Conocí a mi ama en una web de relatos (4)

Sigue la serie con dominación y humillación

Nunca me había sentido más abochornada y excitada al mismo tiempo.

Allí estaba, plantada frente a la puerta del bar, oliendo a sexo y suciedad. Sin dinero para volver a casa y con unas órdenes muy claras por parte de mi ama.

«Entra desnuda y dile al camarero que necesitas dinero».

Me quité el vestido, decidí que los zapatos podía dejármelos puestos, pues carecía de sentido el quitármelos.

El portero, un hombre negro muy alto y ancho, parecía imperturbable ante lo que estaba haciendo. Lo doblé y le pregunté si le molestaba que lo dejara en el suelo. No respondió, intuí que no le importaba que lo hiciera.

Empujé la puerta acristalada y entré mordiéndome el labio, colocando un mechón de pelo castaño detrás de mi oreja y con el bolso colgando.

En cuanto crucé el umbral los ojos se dispararon encima de mi cuerpo, solo yo estaba desnuda, los demás vestían ropa cara y elegante.

Me sentí mal, fuera de lugar y estuve tentada a marcharme. Lo único que me detuvo fue la orden de mi ama. Avancé como si aquellas miradas despectivas, cargadas de reproche no me importaran y me acerqué hasta la barra.

El camarero estaba secando un vaso.

—Ho-hola, buenas noches, necesito dinero —murmuré tan bajo que apenas se me oía—. Él me ignoró, igual que había hecho el portero. Decidí subirme a la barra plateada que sirve para reposar los pies y proyectar mi cuerpo hacia delante. Mis tetas cayeron en la barra y algo de semen fresco, de la última corrida, goteó por mis piernas desnudas. —Perdone que le moleste, mi ama me ha dicho que entre y le pida dinero. Necesito volver a casa. Soy la sumisa de Mistresspanther.

Él dejó de secar el vaso.

—Tendrías que haber entrado por la puerta de al lado, por la de las putas. Sal y vuelve a entrar, seguro que a alguien encontramos que le vayan guarras. —Algo conmocionada y avergonzada salí fuera. Fui a coger mi vestido pero ya no estaba. Le pregunté al portero quien se encogió de hombros y masculló:

—Han pasado los de la limpieza. —Tenía ganas de llorar, así no podía entrar en casa.

—¿Puedes indicarme cuál es la puerta de las putas? ­—Apuntó con su dedo la que quedaba a la derecha.

—Gracias.

Llamé y una mujer de mediana edad abrió la puerta. Me observó detenidamente antes de abrir más la hoja y dejarme pasar.

—Hola vengo a...

—Lo que todas... pasa. Necesitas una ducha o en lugar de cobrar van a pedir que les pagues.—Entré y me dejé guiar hasta una habitación—. Son cien euros el cuarto, veinte por el agua de la ducha, cinco por el jabón y cada condón que uses otros cinco pavos.

—Pe-pero no tengo dinero...

—Ya lo ganarás. Veinte la mamada, cuarenta el completo. Las tarifas son estándar para que no haya pelea de gatas. Si piden un lésbico dividís el beneficio entre dos, lo cobramos a sesenta. Si necesitas cambiar las sábanas son quince euros, así que te recomiendo que no manches, o que tragues. La casa se queda con el veinticinco por ciento del servicio.

La cabeza me daba vueltas, solo por pisar aquel lugar ya debía ciento veinticinco euros sin contar con los condones y los cambios de sábana. No era muy buena en mates y mi cabeza necesitaba pensar.

No sé cuántos clientes necesito para poder llegar a mi urbanización y comprar algo de ropa.

­—La ropa ya te la pongo yo. Cuando vea que has llegado a lo que necesitas te aviso. Tu habitación es la ciento veintidós. Iré mandándote clientes, procura estar siempre limpia y no tardar demasiado en reponerte.

—Está bien.

Entré en la habitación, era negra y roja, con un montón de elementos que la hacían parecer una mazmorra. Al principio me asusté y decidí que lo mejor era mandarle un mail a mi ama con una foto.

—Ya estoy aquí, ama.

—Muy bien, puta, ahora déjame bien.

—Sí, ama.

Me metí en la ducha y me enjaboné a conciencia, una vez limpia salí a la habitación, me había recogido el pelo en una coleta. Cuando entré un hombre desnudo y muy velludo estaba en ella.

—De rodillas, ven hasta mí a cuatro patas, perra.

Me agaché y recorrí la distancia hasta él quien me colocó un collar sujeto a una cadena.

—Ponte de rodillas abre la boca y saca la lengua. —Adopté la postura. Su imagen era de lo más desagradable. No me gustaba nada, ni un ápice. Se acercó, tiró de mi collar con fuerza y colocó sus huevos en mi lengua. Me dio una arcada con tanto pelo.

—Cómemelos. Los quiero relucientes. —Me daba mucho asco sentir aquel matojo en la boca, aun así lamí hasta que dejé de sentirme la lengua, hasta que lo tuve tan empalmado como aquel apéndice minúsculo era capaz de lograrlo. No dejo de gruñir, jadear y tirar de mi correa en ningún momento, hasta que la tuvo muy dura—. Chúpamela a pelo. —Eso era justo lo que le sobraba. No iba a pedir un condón porque eso suponía cinco euros.

Me la metí y sorbí, rechupete en aquel ensortijado vello crespo, hundiéndome en sus bajos, con aquel micropene retorciéndose en mi lengua.

Me apretó la cabeza con todas sus fuerzas e hizo el amago de follarme la boca, no habría podido aunque hubiera querido. Casi me río, si no fuera porque me inundó la boca de lefa. Salía como una fuente, a borbotones, llenándome el esófago de pelo y leche caliente. Fui a vomitar y él me incrustó contra su piel, obligándome a tragar mi propio vómito.

Nunca había sentido tanto asco.

Al culminar y notar mi esófago más relajado, me dejó ir.

—Buena perra. —Acarició mi cabeza y dejó caer diez euros en el suelo.

­—La mamada son veinte —le reproché.

—Pero tú estás de prácticas. Me han dicho que esta noche trabajas al cincuenta por ciento. Tranquila, les diré que te asciendan rápido. Si luego me apetece vuelvo a verte. —Me acarició la cabeza y salió como había entrado.

Yo corrí hasta el baño y me puse a devolver. Ni siquiera quise mirar la mezcla que estaba saliendo por mi boca. Oí como se abría de nuevo la puerta y grité un momento. Tenía que recomponerme rápido.

El siguiente cliente no hizo caso, y entró cuando todavía estaba arrodillada deshaciéndome de lo que había tragado.

Ni siquiera habló.

Me separó las nalgas, escupió entre ellas y me penetró. El culo me dolía de mi sesión en el Black Hole. Del grito que di la bilis me abrasó el esófago y volví a potar, por la boca y la nariz.

El hombre me follaba sin piedad, debía tener un miembro enorme por el daño que sentía. Su mano se enroscó en mi coleta para tirar mi cuello hacia atrás y con la otra mano me metió cuatro dedos hasta la campanilla.

Me dio otra arcada muy bestia y volví a vomitar con su mano dentro. Sin dejar de sentir como me petaba por detrás. Las embestidas cada vez eran más fuertes, las lágrimas corrían por mis mejillas y no podía dejar de dar arcadas cuando su mano las provocaba.

Mi culo se apretaba, mi abdomen se retorcía y él aprovechaba cada espasmo para meterla más duro.

Mis pezones estaban rígidos de tanto rozarse con la porcelana fría. Estuvimos así un buen rato, hasta que llegó el momento de correrse, me dio la vuelta y como el anterior descargó en mi garganta irritada. Colmándola de leche. Casi me ahogo por su largura. Logré relajar un poco la garganta y tragar, pero en cuanto lo hice me metió la mano provocándome el vómito encima de sus partes.

Una vez impregnado dejó caer tres billetes de cinco en el suelo y salió.

Ni siquiera me planteé echar lo poco que me quedaba en el estómago. Limpié aquello como pude y salí al cuarto.

Entró la mujer que me atendió al principio y tendió la mano. Le di los veinticinco euros.

—Con esto ya casi has pagado la ducha. A seguir trabajando.

—Pe-pero le he dado veinticinco euros.

—Has de descontar el beneficio de la casa, que te recuerdo es un veinticinco por ciento. Relájate, la noche va a ser larga.

Tuve ganas de echarme a llorar. Aquellas dos experiencias no me habían excitado, al contrario. ¿Qué estaba haciendo? ¿En qué me estaba convirtiendo? Lloriqueé justo antes de que la puerta se abriera por tercera vez.

Entraron tres hombres y una mujer. Ella también estaba desnuda, tiraban de ella por unas correas atadas a los aros de sus pezones. Debía rondar los cincuenta, con unas tetas grandes y algo caídas.

—Hola, muñeca, hoy vamos a jugar contigo y con María, nuestra perra complaciente. Se ha portado muy bien y merece un premio. Ponte de rodillas en la cama y cómele el coño hasta que se mee del gusto.

—¿Puedo hacerlo en el suelo? No quiero manchar las sábanas. —Ellos lanzaron una risotada.

—A la cama, puta.

No me quedaba más remedio que obedecer. María se puso en pie y yo me interné en sus labios carnosos y húmedos.

Uno de los hombres se puso a tironear de las correas de las tetas, mientras otro me separaba los cachetes y me comía el culo. El tercero nos grababa y jaleaba.

Empezaba a excitarme. La lengua del hombre, además de rebañarme el culo, bajaba hasta mi coño empapado. Igual que el de María, que se derretía en mis labios. El que tiraba de sus pezones le dio una botella de dos litros de agua y la obligó a no dejar de beber mientras yo la devoraba.

Tiré de los labios de su coño y hundí mi lengua en ella. María jadeaba. La lengua de mi ojete me lo follaba y unos dedos gruesos se pusieron a bombear mi interior con codicia. Cada vez estaba más cachonda.

—Esta puta está chorreando —gritó admirado el hombre de mi culo.

—Pues fóllala. ­

Animado por sus amigos me la metió por el coño y yo seguí mamando del que se me ofrecía. Alguna gota de agua me salpicaba el pelo. El sabor de María era adictivo. Trae otra botella ordenó una voz.

El estómago de María se hinchaba al ritmo de mis lamidas. Yo mordía, sorbía, tiraba y rechupeteaba, mientras ella seguía bebiendo y mi coño estaba siendo rellenado.

Mi orgasmo crecía a cada empellón, apenas aguantaba.

—Pido permiso para correrme —murmuró María.

—Cuando te acabes la segunda botella.

Ella bebió y bebió, agotándola por completo.

—Pido permiso para correrme —repitió.

—Permiso concedido, sentenció la voz a mis espaldas.

María me agarró el pelo y se puso a eyacular en mi boca, pero no solo eso, el agua había surtido efecto y por mucho que yo intentaba que no empapara las sábanas fue un imposible. Aquello se convirtió en un aguacero, ella se deshacía en líquido y yo, que ya no pude contenerme, grité y me corrí incrementando las manchas de la cama.

Cuando terminamos nos hicieron  lamerlas, besarnos comernos las tetas, hacer un sesenta y nueve para corrernos de nuevo y culminar con las bocas abiertas para recibir sus lechazos y comernos la boca con ellos.

Cuando vi cayendo en el suelo sesenta euros casi me corro del gusto, claro que poco me quedaría de aquel dinero.

Definitivamente la noche iba a ser muy larga.

Terminé cuando el sol ya despuntaba, agotada, vestida con una camiseta demasiado desbocada que apenas me tapaba el culo, donde rezaba la palabra Bitch.

Tenía veinte euros en el bolsillo y una sonrisa en los labios.

Nunca había tenido tantos orgasmos ni me había sentido más realizada.

—Ya tengo el dinero, su puta vuelve a casa, ama.

—Bien hecho, cuando llegues tienes permiso para descansar, has sido una buena sumisa y tu ama se siente orgullosa. Tengo una buena colección de vídeos para vender.

Sentí miedo, no quería que el mundo se enterara de lo que era, estaba mi novio, mis padres, mi futuro en la universidad.

—¿Puedo pedir que los vídeos sean privados?

—Puedes, pero deberás hacer todo lo que te diga para que no los haga públicos.

—Lo haré ama, se lo suplico.

—Está bien, ve a casa y espera mi siguiente orden.

—Gracias, ama.

—De nada, puta.