Confinado con Tía Carmen 3
Tía Carmen continuó haciendo mis fantasías realidad. Primero me depiló y jugó con mi culito. Después, por la tarde, me llevó hasta su cuarto para una fetichista fiesta de ropa interior.
La mañana siguiente desperté en la cama de mi tía pensando que todo había sido un sueño. Al verme desnudo y en aquella habitación me di cuenta que el sueño había sido muy real. Me levanté, fui al baño y después a mi habitación para vestirme con un viejo chándal de estar por casa y una camiseta.
Tía Carmen desayunaba en la cocina. Su vestimenta era de lo más sugerente, al menos para mis fetichistas estándares. Llevaba un delantal blanco, sin nada más debajo que unas bragas color carne, del tipo de vieja. El delantal apenas podía contener sus ubres y la mórbida carne desbordaba la prenda por delante y por los laterales. Se levantó para saludarme con un beso con lengua, lánguido, lento y vicioso.
-Buenos días Carlitos, espero que hayas dormido bien. Siéntate a desayunar que tienes que reponer fuerzas que dentro de un rato… digamos que tengo pensadas algunas cositas.
Di buena cuenta de las tostadas recién hechas mientras ella me observaba comer. Devoré rápido, no sólo hambriento de comida. Ver a mi tía con aquella escueta vestimenta me había despertado la lujuria y no podía esperar para comprobar que nueva perversión había ideado aquella mujer.
-Vamos a mi habitación… Tita Carmen va a depilarte. Voy a dejarte sin ningún pelito por debajo del cuello. Estarás guapísimo.
No quiero extenderme en cuanto a la depilación. Tía Carmen me desnudó y me tumbó en la cama. Se dedicó, paciente, a quitarme todo el vello del cuerpo. Me puso cera en los muslos, en el culo, en el pecho,… afeitó mis testículos y mi vello púbico y terminó repasando los últimos pelitos con unas pinzas. Lo hizo divirtiéndose con cada una de mis muecas de dolor y quejidos.
-Tanto no te ha dolido. – Dijo al terminar, señalando mi pene empalmado y duro.
Era cierto. Mis pulsiones de sumiso ante una mujer madura habían tomado el control y al ser depilado por ella, sintiéndome en sus manos, la excitación había despertado. Era como un estado de trance donde sólo existíamos mi tía, yo y nuestras perversiones. Además de que mi fetichismo por las mujeres mayores y la lencería, al verla sólo con bragazas de vieja y el delantal rebosante de tetas y carne, era un estímulo insistente y excitante. Otro de mis fetiches, el de la infantilización, llegó cuando Tía Carmen dijo con aquella vocecita que simulaba y parodiaba hablar con un niño chico:
-Ahora la tita va a darte un baño y va a enjabonarte bien esta pielecita tan suave… es hora de limpiar estos huevecitos y esta pollita sucia. – A sus palabras añadió una caricia a susodichas partes.
La bañera no tardó en estar llena de agua caliente y densa espuma. Tía Carmen me ayudó a meterme dentro y se quedó de rodillas al lado. Cogió una esponja y empezó frotarme con ella el bajo vientre, acariciándome la polla. Me sentía raro sin ningún vello en el cuerpo pero tengo que reconocer que sus caricias se sentían suaves, además de que mi polla se veía mucho más grande sin el bosquecillo que antes la rodeaba.
-Ves que guapo estás depiladito y que piel tan suave. –Pareció leerme el pensamiento mientras continuaba acariciando con la esponja mi pecho, mis brazos y en definitiva, todo mi cuerpo. –Y verás cómo te gusta lo que va a hacerte la tita.
Abandonó la esponja flotando en el agua y empezó a hacer lo mismo pero con la mano desnuda. Me acarició, metiéndome la mano entre los muslos para acceder a mis testículos. Jugó con ellos, sopesándolos entre sus dedos. Bajó aún más, explorando con un dedo el pliegue de carne que separa ambas nalgas. Inconscientemente levanté mi grupa, dándole acceso a mi trasero. Sentí la yema del dedo en la entrada de mi ano.
-Hay que limpiarlo todo muy bien porque después la tita va a jugar con tu culito. –Continuó sin abandonar el tono sensual, infantil y juguetón. -¿Vas a ser un sobrinito obediente y dejarme jugar con tu agujerito?
No podía negarme. Que fuera a explorar mi ano era como tantas otras cosas. Lo había visto mil veces en el porno, había fantaseado con ello, pero no dejaba de darme un poco de miedo ahora que había llegado el momento de experimentarlo a manos de mi tía. Asentí con la cabeza como respuesta a su pregunta y me dejé llevar. Ella continuó acariciando la raja de mi culo, presionando suavemente el ano de vez en cuando. Me relajé un poco y dejé que la excitación y el morbo por aquella hembra, madura y tetona, me llenaran. Era sencillo, viéndola solo con el delantal que no podía abarcar la cantidad de carne de las tetas. Por el espejo del baño me fije en su redondo y gran culazo, cubierto por aquellas bragas color carne de vieja.
La visión de su culazo se evaporó cuando se levantó y me pidió que yo hiciera lo mismo. Cogió una toalla y me secó con vigor, de nuevo tratándome como a un niño e infantilizándome. También secó mi polla, mis testículos y la rajita de mi culo, aunque con mucha más suavidad, estimulándome con sus caricias.
-Vamos a la habitación. –Dijo.
Una vez allí me hizo tumbar en la cama. Para asegurarme que estaría quieto cogió dos pañuelos de tela y me ató con ellos las manos al cabezal de la cama. Debajo de la espalda me puso un par de cojines que levantaban mis piernas y mi trasero. Tenía también preparados dos guantes de plástico grueso, de los que se usan para fregar y limpiar.
-Ya verás cómo te gusta que la tita juegue con ese culito virgen y apretadito que tienes. –De la mesita de noche cogió un bote de crema hidratante después de ponerse los guantes.
El primer chorro de crema lo derramó sobre mi pene. Lo cogió y embadurnó la crema a la par que me pajeaba muy lentamente. Gemí y me estremecí con aquello, revolviéndome en la cama. Dejó de pajear para también encremar y masajear los testículos. De la misma manera que había hecho en la bañera la mano fue bajando, encontrando mi expuesta raja del culo. La masajeó, concentrándose en el ano y empezando a prepararlo para lo que venía. Se puso más crema en la mano, haciendo que los dedos se deslizaran con suma facilidad. El tacto de la crema y los guantes en esas partes de mi cuerpo se sentían extraños pero muy placenteros.
Resiguió con los dedos bien untados en crema toda la raja, ayudada por mi postura. Los cojines de debajo de la espalda me mantenían la grupa bien levantada y no tuvo ningún problema a la hora de masajear mi ano. Este se estremeció, como si supiera que iba a ser profanado por los dedos de mi tía.
-Vamos allá. – Avisó.
La falange del enguantado dedo entró en mi ano con facilidad gracias al masaje y la crema. Aun así sentí una presión y un punto de dolor que me hizo gemir. Empujó, metiendo el dedo más hondo en mi inexplorada cueva. Lo movió suavemente, ensanchado el ano, ayudada por la lubricación de la crema. La mano libre, también enguantada, la llevó hasta mi polla para masturbarme mientras me penetraba analmente.
-¡Pero mira cómo te retuerces! Pareces una anguila… - Tía Carmen reía divertida ante las reacciones de mi cuerpo a su exploración anal. – ¿Pero te gusta verdad?
-Si… tita… - Gemí casi sin aliento.
Ya tenía todo el dedo en el interior de mi ano y lo movía, abriéndolo cada vez más. Me pajeaba a la par, produciéndome una increíble explosión de placenteras sensaciones provenientes tanto del sexo como del culo.
-Mi sobrinito degenerado… - Continuaba riéndose y burlándose ella. - … ya sabía yo que no podrías resistirte al dedito de tita Carmen. Eres un enfermo al que le gusta que jueguen con su puerta de atrás. – añadió.
Sentí más presión cuando un segundo dedo pugnó en la entrada de mi trasero. La crema y lo dilatado ya por el primer dedo ayudaron a que tía Carmen me lo metiera de un solo golpe, haciéndome aullar de placer y dolor a la vez.
-Que pervertido. Seguro que te mueres de ganas porque tu tita te folle el culito… si me lo suplicas.
-Tía Carmen… te lo suplico… fóllame el culito… con los dedos…
Mis deseos fueron complacidos. Mi tía, arrodillada entre mis piernas, empezó a sacar y meter sus dos enguantados dedos. La otra mano seguía masturbándome, a veces poco a poco, a veces rápidamente y volviendo a ralentizarse segundos antes de que pudiera correrme. Me tenía loco, desesperado y en un trance de deseo y placer.
Realmente parecía que me follaba, hurgando con los dedos cada vez más hondo y sacándolos y metiéndolos con más fuerza. Yo, medio ido ya, la observaba con los ojos entreabiertos, con su delantal blanco rebosante de carne de tetas. Una, debido al vaivén de su cuerpo, se le había escapado por un lateral. Aquel gordísimo seno también se balanceaba al ritmo que tía Carmen me follaba por detrás.
-Así… oh… más… tita… tita… no puedo… más…
-Si mi niño, goza, siente mis deditos partirte en dos. – Respondía a mis jadeos hurgando y moviendo los dedos en mis entrañas. – ¿Vas a correrte para la tita? –Añadió al comprobar que apenas me quedaba resistencia.
-Si… tita… si… ¡Si! – Grité cuando llego el orgasmo.
La sodomía digital a la que había sido sometido intensificó el orgasmo hasta unos niveles que jamás había experimentado. Una exagerada cantidad de semen salió disparada hacía arriba, impulsándose por las sacudidas de tía Carmen. Al caer me manchó todo: el vientre, el pecho,… también cayó encima de la cama y en el delantal y el brazo de tía Carmen. Fue un lo más parecido a un volcán en erupción que puedan imaginarse.
-Que bien mi niño. – Tía Carmen celebró mi corrida sonriendo y sacándome los dedos del culo. Se quitó los guantes, uno de ellos también profusamente manchado de esperma, y se inclinó sobre mí para besarme con ternura.
El orgasmo me dejó casi comatoso y recibí pasivamente los labios y la lengua de mi tía. Me desató y me ayudó a levantarme, acompañándome a la ducha para que pudiera volverme a limpiar después del estropicio de aquella corrida de record. Mientras me duchaba se volvió al cuarto y a través de la pared escuché como se masturbaba, aliviándose también del calentón. Aquella mujer me sorprendía de una manera increíble, y lo que es mejor, aun guardaba muchos ases bajo la manga.
(…)
Después de la depilación y la experiencia anal mi tía no quiso desaprovechar mi piel suave y sin ningún vello corporal. Normalmente le gustaba echarse en el sofá después de comer y dar alguna cabecita con la tele puesta. Pero aquella tarde tenía en mente otro tipo de siesta.
-Carlitos cariños, quieres venir a la habitación de la tita a hacer una siestecita especial. –Casi no era una pregunta y no necesitaba respuesta.
Cuando entré en su habitación ya me esperaba recostada sobre la cama. La lencería que llevaba puesta no la conocía de mis expediciones en el cesto de la ropa sucia. Se trataba de un camisón lencero, de tela transparente y púrpura. El tanga era minúsculo, de un parecido tono lila. La prenda no podía contener el espeso matojo de vello púbico que desbordaba por los lados y por arriba. Las medias también eran púrpuras, semi transparentes, hasta la mitad del grueso muslo.
Mi rellenita y voluptuosa tía vestida de aquella manera me dejó sin palabras, plantado enfrente de su cama y con una erección creciendo a un ritmo vertiginoso. Ella también me miraba, satisfecha de la reacción que había provocado en mí.
-Desnúdate. – Dijo levantándose de la cama y yendo hasta la cajonera que tenía en un rincón.
En unos segundos me quedé en pelotas y con la polla bien dura. Ella abrió el cajón y de allí empezó a sacar lencería. Encima de la cama se amontonaron todo tipo de prendas: algunas de sus habituales bragas de vieja de color carne, enormes bragazas de algodón blanco, sujetadores reforzados talla 140 capaces apenas de contener aquellos dos grandes y pesados globos de carne blanda,… había otras prendas que yo no conocía: algunos tangas, braguitas de encaje, camisones lenceros como el que llevaba,…
-Ayer dijiste que a veces me robabas la ropa intentar y te la ponías para pajearte. Quiero ver cómo te queda, todo depilado. La mayoría seguro que te van grandes, pero tengo algunas prendas de cuando era más joven y delgada. –Se quedó con unas braguitas en la mano, negras, de encaje.
Se inclinó para ponerme las braguitas. Levanté primero un pie y después el otro, ayudándola. Las subió, poco a poco, en una caricia por mis piernas y muslos. Me las colocó bien, tarea difícil teniendo en cuenta el bulto de mi erección. Su mano frotó el bulto mientras a mí me cogía la cabeza y me la hundía en su escote. Yo era un muchacho bajito y delgado, más bien enclenque, por lo que apenas ofrecí resistencia cuando me empotró contra la pared, empujándome con el cuerpo. Cogiéndome del cuello me apartó de sus sofocantes tetazas, tirándome la cabeza para atrás, para poder escupirme en la boca entreabierta. Recibí su salivajo con deseo y vicio.
-Estás guapísimo con las braguitas. O tal vez debería decir guapísima. Te pones cachondo poniéndote bragas, te ha encantado que te follara en culito,… tal vez tengo una sobrinita en lugar de sobrinito. Si no fuera por la buena follada que me distes ayer diría que tengo aquí una mariquita.
Sus burlas y humillaciones me excitaron aún más. Que una mujer madura como ella me humillara un poquito y jugara conmigo formaba parte de mis fantasías. Dejé que continuara mientras seguía frotándome la polla por encima de las braguitas. De hecho la animé a que siguiera.
-Aquí, contigo,… los dos solos,… soy lo que tú quieras. Tu sobrinito degenerado, tu sobrinita cachonda,… soy tuyo, tuya, ahora mismo me da igual.
Me besó, llenándome la boca de babas. Al separarse me mordió el labio inferior, estirándolo suavemente. Lo soltó, apretando sus morros a los míos. Era un beso pasional, violento y agresivo. Me empujó de nuevo, tirándome en la cama, al lado del montón de ropa interior. Ella se inclinó y empezó a rebuscar hasta sacar unas de sus bragas de vieja color carne.
-Seguro que te van grandes y sé que prefieres robarlas del cesto de la ropa sucia, pero me apetece ver cómo te quedan.
Ella misma me quitó la primera prenda para ponerme la segunda. Tía Carmen tenía razón, aquellas bragas me iban grandes. Eso se veía atenuado por la erección, que mantenía la tela en tensión. Ella la cogió, masturbándome por encima de las bragas, haciéndome gemir, cada vez más cachondo.
Nos quedamos tumbados, con tía Carmen recostada sobre mí besándome con aquel vicio suyo y frotándome el paquete como una posesa. Su otra mano se había apoderado de uno de mis pezones y jugaba con él, también frotándolo con el dedo gordo, pellizcándolo y endureciéndolo.
-Que cachondo vas. – Continuó con el tono burlón. – Con lo que te gusta ponerte braguitas tal vez tenga que comprarte las tuyas propias. ¿Te gustaría? – Apretó con más fuerza mi polla, haciéndome jadear. - ¿Quieres que la tita te compre braguitas?
-…Sí… - Gemí.
-¡Qué bien! Ya verás, te compraré de varios tipos y desfilaras para mí. También podremos jugar a tita y sobrinita…
No sabía a qué se refería con lo de jugar a tita y sobrina y tampoco tenía demasiado tiempo ni mente fría para reflexionar sobre ello. Tía Carmen ya me estaba quitando sus bragas de vieja para escoger otra prenda. Eran también braguitas y supuse que debía de conservarlas de cuando era más joven pues su tamaño era menor. Se me ajustaron bien, aunque siempre con problemas por mi dura erección. Eran de color crema, con un bonito lacito como adorno.
Ya puestas tía Carmen me puso de rodillas sobre la cama. Me abrazó por detrás para continuar jugando tanto con mis pezones, a estas alturas ya empitonados, y con el bulto de la erección. Aprovechó la posición para besarme el cuello, morderme el lóbulo de la oreja y meterme la lengua en lo más hondo de mi oído interno.
-Como disfrutas verdad… que bien se lo pasa mi sobrinito pervertido con su tita… como le gusta travestirse… que cachondo se pone cuando la tita le viste con sus braguitas…
Me susurraba en la oreja, sensual y roncamente, sin dejar escapar en ningún momento ni mis ya hipersensibilizados pezones ni mi polla a través de la ropa interior que me iba poniendo. Poco a poco volvió a tumbarme en la cama. Abandonó mis pezones, que no mi sexo, para colar la mano entre sus muslos y acariciarse por encima del diminuto tanga.
-A la tita también le pone muy perra verte con su ropita interior. – Jadeó mientras se acariciaba.
Los dedos se le metieron por debajo del tanga y empezó a masturbarse sin disimulo. El escote del camisón fue agitándosele cada vez más, su mirada se volvió vidriosa y gimió con el aliento entrecortándosele. El tanga era tan pequeño que con la mano metida dentro no podía cubrir casi nada de aquel peludísimo sexo. Podía ver perfectamente como tenía los labios hinchadísimos y como segregaba una ingente cantidad de flujos vaginales. Tía Carmen era la primera mujer con la que estaba y no tenía elementos para comparar, pero ella misma me confesó más tarde que sus corridas y producción de fluidos vaginales eran anormalmente superiores a la media. Como creo que ya dije todo era exagerado en tía Carmen: sus tetazas, sus cuerpo voluptuoso y rellenito, su gran coño, su lascivia y libido… incluso esta particularidad de su anatomía, la de correrse casi como una fuente, era demasiado.
Cuando se corrió, en apenas un par de minutos, el tanga se empapó de aquella secreción que fluía abundante del interior de su coño. Se restregó el tanga en el coño, llenándolo de su corrida e incluso quedándose pegados en la tela algunos de aquellos rizados y espesos vellos púbicos. Se quitó el tanga, balanceándolo encima de mi cara.
-Quiero que me sientas, que me huelas, que me saborees. – Dijo restregando el empapado tanga en mi cara y poniéndomelo en la boca a modo de mordaza.
Vaya si la sentí, la olí y la saboreé. Aquel tanga lleno de fuertes e intensos fluidos en mi boca fue la gota que colmó el vaso. Todo el deseo acumulado se agolpaba en mi pene, encerrado por aquellas bonitas braguitas. Tía Carmen quería que me corriera en ellas y empezó a pajearme brutalmente por encima de la tela.
-Si mi niño… córrete para la tita… lléname las braguitas de lefa…
Me corrí intensamente. Apareció en la tela una gruesa mancha blancuzca y pegajosa, una mancha de lefa caliente que tía Carmen celebró con una exclamación de alegría. Continuó pajeando, llenando las braguitas de semen tal y como ella quería. El orgasmo fue liberador y me quedé tumbado en la cama mientras tía Carmen se recostaba a mi lado, ahíta también, al menos por el momento, de placer.
Continuará…