Confinado con Tía Carmen 2

Descubrí que Tía Carmen era una mujer tan guarra y fetichista como yo. Aquella misma noche me desvirgó, pero antes me dio una la cena de manera muy especial.

Tía Carmen me había pillado haciéndome una paja mientras olía sus bragas sucias. Más que eso, había descubierto mi historial de porno repleto de videos de incesto, mujeres mayores con jovencitos, todo tipo de fetichismos raros, dominación femenina,… Lejos de enfadarse o echarme de casa por pervertido y enfermo me había “castigado”, dándome una azotaina para después hacerme un soberbio pajote mientras yo le comías las tetas.

El Covid 19 me había dejado encerrado con aquella mujer de 50 años, pechugona, alta, corpulenta, rellenita y voluptuosa que parecía dispuesta a complacer mis fantasías más perversas y enfermizas.

Volvió a vestirse aunque no se puso el sujetador. Aquellas tetazas talla 140, caídas, estriadas y blandas bailaban en el escote. A mí no me dejó vestirme y quedé desnudo, sentando el sofá y con restos de semen de mi propia corrida secándose en la piel. Los que habían manchado su mano brazo se los había limpiado con la boca, relamiéndose con la lefa caliente.

Hablamos más de dos horas de lo ocurrido. Más que hablar me hizo confesar la verdad de mí: que era virgen, que siempre me habían excitado las mujeres maduras y entradas en carnes como ella, que por mi adicción al porno había desarrollado todo tipo de fantasías y fetiches “bastante anormales”,… Comentó las escenas que había descubierto en el historial del ordenador y yo tuve que relatarle mis fantasías más secretas y vergonzantes.

Escuchó, cada vez más satisfecha con lo que oía. Sólo cuando terminé de contárselo absolutamente todo me permitió que fuera a ducharme y a vestirme. Me levanté del sofá y me encaminé hacia el baño.

-Nada de pajearse… a partir de hoy reservarás toda tu leche para mí. Además, está noche tita Carmen va a desvirgarte, voy a follarte hasta dejarte seco.

(…)

Mientras me duchaba y me vestía tía Carmen fue a la compra. En aquellos tiempos de pandemia y confinamiento era yo el que normalmente salía cada dos o tres días, pero mi querida tía tenía algo en mente.

Esperé que volviera en mi habitación. Estaba nervioso. Mi tía parecía convencida en poner en práctica todas aquellas fantasías de sexo guarro, dominante y fetichista y aunque una parte de mí estaba ansiosa por comprobarlo otra tenía algo de miedo. No es lo mismo fantasear con algo que hacerlo… pero ya no había vuelta atrás.

(…)

-¡Carlitos a cenar!

Salí de mi cuarto y fui hasta la cocina. Lo primero que me sorprendió fue la vestimenta de mi tía. Llevaba un cortísimo camisón de raso, blanco y de tirantes. Sus ubres caídas talla 140 sobresalían y rebosaban el escote. Por abajo era lo suficientemente corto para adivinar el inicio de unas medias blancas, hasta la mitad de sus gruesos muslazos. Se había peinado y la corta melena castaña hasta los hombros le caía a un lado, brillante y con algunas hebras grises de la edad. Se había maquillado, sobre todo los labios de un rojísimo carmín. Como joya llevaba un collar de perlas que rebotaba en sus tetazas a cada paso. Se acercó a mí y me dio un tórrido beso con lengua.

Podría decirse que era mi primer beso. Su lengua penetró en mi boca, deslizándose, encontrando la mía y estrangulándola como una serpiente. Usó abundante saliva, que se fundió con la mía. Su mano me agarró el paquete por encima del pantalón de chándal, despertando una erección. Se separó un poco, sin soltar la polla y sintiendo como se endurecía en la palma de su mano a través de la ropa.

-Yo ya he cenado, ahora te voy a dar a ti la cenita… - Se apartó para mostrarme lo que había encima de la mesa.

Tía Carmen había escuchado todas mis perversas fantasías y extraños fetiches con atención. Encima de la mesa descansaban dos botes de purés de verduras y frutas para niños, lo que en España se conoce como potitos.

-La tita es un poco patosa y puede que te ensucie… - Dijo mientras me quitaba la camiseta. Acabó en el suelo, junto con el pantalón y la ropa interior.

Me quedé desnudo y con una dura erección. Tía Carmen la observó y me cogió la polla, empezando a masturbarme. Con una mano pajeaba suavemente mientras que con la otra, con las uñas, me hacía cosquillas en los testículos. Gemí, ya casi al límite del orgasmo después de aquella sencilla primera caricia.

-¿Quieres que la tita te de la cena? – Preguntó con voz infantilizante.

-Si tita… por favor…

-Ven, siéntate,… que la tita va a cuidar muy bien ti.

Me senté. Ella se levantó un poco el corto camisón y me mostró el resto del ligero y unas grandes bragas blancas a juego con el resto del atuendo. Se sentó a horcajadas en mi falda, aplastándome la polla con sus abundantes carnes y encajonándola debajo de sus bragas. Cogió el primer potito, lo abrió y metió una cucharada dentro para removerlo. Sacó la cuchara, rezumando aquel puré que olía fatal.

-Abre la boquita…

La abrí y mi tía me dio la cucharada. Si el olor era malo el sabor era asqueroso. No me importaba, estaba demasiado excitado, demasiado inmerso en aquella fantasía. El peso de mi corpulenta tía me aplastaba las piernas y el pene, ante mis ojos quedaba su exagerado escote, olía su aroma, me fascinaba la sonrisa que sus rojos labios dibujaban,… Me dio varias cucharadas más y me comí el puré con ansia.

-Parece que el puré está muy bueno.- Dijo antes de llevarse una cuchara a la boca.

No se la tragó. Al contrario. Me cogió la cara y apretó mis mejillas con fuerza, obligándome a abrir la boca. Se inclinó, escupiéndome el puré dentro junto con una abundante cantidad de sus babas. Esta vez me supo delicioso.

-Que guarrete es mi sobrinito. – No pudo evitar decir al ver como disfrutaba de que me escupiera el puré directamente en la boca.

Me dio varias cucharadas más de esta manera, poniéndoselas en la boca, llenándolas con su saliva y sus babas y dándomela con escupitajos o besos, directamente, boca a boca. Llenó otra pero ahora la dejó caer sobre mi pecho desnudo. Lo chupó, sorbiendo el puré de mi piel y trasladándolo a mi boca con un beso. A estas alturas yo estaba a mil por hora. Tía Carmen se iba moviendo en mi falda, restregando mi polla en sus bragazas blancas.

-El resto del potito ya sé cómo se lo va a comer este niñito salido… - Dejó las palabras en el aire mientras destapaba uno de sus senos. La enorme teta, blanca, grande, algo caída, estriada y cubierta de venitas verdeazuladas quedó colgando por encima del escote del camisón.

Dejó caer una muy llena cucharada de puré en la teta. El espeso líquido verduzco se deslizó por su piel. Acerqué la cara al pecho, saqué la lengua y empecé a lamer aquel manjar del cuerpo de mi Diosa madura. Le aprisionaba trozos de aquella carne blanda y mórbida, succionándola. Ella dejaba que comiera entre risitas y algunos gemiditos. Iba dejando caer el puré poco a poco para que continuara lamiendo, chupando y sorbiéndole la teta. Acabé amorrado a su gigante pezón rosado, succionándolo como un niño de pecho.

-El puré se ha terminado… ¿Quieres la tita te dé el segundo potito?

-Si tita. – Exclamé entusiasmado.

Se levantó de mi falda, dejándome el pene duro y huérfano del calor de su entrepierna y sus abundantes carnes. Los muslos me hormigueaban debido al peso de su rollizo y corpulento cuerpo. En lugar de coger el segundo potito se sentó encima de la mesa, abriendo las piernas y acariciándose por encima de las bragas.

-Hace un rato me has contado que uno de tus fetiches son las mujeres con el pubis peludo, no sabes la suerte que tienes. Hace años que no me lo depilo… ¿Quieres verle el coño peludo a tu tía?

Asentí, ansioso y con la garganta seca de deseo. Ella se bajó las bragas, quitándoselas. No me había mentido, su sexo estaba cubierto de un espesísimo matojo de color castaño con algunos pelos grises allí también. A través de aquel basto bosque sin podar se podía entrever su sexo. Todo en tía Carmen era grande: su corpulencia, sus tetazas, sus muslazos, su culazo,… y también su coñazo. Los labios vaginales eran gruesos y estaban hinchados. Cuando se los separó con los dedos vi que estaban pegajosos y brillaban. Me mostró la carne rosada de su interior y un clítoris también grande y muy hinchado. La cena no sólo me había calentado a mí y tía Carmen también iba cachonda como una perra.

-¿Te gusta? – Preguntó lasciva.

-Sí.

-Eres un enfermo. – Dijo mientras se metía dos dedos dentro de la cueva, sorteando la selva castaña de hirsuto pelo.

Se masturbó, metiéndose y sacándose los dedos con velocidad. Minutos después, se sacó definitivamente los dedos de dentro, brillando e inundados de flujos vaginales. Los acercó a mi cara y olí. Aquel olor era fresco e intenso, tan fuerte que casi me marea. No se podía comparar al leve aroma que sentía cuando le olisqueaba las bragas sucias. Terminé de marearme cuando me metió esos mismos dedos en la boca. El sabor era igual de intenso que el olor, casi desagradable de lo fuerte que era. Aun así sabía delicioso, puro néctar divino. Era el sabor de una mujer madura, de 50 años,... lo que necesitaban mis hormonas de adolescente salido para acabar de volverse loco de deseo.

-Sabía que te gustaría. –Dijo al ver cómo le chupaba dedos con fruición, succionándolos para no dejar ni una gota de flujos vaginales sin engullir y saborear. –Pues no te imaginas como te va a gustar el segundo potito…

Me quitó los dedos de la boca para volver a meterlos en su coño. Se penetró con ellos, cada vez más excitada. Los sacó, y pegajosos de flujos como estaban los metió dentro del potito. Los removió bien, sacándolos manchados tanto del néctar de su coño como del puré de frutas. Me los metió en la boca y saboreé la deliciosa mezcla. Repitió la operación, metiéndose los dedos bien hondo en el coño y solo sacándolos cuando estaban bien pringados. Removió el puré con ellos, llenándolos también de esté y volviendo a metérmelos en la boca para alimentarme.

La tercera vez que se metió los dedos en el coño se corrió. Se quedó casi temblando, apoyada en la mesa de la cocina mientras yo la observaba fascinado. Cuando se los quitó vi que el volumen de flujo había aumentado considerablemente. En aquella mujer hasta las corridas eran exageradas. Cuando me introdujo los dedos en la boca, sin mezclarlos con puré, pude comprobar que el sabor también era algo distinto, mucho más potente.

-Oh… tita… - Estaba a mil, incitado por tanta guarreria, por aquel sabor, por ella.

Me cogió la polla, escupiendo en ella. La saliva contrastó al instante con el calor ardiente de mi glande. Me pajeó lentamente, consciente de que iba tan cachondo que podía correrme en cualquier momento.

-Ya sé cómo podemos terminar con la cenita de mi sobrinito. Seguro que te encantaría correrte en mi boca…

-Sí, tita, por favor. – Respondí atropelladamente.

Se arrodilló a mis pies, se apartó el pelo y lamió mi pene desde la base hasta el glande. Suspiré de placer. Continuó retirando la piel de glande, ayudándose de la mano para lamer el capullo a consciencia. Cuando lo tuvo reluciente de saliva lo encerró entre sus mullidos labios y lo rechupeteó como si fuera un caramelo. Pajeaba de mientras, sin dejar de mamar en ningún momento, concentrándose en la punta de mi polla. No pudo resistirse a tragársela toda, varias veces, moviendo el cuello con vigor. Volvió a pajear y a mamar el glande, chupándolo sin parar. No podía más.

-Me corro tita… - Jadeé.

Ella continuó y estallé en el interior de su boca. Los chorros de esperma se estrellaron contra su paladar, inundándola de leche caliente. Ella no dejó de mamar, exprimiendo hasta la última gota de corrida. Entrecerré los ojos, completamente ido por el clímax. Los volví a abrir cuando me enseñó el semen en su boca y vi como se lo tragaba todo, relamiéndose.

-Espero que aun te quede más de esta leche tan deliciosa… que la tita no ha acabado contigo esta noche. Aún tengo que follarte bien a gusto.

(…)

Tía Carmen no iba a dejarme descanso y aprovechándose del vigor y capacidad de recuperación de un muchacho de 17 años acostumbrado a masturbarse cuatro o cinco veces por día me llevó hasta su habitación.

Allí nos besamos. Las lenguas, sobre todo la suya, se encontraron para danzar erótica y lascivamente. Las babas eran abundantes y se fusionaban las unas con las otras, al igual que las bocas. Mis dedos cobraron vida para gozar del cuerpo de mi tía. Le sopese la colgante ubre, la estreché contra mi agarrando su trasero,… Le quite el camisón, dejándola desnuda salvo por las medias blancas hasta la mitad del muslo. Me aparté para observar aquel cuerpo maduro, rollizo sin llegar a gordo, voluptuoso hasta el límite, de carnes abundantes y algo caídas por la edad,…  Pero para mí más que apetecibles.

-La tita va a comerte enterito. – Dijo antes de empujarme en la cama, tumbándome en ella.

Subió también a la cama y empezó a besarme y lamerme el cuello. Lo chupó, bajando por mi piel hasta el pecho. Por allí donde pasaba su boca dejaba un reguero de saliva. Llegó hasta mi pezón. Aprovechó para lamerlo, chuparlo e incluso morderlo suavemente cuando lo tuvo duro y empitonado. Lo dejó para lamer y chupar mi vientre, también parándose en el ombligo, metiéndome la lengua dentro para hacerme dulces cosquillas. Cuando llegó al sexo este ya estaba duro y empalmado, recuperado completamente.

Lo ignoró deliberadamente, sonriendo perversa y dejándome con las ganas. Su boca continuó el recorrido por mis muslos, mis rodillas, mis piernas y finalmente llegó a mis pies. Estos también los chupó, sin ningún asco o reparo. Se metía los dedos en la boca, la lengua lamía entre los dedos,… sin dejarse ningún espacio. Volvió a subir por la pierna, demorándose en la cara interna de los muslos, dejándola mojada de su saliva.

Su recorrido ascendente la llevó de nuevo hacia mi entrepierna y mi empalmado pene. Sentí su lengua en mis testículos. Los lamió bien antes de ponerse uno en la boca. Mientras lo chupaba y lo succionaba a gusto me cogió la polla, pajeándola, manteniéndola bien dura y haciéndome jadear.

De repente deslizó las manos por debajo de mi cuerpo y empujando, me levantó el culo y la espalda. Me quedé en una extraña postura, con solo el cuello y los hombros apoyados en la cama y el resto de mi cuerpo levantado, con las piernas abiertas. Tía Carmen me separó las nalgas con las manos y empezó a lamerme la raja del culo. Escupió una buena cantidad de saliva y se amorró a mi trasero con ganas. Sentí como su lengua penetraba mi ano, moviéndose allí y abriéndome ligeramente aquel cerrado agujero. Me agarró la polla con la mano y empezó a masturbarme mientras me hacía un profundo beso negro.

-Ogh… tía… Carmen… si… - Jadeé.

-Que culito más rico tiene mi sobrinito. – Dijo separándose momentáneamente de mi culo antes de volver a meter la cara entre las nalgas. Lamió de nuevo, volvió a escupir y me metió la lengua dentro del culo, moviéndola como un molinillo.

Continuó con el beso negro y la paja unos minutos hasta que paulatinamente dejó que mi cuerpo volviera a tumbarse para abandonar el trasero y centrarse en la polla. La mamó, sin manos, tragándosela toda hasta la garganta. Mamó y mamó y mientras lo hacía vi como tenía metida la mano entre los muslos. No sólo me chupaba la polla, también se masturbaba, preparándose para lo que venía a continuación.

-La tita va follarte bien a gusto. No sabes el morbo que me da desvirgar a mi sobrinito. –Dijo sacándose la polla de la boca e incorporándose.

Cogió la base del pene y se arrodilló con las piernas abiertas en torno a mí. Con la otra mano se acariciaba el gran coño peludo. Tenía los labios hinchados y el vello cercano brillaba de humedad. Los dedos entraban y salían de su cueva, se pellizcaba suavemente los labios, frotaba el clítoris,… Las tetazas, algo caídas, enormes hasta una talla 140, con sus estrías, sus venitas verdeazuladas y el gigante pezón, se balanceaban al ritmo de su respiración, pesada y agitada.

-¿Quieres que tu tita Carmen te desvirgue? –Preguntó, aumentando mi ansiedad por estar ya dentro de ella. –

-Si tita,… por favor.

-¿De verdad quieres que la hermana mayor de tu madre te desvirgue? – asentí. – Eres un enfermo y un degenerado. -  Añadió sonriendo.

Encaró mi polla en su raja y bajó el cuerpo, introduciéndose la punta. Sentí el calor y la humedad creciente a medida que ella continuaba bajando, metiéndosela dentro. Las paredes vaginales temblaban y eran lo más placentero que había sentido en la vida. Finalmente todo mi miembro desapareció en su cueva. Empezó a moverse, poco a poco, arriba y abajo.

Se inclinó, besándome. Me metió la lengua hasta la garganta. No me importaron los lugares donde había estado esa lengua y esos labios, pues me besaban con una pasión y un vició espectaculares. Me escupió en la boca, me mordió los labios y la lengua, volvió a besarme,… sin dejar de moverse, de follarme, de desvirgarme. Sentía sus tetazas aplastándose en mi pecho, todo el peso de su cuerpazo de hembra madura y pechugona sobre el mío, su coñazo estrujándome la polla.

Se separó, volviendo a enderezarse sobre mí. Mis manos fueron directas a sus tetazas. Las apreté, blandas, amasándolas como si fueran masa de pan. Las gocé, jugando con las yemas de sus dedos en sus pezones y endureciéndolas con mis caricias. Las levanté, pesadas, para poder levantar la cabeza y comérmelas y chuparlas a gusto.

-Si… mi niño… mi sobrinito… cómeme las tetas… - Dijo mientras aumentaba el ritmo de su cabalgada.

Cambió el movimiento, moviéndose hacia delante y atrás, bailando con mi polla dentro. Se acarició el clítoris mientras yo veía los flujos vaginales escurriéndose en la base de mi polla. Desapareció completamente cuando se sentó bien y se movió de lado a lado, en círculos,… haciendo que mi sexo quedara aprisionado completamente por sus paredes vaginales.

-¿Te gusta… cómo te folla… la tita? Si… dime que te gusta… como te folla… tu tita… Carmen. – Jadeaba loca de placer.

-Si tita… fóllame… oh… sí…

Segundos después mi tía se corría. Sentí como la carne del interior de su coño se colapsaba en alud de espasmos y carne caliente y húmeda. Una oleada de humedad lo acompañaba. Ella gimió, cerrando los ojos, dejándose de llevar por las sensaciones del clímax. Se dejó caer sobre mí, besándome, mordiéndome la boca,…

-Quiero que me folles a cuatro patas… venga levanta. – Dijo con urgencia, como si aquel orgasmo la hubiera satisfecho en lo más mínimo.

Se colocó a cuatro patas sobre la cama, separando las piernas. Con la mano por dentro de sus muslos me ayudó a encarar la polla en su raja y una vez vi que la punta ya estaba apuntando al sitio, empujé. La penetré de un fuerte golpe, empalándola. Se retorció, gimiendo de placer. La agarré por la generosa cintura y me ayudé para seguir empujando, sacando la mitad del pene y volviéndoselo a clavar de un golpe. Ella no apartó la mano y se masturbaba mientras me la follaba, frotándose furiosamente el clítoris. Sus tetazas caían, balanceándose violentamente con cada embestida.

-Si… fóllame… así… dale duro… a tu tita…

Continué unos minutos más, dándole lo más duro y rápido que podía. Al fin comprendí que tía Carmen debía ser multiorgásmica o algo parecido pues sentí de nuevo como su coño temblaba y se veía consumido por un sinfín de espasmos y convulsiones. Pero fue el chapoteo de la secreción de una cantidad exagerada de flujos vaginales y el agudo aullido que surgió de su garganta lo que me dio la confirmación de aquel clímax tan seguido y violento.

Cambiamos otra de vez de postura. Se tumbó boca arriba en la cama con las piernas bien abiertas. Me invitó a tumbarme encima de ella, metiéndole otra vez la polla dentro de un solo empujón. Me agarró el culo y me envolvió la cintura con las piernas, ayudándome marcando el ritmo con el que me la follaba. Nuestras bocas se unieron en un millar de salivados besos, suaves mordiscos, urgentes lametones,…

-No puedo más tita… me correré…

-Si mi niño… córrete… dentro… de mi… quiero que me… llenes… el coño… de leche… -Jadeó en mi oreja.

Escuchar sus palabras fue como un dique que se rompe. El orgasmo llegó rápido e intenso y el semen salió disparado a chorros que se estrellaron en sus paredes vaginales. Su coño, al igual que su boca, también pareció querer exprimirme hasta la última gota de semen, dejándome las pelotas bien vacías.

Me retiré de su interior, quedándome sentando en la cama enfrente de ella. Tía Carmen quería un último orgasmo y empezó a masturbarse. La raja de su coño escurría una mezcla de flujos de vaginales y semen. Se metía los dedos, encharcándose el vello púbico con aquella mezcla. Se llevó la otra mano al coño. Se chupó viciosamente la mano con la que se había estado masturbando hasta el momento, degustando con glotonería la mezcla de ambos orgasmos. Así se corrió, llegando a un último orgasmo y demostrándome lo guarra que también podía llegar a ser.

Al recuperarse de aquel postrero clímax se incorporó. Sin decir nada nos fundimos en un beso. Me dio igual, más bien me gustó, el sabor de su boca, mezcla de flujos y mi propio semen. Nos tumbamos, uno al lado del otro, exhaustos y ahítos de placer, al menos por esa noche.

Continuará…