Conociendo a Diego: el inicio de todo.

Así empezó mi relación con Diego, tormentosa a ratos, pero casi siempre satisfactoria y, sobre todo, guarra y morbosa.

Aunque había aparentado seguridad durante la conversación con Diego, ni de lejos me sentía así en realidad. Estaba alucinando con su revelación, a pesar de que es lo que llevaba buscando durante meses.

Al día siguiente era viernes, y yo no iba a trabajar, pero le envié un SMS a Diego, diciéndole que quería hablar de lo que había pasado. Estuve esperando su respuesta durante todo el fin de semana, pero no me contestó, ni supe de él por ningún otro medio. Yo estaba cabreadísimo el lunes cuando fui a trabajar. Eran las siete  menos cuarto de la mañana y ya estaba en la oficina, imaginando de mil maneras la conversación que iba a tener con él, pero iban pasando los minutos y no llegaba. A las siete y media mi padre entró con el teléfono en la mano.

-Era Diego, que no puede venir, está en la cama con un virus.

Se debió ver en mi cara la mala leche que me entró en ese momento, porque mi padre me preguntó qué me pasaba.

-Nada, es que con el trabajo que hay hoy… me voy a agotar yo solo… - Subí a los vestuarios y le envié un mensaje. SI NO TIENES COJONES A AFRONTARLO PASO DE TI. Me pasé toda la mañana trabajando como una mula, intentando apartar de mis pensamientos el sexo, a Diego, saltando a cada comentario y resistiéndome a mirar el móvil.

Antes de la hora de cierre ya tenía a todo el mundo harto. Mi padre me mandó a casa y yo respondí dando un portazo y largándome soltando improperios. Me desnudé en el vestuario y me metí en la ducha. Mientras el agua fría desentumecía mi cuerpo me empecé a relajar. Me lavé la cabeza, los rizos rubios con los que tan contento estaba. Me acaricié los abdominales, no excesivamente marcados, y poco a poco mi polla se fue despertando. Mis pensamientos volaron hacia ese cobarde que me traía absolutamente loco, y saltaron como un resorte mis 17 centímetros. Me pajeé con furia, llegando al orgasmo rápidamente. Rodeé el glande, más grueso incluso que el resto de mi pene, con la mano izquierda, recogiendo el semen. Pensando una vez más que pertenecía a Diego, me lamí la palma, deleitándome con el sabor de mi néctar. Seguí con la ducha, me encantan las duchas largas. Tan largas que empecé a tener auténticas ganas de orinar. Sin pararme a pensar, dando salida a una idea que rondaba mi cabeza desde hacía mucho tiempo, apunté hacia arriba y me meé directamente en la boca, llegando a dar incluso un par de tragos. El sabor era intenso, salado y con un regusto a la cocacola que me había tomado un rato antes. El morbo que me daba era increíble, no podía parar de regarme todo el cuerpo, cuando entró alguien en el vestuario.

-¿Todavía en la ducha Miguel?

Mi padre. Dios. Le grité que ya terminaba y vi con alivio cómo salía de la habitación. Pero con el susto se me habían pasado las ganas de fiesta. Me vestí, todavía temblando, y me fui a casa cabizbajo, de nuevo enfadado con el mundo. Me decidí por fin a mirar el móvil en la soledad de mi cuarto, después de dar cuatro picadas a la comida. Dos mensajes. Diego. Mi corazón se encabritó. Tiré el móvil a la cama. Lo volví a coger. Lo abrí, y me armé de valor. “Me encontraba mal de verdad. Me gustas mucho pero tengo que ordenar mi mente. No te enfades, por favor”. El segundo era más corto: “lo siento”.

Y yo pensaba que antes me sentía mal. Ahora sí me sentía mal de verdad. Me sentía el mayor hijoputa del mundo. Había presionado al chico que más me había gustado en mi vida cuando aún estaba explorando su nueva sexualidad, e intentando entenderse a sí mismo. Le escribí, con las lágrimas agolpándose en mi garganta. “Me he portado fatal contigo, perdóname. Cuando quieras hablar te estaré esperando. Un beso” No pude evitar añadir una pizca de mi espíritu sarcástico, infantil y vicioso. “O si no quieres hablar también uso la boca para más cosas ;)”. La respuesta tardó en llegar menos de dos minutos. “Perdonado. ¿Quedamos esta tarde para tomar un café?”. Le contesté que pasaría a recogerlo, y adjunté una foto de mi paquete, a esas alturas hinchadísimo. Una vez más, la contestación llegó inmediatamente. Una foto de su polla empapando el calzoncillo. Era increíble la cantidad de precum que albergaba este chico.

Pasé la tarde nervioso como un crío antes su primera cita. ¿Qué me iba a poner? ¿Dónde íbamos a ir? ¿Llegaríamos a algo?

Llegué a su casa cinco minutos antes de la hora, y él ya estaba abajo esperando. Se subió al coche con una sonrisa tímida (¿tímida? ¡increíble!), y masculló un par de palabras de saludo, perdón… todo junto. Yo le posé la mano durante un segundo en la pierna. Noté cómo los músculos se tensaban brevemente, y luego se relajaban cuando le guiñé un ojo con una sonrisa.

-Bueno, ¿dónde quieres ir?

-¿Te parece a la cervecería de Jose? - Se quedó un momento pensativo- No, mejor a una donde no nos conozcan.

-Tú mandas.

Lo llevé a un bar donde había mesas metidas en pequeños reservados, pensando que se tranquilizaría un poco si se sentía que hablábamos en privado. Pedimos dos cervezas grandes, y nos sentamos. Esperé hasta que se decidió a hablar. Respiró hondo y se lanzó.

-A ver, creo que soy gay. Me gustas muchísimo. Nos conocemos desde hace tiempo, y quiero intentar una relación contigo. Pero tendrás que enseñarme.

Lo dijo con claridad, como si llevara pensándolo durante todo el día. Yo lo miré con la boca abierta. No sé qué esperaba exactamente, pero, desde luego, no esto.

-V-vale, tú también me gustas- balbuceé.

-Estás en shock- dijo con una sonrisa traviesa.

-No imaginaba que fueras a ser tan directo, y menos que… que fueras a decir precisamente lo que deseaba oír desde hace meses…

Me acarició la pierna por debajo de la mesa. Mi polla, que en los últimos días saltaba a la menor, levantó la tela de los vaqueros de inmediato. La mano avanzó, temerosa, hasta cerrarse alrededor del tronco con suavidad.

-Para, por favor. Últimamente estoy muy sensible.- Rió y retiró la mano con un apretón de despedida.

-Pues tendremos que ir a algún sitio más privado ¿no?

Asentí y me levanté, intentando que mi erección no se notara demasiado. Se me ocurrió que no había nadie a esas horas en el almacén, así que me dirigí hacia allí. Diego me masajeaba el paquete con cierta torpeza.

Llegamos. Lo llevé directamente a la oficina, mientras exploraba su boca. Estaba nervioso, pero besaba genial. Jugaba con la lengua, intercambiando saliva sin cortarse, mientras me  acariciaba el cuerpo casi con desesperación. Me separé de él y me miró, interrogante.

-Quiero que la primera vez disfrutes, déjame hacer.- Tragó saliva y asintió- Ok, bájate los pantalones y apóyate en la mesa.

Me arrodillé delante de su paquete, unan vez más inundado de líquido preseminal, que con los bóxer blancos que llevaba no dejaba nada a la imaginación. Tiré del elástico y descubrí una polla morena, de un grosor y una longitud semejantes a la mía, también sin circuncidar. Probé el líquido transparente que brotaba sin cesar, y me metí el pene en la boca lentamente, descapullándolo con los labios hasta cubrirlo por completo. Me llegaba a la garganta, pero los gemidos de placer de Diego hacían que la excitación pudiera a la sensación de ahogo. Jugué un poco con la lengua en su frenillo y se retorció de gusto. La saqué y lo miré.

-¿Te has lavado antes de quedar conmigo la polla?- Un rubor intenso le oscureció las mejillas.

-Sí, por si llegábamos a algo…

-¿No te gusta el olor a polla?- Sonreí.

-S-s-sí, a veces me la huelo- Me devolvió la sonrisa con timidez.

-Pues ya sabes, ya te la limpio yo la próxima vez. ¿El culo también te lo has lavado?

-No, pero…-dudó, algo asustado- no quiero empezar tan deprisa, nunca me han penetrado…

-Tranquilo, ¿confías en mí?- Asintió, todavía dudando.

Le di la vuelta con suavidad, me levanté y le hice apoyar las manos en la mesa y separar un poco las piernas.

-A ver si te gusta- le susurré al oído.

Bajé despacio, lamiendo el comienzo de la raja con la punta de la lengua. Vi cómo la piel se le erizaba mientras notaba mi aliento directamente sobre su ano. No mentía, el culo le olía a sudor, a macho. El fino vello, sorprendentemente rubio, que poblaba los alrededores de su agujero me volvía loco. Le toqué el ano con la lengua, y dio un respingo, pero enseguida se relajó y abrió las nalgas, entregándose a todo un experto en el beso negro. Salía y entraba de su culo, recogiendo por el camino las gotas de sudor que le resbalaban por la espalda, penetrándolo con el músculo húmedo que era mi lengua como si me fuera la vida en ello, mientras el gemía cada vez con más fuerza.

Paré (dio un pequeño gemido de decepción) y volví a su polla, que seguía manando ese caldo exquisito que tanto me gustaba. Aumenté la velocidad, al mismo tiempo que él me embestía la boca con fuerza, cuando de repente paró y se puso a masturbarse un poco girado con respecto a mí. Le sujeté la mano con fuerza, deteniéndolo.

-¿Qué haces?

-Me voy a correr ya…

-¿Y?

-Joder, que no te voy a manchar ¿no?- Lo miré con cierta sorpresa, y luego suspiré.

-Vaya inútil que tenías de novia…

Le aparté la mano y me entregué a la mejor mamada que he hecho en mi vida, cuando en unos segundos me vi recompensado. Cinco o seis trallazos de lefa fueron a parar directamente en mi lengua. Era espesa y muy abundante, tanto que se me escapaba de la boca. Diego soltó un grito de excitación, mientras yo notaba como su pene se volvía más pequeño dentro de mí. Saboreé cada gota de ese manjar con el que había soñado durante tanto tiempo.

-¡Dios! ¡Eres increíble, ha sido el mejor puto orgasmo de mi vida!

Sonreí. Abrí un poco la boca y saqué la punta de la lengua, con cuidado de que no se saliera nada. Abrió mucho los ojos y comprendió de repente. Se lanzó hacia mí y me besó con una pasión increíble, compartiendo conmigo el fruto de su corrida.

-Bueno, ¿y tú?- Me preguntó al separarnos.

-Hoy has disfrutado tú, el próximo día disfrutaremos los dos.