ¿Que dicen?
-Un imbécil que rechacé una vez empezó a decir que era una puta y que era lesbiana por no querer salir con él.
-Mucho tonto suelto, además, como si ser lesbiana fuese un insulto. -Tanteé el terreno, si que siempre me había extrañado que rechazase a tantos.
-Ya ves. Y si quisiese tirarme a cualquier tía, lo haría, pero tranquilo, te dejo a Alba a ti. -Se rió. Yo me sorprendí, ya que nunca habíamos hablado de esas cosas
Le aclaré que hacía mucho que no veía a Alba y cambié el tema como pude, al final me tuve que ir.
El día que volvimos a cruzarnos en el gimnasio, este estaba más vacío de lo habitual. Marisa me ofreció practicar los masajes que daban en el gimnasio, los haría gratis para coger práctica. Intenté rechazarlo, ya que no sabía cómo reaccionaria mi cuerpo y no quería empalmarme. Ella no me hizo caso y me obligó a entrar en la sala. Me tumbé boca abajo y me quedé en calzoncillos con una toalla encima mientras ella iba a por las cosas.
El masaje era muy relajador y le dije que a ese paso iba a quedarme dormido. Me lo prohibió con una palmada en el culo.
-¡Auch! -Me quejé más que por el dolor, por la sorpresa.
-Vamos, no exageres, que si quieres luego te dejo devolvermela.
Me puso a mil y por como estaba tumbado, mi pene no estaba cómodo, así que me incorporé en un momento para colocarme mejor. Marisa se asustó y se le cayó uno de los botes al suelo. Cuando se agachó a recogerlo, su culo quedó a escasos centímetros de mi cara y me entraron ganas de hacerle de todo. Mi polla estaba que estallaba y justo era el peor momento, pues Marisa me hizo girarme y aún intentado retrasarlo, no me dejó.
El giró dejó ver la erección por debajo de la toalla. Marisa no le dió mucha importancia, pero me pidió que me quitara los calzoncillos por la circulación. Con toda la vergüenza del mundo, le hice caso, tapándome en todo rato con la toalla.
En cuanto cerré los ojos, ella quitó la toalla.
-¡¿Pero que haces?!
-No me seas crío, no me deja trabajar bien. Y no pasa nada, suele pasar cuando te relajas.
-Bueno, no es solo por la relajación -Intenté taparme con las manos.
-¿Es por mi? -Su cara cambió radicalmente por una de viciosa total, me di cuenta de que no había sido casualidad, así que me dejé llevar. Asentí con la cabeza y solté mis manos.
Ella rápidamente se desvistió, tirando sus bragas a mi cara, en cuanto las cogí, vi que estaban mojadas. Sin pensárselo dos veces, Marisa escupió sobre mi verga, lo esparció un poco y se subió sobre mi.
Se dejó caer sobre mi polla y la camilla se tambaleó. Empezó a moverse rápidamente y casi la tumbamos.
-Para, que se cae. -Me miró con cara triste y se levantó, me bajé de la camilla y la apoyé en la pared. Ella se subió dándome la espalda y con las piernas totalmente abiertas.
-¡Vamos! -Se dió una palmada en el culo
La embestí por detrás y ella empezó a gemir sin control. Eso sumado a los golpes de la camilla contra la pared, armaban mucho escándalo.
Bajé el ritmo para advertirle del ruido.
-Si no chillo, no follo. Toda esta zona está cerrada al público y lo demás insonorizado. Dame y no hagas que me arrepienta.
Subí el ritmo, dando unas sacudidas secas que impactaban contra su culo, que absorbía todo movimiento.
Me pidió que parara un momento, pero como "castigo" por lo que había dicho, tardé un par de minutos. Ella se levantó de la camilla, cogió uno de los botes y me lo huntó en la polla.
-¿Alguna vez te has follado un culo? Bueno, si lo has hecho, seguro que no ha sido uno como este, así que yo llevo el ritmo.
Se apoyó en una de las mesas, llevó mi polla a su ano y con la cadera empezó a penetrarse poco a poco. Al principio costó que entrara, pero pronto lo hacia sin problema.
-A este ritmo.
Marisa dejó que yo tomara el control, agarrándola de sus caderas. Era increíble cómo se dejaba hacer. Aumenté mi ritmo y no hubo queja. Ese culo me estaba volviendo loco y empecé a azotarla. Los primeros fueron flojos, pero pronto le cogí el gusto.
Su nalga derecha estaba ya roja cuando paré en seco. Ella protestó y yo la llevé a mi polla para que me la chupase. En vez de eso, me dejó follarme su boca, cogiéndola de la cabeza. La arcadas que le daban al tenerla toda dentro eran deliciosas y me ponían muy cachondo.
La senté de nuevo en la camilla y empecé a lamerle los pezones. Estaban muy duros.
El móvil de Marisa empezó a sonar, por lo visto era Alba. Le invité a cogerlo y lo hizo, se apoyó de nuevo en la camilla y se puso mi toalla en la boca. Capté el mensaje y me embardurné la polla de nuevo con aquel líquido para empezar a follarme su culo.
Los gritos de Marisa se contenían en aquella toalla. Cuando iba a hablar, aumentaba el ritmo, hasta que escuché mi nombre.
-Si cariñooo, le he visto hoy pero no le he hablado de ti. A ver si puedo convencerlo de que venga una de las tardes... ¡PARA QUE TE LO FOLLES!
Al escuchar aquello empecé a meter los dedos en su coñito, Marisa ya casi no podía hablar y tuvo que colgar.
-¡Acaba en mi culo, hijo de puta!
No tardé mucho más en llenarla de mi leche. Al notar como me corría dentro de ella, dio un grito espectacular, dando a entender que también se había corrido.
Nos limpiamos como pudimos y nos tuvimos que ir por la hora que era, pero acepté de buena gana ir un día por la tarde, le di mi número de teléfono para quedar.