Confusión

Un percance callejero me hizo reflexionar sobre mi sexualidad.

CONFUSION.

Tenía 28 años. Estaba casada. Mi marido y dos pequeños hijos completaban la familia. Lo que les voy a relatar sucedió hace un tiempo y creo en mi conciencia hay una ambivalencia con respecto a mi sexualidad que me atormenta desde la experiencia que tuve esa tarde de verano.

Caminaba apurada, como siempre, por la avenida Callao y casi llegando a Santa Fe tropecé con una baldosa floja y caí sobre la vereda. Quede aturdida en el suelo y recuerdo que un hombre y una mujer se acercaron presurosos a levantarme. Ella solicita, cuando me incorpore, me invito a reponerme y arreglarme el vestido yendo a su oficina a pocos pasos de allí. Había roto la media y ensuciado la blusa, además estaba un poco mareada así que luego de algunas evasivas finalmente accedí para tomar algo fuerte y reanimarme según me propuso.

Me tomo del brazo. Franqueamos la puerta del edificio y subimos en el ascensor. Mientras viajábamos la observe. Era una mujer de unos 45 o 50 años algo robusta pero no por eso menos atractiva. Tenía una personalidad avasallante y me sentí protegida cuando entramos a su oficina.

Yo a pesar de haber tenido hijos conservo mi figura. Alta de 1.70 metros. Rubia con el pelo platinado más bien corto y ojos verdes. Raquel, que así se llamaba, elogio mi belleza y mis piernas mientras me ayudaba a sacar las medias. Corrió presurosa a buscar unas suyas para reponer las que se me habían roto. A pesar de mi negativa para no aprovecharme de su generosidad hizo caso omiso a mis palabras y retorno con un par nuevo que según ella esperaban para ser estrenado por alguien en una ocasión especial. Mientras tanto me alcanzo un vaso de whisky, que ingerí sin medir las consecuencias. No estoy acostumbrada y me desinhibí. Soy más bien tímida y siempre me deje influenciar por mi marido y las personas que me rodean sin revelarme ante las cosas que no me parecían bien y acepte las cosas como venían.

Esto lo cuento para entender lo que sucedió luego. Raquel me quito la blusa para lavarla y se situó detrás mío para masajearme el cuello y los hombros con el objeto de que me relajase del todo según me dijo. Goce de su fuerza y las caricias profundas de sus manos sin que me atreviese a rehusarme hasta que, mientras cerraba mis ojos y me deleitaba con el masaje transportándome a un lugar de ensueño, sus manos se posaron sobre mis senos y los liberaron del corpiño. Me tomo de sorpresa. Se abalanzo sobre mis pezones y su boca busco con desesperación besarlos y mordisquearlos. Me asuste y retrocedí tratando de separarme, pero no tenía fuerzas. Jamás había estado con una mujer. Me tenía totalmente dominada. Raquel se daba cuenta de mi estado de indefensión. Sus manos me acariciaban y yo trataba de rehuir a sus caricias hasta que me tomo el rostro con ambas manos y me beso en los labios. Me había vencido. Su lengua trato de abrirse paso entre mis labios hasta que cedí. Comencé respondiendo a sus besos y ya no hubo vuelta atrás. Nuestras lenguas se entrelazaban y yo había perdido toda compostura. Ahora era yo la que la acariciaba y buscaba sus zonas erógenas. Incomoda como estaba me recline en el diván y abrí mis piernas para facilitarle sus caricias. Era la primera vez que me ofrecía a una mujer. Se situó entre mis muslos y su boca comenzó a besar y triscar delicadamente el clítoris con los dientes mientras dos de sus dedos se introducían en mi vagina y la masturbaban. Comencé a gemir de placer. Nunca había creído que se pudiese gozar tan intensamente con una mujer. Pero eso me estaba sucediendo. Su lengua era como un reptil cuando la introducía en la vagina. Cuando se produjo mi orgasmo no pude evitar tomar su cabeza con mis manos y encajarla dentro de mi concha para que me la comiese como un manjar. Luego fue mi turno. Había aprendido rápido y la hice jadear y gemir al chupar el néctar que fluía de sus entrañas. Con voz entrecortada me estimulaba y me pedía más.

Luego de más de una hora de cachondeo terminamos ambas en un orgasmo conjunto y ruidoso. Me bañe y me vestí despidiéndome con un beso y la promesa de que esa no sería la última vez.

Al tomar el colectivo para volver a casa repase lo sucedido y me sentí culpable de un pecado capital remordimiento que aun hoy me acompaña. ¿Soy culpable de haber cedido y gozar con una relación espuria y homosexual?