Confinado con Tía Carmen 6
Tía Carmen y su zapatilla me dieron una buena azotaina por ser un sobrino tan degenerado.
Los siguientes días de confinamiento con Tía Carmen fueron de lo más entretenido. Decirles que ella me pervirtió sería mentirles, pues yo ya había desarrollado unas más que retorcidas fantasías sexuales debido a mi adicción al porno y a masturbarme frenéticamente. Lo que ella hizo fue explorar en esas fantasías, ahondar en ellas y hacerlas realidad. Cada día teníamos dos o tres encuentros sexuales donde ella me dominaba, me infantilizaba, cerdeábamos con la comida, jugábamos con su ropa interior sucia o simplemente follábamos como animales en celo. Para ser sinceros y como les decía no me pervirtió, simplemente mi fetichista sexualidad se vio expandida e incrementada en sus manos. Incluso desarrollé nuevos fetiches…
(…)
Tía Carmen iba a castigarme y eso me ponía cachondísimo. Recordaran el primer capítulo de esta historia, cuando descubrió mi porno y me sorprendió pajeándome con su ropa interior y me castigó dándome una azotaina con la mano y después con la zapatilla. Yo lo tenía clavado en la cabeza y no podía olvidarme de ello y empecé a obsesionarme con sus zapatillas. Me preguntaba cómo deberían oler, como deberían sentirse estallarse en mi trasero, como sería besárselas puestas en sus pies,…
Mi tía sabía de mis más vergonzantes secretos y ella misma había participado en los más nuevos por lo que no tenía sentido ocultárselo. Se lo expliqué una tardé. Estaba sentada en el sofá, vestida con una falda gris que llegaba hasta las rodillas y un jersey de lana granate de cuello alto. Por encima llevaba uno de sus delantales blancos. El pelo castaño lo llevaba recogido en un moño algo desaliñado. Su calzado eran unas zapatillas afelpadas de invierno, cerradas por delante pero abiertas por detrás. Eran de color azul y la suela era de goma amarilla.
-Jajajaja… eres más enfermo de lo que pensaba. Y yo que creía que ya no podrías sorprenderme. – Se burló cuando se lo confesé. – Pero no te preocupes puto degenerado, que la tita ya te dijo que sabe ocuparse de los pajilleros como tú.
Otros se hubieran ofendido por sus burlas, pero a mí la humillación a manos de una mujer madura me ponía enfermo de deseo. Ella lo sabía y la vi sonreír cuando percibió los signos de mi excitación. Levantó una pierna apoyándola en la otra y jugó con la zapatilla, casi quitándosela sin llegar a descalzarse. Bailaba en su pie y mis ojos la seguían como si fuera un péndulo que me estuviera hipnotizando.
-Tendré que castigarte por ser tan pervertido. Desnúdate. – En un segundo me quedé en pelotas. – Arrodíllate y ven aquí.
Gateé hasta ella hasta quedarme justo enfrente, arrodillado. Ella volvió a bajar la pierna se inclinó hacia delante para cogerme la cara. Puso la suya a escasos centímetros de mi rostro y sentí su cálido aliento. Me apretó las mejillas, obligándome a abrir la boca y escupiéndome dentro. Sus ojos castaños eran pura lujuria y malicia. Levantó un poco la pierna para acariciarme con la zapatilla los testículos y el pene, que a estas alturas ya estaba empalmado. La felpa me hizo cosquillas en los huevos y dejé escapar un suspiró de placer cuando la misma felpa llegó a glande. Me soltó la cara y me abofeteó con fuerza, dejándome los dedos marcados en la mejilla.
-Puto pajillero salido. Voy a dejarte el culo más rojo que mi jersey. – Como ya he dicho, era de un color granate oscuro y fuerte. – Me cogió del pelo y me empujó hasta el suelo. –Ya que te gustan tanto bésame las zapatillas.
Me soltó el pelo pero me quedé con la cara a la altura del suelo y llevé mis labios a la felpa. Empecé a besar con fruición, humillándome con aquellos besos. Me hacía cosquillas en los labios y sentía la suavidad del calzado en mis mejillas. Lo que no era suave era mi polla, que parecía a punto de estallar de lo caliente y dura que estaba. Levantó el pie y me obligó a seguirlo con la cabeza. Apoyé la mejilla en la zapatilla y continué besándola.
-Ahora la suela. Bésala y lámela. Venga que lo estás deseando.
La verdad es que me daba un poco de asco besar la suela pero cuando empecé sentí aún más humillación seguida de la consecuente excitación. Me dejé llevar por aquellas sensaciones y lamí la suela. Lo goma amarillenta tenía pequeños relieves y por ellos pasé la lengua, olvidándome del momentáneo asco.
-Muy bien… - Me apartó la suela de la cara y me dejó con ganas de más. – Quítamela con la boca. – Ordenó a continuación.
Mordí suavemente la felpa y tiré de la zapatilla, quedándome con ella en la boca como un perrito obediente. Me quedé así unos segundos mientras volvía a acariciarme, con el pie desnudo, tanto testículos como pene. Finalmente me arrebató la zapatilla de la boca.
-Ahora suplica para que te castigue. –
-Tía Carmen, por favor, castígame. Soy un salido, un pajillero, un enfermo… me lo merezco.
Su sonrisa se ensanchó y me ordenó que me pusiera en su regazo, boca abajo. Mi polla quedó aplastada en sus muslos, por encima de la falda. Aquella posición tenía algo atávico. Me hacía sentir realmente como un chico que merece que lo castiguen y no puedo describirles lo excitado que me ponía eso. Esa sensación se incrementaba con tía Carmen de una manera exponencial. Yo era un joven delgado, bajito y enclenque mientras ella era una mujerona alta, voluptuos
a
, no gorda pero si corpulenta y de carnes llenas. Encima y yo iba desnudo y ni siquiera tenía vello para esconder mi cuerpo totalmente depilado. Ella, en cambio, seguía vestida, cosa que hacía que me sintiera más humillado, indefenso y cachondo.
Sentí la zapatilla sobre las nalgas. No golpeó. Era una caricia que me hacía con la suela de goma, restregándola con fuerza en mi piel suave de adolescente. La goma se sentía un punto rugosa. La refrotó bien y cuando apartó la zapatilla serré los dientes, preparándose para lo que se avecinaba. El primer golpe fue duro y resonó con un sonoro chof por todo el salón. Como estaba preparado no grité, pero tampoco creí que pudiera soportar muchos de aquellos golpes sin aullar de dolor.
La goma mordió mi trasero por segunda vez. La sentí perfectamente magullar mi piel, desplazando la carne de las nalgas con el golpe y haciéndolas rebotar. El tercero y el cuarto zapatillazo llegaron rápidos y seguidos. El dolor era agudo y se extendía por todo mi depilado culito. Azotó una quinta vez, con aun más fuerza y dejó la zapatilla en el trasero, acariciándome otra vez las laceradas carnes.
-¿Esto es lo que querías, verdad? Pues hoy vas a aprender que hay que tener cuidado con lo que uno desea. Cuando acabe contigo vas lamentarlo. –
La amenaza formaba parte del juego. Por lo que a mí respecta estaba empalmadísimo, cachondo perdido y solo podía pensar en nuevos azotes, en el roce y aplastamiento de mi polla contra su falda y muslos y en la rugosa goma contra la piel del trasero. Este empezaba a doler de verdad, pero ese dolor era a su vez sumamente placentero.
-Si tita… castígame… me lo merezco… enséñame la lección… - Jadeé.
-¡Maldito cerdo!- Tía Carmen me dio media docena de zapatillazos muy rápidos y seguidos, además de fuertes. Esta vez tuve que dejar escapar el aire en un furioso resoplido. El culo me ardía de dolor. –Voy a hacerte llorar.
Golpeó y golpeó sin rastro de misericordia, decidida de verdad a hacerme llorar de dolor. Mis resoplidos y quejidos eran cada vez más fuertes y acompañaban a cada uno de sus inclementes azotes. Aguanté como pude, pero después de decenas de zapatillazos no pude más.
-Tita… por favor… duele… -
Había llegado a un punto que lo placentero del dolor desapreció. Seguía cachondo perdido pero mis nalgas estaban totalmente laceradas y mi resistencia al castigo estaba llegando a su fin. Ella paró de golpear pero siguió frotando la suela de la zapatilla en mi piel, como si no quisiera acabar con el castigo.
-Levántate. – Ordenó.
Me quedé plantado delante de ella. Se levantó del sofá. Se subió un poco la falda y empezó a quitarse las bragas. Eran unas enormes bragazas color carne, mis favoritas. Tía Carmen, para complacer mi fetiche de bragas sucias, no se las había cambiado en tres días. Cuando las acercó a mi rostro olí el fuerte aroma que desprendían. Para mí era el más potente de los afrodisíacos. Hizo un ovillo con ellas y me las metió en la boca. El fuerte sabor de su entrepierna llenó mis papilas gustativas.
-No quiero escucharte más… y no creas que he acabado contigo. –Dijo con su voz más autoritaria.
Me cogió por el cuello y me llevó hasta el borde de la gran mesa de madera que estaba en medio del salón. Me empujó hacia abajo, obligándome a apoyar el torso en la mesa y dejar el culo en pompa. Volvió a coger la zapatilla y se puso a mi lado, preparada para una nueva tanda de azotes.
Lloré. Descargó una serie de zapatillazos con tanta violencia que me empezaron a saltar las lágrimas. La zapatilla mordía mi piel y carne una y otra vez. Tía Carmen se empleaba a fondo, resoplando por el esfuerzo. Levantaba la mano y la dejaba caer con todo el impulso para hacer restallar la zapatilla en mi trasero. De vez en cuando paraba, me acariciaba y cogía aliento antes de continuar con la durísima azotaina.
-Cerdo, enfermo, puto salido pajillero,… ya verás lo que es bueno,… tía Carmen te va enseñar de verdad… - Decía mientras azotaba.
Mordí las bragas de mi boca con fuerza intentando no gritar de dolor. Creí que no podría soportarlo mucho más cuando escuché que dejaba caer la zapatilla al suelo. Su mano se coló entre mis piernas y me agarró la polla, que seguía
empalmada
. Lloraba, me ardía el culo, empezaba a lamentar haberle pedido aquel castigo,… pero estaba cachondo perdido,
-Eres como un perrillo en celo… - Dijo mientras me pajeaba por detrás. - … veo que tendré que castigarte muchas más veces, aunque por hoy es suficiente.
Volví a morder las bragas, pero esta vez para ahogar gemidos de placer en lugar de aullidos de dolor. La mano de tía Carmen empezó a sacudirme la polla con el mismo vigor con el que me había azotado con la zapatilla. La postura en que me encontraba, apoyado el pecho en la mesa, el culo en pompa y las piernas separadas, hacía que volviera a sentirme humillado y eso me gustaba muchísimo. De hecho estaba a punto de correrme cuando tía Carmen me soltó la polla y me cogió para levantarme y darme la vuelta. Volvió a cogerme la polla, apretándola con fuerza en la palma de su mano.
-Te dejo el culo morado y mira como tienes la polla, más dura que una barra de hierro. Que enfermo estas sobrinito… y no sabes la suerte que tienes de haber caído en mis manos. – Dijo pajeándome.
Se inclinó y cogió la zapatilla del suelo. Rozó el dorso en mi glande, acariciándolo con la felpa. Aquel tacto era sublime. La apartó y me dio un zapatillazo en los testículos que me hizo dar un pequeño saltito de dolor, aunque el golpe no había sido excepcionalmente fuerte. La miré, con las bragas sucias sobresaliéndome por la boca. Tía Carmen sonreía, divertidísima por la situación.
-Seguro que te encantaría correrte en la zapatillita de la tita… -
Volvió a rozarme el glande con la felpa mientras pajeaba. No aguanté tanta tensión y por fin me corrí, dejándome llevar por el éxtasis. El orgasmo me recorrió de la punta de los dedos de los pies hasta la el último de los pelos de la cabeza. El semen salió disparado contra la zapatilla, manchando de blanco la felpa azul. Casi caigo de rodillas y tía Carmen tuvo que sujetarme. Tiró por fin la zapatilla al suelo. Me fijé en que su mano también se había manchado con algunos espesos goterones de esperma.
-Arrodillate. – Me costó unos segundos comprender la orden de lo aturdido que me había dejado el orgasmo pero un par de segundos después estaba de rodillas enfrente de ella. Me acercó al rostro la mano manchada de semen. – Mira como me has dejado… límpiame la mano. –Añadió, tirando del jirón de bragas que colgaba entre mis labios y quitándomelas de la boca.
Empecé a chuparle los dedos con devoción, limpiándoselos de mi propia lefa. Los lamí y me los puse en la boca, dejándolos sin rastro de semen pero si con mucha de mi saliva. Levanté los ojos, mirando directamente a tía Carmen como un sobrinito obediente. Vi que la azotaina también la había excitado.
Tía Carmen se levantó la falda y el delantal y se sentó encima de la mesa del salón. Yo me quedé de rodillas, justo enfrente de su espeso matojo de vello púbico castaño. Al ver los labios hinchados y la humedad entre ellos no esperé. Lamí la raja de arriba abajo, penetrándola con la lengua. Ella dejó escapar un gemido y sentí como su cuerpo se estremecía. Repetí la operación varias veces, cubriendo la raja de lametones. Los pelos me hacían cosquillas en la lengua y su sabor abrumaba mis papilas gustativas. Con la mano separé los labios vaginales y me encontré con el gran clítoris hinchadísimo. Era tan apetecible que casi el hinco el diente. Lo que si hice fue cubrirlo con mis labios mientras ella se volvía loca. Me cogió la cabeza y la amorró contra su sexo, frotando el coñazo en mi cara.
-Ogh… Dios mío… así sobrinito… come pelo…
Si mi orgasmo había sido intenso el suyo fue brutal. Sinceramente, no se si me calenté más yo recibiendo la zurra o tía Carmen propinándomela. Engullí la cascada de flujos en que se convirtió su coño mientras ella jadeaba, poseída. Aparté la cara de su coño y dejé que se recuperara un poco. Me levanté y en uno de los espejos de salón me vi el culo. Estaba de color granate, casi como el jersey de tía Carmen.
-Ya te lo he dicho… iba a dejarte el culo como un mapa. - Giré la cara para mirarla. Seguía con las piernas espatarradas, sentada encima de la mesa. – Ahora sé un buen chico y dame las gracias por tratarte como te mereces.
-Gracias tita. – Le dije sonriendo.
Continuará…