Conociendo a Elena.
La casualidad hace encontrarte con gente con la que compartir experiencias que aun siendo normales no ocurren todos los días.
Antes muerta que sencilla decía mi vecina del tercero, supongo que lo decía porque las gallinas eran unas santas comparadas con ella, una rubia de bote fea pero sumamente buenorra, con grandes pechos y enorme culo que se paseaba medio desnuda pidiendo azúcar por todo el edificio, a mi me la había pedido varias veces, siempre que casualidad, cuando mi mujer no estaba, yo por supuesto se la daba y con mucho gusto. Se comentaba que se había tirado incluso a nuestro portero, un deleznable ser, amorfo y vicioso al que yo no dejaba ni que me bajase la basura; pero mi relato no va de las gallinas, ni de putas, ni siquiera de mi vecina del tercero que era una puta y follaba como las gallinas y menos del enfermo psicópata de mi portero, que no se cuando coño lo vamos a echar, mi relato va de una mujer que conocí que era sencilla y por tanto, feliz.
Aclaro el tema de la sencillez, no vaya a ser que el término lleve a conclusiones erróneas, refiriéndome a la acepción de sencilla como aquella persona que da a los demás un trato de igualdad, aunque sea superior a ellos por cultura, clase social o en cualquier otro sentido, y que ve la vida de una manera sencilla, esto es, sin dificultades ni complicaciones.
Elena era sencilla y veía la vida de una forma sencilla, recién cumplidos los 40 llevaba una vida normal, tenía una familia que la adoraba, un trabajo que le funcionaba y unos amigos que la admiraban, no le faltaba de nada y nada era lo que ella le pedía a la vida, salvo una cosa, ser feliz, y para eso tenía una sabia receta, sencillez, la vida es sencilla, los problemas se solucionan, al mal tiempo buena cara y al que no le guste, puerta, visto desde fuera puede parecer utópico, pero una vez que conozcáis su historia veréis como no.
Yo la conocí en la cena de empresa de mi mujer al que estábamos invitados las parejas, era la tercera a la que asistía, tengo que reconocer que me lo pasaba francamente bien, me solía juntar con dos personajes que no paraban de beber y contar burradas sobre lo que le harían a una u otra de las presentes, una vez uno iba tan pasado que incluso llego a describirme como le daría cuatro azotes a una de rojo que marcaba trasero y le daría su buena razón de carne por el culo hasta que se percató de que hablaba de mi mujer, cosa que nos hizo gracia a todos porque una vez localizada a la suya le dije la cantidad de carne que le metería yo a ella, en fin, buen rollo. Elena era una mujer de unos 40 años que no pasaba desapercibida, grandes ojos marrones que se conjuntaban con pelo corto lacio atado con una cinta blanca con ribetes plateados a modo de charlestón y que dejaban al descubierto su bello rostro de piel blanca y suave, esbozo eterno de sonrisa que trasmitía simpatía y cercanía, de estatura media, vestía esa noche un vestido de terciopelo oscuro con destellos de azul medianoche que marcaban una figura colosal, con grandes pechos bien definidos de recatada exuberancia, cintura pequeña y delicioso trasero que se erguía sobre dos piernas largas y delgadas cubiertas por medias de fina trencilla que cerraban zapatos negros de tacón alto con unas pequeñas piedras de cristal que hacían conjunto con la cinta de la cabeza.
Me quedé mirándola fijamente, y en mi despertó cierto deseo ya no solo motivado por su belleza sino por su forma de hablar y de moverse que me dejo levemente perturbado, ella se giró y cruzó su mirada con la mía que fui incapaz de apartar, solo sonreí, gesto que devolvió mientras se volvía a girar y seguir en su conversación. A ese gesto se unieron más durante las noche, miradas furtivas, sonrisas pícaras, incluso un hola mío y un adiós suyo al cruzarnos en el camino de los baños, nada más, solo eso, pero eso simplemente produjo en mi una descarga de ilusión que hacía tiempo no recordaba.
Logré enterarme que era la nueva directora de marketing, felizmente casada con un concejal del ayuntamiento, dos hijos en colegio privado y un BMW X3, que al parecer aparcaba de manera poco sutil, se decía que era muy exigente e implacable con el cliente pero una buena y amigable compañera de trabajo.
Pasaron justo tres días hasta que volví a cruzarme con ella, fue en un centro comercial, esta vez el hola no tuvo un adiós como respuesta, -hola-, me dijo cuando nos volvimos a cruzar parándose enfrente de mí y propinándome dos sonoros besos. –me llamo Elena, y tu eres Alfredo, ¿no?-, yo asentí, -ya veo que estás informada-, si, nos conocimos en un curso hace varios años, pero se ve que no te acuerdas. Yo me quedé bloqueado, -joder, Elena, ahora caigo, dios, como has cambiado, no te había reconocido, ¡que fuerte!; tras varias sonrisas y contarnos en pocos minutos nuestras felices vidas, nos dimos el teléfono y quedamos en llamarnos, llamada que no tardé ni tres minutos en hacer para simplemente hacerme el simpático o el garrulo, depende de cómo se vea, pero a ella le hizo gracia, -para que esperar, si te apetece quedar, pues dime cuando-, me dijo entre risas.
Durante las fiestas de navidad quedamos varios veces, eran citas cortas pero intensas, un café por aquí, otro por allá, casi como encuentros casuales, en las que hablábamos de nuestras vidas, que por cierto eran felices, de nuestras inquietudes de nuestros deseos y en las que poco a poco, entre broma y broma, íbamos soltando nuestros sentimientos que iban erotizando cada momento que pasábamos juntos, a todo eso le acompañaban intercambio de mensajes que iban subiendo de tono dependiendo de la hora y la ocasión en la que estuviésemos cada uno.
A mitad de enero, cuando ya nos habíamos dicho de todo, incluso confesado autosatisfacciones placenteras pensando uno en el otro, coincidimos y esta vez de manera casual, en los vestidores de una conocida cadena comercial. Nos quedamos de piedra, e instintivamente nos metimos en una de las cabinas, y allí sin decir nada, nuestras bocas se juntaron por primera vez, fue un beso pasional, agresivo, su lengua buscaba la mía, mi cuerpo se apretaba con el suyo, mi miembro se retorcía de dolor, quería liberarse, la giré y comencé a rozarme sobre su trasero, mis manos apretaban sus senos mientras vampíricamente devoraba su cuello, sintiendo como se erizaba a cada pequeño mordisco que le daba, no llevaba ningún perfume, lo que me excitaba mucho más por su agradable olor natural.
Tras unos instantes sentí una de sus manos acariciando mi miembro, -la quiero dentro, Alfredo, la quiero dentro ya-, subí su vestido y con delicadeza introduje mi mano en su sexo que estaba depilado y mojado, empecé a explorar un sexo suave y rugoso, caliente y corrosivamente empapado, ella intentaba sin éxito liberar mi miembro, acallé con mi mano sus gemidos que empezaba a resonar en el pequeño habitáculo, -no pares, sigue así-, decía mientras apretaba su culo contra mi verga que se retorcía casi de manera dolorosa dentro de mi pantalón, hasta que no aguanté más, liberé mi mano de tan plácido lugar y baje sus pantys negros y sus bragas poco a poco hasta sus talones dejando enfrente de mis ojos un trasero firme y vislumbrar por abajo unos labios vaginales grandes y bien formados.
Me volví a reincorporar y sin muchos aspavientos, me desabroché el pantalón y deje libre mi mástil morado por la opresión a la que había sido sometido durante ese breve espacio de tiempo, lo coloque sobre sus nalgas, -¿lo sientes?, no lo he tenido tan duro jamás-, ella busco con su mano el trozo de carne que rozaba su culo, -buffff, la verdad es que no me la esperaba tan grande, joder, me vas a destrozar-, y sin preguntar la colocó en la entrada de su sexo ávido de placer.
No hubo ninguna resistencia, estaba extraordinariamente lubricado, mi miembro entró de un solo golpe hasta clavarla por completo, un leve grito salí de su boca que no pude parar con mi mano, que de nuevo volvía a taparla para evitar ser descubiertos. Nos quedamos inmóviles durante unos segundos, mi mano izquierda aprisionaba su boca mientras mi mano derecha la agarraba fuerte por su cadera, y así empecé a moverme ligeramente, ella se acomodó sacando un poco más su trasero para que le penetración fuese lo más profunda posible. Los movimientos eran lentos y secos, sus paredes vaginales disfrutaban de cada centímetro de mi enervado miembro, bajaba con lentitud para volver a perforarla de manera seca y dura, sentía sus ahhh como chocaban con la palma de mi mano, así varias veces, hasta que los movimientos se volvieron mas suaves y más rápidos, mi mano soltó su boca y buscó su punto de placer, quería que gozase tanto como estaba gozando yo, ¡ahhhhhhh, joder, me estás deshaciendo entera, cabrón!, exclamó cuando mi mano rozó su hinchado clítoris que encontré con suma facilidad. ¡joder, joder, joder, no pares, sigue, fóllame, no pares!, susurraba entre gemido y gemido, ¡vas a hacer que me corra ya, vas a hacer que me corra, so cabrón!, sus palabras me excitaba más y más, mis movimientos se aceleraban y se volvían más impulsivos, ¡calle cabrona, que el que se va a correr ya voy a ser yo como sigas así!, le dije mientras la clavé hasta el infinito casi levantándola del suelo. Sus gemidos volvían a intensificarse y volví a intentar hacerla callar introduciendo mis dedos en su boca, a lo que respondió con un suave pero intenso mordisco que a duras penas soporté.
De repente ella empezó a coger las riendas de los movimientos, y yo me quedé parado mientras su cuerpo se contorsionaba girando sobre mi inmóvil polla que se dejaba apretar por ese cálido y delicioso sexo. Mi mano seguí acariciándola, liberó la mano que tenía aprisionada con su boca y comenzó a susurrar ¡me voy a a correr, me voy a correr ya, joder, me estoy corriendo!, sentí como su cuerpo se electrizaba con cada espasmo que el orgasmo le iba proporcionando, una, dos, tres, cuatro, de manera hostil apartó mi otra mano de su clítoris intentando evitar el exceso de placer que estaba sintiendo, sentí como su cuerpo se contraía, mi miembro estaba a punto de estallar, se quedo parada y poco a poco se desprendió del enorme trozo de carne que había invadido su preciado lugar, se dio la vuelta y dándome un largo y sentido beso, se agacho e introdujo mi polla en su boca. Poco aguanté, y comencé a correrme abundantemente viendo como por la comisura de sus labios salía todo el semen que no podía asimilar, ella seguía succionando toda mi leche, vaciándome por completo, hasta que notó que no me quedaba nada más.
Yo me retiré apoyándome sobre la puerta del vestidor, observando como ella sacaba una toallita de su bolso y depositaba sobre ella los restos de semen que aún quedaban en su boca, limpiando sus labios y mirándome con cara de goce infinito, sonriendo se reincorporó, colocándose de nuevo su ropa, yo hice lo propio. ¡que pasada, que sepas que es la primera vez que hago esto, no es broma, es la primera y espero que no sea la última, me ha encantado!, mientras cogía su bolso y salía dándome un beso en la mejilla y dejándome dentro del vestidor.
No tengo ni idea de si alguien nos escuchó, yo tardé un poco más en salir, yo si había sido infiel anteriormente, historias sin importancia que me había hecho sentirme mal, que habían perjudicado mi relación y que por fortuna no lo habían destrozado, pero jamás me había sentido tan lleno de vida como en ese momento. Seguí intentando hacer mis compras de rebajas y me la volví a encontrar en la sección de zapatos, -¡hola!-, me dijo la muy descarada, -¿cómo que hola?-, le contesté yo con el mismo descaro,- ¿te apetece un café?-, me dijo con una normalidad que para mi era casi ofensiva,” joder, acabábamos de echar un maravilloso polvo en un vestidor, a saber si nos habrán oído, acabamos de ponerle los cuernos a nuestros respectivos, y ¿no ha pasado nada?”, pensé, -¡vale!, ¿pero ahora?-, le dije, ¡eres tonto!, me contestó, mientras me daba dos besos y con una sencillez pasmosa se giraba camino de la cafetería.
No cabe decir que me tomé ese café con ella, que seguimos hablando como si nada hubiese pasado pero como si hubiese pasado todo, que nuestras vidas siguieron igual, sin culpas, sin reproches, pero responsables felices, que nunca nos descubrieron, que compartimos muchos más cafés, y que experimentamos cosas nuevas hasta el infinito, cosas que contaré si ella me pide que las cuente, hechos que le relataré cada día que me los pida, recuerdos que clavaré en su mente en cada momento que la tenga entre mis brazos.