Confluencia Elemental. 5 Destellos.
Nuestros seis aventureros, llegaran a un pequeño pueblo en donde pretenden conseguir apollo, en su mision de revelar la verdad sobre el origen del mana. Mientras consigen una junta con el lider de la aldea, intentaran entrenar sus habilidades.
CAPITULO 5: DESTELLOS.
Una ola de viento frío me despertó allí, en
mitad de aquel claro en el que habíamos
decidido acampar. Debía haber amanecido hace
poco. Había jurado que me quedaría despierto
toda la noche y ni siquiera recordaba haber
durado más de media hora con los ojos abiertos,
así que me avergoncé profundamente para mis
adentros.
Tras recobrar la compostura y estirarme un
poco noté la fatiga muscular que estaba
suponiendo no dormir en una cama decente. El
estor de Noa estaba vacío, ni siquiera me había
despertado antes que ella.
—Estoy aquí, Ethan –dijo ella detrás de mí.
Junto a ella, Kamahl me dedicaba una
positiva sonrisa de buenos días. Le devolví otra
explícitamente forzada.
—Oh, no te preocupes Kamahl, Ethan es…
difícil de tratar por las mañanas –comentó con
una risita floja.
Parecía que habían estado hablando
mientras yo había dormido, y tenían algo más
de confianza.
—Sí, lo que sea. Podíais haberme
despertado —ladré.
—Bueno, fue ella la que decidió dejarte
durmiendo —añadió Kamahl. Al menos parecía
que el humor de Noa había mejorado
notablemente con nuestro nuevo aliado—. Nos
espera un día ajetreado, andando.
Tras recoger el improvisado campamento
nos pusimos de nuevo en marcha a través de
otro camino que se abría entre la maleza.
Quizás habíamos avanzado mucho, pero a lo
lejos podía divisar las montañas en la misma
posición que el primer día.
—Así que los tres hemos sido capaces de
desarrollar habilidades —soltó Kamahl en mitad
del camino, mirándome. Paré la marcha y me
giré hacia Noa, que iba en última posición.
—Oh vamos Noa –lloriqueé.
—¿Qué? ¿Por qué tendríamos que ocultar
que te ha pasado exactamente lo mismo que a
mí?
—No me ha pasado lo mismo, porque yo a
diferencia de ti, nunca antes había podido hacer
algo así. Fue la primera vez.
—Eso es irrelevante, lo importante es que lo
has hecho sin estar expuesto al maná. Además
el imperio Arcano no te busca, eso es una gran
ventaja –intervino Kamahl.
—¡Remmus sabrá perfectamente a quien
tiene que buscar! –exclamé.
—Los intereses de Remmus son
completamente ajenos a los de Arcania.
Créeme, tu para ellos no tienes valor alguno.
Supuse que intentaba animarme, así que lo
consideré un intento fallido.
Aunque no sabía por qué había sucedido, el
tema de la teleportación me llamaba
peligrosamente la atención ¿Y si de repente
tuviera la habilidad de teletransportarme dónde
quisiera? Pero, ¿y si lo podía hacer gracias al
sacrificio de otros humanos?
Tras dejar atrás el último tramo del camino,
a lo lejos pude diferenciar, por fin, algo que
podía recordarme mínimamente a mi hogar; el
océano. Muy cerca de la costa, un aglomerado
de pequeñas casas se distribuían sin orden
concreto entorno a un edificio más grande, de
unas tres plantas, que debía ser el
ayuntamiento.
—¡Al fin hemos llegado! Bienvenidos a Lirium
—exclamó alegremente Kamahl, mirando hacia
Noa.Al menos comenzaba a entender que la
desbordante alegría no iba conmigo.
—Qué pueblo tan bonito —dijo ella, con los
ojos brillantes y una sonrisa extraña. Luego, me
miró—. Es la primera vez que vemos uno distinto
a Zale.
Seguimos el camino, llegando hasta la
entrada de aquel pueblo costero, Lirium.
Realmente era diferente a lo que Zale ofrecía a
la vista. Mientras que allí las la mayoría de las
casas eran construidas con la madera que los
bosques ofrecían, aquí predominaba el grisáceo
de la piedra. A través de todas ellas surgían
senderos que se entrelazaban hasta el centro
del pueblo.
Pero lo más fue sorprendente fue la enorme
cantidad de gente que circulaba por aquellas
calles, a pesar de tratarse de un poblado
pequeño. Algunos corriendo ajetreados, otros
hablando más tranquilos…ninguno muriendo de
hambre. ¿Tan horrible era vivir en el exterior?
Debí quedarme pasmado observando a la
corriente de gente porque Kamahl intervino en mi
trance:
—Normalmente no suele haber tanta gente.
Lirium es un pueblo pesquero, y esta es la mejor
época del año.
—Ya veo…No sabía que la pesca era tan
popular en el exterior.
—Deberíais dejar de llamarlo “el exterior” –
me recomendó el científico.
Apunté en mi mente la sugerencia pero no
respondí. Por el momento aquello continuaba
siendo territorio hostil, algo ajeno a nosotros…
aunque en el fondo me estuviera engañando a
mí mismo de alguna manera. Tenía que
hacerme a la idea de que íbamos a pasar
mucho tiempo en aquel territorio, así que cuanto
antes me adaptara, mucho mejor.
Kamahl decidió entrar a una de las tiendas
de Lirium durante algunos minutos, según él a
“hablar con uno de sus contactos”. Mientras,
Noa y yo esperábamos sentados en un cómodo
banco de madera, viendo como la gente
discurría por las calles.
—¿Crees que de verdad no saben nada
sobre Zale? ¿Sobre nosotros? —pregunté a mi
amiga.
—Aunque haya otra gente, e incluso aunque
sea un pueblo del exterior, Lirium no parece tan
distinto a nuestro hogar. Aquí debe haber
cientos de trabajadores honrados, buenas
personas —opinó ella.
—Ya no sé ni que pensar…
—Sé cómo eres, Ethan. Te cuesta creer en
las personas, desconfías de las primeras
impresiones…pero tienes que hacer un esfuerzo
con Kamahl. Si perdemos su ayuda, no sé qué
será de nosotros.
—Prometí a tu padre que cuidaría de ti. Solo
digo que debemos tener cuidado.
Me miró sonriente, aunque algo entristecida
por recordar a John Aravera.
—Si quieres ayudarme, prométeme que
harás un esfuerzo con Kamahl, y con el resto de
la gente del exterior —me retó.
—Lo prometo…—respondí poco convencido.
—¿Qué prometes? —intervino de repente
Kamahl, que ya había acabado su recado.
—Ethan ha prometido que de ahora en
adelante madrugará todas las mañanas. Aunque
no sé si creer tan arduo compromiso…—bromeó
mi amiga.
Le dediqué un pequeño codazo de
complicidad, mientras retomábamos la marcha.
A través de aquellas pobladas calles,
llegamos hasta un edificio de dos plantas más
extenso que la mayoría de los hogares
circundantes, pero no tan alto como el probable
ayuntamiento.
La planta baja era una especie de bar
mugriento, con una barra de madera, detrás de
la cual se asentaban botellas de licor con formas
y colores que no había visto jamás. El resto de
la sala era una aglutinación de mesas sin ningún
orden, algunas ocupadas por hombres inmersos
en la bebida, la mayoría vacías. En aquel pueblo
debían estar acostumbrados a los extranjeros,
porque nadie nos miró de una forma especial ni
a Noa ni a mí.
Ella se mostraba notablemente incomoda,
mirando de reojo cada rincón de aquel bar. Pese
a que se las daba de modesta dentro de la
nobleza, no estaba acostumbrada a aquella
clase de túmulos. Ni siquiera yo lo estaba.
Kamahl se adelantó y comenzó a charlar con
una señora mayor detrás de la barra. Fumaba
uno de esos cigarros alargados que tan
raramente se podían ver en Zale.
Tras ganársela con un par de sonrisas, volvió
hacia nosotros con una llave. La señora de la
barra comenzó a enjuagar una pila de vasos del
fregadero mientras nos miraba furtivamente.
—Bien, pasaremos aquí la noche —dijo
triunfante.
—¿Cómo dices? –se extrañó Noa, que
seguramente no habría visto el cartel de
“posada” en el exterior.
—Genial, desde luego aquí no nos
descubrirán —bromeé.
—Pero yo pensé…que quizás el alcalde nos
recibiría…y dormiríamos en condiciones… –se
quejó mientras los tres subíamos ya por la
escalera que conducían a la segunda planta.
En comparación con la primera, esta era
igual de mugrienta, solo que era el sitio donde
íbamos a dormir.
—El alcalde no sabe que venimos. Según
tengo entendido acepta de buen agrado
cualquier información que pueda perjudicar al
gobierno. Nuestra cita con él será mañana.
Mientras, intentaremos no llamar la atención.
Además viajamos prácticamente sin fondos.
—En fin, lo que sea necesario. Hay que
hacer un esfuerzo, ¿verdad, Noa?
Ella me devolvió una sonrisa cargada de
maldad, mientras entrábamos a la que sería
nuestra cueva aquella noche.
Todo era viejo, aunque al menos las tres
camas estaban equipadas con sábanas limpias,
y el mobiliario estaba en orden. Una pequeña
ventana daba todo el soporte lumínico en la
sala, ya que del techo colgaba una vieja bombilla
raquítica.
Tras dejar Kamahl sus aposentos en una de
las tres camas, cerramos con llave y nos
dirigimos de nuevo al pueblo. “El imperio nos
busca, pero somos la última de sus prioridades,
no somos tan importantes” me contestó él
cuando le pregunté si no era peligroso ir por
aquellas calles como si nada.
La mañana pasó rápidamente, y nos fue útil
tanto a Noa como a mí para conocer un poco
más a Kamahl, que nos explicaba
ininterrumpidamente y con todo detalle
costumbres del exterior. Había resultado ser
más charlatán de lo que parecía. Pese a todo,
pude corroborar que sus forzadas caras alegres
no estaban cargadas de mala intención, si no
que aquel hombre pretendía trasmitir
tranquilidad.
Durante la tarde, nos llevó hasta un claro
inmerso en mitad de un bosque cercano, en las
afueras del pueblo. Era prácticamente idéntico al
que habíamos atravesado cuando salimos a la
superficie desde el túnel, pero en este –por
suerte— la vegetación no se alzaba más allá de
nuestros tobillos.
Tras asegurarse de que nos encontrábamos
absolutamente solos, ocurrió lo que había
estado temiendo desde que conocimos a
Kamahl:
—¿Nos vas a contar ya por qué nos has
traído hasta aquí? –preguntó Noa extrañada.
—Así es, prestad atención —intervino él—.
Os he traído aquí porque ha llegado la hora de
explorar vuestras habilidades.
—¿Explorar nuestras habilidades? —repetí
poco convencido.
—Es hora de comprobar lo que sois capaces
de hacer, y para ello debemos practicar. Hasta
el momento, y como contó Noa, solo habéis sido
capaces de desarrollarlas en situaciones
concretas. Eso mismo me pasó a mí al principio,
pero con el entrenamiento adecuado uno puede
controlarlo. Además, aún tengo que confirmar
con mis propios ojos que tenéis esas
capacidades.
—Espera un momento —intervine curioso—.
Antes de eso, ¿podrías enseñarnos un poco
más de tu…habilidad?
—Eso está hecho.
Acto seguido alzó su imponente brazo
derecho hasta dejarlo horizontal, con la palma
de la mano extendida y mirando hacia abajo.
Pensé por un instante que algo aparecería de la
tierra, pero no fue así: Un pequeño tallo verde
surgió de su mano, directamente de la piel. El
fino hilo vegetal se movía cual serpiente, de su
extremidad hacia la tierra, para introducirse en
esta.Desde su mano, la planta seguía creciendo
más y más, viajando bajo nuestros pies.
–Me llevó un tiempo entender bien mi
habilidad. Puedo hacer crecer vegetales
directamente desde mi piel, además de controlar
el movimiento de esas plantas.
Tras unos segundos, y para mi sorpresa,
tres raíces aparecieron directamente bajo mis
pies, enrollándose a su través y dejándome
inmovilizado en pocos segundos.
—Basta una pequeña raíz como esta, –dijo
mirando la fina planta que salía de su mano,
inmersa en la tierra— para esparcir y multiplicar
las plantas en el subsuelo y hacerlas aparecer
de nuevo, más fuertes.
—Es realmente impresionante Kamahl —
apuntó Noa. Las raíces se despegaron poco a
poco de mis piernas, y me relajé un poco—. ¿Y
funciona solo en la tierra?
—La tierra es donde mejor funciona. En el
resto de superficies, las hiedras no pueden
sumergirse, pero sí moverse a través —recordé
la imagen de aquel centenar de hiedras trepando
por las paredes del túnel subterráneo—. Lo
malo es que únicamente puedo controlar algunas
especies de plantas, la mayoría de las cuales
son inútiles. Con entrenamiento confío en ir
dominando otras especies.
—¿Cuánto llevas “entrenando” esa habilidad?
—interrumpí, escéptico.
Aquel proceso parecía sumamente complejo,
y a nosotros no nos sobraba el tiempo.
—Algunos meses…—y al ver mi mirada de
desolación, rápidamente añadió— pero hay una
forma de acelerar el proceso.
Metió la mano dentro de su mochila
multiusos, y sacó dos anillos pequeños y
sofisticados, cada uno de los cuales lucía
engarzada una pequeña esfera dorada.
—No —corté rápidamente al ser consciente
de lo que tenía en sus manos. Durante unos
segundos Noa miró también a los anillos,
extrañada, pero finalmente acabó
comprendiendo—. No utilizaremos maná
sabiendo de donde procede.
—No os lo toméis así. Estos anillos de maná
forman parte del equipo de los soldados de
Arcania. El daño ya está hecho, sí, pero aún
podemos utilizarlos para intentar detener toda
esta trama, y que no se vuelvan a fabricar
jamás.
—¿Sabiendo que estoy consumiendo la vida
de personas que quizás conocía?
—Sabiendo que gracias a ellos, quizás algún
día se deje de utilizar a las personas como
fuente de energía.
—Ethan….—susurró Noa cabizbaja, incapaz
de mirarme a los ojos.
Tras vacilar un instante, terminé por asentir
en silencio. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Aquel científico tenía razón, cuanto antes
acabáramos con toda la pesadilla del maná,
mejor.
Finalmente, Kamahl nos entregó uno de
aquellos anillos a cada uno.
—Esperad, no os los pongáis aún. –
interrumpió Kamahl, mirando a Noa, que se
quedó a pocos centímetros de hacerlo—.
Primero lo intentaremos sin ellos puestos.
Así pues, durante aproximadamente una hora
Kamahl nos aconsejó sobre como concentrarnos
lo suficiente para que “eso” pasara.
—Yo me concentraba en mis manos,
intentaba visualizar la aparición de las hiedras.
Pronto comenzaron a surgir de mis manos
cuando yo lo quería, aunque al principio no las
controlaba. Uno de estos anillos me ayudó al
principio. Potencian de una manera espectacular
vuestras habilidades base. Poco a poco dejé de
ir necesitándolo.
Supuse entonces que aquello era un
entrenamiento demasiado psicológico para mí, o
más bien demasiado espiritual.
Unos metros más allá, Noa se mantenía
rígida con los ojos cerrados, intentando que el
truco surtiera efecto.
Al poco tiempo me harté y dejé de simular
aquel estado “zen”. Por supuesto Kamahl
desperdició algunos minutos intentando
animarme a conseguirlo. Su paciencia no tenía
fin. Así que aproveché para disfrutar de aquellos
ojos color ocre.
Y cuando parecía que iba a darse por
vencido, se quedó perplejo mirando a Noa. Esta
lucía una sonrisa de oreja a oreja, y sostenía,
entre sus manos, una espada de luz como la que
días atrás nos ayudó a escapar del despacho
de Remmus. Teñida de un color entre el amarillo
y el dorado, su textura era translúcida.
—Vaya, realmente impresionante —añadió
Kamahl, que no dejaba de mirar el arma—.
¿Estás segura que necesitas la ayuda del anillo?
—Esto quizás es más sencillo, pero lo de
volverme invisible no lo puedo controlar.
—Está bien, prueba entonces a ponértelo…
pero ten cuidado, porque puedes perder el
control. Estas habilidades parecen beneficiarse
del maná del anillo, por lo que al requerir mucho
menos esfuerzo, mi habilidad para crear hiedras
se descontroló completamente cuando utilicé lo
utilicé por primera vez.
—Está bien, lo haré con cuidado —respondió
cauta.
Vaciló durante unos segundos, y finalmente
lo introdujo en su dedo. Encajó a la perfección,
aunque sonara ilógico si el anillo tenía el tamaño
para Kamahl.
Los tres quedamos expectantes bajo un
silencio perturbador, pero nada ocurrió.
—Con sumo cuidado, prueba de nuevo con la
espada —ordenó Kamahl.
Noa extendió su brazo lentamente y cerró un
poco la mano, esperando el momento para
coger la empuñadura de la espada cuando esta
apareciera.
Al principio pensé que si el anillo de maná iba
a potenciar su habilidad, la espada sería más
grande o más resistente, pero me equivoqué.
Durante unos segundos no ocurrió nada. Los
tres mirábamos fijamente su mano, desde una
distancia prudente. Entonces Noa se concentró
más y de repente un haz de luz, desde su
posición, nos cegó durante unos instantes.
Me asusté, pero cuando mis ojos se
acostumbraron de nuevo y vi la escena, ella
estaba serena. Una burbuja dorada y traslúcida
la cubría por completo, y sobre ella flotaban tres
espadas inmóviles, afiladas, y tan tensas como
una flecha a punto de ser disparada.
Tras comprobar lo que había engendrado,
Noa se quitó el anillo asustada y tanto la burbuja
como las espadas desaparecieron.
—Francamente, esto es mucho más de lo
que esperaba. Conozco esta habilidad. Te
permite solidificar la luz para transformarla en
armas o escudos con una resistencia asombrosa
–aseguró Kamahl con semblante reflexivo y
asombrado.
También era mucho más de lo que yo había
esperado.
Luego el científico añadió:
—Uno de los sujetos con los que trabajamos
posee también una habilidad parecida, aunque
no exactamente igual.
—¿Pero no nos dijiste que en otras personas
tan los anillos solo aumentaban las capacidades
humanas básicas? –pregunté inquieto.
—Así es, menos en las seis personas que
toleraron las inyecciones de maná. Las seis
armas más poderosas de Arcania, los seis
barones. Uno de ellos es capaz de hacer algo
parecido a esto —Kamahl se quedó pensativo
un instante, y luego recuperó el hilo de los
poderes de Noa—. Como decía, a esta
habilidad la llamamos Solidificación lumínica.
—Es…es la primera vez que he visto esa
barrera —añadió Noa por fin.
Aún estaba aturdida, y su tono reflejaba una
mezcla de temor y excitación por lo que
acababa de hacer.
Tras recuperarnos los tres, Noa volvió a
ponerse el anillo con sumo cuidado, y una vez
más consiguió crear la barrera y las espadas.
—¿Crees que podrías moverlas? —le
comentó Kamahl animado, mirando a las tres
espadas flotantes.
—Creo que, de momento, eso sería
peligroso —aseguró ella.
Kamahl volvió a hacer crecer las hiedras a
través de su mano para comprobar la dureza de
aquel escudo de luz. Las plantas rápidamente
envolvieron la burbuja sin sufrir daños, como si
de un muro de piedra se tratara.
Poco a poco noté como aumentaba la
tensión que ejercían sobre la burbuja, hasta que
al poco tiempo una grieta se asomó por uno de
los lados, y él las retiro antes de dejar que
estallara.
Dio por satisfecha la parte del entrenamiento
con Noa, y esta continuó practicando en
solitario.
Me miró primero a mí, y luego al anillo, en
silencio. Aunque intentaba no exteriorizarlo, en
aquellos momentos notaba el nerviosismo y la
excitación. Por los poderes, no por mi
entrenador.
—Tu turno —anunció él.
Me aparté a una distancia prudencial y con
sumo cuidado empecé a insertar el anillo. Sabía
que era demasiado pequeño para mí, pero al
contacto con la piel, la sortija se ensanchó para
acoplarse perfectamente a mi diámetro.
Así pues, dejando a un lado lo siniestro del
automatismo, no noté ningún cambio inicial. Y yo
quería algo de acción.
Como había hecho hace algunos minutos, me
concentré intensamente en un punto en el
paisaje que tenía enfrente, a unos diez metros
de mí.
Entonces todo ocurrió más deprisa de lo que
yo jamás hubiera imaginado: Súbitamente
aparecí en aquel punto sobre el que me había
concentrado. Un segundo después, volví a
aparecer otros metros más allá, en el punto
hacia el que miraba. Un segundo más, en mi
retina volvía a formarse la imagen de un paraje
distinto, un nuevo teletransporte.
De un momento para otro, estaba
teleportándome a una velocidad extrema, más y
más deprisa con cada segundo. Aparecía y
desaparecía, no sabía dónde. Al final no veía
nada, solo colores, luces.
Aquello iba mal, y no pude más que recordar
las palabras de Kamahl: Pero ten cuidado,
porque puedes perder el control…La habilidad
estaba totalmente descontrolada, y mis intentos
para frenarla no servían de nada. Un dolor sordo
y agudo comenzó a taladrarme la cabeza
mientras seguía cambiando de parajes con cada
pestañeo. No sabía dónde estaban Noa ni
Kamahl, así que lo único que pude hacer,
derrotado, fue quitarme el anillo entre aparición
y aparición.
Los viajes pararon súbitamente, pero al
intentar mantenerme de pie, perdí el
conocimiento y caí sobre una mata de arbustos
afilados, perdidos en mitad del bosque.