Conócete a ti mismo
Después de tanto tiempo, de tantos momentos dulces y amargos, creemos que lo sabemos todo acerca de nosotros mismos. Sin embargo, a veces aparece algo, o alguien, que nos hace dudar.
«Conócete a ti mismo» rezaba el frontis del Templo de Apolo en Delfos, según recuerdan los clásicos. No parece gran cosa, ¿verdad?. No para nosotros, ciudadanos del siglo XXI. Conocemos nuestra casa, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país. Conocemos nuestra carrera, nuestra profesión, nuestro trabajo, nuestra empresa. Conocemos a nuestra mujer, a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros compañeros. Se podría decir que disfrutamos de una vida estable y tranquila, construida sobre la inquebrantable seguridad que nos brinda la firme y sólida base de todo lo que conocemos. Y hasta llegar aquí he conocido muchos días y muchas horas, podéis creerme. He conocido juegos y risas en el patio escolar y momentos de estudio y de menos estudio; y tantas tardes que se deslizaban mientras la vida pasaba, cada vez más rápidamente, ante mis ojos. He conocido, para mi pesar, que nada, ni nadie, dura eternamente, y desalojado del paraíso del tiempo infinito de la infancia, he conocido horas de la verdad ante la hoja en blanco, el momento de enfrentarse a la realidad, de tomar una decisión, de asumir responsabilidades. He conocido la juventud y la madurez, y las cosas que un hombre tiene que hacer solo. He conocido el esplendor de la primavera de la mano de una chica de ojos azules, he vivido los días perezosos del estío bañados por la luz cegadora del Mediterráneo, he disfrutado de tantas tardes de otoño compartiendo el calor del café y las confidencias, y he pasado largas noches de invierno haciendo planes para dos en una habitación con vistas al futuro. He conocido muchos amaneceres con el olor del café recién hecho, con la cama tibia impregnada del olor dulce de una dulce compañía. Por cada amanecer he conocido un anochecer, por cada comienzo un fin y por cada victoria una derrota. Nunca he temido dar un paso al frente, y he conocido el éxito y el fracaso. He conocido el precio de la honestidad, de la lealtad y de la independencia. Del "por ahí no paso", del "aquí me tienes", del "no te fallaré". Lo he dado todo por nada, y recibido todo por menos aún. He sido afortunado, he conocido la amistad y el amor. He conocido esa mirada que lo dice todo sin decir nada. He conocido el riesgo y he cambiado un despacho en la planta noble por una maleta y un billete de avión. He jugado fuerte mis cartas y aún cuando mi apuesta se desvanecía en el aire, siempre he conocido el apoyo incondicional de quien está a tu lado. Y aun así, también he conocido la soledad. La luz tenue de mi habitación contra el vacío de la gran ciudad. En el mar de personas que van y vienen, que entran y salen, que ríen y lloran, he conocido el naufragio en un vaso de tubo. Como conocí el ir, he conocido el volver, que veinte años no es nada y la patria del hombre son sus recuerdos, a los que siempre se vuelve. Me ha temblado el futuro, me he reencontrado con el pasado y he conocido un presente del que no he sabido salir. En esa ciudad que no es mía pero tampoco ajena, en este momento que no es mío pero tampoco de nadie, aquí y ahora, la he conocido a ella. O la he vuelto a conocer, no sabría decirlo. Quién soy yo para decir cuándo se conoce a una mujer. Fui yo el que se fue, fue ella la que volvió. Y si conocí, años atrás, sueños de horas robadas que llegan al amanecer, hoy conocí mi primera cena con la rutina. He conocido sus proyectos, sus problemas, sus amistades, sus amores. Sus alegrías, sus tristezas, sus momentos más dulces y más amargos. He reconocido su mirada, su risa, sus manos. En un momento fugaz, he intuido tanto en su interior. Por un brevísimo instante he creído compartir uno de esos momentos sublimes a los que siempre puedes volver. Tanto he conocido... pero a ella no la conozco ni la conoceré. Aun con todo lo que he conocido, tal vez nunca llegué a conocerla, como tal vez nunca haya llegado a conocerme a mí mismo.