Confinados en familia

Por circunstancias laborales, me veo obligado a pasar el confinamiento en casa de mis padres. Al final, me veo obligado a disciplinar a mi madre.

1.

No, si, al final, esto del teletrabajo me va a acabar gustando. A fin de cuentas, hacer una videoconferencia mientras, bajo la mesa, una guarrilla te hace una mamada, no deja de ser bastante divertido. Y si la guarrilla en cuestión es una jamona madura y cachonda, a la que le encanta, ocasionalmente, dejar vagar su lengua por mi cálido ojete, y a la que no le importa que su cornudo esposo esté confinado a un piso de distancia ignorando cómo sus cuernos van creciendo, el morbo sube en enteros. Y, finalmente, si la puerca es mi puta madre, entonces la erección alcanza proporciones bíblicas. Supongo que por eso esperaba con tanta ilusión la reunión de coordinación telemática que hacía cada mañana con los compañeros del trabajo, y supongo que por eso siempre me preguntaban si me encontraba bien cuando hacía alguna mueca provocada por los lametones de la cerda. Bueno, uno intenta pasar estos delicados periodos que estamos viviendo de la mejor manera posible y, pongo a Dios por testigo, de que yo lo conseguía, gracias a la jamona que, rodilla en tierra, se ganaba con el sudor de su frente una buena ración de leche cada día. ¡Sí, señor! ¡Al final, había conseguido amaestrarla bien!

Podía haber sido peor. Si el rollo éste de la cuarentena me pilla en una de esas temporadas en las que estoy trabajando en una obra fuera del país. Entonces no habría tenido la suerte de tener a una putilla full time comiéndome el rabo cada dos por tres o exigiendo su ración de leche en el ojete. A fin de cuentas, la guarra es una de las muchas amas de casa que, cuando empezó el show, hizo acopio de papel higiénico como para parar un tren. Imagino que no pensaba, cuando lo estaba acaparando que gran parte del alijo lo iba a usar para limpiar el esperma que su culete no pudiera asumir. Y menos aún que el donante de esperma iba a ser yo, su propio hijo.

Creo que lo mejor será empezar presentándome... Me llamo Gustavo, Gus, para los amigos, tengo 32 años, soy ingeniero industrial y trabajo asesorando empresas, por lo que suelo viajar bastante y me gano bien la vida. Estoy casado y tengo un niño de dos años, aunque, este hecho no es relevante para la historia que nos ocupa.

Cómo os contaba, el confinamiento me ha pillado casualmente en casa de mis padres: Gabriel, mi padre, de 68 años, un directivo recién jubilado; y mi madre, Manuela (aunque no le gusta y se hace llamar Manoli) que acaba de cumplir 52, y es ama de casa "profesional", por así decirlo. Es una mujer que, hablando en plata, no ha pegado nunca un palo al agua. Salvo todo lo que no sea cuidarse físicamente o ir de compras. Para las tareas de la casa siempre ha contado con señoras de la limpieza que venían cuatro o cinco horas al día y se encargaban de la limpieza de la casa, la colada, la plancha e incluso a veces de cocinar.

Se casó muy jovencita, con apenas 18 años, cuando mi padre, que le lleva más de quince años, ya estaba perfectamente establecido. Se acostumbró a llevar un tren de vida de señorona y ahí sigue... Os contaré un par de cosillas más de la relación entre ambos para poneros en situación y que os resulte más fácil comprender cómo he llegado hasta aquí.

Mi padre, siempre ha mimado a su esposa. La quiere con locura y le ha consentido todos sus caprichos. De hecho, el viejo come en su mano, como suele decirse. No sé porque, exactamente. Supongo que, porque es un tipo físicamente (y de carácter) poco agraciado que nunca habría creído que una mujer tan guapa cómo mi madre se llegase a fijar en él y esa actitud de agradecimiento la traslada a satisfacer todos sus caprichos. Su fe en ella es a prueba de bomba. Lo cual es bastante sorprendente, porque hay que ser muy ciego o muy tonto, o las dos cosas, para no haberse dado cuenta del pedazo de puta con la que estaba casado.

Mi madre, creo que ya ha quedado retratada. No sé exactamente a qué edad empecé a darme cuenta de que no era precisamente como las madres de mis amigos. Supongo que cuando éstos empezaron a comentarme lo buena que estaba y lo mucho que estimulaba su imaginación para las pajas adolescentes. He de decir que mi vieja tenía en esa época el típico cuerpo de jaca. Una botella de Coca cola andante, vamos. Y, además, no era nada recatada a la hora de vestir, siempre con vestidos bien ajustados, tacones, pantalones de licra y toda la parafernalia de toda puta de barrio que se precie. Y lo peor del caso no es que se vistiese como una furcia. Es que lo era. Y no se cortaba demasiado, no. Mi pobre padre, que se pasaba el día currando para mantener el tren de vida de la zorra de mujer, era el que pagaba las botellas de Chivas y otras viandas con los que mi puta madre agasajaba a sus continuos amantes entre polvo y polvo en la cama matrimonial.

Era irse el pobre cornudo a trabajar y yo al colegio y ya estaba entrando algún maromo por la puerta con la polla en ristre para encajarla en alguno de los orificios de mamá...

En aquella época yo todavía no me enteraba de nada, aunque, claro, con el tiempo, fui hilando más fino y comprendí el porqué del apodo de mi padre en el barrio: "el Venado".

Al final, en cuanto hice la selectividad, justo a los 18 me largué a estudiar a otra ciudad donde nadie me conocía y allí me instalé al acabar la carrera.

A regañadientes, mantuve el contacto con mis padres, más que nada por el viejo, que me daba penilla. Con el tiempo sea pena fue transformándose en desprecio, pero eso sería más adelante. En cuanto a ella, era bastante falsa e hipócrita y creo que sospechaba que yo conocía sus tejemanejes pero aplicaba a rajatabla la máxima ésa de "yo no cuento y tú no preguntas", por lo que siempre acabábamos hablando de banalidades. Tanto cuando los visitaba, solo cuando tenía negocios en la ciudad, como cuando hablábamos por teléfono.

La única vez que interactuamos al margen de lo anterior fue cuando vinieron como invitados a mi boda y creo que en mi vida he pasado más vergüenza.

Digamos que mi padre no estuvo para tirar cohetes pero, más o menos se portó. Bebió lo justo y estuvo amable y educado, aunque no sea el rey de la sociabilidad. Pero ella tuvo que dar la nota. No sé si lo hizo a posta o no, pero se presentó con un puñetero vestido de raso de color crudo que mostraba todo, ropa interior (con tanga) incluido. Y fue la jodida comidilla de la celebración. Además, se pasó toda la velada tonteando con todo Dios, salvo una media hora que estuvo missing y que no me extrañaría que fuese una escapada con algún ligue para echar un polvete en los baños o hacer alguna mamada rápida o yo que sé...

Y mi padre, cómo no, en la parra y luciendo cornamenta. ¡Joder, que rabia me dieron los dos!

Por cierto, antes de continuar, con el paso de los años he de decir que mi madre no solo no ha perdido calidad como hembra, sino que ha mejorado como el buen vino. Sus formas se han redondeado, tiene un par de tetas enormes (me da la impresión de que se las ha retocado, pero no podría asegurarlo) unas caderas y un culo espectaculares, una piernas macizas, una cara de vicio, con las arruguitas justas… y una melena morena ondulada perfecta para estirar de ella. Sí, creo que ya os habéis dado cuenta. A mí también me pone palote.

2.

El caso es que, cuando empezó toda la movida esta del Coronapollas éste de los huevos, me pilló justo a medias de una instalación en una Central Eléctrica de mi antigua ciudad y, por ahorrarme la pasta de las dietas, había aceptado a regañadientes la invitación de mis padres para alojarme en mi antigua habitación.

Mis padres viven en un amplio chalet de unos 250 metros cuadrados, distribuidos, más o menos en una planta baja con la cocina un baño grande el salón y la habitación de matrimonio, un primer piso con mi antigua habitación, el cuarto de invitados, ambos con baño en suite y un pequeño despacho y, completando el conjunto, un amplio patio interior de unos 30 metros cuadrados para cenar o comer cuando hace buen tiempo.

La verdad es que no es una mansión, pero tampoco está nada mal. Siempre será mejor estar recluido en un chaletito que no en un pequeño piso tipo colmena.

El caso es que los días que estuve allí, antes de que la cosa se complicase, intenté hacer el mínimo de vida social con mis viejos. Mi padre se dedicaba a calentarme la cabeza con sus achaques, el hombre tiene un poco de todo, colesterol por las nubes, hipertensión, azúcar alto y problemas respiratorios de su época de fumador compulsivo. Además sigue comiendo como un gorrino. Bueno, es comprensible, es el único placer que le queda al pobre hombre. Podríamos decir que todo lo que se cuida la puta de su mujer (que tiene la salud como su cuerpo: imponente) se descuida él. El viejo, como digo, me ponía la cabeza como un bombo, los pocos ratos que estaba en casa. Imagino que porque mi madre no le hacía ni puto caso.

Yo me largaba de casa nada más desayunar y no volvía hasta la noche, por lo que no asistía a la rutina de la pareja. Pero, por lo que conocía a mi madre y lo que me decía el cornudo, ella se dedicaba a cebarlo a base de bien, dejarlo apalancado delante de la tele y a largarse al gimnasio, de compras con sus amigas o lo que sea que le contase al infeliz. En realidad, una parte importante de la rutina diaria de mi progenitora era follar con un par de amantes (supongo que alternos, aunque con lo guarra que es, vete tú a saber...) Aunque la confirmación me la ha dado hace un par de días, antes sólo lo suponía...

El caso es que el viernes en que salió el presidente por televisión a decretar el Estado de Alarma y el confinamiento, yo acababa de llegar a casa y me encontré a los dos en el Salón, viendo la tele y bastante acojonados. Bueno, más el viejo que mi madre. En ella me pareció descubrir una mirada calculadora que me dio a entender que tramaba algo.

Rápidamente, mi madre tomó las riendas y mandó a mi padre a instalarse arriba. "Eres una persona de riesgo, así que mejor que te aísles bien. Tranquilo que me encargaré de subirte la comida y lavarlo y desinfectarlo todo y que no te falte de nada" El viejo, obediente, cogió sus trastos y se trasladó a la planta superior.

Yo asistí perplejo a la maniobra sin saber exactamente qué es lo que tramaba la guarrilla. Aunque todo quedó meridianamente claro cuando me indicó que buscase un billete de avión para volver a casa, que mejor que hiciese la cuarentena con mi mujer y el niño. En ese momento intuí que su plan era apalancarse con algún macarra los quince días folleteando, ¡en la planta baja del chalet!, haciendo crecer la cornamenta del pichafloja de papá, confinado en una habitación del piso superior.

En cierto sentido, estaba de acuerdo con ella, prefería pasar el periodo de cuarentena con mi mujer en lugar de hacerlo en aquel ambiente enrarecido.

Pero largarme no iba a resultar tan fácil. Pasé varias horas intentando encontrar billete de vuelta para casa, pero me resultó imposible. Para complicar las cosas mi jefe me llamó y me dijo que mi trabajo se consideraba esencial al afectar a un sector básico por lo que tendría que acudir diariamente a la Central con horario intensivo todas las mañanas.

Cuando se lo comenté a mi madre aquella misma noche, con el viejo ya instalado en el piso de arriba y ella ansiosa porque hiciese las maletas, para poder llamar al macarra al que se quería follar esa misma noche, su cara de contrariedad no podía ser más explícita.

3.

Al final, tras un buen rato de discusiones acabé instalado de nuevo en mi antigua habitación. Mi padre estaba en la de invitados. Curiosamente, lo último que el viejo supo de mí antes de instalarse en el piso de arriba es que volvía a mi casa. Ni a mí ni mamá se nos ocurrió decirle que, al final, me tenía que quedar en la casa.

Por otra parte, mamá, tan calculadora cómo siempre, pensó que si, a fin de cuentas, yo tenía que ir a currar todos los días, ella podría tener vía libre para sus pendoneos todas las mañanas.

Y, tal y cómo suponía, no me sorprendió lo más mínimo cuando, tras desayunar a la mañana siguiente, me la encontré en el sofá, recién duchada y bien perfumada, mostrando muslamen jamonero mientras se pintaba las uñas con los pies apoyados en la mesita de centro, escuchando música marchosa en la radio. Ya ves tú, toda una urgencia de cara al confinamiento, tener las uñas de los pies listas para pasar revista.

Estuve a punto de hacerle alguna pregunta irónica, pero lo dejé correr. Además, tenía prisa.

No obstante, a media jornada, me llamó el Director de la Central y me dijo que había recibido instrucciones de que se pospusiera mi proyecto hasta después de la cuarentena, cuando se normalizase la plantilla que también estaba bajo mínimos. Me entregó un portátil y me dijo que, temporalmente, tendría que trabajar desde casa, pero que estuviese preparado para incorporarme a la Central en cuando estuviese autorizado.

Así que, a las doce me vi, de vuelta a casa de mis viejos, atravesando calles desiertas, dispuesto a sufrir la cuarentena.

Cuando me encontraba a unos veinte metros de la puerta del chalet, pude ver, como se abría la puerta. Sorprendido, me oculté en una esquina y observé algo que, no por menos esperado, dejo de llamarme la atención.

Un tipo bastante alto y fuerte, de unos 30 años, como mucho, con un uniforme de guardia de seguridad, salió de la casa, tras él estaba el menudo (y macizo) cuerpo de la guarra de mi madre, con una batita corta, el pelo revuelto y la cara enrojecida. Despidiéndose, hablaron unos segundos, aunque no oí lo que decían. Después, se dieron un intenso morreo en el que el joven le pegó un buen repaso a las tetas y el culo de la puta, por lo que pude ver que no llevaba ni bragas, la muy zorra. Ella, antes de despachar definitivamente a su amante, le apretó con fuerza el paquete, que pareció volver a ponerse en forma. Muy edificante todo, vamos…

Tras haber contemplado la escena, que, no os mentiré, me la puso morcillona, decidí ir al súper a comprar para hacer algo de tiempo y dejar que la cerdita ocultase las pruebas del delito, por así decirlo. Estaba claro que, a pesar de tenerme en la ciudad, de la cuarentena, y de tener al pobre cornudo en el piso de arriba, la guarra no pensaba privarse de un buen revolcón a la menor ocasión.

¡Menuda pájara! Ahora ya sólo tenía ganas de ver la cara que ponía cuando le contara que tenía que permanecer con ellos sin salir el resto de la quincena. Eso si no se prolongaba más... No sé yo cómo se iba a tomar la buena mujer ese periodo de abstinencia sobrevenido.

Me puse a maquinar...

4.

Tras aquella pausa prudencial entré en la casa. No tenía intención de sorprender a la guarra así que no me preocupé del ruido. La pillé saliendo del baño, envuelta en un albornoz, recién duchada y boquiabierta ante mi inesperada irrupción en la vivienda.

Me recree en su aspecto antes de decir nada. Llevaba el pelo húmedo cubierto por una toalla blanca a modo de turbante. El ancho albornoz, a pesar de ser anticuado y poco apto para marcar las formas femeninas, no podía ocultar su cuerpazo de jaca jamonera. Iba descalza y las uñas de los pies, pintadas de un rojo brillante, completaban el morbo de la escena. Mientras la puta permanecía boquiabierta, no pude por menos que hacer una comparativa con el elenco de las actrices porno que me ponían más verraco para buscar cuál sería equiparable a mi progenitora. Finalmente, en un microsegundo, la convertí en una nueva Eva Notty, aunque con algunos años más, lo que le daba un plus morboso que, sumado al parentesco, y al distanciamiento afectivo que tenía hacia ella, me hizo observar a la buena mujer como el perfecto objeto sexual para disfrutar del encierro que nos esperaba.

Era consciente de las dificultades que iba a tener para trajinarme a mi madre, por motivos obvios, pero, conociendo la relajada moral de la misma y el periodo de promiscuidad y aburrimiento que se nos venía encima, no me pareció un objetivo tan inalcanzable.

Además, albergaba en el fondo de mí ser un profundo resentimiento hacia ella, por los motivos que comenté anteriormente: su extrema e indisimulada promiscuidad, su falta de afecto conmigo y su comportamiento egoísta y manipulador. Tenía la sensación de que era de ese tipo de mujeres dominadas por la lujuria que sólo necesitaban encontrar el macho que las sometiese. Y ese iba a ser mi objetivo.

Allí parado, en el umbral de la puerta, observé el campo de batalla en que se había convertido el salón, con restos evidentes del folleto ocurrido minutos antes. Con cara seria, me limité a decir:

-¡Hola, mamá! ¿Qué ha pasado aquí...?

Cojines por el suelo, el sofá medio girado, un par de copas a medio consumir, la botella de Ginebra sobre la mesita (¡a las doce de la mañana...!), kleenex pringosos esparcidos por el suelo y un largo etcétera de indicios sospechosos ocupaban el salón.

-¡Eeeeeh...! Estoooo... Hola, hola... ¿Cómo... es, cómo has venido tan pronto...?

-Nos han mandado para casa, al final tendré que pasar los quince días aquí... ¿Y todo esto...?

-Es que... No, nada, que he estado... -me encantaba verla sufrir improvisando- He estado haciendo... Yoga, yoga y pilates con vídeos de YouTube...

-¿Y la ginebra...?

-Ah... No, nada... He limpiado el... botellero y luego...

Cómo veía que no iba a salir del lío y, a fin de cuentas, ambos éramos conscientes de que estaba mintiendo y no me la creía, decidí cambiar de tema y contarle "mis planes para la quincena".

-Bueno, es igual, luego lo recoges. Resulta que al final me mandan para casa, por lo que tendré que pasar la cuarentena con vosotros. Casi mejor que me quedé aquí abajo -vi como su cara se ensombrecía ante la propuesta- y dejemos al papá arriba solo, ya le iremos dejando la comida y recogiendo su ropa para lavar. Hay que tener en cuenta que nosotros saldremos a comprar y podemos tener contacto con el exterior. No vaya a ser que le peguemos el virus.

-Pe... Pero aquí abajo sólo está la habitación de matrimonio...

-No te preocupes, mamá, yo me puedo apañar con el sofá. Por eso puedes estar tranquila...

Ella, aún parada frente a mí, dejando entrever su generoso busto por el canalillo del albornoz, asintió aliviada.

"Estate tranquila, guarra", pensé yo, "en cuanto te empiece a picar el coño seguro que me vienes a buscar..."

Después de la breve conversación, la dejé recogiendo el estropicio de la orgia y me metí en la ducha.

En el cuarto de baño, lo primero que hice fue husmear en el cubo de la ropa sucia para ver si encontraba "pruebas forenses", por así decirlo, del adulterio de la cerdita.

¡Y bingo! Encontré un mínimo tanguita negro con un buen manchurrón húmedo en la zona del chichi y un penetrante tufillo a hembra en celo que me vino la mar de bien para hacerme un buen pajote. Dejé el espejo y la repisa del baño con espesos goterones de leche que disimulé un poco restregando la pequeña prenda hasta que lo dejé por imposible. A fin de cuentas, me importaba una mierda lo que la puta de mi madre pudiese ver. No me iban a ir mal sus sospechas para que se fuera poniendo en situación.

Cuando volví al salón estaba todo perfectamente ordenadito y mamá, castamente vestida con unos leggings y un chaquetita de chándal un poco grande que, lamentablemente le tapaba su hermoso pandero. Estaba de pie, parada, como esperando instrucciones.

-¡Buen trabajo, mamá! Ahora ya puedes seguir con las tareas de la casa o lo que sea que hagas cada día, yo voy a trabajar un poco en la terraza antes de comer.

Ella asintió con una temblorosa sonrisa y se fue a hacer sus cosas. Supongo que estaba encantada, después de haber salido de rositas después del polvete matutino con su amante.

El resto de la mañana no aportó novedades. Mamá subió la comida al cornudo y, después, comimos los dos juntos en la cocina casi sin hablar, con la tele de fondo.

Después, me dediqué a sestear en el sofá, ver programas chorras y leer un poco mientras mamá se dedicaba a hacer limpieza por la casa. Ya que íbamos a estar un tiempo sin asistenta, en algo tendría que entretenerse la putilla, no todo va a ser tocarse el coño.

Esperé ansioso para ver su cara cuando salió después de limpiar el baño, para ver qué le había parecido mi picassiano reparto de esperma por todo el lavabo. La cerdita debía estar acostumbrada a disimular (bastante normal, tratándose de una zorra con un currículum tan extenso en lo que a poner cuernos se refiere) porque salió de allí con una perfecta cara de póker.

La tarde se hizo larga. Pero era el primer día y tampoco quería forzar los tiempos. Estaba convencido de que mamá acabaría cayendo como fruta madura.

5.

Antes de cenar compartimos brevemente el sofá, pero uno en cada brazo y sin contacto. Había sido un día largo, y mamá tras tres o cuatro ostentosos bostezos se despidió alrededor de las once con intención de acostarse. Miré lo poco que se veía de su culazo bajo la chaqueta de chándal que le iba tan grande, y sentí una punzada en la polla que me pareció un buen augurio.

-¡Ah, por cierto, antes de que se me olvide! Esta mañana, cuando venía, te vi con el tío ese grandullón...

Se paró en seco y, tras volverse, dijo, titubeando:

-¿Qué... qué tío dices...?

-Sí, mamá, el segurata ése con el que te morreaste en la puerta...

Ella continuó boquiabierta, roja como un tomate. Seguí machacándola:

-El tío te sobó el culo a base de bien, je, je, je… ¡Joder, menuda guarra estás hecha...!

-No... yo... no...

-¡Venga, venga, no te hagas la tonta! Lo de que eras una puta ya me había dado cuenta hace años. Creo que lo debe saber todo el mundo menos el tonto del culo que hiberna en el piso de arriba. Lo que no me esperaba es que quisieras aprovechar esta historia de la cuarentena para encamarte con uno de tus macarras, con el cornudo en el piso de arriba... Y, lo que es peor, conmigo por aquí... Pero bueno, que le vamos a hacer, ya tengo asumido lo de ser un hijo de puta.

Ella, allí quieta, no podía articular palabra, ¿qué podría decir? Era todo rigurosamente cierto. Así que, ya lanzado, entre a matar, como los buenos diestros.

-En fin, querida, que se te han chafado los planes. Así que tendremos que pasar juntos este periodo y nos tendremos que llevar bien, ¿no? -ella asintió tímidamente-. ¡Estupendo! Así que, me he pensado bien lo de dormir en el sofá y creo que no me apetece nada. Prefiero dormir en vuestra cama. Parece grande y cómoda. Aunque, eso sí, procura cambiar las sábanas, no quiero pringarme con restos de lefa del capullo de antes.

-De, de acuerdo...

-¡Perfecto! Esto no quiere decir que te tengas que ir al sofá, eh -ella puso cara de susto y procuré tranquilizarla haciendo alarde de mi mayor nivel de hipocresía- Puedes dormir allí. La cama es muy grande, -lo era, dos por dos metros- hay sitio de sobra para los dos y no tenemos ni que tocarnos -"de momento", pensé- Al viejo no hace falta decirle nada, igual se lleva un disgusto si se entera de las visitas éstas intempestivas del Servicio de Seguridad Privado que recibes de vez en cuando… ¿no te parece?

Se la veía abrumada por mi perorata y parecía incapaz de asimilar lo que se le venía encima. Creo que solo tenía ganar de escapar de la habitación. Así que decidí invitarla a irse para que, en soledad, fuese asimilando la ratonera en la que se había metido:

-¡Anda, mamá, estate tranquila, ya verás lo bien que nos lo vamos a pasar! Si quieres, puedes cambiar las sábanas antes de hacer la cena. Yo voy a ir preparando un informe para el curro. ¡Qué bien que volvemos a ser una familia feliz! - añadí por último, cínicamente.

Ella se giró y musitando un entrecortado "Has... hasta luego..." se dirigió a la habitación meneando el culo. Supongo que a cambiar las sábanas, claro.

6.

No hubo que esperar mucho. Aquella misma noche, tras acercarme en polla en ristre en cucharita a su culazo, la puta puerca dejó caer todas sus defensas, tiró el culo hacia atrás y dejó que le clavase la tranca sin compasión. No hubo ni que decir una palabra. Ella trató de mantener el silencio pero no pudo. Acabó soltando unos débiles gemidos que sólo se detuvieron en cuanto me corrí. En lo que a mí respecta, estaba tan sorprendido que no tardé ni cinco minutos en soltar una generosa ración de esperma en su cálido y acogedor chochito. No creo que ella alcanzase el orgasmo, me daba igual. Estaba tan agotado de las emociones del día que me quedé frito al instante, con la polla todavía dura alojada en su coño. Me sentía en el séptimo cielo. Ella no dijo ni pío. Se quedó quieta.

Cuando desperté, a la mañana siguiente ella ya no estaba. La vi en la cocina, preparando el desayuno y con una sonrisa radiante, que me sorprendió. Vestía un pijama de cuadros bastante casto y recatado, aunque en su cuerpo, cualquier cosa era morbosa.

Lo primero que pensé era que debía estar contenta porque había encontrado amante de guardia para la cuarentena. Aunque me pareció un pensamiento perverso y retorcido. No obstante, estaba en lo cierto. Era eso lo que debía sentir la guarrilla. Aunque nunca lo confirmaría.

A partir de ahí, la cosa se aceleró.

Le di los buenos días con fingida amabilidad y después adopté un rol más duro para decirle, categóricamente:

-Haz el puto favor de quitarte esa mierda de pijama. Te quiero en pelotas o en ropa interior. Ropa interior de puta. Si no tienes, te quedas en cueros y mañana pedimos algo puerco por internet. ¿Lo has entendido bien, cerda?

Ella se quedó paralizada y contestó tartamudeando:

-Sssí… Cla… claro, perdona… Gus… Gustavo, hijo.

-Perfecto.

Cogí el café que había preparado y me dirigí al salón. Me senté en el sofá y, un par de minutos después, mamá apareció en el umbral de la puerta.

Mentiría si dijese que no me sorprendió (positivamente) el cuerpo de la guarra cuando tuve oportunidad de verla en pelota picada.

Al espectáculo contribuyó, como no, su disposición a dejarse hacer, a ser sometida. Está claro que le iban las pollas, y le daba lo mismo ocho que ochenta si el trozo de carne en barra merecía la pena. Y en el caso de mi tranca, creo que le debió impresionar gratamente, a pesar de lo breve y atropellado que fue el polvo de la noche anterior.

Así que, allí la tenía, desnudita y obediente. Sentado en el sofá, mientras notaba crecer mi erección, la calibré con detenimiento.

En su cara se le notaban los 52 años, es cierto, pero seguía siendo muy guapa y le gustaba pintarse e ir bien arreglada. Un poquito pasada de maquillaje, para mí gusto, pero bastante coherente para una puta. Se pintaba los labios, carnosos y sensuales, de un rojo intenso y mantenía una mirada, en sus preciosos ojos verdes, entre la sumisión y el desafío. Perfecto y excitante.

Sus tetas, hermosas y con grandes pezones, estaban, lógicamente algo caídas, pero bastante menos de lo que cabría esperar en una hembra de su edad. Se nota que la guarra tomaba rayos uva (o el sol en pelotas, algo más improbable) porque lucía un bronceado bastante homogéneo.

El coño, perfectamente depilado y con un aspecto sorprendentemente atractivo y juvenil es lo que más me llamó la atención, por inesperado. Y, mejor aún, el coqueto tatuaje de su pubis con la lengua roja de los Rolling Stones, justo encima de su apetecible vulva. Un alarde de buen gusto, digno de una guarrilla barata de autopista. Me encantó. No sé qué estúpido macarra la convenció para hacerse semejante horterada pero no decía nada a favor, ni del buen gusto de uno, ni del de ella, desde luego. Aunque para mí, que solo pretendía usarla como objeto sexual, me puso bastante cachondo. Ver a una jamona casada de su edad luciendo semejante marca... ¡Vaya, superaba mis expectativas...!

Las piernas eran macizas y sin un ápice de celulitis. En cuanto al culazo, casi se merece capítulo aparte. Era un culo levantado a lo Kardashian, firme, grande y de los que hacen girarse las cabezas y empinarse las pollas. Tras el giro de rigor para enseñármelo, mamá no vaciló un instante en inclinarse hacia adelante y abrirse bien los glúteos para mostrarme su apetecible ojete. Éste también estaba perfectamente depilado y parecía pedir a gritos un buen lengüetazo y, como no, una buena ración de leche calentita. Estoy seguro que mamá habría tenido ya algunas visitas por la puerta trasera. ¡Estupendo, eso facilitaría mi tarea!

Acabado el show. Le di a mamá el collar de cuero de Stuka el pastor alemán que teníamos (falleció hace unos años, el pobrecito…) y le dije que como buena perra lo llevase siempre puesto. Ya decidiría yo si le ataba la correa o no, bueno, mejor dicho: cuándo le pondría la correa y cuándo la dejaría suelta.

Ella, para nada contrariada, se limitó a recoger el collar de cuero con remaches metálicos de la mesa y se lo ajustó al cuello con bastante profesionalidad y una sonrisa que me puso el rabo como un garrote. ¡Menuda elementa!

7.

La cosa fue rodada. Al cuarto o quinto día, ya había perdido la noción del tiempo. Es lo que tiene la cuarentena. A fin de cuentas, todos los días eran iguales y seguían la misma rutina. Me di cuenta de que la cosa ya estaba completamente desmadrada. Finalmente, me había dejado de hipocresías y estaba empezando a tratar a mi madre con la dureza que la muy putona se merecía. Y parece que ella estaba en la misma tesitura y aceptaba encantada su papel de niña mala que tiene que ser castigada por papá.

Nos tirábamos el día en pelotas y con la calefacción a tope. Tan solo le dejaba vestir una somera bata a la zorra cuando tenía que subir la comida al viejo y llevarle ropa limpia.

Poníamos la tele bien fuerte o música cañera, sin importarnos que el ruido pudiera molestar al pobre cornudo. Aunque supongo que sí le llegaba algún berrido de la cerda o los insultos que le dedicaba cuando me la estaba tirando, el viejo pensaría que debía ser la tele. Me importaba un pimiento, la verdad. Mi única preocupación era domar a fondo a la potrilla y dejarla convertida en una perfecta esclava sexual antes de acabar la quincena. Todavía me quedaban unos meses de trabajo en la ciudad cuando acabase la cuarentena y no me iba a ir nada mal tener una guarrilla a mi disposición como reposo del guerrero al volver a casa. Que estuviese casada, que me la tuviera que follar en su casa familiar o que fuese mi propia madre, no eran más que minucias sin importancia para las que ya buscaría solución. Además, si el cornudo pichafloja de mi padre todavía no había descubierto la puerca salida con la que se había casado, hacía ya treinta y tantos años, difícilmente se iba a dar cuenta ahora.

El caso es que, aquel día, por primera vez, hizo un sol radiante que invitaba a salir al patio. Así que, tras desayunar y mientras miraba las noticias en la pantalla de plasma gigante que tienen mis padres en el salón, feliz como una lombriz al notar los rítmicos cabeceros de la zorra engullendo mi polla con maestría, me dije para mis adentros que tal vez sería buena idea sacar a la perrita a tomar un poco el sol. Me apetecía estrenar la correa tan bonita que había comprado por Amazon para estirar del collar de perra de mamá por el césped.

Mamá, que se nota que otra cosa no, pero pollas se había comido unas cuantas, ajena a mis pensamientos, proseguía con entusiasmo su mamada matutina. La puta no perdonaba, ni de coña, su ración de leche de macho matutina, parte fundamental de su nutrición. Acomodada a mi lado en el gran sofá de piel, se comía el rabo hasta los huevos, soltando un reguero de babas que chorreaba por mis huevos e iba cayendo a una palangana que tenía debajo y que, como fin de fiesta, pretendía echarle por la cabeza. Cómo buen putón verbenero, ella aceptaba este tipo de cosas con genuino entusiasmo. Mientras se movía, cada vez a mejor ritmo, conocedora, por la rigidez de mi polla de la cercanía de mi eyaculación. Sus tetazas se iban aplastando cada vez más sobre mis muslos. La muy puta sabía hacerme disfrutar y, en compensación, aproveché para acariciar su ojete con el pulgar, y su cálido y húmedo coñito con el resto de la mano que movía con parsimonia.

Una maravilla. “Bueno”, pensé, “quizá aplace el paseo para otro día…”, la mamada me estaba dejando destrozado…

8.

A veces se nos iba la olla, sobre todo a mí, que era el que marcaba los tiempos y, a fin de cuentas cortaba el bacalao, y en el fragor de la batalla, por así decirlo, perdíamos la noción del tiempo.

Recuerdo una mañana en la que pasé gran parte del rato mirando una serie chorra por la tele, mientras la guarrilla limpiaba el piso, vestida con una camiseta vieja sin mangas y con unos shorts de licra super ajustados que le iban pequeños (la zorra, de tanto comer, estaba cebándose en la cuarentena, iba a tener que ponerla a régimen o follármela más... mejor lo segundo). Todo el rato, los micropantalones, se le iban para adentro, quedando atrapados entre sus hermosos glúteos.

El caso es que, de verla menearse con el plumero por todo el salón, sacándose los pantaloncillos del culo cada dos por tres, mientras escuchaba música con los auriculares, ajena a mi lasciva mirada, me fue calentando cada vez más.

Finalmente, cuando se dispuso a hacer la mesita en la que tenía apoyadas las piernas, me decidí a atraparla con ellas atrayéndola hasta el sofá.

Mamá, después de un grito de sorpresa, se dejó hacer y cayó entre mis brazos entrando al trapo, como buena cachonda.

-¡Mira cómo me has puesto, puta guarra! -le dije, llevando su manita hasta mi polla, que ya había liberado del pantalón de chándal que llevaba.

-¡Ji, ji, ji…! ¡Vaya, vaya con mí niño! ¿Qué es lo que tiene por aquí el cabroncete...?-dijo la cerdita que, ni corta ni perezosa, sujetó con fuerza mi tranca y se amorró a chupar como buena mamona.

Yo, haciendo un esfuerzo de contorsionismo, intentaba arrancarle el short que se pegaba a su cuerpo como una lapa, entre lo ajustado que era y lo sudadita que estaba mi putilla. Cuando conseguí romperlo, noté como tenía el coño chorreando. Le pegué un par de palmaditas al son de: "¡Pero que madre más puta que tengo...!" Ella correspondió al halago succionando mi tranca con ansia viva.

Encantado con el trabajito fino que me estaba haciendo, decidí premiarla con una buena enculada.

-¿Quieres que te folle el culo, puta?

-¡Mmmmm...Ssssí! -respondió- ¡Por favorrrr!

-Pues deja la polla bien empapada... Que ya sabes que andamos justos de lubricante…

Mientras le hablaba, ya había empezado a mojar los dedos en el coño para, después, humedecer el ojete con su flujo.

Ella, se dejaba hacer, empinando el culo y perreando como la cerda que era. Cuando vi que lo dedos entraban en el ojete como Pedro por su casa, clausuré su mamada y la puse con el culo en pompa y con los brazos apoyados en la mesita. Empujé el sofá y, tras apuntar el capullo a su agujerito, empujé con fuerza. La tranca entró a la primera, casi sin resistencia.

Soltamos un alarido conjunto que debió llegar a los dominios del cornudo, si no estaba ya inmunizado ante nuestras cerdadas.

Al notar mi polla enterrada hasta los huevos en sus entrañas casi me derrito de placer. Hice una pausa, que la guarra aprovechó para llevar la manita a su clítoris, para empezar a pajearse. Después empecé a bombear a un ritmo pausado que, poco a poco, fui acelerando.

Estaba a punto de correrme, estirando del pelo a la cerda que, con la espalda arqueada gemía guturalmente, cuando sonó la campanilla del rellano de la escalera.

-¡Mierda! ¿Qué tripa se le ha roto ahora al puto pichafloja de los cojones!-grité furioso sin detenerme en las emboladas.

Mamá siguió gimiendo y apretando con fuerza su cochete al tiempo que acompasaba los movimientos de su culo a mis fuertes emboladas. No hizo el más mínimo amago de detener el polvo, a pesar de que la campanilla siguió insistiendo. Incluso intensificó sus berridos que, seguramente, superaban el volumen del televisor, alertando al pobre cornudo.

-¡Jooooder, a ver si para ya el gilipollas ése…! –grité yo apretando con fuerza el culo de la guarra a cada movimiento pélvico.

-¡Aaaaaaaah…! ¡Aaaaaaah…! –replicó mamá, al tiempo que se corría. -¡Sigue, sigue, no pares ahora…! ¡Por favor…!

Evidentemente, continué hasta dejar sus entrañas llenas de esperma. Ella, que acababa de correrse esperó casi un minuto, con mi cuerpo aplastándola contra la mesita a que decidiese liberarla. Lo que hice en cuanto la polla se aflojó lo suficiente para salir sola de su culo. Entonces me dejé caer sobre el sofá y ella, rápidamente, cogió la bata que tenía colocada junto a la escalera y subió a ver a su esposo, por si acaso el tema era serio. Recuperándome del polvo miré como enfilaba el camino del piso de arriba con la leche saliendo de su ojete y chorreando por sus piernas. Vaya espectáculo. Estaba dejando los escalones perdidos de espesos goterones blancuzcos. Bueno, ya tenía faena para después. Fregar las escaleras.

Cómo suponíamos, lo que le pasaba al viejo era que estaba preocupado por los gritos que oía. No sé si ya había empezado a sospechar o prefería mantener la venda en los ojos, pero se tragó la estúpida explicación de la puta de su mujer. Una parida absurda acerca de que estaba colgando las cortinas del salón, recién lavadas y, por lo que fuese, casi se cae, y menudo susto, y tal, y tal… En resumen, que el hombre se lo creyó o hizo cómo que se lo creía. Supongo que, no hay más ciego que el que no quiere ver, y ver la evidencia cada vez más palpable de que su mujer le ponía los cuernos era algo que no entraba en sus esquemas. “¡Eso es imposible…!” debía pensar el hombre. Bueno, también eran imposibles los viajes espaciales hace cien años…

9.

La cuarentena seguía su curso y nosotros, pues a lo nuestro. Yo cada vez más duro y dominante y mamá cada vez más puta.

Recuerdo que pensé, “Esta vez sí, de hoy no pasa”, con aquel sol radiante y teniendo un patio cómo el que teníamos, era un delito no salir a disfrutar de la primavera. Así que, dicho y hecho, después de desayunar y de que la cerdita hubiera recogido los trastos le coloqué el collar, cogí la correa, y le comuniqué la buena nueva:

-A los dueños de perros los dejan sacar a los chuchos para que hagan sus cosas... Yo no tengo esa suerte, me tengo que conformar con mi perrita de dos patas. -Mientras le hablaba le acariciaba el coño a través de la fina tela del tanga que llevaba y me di cuenta de que mis palabras la ponían chorreando. Acerqué los húmedos dedos a su boca y ella, obediente, los lamió con ganas. Proseguí- Como últimamente te estás portando tan bien he pensado que hoy podíamos salir a tomar el sol al patio.

-Pero... Será mejor que me ponga un bañador o un bikini...

Iba, como de costumbre con un tanguita de lencería finísimo que dejaba todo su culo fuera. Tanto que, si por casualidad se agachaba, la tira se le metía por el ojete. Debía de estar cogiendo un olorcillo la mar de estimulante la tela... Y arriba, solamente el collar del pastor alemán, ahora suyo. Las tetas colgaban libres y enormes sobre su tripa. Un espectáculo no apto para cardiacos.

-De eso nada, guapa -le dije, apretando sus mejillas-. Te vas a buscar una toalla y te tumbas en la hierba a mi lado. ¡Ah, y para hacer la gracia completa, antes de salir deja que te ponga la correa! Me hace ilusión sacarte a cuatro patas.

Aunque no le gustó lo más mínimo, obediente, se dejó llevar como una buena perrita. La arrastre con una cierta torpeza por su parte, hasta la tumbona junto a la que extendí la toalla y, tras acariciarle el lomo, le ordené tumbarse junto a mí.

En mi caso, en un arrebato de pudor, decidí ponerme un sombrero de ala ancha y unas enormes gafas de sol. No es que quisiera pasar desapercibido para los vecinos, que no tenían vistas al patio, sino que, por un breve instante, pensé en la remota posibilidad de que mi padre asomase la nariz por el ventanal del piso superior que daba al patio. Preferí reducir su humillación ante la posible escena que viesen sus ojos a una mera escena de infidelidad, sin añadir el componente incestuoso de los protagonistas de la misma. Como si eso fuera a ser más digerible para el pobre cornudo.

-Creo que debería comprar alguno de esos huesos que venden de plástico que venden para las mascotas. Te quedaría la mar de bien llevarlo en la boca la próxima vez… Tengo que mirar a ver si hay alguno con forma de polla, que es lo que más te gusta… Contesta con un guau si estás de acuerdo, perra.

-¡Guau! –dijo mientras se tumbaba boca abajo en la toalla.

Me acomodé en la tumbona y estuve un rato intentando leer, pero entre el sol que me daba modorra y las miradas de soslayo que dirigía a la cerda y me iban tensando la polla gradualmente, decidí que me iba a dar un homenaje y, tras cogerla del pelo y colocar su cabeza entre mis piernas, no hubo que dar más explicaciones. Tan solo esperar que la guarra disfrutase de darme placer.

Justo cuando me corrí, cinco minutos después, e incliné la cabeza hacia atrás en la tumbona, me acordé de que las ventanas de la habitación del piso de arriba daban al patio.

En fin, apenas si percibí una sombra a través de la cortina. Supongo que el cornudo habría "disfrutado" de un triste espectáculo (para él). Una cosa es intuir que te has casado con una puta y otra verlo en directo. ¡Y encima, con tu propio hijo!

Bueno, el pensamiento flotó sólo unos segundos por mi mente. No obstante, agradecí las enormes gafas de sol que me había prestado mi entrañable madre y la ridícula pamela que cubría mi cabeza. El viejo, si había visto algo, debía estar devanándose los sesos para saber quién era el tipo que hacía crecer su cornamenta.

Enseguida pasé a temas más prácticos, como comprobar si la cerda seguía mis instrucciones y no desperdiciaba ni una gota de leche, o si se aprestaba a prepararse para el inevitable segundo asalto. Aquel solecito me estaba pidiendo a gritos reventarle el culo...

Además, aquella mañana tenía ganas de innovar, así que decidí poner la tumbona en posición sillón y probar a hacer una llave Nelson encajando mi polla en el ojete de la cerda. Ella, siempre dispuesta a las novedades, se dejó hacer y pude comprobar, una vez más, que no andaba nada mal de flexibilidad.

Una cosa es ver en un video las acrobacias sexuales y otra muy distinta es intentar hacerlo uno mismo. Aunque no lo he dicho antes, soy bastante alto y corpulento. No soy un tío de gimnasio ni nada parecido, pero he tenido suerte con la constitución que me ha dado la madre naturaleza. Y es curioso, porque he heredado el pelo y los ojos de mi madre y ningún rasgo distintivo de mi padre, otro factor que me hace sospechar que, en la época en la que fui concebido, mi madre ya debía andar follando por las esquinas para hacer crecer la cornamenta del viejo pichafloja. Me gustaba creer que yo era el recuerdo que le había dejado alguno de sus macarras, porque aunque mi "padre" era buena persona, por así decirlo, el sentimiento más elevado que me provocaba era el de lástima por el triste papel que hacía en su matrimonio. Y la lástima no es, desde mi punto de vista, un sentimiento muy positivo. Al final acabó sacando lo peor de mí y se convirtió en desprecio.

Pero volviendo al tema que nos ocupa, cómo decía antes, soy un tipo grandote y le saco dos palmos buenos a la guarrilla de mamá, que debe andar por el metro cincuenta y cinco, o algo así.

Por lo tanto, levantarla a peso no me resultaba difícil. Aunque, cosa bien distinta, era manejar su cuerpo ensartado por el ojete con mi polla y con mis manos detrás de sus rodillas y las manos entrelazadas en su cuello. El caso es que estuvimos un buen rato probando hasta que conseguí colocarme en posición idónea para hacer nuestra versión de un buen "anal full Nelson" igualito a los vídeos de Porhub.

En honor a la perrita, he de decir que colaboró lo indecible para facilitar las cosas, e hizo acopio del máximo de su flexibilidad para ayudarme a realizar mi capricho. Supongo que quería ver qué se siente al ser inmortalizada al ser una estrella porno, ya que había decidido hacer un vídeo con el móvil con la sana intención de colgarlo en la red.

Obviamente, me coloqué de tal modo que no se me viese la cara. En cuanto a ella, me importaba una mierda que se hiciese viral o no su cara babeante de puerca, jadeando y gozando de mis emboladas.

La verdad es que mereció la pena. El video fue una chulada. Lo colgué en la red esa misma noche y a la mañana siguiente ya tenía más de ochenta mil visitas. No me extraña. Supongo que la mayoría del personal entró a verlo por el título que le puse "Enculando a mamá", que siempre atrae a un buen montón de pajilleros pervertidos. Lo que seguro que ninguno creería es que ese título era literalmente cierto.

Aquel día pusimos las cartas sobre la mesa y rompimos otro tabú. Bueno, fue mi madre la que puso las cosas claras, yo, por lo que sabía mi padre, estaba de vuelta a mi hogar. Seguro que el viejo se asomó en algún momento por la ventana y descubrió la putilla con la que se había casado. Supongo que lo sospechaba de antes, pero, claro, no es lo mismo sospechar, que ver...

De todas formas, no sé si por la situación de aislamiento tan rara que estábamos viviendo o por la sobredosis de sexo y morbo en la que estaba inmerso, o, peor aún, porque al final me había contagiado de la amoralidad de mi madre, el caso es que me importó bien poco nuestra exhibición y, a partir de aquel momento, dejamos de preocuparnos por disimular y el patio se convirtió en una extensión para nuestras correrías. Mamá, incluso alguna vez subió la comida del cornudo casi en pelotas y con la correa de Stuka puesta. Bien es cierto que se dejaba la bandeja en el rellano, pero seguro que, alguna vez, al coger el rancho, el cornudo veía el culo de la tetona en tanga moviéndose como un flan escaleras abajo.

La reacción del viejo ante la revelación implícita que supuso descubrir nuestro comportamiento no hizo más que confirmar lo que ya sabía: era un genuino cabrón, blando, pusilánime y cobarde. Estoy seguro de que, cuando todo terminase y pudiera volver de su exilio en el piso de arriba, se haría el loco a base de bien. Una especie de ceguera selectiva. Me equivocaba, el pobre hombre estaba intentando preparar un contraataque o algo así. Cómo veremos después, la cosa no le salió muy bien, no…

10.

Los días fueron transcurriendo con una rutina inalterable y, creo que puedo afirmar que agradable, tanto para mí como para la guarrindonga. Aunque si alguien neutral le preguntase seguramente se haría la ofendida y plantearía nuestro affair como una coacción. Pero los orgasmos que encadenaba todos los días, casi sin pausa, y la dedicación en las mamadas, dejando al alcance de mimano el chochete o su acogedor culito o prestándose, casi sin rechistar, para todo tipo de humillaciones, no dejaban la menor duda de que, en el fondo, o no tan en el fondo, estaba disfrutando de la experiencia. Además, acostumbrada como estaba a follar con sus amantes de turno, el hecho de no tener otra alternativa que mi polla cerca, la hacía ser bastante permisiva con su, ya de por sí laxa moral. Por lo tanto, aplicaba a rajatabla el lema de, “más vale polla en mano que ciento volando”.

A medida que pasaba el tiempo fueron sobrando las indicaciones. Por la mañana, durante la conferencia diaria de teletrabajo, acudía obediente a su cita con mi polla y, bajo la mesa, mientras yo tomaba decisiones trascendentales para la empresa, mi puta madre me comía el rabo con gran dedicación y entusiasmo, a la espera de su ración matutina de esperma.

Mamá, como buena putona, era bien consciente de sus obligaciones y, o bien se pasaba el día en pelotas, o bien se vestía con lencería bien guarra para mantener a tono mi nivel de excitación. Se había hecho una adicta a las compras por internet y pasaba gran parte de su tiempo consultando páginas eróticas o sex-shops on line, donde poder obtener el material adecuado para su nuevo oficio…

De modo que hacía las tareas de la casa y cocinaba, usando un delantal para lo más estrictamente necesario. Hasta que, al final, cuando perdió la vergüenza y la poca autoestima que le quedaba (aunque será mejor decir que asumió su carácter de guarra sumisa y decidió exhibirlo con orgullo y sin tapujos: o se es puta o no sé es; y ella lo era), también subió el rancho de esa guisa al cornudo, que, completamente desconcertado, se limitaba a murmurar en tono lacrimógeno: “Manoli, Manoli, pero, pero ¿qué estás haciendo...?" La guarra, daba la callada por respuesta y, agachando la cabeza avergonzada con los últimos resquicios de dignidad que le quedaban a punto de desaparecer, se giraba y bajaba las escaleras meneando su culazo en el que el hilo dental del tanga se introducía en su apetecible y lubricado ojete.

¡Ah, y hablando de lubricante…! Una breve acotación. Uno de los productos básicos que fui a comprar a la farmacia en los primeros días fue un buen cargamento de lubricante. Mientras el mundo entero se desvivía por conseguir papel higiénico yo acumulaba lubricante íntimo en cantidades industriales para que la puerca tuviera siempre el ojete listo para recibir visitas. Mamá, obediente, dedicaba una parte importante de su tiempo a estar preparada para la acción y cuidó su agujerito anal, como el tesoro que era. ¡En fin, cosas de pervertidos!

En resumen, que el cornudo podía ver cómo su esposa, semidesnuda, bajaba impúdica las escaleras sin escuchar sus súplicas. El pichafloja ya era consciente de lo que ocurría en el piso de abajo. Los berridos de la puerca, los jadeos constantes o su desnudez y pasotismo ya lo habían puesto sobre aviso. Tampoco hacía falta ser un lince para darse cuenta de la situación. Al hombre había costado bastante caerse del guindo, pero parece que empezaba a atar cabos. ¡Vaya Sherlock Holmes había perdido el mundo!

Tenía claro que había un amante en el chalet. Un amante que estaba confinado también, follándose a su mujer y haciendo crecer al mismo tiempo, y solidariamente, su cornamenta y su humillación.

Otras veces, en el pasado, había podido intuir que su mujer podía haber tenido algún lío. La mediocre, casi inexistente, vida sexual del matrimonio y el buen físico y la relativa juventud de su esposa le daban pistas acerca de esa posibilidad. Pero ella siempre había sido discreta y guardado las formas y las sospechas del cornudo se quedaban en eso, en sospechas.

Ahora la cosa era distinta. Era todo tan descarado, tan humillante que el pobre cornudo sufría duramente y en silencio el crecimiento de los cuernos. “Menos mal”, pensaba, “que ella hacía una burrada de esas características cuando su hijo ya no estaba.” ¡El buen hombre pensaba que yo me había largado en cuanto se decretó la cuarentena

11.

A medida que iban pasando los días la cosa se iba poniendo algo monótona. La cerda no se iba a dormir sin recibir dos o tres polvos. Ya estaba totalmente sometida y, al parecer, encantada con la situación. Aunque a mí me estaba apeteciendo afrontar nuevos desafíos. Por supuesto, podía continuar follándome a ese ritmo a la puerca hasta que acabase la cuarentena y las cosas volviesen a la normalidad, pero alguna variación en la dieta no me vendría mal. Estuve indagando en las páginas de putillas de internet, para ver si podía solicitar los servicios de alguna y montar un trío con la cerda de mamá, pero no acababa de encontrar ninguna de mi agrado. Ya que pago (bueno, en realidad la pasta se la íbamos a quitar al cornudo) me gusta la calidad.

Así estaban las cosas cuando apareció en escena la tía Luisa, mi tía favorita, la hermana menor de mi padre (ronda los 55), para la que yo también soy su sobrino favorito y que se lleva a matar con mi madre. Siempre ha habido una competencia soterrada entre ambas. Antiguamente por el favor de mi padre y, después, por mí. Sobre todo, porque la tía Luisa no tiene hijos y había volcado todo su instinto maternal en mi persona.

Como digo, todo cansa, hasta lo bueno. Y la aparición de la tía Luisa supuso un poco de oxígeno que no vino nada mal. Además, mi polla necesitaba nuevos estímulos y fue verla aparecer aquella tarde y se me puso morcillona... Y eso que la guarra de mamá me había ordeñado aquella mañana soleada a base de bien.

La cosa es que fue toda una sorpresa oír el timbre aquella tarde mientras sesteábamos en el sofá medio en pelotas, escuchando adormilados la retahíla de noticias que la tele vertía sin cesar sobre la pandemia.

No sabíamos quién podía ser y reaccionamos con sorpresa. No esperábamos a nadie, ni teníamos pendientes pedidos de Amazon, ni nada... Pero, viendo que el timbre volvía a sonar, le dije a la cerda que se pusiera la bata sobre el minúsculo tanga de puta que llevaba puesto, para no parecer precisamente eso y que fuera a abrir mientras yo me vestía rápidamente y adecentaba un poco la habitación.

12.

La tía Luisa estaba casada y tenía dos hijas ya mayores e independientes. Trabajaba en una farmacia, por lo que, durante todo el confinamiento, no dejó de acudir a su trabajo. No como su esposo, mi tío Andrés, un camarero bastante pusilánime, con un carácter parecido a mi padre, que tuvo que pasar el confinamiento encerrado en casa, zampando y viendo la tele.

Como he dicho anteriormente, Luisa prácticamente no se hablaba con mi madre, por lo que, cuando ésta le abrió la puerta, se limitó a preguntar:

-¿Dónde está mi hermano? –ni hola, ni nada.

Mamá, con cara de malas pulgas, se limitó a señalar el piso de arriba. La tía, antes de subir, miró al salón y me vio recogiendo trastos. No sé si le llamaría la atención el desorden, las cajas de pizza, las cervezas, los kleenex pringosos, que llenaban la mesita y el suelo. Si fue así, lo disimuló bastante bien. Simplemente, se acercó a saludarme. Ya he dicho que conmigo se llevaba divinamente. Me tenía bastante cariño, esa es la verdad.

-¡Hola Gustavo! ¿Cómo estás? ¿Cómo llevas este lío de la cuarentena…?

Al tiempo que hablaba se acercó y me pegó un buen achuchón. Tenía muy buen tipo y lo sabía lucir. Llevaba la bata de la farmacia, medio abierta y una camisa blanca debajo de ella, con una par de botones abiertos que mostraban un canalillo la mar de apetitoso. Unos ajustados tejanos que marcaban su culazo y unas cómodas zapatillas deportivas completaban su atuendo.

Mientras me abrazaba, me pegué a ella oliendo su perfume y sintiendo cómo sus globos me presionaban el pecho. La polla se me marcó en el chándal, no llevaba calzoncillo. Aunque ella no creo que se diese cuenta. Parecía preocupada por algo.

-¿Tú padre está arriba? –preguntó.

-Sí –le respondí-. Lleva allí toda la cuarentena. Pero está bien. Así está a salvo de contagios y eso…

-No sé… -me respondió agitada-. Algo le pasa. Me ha llamado por teléfono. Eso que él nunca me llama y me ha dicho que tenía que decirme algo muy importante.

La miré con extrañeza, aunque empezaba a oler por dónde iban los tiros. Y me estaba empezando a poner de muy mala leche. Sobre todo con el pichafloja de mi padre. La puta de mamá, a fin de cuentas, no tenía culpa de nada, simplemente se limitaba a ser fiel a su naturaleza. Pero el viejo no sé por qué coño tenía que pasarse el día mirando por la ventana o escuchando los gritos de la puta de su mujer follando por las esquinas. No entendía por qué no se dedicaba a relajarse, descansar, ver la tele y pasar de la muy zorra, en lugar de empezar a involucrar a otra gente en asuntos familiares que ni le iban, ni le venían… En fin, que ya estaba maquinando algún modo de dejar las cosas claras con el cornudo. ¡Me había decepcionado…! Ya tendría que tener claras las cosas y haber asumido su posición en la casa. Resumiendo: un mueble, cuanto más apartado, mejor. (Sí, no sé si lo estaréis pensando, pero a mí también se me estaba yendo la pinza con la situación…)

-Pero, ¿qué te ha dicho? –insistí a la tía Luisa.

-Nada, no me ha querido contar nada por teléfono… Me ha dicho que viniera y que me lo diría. Que era muy fuerte… No sé. Parecía preocupado, nervioso o cómo triste, no sé. Es muy raro…

-No sé qué debe ser… -dije yo- De salud está perfecto.

-Bueno, Gustavo, voy a subir a verlo y luego hablamos…

Enfiló el camino del piso superior y mi madre aprovechó la ausencia para entrar en la habitación.

-¿Qué? ¿Qué te ha dicho la puta ésa…? –preguntó con cara de malas pulgas.

-¡Joder, mamá, directa a la yugular…!

-No sé por qué tiene que venir la guarra a dar por culo y no se mete en sus asuntos…

-Bueeeeno, bueno, tranquila. Luego nos enteraremos. Parecer ser que la ha llamado el viejo.

Me miró extrañada. Desde luego, si no se imaginaba lo que le iba a contar es que era más tonta de lo que parecía.

-Anda, mamá, si acaso cuando baje, vete a la cocina y ve limpiando o arreglando trastos y ya hablaré yo con ella. Luego te contaré de qué va el asunto.

Así que, acabé de recoger un poco, me senté tranquilamente a ver la tele y a tomar una cervecita mientras esperaba que bajase mi querida tía.

Media hora después la oí bajar por la escalera. Nada más ver su cara traspuesta me di cuenta de que iba a tener que emplearme a fondo para neutralizar la amenaza. Mamá seguía en la cocina fregando cacharros.

La tía Luisa se dirigió directamente al sofá y me dijo, muy seria:

-Gustavo, tengo que hablar contigo.

-¿Sólo conmigo?

-Sí, primero contigo. Luego ya veré…

-De acuerdo, ¡mamá, cierra la puerta y quédate en la cocina! –le grité a mi madre, que ya estaba asomando la cabeza para cotillear-. ¡Ya te llamaré cuando puedas venir! Dime tía, ¿qué pasa?

-Bueno, Gustavo, es un poco increíble, pero… Es que no sé si es cierto o no… Pero, verás… -mientras hablaba se había sentado en el sofá a mi lado. Tenerla tan cerca me estaba empezando a poner cómo una moto. Y eso que no andaba falto de sexo. Pero, claro, la novedad se imponía.

-Sigue, tía, te escucho. –Aproveché para cogerle la mano, colocarla sobre sus muslos y empezar a acariciarla suavemente. Me fijé que se había hecho un tatuaje en la parte interna del antebrazo, una especie de toro. “Vaya, ¡qué moderna!”, recuerdo que pensé. Luego me diría que era el signo de Tauro del zodiaco, su signo, al parecer creía en todas esas paparruchas. Bueno, también podría interpretarse como el aspecto de cornudo que iba a tener el tío Andrés, en cuanto empezase mi ofensiva… Pero no adelantemos acontecimientos.

-Es que es muy fuerte, Gustavo. Tu padre, está muy alterado y me ha contado una historia rarísima acerca de tu madre y de que tiene un amante en casa.

-¿Un amante en casa…?

-Sí, sí… Dice que la ha visto follando desde la ventana y que oye los gritos y las risas de los dos… Que no se cortan nada y hasta se ponen a follar a plena luz del día, en el patio interior…

-¿Un amante…? Pero, ¿qué amante?

-Claro, eso le he preguntado yo. Si aquí sólo estás tú…

-Y ¿qué te ha dicho?

-Se ha quedado callado y ha agachado la cabeza. Parecía que se iba a poner a llorar o algo así. –“¡Pfiuuuu, menos mal, parece que al viejo le puede la vergüenza!”- Me ha dicho que se tiene que ir de aquí, que me lo lleve a mi casa o no sé qué historias… Le he dicho que no podía ser. Que a ver si son imaginaciones suyas. Que si acaso, cuando se acabe esto del confinamiento lo hablamos otra vez…

-Bien, tía, muy bien. Lo has hecho muy bien. -Mientras hablaba con ella, proseguía sobándole los muslos cada vez con más descaro. Aunque ella parecía no darse por aludida, tampoco me paraba las manos…

-No lo sé… Está muy raro. A lo mejor es que con todo esto del confinamiento se le está yendo un poco la olla… -prosiguió, quitándose el flequillo que le cubría los ojos y mirándome fijamente. Me fijé en sus ojos verdes, perfectamente maquillados y sus gruesos labios de chupadora pintados de rojo. Me entraron unas ganas locas de comerle la boca. Pero no quería precipitar los acontecimientos.

-Puede ser, tía, nos pasa a todos… Esta situación tan extraña… -y la manita acercándose al pubis. Por encima del pantalón, eso sí. Y mi mirada, fija en el canalillo tembloroso. Y ella sin inmutarse…

-De tu madre no me fío nada. Lo siento, sé que es tu madre, pero, vamos… La conozco de siempre y me espero cualquier cosa… Es capaz de haber hecho cualquier burrada, pero, claro, si estás tú aquí todo el tiempo… Pues, lo veo difícil.

-Ya, tía, todos la conocemos. Ven tía, recuéstate, estarás más cómoda y así te recuperas de la impresión. –y la coloqué apoyada sobre mi pecho, con mi mano bajando sobre su nalga.

-Pero, no creo yo que, contigo aquí, se atreviera a hacer nada de eso…

-Pssss, calla, tía, calla… Descansa un poco, que estás muy tensa. ¿Quieres que te de un masajito…? ¿Cómo me dabas tú cuando era pequeño…?

-Pues mira, Gustavo, no me vendría mal. Porque me he quedado hecha polvo. Llevo un día…

-Hala, tía, vamos a la habitación…

La cogí de la manita y me la llevé a la habitación de matrimonio. Al entrar allí, no sé si se hizo la loca, o realmente no se dio cuenta, pero, vamos, los botes de lubricante a medias en la mesita cantaban por peteneras, así como unos cuantos kleenex repartidos por el suelo, las sábanas revueltas… etc. La habitación daba asco. Está claro que a mamá todo lo que fuese follar, muy bien. Pero lo de la limpieza, no acababa de llevarlo al día.

-Anda, tía, quítate la ropa y déjala en la silla.

-¿Hace… hace falta, Gustavo…? –me miró con timidez.

-¡Hombre, sería mejor, tía! ¿No te parece? –ella asintió avergonzada.

La tía Luisa, obediente, se quitó la bata, la camisa y el pantalón. El cuerpo, para su edad, me quitó el hipo e hizo ya evidente la tienda de campaña que se marcaba en el pantaloncillo de chándal que llevaba. La tía llevaba un conjunto de ropa interior blanco, bastante normalito. Por la parte delantera de la braga se marcaba la mancha negra del pubis. Un pubis cuidado, pero bastante peludo para mi gusto.

-¿Qué hago, Gustavo? ¿Me tumbo boca abajo en la cama…?

-Claro, tía, pero quítate todo, por favor.

-¿Te… te parece…?

Puse mi mejor cara de niño bueno y le dije:

-¡Venga, tía, somos familia! Hay confianza, ¿no?

Tímidamente, se quitó primero el sujetador, por lo que sus enormes melones se extendieron sobre su leve barriguita. Mi polla pegó un respingo. Después, las bragas, que dobló metódicamente y colocó en una silla. Una espesa mata de pelo, sólo levemente recortado, enmarcaba su coñito. “Bueno,” pensé, “si acaso, hoy le estreno el culo, y le ordeno depilarse el chocho para el próximo día…”

Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Así que me quité la camiseta ante su mirada levemente incrédula y, después, me bajé los pantalones. La polla saltó como un resorte.

Ante mi sorpresa, la tía Luisa ni huyó, ni me montó un pollo. Se limitó a mirarme y preguntar:

-¿Estás así por mí…?

-¿A ti que te parece…? Estás para follarte hasta decir basta, tía… Y con esto de la cuarentena ando más salido que el pico de una plancha. Así que, si no te importa, podríamos echar una cana al aire ¿no? Tampoco tiene que enterarse nadie… -le mentí Tenía intención de contárselo a la guarra de mamá en cuanto la tía saliese de casa. De hecho, me daba un morbazo impresionante montar un trío con las dos guarras, sabiendo que se llevaban a matar. Una fantasía que pasó por mi mente en cuanto la vi aparecer un rato antes. Evidentemente estuvo a punto de quedarse en sólo una fantasía hasta que, visto lo visto y que la jamona no había salido pitando al verme el rabo, la cosa empezaba a ser factible. Un morreo entre ellas repartiéndose la leche de una buena corrida, ¡mmmmm, cómo molaría!

-¡Eso sí, por favor, Gustavo…! Que no salga de aquí…

-Descuida, tía… Soy una tumba. –Ya le estaba metiendo mano en los melones y morreándola a base de bien.

Después, le fui sobando el culo, mientras miraba de reojo a la mesita para ver si quedaba bastante lubricante. Un bote lleno confirmó mis esperanzas.

Para ratificar mí plan, le pegué un tironcito a los pelos del pubis y le dije:

-Tengo una norma, tía.

-¿Qué… qué norma…?

-Sólo me follo coños depilados…

Me miró extrañada. Proseguí:

-Te voy a hacer una buena paja… Y, después, te reventaré el ojete. El próximo día lo dedicaré en exclusiva a tu coño, si te has depilado, claro… ¿Te han follado el culo alguna vez….?

Ella ponía cara de alucinada, pero, como ya le estaba masajeando el chocho a base de bien, se dejó hacer (estaba cachondísima, totalmente encharcada) y me dijo:

-¡Una… una vez…! Hace muchos años… Cuando era joven… Antes de casarme con tu tío… ¡Aaaaaaaah, sigue, Gustavo, no pares!

-Tranquila, tía, que te lo voy a trabajar a base de bien y te vas a ir a casa, más contenta que todas las cosas… ya verás, ya…

Después de aquella corrida me tumbé boca abajo y le indiqué que se pusiese en posición para hacer un 69. Mientras ella, torpemente, me comía la polla, con más voluntad que acierto, todo sea dicho (“me va a tocar adiestrarla”, pensé), yo me dediqué a trabajar su ojete con la lengua, mientras, iniciaba un segundo pajote.

Después de prepararle bien el culo, llegó el momento de ponerla de cara a la pared y con el culo en pompa. La visión de sus enormes nalgas, que abría con sus manitas, y aquel agujerito marrón bien lubricado, me puso la tranca como un garrote. Ella mantenía la cabeza aplastada contra la almohada y yo, tras introducir con esfuerzo la tranca, oyendo sus bufidos y sus quejas, empecé a barrenarla en plan bestia mientras palmeaba sus nalgas, dejándolas como un tomate.

Me corrí enseguida. Estaba demasiado cachondo. Ella, que había aguantado la sesión estoicamente, se limitó a preguntar cuando dejé de barrenarla con la polla aún dentro:

-¿Ya… ya está, Gustavo…?

-Sí, tía, sí… Espera un poco, que quiero que se me afloje dentro del culo…

Me recosté sobre su cuerpo mientras me recuperaba. Ella soporto mi peso aliviada al notar que, poco a poco, la polla reducía su volumen.

Tras un minuto escaso, decidí sacar la polla, aún morcillona y le pedí que siguiese en esa postura.

-Quédate así un momento, tía, que voy a buscar una cosa.

La tía Luisa, obediente, siguió con el culo en pompa. Me dirigí a un cajón de la mesita y empecé a rebuscar entre los juguetes sexuales de mi madre hasta que encontré un tapón anal. Se lo acerqué a la boca.

-¿Qué, qué es esto? –me dijo temerosa al ver el pequeño plug.

-Un tapón para el ojete, anda chúpalo que te lo voy a poner

No rechistó y le pegó una buena ensalivada. Estaba limpio, menos mal.

Después, lo lleve a su culo y se lo puse, sellando bien su ojete.

-¡Hala, ya está! –dije-. Ya te puedes levantar.

Haciendo un esfuerzo por lo incómoda y prolongada de su postura a cuatro patas, la tía Luisa se levantó y me preguntó nada más empezar a vestirse.

-Gustavo, ¿por qué me has puesto eso?

-Pues nada, tía, porque me gusta que mis guarras no desperdicien ni una gota de leche. –Ella me miró sorprendida al ver que hablaba de ella usando una palabra malsonante, pero no dijo nada, pareció asumirlo con relativa naturalidad.-Quiero que te vayas a su casa con el tapón puesto y que, cuando llegues, te pongas en cuclillas con el culo sobre un bol o un vaso, o lo que se te ocurra. Te quitas el tapón y todo lo que caiga, lo agitas y te lo bebes…

-¡Pero, Gustavo, eso es una guarrada…! ¿Cómo te atreves a pedirme algo así…? –lo dijo con una indignación algo impostada y eso no me pasó desapercibido, así que contrataqué con fuerza:

-Porque eres una puta guarra, como mi madre, y ha llegado el momento de que me lo demuestres. Sobre todo si quieres repetir esta experiencia y que te folle el coño algún día…

Se puso roja como un tomate y agachó la cabeza asintiendo.

-Bien, muy bien –proseguí-. Y una cosa más. Quiero que hagas un vídeo y que me lo mandes en el que se vea cómo te quitas el tapón y cómo te bebes el brebaje asqueroso que salga de tu culo, ¿de acuerdo?

La tía Luisa, volvió a asentir en silencio.

-¿Lo has entendido, bien? ¡Contesta, joder! –quería que me lo dijese de viva voz.

-Sí, Gustavo… -respondió muy bajito con un hijo de voz. Me bastaba

El resto es historia. Todavía hoy me preguntó cómo me resultó tan fácil cepillarme a mi tía aquel día, ¡y además por el culo! No sé, se debieron alinear los astros, Tauro debía tener su día de suerte, o quizá ella andaba más necesitada de lo que yo esperaba.

El caso es que una horita después la mandé para casa más feliz que una lombriz. Antes, había llegado al acuerdo de que podía venir siempre que quisiera, que ésta era su casa. Así podía prestar atención al pobre cornudo de papá y, ya que estaba por aquí, volver con su propio cornudo con una buena ración de leche calentita en su interior. Todavía me pareció un poco pronto adelantarle mis proyectos para hacer un trío con la guarra de mamá. Aunque no tardaría en introducirla en nuestra pareja. Al menos así vería que mi pobre y cabroncete padre no andaba tan equivocado.

¡Ah y también le hice un pedido a la tía! Ya que trabajaba en la farmacia no estaría mal que se estirase un poco y me trajera un buen cargamento de pastillitas azules de esas para estimular la polla… A fin de cuentas, con dos jacas a mi disposición igual me hacía falta algo de ayuda extra…

13.

En cuanto la tía Luisa tomó las de Villadiego, como hemos visto, con una generosa ración de leche en su interior, me dirigí al salón donde vegetaba la otra guarra amodorrada en el sofá, después de haber sacado brillo a las baldosas de la cocina.

Por una parte estaba furioso por la indiscreción del cornudo pero por otra, haciendo de la necesidad virtud, no iba a dejar escapar la oportunidad que se me presentaba de ampliar mi harén y de hacer más llevadero el confinamiento. Ya me estaba empezando a cansar de mi juguete, ahora que ya la tenía completamente sometida, y la llegada de carne fresca resultaba agua de mayo para mi polla.

Así y todo, aunque acababa de vaciar mis huevos, volvía a estar cachondo con el lúbrico futuro que se avecinaba. Y, además, quería dar una lección al chivato.

Los muslazos jamoneros de la guarra, sucintamente cubiertos por aquellos shorts que le iban cada vez más pequeños (iba a tener que racionarle los Donuts y el chocolate a la muy puerca), me pusieron la picha en estado de alerta. Mamá, levantó la cabeza adormilada y me sonrió, contenta de tenerme de nuevo a su disposición, tras la salida de su archienemiga cuñada. Le respondí con una sonrisa malévola y llena de retranca que acompañé de un fuerte tirón de pelos con el que la levanté de golpe del sofá.

Aparte de un grito de asombro, no se resistió lo más mínimo. Incluso pude atisbar una sombra de sonrisa en su rostro.

-¡Esto es flipante! –empecé a vociferar mientras arrastraba a la puerca al patio interior- Se ve que al muy gilipollas del cornudo, no se le ocurre mejor idea que llamar a la tía Luisa y largarle el cuento de que te tiras el día follando…

Mamá me miró asombrada y con cara de susto. Proseguí y, tras quitarme el pantalón de chándal que, me instalé en la tumbona, perfecta para lo que pretendía:

-¡Tranquila, cerdita, le he dicho a tu querida cuñada que el viejo debía estar delirando o afectado por la cuarentena o algo así…! ¡Y la muy ceporra se lo ha creído! –Obvié el resto de mi reunión con la tía Luisa- ¡Vaya pareja que estáis hechos! ¡Tú, más puta que las gallinas y él pichafloja más tonto que el copón…! Parece mentira que el muy tonto del culo no se dé cuenta de que, si sabe todo esto, el que peor va a quedar va a ser él mismo… ¡Valiente gilipollas…! Me ha puesto de tan mala leche que ahora sí que le voy a dar una lección al muy imbécil… Ahora sí que va a ver lo que es una verdadera puta… ¡Y quién manda aquí!

Dicho y hecho. Me apalanqué en la tumbona con las piernas bien abiertas y el rabo como un poste y guie la cara de la puerca para que se incrustase bien entre mis huevos y mi ojete y fuese haciéndome un buen lavado de bajos.

Me había colocado justo enfrente de la ventana del piso de arriba y con la guarra con el culo en pompa para que se viese bien el espectáculo. Esta vez no hubo ni gafas de sol, ni sombrero, ni nada de nada. Todo a cara descubierta.

No tardó en aparecer una sombra a través de las cortinas, lo que me incitó a chulear un poco más a la puerca a grito pelado para que el cabrón del viejo se diese por enterado de qué iba el rollo.

-¡Venga, puta guarra, relame bien el ojete y demuestra lo cerda que eres!-la agarré bien del pelo y empecé a menear su cabeza con fuerza, arriba y abajo. Aunque en realidad no hacía demasiada falta. A la puta de mamá ya le iba gustando bastante este rollo de y se sometía con entusiasmo a mis deseos. Su mano, sin que yo tuviera que pedírselo, ya estaba agarrada a mi polla, todavía pringosa del culo de tía Luisa y empezaba a pajearme con ganas. El viejo, permanecía medio oculto por las cortinas, contemplando el espectáculo, asombrado de mi chulería y mi mirada desafiante y del comportamiento complaciente de la puta de su mujer. ¡Menuda pareja estaban hechos!

Animado por la situación, y con bastante mala leche acumulada contra el chivato, que seguía observando escondido tras la cortina como el tiro le había salido por la culata, cuando tenía el ojete y los huevos bien baboseados, y la saliva de la cerda chorreaba sobre la tumbona, inicié la siguiente frase.

Parece mentira que tuviera el rabo tan en forma haciendo tan poco rato que me había corrido, pero está claro que la rabia y el rencor son muy buenos motores sexuales. Así que levanté la melena de la cerda, que me miró jadeante y, consciente de su deber, acercó la cara hacia la polla. Sonreí cínicamente, mirando a la ventana superior, y redoblé los insultos:

-¡Va por ti, cornudo! Mira cómo que bien la chupa la puta de tú mujer...

Así y todo, hubo un breve momento cómico, o podría decir mejor, tragicómico, cuando la perrita acerco la napia a la polla y olió el inconfundible olor al culo de su cuñada, que minutos antes había albergado aquella tranca como inquilina.

Me hizo mucha gracia ver el gesto de asquito que puso mi madre y el amago de retirarse para seguir comiéndome el ojete mientras me pajeaba.

Pero basto una mirada furiosa y unas palabras de aliento, "No seas tan remilgada y vete acostumbrando al culo de la tía Luisa, que también es de la familia y tenéis que llevaros bien...", para que la guarra asumirse su sumisa condición y, tímidamente primero y con más ganas después, se pusiera a comerme la polla como la cerda tragasables que era.

Todo ocurría ante la asustada mirada del pichafloja que ni se imaginaba que solo era el principio de una serie de espectáculos no aptos para almas cándidas y pusilánimes como la suya. ¡Por bocazas!

Estaba muy cachondo y no tardé casi nada en estar a punto para descargar, a pesar de que hacía apenas media hora que me había vaciado en el culo de tía Luisa. Así que, ni corto ni perezoso, agarré del pelo a mi esforzada madre y, mirando al tendido, como los toreros, apunté la polla hacia su jadeante cara.

Ella, sudorosa y baboseada, con el rímel corrido por las lágrimas que no había podido evitar al forzar la mandíbula, abrió bien la boca, sacando la lengua como una buena mascota, para tratar de capturar el máximo de leche posible. Siempre sería mejor que recibirla en los ojos o en la nariz, dónde a mí me gustaba apuntar.

No estaba para remilgos, y, siendo consciente de que mi corrida iba a ser abundante, procedí, con un gruñido gutural, a dejarle su bonito rostro como la radio de un pintor:

-¡A tú salud, cornudo...! -grité mirando a la ventana en la que ya se ocultaba avergonzado el pichafloja de mi padre.

El esperma empezó a salir a borbotones. La cerda cerró los ojos y se encogió asustada por acto reflejo. Algún chorro se estrelló en su lengua o pasó directamente a la garganta, pero el grueso de la corrida se esparció democráticamente por todo su rostro dejando un cuadro espectacular, digno del mejor video porno.

En cuanto la cerda, aún sonriente y, por qué no decirlo, orgullosa, abrió los ojos entrecerrados por los goterones de esperma que colgaban como estalactitas de sus pestañas, decidí inmortalizar la imagen con unas cuantas fotografías.

No estaba seguro de que la tía Luisa se hubiese ido muy convencida del lío en el que se estaba metiendo. Pero en vista de que no pareció muy reticente a mi acoso (y derribo...) sexual y a que al final pareció mostrar un sincero entusiasmo y colaboró activamente en el polvo anal que le eché, decidí presionarla un poco y le mandé un par de fotos de mamá, con su cara regada de lefa, con el siguiente texto:

"Hola, tía, hoy te vas a salvar de acabar igual que tu cuñada y/o de tener que limpiar su cara de puta a lametones, pero que te sirvan estas fotos como anticipo de lo que te espera mañana.

¡Un besote grande, guarrilla!

P.D. ¡No te olvides del vídeo, eh!"

14.

Siempre suele ocurrir. Al final, las cosas se acaban saliendo de madre. Y eso es lo que nos acabó pasando. En cuanto tuve medio domesticada a la tía Luisa me volví más exigente. No sabía cuánto tiempo nos quedaba de encierro pero mi intención era aprovecharlo al máximo y, de paso, sentar las bases para que, en el futuro, cada vez que volviera a casa, porque parece que las visitas a mi antigua ciudad por cuestiones de trabajo iban a ser periódicas, no dejar ni un segundo de descanso a las dos putillas. Estaba emperrado en convertirlas en un tándem perfecto que me dejase la polla lustrosa y los huevos bien secos cada vez que apareciese por la ciudad.

Ya se me ocurriría alguna cosa para neutralizar al viejo, aunque creo que el más interesado en hacer la vista gorda era él mismo. De hecho, después de aquel día en el que puse las cartas sobre la mesa, no volvió a dar señales de vida. Se limitaba a recoger su comida y la ropa limpia en el descansillo y dejarla colada para que se la zorra de su mujer se la limpiase. Se había dado cuenta, finalmente, de que luchar contra el puterío de su mujer (y, ahora también contra el de su hermana) era una batalla perdida, por lo que supongo que decidió ensimismarse y pasar el tiempo encerrado hasta que se acabase la historia de la pandemia. Tal vez después, pusiese pies en polvorosa o, no sé, a lo mejor se quedaba a coexistir en la vivienda como “compañero de piso”, sin derecho a roce, con la furcia de mamá. A saber. Me importaba bien poco, la verdad. Mi único interés era mantener el alojamiento, y los servicios sexuales de las dos puercas, cuando pasase por la ciudad. Lo que hiciera el viejo me daba lo mismo. Además, visto lo visto, creo que para él yo también había dejado de existir. Desconozco si había sido una decepción como hijo o no, suponiendo que de verdad fuera hijo suyo, porque, ahora, conociendo el comportamiento de mi madre, tenía serias dudas de ello…

Pero eso sería más adelante, de momento seguí disfrutando del confinamiento. No me costó demasiado convencer a la tía Luisa para que pudiera alguna excusa peregrina al maricón de su marido y se trasladase a pasar con nosotros lo que quedaba de cuarentena. Así, cada tarde, al salir del trabajo, la puta aparecía por casa para compartir mi polla con mamá, como buenas cuñadas. Y la polla estaba siempre dispuesta y más en forma de lo habitual desde que la tía Luisa se había convertido en mi “camella” de Viagra y estimulantes similares.

No había conseguido que fuesen amigas, pero, a base de polvos, las había convertido en un par de guarras perfectamente compenetrados, siempre atentas a mis deseos y sugerencias y con ánimos de aprender.

Una de las cosas que más me gustaba hacer era sacar a pasear a las perritas a media tarde. Después de retozar en el sofá, normalmente tras haber echado un polvete, las despertaba de la siesta. En pelotas, tal y cómo les hacía ir por casa, sólo con el collar de perra puesto, les enganchaba la cadena y me las llevaba al patio a cuatro patas, para que tomasen un poco el sol en el césped mientras yo me acomodaba en la tumbona dejando crecer mi polla mientras me deleitaba con el espectáculo.

Ellas, que ya sabían lo que yo esperaba, el show empezaba con una coreografía ritual. Las perritas se movían por el césped jadeando con la lengua fuera, oliéndose mutuamente, los coños y los ojetes, y lamiendo el cuerpo de la otra. A veces, se miraban como cerditas y se lamían las caras, antes de acomodarse cada una con la jeta enterrada en la entrepierna de la otra, oliendo a fondo el coño y el culo de la rival antes de empezar a lamerse mutuamente el coño chorreante y el ojete, hasta dejar sus partes relucientes, con el fondo sonoro de una sinfonía de gemidos y algún que otro ladrido, que saben que me gusta… El espectáculo me encantaba, y culminaba, inevitablemente, con un orgasmo de ambas y mi polla preparada para pasar a la acción.

No sé qué pensará mi padre, si algún día se atreve a mirar a través las cortinas del primer piso. En realidad me importa un pepino. Estoy llegando a un punto en el que sólo pienso en explotar a fondo el harén que me ha caído del cielo, el resto me importa una mierda. Sólo el presente, importa. Sólo el presente.

FIN