Confluencia Elemental. 6 EL REFLEJO PERFECTO
En este capitulo nuestros viajeros, se toparan con uno de los seis barones y un nuevo compañero, que comparte algo mas que solo su desdicha por Arcania.
CAPÍTULO 6; EL REFLEJOPERFECTO
Cuando me desperté y conseguí mantener
los ojos abiertos, reconocí aquella vieja
habitación del hostal en el que nos
hospedábamos. A través de la ridícula ventana
en la pared, los rayos de una luna pálida y poco
vigorosa iluminaban el dormitorio con evidente
dificultad.
Durante los siguientes minutos, acostado
sobre la cama, recordé el bochornoso capítulo
que acababa de vivir.
Estaba verdaderamente irritado tras el
accidentado entrenamiento, pues mi poder se
había propuesto convertirse en una verdadera
pesadilla. Si ni siquiera podía controlarlo con
ayuda del anillo, ¿cómo iba a poder hacerlo por
mi cuenta?
En sus respectivas camas, Noa y Kamahl
descansaban sin signos de un inminente
despertar. Es más, no entendía como los
ronquidos de mi amiga no despertaban al
científico, que permanecía en un silencio
perfecto.
Si Noa tenía un secreto inconfesable, eran
sus apoteósicos ronquidos.
Me ahogaba en aquella habitación. Sabía
que volver a conciliar el sueño no era una opción
que mi cuerpo iba a aceptar, así que tras
arreglarme un poco salí de la habitación en
dirección a las calles de Lirium.
Habían pasado menos de dos días desde la
salida de Zale, pero a mí me parecían ya dos
semanas. ¿Cómo habría encajado mi madre la
noticia que Remmus le hubiera contado?
Aguantó con fuerza la muerte de mi padre años
atrás, pero esto era diferente porque era la
primera vez que estaba verdaderamente sola.
Debía centrar mis esfuerzos en volver a
reunirme con ella.
Tras bajar las escaleras, me sorprendió
encontrar las luces de la planta baja encendidas.
La mujer con cara de pocos amigos que nos
había atendido el día anterior se encontraba
detrás de la barra atendiendo a varios
vejestorios notablemente borrachos. No sabía la
hora exacta que era, aunque cuando me vio
pasar comentó con fervor:
—Muchacho, eso es madrugar —y tras
dedicarle una sonrisa para intentar parecer
agradable (¿en quién me estaba convirtiendo?)
me dejó pasar de largo sin más preguntas.
Aun siendo de noche, a través del océano y
su creciente claridad intuía que no debía faltar
mucho para el amanecer. Agradecí la brisa
fresca que corría a través de las entonces
desiertas calles de aquel pueblucho, y me dirigí
hacia la costa.
Cuando necesitaba despejarme y aclarar mis
ideas, la playa de Zale siempre había sido mi
particular panacea, así que traté de buscar el
mismo remedio.
Tras llegar hasta allí, y a pesar de la tenue
iluminación de la noche, no me costó detectar
las diferencias de aquella playa con lo que
representaba la costa de Zale. Mientras la
nuestra era prácticamente virgen, sobre la arena
de esta descansaban una decena de barcos,
algunos incluso abandonados, varias casetas
que debían abrir durante el día y demasiada
basura esparcida por todos lados.
Paseé un rato por la arena. Por suerte la
vista nocturna del océano era prácticamente la
misma que en mi tierra. Deseaba poder ver la
isla desde esa distancia, o al menos la barrera,
pero no fue así.
Inmerso en mis propios pensamientos, traté
de recordar las palabras de Noa: “prométeme
que harás un esfuerzo la gente del exterior”.
Kamahl definitivamente no parecía un mal
tipo. Es más, su atractivo físico y su aparente
personalidad lo hacían uno muy interesante,
pero aquello no servía de nada.
Por mucho que me costara reconocerlo, uno
de los motivos que me habían atraído del
exterior era su opinión sobre la homosexualidad.
Un nuevo mundo, más cosmopolita, pensaba
desde la isla, quizás allí las cosas sean de otra
forma. Y ahora me había chocado de bruces
contra la realidad.
¿Pero qué esperaba? ¿Parejas de dos
hombres o dos mujeres cogidas de la mano por
la calle, como si nada? Iluso. Como siempre, mi
inocente esperanza de un mundo mejor
resultaba una anecdótica y amarga fantasía. El
exterior parecía un lugar idéntico a Zale en ese
sentido.
Seguía caminando a través del borde de la
playa, inmerso en mis absurdos pensamientos,
cuando escuché un extraño grito a lo lejos.
Afiné la vista, cauteloso.
Desde el otro lado de la playa, a una lejana
distancia, me pareció diferenciar a un hombre
corriendo hacia mi dirección. No sabía de qué
iba aquello, así que me escondí dentro de uno
de los botes que yacían en la arena, y esperé,
porque el individuo cada vez se acercaba más.
Corría, y para mi desgracia pude escuchar a
lo lejos lo que decía: “Ayuda”. Levanté
cuidadosamente la cabeza a través del bote,
para que no me descubrieran.
El hombre, que era de mediana edad, algo
gordito y calvo, ya no estaba tan lejos, y detrás
de él cerca de tres personas corrían
desesperadas. Aquello era una persecución,
pero dada la velocidad del señor, duraría poco.
Justo antes de caer al suelo me pareció que
me había mirado directamente a los ojos, así
que asustado agaché rápidamente la cabeza.
—¡¡Maldita bruja!! —gritó antes de recibir un
golpe seco por parte de sus perseguidores, que
lo dejó inconsciente.
Aunque lo dijo en femenino, no diferenciaba
más que a tres hombres corpulentos. Miraron
alrededor, y tras asegurarse de que no había
testigos, uno de los tres cargó el cuerpo
inconsciente y rápidamente se marcharon de allí.
Por fin respiré con normalidad.
La noche y el bote me habían proporcionado
un buen escondite, pero el cielo ya estaba
adquiriendo un tono azulón. Decidí volver
rápidamente al hostal y contarles lo que había
visto. ¿Quizás ese tipo de violencia era normal
en el exterior? Todo había resultado demasiado
extraño.
En las calles, los trabajadores comenzaban
ya a preparar sus puestos de comida,
ajetreados y ajenos a lo que acababa de vivir.
Pedirles socorro no parecía una decisión muy
acertada, no sabía de quien podía fiarme.
Ya en el hostal, la señora con cara agria me
echó una mirada furtiva sin mediar palabra
mientras subía al primer piso.
Toqué la puerta de nuestra habitación, y tras
comprobar como alguien miraba a través de la
mirilla, Noa abrió sobresaltada:
—¿¡Dónde te habías metido?!
—He ido a dar una vuelta. ¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa? ¡Kamahl tuvo que
traerte en brazos después de que te
encontráramos inconsciente! Y ahora
desapareces.
Y yo me perdí esa escena.
A decir verdad, quizás debí haber dejado una
nota. Pero ya daba igual, así que no continué
discutiendo y entré en la habitación. No había ni
rastro de Kamahl.
—¿Ha ido ya el científico loco a hablar con el
alcalde?
Noa resopló y susurró:
—Está duchándose –aseguró.
Puse una mueca, porque en nuestra
habitación no había ningún baño.
—Duchas compartidas para todas las
habitaciones. Al fondo del pasillo a la derecha.
Tú eres el siguiente. No intentes nada raro, no
es de los tuyos —bromeó con una risa floja.
Me lanzó un viejo jersey y unos vaqueros
desgastados, pero al menos limpios. No
pregunté su procedencia.
—¿Qué te hace pensar que me interesa? –
contesté a la defensiva, a lo que Noa respondió
arqueando la ceja.
Me conocía demasiado. Eso era peligroso.
Me puse en marcha a desgana hacia el
baño. Al llegar, al menos agradecí que hubiera
uno para hombres y otro para mujeres. Con toda
la clase de chusma que se debía hospedar allí,
hubiera sido imposible para Noa compartirlo con
otros desconocidos.
Toqué la puerta con precaución mientras
preguntaba en voz alta si ya había terminado.
—Sí, pasa pasa –respondió a través de la
puerta.
Entre con cierto nerviosismo (perfectamente
camuflado) en la sala. Kamahl estaba acabando
de asearse, con la toalla enrollada en la cintura.
Recorrí con la mirada su abdomen desnudo
durante una fracción de segundo, junto antes de
que se girara hacia mí. No fui descubierto,
aunque eso no evitó que me ruborizara.
Sus bronceados brazos iban acorde con el
resto del cuerpo, que en conjunto formaba una
escultura perfectamente fibrada. Yo solo había
visto aquel nivel de masa muscular en algunos
de los trabajadores de las minas, que se
pasaban cargando material todo el día. ¿Pero
en un ratón de biblioteca?
Así que en tono jocoso, comenté:
—¿Todo eso es tuyo o es fruto de alguna
pastilla de vuestro diabólico laboratorio?
—Ja, ja. Todo buen científico sabe la
importancia del ejercicio físico —apuntó
pletórico en tono profesional, mientras recogía
sus cosas.
Admiraba aquella condición física.
Acostumbrado a realizar ejercicio, yo me
mantenía también en forma, pero siempre
incapaz de abandonar mi delgada constitución.
Salió del cuarto y deambuló por el pasillo tal
cual, con la toalla enrollada. Aquello era lo que
nos faltaba. No solo era un científico exiliado al
que le salían plantas de las manos, también era
un exhibicionista. En Zale éramos algo más
pudorosos en lo referente a compartir baños,
especialmente en las altas esferas.
Afiné el oído unos segundos y efectivamente
escuché el predecible grito escandalizado de
Noa cuando Kamahl entró en la habitación. Reí a
carcajada limpia…por primera vez desde que
abandoné la isla.
Tras acabar mi turno hice guardia delante de
la puerta del baño de señoras, asegurándose de
que ningún malhechor pervertido entrara
mientras estuviera Noa dentro. Todo ello a
petición suya.
Finamente habíamos dejado de parecer
mendigos. Comenzamos a planificar el día.
—Aquí tenéis una lista con un par de cosas
que debéis comprar por el pueblo mientras yo
esté con el alcalde —comentó Kamahl mientras
salíamos por la puerta del hostal.
Nos entregó unas monedas brillantes, que
observamos con cierta admiración. El dinero de
Zale había recirculado tanto que los brillos eran
más bien leyendas del pasado.
—Espera un momento ¿No vamos contigo? –
me quejé.
Quería enterarme de lo que se iba a discutir,
y así sentirme útil de alguna forma.
—En principio iba a ser así, pero luego
pensé que cuanto menos nos veamos
sumergidos esto, mejor. Al fin y al cabo, como
tú dijiste, una vez tenga la información y como
buen político, no le seremos de utilidad.
—Oh, entiendo —añadí con aire de
indiferencia.
Kamahl era inteligente. Utilizar mi propio
argumento era la mejor táctica para mantenerme
callado.
—Nos reuniremos de nuevo a la hora de
comer, aquí en nuestra habitación.
—Ten cuidado —advirtió Noa a Kamahl con
el rostro preocupado.
—Lo haré. Vosotros intentad no llamar la
atención —comentó él con aire paternal.
Me molestaba que a veces se comportara
como un padre encargado de llevar a sus hijos
de viaje. Un largo viaje, y unos hijos indefensos
que necesitan hasta la más mínima instrucción.
¿Tan inocentes parecíamos?
Nos separamos y ambos comenzamos
nuestro camino por las tiendas del pueblucho.
Aquella mañana las calles estaban menos
abarrotadas que el día anterior, pero aun así
decenas de personas iban y venían a toda prisa.
En la lista que Kamahl nos había
proporcionado figuraban algunos nombres como
“Mochila”, “Ropa nueva”, y otros elementos
necesarios para largos viajes a pie, lo que no
me emocionaba especialmente.
Cuando nos pusimos en marcha hacia la
segunda tienda, a Noa le entró esa vena
melancólica que yo estaba deseando evitar:
—¿No lo echas de menos?
—¿El qué? –dije haciéndome el tonto.
—Si no echas de menos…ya sabes. Zale.
Todo lo que dejamos allí —aclaró.
Enseguida comprendí que más que
interesada en mí, lo que Noa pretendía era
desahogarse.
—Por supuesto Noa. Pronto volveremos
casa.—
Lo sé. Es que cada vez que pienso en mi
familia, mi padre…He intentado no hacerlo, pero
no soy tan fuerte. No como tú —aquel cumplido,
si es que realmente lo era, me pilló
desprevenido.
—Para mí también es duro…ahora mismo no
podemos volver. Lo mejor que podemos hacer
es conseguir apoyo aquí y volver para poner fin
a las minas.
—Supongo que tienes razón, como siempre
—respondió Noa sonriendo—. Con la ayuda de
Kamahl podremos hacerlo. Sigamos.
Entonces deduje que toda aquella confianza
que había ganado con Kamahl era fruto de un
terror absoluto. Miedo por saber que solo lo
teníamos a él. Era el único que sabía dónde
debíamos ir, o qué debíamos hacer. Si lo
perdíamos ¿Qué sería de nosotros, sin nadie
que creyera nuestra historia? Noa había sido
más inteligente que yo ganándose la confianza
de Kamahl.
Finalmente casi todas las monedas habían
desaparecido y cargábamos varias bolsas con el
material necesario.
Aún no era mediodía, así que tras dejar las
compras esperamos en la habitación mientras
charlamos sobre las diferencias entre las
costumbres de aquí y las de nuestra tierra, por
matar el tiempo.
Así pasó una hora. Y dos.
Lo mejor era que Kamahl no contara cada
detalle de la historia, especialmente sobre
nosotros, porque al fin y al cabo el alcalde era
un desconocido. Pero a estas alturas debía
estar soltando hasta nuestra fecha de
nacimiento.
Gastamos nuestras últimas provisiones
económicas en una comida horrible que nos
sirvió la mujer que regentaba el hostal. ¿Aquella
bruja no dormía nunca?
Y así hasta que comenzó la tarde, y empecé
a ponerme nervioso.
Al final Noa formuló la pregunta obvia:
—¿No debería estar aquí ya?
—No lo sé, Noa, quizás sí. Aunque a ese tío
le gusta mucho hablar, quién sabe.
Pasó otra hora, y finalmente decidimos tomar
cartas en el asunto. Sabíamos dónde estaba el
edificio, pues se podía ver desde cualquier
rincón del pueblo, el problema era que en todo lo
demás estábamos perdidos. Quizás sería una
buena forma de espabilarnos.
Andamos intranquilos por las calles hasta la
entrada al ayuntamiento, simulando una
tranquilidad que se fragmentaba cada minuto
que Kamahl no regresaba de aquel lugar.
El ayuntamiento resultó ser un edificio viejo,
imponente y chillón gracias al color granate que
lucían cada una de sus paredes.
Entramos en el amplio recibidor,
prácticamente desierto. Desde un modesto
recibidor, una mujer joven, morena, y con una
larga coleta en cola de caballo nos recibió
entusiasmada.
Antes de que pudiera preguntarle, marcó
aceleradamente a través de un pequeño
teléfono, susurró varias palabras eufórica, y
colgó. Entonces se dirigió a nosotros con una
voz aguda y estridente:
—¿Sííí? ¿Os puedo ayudar en algo?
—Sí, verás, mi nombre es Ethan, estamos
buscando a un hombre llamado Kamahl.
La secretaria levantó la ceja y puso una
curiosa mueca, así que especifiqué un poco
más.—
Un hombre de mediana edad, castaño, que
ha debido pasar esta mañana por aquí para
reunirse con el alcalde ¿Se encuentra aún aquí?
—¡Ahh! ¡Sí! Ahora sé a quién te refieres,
amor. El alcalde se reunirá con vosotros.
Esperadle en la primera planta, la puerta del
fondo. No tiene pérdida.
Tras agradecerle la información nos dedicó
una sonrisa forzada, pero a diferencia de las de
Kamahl, algo siniestra.
Subimos por una de las dos grandes
escaleras que, desde lados opuestos, invadían
todo el hall y conectaban ambas plantas.
Caminamos a través del único pasillo hasta la
puerta del fondo, entreabierta.
—Hay muy poca gente para ser un
ayuntamiento, ¿no crees? –susurré a Noa.
—Así solo vas a conseguir asustarme, idiota
—respondió sincera.
Tocamos tímidamente la puerta, pero no
respondió nadie.
—La secretaria dijo que vendría ahora
mismo —aclaró Noa.
Así pues, accedimos al amplio despacho por
nuestra propia cuenta.
Nos hallábamos en una habitación mediana,
cuyas paredes se encontraban empapeladas en
tonos granate, y contenían algunos mapas
políticos que no reconocí. En el fondo
descansaba una gran mesa escritorio construida
con madera de alta calidad, repleta de
papelorios dispersados de forma caótica.
Nos sentamos en dos sillas contiguas, y tal y
como nos habían prometido, en menos de un
minuto apareció un señor por la puerta.
Era un hombre calvo, algo obeso y con un
gran y antiestético bigote. Sin duda me
recordaba a alguien, ¿algún conocido de Zale?
En aquel momento no caí.
Hasta que pronunció las primeras palabras:
—Sed bienvenidos. Mi nombre es Baldo
Terrence, como sabréis soy el alcalde de este
maravilloso pueblo —explicó mientras nos
miraba fijamente—. Tenemos mucho de qué
hablar.
Aunque traté de aparentar normalidad,
estaba absolutamente petrificado. Por sus
rasgos físicos no había podido identificarlo, pero
la voz le había delatado. Era exactamente el
tono del hombre que esa misma noche había
sido perseguido y golpeado en la playa.
Por suerte no me había reconocido. No
entendía nada, solo sabía que aquel lío no nos
incumbía, y cuanto menos supiéramos, mejor.
Noa comenzó la conversación:
—Buscamos a Kamahl, un hombre moreno,
de estatu....
—Sí, está aquí —cortó él—. No os
preocupéis, enseguida os reuniréis con él. Si no
os importa, contadme primero vuestra versión,
eso sería de mucha ayuda.
—En realidad —añadí yo, con tono seco—.
Preferimos esperarle. ¿Está en el edificio?
—Oh sí, está aquí. Se unirá a nosotros en
unos instantes —repitió de nuevo—. ¿Por dónde
íbamos?
—¿Señor Terrence? —pregunté en un tono
más agresivo, que debió notar por el cambio que
reflejó su rostro—. En realidad creo que ya nos
conocíamos. Le vi esta madrugada por la playa
¿recuerda?
Aguardó un momento, pensativo, sosteniendo
mi mirada.
—¿Por la playa dices? —repitió. Su rostro
calmado se descompuso en una décima de
segundo. Luego esbozó una media sonrisa,
entrecerró los ojos y añadió—. Jijiji, es cierto,
este gordo estaba en la playa por la mañana.
Todo un fastidio.
Que hablara de sí mismo en tercera persona
elevó al máximo la tensión. El silencio se
apoderó de la habitación, mientras él mantenía
la mirada fija en nosotros.
Noa se giró hacia mi aterrorizada, los dos
comprendimos que no había sido una buena idea
ir solos al ayuntamiento.
—Oh amores, no me miréis así. Solo quería
divertirme un poco —añadió aquel hombre
gordo, con una voz terriblemente femenina. Era
la voz de la secretaria de la planta baja—.
Vuestro amigo está en la planta baja,
encadenado como un perro. Os está esperando.
Tras acabar aquella frase ambos nos
levantamos frenéticamente de la silla en
dirección a la salida, pero fue en vano. El alcalde
levantó con ambas manos la mesa escritorio y
nos la lanzó a una velocidad sobrehumana.
Empujé todo lo que pude a Noa para sacarla de
la trayectoria del objeto, que me golpeó en todo
el costado y me lanzó al suelo violentamente.
Aturdido, grité con todas mis fuerzas:
—¡¡Utiliza el anillo!!
Forcejeé con la mesa unos segundos,
mientras percibí el sonido de varias estanterías
estrellándose contra el suelo.
—¡Ethan! ¡No lo tengo aquí! —escuché, aún
en el suelo.
Perfecto. ¿Había sido tan inocente como
para dejarse el anillo en la habitación tras el
cambio de ropa? Por suerte yo sí tenía el mío,
bastaba con entregárselo.
Finalmente me deshice de la mesa como
pude y me recompuse en busca de Noa.
El silencio sepulcral reinó de nuevo en la
habitación cuando observé la imposible escena
que se proyectaba ante mí. A cada lado de la
habitación había una Noa. No había rastro del
alcalde. Solo era ella, multiplicada por dos.
—¡¡Ethan!! Está intentando engañarte —gritó
la de la derecha con el rostro bañado en
lágrimas.
—¡Ethan por favor, mírame! ¡Es ella quien
está intentando engañarte! —dijo la de la
izquierda, mientras daba un paso para intentar
acercarse. Mostré el anillo con tono
amenazante, y ordené:
—¡No te muevas…! ¡No os mováis! —
advertí.
Mientras no supiera cual era la correcta no
podría entregar el anillo. El problema era que
ambas se dirigían a mí, y debía decidir en el
siguiente segundo cual era la opción correcta o
caeríamos los dos. Así que antes de que fuera
demasiado tarde miré a la de la izquierda y
pregunté entrecortadamente:
—¿¡Violeta, eres tú?!
Pero ella dibujó una extraña mueca de
asombro.
Sin embargo, la Noa de la derecha respondió
eufórica:
—¡Sí! ¡Soy yo! ¡Oh por favor, ayúdame!
Lancé todo lo rápido que pude el anillo a la
verdadera Noa, que lo atrapó al instante y se lo
colocó en el dedo.
La otra no tuvo tiempo a reaccionar, una
pantalla de luz se interpuso entre ella y nosotros,
aislándola en el fondo de la habitación. Noa me
abrazó.
—Vaya, eso ha sido...inesperado. Así que no
te llamas Violeta —añadió en tono divertido la
impostora.
Por suerte aquel alcalde, o lo que fuera que
fuese, no había escuchado el nombre de Noa,
así que cuando fingí que se llamaba Violeta solo
la falsa podía identificarse como tal.
—¿¡Qué quieres de nosotros!? —pregunté a
aquella réplica de Noa, que no miraba con
absoluta despreocupación.
—Oh, querido, yo solo cumplo órdenes —
admitió mientras se sentaba en una de las sillas
—. ¿Quién iba a decir que el elemental oscuro
sería tan interesante?
Intenté seguir con la conversación, obtener
cualquier tipo de información, pero Noa tiró de
mi brazo, urgiéndome a abandonar la sala.
—Olvídate de ella, ¡Kamahl los necesita! —
recordó aterrada.
—Tienes razón. Liberemos a Kamahl y
salgamos de este maldito pueblo de una vez —
admití.
Esquivando el caos recién instaurado,
abandonamos la sala iniciando una marcha
frenética a través del aterciopelado pasillo por el
que habíamos llegado en primer lugar.
—¡No te apures querido, volveremos a
vernos! —gritó desde la distancia la falsa Noa.
Mientras descendíamos por las elegantes
escaleras, grité a pleno pulmón:
—¡¡Kamahl!!
—¡Aquella cosa dijo que estaba en la planta
baja! ¡Vamos! No sé cuánto tiempo aguantará
encerrada —me recordó Noa sobresaltada.
Nos encontrábamos en la planta baja,
completamente desierta. Comenzamos a abrir
puertas como locos, accesos, pasillos…todos
vacíos. ¿Qué habría pasado con el personal del
ayuntamiento?
Tras descartar una a una, finalmente
llegamos hasta el último portón de un largo
pasillo, cerrado a cal y canto.
Intenté embestirla, subestimando inútilmente
mi fuerza. Ni siquiera se tambaleó.
—¡Ethan! —gritó Noa para que me girara.
Me había lanzado una de las espadas de luz,
que cogí al aire. La estrellé varias veces contra
la puerta hasta que la cerradura dio de sí, y
pudimos sumergirnos dentro.
Allí nos esperaban unas escaleras de piedra
que descendían hacia el sótano, sumergido en
una peligrosa penumbra.
—Espera aquí. Si se acerca alguien avísame
y corre —le ordené a Noa.
Baje rápidamente las escaleras. Ahora me
hallaba en un sótano pobremente iluminado con
unas bombillas artificiales en la que se disponían
varias celdas con barrotes oxidados.
En la primera pude diferenciar a duras penas
al hombre gordo que me había encontrado en la
playa, no sabía si inconsciente o muerto.
En la de enfrente estaba la secretaria,
también desfallecida.
—¿Kamahl? –dije en un tono moderado,
suficiente para que me escuchara y no llamar
demasiado la atención.
Tras unos segundos en silencio, me
respondió su voz desde el fondo de la sala.
—¿Qué te había dicho? –le dijo a alguien con
tono animado y tranquilo.
Me apresuré hasta su celda. Tenía las
manos inmovilizadas con unas extrañas cadenas
doradas, que brillaban bajo la penumbra. Señaló
con la barbilla hacia una mesa alejada llena de
polvo—
Ahí está la llave. ¿Cómo habéis
conseguido entrar? Debemos salir de aquí antes
de que ella lo descubra.
—“Ella” está aislada en la planta de arriba —
dije apresuradamente mientras removía varios
objetos de la mesa, en busca de la llave—. Con
una barrera de Noa. No sé por cuánto tiempo
¿Puedes usar tus hiedras?
—Esta cadena parece impedir que utilice
poderes. Estaban bien preparados…el numerito
del alcalde desfavorable era una trampa de
Arcania.
Finalmente encontré un llavero oxidado con
unas ocho piezas, y fui probando una por una
hasta que la puerta se abrió. Le ordené que
separara lo máximo posible las manos entre sí,
y con la espada y tres golpes la cadena se hizo
añicos.
Me apresuré a intentar abandonar el sótano,
pero al salir de la celda Kamahl tomó las llaves y
se puso a buscar una entre ellas.
—¿Qué pasa ahora? ¡Noa está esperando
fuera! –añadí irritado.
—Vas a tener que confiar en mí. Te conozco
poco, pero sé que esto no te va a gustar —
comentó mientras se dirigía a la celda opuesta a
la que había sido encarcelado.
Al principio no comprendí, mas en el interior
de la celda se hallaba la respuesta: Un extraño
joven que debía tener veintipocos se mantenía
de pie apoyado contra los garrotes de un lateral,
con actitud expectante. Era más delgado pero
más alto que yo. Aunque lo que más llamaba la
atención de su aspecto era el color azul:
Distinguía en su cabello, sus cejas y sus ojos
ese color aún en la penumbra de aquel sótano.
En cuanto abrió la celda se puso ambas
manos en la nuca, y salió despreocupado a paso
lento.—
¿Por qué me iba a importar que liberes a
los prisioneros? –le ladré a Kamahl sin
comprender su frase, ignorando la presencia del
joven azulado.
Él me dedicó una media sonrisa, la llamada
sonrisa de amortiguación antes del golpe:
—No te va a gustar el hecho de que nos
vaya a acompañar en nuestro viaje. Se llama
Lars.
Lo único que pude hacer, antes de quejarme,
fue lanzarle una mirada discreta expresando mi
negatividad, puesto que el joven estaba junto a
nosotros.
—Jojojo, si te sirve de consuelo, tú a mí
tampoco me caes bien —añadió por primera vez
Lars, que seguía en aquella pose
despreocupada y maleducada.
¿Cómo se atrevía a hablarme con esa
confianza? Cruzó a través de mi posición y se
dirigió hacia la salida.
—No hay forma de que ese venga con
nosotros —dije en voz alta sin mirar a nadie, y
me dirigí hacia la salida tras él.
—Oh vamos Ethan, muy predecible ¡Resulta
que él es uno de los nuestros! Le capturaron
mientras intentaba ponerse en contacto con el
alcalde, como nosotros. Y eso no es lo mejor,
tiene una “teoría” sobre nuestras habilidades
que vas a querer escuchar.
—Entonces que nos cuente la historia y se
largue lo antes posible —añadí irritado.
Kamahl soltó un bufido de desaprobación
mientras conseguía liberar al verdadero alcalde
y a su frágil secretaria, que aún permanecían
inconscientes. Salimos del sótano, y nos
reunimos con Noa en la planta baja, todavía
desierta.
Ya con más iluminación, quedó claro que el
cabello de Lars era de un azul eléctrico
notablemente artificial. Lo tenía largo, recogido
hacia atrás, pero algo desgarbado.
Noa quedó estupefacta durante unos
segundos, hasta que él se dio cuenta y comenzó
su bochornosa presentación:
—Oh, tú debes ser, sin duda, la chica de luz.
Kamahl no te ha hecho justica —se acercó a ella
y le dio un beso en la mejilla que la dejó
petrificada, y un segundo después más roja que
las paredes de aquel ayuntamiento—. Yo soy
Lars, encantado.
—Qué…¿Qué hay? —añadió ella sin saber
que decir. Luego vio a Kamahl y dio un giro
intencional a la conversación—. Kamahl, cuánto
me alegro de verte.
—Sabía que conseguiríais sacarnos de ahí.
Lars apostó al no —dijo el científico.
—Porque no la conocía —se defendió Lars,
más pelota de lo que yo era capaz de soportar.
Justo entonces el sonido de varios cristales
precipitándose contra el suelo, procedente del
piso superior, inundó todo el pasillo y consiguió
devolvernos a la realidad.
—El escudo...—aseveró Noa.
—Nos marcharemos de aquí ahora mismo y
trataremos de no llamar más la atención. Confío
en que eso sea posible si ponéis de vuestra
parte —rogó el científico.
—¡Venga ya! Quiero decir, tiene el pelo
azul —remarqué incrédulo ignorando la
presencia del reciente fichaje.
En vez de replicarme, Lars trató de avanzar
violentamente hacia mí. Pero Kamahl lo detuvo
con su mano y advirtió:
—¿De verdad creéis que es el mejor
momento para pelearos? Luego aclararéis lo
que tengáis que aclarar, ahora todos fuera de
aquí, ¡ahora mismo!
Y antes de darme cuenta por fin estábamos
fuera del edificio, inmersos entre el flujo de
gente por las concurridas calles de Lirium.
Aquellos pueblerinos parecían tan ajenos a los
problemas de su alcalde…
Lo mejor era olvidar cuanto antes el pequeño
incidente. Ahora solo teníamos que correr hasta
dejar atrás aquella pesadilla.
Pero eso a Kamahl debió parecerle un plan
demasiado sencillo.
—Está bien, esto es lo que haremos. Ethan,
Lars, Noa, iréis hasta el descampado donde
practicamos ayer. Yo iré al hostal a por todas
nuestras cosas.
—¡Olvídate de eso! –exclamé—. Dentro del
pueblo eres un blanco fácil para esa cosa, que
por cierto, debe estar viniendo hacia aquí ahora
mismo.
—Sin mi equipaje, nuestras probabilidades
de sobrevivir ahí fuera son prácticamente cero.
No tomaría el riesgo si no creyera que merece
la pena —explicó confiado. Al fin y al cabo él era
el “sabio”, y yo sabía que dijera lo que dijera iría
igual, así que no continué—. Nos reuniremos allí.
¡Vamos!
Rápidamente nos separamos para dirigirnos
hacia nuestros objetivos. Luego tendríamos
tiempo de aclarar lo sucedido, de momento no
estábamos a salvo. Debíamos apresurarnos,
pero correr llamaría demasiado la atención, así
que continuamos sumergidos en la
muchedumbre a paso relajado.
El sol aún resplandecía, y las calles estaban
abarrotadas de gente inmersa en sus propias
tareas.
Tras divisar la pobre entrada de Lirium
decidimos cambiar de estrategia y ponernos a
correr primero a través del precario camino, y
luego por la maleza de las afueras. Habíamos
permanecido en silencio hasta ese momento,
cosa que agradecí. Aunque la paz no duró
mucho.
—¡Mierda, debemos correr! —sorprendió
Lars, cuya despreocupación había
desaparecido.
Ya estábamos suficientemente alejados del
pueblo, corríamos a través de una llanura hacia
el lugar acordado. Me giré esperando divisar
cualquier peligro, pero no vi nada ni a nadie.
—Eh, espera, ¿qué ocurre? –pregunté
entrecortado mientras corría detrás de él.
Noa era la tercera, y por sus pasos me
aventuraba a decir que no seguiría otro minuto
más a aquel ritmo.
—¡Eso ocurre! —señaló a lo lejos dos figuras
que yo no llegaba a diferenciar.
Parecían animales… ¡caballos! Dos guardas
montados avanzaban a toda prisa hacia
nosotros, con dos de aquellos rifles de luz que
tan malos recuerdos me traían. Lars aumentó la
velocidad de la carrera
—¡Más rápido! –exigió.
—¡Es inútil! Kamahl aún no habrá llegado,
nos alcanzarán de todas formas —añadió Noa
exhausta.
—A menos que lo hagamos nosotros antes
—pensó Lars en voz alta, parando la marcha en
seco.
Ciertamente si continuábamos la carrera
acabarían por capturarnos, o directamente
dispararnos, pero con los escudos de Noa no
teníamos suficiente, y la invisibilidad aún no la
controlaba. Mi habilidad quedaba totalmente
descartada. ¿Qué nos quedaba?
Instantes después el primer haz de luz cruzó
a pocos centímetros de Noa. Su gritó de horror
hizo reaccionar a Lars, que exclamó alarmado:
—¡El anillo! Necesito ese anillo, ¡ya!
—¿Para qué…? —quise saber.
Antes de poder reacciona Noa le había
entregado el anillo al peliazul, que comenzó a
inspirar aire muy rápidamente, como aguantando
la respiración.
Los jinetes dirigieron hacia nosotros la
segunda tanda de disparos, más agresivos, pero
lejos de ser certeros. Se estaban acercando
demasiado, y nosotros permanecíamos
inmóviles.
Fue entonces el chico nuevo me recordó la
frase de Kamahl: Él es uno de los nuestros. De
su boca, como una auténtica manguera a
propulsión, emergió un potente chorro de agua
cristalina que dirigió hacia el suelo ante nuestra
perpleja mirada.
A los pocos segundos varias decenas de
metros a nuestro alrededor se encontraban
inundadas. Digno de ver, pero un charco
gigantesco de agua no nos salvaría.
La tercera ráfaga de luces nos obligó a
reaccionar.
—¡Cógelo! A partir de aquí no lo necesito.
Debéis alejaros del agua —añadió él, más
concentrado. Luego, miró a Noa—. Nena, es el
momento de hacer tu magia.
Ella, aturdida, se colocó de nuevo aquel anillo
y formó un pequeño panel de luz ante nosotros.
No habría apostado por ello, pero la barrera
amortiguó sin problema el primer haz de luz.
Mi desesperación aumentaba por momentos.
—¿Ya está? ¿Éste era tu grandioso plan?
—¡Mi plan comenzará cuando cierres la
boca! —me replicó él.
En aquel momento los jinetes finalmente
comenzaron a trotar sobre el agua. Tras
aguantar dos nuevos disparos, inexplicablemente
Lars salió de la barrera y se dirigió súbitamente
hacia el borde más cercano del charco.
—¿Pero qué…? –fue lo único que pude
susurrar antes de que, con una pasmosa
delicadez, sumergiera su dedo índice en el agua.
Un extraño crujido comenzó a retumbar
desde su posición: Todo el charco de agua se
estaba convirtiendo en hielo a una velocidad
mortífera. Antes de ser conscientes de ello, los
dos caballos quedaron totalmente inmovilizados,
con las patas atrapadas dentro de la escarcha.
Desde esa posición, y sin más ángulos de
disparo, los dos guardas solo pudieron disparar
inútilmente contra la barrera de Noa.
—Bocazas, ¡ahora sí es hora de pirarse! —
me respondió Lars, triunfante.
Me tragué una mala contestación porque
quizás nos había salvado con aquel truco. Por
muy baboso y estúpido que me pareciera,
aquella actitud había sido valiente. Tanto, que
consiguió provocarme algo de…¿envidia?
Envidiaba su poder, pues aquella habilidad
resultaba mucho más útil que la mía. Cualquiera
de los poderes de mis tres compañeros
resultaba más útil que el mío.
Los vigilantes descendieron de los caballos y
resbalaron varias veces contra el suelo
congelado de forma penosa.
Tras unos minutos de nuevo a toda prisa,
llegamos al punto de reunión dando de lado a
nuestros enemigos. Esperamos la llegada de
Kamahl escondidos detrás de unos árboles
cercanos.
—Eso ha sido bastante increíble —susurró
Noa. —¿Para qué mentir? Sí lo ha sido —
respondió el peliazul.
Yo decidió guardar silencio, sería lo mejor.
Kamahl apareció poco después, cargado con
una gran mochila en la espalda y varias bolsas
en cada mano.
—¿Estáis todos bien? –fue lo primero que
dijo al ver nuestras caras exhaustas.
—¡Mejor que eso! –respondió Lars animado.
—Estamos bien Kamahl, Lars consiguió
salvarnos con su habilidad –intervino Noa.
—Oh…Hemos consumido el primer anillo —
añadió el científico mientras observaba
entristecido el anillo de Noa.
Ninguno se había fijado en que había perdido
completamente su brillo dorado, ahora no era
más que una sortija marrón común.
—Yo…lo siento, Kamahl —comentó Noa
algo afectada.
—No tienes por qué disculparte Noa, gracias
al anillo estamos sanos y salvo —respondió
Kamahl—. Además, hemos entrenado y
perfeccionado nuestros poderes, ¿qué más se