Confinamiento

Le encantaban los días soleados. Y aquel era espléndido. El sol brillaba con fuerza en medio de un cielo azul sin mácula, sin rastro de contaminación o estelas de aviones... Era como si hubiesen vuelto los viejos tiempos. Paseó por el parque desierto...

Le encantaban los días soleados. Y aquel  era espléndido. El sol brillaba con fuerza en medio de un cielo azul sin mácula, sin rastro de contaminación o estelas de aviones... Era como si hubiesen vuelto los viejos tiempos. Paseó por el parque desierto, aspirando el aroma de las primeras flores de primavera hasta que un tipo vestido de camuflaje con un arma en la cadera y cara de malas pulgas se le acercó hablando desde detrás de una mascarilla. ¡Mierda, aquella gente era como la gonorrea! Un minuto de placer y ocho semanas de doloroso arrepentimiento .

—Señora, ¿Acaso no sabe que está prohibido salir a la calle? Sobre todo las personas de su edad...

—Yo... no sé... salí a la calle a comprar el pan. —dijo ella mostrando la bolsa a aquel cretino— Juraría que crucé a la derecha en la tercera calle o ¿Era a la izquierda en la segunda? Yo... Perdone agente, ¿Pero la policía no viste de azul con unos cuadraditos blancos muy monos en la gorra? —preguntó ella mirando alrededor con aire desconcertado.

—No soy policía, soy de la UME, la Unidad Militar de Emergencias.

—¡Ay! Igual que mi hermano mayor. Fue sargento en la guerra civil, estuvo en el alcázar de Toledo. Según decía siempre se hartó de pegar tiros... ¿Estamos otra vez en guerra?

—No, señora... respondió el soldado con paciencia.

—Señorita, señorita Tiburcia Martínez. —dijo ella toqueteándose coquetamente el pelo gris cuidadosamente peinado.

—No estamos en guerra. Hay un pequeño problema y estamos protegiendo a la población. Todo el mundo debe estar en su casa por su seguridad y usted también.

—!Ay, madre! ¿He hecho mal yendo a por el pan?

—No, señora... señorita. Pero debería dejar que fuese otra persona por usted. —dijo el hombre procurando hablar despacio para que pudiese entenderla— Podría desorientarse y tener un accidente... y no queremos eso.

Aquel joven era tan bueno, que era tonto. Se  había tragado toda aquella sarta de mentiras sin llegar a sospechar en ningún momento de ella. Aun conservaba el toque. —pensó Tiburcia conteniendo la risa mientras  observaba más detenidamente al soldado.

La mascarilla le ocultaba casi todo la cara, pero no ocultaba unos ojos claros y unos pómulos altos. El pelo negro y un poco largo para ser un militar escapaba por debajo de su visera dándole un  aspecto desenfadado y su postura relajada acentuaban esa impresión. Llevaba un uniforme que a pesar de ser su talla parecía sobrarle por todos los sitios. Ni siquiera el arma, una pistola automática que llevaba a la cadera y ajustada al muslo por una correa le daba un aspecto más amenazador. Guapo, y tonto, era precisamente lo que estaba buscando para su nieta.

—Será mejor que la lleve a casa, señorita. No debería andar por ahí sola. ¿Sabe dónde vive?

—No sé. Es por ahí... creo... No, no. Por ahí.  —dijo señalando astutamente el lado contrario del parque.

—Señora... señorita. ¿Sabe cómo se llama la calle donde vive?

—Por supuesto. Es.... —dijo Tiburcia rascándose la cabeza. De veras que estaba disfrutando con todo aquello— Espere, un momento, agente. —dijo revolviendo en el bolso— Aquí tengo el teléfono de mi nieta. Vivo con ella. Es muy buena chica y muy guapa. Se llama Lyra...

El joven miró a la anciana y cogió el papel de sus manos. Lo miró con aire concentrado y presionó el botón de su radio para informar del incidente. A continuación, después de decir que no necesitaba refuerzos para apañarse con la anciana, sacó un móvil de uno de los cuarenta bolsillos que debía tener aquel chaleco y marcó el número.

—Hola, ¿Señorita Lyra Martínez?

—Soy Teo, cabo de la UME. —le informó el soldado después de que la chica respondiese desde el otro lado del teléfono— Hemos encontrado a su abuela un poco desorientada en el parque de los Cuatro Vientos...

—Sí, sí. Está bien.

—No, No. No se preocupe...

—No hace falta, la llevaremos nosotros hasta su casa, pero la pobre no se acuerda de la dirección...

—Sí. Por fortuna lleva siempre su número de teléfono en el bolso.

—¿El 2º A? —dijo el apuntado algo en una libreta— Perfecto, no tardaremos más de diez minutos.

—No hay de qué. Es mi trabajo, señorita. —dijo colgando finalmente el móvil y guardándolo en  uno de aquellos bolsillos.

—Por favor, sígame, señorita Martínez.

—Tiburcia, por favor. No me trates de usted, Me hace sentir vieja. —le corrigió ella cogiéndose del brazo del soldado y dejándose llevar hacía su vehículo.

—¿Verdad que hace un día precioso? Me recuerda cuando paseaba con mi Manolo, que Dios lo tenga en su gloria... Bueno en aquella época había gente y patos... ¿Dónde están los patos? —desde luego, cuando estaba en racha, nadie la podía parar.

—Andan por ahí, supongo que cerca de la fuente... señ... Tiburcia.

—¿Está casado, agente? Un hombre tan apuesto como usted...

El soldado Teo la llevó del brazo con suavidad, sin apresurarse. Atravesaron el parque mientras él respondía con paciencia a sus preguntas y se paraba cada pocos minutos para darle un respiro a sus "cansadas piernas".

—Tiene un coche muy bonito. Aunque cuesta subirse a él. Es un poco alto. —dijo Tiburcia arrellanándose en la banqueta delantera del URO. —¿Va siempre solo?

—No. Lo que pasa es que mi compañero está... indispuesto. —dijo el hombre sin poder evitar un gesto de preocupación visible, incluso a pesar de la mascarilla.

—Vaya, lo siento mucho. Espero que no sea nada grave. —dijo Tiburcia siendo sincera por primera vez.

—Yo también lo espero. —dijo él arrancando el todoterreno e incorporándose a una calle desierta.

Con la ausencia de tráfico apenas tardaron tres minutos en llegar. El piso dónde la abuela residía estaba en un viejo edificio de finales del siglo diecinueve, de techos altos y fachada modernista... hasta tenía el clásico ascensor lleno de rejas, ruidoso y más lento que un caracol.

Lyra les estaba esperando a la puerta cuando salieron del ascensor. La joven tenía casi el mismo rostro que su abuela, en versión veinticinco años claro está, con el pelo largo y negro azabache y un cuerpo rotundo apenas tapado por una bata de raso. Teo se removió inquieto ante ella, incapaz de evitar que perturbadoras imágenes pasasen por su mente. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer entre sus brazos.

—Hola, cariño. ¡Ay que ver qué miedo he pasado! Menos mal que este señor tan amable me ha encontrado. Deberíamos invitarle a algo.

—Abuela, seguro que este señor tiene mucho que hacer. —dijo la joven mientras Teo solo podía seguir el meneo de los turgentes melones de la joven vibrando con cada más leve movimiento de su cuerpo.

—¡Tonterías! —la interrumpió la anciana— Un chico tan joven, seguro que le encantara refrescarse con una cerveza o una Coca Cola. Además, no está casado, me lo ha dicho.

—¡Abuela! —exclamó la joven con sus bonitas mejillas deliciosamente arreboladas.

—¡Vamos no seas remilgada! —le censuró Tiburcia— Se perfectamente lo que supone para una chica de tu edad pasarse un mes sin las caricias de un hombre.  Mi nieta es una chica muy fogosa, lo sé de buena mano. —se volvió hacia elsoldado— Por favor, pase y tome algo, querido. Insisto, es lo menos que puedo hacer, después de lo comprensivo que ha sido conmigo.

Esta vez  Lyra ni se molestó en contestar. Teo, sin embargo, no podía evitar sonreír ante la situación. Le habían pasado cosas raras durante el Estado de Alarma, pero esta se llevaba la palma. Estaba a punto de despedirse, pero en realidad había una cosa que tenía que hacer con urgencia.

—La verdad es que sí que puede hacer algo por mí, después de todo, señora... señorita.  —se corrigió Teo— El caso es que estoy de servicio desde las siete y agradecería que me dejase usar el baño si no es inconveniente.

—Por supuesto. —respondió la anciana haciéndole señales con la mano para que pasase.

El piso era tal como se lo había imaginado Teo. Los techos altos, los pesados cortinajes, los muebles antiguos de madera maciza y todas las superficies horizontales abarrotadas de figuritas de porcelana; pastores, ovejitas, pilluelos y aves de todos los tamaños y colores.

Siguió a las dos mujeres por el largo pasillo mientras Teo observaba medio alucinado la araña que colgaba del techo y lo iluminaba tenuemente. Mientras tanto la anciana no cerraba la boca contándole las bondades de su joven nieta. Por ella se enteró de que la chica además de hermosa era un cerebrito. Estaba en el último año de Ingeniería Mecánica y según su abuela lo que más le gustaba diseñar eran coches y armas de grueso calibre. Su nieta la seguía, haciendo el gesto de apuñalarse el pecho, evidentemente cada vez más martirizada con la actitud de su abuela.

Haciéndole un gesto a la joven para hacerla saber que no se tomaba las palabras de su abuela en serio, les dio las gracias y entró en el baño. La verdad era que llevaba dos horas deseando echar una meada así que tardó un instante antes de enterarse de que las dos mujeres estaban discutiendo al otro lado de la puerta.

—Abuela, ¿Puedes dejar de hacer el tonto? —susurraba la chica evidentemente intentando contenerse.

—Vamos, ¿No lo has visto? Te acabo de conseguir un hombre. Yo también he tenido tu edad y he limpiado tu habitación. He visto los juguetitos que guardas en el segundo cajón de tu mesilla.

—¡Abuela!

—¡Abuela! ¡Abuela! —se burló Tiburcia— Deja ya de lloriquear y monta a ese semental. Ese tipo debe llevar semanas sin catar un chocho. ¿Has oído? Por el grosor del chorro debe tener una tranca como un caballo. Ve a la cocina y prepara un café.

Teo tuvo que morderse la mano para no soltar una carcajada. Inmediatamente tiró de la cadena y se lavó las manos cantando dos veces cumpleaños feliz y salió.

—¿Mejor, verdad? Como decía mi Manolo no hay mayor placer en el mundo que mear cuando estás a punto de reventar, cagar cuando quieres y follar el día después de la cuaresma. —dijo la anciana con aire soñador— Mi nieta está haciendo un café, solo serán un par de minutos.

La verdad es que debería rechazar la habitación, pero el aroma de aquella droga colombiana le atraía como un imán. Cuando llegó a la cocina, la cafetera ya estaba borboteando y la joven trasteaba en los armarios sacando un bonito juego de café y disponiéndolo sobre la mesa.

—No hace falta que me sirvas café a mi también. —dijo Tiburcia desde la puerta— Creo que las aventuras del día me han agotado. Me voy a tomar una pastilla de esas que me dejan KO durante doce horas. Lyra ya sabe, puede estallar un misil en la casa de al lado y no me enteraría. —dijo guiñando un ojo y desapareció.

—Perdónala. —dijo Lyra en cuanto la anciana desapareció— Adoro a esa mujer, pero a veces me gustaría estrangularla.

Teo se sentó en la silla y observó a la joven mientras se paseaba por la cocina con los pies descalzos, unos pies de bailarina, pequeños, con un puente marcado y las uñas pintadas de color burdeos. Mientras más la miraba, más cuenta se daba de las ganas que tenía de echar un buen polvo.

Finalmente la joven cogió la cafetera y se agachó para servirle una taza mostrándole el profundo canalillo que se adivinada en el escote de la bata. Teo dio las gracias obligándose a mirarla a aquellos ojos color miel orlados por unas largas y rizadas pestañas. Tras unos segundos Teo se bajó la mascarilla, aspiró el aroma que emanaba de la taza y bebió un trago de café. Además de guapa sabía lo que era el café negro. Aquella chica era una joya.

—En realidad, tu abuela me ha tomado el pelo y no estaba desorientada, ¿Verdad? —le preguntó el soldado antes de que se instaurase un incómodo silencio entre ellos.

—Te mentiría, pero no serviría de nada. —dijo Lyra sentándose de lado, frente a él, apoyando la espalda contra la pared y cruzando las piernas. El líquido tejido de la bata resbaló dejando a la vista una buena parte de muslo moreno y deliciosamente torneado— No hay nada que le pueda decir que la convenza. Ni las súplicas, ni las amenazas. Dice que si no sale a dar un paseo una vez a la semana le va dar un parraque.  A lo mejor podrías hacerme un favor y detenerla. Ya sabes, un par de horas en una celda de máxima seguridad... —dijo la joven dando un trago a su taza de café.

—Todo se puede negociar. —replicó Teo cada vez más prendado de aquella mujer.

—¿Sí? ¿Y en que estas pensando exactamente? —sonrió y le miró directamente a los ojos sonriendo seductoramente.

—No sé. ¿Qué tal otro café para empezar? —respondió él levantando la taza y sonriendo a su vez.

Lyra lo miró un instante como si se lo estuviese pensando y tras unos segundos se levantó contoneando las caderas. Con deliberada lentitud cogió la cafetera dejando que Teo admirase su culo y sus caderas y se dio la vuelta para servirle. Cuando estuvo a su lado, Teo se giró en la silla y ella se sentó encima de él mientras le servía el café.

Lyra le miró un instante y vertió el café lentamente a la vez que movía literamente las caderas sobre su erección. Teo esperó intentando mantener la cara de póquer hasta que el delgado hilo de infusión llenó la taza y Lyra posó la cafetera sobre un salvamanteles de corcho en forma de pez.

—No sé si tú te has decidido, pero una parte de tu anatomía creo que sí. —dijo ella aproximando su cara y dándole un beso suave en los labios— Teo no se apresuró, a pesar de que su polla opinaba que debía arrancarle la ropa a mordiscos y follarla encima de la mesa y le devolvió el beso suavemente a la vez que le acariciaba el cuello y la cara.

—La verdad es que mi abuela tiene buen ojo. —Lyra se apartó un instante antes de montarse a horcajadas sobre él.

La bata se abrió por debajo del cinturón que la mantenía ceñida a la figura de la joven y reveló unas piernas morenas y deliciosamente torneadas y unas braguitas blancas de encaje que apenas tapaban un oscuro mechón de pelo negro y rizado. A pesar de mediar el tosco tejido de sus pantalones la sola presión del sexo de la chica sobre su polla hizo que esta se retorciera hambrienta.

—Quiero ver tu pistola, vaquero. —dijo ella antes de volver a besarle.

Esta vez no fue un beso casto, sus bocas se juntaron y sus lenguas lucharon ansiosas en medio del amargo aroma del café. Lyra era puro fuego y en cuestión de segundos se estaba meneando como una serpiente sobre su erección. Teo tampoco se había estado quieto e introdujo la mano en el escote de su bata tanteando sus pechos, recreándose en su  suave calidez. El cinturón se soltó y su bata se abrió dejando a la vista su torso. Excitado Teo se levantó y sentó a la joven sobre la pesada mesa de madera abalanzándose sobre ella, besando, tocando y estrujando, dándose solo tregua para quitarse el chaleco y el pesado correaje.

Deseaba follar aquella joven toda la tarde, la noche y el día siguiente, pero no tenía tiempo. El teniente no tardaría en impacientarse. De un tirón le arrancó las braguitas a Lyra y sumergió la cabeza entre sus piernas. Paladeó su sexo chorreante y se impregnó del sabor de su excitación.

—No, aquí no, por favor. —suplicó ella entre gemidos— Al dormitorio.

Teo se levantó con Lyra agarrada a él como una lapa y avanzaron por el pasillo dando tumbos y parando cada dos pasos para besarse y magrearse. Ella le guiaba por la casa con mordiscos y tirones de orejas mientras le besaba y sonreía como una chalada.

A tientas, el soldado dio con el picaporte y abrió la puerta de la habitación de la joven, una especie de tarta de merengue rosa, con una cama llena de cojines y muñecos de Hello Kitty. En una esquina, justo bajo un enorme ventanal, había una mesa de dibujo blanca con un flexo, un taburete de altura regulable y una colección de complicados instrumentos para dibujar. Al menos la vieja había dicho alguna verdad.

Teo hubiese seguido estudiando el lugar, pero un nuevo mordisco en el lóbulo de la oreja le recordó a que había venido. Con un movimiento rápido la tumbó en la cama y se deshizo del resto de su  uniforme. Mientras esperaba, Lyra no podía estarse quieta. Abrió sus piernas y comenzó a masturbarse ante él.

Aquella visión fue más de lo que podía soportar. El soldado se lanzó sobre ella sujetándola contra el edredón rosa por las muñecas. Se acercó hasta que pudo aspirar el aroma que emanaba su cuerpo.

—¿Qué hay del distanciamiento social? —le desafió ella mordiéndole el labio inferior.

—A veces no hay más remedio que romperlo, sobre todo cuando hay que inmovilizar a una insumisa rebelde. —dijo él besando a Lyra con violencia.

—¿Y sí aun así persiste en su conducta? —insistió frotando su pubis contra la erección del soldado.

—Tendré que pasar a utilizar mi porra. —dijo Teo cogiéndose la polla y penetrando a la joven.

—Dios... ¡Cómo lo necesitaba! —gimió ella— Tendrás que darme bien fuerte si quieres que me rindaaaah.

El coño de la joven era deliciosamente tibio y acogedor y Teo disfrutó de la sensación de tener un cuerpo bajo él recibiéndole complaciente. Soltando las muñecas agarró su cara con suavidad y la besó sin dejar de follarla con movimientos lentos y amplios que hacía que todo el cuerpo de la joven se combara con cada empujón.

La joven le devolvió el beso, pero para nada se había rendido. Lyra era como una gata salvaje. Su piernas rodeaban las caderas del soldado y sus uñas se clavaban en su espalda marcando con saña un entramado de líneas irregulares en su espalda mientras gemía y le insultaba.

Las largas semanas de celibato y el montón de pelis porno que había visto habían hecho mella y tuvo que darse un respiro para no correrse. La joven aprovechó para apoyar las piernas contra su pecho. Teo las acarició y le besó los pies, recorriendo los dedos y el puente con sus labios. La joven se retorció con su sexo hinchado y anhelante, pero no separó las piernas para volver a acogerlo sino que de un fuerte empujón lo tiró de la cama.

Teo cayó de espaldas, despatarrado sobre el vetusto suelo de roble mientras ella saltaba por encima de él. El soldado reaccionó con la velocidad de una pantera y agarró a Lyra por un tobillo, después de todo, tres años de entrenamiento tenían que servir de algo. Lyra al sentir sus manos le soltó una coz acertándole en plena mandíbula y haciéndole ver las estrellas. ¡Joder con las señoritas Martinez! Cuando se levantó, su amante la esperaba de cara a la pared con las piernas separadas.

—Eso no te lo esperabas, ¿Eh?. Quizás tenga más armas escondidas. Deberías registrarme. —lo desafió ella sin apartar las manos del papel pintado.

Aun se sentía un poco atontado, pero su polla seguía tan dura como un canto. Con paso vacilante se acercó a aquel cuerpo que lo esperaba tenso y desnudo. No sabía cuál de las dos mujeres era más peligrosa si la abuela o la nieta. Como si se estuviese acercando a una serpiente de cascabel, acarició su espalda con precaución antes de adelantar las manos, acariciar los costados de la joven, sopesar sus pechos y pellizcar suavemente sus pezones. Lyra gimió y se revolvió al sentir aquellas manos bajando por su vientre, su pubis y recorriendo el interior de sus muslos hasta terminar estrujando su culo.

—¿Satisfecho?

—Aun no he explorado tus cavidades, —dijo Teo cogiendo aquel brillante pelo negro para obligar a Lyra a volver la cabeza y meterle la lengua hasta la campanilla.

—Parece que esto está limpio. —continuó penetrando a Lyra de nuevo.

—¡Oh! Si buscas algo, tendrás que hurgar más profundoooh.

El siguiente embate obligó a la joven a ponerse de puntillas para no perder el contacto con el suelo. Teo estaba en el séptimo cielo. Aquella hermosa joven se debatía tensa entre sus brazos respondiendo a cada penetración con unos gemidos largos y estrangulados que le ponían como una moto. Cuando se dio cuenta la estaba follando con todas sus fuerzas.

—Aun me falta una cavidad por explorar... —le susurró a su amante al oído mientras le metía el pulgar por el ano.

—Síí... más fuerte. —suplicó.

Dominado por una vorágine de sensaciones Teo se dejó llevar. El mundo se diluyó alrededor. Lyra ocupaba todo su pensamiento. En cuestión de segundos ella se estremeció  asaltada por un orgasmo paralizador, pero el soldado aun sediento siguió martilleando su sexo sin misericordia hasta que se corrió en su interior con dos últimos y duros empeñones.

Lyra gimió de nuevo, clavando las uñas en el papel pintado mientras resbalaba hasta el suelo. Insultándole de nuevo, le cogió la polla y la chupó con fuerza apurando las últimas lágrimas de la semilla del soldado. A continuación se levantó y con el sexo chorreando semen y flujos orgásmicos, se tumbó en la cama. Con gusto el soldado se hubiese tumbado a su lado, pero ya había estado desaparecido demasiado tiempo.

Se inclinó sobre Lyra, le dio un largo beso y después de asegurarle que volvería, se despidió. Sin dejar de mirar el cuerpo desnudo y jadeante de su amante tumbado sobre el edredón rosa, se vistió, salió y cerró la puerta con cuidado para no despertar a la abuela. Fuera estaba anocheciendo y la casa estaba sumida en la penumbra. De puntillas recorrió el pasillo y entró en la cocina. Cuando abrió la puerta y dio la luz, allí estaba su pesadilla. La abuela estaba sentada en la cocina y le apuntaba con su Beretta.

—En realidad es a mí a quien le encantan las pistolas. Pensaba  que estos cacharros pesarían algo más.

—¿Vas a matarme, Tiburcia? —preguntó Teo levantando los brazos y sonriendo.

—Bueno, se me ha pasado por la cabeza pegarte un tiro y esconder tu cuerpo en la carbonera, pero los gemidos de mi nieta me dicen que no estaría muy conforme. —dijo la anciana girando la pistola en la mano con sorprendente habilidad para que él pudiese asirla por las cachas.

—Sería muy difícil matarme con un arma descargada. —replicó Teo con una sonrisa amartillando el arma y apretando el gatillo para demostrar que no había balas en la recámara.

—¿Vacía?

—Solo las llevamos como medio de disuasión. Nuestros superiores temen que podamos perder los nervios y vaciar el cargador en ancianas recalcitrantes. —dijo él colocándose los correajes.

—¡Cabo, soy el teniente Regulez! —chilló una voz en la radio en medio de los crujidos de la estática— Hace cincuenta y dos minutos que dejó la patrulla. ¿Te estás follando a la vieja? Deja enseguida ese chocho reseco y preséntate en la base para informar. Como tardes más de tres minutos te meto un paquete de tres pares de cojones.

Teo dijo un envarado "a sus órdenes, mi teniente" y salió de la casa como una exhalación.

—La próxima vez que salga a pasear por el parque más vale que vengas a detenerme con compañía... Y yo no acepto ningún rango por debajo de Coronel. —oyó gritar a la anciana por encima del traqueteo del ascensor.