Confinado con Tía Carmen 5

Merienda y ducha con la guarra de mi tía.

La mañana siguiente volví a despertar en la cama de mi tía. Aún olía a sexo y sudor después de una segunda noche de desenfreno y vicio. Me duché y desayuné con tía Carmen. Pasé gran parte de esa mañana haciendo clase de manera virtual debido al confinamiento por la Covid y cuando terminé tía Carmen me reclamó el ordenador.

-Ayer te dije que la tita iba a comprarte ropa interior. Lo tendré que hacer por Internet así que porque no te desnudas y te sientas en mi falda para ayudarme.

No tenía ningún motivo para rechazar la propuesta y acabé desnudo, en su falda, mientras estábamos en el escritorio buscando prendas de ropa interior femenina para mí. Tía Carmen tenía una mano en el ratón y la otra en mi polla. Obviamente tuve una rápida erección así que mi tía iba pajeándome mientras escogía prendas.

-Estarías guapísimo, o guapísima, vestidito así. – Comentó mientras veía unas braguitas infantiles, blancas y con personajes de dibujos animados. Y con este tanguita de putón… - Añadió cuando en la pantalla apareció un tanga de hilo de color rojo... – con tus huevecitos bien depilados colgando. – mientras lo decía los presionó suavemente, haciéndome temblar en su regazo.

No quiero extenderme en esta escena ni describirles mucho la ropa interior que me compró. Ya lo haré cuando les cuente lo que pasó el día que llegó el paquete con todas las prendas. Simplemente diré que después de un rato de revisar todo tipo de prendas íntimas femeninas mientras ella me masturbaba acabé corriéndome en la mano de mi tía. Después me puso los dedos manchados de semen en la cara y entre los dos, besándonos, limpiamos su mano. Al acabar me empujó de la falda y me pidió que me vistiera. En 10 minutos iba a tener la comida hecha.

(…)

Aquella tarde tía Carmen no me llevó a hacer la siesta en su cuarto y aproveché el tiempo para hacer los deberes del instituto y avanzar faena en cuanto a trabajos. Decidido a aprovechar todo el tiempo posible durante aquel confinamiento domiciliario pensé que lo mejor sería dedicarme a estudiar esos ratos para gozar después de tiempo de calidad con mi viciosa tía.

Era media tarde cuando llamó a la puerta del pequeño cuarto en que había dormido hasta hacía dos días. Allí podía estudiar tranquilamente en el viejo escritorio. Cerré el portátil y esperé a que entrara. Nada más verla supe que se avecinaba uno de esos ratos de calidad de los que se les hablaba. Iba con un conjunto lencería de encaje, seguramente de cuando era más joven pues le iba algo pequeño. Sus tetazas rebosaban el sujetador azul cielo. Incluso las areolas sobresalían. Por los laterales de las braguitas, a juego con el sujetador, se escapaban algunos de esos deliciosos y poblados vellos púbicos que tanto me excitaban, Las medias eran hasta medio muslo, sujetadas por un ligero. Entre las manos llevaba una bandeja con un yogur, un vaso de leche con cacao y galletas.

-Ya que estudias tanto he pensado que te apetecería que la tita te diera una buena merienda. –Dejó la bandeja en el escritorio y se sentó, a horcajadas, en mi falda.

Me besó, con su lengua húmeda, ágil y descarada paseándose por mi boca. Mi pene despertó de golpe, creciendo y llenándose de sangre. Ella notó la erección a través de mi pantalón de chándal y apoyó su peso en ella, frotándose. Me quitó la camiseta y me acarició el pecho, frotando sus pulgares en mis pezones.

-¿Quieres que la tita te de la merienda? – Preguntó con aquel tono de voz que mezclaba infantilización, burla y lujuria a partes iguales.

Sin esperar respuesta cogió un par de galletas y las mojó en la leche. Bien empapadas, se las llevó a la boca y las masticó. Me cogió la cara, apretando para que abriera la boca y me escupió la asquerosa y a la par deliciosa pasta de galleta, leche y babas dentro. Engullí la mezcla, más que complacido por la manera en que me estaba dando la merienda. Ella ya debía notar mi erección, sentada sobre ella como estaba. Se refrotó en mi regazo, haciéndome gemir.

-¿Está rica la merienda de la tita? – Me preguntó mojando dos galletas más en la leche. -¿Vas a ser un buen sobrinito y vas a comerte todas las galletas?

-Si tita. – Respondí, ansioso por más de aquello.

Tía Carmen me complació, llevándose las galletas en la boca y masticándolas parsimoniosamente. Yo ya la esperaba con la boca abierta y dejé que escupiera el contenido de la suya dentro de la mía. Antes de que me diera cuenta ya cogía dos galletas más y las mojaba con leche. Las masticó y esta vez, en lugar de escupirme en la boca, dejó caer aquella machacada pasta de leche, galletas y saliva en su escote. La pasta se deslizó entre sus tetas, quedando mucha de ella en el canalillo apretado por el sujetador. Me sumergí en aquella mole de carne lamiendo teta y sorbiendo pasta de galleta masticada y pecho por igual.

-Así mi niño, que no quede nada, comételo todo para la tita. –Se desabrochó el sujetador y lo dejó caer mientras yo seguía hundido en sus orondas carnes.

Aunque eliminé todo rastro de pasta de galleta masticada seguí comiéndole las tetas, ahora ya sin ninguna traba. Las sujetaba con las manos mientras mi rostro continuaba bien encajonado entre ambas montañas. Ella cogió las ultimas galletas, las mojó en la leche y las masticó. Me apartó de su busto tirándome del pelo, manteniéndome la cabeza levantada. No escupió la galleta, la traspasó boca a boca con un beso, dejando caer la pasta lentamente en el interior de la mía. La engullí mientras nos besábamos.

-Ahora termínate la lechecita.

Tía Carmen se bebió el vaso de leche con cacao de un golpe, pero no se lo tragó, si no que dejó caer el líquido en el interior de mi boca, poco a poco, manchándome en el proceso el pecho, las mejillas y el cuello. Era como una fuente de deliciosa leche con cacao y una buena dosis de saliva de madurita viciosa.

-¡Muy Bien! – Exclamó al acabar con una sonrisa. Seguía tratándome como a un niño y eso me ponía a mil, principalmente porque lo que estábamos haciendo tenía poco o nada de infantil.

Se levantó de mi falda y se quitó las bragas, quedándose completamente desnuda. Mis ojos fueron directos al espeso y peludo bosque de su entrepierna. Mientras yo me quedaba embobado con el cuerpazo desnudo de mi tía ella cogió el yogurt y le abrió la tapa. Se recostó en la cama y metió dos dedos dentro del yogurt. Los sacó y empezó a embadurnarse las tetas, primero una y después de la otra.

-¿No vienes a comerte tú yogurcito?

No tuvo que repetir la pregunta. Me abalancé sobre ella y empecé a comerle las tetas, sorbiéndole el yogurt de la carne. Enseguida noté como sus grandes pezones de enormes areolas se endurecían al contacto de mi lengua y labios. Continué amorrado a su busto rato después de haber limpiado toda la piel del yogurt, hasta que ella me apartó de un suave empujón.

Derramó más yogurt, esta vez sobre su vientre y barriga, desde las tetas hasta casi su sexo en una línea recta y descendente. Yo, sobrinito obediente, continué comiéndome mi merienda de su generoso y voluptuoso cuerpo, lamiendo su piel, chupándola entera y dejándola reluciente de saliva.

Debía quedar la mitad del yogurt. Tía Carmen lo removió con los dedos, dejándolo casi líquido. Me puso los dedos manchados en la boca y me hizo chupárselos y limpiarlos antes de derramar el resto del contenido encima de su velludo coñazo.

-Venga sobrinito,… acábate la merienda. – Dijo de manera turbia señalándose la entrepierna.

Me amorré a su sexo, hambriento y cachondísimo. El yogurt empapaba su enmarañado vello púbico y se deslizaba hasta su abierta y caliente rajita. Ella también estaba excitada y húmeda y el sabor del yogurt se mezclaba con sus flujos vaginales. Era algo delicioso…

-Si… así… mi sobrinito… obediente…- Gimió mientras yo limpiaba su coño hasta dejarlo reluciente.

Le comí el coño a Tía Carmen como un poseso. Lamía su rajita, penetrándola con la lengua. Chupaba sus hinchados labios vaginales, estirándolos suavemente. Succioné su clítoris, aprisionándolo con cuidado en mi boca. Bebí flujos y comí pelos pues ya hacía rato que no quedaba ni una gota de yogurt. Ella me sujetó la cabeza e incluso me empujó contra su sexo, no dejándome ni un segundo de respiro. Gozaba como una loca y pronto llegó al orgasmo, regándome la cara con su corrida y flujos. Que rico estaba aquel néctar de mujer madura; era intenso y fuerte y tenía el más puro sabor de la feminidad.

Saqué la cabeza de sus carnosos muslos y me quedé sentado en la cama. Ella se incorporó, sentándose a mi lado, y reparó al instante en la erección que presionaba el pantalón de chándal que yo llevaba. Me la agarró por encima de la ropa mientras me besaba. Nos morreamos: con mucha lengua, con mucha saliva, con mucho vicio,… su mano se coló por debajo del pantalón para poder cogerme la polla con fuerza y masturbarme. No sé cuánto rato estuvimos así, pero finalmente nuestras bocas se despegaron.

-Que sobrinito tan bueno que tengo… te has comido toda la merienda y eso se merece un premio. ¿Quieres correrte en las tetas de la tita? –

No creo que les sorprenda si les digo que mi respuesta fue un más que entusiasta sí. Se arrodilló enfrente de mí y me quitó los pantalones. Me agarró la polla, dibujando su más lujuriosa sonrisa, y me escupió una abundante dosis de saliva en el glande mientras me pajeaba. Volvió a escupir, pero esta vez en el canal que separaba sus tetazas talla 140, enormes, un punto caídas y estriadas, blandas y blancas...

Me soltó el pene, se separó las dos ubres y lo metió entre ellas, volviéndolas a cerrar con él en medio. Mi polla desapareció, enterrada completamente en carne. Me sentí rodeado por una cálida blandura que era sublime, sobre todo cuando empezó a sacudirse las tetas arriba y abajo.

Les repito que lo que tenía mi tía no eran tetas, eran ubres. Eran demasiado gigantes, demasiado blandas, demasiado suaves,… y me producían un placer que es difícil explicar con palabras. Me cubrían totalmente la polla y solo con él vaivén la puntita de mi capullo podía salir de vez en cuando para tomar aire. Ella lo aprovechaba para escupir algún salivajo que lubricaba y refrescaba a la vez. No dejaba de mirarme a los ojos, sonriendo lasciva y disfrutando de como el placer crispaba mi rostro y me hacía gemir su nombre.

-Tita… Carmen… oh… Dios… que bien… joder… - Balbuceaba jadeando palabras casi inconexas, totalmente embargado por la sensaciones que provocaban sus tetazas.

-Si mi niño… ya sabía yo que te gustaría. Ahora sigue siendo un sobrinito obediente y riégame las tetas de leche… la tita quiere tu semen calentito…

No tardé en complacerla y estallé rodeado de aquella increíble carne. Fue una explosión de semen que le llenó los senos, embarrándole de blanco el interior de las tetas, el pecho, el cuello,… Ella continuó sacudiendo, sin parar hasta que vio de ya no brotaba más lefa y mi respiración se normalizaba después del orgasmo.

-Me encanta sentirme sucia… - Susurró mientras esparcía mi leche por sus tetas. -… pero después uno tiene lavarse bien. ¿Porque no me acompañas a la ducha? –No supe negarme y la seguí.

(…)

Cinco minutos más tarde tía Carmen y yo estábamos en la ducha, bajo el chorro de agua caliente que rociaba nuestros cuerpos. Yo me dedicaba a repasar su cuerpo con esponja y manos, llenándola de espuma a mi paso. Sus carnosos muslos, su gran culazo, su barriguita de mujer madura, la peluda entrepierna, las mismas tetazas donde acababa de correrme,… Tal actividad había hecho que polla renaciera y aunque no estaba dura del todo sí que estaba semi erecta, morcillona como decimos en mi país.

Ella también parecía seguir con más ganas de sexo. Lo supe cuando mi mano se coló entre sus muslos y le palpé el sexo. Lo encontré húmedo, y no era del agua de la ducha, y deslicé un dedo al interior de su rajita con bastante facilidad. Hurgué en la cueva y empecé a masturbarla suavemente. Ella me plantó uno de aquellos morreos llenos de lengua y saliva en la boca y me agarró la polla para terminar de endurecerla en la palma de su mano.

-Empálmate bien que la tía tienes ganas de polla… quiero que me folles… - Jadeó entre besos sin dejar de pajearme.

Ya no había rastro del tono infantilizante y juguetón. Su voz transmitía un urgente deseo de sentirse penetrada y follada. Lo percibí al notar como su coño se inflamaba y encharcaba. Yo también sentí aquella urgencia por estar dentro de ella y mi polla acabó de empalmarse completamente.

Tía Carmen no esperó y casi me tira al suelo de la bañera. Me tumbó y se sentó sobre mí, con las piernas abiertas para poder empalarse en mi polla. Su coño se tragó mi sexo de un golpe. Decir que su interior estaba húmedo y caliente es quedarse corto. Apoyó las manos en mi pecho y empezó a cabalgarme. Era ella la que me estaba follando a mí, usando mi pene como un mero juguete sexual.

Eso no quiere decir que yo no lo disfrutara, ni mucho menos. Agarré una de sus tetazas y la estruje. La otra se balanceaba al ritmo de su cabalgada. Jugué con el enorme pezón, pellizcándolo y tirando de la carne, estirando el seno. Ella me devolvió mis atenciones haciendo lo propio con mi pezón, también pellizcándolo. Me cogió la cara, acercando la suya a la mía. Escupió en mi boca entreabierta para después besarme con aquel pasional vicio que la caracterizaba. Acabó el beso mordiéndome el labio.

-¿Te gusta follarte… a tu tía,… degenerado? – Preguntó, jadeando y con la sonrisa deformada por el placer.

-Si… -Apenas suspiré mi respuesta, casi sin aliento.

Me abofeteó sin dejar de cabalgarme. Sentí sus dedos marcados en la mejilla. Me dio una segunda bofetada antes de volver a cogerme la cara y escupirme un espeso salivajo dentro de la boca. Que guarra era aquella mujer,… era mi sueño prohibido, la personificación de todas mis perversas fantasías. Mi propia Tía me estaba follando; me tenía tumbado en la bañera mientras ella me cabalgaba con furia, me escupía, me abofeteaba y me pellizcaba los pezones,… Mi polla salía y entraba de su coño una y otra vez y apenas podía soportarlo.

Tía Carmen no quería que me corriera tan pronto y enseguida se dio cuenta que yo estaba cerca del orgasmo. Paró su frenética monta y se levantó, dejando mi polla mirando al techo y escurriendo flujos vaginales. Me ayudó a levantarme y se puso de espaldas, apoyando una mano en la pared del baño y con la otra separándose el muslo y mostrándome su famélico coño.

-Venga, métemela enfermo. Fóllate a la hermana de tu madre. –

La agarré por la cintura, encaré mi pene en la entrada de su coño y empujé. Entró con un solo golpe. Empecé a bombear, embistiendo a mi querida tía con todas mis fuerzas. Jadeó, retorciendo su enorme cuerpazo, temblado de gozo. No me pude contener y le di una palmada en el gran trasero, haciéndolo rebotar.

-Calla zorra…

Iba a tomarme mi venganza por sus pellizcos, mordiscos y demás. Le di otro manotazo en el culo, agarrando su carne y apretándola con fuerza. La azoté un par de veces más. Colé una mano por su cuerpo y volví a estrujarle la teta. Sabía que le hacía algo de daño pero a ella parecía gustarle. Mi tía no tenía límites en cuanto al sexo. Gozaba como una loca, siendo dominante, con los fetiches,… y ahora siendo insultada y tratada como un trozo de carne.

-Si… soy una zorra… una guarra… dame duro… no pares… - Estaba presa de un frenesí sexual fuera de lo común.

No lo dudé y cogí su mojada melena castaña. Cuando la tuve bien agarrada tiré de ella, obligándola a venir hacia mí. Dejó escapar un ronco y largo gemido. Sin dejar de taladrarla le lamí primero el cuello, lo chupé después y finalmente lo mordisqueé, haciéndola casi gritar. Mi otra mano seguía bien aferrada a su teta y mis dedos volvían loco el pezonazo.

El orgasmo de Tía Carmen casi la tira al suelo. Suerte que yo la tenía bien cogida. Tembló, se estremeció, gimió,… sentí en mi polla los espasmos de sus paredes vaginales y el torrente de humedad que le siguió.

No me paré y continué dándole, penetrándola una y otra vez, sin parar. Ella se dejó hacer, sabedora de que yo no iba durar mucho. De hecho poco después de su orgasmo llegó el mío. Me corrí dentro, expulsando toda mi semilla en el interior de su coño. Gruñí y jadeé mientras descargaba y no se la saqué hasta que no salió más leche de mi pene.

Tía Carmen, con una mezcla de semen y flujos vaginales deslizándose por la cara interna de sus muslos, se dio la vuelta y me besó, ya saciada de sexo. Al menos temporalmente. Terminamos de ducharnos y nos vestimos.

(…)

Horas más tarde, después de cenar, nos retiramos hasta el cuarto de Tía Carmen donde ella se aprovechó de mi juventud y capacidad de recuperación para volver a ponerme cachondo. Nos pusimos a follar y acabamos desnudos, exhaustos y sudorosos, tumbados en su cama. No tardamos en dormirnos, ahítos de sexo hasta el día siguiente.

Continuará…