Conocí a mi ama en una web de relatos (3)
Recomiendo leer los dos anteriores. Relato de dominación.
Paré el primer taxi que vi aparecer con la luz verde.
Me acomodé justo como me había pedido mi ama y le di la dirección al hombre. Quien fundió sus ojos contra mi cuerpo a través del espejo retrovisor.
Me relamí incontenible al ver como las pupilas bajaban de mis tetas a mi coño abierto. Y esperaba, no sé, que me dijera algo, que era una zorra o algo por el estilo, por entrar a su taxi de esa manera.
No lo hizo, se limitó a conducir y a preguntarme si me gustaba el tema que sonaba en la radio. Ni siquiera lo conocía. Dije que sí por compromiso. Entonces se puso a parlotear sobre el tiempo y la ola de calor que venía.
Varias veces volvió a mirarme por el frío espejo, pero seguía en silencia respecto a mis duros pezones o mi sexo expuesto.
Me sentía mal de que no dijera nada al respecto, la siguiente vez que me miró con una de sus conversaciones banales pregunté.
—¿Ve algo que le guste? —Tenía la edad de mi padre, vestía una camisa a cuadros y un pantalón vaquero descolorido. Se notaba que era bebedor de cerveza por el volumen de su barriga. Bueno eso y que no se cuidaba, su barba estaba algo desaliñada. Me ofreció una sonrisa suave y un levantamiento de cejas.
—No me hables de usted, que me haces sentir viejo.
—Perdón —respondí con un pellizco en el pecho.
—Soy algo corto de vista, por eso miro tanto. ¿Te he incomodado?
—No, em lo siento pensaba... Da igual, déjalo.
—¿Qué pensabas? —Se interesó. Yo hice por subir un poco la falda a ver si así me veía mejor.
—Nada.
—¿Creías que te estaba mirando por otro motivo? — Sus ojos insistían sobre mis pezones y mi entrepierna dio un brinco cuando bajó hasta ella. Volví a notar la excitación recorriéndome el cuerpo una comezón que me hacía exponerme ante ese hombre que en otro momento me hubiera asqueado.
—Puede. ¿Cómo de corta es tu vista? —Pensé en la orden de mi ama, en lo que ella quería. No pensaba fallarle, haría cualquier cosa para que él me viera.
—Bastante, llevo lentillas pero tengo que ir a que me las cambien, para conducir veo bien pero me pierdo en los detalles. —Llevé mis manos a los botones que quedaban abrochados y los desaté sin dejar de mirarlo, descorrí el vestido para quedar totalmente expuesta y que el taxista me viera bien.
—¿Y esto lo ve? —Él sonrió.
—Lo vería mejor si te sentaras a mi lado. —Tenía que obedecer. Seguir una orden hacía que mi cuerpo vibrara.
—Será un placer. —Esperé a que se detuviera en el semáforo. Me cerré un poco el vestido para salir y cuando entré en el asiento del copiloto lo abrí de nuevo.
—Tienes unas tetas preciosas —susurró—. Y un coño muy apretado. Estás muy buena niña, ¿qué edad tienes?
—La justa para que no te detengan por abuso de menores. —Él soltó una carcajada.
—¿Puedo tocarte?
—Si gustas. —Su frente estaba perlada en sudor, olía a jornada de trabajo bajo el caluroso sol. Arrugué un poco la nariz intentando que no se ofendiera. Él acercó una callosa mano y amasó uno de mis pechos para pinzar el pezón y tirar de él. Jadeé.
—¿Te gusta?
—Mucho.
—Los tienes justo como me gustan pequeños y dispuestos, como botoncitos que no te cansas de apretar. —El semáforo cambió de color. Y él dejó de tocarme. Sentí la pérdida de contacto.
—¿Te excita esto? Subirte en un taxi, exhibirte ¿y que te toque un desconocido?
—Puede.
—Sabes que los transeúntes y el resto de conductores también te ven, ¿verdad?
—Me da igual —confesé viendo a un par de tíos señalándome y haciendo gestos obscenos a través del cristal.
—Demuéstramelo, tócate el coño, métete los dedos y enséñamelos.
Lo hice. Los saqué cubiertos de fluido y él sonrió.
—Es cierto, esto te pone perra.
—Ya te lo he dicho.
—Ahora métetelos en la boca y dime a qué sabes. —Nunca había hecho algo así, no me opuse, sentía curiosidad por conocer mi sabor. Paladeé el dedo.
—Es salado.
—¿Te gusta el sabor de tu coño?
—No sé, es la primera vez que lo pruebo. No es desagradable.
—Déjame probar a mí, tengo años de experiencia. —Me los metí, los saqué llenos de baba y se los di a él despegando un poco para que viera el hilillo que colgaba. Chupó con tanta fuerza que el sorbido me llegó hasta el coño. Gemí.
—Estás muy rica, dame más, sabes a coño fresco.
Fui metiéndome los dedos y ofreciéndole mis fluidos durante todo el trayecto, aguantando el claxon de otros coches al ver lo que hacía. Me daba lo mismo, yo estaba excitada como una perra y él parecía no cansarse de mi sabor, contra más chupaba yo más me humedecía.
—Eres adictiva.
—Gracias, respondí temblorosa, con las yemas de los dedos arrugadas.
Llegamos a un parking no estaba muy segura de lo que hacíamos allí, no tenía pinta de ser la dirección. Se lo pregunté.
—Sal, quítate el vestido y túmbate en el capó. Quiero comerte el coño bien antes de llevarte a destino.
—Vale pero no puedo correrme.
—Eso ya lo veremos.
—No, me refiero a que estoy cumpliendo el mandato de mi ama, ella fue quien me ordenó entrar así en su taxi y cumplir todo lo que me pidiera excepto eso. Puedo hacer todo, absolutamente todo lo que quiera, menos correrme.
—Entendido, sal.
Lo hice, me quité el vestido y me tumbé en el capó, que estaba caliente por el sol. Había muchos coches, me humedecí pensando que podían verme así, ofreciéndome a aquel taxista como una puta.
Él salió con un objetivo claro.
Su barba raspó el interior de mis muslos y su lengua ancha me barrió desde el ano hasta el clítoris. Subió mis piernas a sus hombros y yo no podía dejar de gemir y empujar las caderas del placer que sentía. Seguía con los tacones puestos. Los miré y recordé las palabras de la mujer de la zapatería y en cómo me folló el coño con ellos para terminar en el mismo punto que el taxista.
Me costaba respirar, mis nudillos se volvían blancos necesitaba agarrarme a algo, por lo que agarre mis pezones y me puse a retorcerlos. El nivel de excitación era extremo cuando me metió la lengua y me folló con ella. Uno de sus anchos dedos hurgó en mi culo y se puso a dilatarlo.
—Ahhhhh, ahhhhh —bramé girando la cabeza a un lado para ver que un tío había salido de su coche y se estaba pajeando.
Las piernas me temblaban mi coño se contraía. Ese cabrón sabía lo que se hacía.
—Eso es zorra, córrete.
—No puedo, no puedo, por favor, para. —No lo hizo, me lo seguía comiendo sin piedad. Succionándome el clítoris, lo sentía a punto de estallar. Sus dedo seguía taladrándome el culo y la lengua volvía a rebañar la entrada de mi gruta. Iba a estallar si seguía haciéndolo—. Te lo suplico, deja de hacer eso, no puedo, no puedo. —Raspó mi tenso nudo con su barba y abrió la boca.
—Mea —pidió.
—¿Cómo?
—Eso es lo que más me excita, has dicho que harías cualquier cosa así que, mea. —La orden me sobresaltó. Una gotita de pis perló la salida y él la lamió sediento—. Más, lléname la boca. —Apreté y un chorro impactó contra su paladar, como si fuera una pequeña fuente. Él se desabrochó el pantalón y se puso a masturbarse mientras lo llenaba de meados. Bebía como si fuera lo más delicioso que hubiera probado nunca, jadeaba lleno de gorgoteos y cuando acabé se puso a comerme el coño con avidez, sin dejar de pajearse.
—Ahhhh, ahhhh, para por favor, para —jadeé. Verlo así me había puesto como una moto además de haberse multiplicado mi lujuria por mil.
No lo hizo, comió y comió mientras se pajeaba. Agarré su escaso pelo y mi coño buscó frotarse contra su cara aunque no era lo que debía hacer, no pude evitarlo. Mi orgasmo crecía, crecía y crecía hasta que estallé en su cara, llenándolo de mi corrida, sintiéndome la peor sumisa del mundo por haber fallado a mi ama. Él se separó cubrió de semen mis tetas, la barriga y coño. Se puso a masajearlo por mi piel impregnándome con su crema y a meterla que había caído en mi pubis en el interior abierto para después volver a comerlo.
Cuando se sintió satisfecho paró.
Dos gruesas lágrimas cayeron de mis ojos.
—¿Qué ocurre? —Me preguntó apretándome contra él—. ¿No te ha gustado? Te has corrido.
—No es eso, no podía hacerlo, tenía órdenes, he fallado —hipé.
—Shhhhh, yo no se lo contaré a nadie.
—Pero yo tengo que hacerlo, se lo prometí a mi ama, y quiero que entre nosotras no haya secretos.
—Seguro que te perdona.
—No, no lo sé.
—¿Quieres que la llame? ¿Que hable con ella?
—¡No! Solo quiero que me lleves donde debes, nada más. Ya has hecho suficiente. —Él asintió compungido.
—Lo siento creí que lo necesitabas.
—Y lo necesitaba, pero no contigo.
Me ayudó a bajar y a recolocarme el vestido. Me senté atrás y tecleé un mensaje a mi ama arrepentida, contándole todo lo que había sucedido, suplicándole que me perdonara ante mi desobediencia.
No recibí respuesta.
Pasé el resto del trayecto en silencio, preocupada por lo que mi ama pudiera estar pensando de mí, o que no volviera a hablarme nunca. La necesitaba, no podía cortar la comunicación conmigo, no de esa manera. Haría lo que fuera para ganarme su redencióan.
Llegamos a destino y el taxista me dijo que me invitaba a la carrera.
Ni siquiera le di las gracias, salí, miré la puerta negra y la golpeé. Alguien la abrió un poco y preguntó quién era.
—La sumisa de Mistresspanther —respondí temerosa de que me echaran a patadas. La puerta se abrió lo justo como para dejarme entrar.
Pasé había unas luces led que lo teñían todo de rojo, el lugar estaba pintado de negro. Con cortinas que cubrían la mayor parte de las paredes.
—Ven conmigo —me dijo el portero.
No tenía ni idea de donde estaba, solo sabía que ella quería que estuviera allí y eso me bastaba.
—Entra. —El portero abrió otra puerta era una habitación con una camilla, la pared estaba llena de espejos excepto una que tenía una cortina—. Desnúdate y túmbate ahí.
Me quité el vestido, me sentía sucia y poco digna. Aun así obedecí.
—¿Qué es este lugar?
—Pronto lo averiguarás. Hueles a semen. —Miré el suelo avergonzada.
—No he podido lavarme.
—Da lo mismo. Túmbate. —Me subí a la camilla—. Deja caer los brazos, laxos a los lados.
Obedecí sin protestar. Noté que me ataba.
—No es necesario que me ate, no voy a marcharme.
—Créeme, vas a necesitarlo.
Empujó la camilla y descorrió la cortina, era otro espejo pero con tres agujeros. Me posicionó de tal manera que mis piernas calzadas con los tacones salieron por dos se ellos quedando suspendidas en el aire. Empujó más la camilla y en el central quedó encajado mi culo y mi coño. Los dos agujeros quedaban a la vista.
—¿Pero qué...?
—Bienvenida al Glory Hole. Vas a estar varias horas sirviendo a tu ama y todo aquel que quiera va a poder rellenarte como a un pavo en Navidad. Te recomiendo que te relajes y, si puedes, que disfrutes de la experiencia. Me tomó una foto con el móvil y tecleó algo. —Tu imagen saldrá cargada en la pantalla digital de fuera con la descripción que nos facilitó Mistresspanther: Hoy ración de puta gratis —leyó—. Dieciocho años y deseosa de ser lechada por todos los orificios, cuantos más mejor. —Mi pecho se tensó ante las palabras. No me dio tiempo a decir nada. Grité cuando noté que alguien me escupía en el ano y me la clavaba hasta el fondo. —Vaya, parece que ya tienes tu primer cliente, espero que lo disfrutes.
Chillé muerta del dolor, no me había lubricado bien, el sexo anal siempre me había costado, aunque al energúmeno que empujaba parecía importarle poco. Alcé el cuerpo, el cristal era de esos que puedes ver a través de él. Era un hombre de unos treinta y tantos, pelirrojo, con rizos y sobre peso. No venía solo. Dos tipos lo jaleaban mientras me partía el culo con ganas. Apreté las nalgas oponiéndome y a él pareció excitarle, porque empujó con más fuerza.
Yo gritaba, la tenía demasiado grande. Demasiado. Apreté y dolió más todavía. Y entonces lo entendí. Merecía aquel castigo, no había cumplido y mi ama quería que sufriera. Solo necesité pensarlo y me relajé.
Mi esfínter se destensó de inmediato, alguien me quitó un zapato y se puso a lamerme el pie mientras aquel bestia seguía empujando.
A otro le hizo gracia escupirme en el coño. Notaba sus babas deslizándose por él, ejerciendo de lubricante al alcanzar mi culo. El pelirrojo se había quejado de que lo tenía muy seco. Podía oírles con claridad, ¿me oirían ellos a mí?
Vi como el otro amigo cogía un micrófono vibrador que estaba sujeto a la pared con un cable y lo ponía contra mi clítoris. Aullé. Lo tenía puesto a máxima potencia y lo tenía sensible tras la comida del taxista.
El pelirrojo siguió embistiendo cada vez con más fuerza, pero entre la vibración de mi coño y el tío que me chupaba el pie, me corrí sin remedio.
—¡Mirad tíos! ¡La muy guarra se corre! —exclamó el pelirrojo—. Voy a llenarle el culo de leche mirad que cara de puta viciosa tiene y qué tetas. —Me veían, me estaban viendo y no podía hacer nada para ocultarme. Como tampoco podía evitar correrme.
El pelirrojo descargó en mi culo y en cuanto lo hizo lo reemplazó el del micrófono. Solo que este tenía la polla menos larga y yo ya estaba dilatada.
—Me la has dejado al dente —bromeó.
Tenía una edad similar al anterior, su cara estaba llena de marcas por un agné severo y llevaba aparatos. Me resultaba repulsivo y a la vez excitante. No solo me daba por el culo, fue alternando ambos agujeros, mi vagina se mojaba cada vez que me penetraba.
Pensé en mi novio, el cual no tenía ni idea de en lo puta que me estaba convirtiendo. Después en mi ama, quien esperaba estuviera orgullosa de mi comportamiento. Y entonces me concentré en el deseo que crecía en mi bajo vientre incontrolable. Como una bola de fuego en pleno incendio, arrasando con todo lo que yo había sido.
Aullé corriéndome, exprimiendo su polla en mi orgasmo, dejando que me llenara de leche el coño.
El que me lamía el pie se limitó a masturbarse con la lengua mamando mi dedo gordo. Era bajito, barrigudo y su pene pequeño. Cuando estuvo al borde del orgasmo descargó en mis zapatos y después me los puso. Sentí su corrida en mi planta
Al terminar un hombre pasó con una esponja y me lavó el coño para dejarme lista para los del siguiente turno.
Cuando terminaron las horas que debía estar allí, ni siquiera era consciente de las veces que me habían penetrado, o las que yo misma me había corrido.
Solo de que lo había disfrutado y eso me habló de la grandeza de mi ama. Lo que yo había concebido como un castigo, no lo era. Me había ofrecido mi liberación a través del sexo, mi resurgir, la concepción de que no había tenido ni idea de quien era hasta este ahora y amaba a mi puta interior.
Era la puta de mi ama y quería seguir siéndolo.
Cuando salí a la calle era de noche, a esas horas no pasaba ningún bus. Tenía un mensaje de mi madre preguntándome dónde estaba.
No me llegaba para coger un taxi, había venido con lo justo para el bus y la visa.
Mi teléfono se iluminó con un mail de mi ama y el corazón me dio una voltereta.
—Incumpliste una de las normas, pero has sido una buena puta.
—Gracias ama, lo siento, no volverá a pasar. No sé cómo volver a casa, apenas tengo dinero y ya se me ha pasado el autobús...
—Tranquila puta, un ama siempre cuida de su sumisa.
—Gracias, ama.
—Gira la esquina, hay un bar, entra en él y dile al camarero que vas de mi parte y que necesitas dinero.
—Muchísimas gracias ama.
—No hay de qué, ahora ve y haz que me sienta orgullosa de mi puta. Por cierto, entra desnuda.
—¿De-desnuda?
—Desnuda.
—Está bien ama.
Espero que os haya gustado.