Confuso despertar

Un encuentro fortuito, una noche loca y el comienzo de una bonita amistad.

Abrió los ojos y no recordaba donde estaba. Intento moverse y no pudo, los brazos la dolían terriblemente y, aunque no estaba segura, pensó que los tenía atados a la espalda, y de una manera no muy cómoda. Notó que estaba sobre una cama, miró a un lado y en la penumbra vio la figura de alguien, inmóvil, posiblemente durmiendo, tumbado a su lado. Sintió la mano sobre su trasero y como se lo acariciaba.

­—Ya te has despertado, ¿cómo te encuentras? —su voz era tranquila, pausada, suave, cariñosa.

—Me duelen mucho los brazos, —balbuceo con un rictus de dolor— ¿por qué me has atado? ¡suéltame ahora mismo!

—Te he atado porque tu me lo has pedido, por supuesto; además, te advertí de que te iban a doler por la mañana, —su mano seguía acariciándola el trasero y comenzó a notar un «efecto» agradable. Sin darse cuenta, o sin poder evitarlo, intento apresar el trasero contra la mano del desconocido, que haciendo una ligera presión, introdujo un par de dedos hasta alcanzar el hueco vaginal acariciándolo con la yema de los dedos. Sintió una punzada de placer que la hizo gemir, pero reaccionó, y desconcertada, se apartó violentamente hacia un lado.

—¿Qué haces? —le reprocho.

—Nada que tu no quieras, ya te lo dije anoche.

—¡Pues quiero que me desates! ¡Ahora mismo!

—Muy bien, como quieras, —el desconocido se levantó de la cama y subió ligeramente la persiana de la ventana para que entrara un poco de luz, pero a través de sus huecos, entro como dardos hirientes que la hizo apartar la vista momentáneamente. Cuándo sus ojos se acostumbraron, le miró mientras rebuscaba en un cajón de la cómoda. No era joven, ni mucho menos, pero no seria capaz de asegurar su edad. Se notaba que se cuidaba: cuerpo atlético, musculoso, aunque con una ligera barriguita, tatuajes en los brazos y totalmente depilado. Y calvo, totalmente. Mirándole detenidamente, cuándo regreso a la cama con unas tijeras de la mano, se dio cuenta de que solo tenía pelo en las cejas, eso si, bastante pobladas.

—No intentes mover los brazos, —la dijo mientras cortaba la cinta adhesiva con que la había inmovilizado los brazos— deja que circule la sangre, además, las articulaciones las tendrás entumecidas.

—¿Por qué me ataste?

—Ya te he contestado a eso antes: porque tú me lo pediste, —respondió mientras la masajeada los brazos para que se reactivara la circulación.

—No me acuerdo.

—¿Qué no te acuerdas?, pues tanto no bebiste, yo no te vi hacerlo.

—Siempre me pasa, no te preocupes, —¿por qué estaba hablando con este desconocido del que no recordaba, nada como si tal cosa?, y desnuda— a lo largo de la mañana iré recordando.

—Que raro, ¿no? —dejó de masajearla los hombros mientras la miraba.

—No es raro, ya te he dicho que me suele pasar: anoche me fume un chino, de eso si me acuerdo, —de inmediato se dio cuenta de que la respuesta no había agradado al desconocido.

—¿Heroína?

— No, coca.

—Entiendo, —se dirigió a la cómoda y cogió la ropa perfectamente doblada que estaba sobre ella— toma vístete.

—¿Qué pasa? —preguntó incorporándose.

—Nada.

—Algo te pasa.

—No me gustan las drogas o las drogadictas…

—Pero…

—… y mucho menos, que se abran de piernas y luego no recuerden nada.

—¿Y a ti que más te da? Me has echado un polvo, ¿no?, pues ya está, —intento defenderse.

—A mí me gusta estar con mujeres que sientan y disfruten, no con muñecas hinchables, —dijo con el mismo tono de voz mientras se ponía los vaqueros sin la ropa interior—. Para eso me hago una paja. Venga, vístete y vete.

Salio de la habitación y la dejó sola sentada en la cama. Los recuerdos de la noche pasada, le empezaban a venir como fogonazos. Algunos, eran extremadamente calientes, perturbadores, tanto que noto como se le humedecía la vagina. No entendía que estaba ocurriendo: había estado hablando desnuda con un tipo desconocido, y calvo, y en lugar de salir corriendo, casi tenía ganas de hacerse un dedo. Se levantó de la cama y con precaución, movió los hombros y los codos para hacerlos reaccionar. Sin vestirse, pero envuelta precariamente en la sabana, salio de la habitación y le vio mirando por el ventanal del salón. Giro la cabeza y la miró.

—¿No te vistes? —ella se encogió de hombros negando con la cabeza mientras se ponía a curiosear las estanterías repletas de libros en un desorden ordenado—. Ayer no quisiste decirme tu nombre,

—Ana, me llamo Ana, ¿y tú?

—José Luis, llámame Jose.

—De mi amiga, la chica que venia conmigo, ¿sabes algo?

—No te vi con nadie, cuándo me abordaste, estabas sola, —y después de una pausa, añadió—: mira, creo que es mejor que te vistas y te marches.

—¿Y si no quiero irme? —le desafió con cierta coquetería— ¿qué vas a hacer… me vas a pegar?

—¿Tú estás loca, chica? No digas tonterías, ¡anda!

—¡Vale Jose! Perdona, —Ana se aproximó a él y suavemente le acaricio la espalda—. Mira tío, ya no estoy drogada, ¿vale?, además, ya voy recordando lo que ocurrió, y no sé por qué, pero no quiero irme… y no soy una drogadicta, fue algo esporádico.

—Esporádicamente, uno se fuma un porro, —dijo Jose girándose y mirándola— no se fuma un chino, ¿no te parece? Además, me has dicho que siempre te pasa, lo de la memoria.

—Si, si, te repito que dos o tres veces lo he hecho, cuándo me encuentro deprimida y quiero olvidar.

—¿Y ayer te encontrabas así? —Ana afirmó con la cabeza—. ¿Y eso?

—Ayer, por la mañana, mande a mi novio a tomar por el culo… definitivamente.

—¡Vaya! Lo siento.

—Yo no, ya estaba hasta la puta raja de ese gilipollas, machista y egoísta, —aunque Ana seguía sin entender como podía estar hablando con esa familiaridad con un desconocido, y desnuda, lo cierto es que se encontraba a gusto con él.

—Pues entonces, enhorabuena.

—Gracias, —Ana se abrazó a su torso y la sabana cayó— ¿Aun quieres que me vaya?

—No, si tu no quieres, —Jose la sonrío mientras la colocaba el flequillito.

—No, no quiero, —Ana sumergió su rostro entre los poderosos pectorales de Jose aspirando su aroma, como si quisiera esnifarlo, y, automáticamente, una punzada de placer la atravesó la vagina. La levantó en brazos y Ana le echó los brazos al cuello mientras le besaba en los labios. La llevo a la cama y con suavidad la deposito sobre ella mientras seguía aferrada a sus labios, — ¿qué me vas a hacer?

—¿Qué quieres que te haga? —preguntó Jose con una sonrisa.

—Pégame.

—No, eso no.

—Pero yo quiero que me pegues.

—Yo no le pego a nadie, y mucho menos a una mujer.

—Pero está noche me has atado.

—Eso es distinto, es un juego.

—¿Te gusta someter a las mujeres?

—Si ella quiere que la someta, si, pero solo en la cama, fuera de ella no.

—Recuerdo de anoche que lo pase muy bien, pero no tengo claro por qué me ataste. ¡Y que conste que no me desagrado!

—Tenias problemas en soportar los orgasmos, te estabas rayando y te lo propuse. Dijiste que sí.

— ¿Orgasmos, en plural?

—Si claro.

—Yo nunca he tenido orgasmos…

—Pues anoche sí. ¿Tu novio…?

—¡Ese anormal me follaba como los conejos y luego se ponía con la Play y el cigarrito mientras yo me hacia un dedo!

—Entiendo.

­—Gracias a Dios, ya le he mandado a la mierda.

—Entonces, ¿por qué ayer estabas con la «depre»? —preguntó Jose mientras, tumbado a su lado, la acariciaba suavemente.

—Pues porque soy una gilipollas. No, en serio. Supongo que por el tiempo perdido: dos años aguantándole para nada.

—Bueno, creo que cuándo se es joven, es más fácil curar las heridas del corazón, aunque, también, se pueden tomas las cosas por la tremenda.

—Te aseguro, que no pienso tomarme por la tremenda, nada que tenga que ver con ese gilipollas, —y agarrándole el pene, añadió—: además, me da que he encontrado una buena vacuna.

Jose la beso en la boca mientras su pene crecía en la mano de Ana, que lo asía como si se lo fueran a quitar.

—¿Por qué quieres que te pegue?

—Ni yo misma lo sé, de verdad, pero me… agradaba la idea.

—¿Te agradaba? —preguntó Jose con perplejidad—. Pues siento no poder complacerte.

—Pues átame otra vez…

—¿Seguro? Antes me has dicho que te desatara, de mala manera.

—Solo si me vas a hacer gozar como has hecho está noche.

—Tía, esto es cosa de dos, no de un súper macho que no soy, —dijo paseando los dedos por los pechos de Ana y jugueteando con los pezones— gozaras si tú quieres gozar; yo solo te ayudaré.

—¿Y tú?

—Yo gozo si tú gozas: tu placer, es mi placer.

—¿Te han dicho alguna vez que eres un tío muy raro?

—Pues la verdad es que no…

—Pues lo eres, y mucho. Déjate de rollos filosóficometafísicos, átame y fóllame de una puta vez.

—Tu tono implica velocidad, cierta prisa, y apremio, y eso no va conmigo, necesito tiempo para…

—Que te enrollas: ¡al grano!

—Lo siento, —dijo Jose sonriendo mientras cogía el rollo de cinta adhesiva que estaba sobre la mesilla de noche— mis amigos dicen que soy peor que Valdano.

—Ya lo he notado, —afirmo riendo—. ¿Sabes?, no me puedo creer lo que me está ocurriendo, tengo fama de ser un poco… «raspa», sin embargo, desde que he abierto los ojos no hago más que darle vueltas.

—¿A qué? —preguntó mientras le sujetaba las manos a la espalda y daba unas vueltas con la cinta.

—A que estoy aquí, en bolas, con un tío al que no conozco de nada, hablando de cosas intimas que ni siquiera se lo he contado a mi amiga, y casi de rodillas pidiéndole que me folle.

—Pues… no sé que decir.

—¡Qué raro! —bromeo Ana.

—A lo mejor, es porque no ves en mi a un enemigo, un competidor o un rival…

—¡Vale! No sigas, he captado la idea.

—… pero, ¿sabes?, la imagen de tenerte de rodillas, entre mis piernas, es muy potente y me resulta perturbadora.

Jose la saco de la cama y se encaminó con ella a un gran sillón de orejas situado en un rincón del dormitorio. La cogió en brazos y se sentó en él. Comenzó a besarla con profundidad, con ansia, mientras sus lenguas se encontraron floreteando furiosas, explorando la cálida cavidad ajena. Su mano descendió hasta la entrepierna de Ana que se abrió como una flor. Humedeció los dedos y estimulo el clítoris de Ana que se contrajo de placer e instintivamente junto las piernas. Pero la posición estaba tomada y Jose siguió estimulándola hasta que, finalmente, su cuerpo se contrajo azotada por un orgasmo mientras aspiraba su aliento. Dejó que descansara unos segundos, y todavía, ligeramente aturdida, la arrodillo en el suelo, se quitó los pantalones y sujetando su cabeza con las dos manos, lentamente introdujo el pene en su boca. Ana, con una entrega total, se esmeró concienzuda en la labor: estimulaba el glande con la lengua, se la tragaba con ansia hasta casi hacerla toser y la recorría con los labios en toda su longitud, que no era excesiva, era normal. Unos minutos después, Jose se corrió y Ana lo recogió en la boca mientras intentaba alargar su placer estimulándole el glande. Le miró con una sonrisa juguetona, y se lo trago. Jose, la sujeto la cara con ambas manos y la morreo con pasión. La sentó de nuevo sobre sus rodillas, y atrayéndola la volvió a besar con pasión mientras su mano descendía de nuevo al encuentro de su abultado clítoris. Con el aumento del placer, Ana cerro nuevamente las piernas intentando zafarse pero de nuevo, la mano de Jose estaba bien situada y, sin poder evitarlo, llego a un orgasmo que la hizo chillar. La mano de Jose siguió en su actividad mientras el la seguía besando, respirando su aliento y sus gemidos. Un par de orgasmos después, levantó en brazos a una agotada Ana y la deposito sobre la cama, bocarriba y con la cabeza colgando por el borde. Introdujo el pese en la boca que hasta hace poco había estado saboreando, la flexiono la piernas separándolas y dejando expuesta su apetitosa vagina pulcramente depilada. Como quien degusta un manjar exquisito, comenzó a saborearlo, impidiendo con los brazos los intentos de Ana por cerrar las piernas. Está, totalmente excitada, notó como el pene de Jose crecía en su boca y cuándo llego el nuevo orgasmo, solo pudo emitir una serie de gruñidos guturales. Cuándo creyó que ya era suficiente, porque era imposible que se pudiera hartar de la vagina de Ana, salio de su boca, la sitúo en el centro de la cama, la desato las manos, y colocándose sobre ella, la penetro mientras la mantenía abrazada. Entro sin dificultad, en una vagina bien lubricada y encharcada, y así, abrazada, besándola constantemente, la follo mientras Ana gemía, casi gritaba, sin descanso. Cuándo alcanzo el orgasmo, duro, poderoso, Jose, que se había estado reteniendo un poco, se corrió con ella mientras respiraba sus gritos. Estuvieron un rato, inertes sobre la cama, y mientras Jose la besuqueaba sin descanso, Ana, cuándo podía le daba mordisquitos en los hombros.

—¿Qué tal estás? —preguntó Jose con una sonrisa cuándo sus corazones se tranquilizaron y salio de ella, tumbándose a su lado y atrapando uno de sus pechos.

—¡Follada! —exclamó Ana riendo complacida— y besuqueada, y mucho.

—Siento si te ha molestado, —dijo Jose apoyándose en el codo— soy muy besucón; debe de ser por mi origen andaluz.

—No me ha molestado, al contrario, me siento querida, deseada, amada.… ¿Y eres andaluz?

— Sí, de Málaga.

—Y el acento, ¿dónde lo has dejado?

—Mis padres se instalaron en Madrid cuándo yo tenía tres años, —respondió mientras la levantaba en brazos y se encaminaba al baño—. Vamos a ducharnos.

—¿Ya no quieres follarme más? —preguntó coqueta mientras le rodeaba el cuello.

—¡Claro que sí!, pero hay tiempo para todo.

—¿Para hacer que?

—Podemos desayunar, podemos salir al parque a correr unos kilómetros, podemos ir a misa antes de ir a comer… —tuvo que soltar una carcajada cuándo vio la cara que había puesto Ana.

—¡Eres malo! —dijo finalmente Ana sonriendo— casi me lo trago.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó mientras la enjabonaba la espalda.

—Pues no se…

—Podemos salir a dar un paseo por el Retiro.

—Si, pero con ropa de ir a la disco no me mola.

—Pues pasamos por tu casa y te cambias.

—¿Y luego?

—¿Luego del paseo? Lo que tú quieras.

—¿Follar?

—Si tú quieres, —respondió mientras pasaba la esponja por la vagina de Ana.

—¿No estás cansado?

—Es imposible que yo me canse de hacer el amor con una mujer como tú, —la respuesta dibujó una amplia sonrisa que ilumino el rostro de Ana—. Te propongo algo: a tu casa y te cambias de ropa, paseo por el Retiro y si quieres pillamos una barca, te invito a almorzar en alguna terracita de la zona y, regresamos aquí para hacer lo que tú quieras.

—¡Follar!

—Pues follar, tenemos toda la tarde.

—¿Y mañana?

—Bueno, ya lo hablaremos, mañana será otro día.

—Pero, ¿querrás seguir viéndome?

—Lo que no podré es olvidarte.