Confluencia Elemental. 4 FLORACIÓN
.
CAPÍTULO 4; FLORACIÓN
Quizás podría haber permanecido dormido
más de un día. Al menos esa fue la sensación
que tuve al abrir los ojos y comprobar que
seguía en la sucia vagoneta.
Me asomé a través de ella para visualizar
toda la locomotora. Debía tener unos siete
vagones, la mayoría llenos de maná, en colores
que iban desde el grisáceo hasta el dorado.
Había poca luz, pero pude diferenciar el
cansado rostro de Noa en el otro extremo de mi
vagón. No dormía, permanecía sentada mirando
al infinito.
El sentimiento de culpabilidad no dejó de
azotarme desde que cruzamos el túnel hacia lo
desconocido. Más me valía que el señor
Aravera se las hubiera ingeniado para escapar,
de lo contrario no podría perdonármelo jamás.
Confiaba en que ella no me culpara por lo
sucedido.
—¿Has conseguido dormir? —pregunté en
tono aparentemente calmado.
—Solo necesito saber que él está bien –
respondió obviando mi pregunta.
Sus ojos brillaban, frágiles. Sabía que se
esforzaba por no derrumbarse.
—Nadie conoce mejor las minas que él. Si
dijo que había una salida, había una salida.
Ahora estará a salvo, preocupado por ti. Todo
saldrá bien –aseguré.
No contestó, lo cual de momento era
suficiente.
Medio resuelto el tema de Noa, debía pasar
al siguiente problema. Un verdadero problema:
¿Qué nos esperaba más allá de las vías? Lo
único que tenía claro es que pronto debíamos
dejar el ferrocarril, puesto que la estación de
destino también estaría controlada por ellos.
Eso si no nos capturaban durante el viaje.
El señor Aravera obvió explicar esa parte del
plan, pero si él confiaba en que aquella era la
mejor escapatoria, de alguna forma debíamos
poder salir ilesos ¿O es que no había tenido una
idea mejor que aquel plan suicida? Fuera como
fuera, de momento no podíamos abandonar el
vagón.
El túnel apenas había cambiado su
apariencia desde el inicio del recorrido, con las
mismas tenues bombillas cada pocos metros
sobre las desgastadas paredes de piedra. Lo
más probable es que estuviéramos viajando a
través del subsuelo, sobre el océano.
Las siguientes horas me resultaron
desesperantes por la monotonía del túnel. Por
momentos me parecía estar pasando una y otra
vez por el mismo recorrido, en círculos.
Por eso diferencié rápidamente el momento
en el que algo apareció en la distancia.
Aún estaba demasiado lejos, y mi vista no
era especialmente buena, pero más allá algo
grande se movía hacia nosotros, a través de las
paredes del túnel...
Afiné la vista todo lo que pude, intentando
evitar asustar a Noa. Pero cuando finalmente la
distancia lo permitió, pude diferenciar
horrorizado de que se trataba: Plantas. Una
marea de hiedras parecía estar avanzando hacia
nuestra posición, moviéndose como
amenazantes serpientes a través de las paredes
de piedra.
—¡Noa, despierta! ¡¡Algo se acerca!!
Ella se reincorporó rápidamente, aturdida,
para comprobar por sí misma como las hiedras
avanzaban por las paredes.
—¿Pero qué…? –preguntó atónita.
—Una especie de hiedras, no entiendo nada.
—¿Qué hacemos Ethan? ¿Saltamos del
tren?—
Si vienen a atacarnos, a esa velocidad,
sobre las vías seremos mucho más vulnerables.
—¿A.... atacarnos? ¿Unas plantas? —
reflexionó ella con toda la razón.
Pronto lo íbamos a comprobar.
La hilera de hiedras llegó finalmente al nivel
de los primeros vagones, momento en el que se
despegaron de las paredes, y como un
enjambre, se abalanzaron sobre la estructura
metálica del primer vagón, entrelazándose en su
interior.
Noa me cogió la mano muy fuerte, no había
mucho más que pudiéramos hacer.
Tras unos segundos, el chirrido del violento
frenado del tren inundó completamente el túnel.
Mientras, intentaba pensar en un plan que
nos permitiera burlar el ataque de las plantas.
Aquello sonaba tan ridículo que me costaba
incluso concentrarme.
Una vez completamente detenidos, las
hiedras dejaron de moverse y un silencio
absolutamente siniestro se apoderó de la
estancia. Solo se escuchaba la hiperventilación
de Noa, hasta que el sonido de unos pasos
confirmó que alguien estaba detrás de aquel
disparate.
Los pasos se oían más y más cerca. Ambos
decidimos quedarnos agachados y escondidos
dentro de nuestro vagón. Arrinconados de esa
manera, lo único que podíamos hacer era
aprovechar el momento sorpresa y abalanzarnos
sobre el guarda, o quienquiera que se estuviera
aproximando.
Pero pronto escuchamos la voz:
—Lamento todo el numerito de las hiedras,
tenía que llegar hasta ti fuera como fuera. No
vengo a hacerte daño, solo necesito que me
escuches. Es importante.
La voz era grave, masculina, aunque el tono
no parecía hostil. Al ver que no respondíamos,
continuó hablando. Sus pasos se habían
detenido, y nosotros seguíamos agachados
dentro del cubículo. Aún no podía vernos:
—Noa Aravera, sé que estás ahí y no nos
queda mucho tiempo. No quiero presionarte,
pero debes elegir entre escapar conmigo o ser
capturada por veinte soldados al final del
recorrido. Has armado un buen revuelo en Zale.
El imperio te busca viva para comprobar si es
cierto que has desarrollado habilidades sin haber
tenido contacto con el maná. Créeme, sería
mejor que te quisieran muerta.
Nos quedamos completamente atónitos.
¿Cómo era posible que supieran tan rápido la
existencia de sus poderes? El exterior era un
territorio hostil para nosotros, cuyo alcance no
terminábamos de conocer, y desde luego, donde
no podíamos confiar en nadie.
De repente Noa soltó mi mano, y en un
movimiento que no supe prever, trató de
asomarse por el vagón, demasiado confiada.
Tiré de su brazo para evitarlo, sin éxito.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó
simulando valentía, traicionada por su voz
temblorosa.
Asumido el intento fallido de escondernos,
me levanté del vagón con curiosidad. Divisé la
figura del hombre unos metros más allá,
acercándose a paso lento.
Por su voz me había parecía mayor, pero no
debía tener más de treinta años. Era alto, con
pelo corto, castaño, y piel morena. Lucía una
barba de pocos días sobre una mandíbula
pronunciada y perfecta. Sus ojos eran de un
expresivo color ocre, muy imponentes, que
resaltaban incluso bajo aquella penumbra.
Demasiado atractivo. Debía estar alerta.
Al acercarse a nosotros gesticuló una media
sonrisa, a todas luces forzada. Se le veía
bastante cansado.
—Vaya, pensé que estarías sola…el
informe…da lo mismo. Mi nombre es Kamahl —
dijo gesticulando de nuevo la media sonrisa—.
Entiendo la confusión por la debéis estar
pasando, pero no tenemos tiempo. Venid
conmigo y os explicaré todo lo que queráis
saber.
—¿Eres tú quien controla todo eso? —
pregunté mientras señalaba el montón de
hiedras, que ahora permanecían petrificadas,
inofensivas, sobre los vagones.
—Así es, y al igual que ella, sin necesidad de
utilizar maná. Puedo controlar algunos tipos de
plantas. También puedo hacer crecerlas en mi
cuerpo.
—¿Qué también…qué? –pregunté
estupefacto.
No le hizo falta responder a la pregunta.
Extendió su brazo derecho y una de las hiedras
surgió de la palma de su mano, directamente de
la piel.
Al menos tenía claro que si aquel hombre
hubiera querido atraparnos a la fuerza, lo
hubiera hecho. Las alternativas eran escasas,
solo necesitábamos que nos llevara al exterior,
una vez allí podremos escapar y dejarlo atrás.
—No tenemos más remedio, sácanos de
este túnel —dije mirando a Noa, esperando
cualquier gesto de aprobación.
—Yo me llamo Noa, y él es Ethan.
—Tendremos tiempo de presentarnos y
hablar como toca, ahora debemos apresurarnos
—dijo intentando aparentar tranquilidad. Desde
luego fingir no era su fuerte—. Cuando los
soldados del otro lado se den cuenta de que el
tranvía ha llegado vacío vendrán a buscaros, si
es que no han comenzado ya. Por suerte hay
una salida unos metros más allá que ellos no
conocen.
Puede que fuera rematadamente guapo,
pero no iba a fiarme así de fácilmente de la
primera persona con la que habíamos hablado
en el exterior. El mismo exterior que obtenía
maná a costa de nuestra salud y esfuerzo.
—¿Y qué sacas tú de todo esto? –
interrogué.
—Ethan…ahora no —me interrumpió Noa.
—No, está bien que desconfíes. Como os he
dicho antes, tendremos tiempo de entrar en
detalles, hay varias cosas que necesitáis saber.
Pero ahora no es el momento. Si tras hablarlo
tranquilamente preferís marcharos por vuestra
cuenta, no hay problema.
Tras abandonar el vagón, Kamahl se
concentró en las voluptuosas hiedras, que poco
a poco liberaron la maquinaria y la dejaron volver
a ponerse en marcha.
Después de eso, los tres corrimos a través
del viejo túnel durante unos treinta minutos. De
tanto en tanto, Noa y yo intercambiábamos
miradas silenciosas, desconfiadas. El
manipulador de plantas lideraba la carrera
dándonos la espalda, vulnerable y confiado.
¿Sería una estrategia más para que
confiáramos en él, o era así de estúpido?
Pronto nos hizo una señal para detenernos
en una zona cualquiera del túnel, que a priori no
parecía especial. Cada sonido o movimiento me
hacía tener los ojos más y más abiertos, bajo
una tensión que no podría aguantar mucho más.
Tras toquetear una pared durante algunos
segundos, la estructura emitió un sonoro
estruendo y dejó al descubierto una pequeña
escalera de caracol ascendente, consumida por
el polvo.
Avanzamos con precaución para descubrir, al
final de la misma, una trampilla metálica inmersa
en una capa de telarañas.
Primero subió Kamahl. Ascendió con pasos
firmes, y utilizando su fuerza consiguió
desbloquear el acceso al exterior abriendo la
trampila. La luz del sol invadió y cegó toda la
sala, sustituyendo al fin la artificial iluminación de
las bombillas.
Tras acostumbrarme al torrente de luz, ya
desde el exterior Kamahl hizo una señal con la
mano para que ascendiera. El segundo iba a ser
yo.
Dudé durante unos segundos antes de entrar
en contacto con la escalera. No había vuelta
atrás, aquello suponía el abandono de la burbuja
que tan tranquilamente nos había permitido vivir,
y que en el fondo, había llegado a odiar. ¿Pero
es que acaso tenía opción? Finalmente subí una
y a una, hasta emerger a través del agujero.
Dediqué los primeros instantes a
inspeccionar el asombroso paisaje que me
envolvía. Desde luego que estábamos en el
exterior. No lo deduje por el claro en el que nos
encontrábamos, verde y más extenso que
cualquiera que hubiera visto antes. La
vegetación, típica de verano, nos llegaba a nivel
de la cintura. Fue más bien por el basto paisaje
que nos envolvía a lo lejos, lleno de montañas
gigantescas, casi tan altas como el árbol de
Zale.Debía ser mediodía por la posición del sol,
pero había perdido la noción del tiempo dentro
de aquel túnel. Detrás de mí, el rostro de Noa
se iluminó con una leve sonrisa por primera vez
desde la despedida de su padre.
Nada más ponerme en pie, pude observar
más detenidamente al hombre-planta. Dos
grandes brazos morenos, notablemente
entrenados, se asomaban desnudos a través de
los ropajes, dejando entrever una gran forma
física. Efectivamente debía rondar los treinta,
quizás algunos menos. Esa edad perfecta entre
la juventud y la madurez. Prometí que desde ese
instante disimularía mi atracción con algo de
indiferencia.
Ya reunidos, él comenzó a caminar con
pasos firmes a través de la maleza. Debía saber
bien hacia donde nos dirigíamos. Y nosotros, sin
más remedio, le seguimos.
Comencé un breve interrogatorio, ya que Noa
permanecía callada:
—Bien Kamahl ¿Te llamabas así? –pregunté,
fingiendo haberlo olvidado—. Creo que nos
debes alguna explicación. Ayer creíamos vivir en
la tierra de la paz y la felicidad, en Zale. Hoy
sabemos que hemos sido vuestras, ¿cobayas?
Que disponéis de maná gracias a nuestra salud,
así que disculpa si no terminamos de fiarnos.
Él apenas se había girado desde que
empecé mi queja, simplemente permaneció
callado. Sabía que habíamos tenido un viaje
ajetreado, y parecía estar dispuesto a recibir la
reprimenda. Aunque necesitaba descargar todo
el conjunto de emociones, aquel hombre
probablemente no tenía la culpa.
En realidad me atemorizaba la situación. Noa
y yo éramos como dos hormigas indefensas en
una tierra totalmente desconocida. Sin recursos,
sin aliados, y lo peor, sin objetivos.
—Lo que Ethan quiere decir, —añadió Noa,
más neutral— es que necesitamos un poco de
información, tanto de este lado de la barrera,
como de ti.
Entonces paró la marcha para girarse hacia
nosotros. Casi me estampé contra él.
—Sé que estáis perdidos, desubicados, y
tenéis cientos de preguntas. Yo tengo muchas
de esas respuestas, pero debéis ser pacientes.
Lo principal es huir del alcance de los guardas,
de los que aún no estamos a salvo. Pronto os
explicaré la magnitud de lo que habéis vivido,
mucho mayor de lo que imagináis. Yo estoy de
vuestro lado, me he arriesgado más de lo que
imagináis para venir hasta aquí, a por vosotros.
También he tenido que hacer sacrificios, así que
tenéis que confiar en mí para que pueda
explicaros el camino a seguir. Ahora debemos
seguir la marcha hasta un pueblo pequeño de la
costa, que nos servirá como refugio hasta que
decidamos que hacer.
Noa intervino de nuevo:
—Está bien. Te agradecemos todo esto…
habernos salvado. Gracias.
A pesar de todo, yo sabía que aún estaba
lejos de ganarse la confianza de mi amiga. Pero
la cortesía era importante.
Mientras, habíamos salido del espesor de la
pradera para embarcarnos en un viejo sendero
entre la maleza. Por el camino observábamos
atónitos pequeños roedores y otros detalles
inexistentes de la flora y fauna en nuestra isla.
Seguimos por aquel camino perdido durante
un largo rato. Quizás antes había calculado mal
la hora, porque el sol ya se estaba poniendo en
el horizonte, y el pueblo al que nos dirigíamos
para esquivar a los guardas no aparecía en él.
Kamahl, que iba primero en la caminata
guiando nuestros pasos, paró la marcha al llegar
a un pequeño claro, y se giró para decirnos:
—Pasaremos aquí la noche, dudo que los
guardas nos sigan ya. Así de paso podremos
hablar.
—¿Pasaremos la noche a la intemperie? –
gruñó Noa, poco acostumbrada a pasar aquellas
penurias.
—Oh no te preocupes, vengo preparado.
Y con una positividad innecesaria, Kamahl
dejó al descubierto una pequeña mochila cuya
presencia yo ni siquiera había notado. Sacó dos
ligeros estores y los extendió sobre la tierra
—No esperaba que fuéramos tres, pero
podéis tomar un estor cada uno, yo haré guardia
durante la noche.
—Yo también haré guardia, así que puedes
quedarte tu estor –contesté muy seco.
No me estaba ganando su simpatía, mas
todo aquello formaba parte del plan de
“desinterés”.
—Como quieras. Seremos dos entonces, de
todas formas quédate el estor —insistió
mientras extendía el estor hacia mí.
Para hacerlo, me miró directamente a los
ojos. Noté como mi rostro enrojecía al instante,
así que lo tomé rápidamente para apartarme de
su vista. Por suerte la luz del sol prácticamente
ya había desaparecido, y difícilmente podía
haberlo notado.
El sol dio pasó a una noche de media luna
difuminada por una densa capa de nubes grises.
Kamahl sacó una especie de bombilla que
iluminó discretamente la zona, justo lo necesario
para ver sin ser vistos desde la distancia.
Nuestros estores se situaron alrededor de
aquella débil luz amarillenta.
Era el momento perfecto para dejar algunas
cosas claras. Kamahl lo captó rápidamente:
—Necesitáis algunas respuestas, ¿por dónde
empezar?
—Cuéntanos primero sobre ti –sugirió Noa.
—Como os he dicho antes, mi nombre es
Kamahl, y soy un científico especializado en
maná. Me crie en uno de los barrios de Arcania,
la capital de este continente y sede del imperio
arcano. Desde niño desarrollé un especial
interés por la ciencia, así que en cuanto pude
comencé mis estudios en una de los mejores
colegios especializados de la ciudad. Cuando la
guerra contra Titania comenzó, el gobierno de
Arcania inició la búsqueda de cualquier recurso
capaz de hacer frente a una tecnología con la
que no podíamos competir.
Lo relataba de una forma perfecta y
ordenada. Seguramente se había preparado de
antemano lo que nos iba a contar, y como lo iba
a hacer. Un discurso enlatado, a fin de cuentas.
Continuó hablando:
—El imperio titán llevó a cabo una fuerte
ofensiva durante muchos años, que nos debilitó
profundamente. Sumidos en esa desesperación,
Arcania encontró en el maná la solución a todos
los problemas. Sabían poco de ese
“combustible”, solo que había traído la ruina a
civilizaciones anteriores, pero era eso o la
muerte a manos de las máquinas. Así que el
gobierno invirtió todo lo que le quedaba en una
última organización científica encargada de
estudiar y desarrollar el potencial del maná, la
organización Lux.
—¿Cómo supieron dónde encontrarlo? –
pregunté.
—Por lo que se, fue el maná el que acudió al
gobierno a través de un representante de tu
pueblo.
—Remmus, nuestro alcalde –aseguró Noa.
—Es posible. En Lux, la mayoría de
científicos desconocíamos la procedencia del
maná, no era algo que nos interesara. El
gobierno anunció que había puesto en marcha
un proyecto capaz de salvar a nuestra gente de
la guerra. Reclutaban científicos capaces de
llevar a cabo su diseño y manipulación, así que
desde ese momento peleé todo lo posible por
entrar dentro de la organización Lux, un
complejo científico secreto donde solo los
mejores trabajarían sin descanso. Cuando recibí
la notificación de que estaba dentro, tal fue la
ilusión que dejé atrás toda mi vida para
embarcarme en el proyecto….pero desde ese
momento todo empezó a ir a menos. Ni siquiera
nosotros sabemos la localización de Lux. Te
duermen y despiertas allí, en un lugar en el que
tienes que trabajar sin descanso con el maná.
Nos marcaron y prácticamente encarcelaron en
ese sitio.
—¿No puedes abandonarlo una vez que
entras? –intervino Noa.
—Así es. Al principio ni siquiera le dimos
importancia. El potencial de investigación nos
cegó los primeros meses. Sus aplicaciones eran
infinitas: Con maná podíamos crear materia,
cualquier tipo de material ya fuera metal,
madera, plata u oro, canalizarlo en energía,
tanto eléctrica como radioactiva, calórica…o
incluso utilizarlo para curar enfermedades que se
creían incurables.
—Curar gente a costa de la salud de otra
gente —increpé.
—Nosotros desconocíamos la procedencia
del maná. Tras los primeros meses, equipamos
a nuestros soldados con piedras de maná que
les otorgaban una fuerza, resistencia y velocidad
sobrehumanas. El éxito fue rotundo, y la gente
de Arcania, aun desconociendo su procedencia,
pronto vio en el maná la herramienta milagrosa
que les haría vencedores de la guerra. Pero una
herramienta tan poderosa como esa en manos
del gobierno no podía hacer otra cosa que
seguir expandiendo sus aplicaciones.
»Uno de los proyectos consistió en inyectar
el maná dentro del cuerpo de los soldados,
directamente a la sangre. El estudio fue un
fracaso, pues todos los hombres y mujeres a los
que inyectábamos terminaban por perder el
propio control de su cuerpo y morían de una
forma difícil de retratar. Hubo muchos
voluntarios y todos murieron…menos uno.
Aunque el tono de voz de Kamahl se había
mantenido sereno durante toda la conversación,
su voz sonó quebrada, e incluso dolida, en
aquella última frase. Noa y yo escuchábamos
atentos intento asimilar todos los detalles sobre
la guerra y el maná. Kamahl continuó:
—Como decía, todos los candidatos a los
que inyectamos maná intravenoso acababan
muriendo, algunos a los minutos, otros días
después. El gobierno no escatimó en sujetos,
algunos iban incluso engañados bajo la promesa
de una curación a su enfermedad. Cuando
estábamos a punto de abandonar el proyecto,
uno sobrevivió. Este sujeto no solo sobrevivió,
sino que como resultado del experimentó
desarrolló habilidades elementales. Su historia
era algo compleja, las tropas del ejército de
Titania arrasaron con su hogar y prácticamente
con toda su familia en uno de los primeros
ataques. Él sobrevivió… pero a causa del
traumatismo perdió la movilidad de ambas
piernas. Acudió a Lux con la esperanza de
recuperar la marcha, y el maná no lo rechazó, lo
potenció de una forma insospechada.
»Al poco tempo recuperó la funcionalidad de
sus piernas. Días después los científicos
encargados confirmaban que el sujeto era capaz
de generar y controlar electricidad con su
cuerpo. La conclusión fue que el proyecto
permitía, en un porcentaje mínimo de los
pacientes, generar superguerreros con
verdaderos poderes. Aquel hombre se convirtió,
tras un estricto entrenamiento, en un arma
viviente mientras le inyectáramos periódicamente
maná.
—¿Entonces las habilidades se adquieren
gracias al maná? –preguntó Noa.
—No siempre es así. Nuestro caso es
distinto, aún no he llegado a esa parte. Al igual
que yo poseo algunas habilidades, el sujeto
adquirió el poder de manipular y lanzar rayos
eléctricos a través de sus manos, y ganó una
velocidad increíble, solo mientras recibiera la
dosis de maná.
—Pero nosotros nunca hemos recibido
ninguna dosis —especificó Noa.
—Exacto, por eso nuestra situación es
distinta. Si se le dejaba de inyectar, no solo
perdía la habilidad, también la funcionalidad de
las piernas. Rápidamente se convirtió en el arma
más poderosa de Arcania, y el proyecto de
inyección continuó adelante, con cinco nuevos
sujetos que toleraron las inyecciones, entre ellos
Swain, el rey de Arcania. Cada uno de ellos
desarrolló poderes de uno de los seis elementos
que rigen el maná; luz, oscuridad, fuego, agua,
viento y tierra. La problemática ética quizás no
era un problema para la mayoría de los
cerebros de Lux, ante tal descubrimiento, pero
pronto lo fue para mí. A cambio de un paciente
exitoso habíamos sacrificado a cientos…
Aunque ese no fue el desencadenante de mi
salida de Lux.
—A mí me parece un motivo más que
suficiente —sentencié.
—Aun siéndolo, las normas de Lux eran
estrictas y todos los proyectos, confidenciales.
Nadie podía revelar información ni salir del
complejo. Hacerlo se castigaba de forma
implacable, conseguirlo no era posible.
—Pero estás aquí, así que conseguiste
escapar —intervino Noa tratando de rebajar la
tensión.
—Sea como sea, no fue el motivo de mi
salida. Pocas semanas después empecé a notar
lo que habéis visto en el túnel. Una mañana
quedé estupefacto cuando me desperté con
medio metro de esas hiedras saliendo de la
palma de mi mano derecha. Al principio pensé
que era por estar en contacto con el maná, un
efecto secundario momentáneo que
desaparecería, así que lo mantuve en secreto.
Pero fue a más, hasta que pude controlar
cuando las hiedras salían de mis manos y
cuando no. El proceso parecía totalmente
distinto al que vimos en el sujeto anterior, a mí
nunca me habían inyectado maná. Cuando
Arcania descubriera mi secreto, no dudaría en
estudiarme y convertirme en su nueva rata de
laboratorio. Lo oculté todo el tiempo que pude,
hasta que lo descubrieron por las malas.
—¿Estás diciendo que de un día para otro,
espontáneamente y sin explicación razonable,
fuiste capaz de hacer crecer hiedras de tu
mano? Conociendo a esa gente, ¿no crees que
te debieron inyectar ese maná aun sin tu
consentimiento? ¡Lo mismo le debió pasar a
Noa! –afirmé.
Ella me dedicó una mirada mortífera, puesto
que yo compartía el mismo destino que ella y lo
había obviado.
—No conozco el caso de Noa, pero estoy
bastante convencido de que nadie me inyectó
nada.
Realmente yo también estaba seguro de que
no había estado en contacto con el maná, pero
necesitaba algún tipo de explicación lógica a la
aparición súbita de poderes.
—Cómo iba diciendo, oculté esta habilidad
todo el tiempo que pude. La verdadera pesadilla
comenzó cuando un grupo de científicos
decidimos investigar sobre el origen del maná.
Fue entonces cuando descubrimos Zale y lo que
hacían a vuestra gente: La vida a cambio del
poder. Aunque no lo creas, la revelación supuso
un shock para todos. Con el proyecto de
inyección de maná la gente tenía la posibilidad
de curarse, aun asumiendo un riesgo muy alto.
Sin embargo, esto era diferente, desolador. El
coste era excesivo, y muchos científicos
manifestaron su voluntad de abandonar el
proyecto. Algunos incluso se marcharon de Lux.
—¿Es que acaso no es lógico? En cuanto la
gente conozca la verdad, ¡todo cambiará! —
afirmé.
—Ojalá fuera tan sencillo —admitió Kamahl
—. A los pocos días se nos informó de que
algunas de estas personas, incómodas tras
conocer el origen del maná, habían vuelto a sus
hogares. Nos mintieron. En realidad pasaron a
formar parte de los sujetos de prueba de un
nuevo estudio de investigación, el proyecto
Dorado. Con él, quedó claro que nuestro
gobierno había perdido todo signo de ética.
Utilizarían a toda aquella persona ajena a sus
intereses como una fuente de poder para
engordar el maná: Delincuentes, personas
políticamente opuestas al régimen, incluso los
propios científicos acusados de traición, cada
vez les valía gente más inocente. De la misma
forma que en vuestras minas, solo que con
veinticuatro horas de exposición continua a maná
transparente, sin poder, para devolverle la
energía. En pocos días fallecían…
—¿Y cómo pudisteis permitirlo? —quise
saber.
—No lo hicimos. Cuando toda Lux supo las
intenciones del gobierno, estalló un motín en el
que los científicos intentaron escapar a las
buenas o a las malas. La contraofensiva fue
brutal, pero en medio del caos conseguí formar
una hilera de hiedra y escapar. Creo que solo un
par sobrevivimos. Por suerte el complejo se
encontraba en medio del bosque, así que pude
escabullirme. Mas el precio que pagué por
utilizar las hiedras fue caro. Los soldados de
Arcania me vieron hacerlo, y ahora el gobierno
me busca, y no solo por traición.
—Perdona que te corte así, pero ¿qué
tenemos que ver nosotros con todo eso? –
intervine exasperado.
—Hace poco, mientras me encontraba por
esta región, uno de los científicos infiltrados
consiguió alertarme sobre vuestra situación,
pues aún dispongo de algunos contactos en Lux:
Una chica capaz de manipular maná se dirigía
hacia aquí, procedente de la misteriosa isla de
Zale. Debía dar contigo al precio que fuera, o te
verías obligada a pasar por el infierno de Lux.
Además, sabía que allí no se habían realizado
inyecciones, así que al parecer tu caso se
asemejaba al mío. Obtuve los planos del túnel…
y aquí estamos, esa es toda la historia.
Llegados a este punto, estoy igual que vosotros,
desconozco la respuesta a muchas preguntas.
Finalmente acabó de contar su vivencia, y
guardó silencio unos segundos, esperando
nuestra reacción. Mi mente mantenía desde
hacía ya un rato una ardua batalla para intentar
no caer rendido al sueño, a pesar de los
peligrosos descensos de mis párpados. Debía
digerir todo el entramado que se nos había
venido encima.
Noa siguió la conversación:
—Si no fuera por ti no habríamos podido salir
del túnel. Te debemos más de lo que podemos
pagarte.
—Sin embargo –interrumpí yo—, ¿cuál es tu
objetivo ahora?
—Esa es una buena pregunta, difícil de
responder. Por una parte, rescatar o al menos
alertar a Noa era mi principal cometido. De
ahora en adelante lo único que me queda es dar
a conocer a la mayor parte de gente lo que
verdaderamente representa el maná. Si el
pueblo lo conociera ¡estoy seguro que en Lux
todo cambiaría! La gente volvería a rechazar el
maná.
—Pero entonces perderíais la guerra —
sentencié.
—Supongo que el fin no justifica los medios.
Al menos no en este caso. Si para ganar una
guerra hace falta sacrificar gente, quizás el
bando incorrecto es el nuestro. Además, los
ataques de Titania cada vez son más débiles y
aislados.
—¿Qué te hace pensar que la gente te
creerá? –continué.
—Dudo que a nosotros nos fueran a creer.
Por eso no vamos a comunicarnos directamente
con la gente. Hay una serie de pueblos,
numerosos y algunos influyentes, que ya tienen
cierta enemistad con el gobierno, por decisiones
políticas u otros temas. Esta información podría
ponerlos de nuestra parte. Que nos dirijamos a
Lirium no es ningún casual. A través de mis
contactos supe que su alcalde es desfavorable
al gobierno y busca aliados. Estoy seguro que
esta información le será de utilidad...y que la
dará a conocer.
—Como buen político, quizás la información
le sea de utilidad pero más allá de eso no se
preocupará por nuestra seguridad —apunté.
Y es que mi última “experiencia política”
había sido con Remmus.
—Probablemente nos convertiremos en su
instrumento para atacar al gobierno central,
aunque es lo mejor que podemos hacer en estos
momentos. Es un hombre influyente, la gente le
creerá.
Tras preguntarme porqué la conversación
era exclusivamente entre él y yo, pude
comprobar como Noa se había quedado
literalmente frita en el estor. Era tarde, y aun no
nos habíamos recuperado del viaje en vagoneta.
—¿Sabes? Puedes dormir un rato, yo
vigilaré las primeras horas —dijo Kamahl al
verme bostezar accidentalmente.
—No, yo estaré despierto.
—¡Qué así sea! —añadió sarcástico.
Tardé tres pestañeos en caer rendido.