Confirmación de una zorra

Confirmacion del caracter de zorra empedernida da la ardiente Lorena a sus dieciocho años, que ya no la abandonará por el resto de su vida. Algo así como su confirmación en el mndo de la perversión, el vicio y la lujuria.

NOTA PREVIA

Este relato es la tercera entrega de la serie de Lorena, posterior a la saga de cinco dedicada a la lasciva lolita. Recomiendo leer los anteriores a quien no lo hayan hecho –al menos los dos previos, "Génesis de una zorra" y "El desvirgamiento de Lorena", pues este no es más que una transición, algo menos morbosa, aunque morbosa al fin y al cabo, hacia las entregas que están por venir y no se comprenderá muy bien la narración sin conocer aquellos.

Este es un relato ficticio, aunque, como ya he dicho antes en otros, contiene mucho de autobiografía esta historia. Las experiencias de Lorena estarán basadas a menudo en otras que yo misma viví, concediéndome la licencia de modificarlas, magnificarlas y demás, en beneficio del morbo y el interés morbo-literario. Algunas otras también, enteramente ficticias, pretenderán narrar lo que pudo ser y no fue, lo que podría haber sido de haber tenido entonces, a la edad de Lorena, la experiencia e ideas tan claras que tengo ahora. En cualquier caso, ambas hablarán de mi espíritu, anhelos y psicología sexual, que es la más pura realidad de las personas.

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CONFIRMACIÓN DE UNA ZORRA

A la mañana siguiente volví a acudir al colegio, como cada día. Pero ya nunca ese "cada día" volvería a ser el "cada día" que había conocido hasta entonces. Me sentía como una persona nueva, renacida tras mi bautismo sexual. Ni mente era sexo y miraba a los chicos y chicas de una manera totalmente distinta. Hasta el mismo día anterior, lo había hecho como una niña que despierta a la pubertad puede hacerlo, con atracción en algunos casos, pero sin el fuego de una mujer. Ahora en cambio, mis ojos eran bien distintos, y también su brillo y forma de comunicarse. Había trascendido el nivel del simple juego para entrar de lleno en el de la pura lujuria.

Me sentía una diosa sexual, recién descubierto un mundo de posibilidades infinitas y ansiosa por explorarlo. Feliz y plena en una palabra. Seguía sintiendo tristeza por mi virginidad perdida, pero era aquella tristeza que sentimos inevitablemente siempre que hemos de deshacernos de algo que nos ha acompañado durante toda nuestra vida, pero que ya ahora no sirve para nada y aún es una molestia e impedimento para nuestra la nueva. Había soltado el lastre del globo que era mi sexualidad. Un lastre que fue mi compañero desde la salida del vientre materno hasta mi nuevo renacer y cuya pérdida siempre sentiría, pero que me permitía elevarme por encima de los paisajes limitados que hasta entonces había conocido, para contemplar el mundo en toda su grandiosidad desde la más elevada altura. Me había despedido de él como quien ve caer aquellos sacos de arena con una última mirada melancólica, ante la cual al mismo tiempo comienza a expandirse el horizonte.

Recuerdo ese día como de intensa alegría y optimismo. Era feliz y reía y todo me parecía maravilloso. Ya por la tarde, volví a casa de mi amiga con la esperanza de encontrar allí de nuevo a su padre y buscar la oportunidad de ser poseída por él de nuevo. Aún sentía el dolor de mi reciente desfloración, pero eran más las ganas de sentir de nuevo su duro miembro dentro de mí que la cohibición que pudiera ejercer aquel.

Llegada ante la puerta del bungalow, pulsé el botón del timbre. Él mismo fue el encargado de abrirme. Nada más aparecer ante mí, le obsequié con la más espléndida de mis sonrisas. Y fui correspondida con una de las decepciones más significativas que recuerdo en mi vida. Si había esperado encontrar a alguien tan ilusionado y deseoso de repetir como yo, pronto quedó claro que no era sí. En lugar de eso, encontré una mirada indescriptible que me hizo sentir muy mal. Venía a decirme algo así cómo, "¿a qué has vuelto? ¿Quieres destrozar mi vida?". Me sentí verdaderamente sucia y rebajada, tanto como solo puede conocer quien ha sido despreciado con desdén rayano en el asco por alguien en quien había depositado sus más sinceras ilusiones. Después, con una perspectiva y experiencia más amplia, he podido hacerme cargo de lo que tuvo que pasar por la cabeza de aquel hombre tras nuestro encuentro. Bajo los efectos del alcohol, se había acostado con una de las amigas de su hija, que aún estando más desarrollada de lo habitual, no llegaba todavía a los dieciocho años. Era un hombre infiel, hecho a las juergas y los clubs, pero aquello era algo más complicado, que podría acabar con su matrimonio, su familia, su consideración social, su trabajo e incluso dar con sus huesos en la cárcel. Una niña no es una mujer. Por más que sus formas puedan parecer las de esta, su mente sigue siendo infantil, con un funcionamiento bien distinto a la de un adulto y susceptible por tanto de cualquier cosa. Un berrinche, una conversación con amigas…en cualquier momento una niña podría irse de la lengua y soltar la bomba, sin que pudieran tomarse precauciones que garantizaran nada. Toda su vida dependía del capricho de una chiquilla. Fue lógico que me mirara como los habitantes de las islas del "cinturón de fuego" del Pacífico miran a sus volcanes, sabiéndose siempre en sus manos y sin poder escapar a su fatalidad.

-¿Está Fátima en casa?

-Está arriba. Pasa.

Las palabras fueron pronunciadas sin la más mínima emoción, pero sus ojos decían "¿por qué no te vas para siempre y nos dejas en paz?". Con la cabeza gacha y humillada, entré y subí las escaleras para encontrar a mi amiga. Y su triste mirada acabó de derrotarme. Obviamente no debía saber nada, pero seguía tan triste como cuando la dejé. Entre unas cosas y otras, no habíamos coincidido ese día en el colegio y no había tenido oportunidad de hablar con ella antes. En ese momento me sentí una mierda. Hablamos un poco y, media hora después, más o menos, salí de su casa dirección de la mía. Nunca más volví a pisarla, ni a saber del hombre a quien entregué mi flor más preciada.

A menudo tendemos a establecer períodos totales para todas las cosas, incluida nuestra evolución vital. Pero es una imprecisión del recuerdo, que tiende a resumir todo por bloques en lugar de establecer un "continuum". La manzana no pasa de estar verde a roja de repente, sino que poco a poco va madurando y cambiando su color.

Durante mucho tiempo (*), en mi interior se libró una cruenta batalla entre mis propios ángeles y demonios, batalla de la que supongo nadie se libra en su vida, sea cual sea el resultado de ella. A lo largo de los años, mi morbo luchó contra mi conciencia. Mi naturaleza sexual tendía a la perversión poderosamente. Me atraía irresistiblemente el mundo del sexo más perverso y lascivo. Era algo que tiraba de mí como un electroimán que incrementara progresivamente su potencia, ejerciendo su influencia sobre los metálicos objetos que, si bien al principio pueden luchar y resistirse a ella, invariablemente acaban siendo arrastrados por él. Me encantaba sentirme zorra, sumergiéndome cada vez más en el insondable pozo de la humillación y vejación personal, y ni siquiera los principios más sagrados de mi vida suponían un límite a ello. Valga como ejemplo la narración de mi pasión por humillar a mi padre follando con sus compañeros de trabajo y sometiéndome ante ellos a las mayores vejaciones, relatado en la primera entrega de "la saga de Lorena".

En esos momentos, era capaz de las más abyectas depravaciones, aún a sabiendas de que más tarde me arrepentiría de ellas, como así era una y otra vez. Durante días después, mi moral y autoestima quedaba por los suelos y no tenía ganas de nada. Pero siempre acababa volviendo a caer de nuevo. Buceaba entonces en mi pasado, intentando encontrar el origen de aquella nefasta atracción y quizá con él la solución para erradicarla. Siempre pensé que debía haber tenido algo que ver con aquel capítulo de mi más tierna infancia, en que mi madre me recriminó por haberme dejado orinar por los chicos que jugaban al fútbol en aquel campo ("génesis de una zorra"). No entendí entonces que había de malo en ello. La culpa más difícil de purgar es aquella que no se entiende, pues, si no sabemos qué debe motivar nuestro arrepentimiento, ¿cómo es posible alcanzar a sentirlo? Quizá por ello mi subconsciente siempre se sintió culpable. Culpable de no poder sentirse culpable. Y quizá por ello siempre busqué la forma de autocastigarme por ello.

Pero no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, y todo aquello comenzó a remitir. Mi psiquis comenzó a aceptar lo que era y nunca dejaría de ser hasta el día en que la muerte me reclame. Así pues, cada vez se fueron reduciendo más esos períodos de remordimiento, hasta limitarse a unos minutos tras el orgasmo y llegar a desaparecer por completo finalmente. A día de hoy, gozo plenamente con mi naturaleza masoquista. Siento un placer inmenso sometiéndome a los hombres para su uso y disfrute, y mi humillación se hace extensiva a todo aquello que considero mío y forma parte de mí, como mi familia. Busco constantemente nuevos límites y tabúes no para respetarlos, sino para transgredirlos.

Tras el episodio con el padre de mi amiga, mi sexualidad se tornó hambrienta. Nada más haberlo descubierto, me había sido arrebatado el alimento del cual ya nunca podría prescindir. Sobre las llamas de mi sexualidad había sido arrojado un cubo de gasolina y no tenía nada para combatir el voraz incendió provocado. Los juegos con Isabel y Ana, llegaron a una intensidad por mi parte que casi alcanzaba a asustarlas. Lo único que evitaba que lo hiciera, era el placer indescriptible que les proporcionaba en ellos. Mis caricias, besos y lamidas dejaron de ser algo ingenuo para tornarse diabólico. Pero ellos eran la única válvula de escape que me quedaba y aunque me desfogaba todo lo que podía, había un tremendo excedente de calentura no compensando y que aumentaba progresivamente, convirtiéndome en una hembra en celo desesperada, en permanente búsqueda de polla con que apagar los ardores que me consumían. Me dejaba sobar con facilidad, incluso por los niños más pequeños que hasta mí se acercaban corriendo desde atrás para palmearme el culo o agarrarme las tetas y salir huyendo después. Y la verdad es que no sé porqué, pues pocas veces les reprendía. Es más, los alentaba a ello colocándome a su alcance y adoptando las posturas adecuadas. No sé cuantas veces los chicos de mi clase me metieron con sus juegos en el armario del aula a empujones en un por ambas partes deseado secuestro, para meterme mano y sobarme a gusto las tetas y el culo, dejándome yo hacer sin pegas. Quizá a veces me hiciera un poco la remolona, pero no demasiado y solo por inercia. Pero los muy imbéciles nunca pasaban de ahí. Una vez cara a cara con una hembra entregada en sus manos, hacían aguas y se deshacían, valga la paradoja.

También me convertí en asidua de las escapadas por la tarde a una vieja finca abandonada, donde en una pequeña colina jugábamos a la "botella". Pero de nuevo, no pasaba la cosa de unos simples besos con lengua y sobadas a mis tetas. Lo más lejos que se llegaba era a dejar que me las mamaran un poco -era la única de las chicas que accedía a ello-. Una vez, como caso extraordinario, se me pidió que le diera una lamida en la polla a uno de los chicos. Supongo que quizá pensaban que me cortaría, pero me presté gustosa a ello y fue el subnormal de él el que pareció tomarlo como algo muy divertido. Si me hubiera dejado seguir, le hubiera hecho la primera mamada de su vida muy a gusto, pero el grandísimo gilipollas, en lugar de eso, se recogió la polla y salió corriendo a donde los otros esperaban, gritando;

-"!Me la ha chupado! ¡Me la ha chupado!"

En fin, que aquellos juegos nunca pasaban de eso, de ser simples juegos y yo necesitaba más, mucho más. Incluso en la época del famoso "violador del castillo de San Fernando", hubo días en que me dejé seducir por el Diablo, internándome por el bosquecillo de pinos al atardecer. No sé qué como hubiera actuado de encontrarme con el célebre Cascales (*) y seguramente, de haberlo hecho, habría intentado huir y, de no conseguirlo, me habría lamentado quizá por el resto de mi vida. Pero en aquellos momentos no podía resistir la voz que me empujaba hacia allí.

Un buen día, supe de las actividades de mi hermano y sus amigos en mi casa, en las tardes en que mis padres estaban trabajando. Me mandaba entonces fuera con mis amigas, para ver en nuestro DVD las películas porno que uno de ellos traía del videoclub de su padre. Sacaban entonces sus pollas y se masturbaban con ganas varias veces, hasta que ya no salía más leche de ellas. Me enteré a través de una de mis amigas que se había enterado a través de un hermano menor, al que a su vez se lo había contado otro hermano mayor que formaba parte del grupo. Y ya no pude quitármelo de la cabeza. Allí mismo, en mi propia casa, había casi cada tarde un verdadero desfile de pollas y yo no tenía acceso a él. Y no podría tenerlo de ninguna manera, pues mi propio hermano formaba parte del grupo. Era imposible separarlo de este, pues la reunión era en nuestra casa y, por tanto, sería imposible sin él, y en ninguna otra sería posible, pues era la única que permanecía sola y susceptible de ser usada de aquella manera. Desde ese momento, ya no paré de maquinar e intentar buscar la forma de alejar a mi hermano de allí para poder disfrutar de aquellas pollas.

Y la encontré. En realidad, todo llega en la vida si se sabe esperar. Es esta como un arroyo por el que pasa el agua. Si queremos capturar un pez y tenemos paciencia, solo hay que apostarse en su orilla con una red con mango de las que usan los pescadores. Antes o después el escamoso pasará, y solo tendremos que tender esta para capturarlo.

Un buen día, mi padre hubo de desplazarse a Zamora en viaje de trabajo. Aunque nosotros –los hermanos- somos nacidos en Caracas, nuestra familia es de aquella zona del norte de España, habiendo sido nuestros padres emigrantes. Mi hermano insistió en ir con él para ver a nuestros primos, con los que solo coincidíamos de verano en verano. Serían solo dos días y dado que mi hermano llevaba bien sus estudios, mi padre accedió y yo supe que había llegado la oportunidad que había estado esperando.

Ese día, no me reuní con mis amigos a la hora del recreo. En su lugar, me hice la loca paseando por una zona bien diferente del colegio, allá donde el enorme ficcus daba a una pequeña caseta de cemento, en la cual se reunía mi hermano con los suyos para fumar sus cigarrillos. Bueno, al menos aquellos que fumaban, pues mi hermano no lo hacía. Me desabroché un par de botones de la camisa para dejar que mi canalillo y el nacimiento de mis pechos se viera por su apertura y esperé a que llegaran. Cuando lo hicieron aguardé un par de minutos, acercándome después.

-Hola.

-Hola Lorena.

-¿Me dais un cigarro?

No fumaba y ellos lo sabían, pero es que no sabía con que excusa entrarles.

-¿Un cigarro? ¡Pero si no sabes fumar!

-¿Y tú qué sabes? ¡Claro que sé!

-¡Hala, va! Seguro que no te tragas el humo.

-¿Ah, no? Dame uno y verás.

El chaval sacó entonces un Winston del paquete y me lo tendió. Sería el primer cigarrillo de mi vida, vicio que ya nunca dejaría. Hago deporte para compensarlo y no lo recomiendo a nadie, pero desde muy jovencita entendí que mi vocación era la de zorra sexual y el fumar lo concebía como parte inseparable de ello. Me encanta hacerlo y nunca lo dejaré. Acercó después la llama del mechero hasta su punta para darme lumbre y yo aspiré tragando el humo para prenderlo. Recuerdo que me entró como un cañonazo y comencé a toser, sintiéndome una estúpida ante las risas de los muchachos. Fue mi primer contacto con el tabaco. Hasta entonces no había sabido lo que era realmente y me cogió por sorpresa. Pero ya no lo hizo la segunda calada. Ni la tercera. Ni ninguna más en lo sucesivo. Nunca más volví a toser al tragar el humo del tabaco.

-Vaya, parece que la nena empieza a crecer, ¿eh?

Sentía sus intensas miradas en mis tetas. Bueno, al menos las de los que no me encaraban. Los otros, a pesar de ser mayores que yo, seguían siendo niños no obstante y no tenían la seguridad necesaria para mirármelas de frente. Pero lo que importaba era que me estaban mirando las tetas. ¡Me encantaba!

-¿Vais a venir esta tarde a casa?

-No, que va. Hoy no está tu hermano.

-Ya lo sé, pero pensé que a lo mejor vendríais igualmente.

-¿Cómo vamos a ir si no está él?

-¿Y yo qué? ¿No cuento? También podéis ver la película conmigo.

Los chicos rieron, creyendo que no sabía por donde iba la cosa. Se suponía que veían películas de acción, terror y demás, y que nadie sospechaba que en realidad lo que allí tenía lugar era un festival de pajas.

-¡Qué va! Es que además estamos esperando que le devuelvan a José una de Angelina Jolie para verla.

-¿Y os vais a hacer las pajas mirando a Angelina?

Casi no pude contenerme para no estallar en carcajadas ante la mirada que pusieron los chicos, sus ojos abiertos como platos.

-Angelina está buenísima –maticé lo de "buenísima", más que por una verdadera atracción sexual por definirme como calentorra-, pero pensé que para cascárosla llevabais otras pelis más fuertes.

-¡Joder, Lorena…!

Los muchachos no sabían qué decir ni qué cara poner.

-Vamos, tengo curiosidad por ver una película porno. Nunca he visto ninguna.

Más que en cualquier momento inmediatamente anterior, sentí sus miradas clavadas en mis tetas. Los chavales intentaban asimilar la ocasión que podía llegar a presentarse. Mis tetas y el resto de mi curvilínea anatomía, eran ya una poderosa tentación con 18 años recién cumplidos.

-¿Vale? ¿Os espero?

-Pero…¿no se mosqueará Ernesto?

-Si vosotros no se lo decís yo tampoco lo haré. ¿OK pues?

-Vale…OK.

Esa tarde me sentí tremendamente nerviosa. Mucho más de lo que hubiera esperado. Tras la aventura con el padre de Fátima, me creía una reina del sexo con el tema ya dominado. La realidad en cambio, es que seguía siendo una niñata a la que las piernas flaqueaban ante la perspectiva real de un polvo. Ahora entendía mejor a mis compañeros de clase y amigos, con sus dudas y timidez. Salí a pasear al perro para distraer mi mente, tomando dinero para comprar tabaco de la mesilla donde mi madre lo dejaba por si era necesario. No obstante, pensé que era muy posible que me cruzara con los chicos en el trayecto de ida o de vuelta y pretendía dejar muy claras las cosas desde el principio. Así pues, antes de salir me cambié de ropa, optando por un pantaloncito rosa muy cortito que usaba para las clases de gimnasia y una camiseta blanca ajustada, olvidándome aposta del sujetador. Creo recordar que fue una de las primeras veces que paseé sin él a la vista de la gente y con mis pechos ya considerablemente desarrollados, sintiendo las miradas de hombres y muchachos sobre ellos al pasar. Me encantó la experiencia.

Como había previsto, a la vuelta encontré a tres de los chicos ante la verja de entrada. Cuando me vieron llegar ataviada desemejante guisa, se quedaron mirando como pasmadotes y yo no pude evitar una pícara sonrisa. Por más increíble que pudiera parecerles, todo parecía indicar que la maciza hermana de su amigo se les estaba ofreciendo descaradamente. Seguramente debían haber intentado desengañarse temiendo que solo se tratase de los juegos de una calientapollas, pero si este el caso, estaba claro que esta conocía muy bien su arte.

-Hola, chicos.

-Hola, Lorena. Pensamos que no estabas.

-Que me había quedado con vosotros, ¿no?- respondí maliciosamente.

-Sí, bueno… algo así.

-Apartá, "tarao".

A la vez que pronunciaba simpáticamente las palabras, le di un golpecito e cadera para hacerlo a un lado. Después, me incliné para introducir la llave en la cerradura, colocando mi culo contra su paquete con toda intención. Intuí su sobresalto y comencé a restregarlo suavemente, pero con descaro. Mis dudas y temores habían desaparecido, alejados por la sabiduría acumulada genéticamente por la experiencia acumulada por millones de hembras a lo largo de miles de años de evolución. Jamás volverían. Los chicos se miraron cortados. No los vi, estaba de espaldas. Las mujeres notamos esas cosas.

-Vamos –les invité a pasar cuando la puerta estuvo abierta. Pronto estuvimos dentro de casa.

-¿Solo venís vosotros? ¿Y la peli?

-No, no… Enseguida llegan José y los demás con ella.

-OK, dame fuego entonces –le pedí abriendo el paquete de Winston y tomando un cigarrillo a la vez que les tendía aquel a ellos.

-¡Vaya! Veo que te ha gustado lo de fumar.

-A lo mejor me gusta más fumar otras cosas –contesté mirándole perversa.

"Ring", sonó el timbre.

-Deben ser ellos.

-Abridles. Voy mientas a guardar a "Tommy" en la terraza.

Pensé entonces que aquella ropita que llevaba había estado bien para la primera toma de contacto, pero que quizá no fuera la más indicada para forzar el desenlace que deseaba. Ya sabía lo cortados que podían llegar a ser los chicos y aquella provocación podía convertirse más en un obstáculo que los cohibiera que en un aliciente que los lanzase. Había que provocarles, sí, pero a la vez facilitarles el acceso a "mis objetivos". Así pues, subí a la habitación de mis padres y me cambié, tomando esta vez una minifalda de vuelo negra muy veraniega y cortita de mi madre y una blusa blanca muy ceñida y semitransparente. Debajo, evidentemente, nada. Esa tarde iba a pasarme por la piedra a todos los amigos de mi hermano que habían venido a casa, aunque tuviera que violarlos.

Para cuando volví, ya todos me esperaban en el salón. Siete chicos, catorce ojos que de nuevo se abrieron de par en par cuando e vieron aparecer, como si fueran idiotas. Sonreí. Casi podía escuchar sus pensamientos. "¡Madre mía! ¡Cómo está la hermanita! ¡Y está pidiendo guerra a gritos! Esto no puede estar pasando realmente, aquí falla algo". Sobraba espacio en los sofás para un par de personas más, no obstante yo fui a sentarme directamente sobre las rodillas de Luismi, el más guapo y rubiales de todos ellos. Sin poder hacer nada por evitarlo lo corto de mi atuendo, ni con ninguna intención por mi parte de que lo hiciera, mi coño quedaba a la vista de los demás descaradamente. Pasé mis brazos por el cuello de mi chico, dejando mis tetas a escasos centímetros de su cara. Sonreí mirándolo a los ojos y luego me volví hacia el resto.

-¿No ponéis la peli? Ya sabéis como funciona el vídeo.

José abrió entonces el estuche y sacó el CD, introduciéndolo en el DVD y tomando el mando para encender este y la tv.

-¿De qué va?

-Pues… ¿de qué va a ir, tía? –contestó el chaval cortado, haciéndome reír.

-Déjame que vea la portada.

Me la tendió entonces y yo la observé. Un grupo de chicas aparecía en ella desnudas y rodeadas de varias pollas, ocupando el centro un primer plano sobre la escena de una chica de color con las comisuras de la boca llenas de semen. "Yo trago" era el título, acompañado de un icono que hacía intuir que se trataba de una serie. Entretanto, mi chico empezaba a soltarse poco a poco y había colocado su mano sobre mi muslo desnudo, avanzando, muy tímidamente, pero avanzando, hacia arriba sin ninguna oposición por mi parte.

-¿Esto lo expone tu padre en el videoclub? ¡Qué raro! Nunca la vi.

-No, qué va. Eso es de la sala porno, la lleva mi hermano.

Efectivamente, en el videoclub había una sala porno anexa, donde los más cachondos podían visionar películas de temas que por entonces yo no conocía.

La primera imagen de la película tras los títulos, mostraba a un impresionante rubio ataviado con una bata de ir por casa que, semiabierta, dejaba entrever su escultural cuerpo, de abdominales perfectamente marcadas y pectorales bien definidos. Sentí la calentura comenzar a invadir mi cuerpo. El timbre había sonado y el chico caminaba hacia la puerta. Al abrirla, apareció en ella una despampanante negra. Era realmente preciosa y la minúscula ropita que llevaba parecía tener dificultades para contener toda aquella tremenda voluptuosidad. Sentí aumentar más mi calentura y giré la cabeza para morrear directamente a mi propio rubio. Tomé su cara en mis manos y le estampé un hambriento beso en todos los moros, metiendo mi lengua en su boca con lascivia. Tomé al chico por sorpresa y quedó cortado, pero no fue por mucho tiempo. Al igual que las mujeres, los hombres también parecen tener su memoria genética de machos grabada a fuego en sus cromosomas y muy pronto supo que hacer. ¡Y cómo lo hacía! Comenzó a sobarme las tetas con ganas y avaricia, de una forma que conseguía volverme loca. Las amasaba en movimientos circulares, comprimiéndolas contra mi pecho a la vez que las apretaba con sus grandes manos. De vez en cuando las liberaba para pellizcarme los pezones y yo creía delirar. Era consciente de que los demás nos miraban, seguramente ajenos a la película y eso me encendía aún más. Debimos continuar así por espacio al menos de quince minutos, durante los primeros de los cuales comenzaron a escucharse gemidos procedentes de la tv. En un momento dado, separé mis labios de los de Luismi para tomar aire. Le miré a los ojos y sonreí. Hizo él entonces amago de retirar su mano de mis tetas, pero me anticipé con la mía para impedírselo. Mantuve mi sonrisa si dejar de mirarlo y entendió que no tenía por qué dejar de sobarme. Me giré entonces hacia los demás mientras él seguía amasando mis melones. Todos se habían girado hacia la tv ya para evitar que los descubriera mirándonos como tontos, lo cual me hizo sonreír de nuevo. En la pantalla, la diosa negra estaba siendo enculada por el dios rubio y otros dos tíos igual de musculazos que él. Miré a los chicos.

-¡Qué pasa!- les regañé, haciendo que se giraran todas las cabezas hacia nosotros de nuevo.

-¿Q-qué… qué pasa?- preguntaron confusos.

-¿Y esas pollas?

Ahora más de uno se puso rojo como un tomate.

-Habéis venido aquí a cascárosla, ¿no? ¿Dónde están pues esas pollas?

Unos se miraron entre sí, otros rieron, otros hicieron algún comentario gracioso… pero ninguno se la sacó.

-¿Qué pasa? Voy a tener que bajaros yo la bragueta y sacárosla.

La escena era un poema. Los chicos mirándome a mí y mirándose entre ellos sin saber qué cara poner. Ahora algunos se la sacaron, pero seguía habiendo quien no lo hacía.

-¿Qué? ¿Voy?

-¡Qué va, qué va! ¡Córtate, Lorena!

-¿Qué me corte? ¡De aquí no salís sin que os haya visto la polla a todos!

-¡Que no, que no!

En ese momento tuve otra de esas iluminaciones genéticas que a hembras y machos nos asisten a veces procedentes de nuestra herencia como especie y género. Bajé mis ojos hasta las entrepiernas de los muchachos y supe por qué eran tan reacios. Sonreí.

-Ya veo.

En efecto, como podría comprobar posteriormente a lo largo de mi vida, la reacción de los hombres puede ser muy diferente ante el estímulo sexual. Unos trempan enseguida, mientras que otros, más tímidos, se retrotraen y sus miembros se encojen como ellos ante una devoradora descarada. Por lo que podía comprobar, solo tres de mis siete amigos pertenecían al primer grupo, incluido mi chico. El resto quedaba integrado en el segundo.

-Vaya…Habrá que hacer algo.

Me levanté entonces y, eligiendo a uno de los tímidos, avancé hacia él con mi mirada clavada en la suya, que automáticamente la rehuyó. No obstante, seguí acercándome y me senté a horcajadas sobre sus piernas. Tomando su cabeza con ambas manos, le obligué a mirarme a los ojos.

-Vamos. ¡Sóbame!

-¿Q-que…?

-¡Sóbame! ¡Méteme mano, tócame las tetas!

Viendo que aún dudaba y aunque tuve la seguridad de que en un momento hubiera dejado de hacerlo, tomé sus manos para llevarlas a mi culo, agarrando a continuación su cabeza de nuevo para enterrarla entre mis melones, que comencé a restregar en su cara.

-¡Vamos! ¡Muérdelos! ¡Sóbalos!

En pocos segundos, el chico había dejado de ser un niño tímido para tornarse en caliente poseso, mientras yo reía feliz y cachonda. Mis tetas lucirían al día descaradas manchas moradas, pero no me importaba.

-Preparaos los demás también. Voy a pasar por cada uno de vosotros y vuestras manos van a pasar por mis tetas, culo y donde queráis. Las de todos. Para cuando acabe el rondo, quiero teneros a todos encendidos.

Y así fue. Más de veinte minutos de sobos y magreos que consiguieron encenderme más a mí que a ellos, que tampoco se quedaron cortos y tras los que, increíblemente cuando lo pienso ahora, mi ropa seguía en su sitio. ¡Ni una teta fuera de la camisa! No puedo evitar reír al recordarlo. ¡Cuan ingenuos y tiernos pueden llegar a ser los jovencitos! A día de hoy los adoro. Esa deliciosa candidez de la juventud es algo que me pone tremendamente cachonda.

Bien. Tras esto, los tenía a todos lanzados y sedientos de sexo. No obstante, aún había quien no había trempado. Otra cosa que aprendería con los años, es que tampoco ante la ansiedad sexual todos los machos tienen la misma respuesta. Unos trempan y/o se corren enseguida, mientras que a otros les coarta. Unos, tras un largo tiempo de abstinencia o cuando cogen a una mujer a la que desean con furor, se corren enseguida, mientras que otros, benditos sean, lo que les ocurre es que ven dificultado con ello la llegada al orgasmo y dilatan el polvo deliciosamente. Volví a mirar la televisión. Ahora la bella, tumbada boca arriba, ofrecía sus grandes tetas para que uno de sus amantes las follara, mientras mamaba la del rubio y un tercero le taladraba la vagina sin piedad.

-Vele… -sonreí comenzando a desabrocharme la blusa.

Fue la primera cubana de mi vida. ¡Y me encantó! No sabría describir la sensación, pero algo vibró en mi interior al contacto de la suave y cálida piel del pene con mis pechos. Mirando al chico a los ojos, comencé un movimiento masturbatorio sin dejar de sonreírle. En pocos minutos, la flácida carne se torno dura, gloriosa. ¡Qué maravilla! Era como tener una barra de hierro caliente entre mis tetas, que sobre ella apretaba aún más para aún más notar su dureza. De repente, aquello estalló. Fue como si escupiera con fuerza y su leche de macho vino a estrellarse contra mi cuello y parte inferior de la barbilla. Sorprendida, bajé la mirada para observar su corrida, y los siguientes chorros fueron a dar en mi cara. Me pareció en aquel momento algo muy divertido y comencé a reír suavemente, con lo cual estos dieron de pleno en mis labios y dientes varias veces.

-Vale. Ahora quiero que me folléis.

Los chicos se miraron entre ellos. Evidentemente, ninguno se había estrenado todavía y me sentí feliz de saber que iba a ser su iniciadora.

-No os preocupéis. A vera ayudadme a retirar las cosas de encima de la mesa.

Era esta un mueble de roble macizo, de escasa altura y muy resistente. Algo de aspecto algo rústico, pero muy chic y que a mi madre había costado, como se dice, un ojo de la cara.

Una vez limpia la superficie de ornamentos, me tumbé de espaldas sobre ella, colocando, colocando los pies en el borde y ofreciendo mis piernas bien abiertas.

-A ver… ¿Quién va a ser el primero?

La verdad es que esta vez los chicos no dudaron, pero tampoco yo esperé a comprobar si lo hacían. Aprovechando el dominio de la situación que me había dado el hecho estar en mi casa y el que lo hicieran anteriormente, decidí no soltar ya el mango de la sartén y aprovechar para extraer de la situación el máximo morbo posible.

-No os preocupéis. Vamos a hacer las cosas bien. Primero, me va a follar Luismi, que para eso es el que más me gusta y llevo tiempo haciéndome dedos pensando en él.

De nuevo quedaron sorprendidos de mi descaro. Se oyeron algunas risas, pero en realidad no eran más que la única respuesta que les cabía ante mi osadía.

El chico se acercó entonces y me miró a los ojos, sus pantalones desabrochados, su polla saludándome enhiesta. Sonreí.

-Vamos.

Sin dudar demasiado, colocó su glande a la entrada de mi gruta de placer. Una evidencia más de mi teoría de que, tanto los machos como las hembras, sabemos qué hemos de hacer en estos casos aunque no tengamos experiencia previa ni nadie nos lo haya explicado. Pero sí dudó a la hora de penetrarme. Seguramente temiendo hacerme daño.

-Vamos –le animé-… ¡Métemela! No tengas miedo.

Empujó entonces un poco, y en su rostro se dibujó una expresión mixta de descubrimiento y felicidad al ver con que facilidad entraba su polla en mi anhelante vagina. En realidad, totalmente lubricada por mis diríase que esta la absorbió hambrienta.

-Vale. Ahora, mientras él me folla, id midiéndoos los rabos, porque me la vais a ir metiendo por orden de tamaño. De la más grande a la más pequeña.

Ya no me paré a fijarme en sus expresiones. Si con la penetración mi ya baboso coño había comenzado a rezumar líquidos en abundancia, cuando el Luismi se soltó y comenzó a embestir con fuerza y profundamente, aquello se transformó en un volcán del que no paraba de manar la lava ardiente que eran mis jugos, empezando a arrancarme los primeros suspiros de placer, que pronto se tornaron en auténticos gritos. Era consciente de que los vecinos podían llegar a escucharlos, y eso no hizo sino aumentar más mi calentura. Los suspiros se transformaron entonces en gritos. No era ya que no me preocupara me oyeran. ¡Era que quería que me lo hicieran!

Llegado el momento, Luismi supo sacar su polla de mi cuerpo a tiempo para correrse sobre él y no dentro. Con un suspiro y embargada de placer, ladeé la cabeza. En la tele, los cachas se habían corrido sobre la cara de la hermosa, que con deleite recogía su esperma con los dedos para llevarlo hasta su boca y lamerlo con expresión de lascivia infinita. Aquello me calentó sobremanera, al mismo tiempo que sentía un nuevo miembro invadir mis entrañas. Cerré los ojos sin siquiera ver la cara de mi follador, entregándome al placer sin importarme su identidad.

Uno a uno, todos los chicos fueron pasando por mi coño. Para cuando acabaron, todos quedaban ya sentados en el sofá y los sillones, yo tendida en la mesa ante ellos, mi vientre y tetas embadurnado de semen.

-Ahora, chicos, el remate. Quiero que os pajeéis y corráis sobre mi cara. Y hacedlo bien, porque quiero que intentéis hacerlo a la vez.

Primero se miraron entre ellos, pero no se lo pensaron demasiado. En un momento, estaba viendo sus pollas desde abajo, rodeando mi cara mientras con sus manos las sacudían. No consiguieron correrse a la vez, pero hicieron lo que pudieron y tampoco hubo mucha diferencia entre una corrida y otra, e incluso un par de ellas sí fueron simultáneas. Agradecida, pasé a restregarme su semen por todo el rostro sin decidirme a ingerirlo. Ese placer y morbo era algo que descubriría más adelante.

Antes de irse los chicos, quise hacerles prometer que divulgarían lo ocurrido aquella tarde. Deseaba que todo el mundo se enterase de lo zorra que era y que estaba dispuesta a tener más aventuras como aquella, pero los chicos se mostraron reacios, alegando que mi hermano era su amigo. A regañadientes, acepté su negativa, pero arrancándoles el compromiso de, por lo menos, comentarlo siempre que pudieran hacerlo sin peligro de que mi hermano se enterase.