¿ Conoces Todorelatos ? 2ª parte, 3

Continuación de la gran historia escrita por MadridRelatos.

CAPITULO 3

Ya por la tarde, pasé a recoger a Olga y nos dispusimos a trasladarnos a su casa de la costa. Fueron muchas horas de coche, casi cinco, que nos sirvieron para conocernos un poco más íntimamente. Me contó que se había separado hacía como nueve meses de su marido. Fue una separación sin terceras personas de por medio. Llevaban quince años de matrimonio y ella se desenamoró. Joder, a que me sonaba su historia. Con que facilidad se desenamoran las mujeres hoy en día.

Cuando llegamos, la paliza que nos dimos nos pasó factura. Y eso unido, a que bueno, no había confianza, nos hizo despedirnos e irnos a cuartos diferentes. La casa estaba muy bien. Tenía dos plantas. La planta baja contaba con una cocina inmensa que estaba unida a un salón y ambas estancias daban a una terraza y más allá un jardín y una piscina. Detrás de la cocina, tenía un baño completo y una despensa pequeña con una gran vinoteca. La planta de arriba tenía tres dormitorios. El principal con baño dentro. Y otros dos dormitorios de dos camas individuales y en medio de ambos otro baño completo.

Después de descargar el coche con nuestras maletas y todas las cosas que habíamos comprado para hacer recetas, que era supuestamente el motivo de este fin de semana, nos fuimos a dormir cada uno a un dormitorio. Ella obviamente al principal y yo al que estaba más cerca. La verdad es que casi no me da tiempo a desvertirme, porque meterme en la cama y dormirme fue todo uno. A la mañana siguiente, tras meterme una buena ducha, me puse unos pantalones cortos y una camiseta y bajé a desayunar. En la cocina ya se encontraba Olga.

  • Buenos días dormilón. ¿Descansaste? - Me preguntaba con una sonrisilla, mientras preparaba unas piezas de fruta para desayunar.

  • Te puedo decir que estoy como nuevo. Que maravilla esta casa. No se escuchaba nada por la noche salvo el grillido habitual de los veranos. Tengo las pilas recargadas – Le contesté mientras sacaba biceps.

  • Bien que las vas a necesitar – Me dijo con cierto rintintin Olga mirándome con cara de pillina.

  • ¿Por? - Le devolví la pelota. La cosa empezaba a ponerse calentita y no habíamos hecho más que levantarnos.

  • Hombre, porque tenemos que practicar mucho este fin de semana...Las recetas me refiero. - Y soltó una carcajada que me contagió y me hizo reír aparte de desviar directamente la sangre de mi cuerpo al apéndice que a los hombres nos cuelga entre las piernas.

Tras desayunar, decidimos dar una vuelta por el pueblo. Era un bonito pueblo de pescadores, con las casas blancas y los marcos de ventanas y puertas pintados de azul. Nos detuvimos a contemplar la iglesia del pueblo que estaba en la calle principal junto a una plaza y continuamos nuestro paseo hasta llegar a la avenida que daba a una playa muy coqueta y no muy grande de arena negra. De vuelta a la casa, paramos en la típica tienda de pueblo de toda la vida, donde una señora mayor te despacha detrás de una gran barra. Nada de coger lo que quieras, tu pides y ella lo coge y lo pone en la barra.

Tras la compra, nos dispusimos a volver a la casa. Estando en agosto, ya a partir de las diez de la mañana empezaba a notarse el calor. Fuimos a cambiarnos y ponernos ropa de baño para tostarnos un poquito al sol. Había traído unas bermudas sundeck surferas que me quedaban pelín apretadas, fantásticas para que se notara que bajo las mismas había material. Pero cuando Olga apareció, tuve que tragar saliva.

Venía con un bikini blanco que el costo en tela debía ser el mínimo. Ella tenía una talla normal de pecho, pero es que el bikini le tapaba lo justo, los pezones y poquito más. Y si escandalosa era la pieza de arriba, la braguita no le iba a la zaga. Las nalgas al aire y un hilo en medio y por delante se transparentaba su cuidado monte de venus.

Me tuve que sentar en la hamaca al instante para que no se notara que había cargado la bayoneta. Eso hizo que Olga tuviera un amago de risa. Nos pusimos crema bronceadora y estuvimos tumbados al sol hasta que pasados unos minutos y achicharrados como estábamos nos metimos en la piscina y allí se desató el primer combate.

Entre ahogaduras y apretones, en un momento dado me decidí y empecé a morrearla. La furia de nuestras lenguas enroscadas había puesto la temperatura corporal en fase de fiebre alta.

  • Menos mal Jose, pensé que no te ibas a decidir, pero mira que te cuesta – Me dijo asfixiada Olga mientras se colgaba de mi cuello.

  • Si, suelo ser paradete de entrada, pero cuando me suelto ya nada me frena – Le dije levantándole la parte de arriba del bikini y pellizcando sus pezones.

Empecé a mamárselos, dándole pequeños mordisquitos, mientras Olga gemía echando la cabeza atrás y con los ojos cerrados. En un momento dado, pasé mi lengua de los pechos hacia su boca y volvimos a comernos la boca con ansia. En ese momento la cogí por las axilas y la subí al borde de la piscina. Ella ya sabía lo que tocaba. Le solté uno de los nudos de su tanguita y dejé a la vista su cuidado sexo.

Como ya había observado anteriormente, estaba perfectamente depilado. Típico brochazo vertical que terminaba en unos labios perfectamente formados. Empecé a darle besos y lametazos por las caras interiores de sus muslos, subiendo a sus labios. Al llegar arriba Olga abrió las piernas al máximo y yo empecé a pasar la lengua desde el ano hasta su clítoris.

Olga, apoyada en los codos, se dejó caer para atrás y empezó a gemir cada vez más intensamente. Después de un rato lamiendo sus labios y su ano, me subí arriba y la coloqué en paralelo al borde la piscina. Le metí un dedo en su hambrienta rajita y pasé a atacarle su clítoris. El cambio la llevó al éxtasis y empezó a gemir más fuerte y moviendo la cabeza de un lado al otro. La estaba llevando al delirio. Y en ese momento, me levantó la cabeza de su sexo y me dijo

  • Aquí o jugamos todos o tiramos la puta al rio -

Y sin más me estiró en el borde de la piscina, colocó su almejita en mi cara y ella en un sesenta y nueve se metió de golpe mi badajo en la boca y empezó una frenética mamada. Yo, con la fragancia tan dulce que aspiraba de su vagina, me puse de nuevo con la lengua a darle todo el placer del que era capaz.

La mamada que me estaba dando Olga, no me la habían dado en mi vida. Se la metía hasta la garganta. Y ya me tenía que no iba a aguantar mucho más. Con el fin de corrernos a la vez, empecé a darle lametazos y succiones cada vez más fuertes en el clítoris y en un momento dado, le metí el dedo anular en su ano empujando hasta el fondo.

Llegamos a la cima a la vez. Me dejó la cara impregnada de sus jugos y ella se tragó toda mi esencia. No había hecho nada igual en mi vida. Ella se acostó al lado mio y mirándome con una sonrisa, mientras algunas gotas de semen le caían por la barbilla, me dijo

  • No ha estado nada mal, Jose – Y empezó a reírse como una posesa.

No habían pasado ni cinco minutos y la muy cabrona se puso a caminar a gatas hasta el césped. En un momento dado se paró, arqueó su espalda sacando el culo y su vulva como fruta de la pasiónhacia fuera y me dice

  • Machote, todo esto es para ti. Y ya te aviso que tiene hambre vieja -

Tenerla en esa postura mostrándome sin pudor sus encantos femeninos, mirándome con lujuria mientras se mordía el labio inferior, hizo que mi aparato se me pusiera otra vez como un bate de béisbol.

Gateando sin dejar de mirarla con una sonrisilla maliciosa, llegué hasta ella y enterré mi cabeza en su retaguardia para lubricarla un poco más de lo que ya estaba. Me erguí y sujetando su cintura con la mano izquierda, la derecha la utilicé de guía para perforar su abertura. De un empellón se la metí hasta el fondo, con un bufido de ella. Empecé poco a poco a taladrarla, sintiendo una sedosidad en mi miembro que me tenía en la gloria.

  • Venga Jose, dame fuerte. Reviéntame. Empótrame – Me dijo Olga en un tono que era claramente una provocación.

Empecé a darle con todas mis ganas. La velocidad que imprimía a las penetraciones no la recordaba desde hacía muchos años. De algo me tenía que servir el entrenamiento espartano que me procuraba el hijo puta de mi entrenador. Y ella no paraba de gemir.

Aquello era música celestial para mis oídos. Era la recompensa a la faena que estaba llevando a cabo. Como acababa de correrme, no tenía visos de terminar y seguía empujando con toda mi alma

  • Jose, me corro, me corro, me corro – Y estalló en un violento orgasmo que la dejó extenuada y con la cabeza apoyada en el césped.

Me salí de ella, la puse de espaldas al césped, la abrí de piernas, manteniéndoselas abiertas reposando sus muslos sobre mis antebrazos, cogí mi herramienta y volví a metérsela hasta el fondo. Acerqué mis labios a los suyos y comenzamos a comernos la boca con lujuria, resbalando el exceso de saliva de ambos por la barbilla.

  • Jose, me estás matando – Bramaba poseída Olga y yo con el ritmo de una percutora, se la metía hasta el útero.

Tras más de diez minutos sin parar ni un instante, sentí que estaba llegando al clímax y ella, que ya había tenido dos orgasmos y quería encadenar otro, me pidió que me vaciara dentro. Llegamos a la cima juntos y yo le dejé su vagina llena de mi semen. Me salí de dentro y nos quedamos tumbados, uno al lado del otro, durante varios minutos. Con los ojos cerrados y escuchando nuestras agitadas respiraciones.

  • Joder, Jose, esto ha sido la hostia. Me he corrido tres veces en el mismo polvo. Te aseguro que nunca me había pasado. - Me dijo en la misma posición que estaba.

  • Yo tampoco me lo creo Olga. Como he podido darte tanto tiempo y tan fuerte sin cansarme. Ojo, y sin doparme. La verdad que ha sido una pasada. Follas como los ángeles. - Le dije de la misma forma.

Al rato nos levantamos y nos metimos un baño en la piscina. Nos secamos, recogimos la ropa de baño que estaba tirada por el jardín y nos metimos en la casa para prepararnos algo de almorzar. Tras el almuerzo, volvimos a la terraza, me tumbé en una hamaca a la sombra y en poco tiempo me quedé frito. La sesión de sexo me había dejado para el arrastre.

No sé cuánto tiempo había pasado, si una hora, medio o dos horas, pero me despertó una conversación que venía del jardín en un tono casi susurrante. Quién podría ser, me preguntaba. Me incorporé y vi a Olga con una mujer morena, ambas tiradas en el césped encima de sus toallas tostándose al sol.

  • Buenas tardes dormilón. El descanso del guerrero te habrá recuperado, no?. Anda acércate que te presento a mi amiga. - Me hacía un gesto con la mano de que fuera para allá.

  • Rocío, te presento a mi amigo Jose. Rocío es una buena amiga que se quedó a vivir aquí hace ya unos cuantos años. Su marido es un hombre de negocios que apenas está por aquí y ellos son, como decirlo, un poco liberales.

  • Hola Jose, encantada de conocerte – Me dijo mirándome por encima de las gafas de sol, para observarme a conciencia.

  • El placer es mío Rocío – Mientras me agachaba para darle dos besos.

  • Anda Jose, tráete la toalla y ponte con nosotras – Me ordenó Olga.

Fui a la hamaca, cogí mi toalla y la crema bronceadora y me situé al lado de Olga, dejándola a ésta en medio de los dos. Me puse bronceador por la parte de delante de mi cuerpo y en mi cara y Olga me la extendió por toda la espalda. No podía creer mi suerte. Rocío era un pibón de escándalo. Sobre los cuarenta años. Pelo moreno abundante y con ondas. Muy guapa de cara con unos labios diría que perfectos. Unos pechos pequeños pero bien puestos. De figura delgada y muy estilizada. Mediría casi el metro setenta y lo mejor era el culo, duro y ligeramente respingón. Ellas hablaban y yo pensaba si iba a tener la suerte de follármelas a las dos, el sueño de cualquier hombre.

Rocio me contaba, que ella y su marido llevaban una vida liberal, que se respetaban y que se querían mucho. Que ella se enamoró de ese pueblo y ya no quiso volver a la ciudad. Ella necesitaba el mar. Y su marido con sus empresas en la ciudad pues tenía que vivir allí. Que pasaban juntos periodos de tiempo. Que fines de semana largos, él venía a estar con ella y otras veces, ella se volvía a la ciudad para estar con él y aprovechaba para comprarse ropa y cualquier otra cosa que en el pueblo no iba a conseguir. Y lo que más impactado me dejó es que tenían el pacto de follar con otras personas, con la única condición de que no se convirtiera en una relación ni de amantes, tenía que ser sexo ocasional.

Los ojos se me quedaron como platos, y en el bañador casi hago un agujero de lo duro que me había puesto oyendo la confesión de Rocío. Coño Rocío, otro nombre igual a otra de las musas de Todorelatos. Eran las cinco de la tarde, y el Lorenzo no perdonaba, hacía un calor que rajaba las piedras. Y nos metimos los tres en la piscina. Y empezaron otra vez los jueguecitos. El corazón se me salía por la boca. No me podía creer mi suerte, a ver si me lo iba a hacer con las dos. Y empezaron como niñas chicas a brincar y subirse la parte de arriba de los bikinis para enseñar las tetas. Hasta que los cogieron y las tiraron hacia el jardín y se quedaron en topless.

Olga iba bien puesta en delantera y las de Rocío eran pequeñas pero bonitas y con unos pezones con las areolas justas para el tamaño del pecho. Olga se quitó la parte de abajo y con la mano empezó a darle vueltas sobre su cabeza y lo lanzó hacia el jardín. Se acercó a mí y me dice con una sonrisilla juguetona

  • Jose, no me digas que no quieres volver a jugar al jueguecito de esta mañana, y para ese juego esto que llevas puesto, molesta, no? - Y sin darme opción, me desabrochó el botón del bañador y lo abrió, metiéndome la mano y cogiendo el manubrio que ya lo tenía como una estaca. Empezó a besarme sin soltármela y yo terminé por bajarme el bañador y lanzarlo fuera del agua.

Cuando me quise dar cuenta, Rocío que ya se había desprendido de su tanguita, se había acercado a mí por el otro lado y cogiéndome la cabeza con su mano, me arrancó de los labios de Olga y empezó a morrearme. En ese momento toqué el cielo y no me podía creer mi suerte. Si después de ese día me moría, a tomar por culo, yo ya había cumplido mi sueño.

Rocio besaba húmedamente y su lengua era sedosa, estaba extasiado. Me pidieron que me subiera al borde la piscina, me tumbaron y empezaron la lamer mi sexo a la vez. De vez en cuando una bajaba y me lamía los testículos. El paraíso debía ser un sitio muy parecido a éste y no entiendo como el cabrón de Adán nos privó de él. Terminamos por ponernos más cómodos sobre las toallas en el césped y mientras Rocio me daba una mamada impresionante, Olga se sentaba sobre mi cara para que diera buena cuenta de su sexo.

Al cabo de unos minutos intercambiaron los papeles. Tenía la cara llena de fluidos de ambas. El de Rocío era un auténtico almíbar. El de Olga era un pelín más amargo, pero los dos igual de sabrosos. Estábamos en el límite y ya era el momento de empalar a una de ellas. La afortunada fue Rocío, ya que Olga había tomado su ración mañanera. Se puso en cuatro y me pidió que la reventara, literalmente. Apunté hacía su vagina y la metí de golpe hasta el fondo. Metió un alarido que se tuvo que oír a dos kilómetros a la redonda y comencé a darle sin miramientos.

  • Joder, Jose, que bueno, dame más fuerte – gemía y se retorcía de placer Rocío.

Olga que nos miraba mientras se masturbaba, decidió participar del acto y no quedarse en una simple mirona. Y aquello fue el no va más. Se puso delante de su amiga, se abrió totalmente de piernas y le soltó a Rocío.

  • Haz lo que sabes Rocío -

Las pulsaciones me subieron a doscientos. Pensaba si aquello era real o lo estaba soñando. Mientras le daba a Rocío como cajón que no cierra, me pellizcaba el brazo para comprobar si estaba soñando. La estampa del jardín era digna de una película de Rocco Sigfredi, pero obviamente yo no era Rocco, que de abajo iba en la media.

Olga abierta de piernas, apoyada en los codos y con la cabeza girada hacia atrás, gimiendo sin parar. Su amiga pegándole una lamida escandalosa, sorbiendo, soplando y lamiendo como una posesa mientras emitía sonidos guturales de la follada que estaba recibiendo y yo, alucinando y dándole toda la caña de la que era capaz a semejante hembra. Bastante aguanté. Y todo porque ya me había corrido dos veces por la mañana. Pero no podía más.

Gruñí con los ojos cerrados y solté tres o cuatro disparos dentro de Rocío, que ya había tenido su orgasmo un rato antes.

Me quedé apoyado en su espalda mientras me recuperaba y, al poco, me salí de ella mientras salía todo mi semen de su vagina.

  • Ya te puedes estar recuperando prontito Jose porque ahora es mi turno – Me soltó guiñandome un ojo Olga.

  • Pues si quieres que se recupere pronto, nada mejor que hacerle un numerito al muchacho. Ya sabes como se ponen los hombres cuando en las películas porno ven escenas lésbicas. - le respondió con una cara de vicio Rocío.

Se acercaron y mirándome empezaron a darse la lengua hasta terminar en un húmedo morreo. Y todo esto a un metro de mi. En cero coma, me puse otra vez como un berraco. Y ellas a lo suyo. Empezaron a tocarse sus sexos, pasándose los dedos a lo largo de toda la vulva.

Se estaban calentando de lo lindo y a mi me estaban poniendo como a los machos del reino animal cuando huelen a la hembra en celo. Se tumbaron en un sesenta y nueve con Olga encima de Rocío y después de unos minutos gloriosos, escuchando sus gemidos y las calenturientas frases que se dedicaban la una a la otra, me levanté y cogiendo a Olga a cuatro patas como estaba, se la enterré sin remisión. Y empecé a martillear su húmedo agujero.

Rocío, intercalaba lametazos al clítoris de Rocío como a mi badajo. Me hubiera encantado que ese momento lo hubiesen grabado para recrearme en él el resto de mi vida. Tenía mis testículos más secos que el desierto del Sáhara. Pero le daba sin remisión, mientras a mis oídos llegaba la música celestial de los gemidos de ambas, mucho más intensos los de Olga.

Olga terminó en un gemido colosal y yo aumenté el ritmo de las embestidas hasta que al final colapsó, al volver tras unos intensos minutos a llegar al cielo nuevamente tras un nuevo orgasmo.

Como yo lógicamente no había acabado, y Olga se había dejado caer a un lado, me di la vuelta hasta Rocío y en la posición del misionero, se la metí de golpe y continué con el mismo ritmo a marcha martillo con el que me había empleado con Olga.

Roció me cogió las nalgas con ambas manos y empezó a arañármelo del placer que estaba recibiendo Me acerqué a su boca y empezamos a besarnos con pasión, mientras recibía el sabor del sexo que había dejado su amiga. Después de tres minutos intensos y sorprendentemente empecé a notar que me subía el semen para eyacular y tras unos empellones más, eyaculé nuevamente dentro de Rocío a la vez que ella alcanzaba otro orgasmo.

Me hice a un lado y me quedé extendido en el jardín. Así estuvimos los tres como diez minutos. Con los ojos cerrados y sin decir una sola palabra.

  • Jose, eres todo un descubrimiento, macho, que aguante tienes tío. Me cuesta creer que no utilices la pastillita azul – Me soltó de repente Rocío.

  • Ya lo creo. Has superado todas las expectativas – Remachó Olga mirándome con una sonrisa de satisfacción.

  • Y ustedes son dos hembras insaciables – Les respondí yo mientras nos echamos a reir los tres.

A las nueve preparamos algo ligero para cenar, nos abrimos una botella de Bruto, una monastrell poderosa de la D.O. de Jumilla y estuvimos charlando hasta las once en la que Rocío se despidió para volverse a su casa. Sobra decir que a las once y cuarto caí redondo en la cama junto con Olga, que aunque estábamos ambos desnudos, no teníamos el cuerpo para más batallas.

Nos despertamos tarde el domingo. Bueno me despertó Olga pegándome una buena mamada que terminó en otro soberano polvazo. Pero ahí acabó todo. Yo ya no tenía el cuerpo para más alegrías. Estuvimos en la piscina cogiendo sol y bañándonos en la piscina.

Por la tarde y después de echarnos una siesta para aguantar el palizón de coche que nos esperaba, salimos de vuelta a la ciudad. A mitad de camino, paramos en un restaurante de carretera y nos tomamos un bocadillo, en mi caso con una cerveza y continuamos la ruta.

La dejé en su casa y me fui a la mía. Ya eran las once de la noche cuando llegué. La casa estaba a oscuras pero la tele estaba encendida. Cuando me acerqué al salón, allí estaba Lucía. Acurrucada en el sofá con una manta se había quedado dormida. Me acerqué a donde estaba ella. Le toqué ligeramente el brazo para intentar despertarla. Y aproximándome a su cara.

  • Lucía, Lucía, vete a la cama que es tarde – Le dije en un susurro. Ella abrió los ojos pesadamente y cuando me vio, me acarició la cara y me dijo

  • Pepe, hola, ya estás aquí. Estaba un poco preocupada. Tienes un poco de tortilla de patatas en el horno por si tienes hambre. Yo me voy a la cama. Buenas noches– Y terminando de decir esto, se levantó y se marchó a su dormitorio.

La vi irse vestida con su pijama corto. Y sinceramente sentí un poco de pena. Me daba la impresión que no había hecho nada el fin de semana, mientras yo había tenido el mejor fin de semana sexual de mi vida, y también el más morboso.

El lunes al mediodía Lucía me llamó para decirme que había encontrado un piso que le encantaba. Estaba en una urbanización cerquísima de su trabajo. Era un edificio de apartamentos todos en alquiler, de reciente construcción. El único problema es que el que les iba a quedar libre, lo tenía ocupado un inquilino que no pagaba y estaba a punto de un desahucio judicial. Lo que implicaría algunas semanas más, como mucho, hasta poder echarlo.

Me preguntó si tenía algún inconveniente en que continuara todo ese tiempo en mi casa y le respondí que no había ningún problema, que se quedara el tiempo que necesitara. La convivencia esa semana había sido muy buena y como casi ni nos vimos, pues todo fue miel sobre hojuelas. Además, no podía ser tan cabrón de hacerla mudar otra vez a cualquier otro lado, para en unas semanas entrar en su casa definitiva.

Esa semana sólo coincidíamos por las noches, y como yo llegaba siempre más tarde que ella, pues no teníamos que cenar juntos. Algún día inclusive, llegaba y ella ya estaba metida en su dormitorio. En esa semana, me había contactado una tal Isabel, que había visto mi perfil en una web de contactos y quería que nos conociéramos. Estuvimos chateándonos toda la semana y quedamos en vernos el sábado al mediodía y almorzar juntos. El viernes sobre las ocho y media de la tarde, cuando llegué a mi casa, me encontré a Lucía arreglada lista para salir. Estaba muy guapa, guapísima diría yo. De hecho giré la cabeza después de mirarla para que no me notara que me había impresionado.

  • Pepe me voy. He quedado a tomar algo. Si no vas a salir, que descanses – Pasó al lado mio y se fue.

Si tengo que ser sincero conmigo mismo, un poco me jodió. Pensar que ya había otro en su vida después de lo que me había dicho, como que no me cuadraba. Me di una ducha. Me preparé unos espaguetis al pesto, abrí una cerveza y me fui al salón a cenar mientras buscaba algo que ver en Netflix. Al final opté por una película. Cuando la película estaba acabando, sentí el ruido de unas llaves en la puerta de casa. Se abrió la puerta y apareció Lucía. Había estado fuera unas dos horas y media, porque no eran ni las once y media.

  • ¿ Que pronto has llegado? - Le dije con cara de asombro.

  • Si, solamente había quedado a picar algo con Macarena – Me dijo mientras iba descalzándose. Los zapatos debían estar matándola. Macarena era la mujer de uno de mis amigos más íntimos. Supongo que tendría que darle alguna explicación de cómo había terminado viviendo en mi casa. Yo la verdad es que no se lo había contado a nadie. Pero al final la gente se termina enterando de todo.

  • ¿Que estás viendo? - Me preguntó cuando llegó a la altura del sofá donde estaba recostado.

  • Nada, una película de Denzel Washington. Nada que ver. Muy flojita – Le respondí sin dejar de mirar a la televisión.

  • Pues nada, Pepe. Me voy a la cama. Buenas noches – Se despidió y se metió en su habitación.

Al día siguiente, cuando me desperté, no se oía el vuelo de una mosca en la casa. Me levanté y me fui a la cocina. Al pasar por su dormitorio, la puerta estaba abierta, la cama hecha y un olor a perfume en el ambiente, que indicaba que Lucía ya se había ido a la calle. Cuando llegué a la cocina, una nota escrita en la encimera. “Pepe: Anoche me olvidé comentarte que hoy he quedado con Pablo y su novia para ayudarles a elegir ropa de cama y algunas cositas de decoración para la casa de Pablo. Después almorzaré con ellos que me han invitado. Nos vemos por la noche. Adiós “.

Pensé para mis adentros, por la noche no creo que me veas el pelo. Había quedado a almorzar a las tres con Isabel. Quedamos en el italiano que tanto me gusta y que al conocer a todo el personal, les pedí que me dieran la mesa del rincón, que estaba menos expuesta a las miradas de los curiosos.

Llegué puntual y me senté en la mesa con un fino para esperarla. A los diez minutos apareció ella. Era una mujer muy elegante. Tenía porte de estrella de cine o ejecutiva de gran empresa. Me localizó al fondo del restaurante y muy decidida vino a mi encuentro.

  • Hola Jose – Encantada de conocerte al fin.

  • Hola Isabel. Lo mismo te digo – Y acercándome a su cara le di dos besos.

Coño, no había caído. Se llamaba Isabel, Y la mujer que tenía delante concordaba con la descripción de la Isabel de Lolabarnon. Mierda. Pues como sea esa Isabel la mando al carajo sobre la marcha, que yo no le pienso joder la vida al bueno de Luis, pensaba para mis adentros.

  • Isabel, ¿tu no tendrás una amiga policía? - Le pregunté para salir de dudas.

Isabel me miró extrañada y me respondió

  • Yo, no. No conozco a nadie ni policía ni siquiera militar. ¿Por qué me lo preguntas? - me dijo sin salir de su asombro.

  • Nada es que yo hace tiempo conocí a una Isabel que tenía una amiga policía canaria que se llamaba Tania – Le respondí, mientras con la mirada buscaba a un camarero que nos tomara la comanda y así cambiar de tema.

El almuerzo se me pasó volando. Isabel era una persona inteligente, amena y muy buena conversadora. Llevaba separada más de diez años de su marido. Un tipo que estaba forrado pero que era un mujeriego empedernido. Ella no aguantó más cuernos y se separaron. El la dejó bien puesta. Le regaló un edificio entero que destina a alquiler y aparte le pasaba una mensualidad bastante generosa.

Ella me contó que su ex debía estar enfermo. No podía evitar caer una y otra vez en la infidelidad y eso a pesar de decirle a Isabel que estaba completamente enamorado de ella. El remordimiento por todos los cuernos que durante su vida matrimonial le había puesto, hizo que él fuera tremendamente generoso con ella. Tras almorzar nos dimos un paseo bastante largo mientras seguíamos hablando de todo.

Era una lectora empedernida y nos estuvimos contando los últimos libros que habíamos leído. Sobre las ocho de la tarde entramos en un pub para descansar un poco y tomarnos unas copas. Se nos fue el tiempo volando. Ya nos habíamos tomado unas copas y era casi la media noche. En ese momento yo estaba sentado al lado de Isabel y en un momento dado le dije.

  • Isabel, hay que ser muy estúpido para no valorar a un mujer como tu – Y agarrándola de la nuca la besé suavemente en los labios. Ella respondió a mi beso, abriendo ligeramente sus labios y sacando un poco su lengua que se encontró con la mía, hasta que empezamos a besarnos con ganas y metiéndonos la lengua hasta la garganta. Parecíamos críos de quince años.

  • ¿ Vives cerca ? Vámonos a tu casa. A la mía no podemos ir porque está mi hermana que ha tenido la enésima bronca con su marido.-Me dijo Isabel.

  • No vivo muy cerca, pero en coche estamos a quince minutos. Cojamos un taxi. - Le dije mientras sacaba dinero de la cartera para pagar la cuenta de las consumiciones.

Salimos y rápidamente cogimos un taxi libre. Yo rezaba para que Lucía se hubiera ido a su cuarto a dormir. A ver como coño le explicaba a Isabel que vivía con una mujer en casa y que esa mujer era nada más ni nada menos que mi ex mujer, que estaba muy arrepentida y deseando que le diera otra oportunidad.

Intentaba que no se me notara el nerviosismo, pero no me encontraba con ninguna excusa para Isabel si nos encontrábamos a Lucía despierta. Abrí con sigilo la puerta de la casa y solté la respiración cuando vi que la casa estaba a oscuras. Definitivamente, o Lucía no había llegado o ya estaba durmiendo en su cuarto. Isabel estaba cachonda perdida y pretendía que nos desnudáramos allí mismo en la entrada, pero yo la cogí de la mano y lo más rápido que pude la metí en la habitación cerrándola detrás.

Sin dejarla pensar, me lancé a su boca y empezamos a comernos como desesperados. Sólo parábamos para ir quitándonos las prendas. Nada de quitarnosla el uno al otro. Cada uno las suyas para ir más rápido. Era un mujer de bandera. Barriga plana, unos pechos perfectos que parecían ingrávidos y el pubis con la mata de pelo justo y arreglada.

Nos tiramos a la cama. Empecé a pasarle la lengua por el cuello, su oreja y bajando llegué a sus pechos donde me detuvo lamiendo sus pezones hasta ponerlosenhiestos. Una vez que le trabajé sus pechos, mientras Isabel gemía satisfecha seguí bajando hasta su ombligo y posteriormente su sexo. Con su mano tiró de la parte superior de su monte venus para liberar su clítoris del capuchón y pudiera acceder a él más fácilmente.

Empecé lamiendo como a mi me gusta sus labios, para de esa forma saborear su esencia. El olor era muy fuerte y el sabor era una maravilla. Ella estaba entregada y yo ensimismado en esa pedazo de mujer que estaba devorando. Definitivamente ataqué su clítoris con rapidísimos punteos de mi lengua y le metí dos dedos en su vagina.

  • Sigue y no pares. Me estás matando – Gritaba Isabel poseída. Tenía que hacerla acabar, porque se iba a enterar todo el vecindario, sobre todo la persona que convive conmigo dos habitaciones más allá. Saqué los dedos de su vagina y le metí uno en su culito.

En ese momento Isabel estalló en un sonoro orgasmo. Menos mal pensé. Sinceramente no lo estaba pasando bien. A todos nos ponen esas respuestas al placer que nos dan las personas con las que retozamos. Pero en mi caso, solo me pone en sitios donde sé que nadie me escucha y sin vecinos que te conozcan. Y no era la situación. Después de unos minutos de recuperación. Isabel se incorporó y me dijo

  • Ahora es mi turno. Me toca – Y sin más preámbulos se metió mi pene en su boca iniciando una mamada de mujer experimentada. La estaba disfrutando por un lado, pero por el otro que Lucía pudiera enterarse, no me hacía feliz. Que sí, que se lo merecía y todo lo que queráis, pero uno tiene su forma de ser y a mi no me gusta hacerle daño a nadie, ni a mis enemigos, con que me dejen en paz me basta. Decidí acortar e ir por la vía rápida. La aparté de mi nabo, le dije que se pusiera a cuatro patas y se la metí de golpe. Y ahí empecé a darle con ganas.

Otra vez los putos gemidos intensos de esta mujer que estaba extasiada. Y en un momento dado me empujó fuera, cogió mi prepucio y recogiendo todos los jugos que salían de su encharcada vagina, se humedecía el ojete y me pidió que se la metiera por el ano. Cojones, pensé, en una semana he derribado dos tabús, mi primer trío y mi primer enculada. Empecé a metérsela poco a poco en su prieto recto. Hasta que después de unos cuantos segundos, llegué hasta el final y me detuve para que se acomodara a mi aparato. Poco a poco empecé a meterla y sacarla.

Con cuidado Jose, pero no pares por lo que más quieras – Me pedía Isabel. Los empujones se hicieron cada vez más rápidos y más profundos hasta que Isabel se desató por completo. Empecé a bombearla con fuerza y ella bramaba que la deberían estar escuchando en diez manzanas a la redonda.

Pegó un fuerte alarido y se desplomó para adelante apoyando la cabeza en la almohada hasta que después de unos cuantos empellones más, me corrí en sus intestinos. Me salí y me quedé mirando para el techo, mientras ella en la misma posición que estaba, giró su cabeza hacia mi y me dijo

  • Ha sido una pasada –

Estaba con los ojos cerrados y no tenía fuerzas ni para abrirlos. Yo estaba un poco sudado y me entró una sed que me hizo levantarme para ir a por agua. Con mucho sigilo, desnudo como estaba y camino a la cocina, al pasar por el dormitorio de Lucía que estaba cerrado me pareció escuchar unos sollozos ahogados.

Llegué a la cocina, me serví un buen vaso de agua y cogí otro por si Isabel tenía sed. De vuelta a mi dormitorio, al pasar nuevamente delante de la puerta de Lucía, me detuve y agudicé el oído. Ahora sí claramente se oía un llanto ahogado. Lucía se había gozado la follada y debía estar hecha polvo.

Mierda! Exclamé para mí. Sabía que esto iba a pasar. Y maldije el día que le había ofrecido mi casa. Me jodía enormemente. Isabel se tenía que ir de mi casa. No aguantaría la vergüenza de levantarnos como dos tortolitos y encontrárnosla en el salón o la cocina a la mañana siguiente o que inclusive Isabel quisiese repetir al levantarse.

Cuando llegué al dormitorio, le dije a Isabel, que me disculpara que había quedado mañana muy temprano con mi hijo y que me había olvidado. Que por favor se vistiera, que la acompañaba a buscar un taxi para que la llevara a su casa.

A Isabel no le pareció gustarle mucho lo que había oído. Pero no dijo nada, se vistió y se marchó de mi casa. No me dejó ni acompañarla. En ese momento me di cuenta que le había jodido sobremanera y que ya no tendría ninguna oportunidad para repetir con ella.

Me levanté tarde el domingo, y cuando lo hice estaba solo en casa. A la hora del almuerzo apareció Lucía por mi casa. Su semblante era de una persona triste. Y a mi eso me terminó por desarbolar. Lo sé, de bueno parezco gilipollas.

  • Hola Pepe. Me he levantado temprano y me he ido a dar una vuelta al campo a pasear y así no importunarte – Me dijo dejando las llaves de la casa sobre la mesa de la entrada.

  • Lucía, yo….yo, siento lo de anoche – Me disculpé bastante avergonzado por el espectáculo que se tuvo que gozar.

  • No tienes porqué disculparte Pepe. Esta es tu casa y traes a quien quieras. Ya me lo advertiste. Me dijiste que no éramos amigos, solo compañeros de piso – Me replicó mirándome con una carita de pena que me partía el alma.

-¿ Has comido Lucía ? - Le dije intentando quitar hierro a la situación. - Iba a prepararme el almuerzo. Y hago unos raviolis que me salen dignos de masterchef. - le dije con una gran sonrisa. Ella extrañada me dijo.

  • Pues habrá que probar esos raviolis, porque cuando estábamos casados a duras penas te hacías una tortilla francesa – Me dijo esforzándose en poner una ligera sonrisa.

  • Venga ponte cómoda, prepara la mesa y espérame en el salón que me pongo manos a la obra. - Le ordené a Lucía, que ya más relajada se marchó hacia su dormitorio.

Me metí en la cocina y saqué una masa que ya tenía preparada en la nevera. La había hecho el sábado por la mañana. Cogí unos langostinos, cebolla, ajo, un poco de cayena canaria y para la salsa un fumé de pescado, un preparado con las gambas de los langostinos, un poco de tomate frito y cebolla picada. Cuando la masa la tenía preparada, rellené los raviolis y los metí a cocer en agua hirviendo con sal.

Se cocieron, los colé y los dispuse en una fuente. La salsa la dispuse en una salsera. Puse de entrantes un poco de pimientos asados con bonito en aceite de oliva virgen extra y un paté de oca trufada con unos panecillos tostados con pasas. Abrí una botella de Pintia, un toro espectacular. Era una forma de quitarme el mal cuerpo con mi ex. Cuando salí ella estaba esperándome sentada en la mesa. Se había puesto un chándal de andar por casa y se había maquillado un poco, sobre todo había tapado sus ojeras.

Cuando aparecí con todo lo que había preparado se quedó con la boca abierta, sobre todo por los ravioli. Coño, que asar unos pimientos o abrir una lata de paté, tampoco tienen mucha ciencia.

  • Pepe, me dejas anonadada. Me lo dicen y no me lo creo. ¿Y la masa de los ravioli, la compras hecha o la haces? - Me preguntó asombrada.

  • Los raviolis son artesanales. Todo está hecho por mi – Le respondí muy orgulloso.

  • Ummmmmm, pero que cosa más rica – Mientras comía extasiada.

Era la primera vez desde que vino a vivir a mi casa que realmente estábamos compartiendo juntos un momento. Y no me encontraba incómodo. Para nada. Hablamos sobre todo de nuestra amiga Laura. Lucía estaba contentísima por haberla recuperado y además, le encantaba Eduardo para ella. Me dijo que hacían muy buena pareja. Así estábamos cuando de repente y sin anestesia me soltó

  • ¿ La quieres ? - Me dijo mirándome fijamente

  • ¿ Qué ? ¿ Como ? Perdona, que quieres decirme – La verdad es que la pregunta no me la esperaba.

  • Que si estás enamorada de esa mujer, la de anoche – Me volvió a preguntar sin dejar de mirarme.

  • No, no, que va. La conocí esta semana. Era la primera vez que la veía – Le respondí devolviéndole la mirada

  • Entonces, ¿ ésta no es la misma que la del fin de semana pasado ? - Me preguntaba sorprendida, sin creerse que no fueran la misma persona.

  • Pues no, son personas diferentes – le respondí. Y en ese momento sin ella pretenderlo e intentando ocultarla, se le dibujó una sonrisa en la cara. El hecho de que no tuviera nada serio con ninguna de ellas, le hacía concebir esperanzas. Al verle la cara, con un rictus de satisfacción, pensé en decirle que no se engañara, que ella no iba a tener otra oportunidad. Pero no tenía necesidad de hacer sangre. Ya la pobre había estado amargada los últimos fines de semana. Sólo tenía que esperar a que se marchara de mi casa y todo volvería a la normalidad. Al menos eso pensaba yo.(55)