Confinado con Tía Carmen 10 ¿Final?

Un sábado de lo más entretenido con tía Carmen

Después de un mes encerrado con tía Carmen mis fetiches estaban desatados. Nuestra vida sexual además de variada y sin tabús era frenética y cada día encontrábamos nuevas y degeneradas formas de gozar. Explorábamos y mi tía parecía buscar los límites de su vicioso sobrino, pero de momento no los había encontrado…

(…)

Tía Carmen siempre se levantaba un rato antes que yo. A mi me gustaba remolonear en la cama un rato, sobre todo los sábados y los domingos que no debía atender a las clases que hacía por internet debido al confinamiento por la covid19.

Aquel sábado no fue una excepción. Me levanté de la cama de tía Carmen y fui al cuarto de baño. Hice mis necesidades, me lavé un poco y empecé a cepillarme los dientes cuando mi tía entró.

-Buenos días Cariño. Me estoy meando. - Dijo al entrar.

Tía Carmen iba vestida con una camiseta de tirantes blanca y escotada de algodón y una de sus bragazas color carne. La melena castaña se la había recogido. Ninguno de los dos se molestaba mucho con la vestimenta y yo iba completamente desnudo.

Se bajó las bragas, se sentó en la taza del váter y empezó a mear con un chorro generoso. Me quedé mirando, embobado. Obviamente mis ojos se fueron directo a su peludo coño. Verla mear me excitó, algo que no es de extrañar si uno ya conoce mi retorcida y degenerada sexualidad. Mi pene, desnudo, comenzó a crecer y cuando mi tía acabó de orinar ya estaba completamente empalmado.

-¿Se ha puesto cachondo mi sobrinito viendo a la tita mear? - Siempre aquel mismo tono de voz que combinada burla, infantilización y mucha lujuria.

-Si tita.

-Ponte de rodillas.

Me arrodillé enfrente de la taza del váter, entre sus muslos generosos y ahora abiertos. Tía Carmen se tiró para adelante y a escasos centímetros de mi rostro quedó la selva de vello castaño que cubría su coñazo. Lo olisqueé como un perro y percibí un ligero aroma que debía ser de su orina. Algunas gotitas pendían de las puntas de su matojo.

-Límipame con la lengua. Ya que eres tan guarro seguro que te encanta que te use como papel higiénico.

No lo dudé. Llevado por la excitación abrí la boca y saqué la lengua. Primero sólo lamí con la punta, llevándome conmigo algunas de las gotas de orina que manchaban su vello púbico. Tenían un sabor fuerte pero delicioso. Lamí más, ahora con toda la lengua, buscando la raja del coño. Con cada lametón sus pelos me hacían unas acostumbradas cosquillas que a mí me ponían a mil.

-Que jodido enfermo. - Era un insulto pero dicho casi con orgullo. Si, yo era un enfermo, casi tanto como ella que disfrutaba como una loca de mis vicios.

Me agarró la cabeza y me empujó más contra su entrepierna. La limpieza se convirtió en una comida de coño en toda regla. El conocido sabor de sus flujos se hizo presente, monotemático en mis papilas gustativas. Continué lamiendo la raja, la separé con la lengua intentando hacerme con sus labios vaginales para chuparlos a gusto. Busqué, y encontré, su abultado y prominente clítoris. Ella me seguía sujetando la cabeza, revolviéndome el pelo,… hasta que se corrió en mi boca con un profundo suspiro.

-Tienes una lengua y una boca que valen oro sobrinito. - Dijo satisfecha después del orgasmo. - Ahora veamos que tienes aquí.

Obviamente tía Carmen se refería a mi polla, dura y palpitante. Ambos nos levantamos y ella se subió las bragazas. Me agarró el falo y empezó a machacarlo con fuerza. Mis ojos quedaron prendados en su escote, donde ambas tetazas se balanceaban con el ritmo de la paja.

-Ven con la tita que vamos a hacer que esta polla se corra.

Sin soltarme el pene me llevó a su habitación. Me tiró sobre la desecha cama y se recostó a mi lado. Continuó con la paja mientras me hacía esas cosas que tanto nos gustaban: me besaba con excesiva lascivia, me mordía la lengua y chupaba mis labios, me escupía dentro de la boca espesos salivajos,…

Me soltó el falo para poder quitarse la camiseta. Sus ubres gigantes y algo caídas me encantaban, pálidas, de enormes pezones, cubiertas de venitas azules y verdes que las surcaban enteras,… Tía Carmen me metió una en la boca y casi me ahogo en aquella carne blanda y mórbida. Instintivamente empecé a succionar, mamando el pezonazo de mi tía como si fuera un bebé. Ella volvió a agarrarme la polla para seguir con la paja.

-Muy bien mi niño, mi sobrinito guapo,… chúpale las tetas a la tita…

Así me corrí, en su mano, con la boca llena de su teta. Estallé como una fuente mientras mamaba de su pezón. Tía Carmen me soltó el falo sólo cuando se aseguró que ya no brotaba nada de la punta del pene.

-Vístete y a desayunar. - Dijo cuando se levantó de la cama y empezó a limpiarse la mano de semen.

Yo también me limpié un poco con un pañuelo y me puse unos pantalones viejos y una camiseta de estar por casa. Ella volvió a ponerse la escotada camiseta y la seguí hasta la cocina donde me esperaba un suculento desayuno a base de tostadas, un poco de embutido y un zumo de naranja. Comí con hambre mientras mi tía, que ya había desayunado, me observaba devorar la comida mientras se tomaba un café.

-¿Tienes que hacer deberes o algo? - Preguntó.

-No, ayer por la tarde lo acabé todo y no pienso hacer nada de trabajo en todo el fin de semana.

-Perfecto porque la tita tienes ganas de un segundo asalto. Terminate el desayuno.

Me metí el ultimo trozo de tostada en la boca, lo bajé con un sorbo de zumo y me puse a disposición de mi viciosa tía. Ella vino a mi, dejó la taza de café y me quitó la camiseta. Se arrodillo y me bajó los pantalones, dispuesta a despertar mi sexo con una mamada. Lo agarró por la base, se lo puso en la boca y empezó a chupar.

Yo era joven y sano, ella madura y experta por lo que en apenas unos minutos mi polla volvía a estar dura, ahora dentro de su boca. No le importó y continuó mamando. Se tragaba todo el falo. Se lo sacaba para lamerlo de arriba abajo. Se metía un testículo en la boca y me lo dejaba lleno de saliva mientras pajeaba con una mano,…

-No sabes las ganas que tiene de polla la tita… - Dijo levantándose y desnudándose. Primero la camiseta y después las bragazas.

Antes de que me diera cuenta ya la tenía encima y mi pene estaba en su interior. Me folló, cabalgándome mientras sus tetas rebotaban con los movimientos de su cuerpazo maduro, rellenito y voluptuoso. Me rodeó la cabeza con los brazos y la empujó hacia abajo, metiéndome la cara entre las ubres. Volví a ahogarme en carne. Tía Carmen no sólo me cabalgaba si no que también me asfixiaba con sus tetas. Se las llené de babas.

El pene entraba y salía del coño facilidad. Cuando estaba dentro me estrujaba el falo con las paredes del interior de la cueva. Cuando salía brillaba en los flujos vaginales que rezumaba su coñazo peludo.

-Si mi niño… que polla más rica… que bien…

La escuchaba jadear aunque su voz sonaba apagada teniendo yo la cabeza entre sus tetas. La soltó para levantarme el rostro y besarme. Su lengua se metió en mi garganta. Intercambiamos las salivas y terminó mordiéndome los labios con desbocado furor sexual. Así se corrió mi tía, sin parar de botar encima de mi polla. Simplemente se tiró para atrás un poco, estirando la espalda y el cuello para dejar escapar un largo y fuerte gemido.

Ese no el fin de la cabalgada. Acababa de correrme tan sólo hacía un rato y eso aumentaba mi resistencia. Lo aprovechó tía Carmen para seguir follándome y correrse un par de veces más. Estuvimos un montón de rato así, con ella sentada en mis muslos mientras no para de moverse. Su peso me aplastaba pero que me importaba a mí si estaba en el séptimo cielo estando en su interior. Finalmente yo también llegué al orgasmo y me corrí dentro de su coñazo, llenándolo de esperma.

(…)

Tía Carmen me dejó descansar un rato, satisfecha después del sexo. El resto de la mañana vagueé por casa. Después comimos y tía Carmen me llevó a su habitación para hacer la siesta. No puede decirse que dormimos pues mi tía tenía ganas de jugar a la sobrinita puta. Me vistió con ropa interior femenina y me metí en mi papel para volver a satisfacerla con la boca. Ella me hizo una paja y también me corrí como una fuente a pesar de ser la tercera del día. El resto de la tarde fue para seguir descansando. Por la noche cenamos y vimos un rato la tele antes de que mi tía se levantara del sofá.

-Ven dentro de 5 minutos a la habitación.

(…)

Los cinco minutos que tuve que esperar antes de ir a la habitación merecieron la pena. Llevaba lencería, mi lencería. Yo era delgado, menudo y bajito. Ella era alta, corpulenta y de carnes generosas. Ya se imaginaran que mi lencería le iba más que pequeña. En concreto se había puesto un conjunto de estampado leopardo que no podía tapar nada de su carnoso cuerpo. El sujetador eran dos hilos que ni siquiera le tapaban toda la areola. El tanga estaba casi completamente desaparecido ante su vello púbico castaño. Las medias eran suyas, negras, hasta medio muslo.

Sólo con verla de esta manera mi pene cobró vida y se olvidó de la agitada actividad que había seguido durante el día. Me dio un morbo increíble vestida con esa lencería que a todas luces le estaba enana, más incluso que si me hubiera recibido del todo desnuda.

-Dios mío… pareces una… - Intenté decir.

-Puta. -Acabó por mí la frase. -Esa es la idea… quiero que me folles sin parar como si fuera una puta. Quiero que me la metas por el culo… y no pares de darme.

Dijo viniendo hasta mí para rodearme con su brazo, estrecharme contra ella y empezar a besarme. La otra la llevó a mi entrepierna para asegurarse que mi polla se ponía bien dura. Antes de que me diera cuenta ya estaba en pelotas y tía Carmen me pajeaba mientras me besaba y nos magreábamos. Una de mis manos se apoderó de su nalga y apretó. La otra la colé entre nuestros cuerpos para agarrar la tetaza. Aparté la escueta tela del sujetador y empecé a jugar con el pezón, que se puso duro entre mis dedos.

Cuando me recuperé del aturdimiento de verla vestida de aquella manera y de su arrebato de pasión tomé la iniciativa. Le di la vuelta y la acompañé hasta la cama. La puse a cuatro patas y le separé los muslos. Ahora tenía pleno acceso a su culazo. Lo masajeé un poco pero pronto no pude resistir la tentación de hincar el diente en aquella carne.

-Agh… - Se quejó tía Carmen al sentir mis dientes en su nalga.

Le bajé el tanga como pude. La insuficiente tela quedó prieta entre sus muslos, debajo de las nalgas, apunto de reventar. Con las manos separé esas nalgas y empecé a lamer como un poseso la raja del culo. Metía la lengua entre los plieges del trasero y subía, pasándola por toda la separación. Cuando llegaba al ano me demoraba un momento, dejando la lengua unos segundos allí.

-Ogh… si mi niño… comeme el culito… come el culo de la tita…

Y yo me aplicaba a hacerlo. Me centré en el ano. Lo besaba y metía la punta de la lengua dentro. Escupía para usar la saliva como lubricante. Se me ocurrió mezclarlo con otro fluido corporal y metí la la mano en el matojo de mi tía. No me extrañó encontrarlo húmedo. Mientras le metía la lengua por el ano la masturbé. Ella, al sentir mis dedos explorando el sexo, gimió y retorció la grupa. La humedad aumentó y pude meterle un dedo con facilidad. Hurgué y froté con la yema las paredes.

La mitad de mi lengua estaba en su culo, saliendo y entrando, cuando quité el dedo de su coño para hacer el cambio. El trabajo de mi boca había sido bueno y el dedo entró en su ano sin dificultad. Lo movió, primero poco a poco, en círculos. Las entrañas de mi tía fueron abriéndose. Saqué el dedo para volver a meter la lengua, en lo mas profundo y continuar masturbándola. Esta vez fueron dos dedos los que entraron en la cueva delantera y casi toda la lengua en la trasera.

Un profundo beso negro y dos dedos en su coño durante unos minutos fueron suficiente para que mi tía se corriera por primera vez durante la noche. Lo noté en las convulsiones del interior del coñazo. Le quité los dedos del sexo pero continué con la lengua bien adentro en su ano. Estaba riquísimo, un manjar salado que se mezclaba con los flujos vaginales con los había lubricado el dedo. Sólo puse fin al festín por la necesidad de meterle dos dedos, continuar dilatando y hacer sitio para mi polla.

Le abrí el culo con los dedos mojados de sus flujos. Primero los metí y saqué varias veces, poco a poco. Aumenté el ritmo. Los moví también de lado a lado, de arriba a abajo, hice gancho con ellos cuando estaban bien adentro,…

-Métela ya… - La escuché jadear.

Me afiancé sobre las rodillas, me sujeté el pene con una mano, con la otra le mantuve las nalgas abiertas y apunté. Apenas metí la punta y fui empujando muy lentamente. Empalarla por detrás en un agujero más estrecho que el de su coño era magnífico. Los espasmos de la carne y el calor que desprendían asfixiaban mi falo. Fue entrando, abriendo las entrañas hasta que se lo metí todo. Me moví, adelante y atrás, sacando algo menos de la mitad y clavándolo otra vez.

Agarré las generosas caderas para ayudarme. Ella también se movía, colaborando conmigo para sodomizarla. El ritmo de las embestidas se aceleró y vi como metía un brazo entre sus piernas para meterse los dedos en el coño mientras yo le metía la polla por el culo. Mordía el colchón para apagar los aullidos de placer. La observé por uno de los espejos. Tenía los ojos cerrados, la tela del sujetador había cedido a una de las tetas, que le colgaba y se balanceaba con mis sacudidas, el resto de las carnes también rebotaban arriba y abajo,…

Después de unos minutos masturbándose y siendo enculada tía Carmen alcanzó otro orgasmo. Para ella alcanzar un clímax tras otro era normal y nunca parecía tener suficiente. Por eso me pidió cambiar de postura pero seguir con la sodomización. Se la saqué del culo para que ella pudiera quitarse el tanga, ponerse bocaarriba en la cama con una almohada en los riñones y separar las piernas.

Me fue fácil meterle el pene en el ano esta segunda vez. Entró con un solo golpe, hasta el fondo. Mientras se la metía aproveché el pleno acceso que tenía a su cuerpo. Estrujé teta y pajeé el peludo e hinchado sexo. Me incliné para besarla con pasión, para intercambiar saliva y escupirle en la boca.

Tía Carmen, sumida en un mar de placer, llegó a un último orgasmo. Yo tampoco pude soportarlo mucho más y regué sus entrañas con mi semilla. El semen llenó sus intestinos, caliente, viscoso y espeso.

Me derrumbé a su lado, exhausto después de aquel completo día de sexo y perversión. Tía Carmen se levantó y terminó de quitarse los restos de la ropa para tumbarse a mi lado. Ambos nos dormimos al cabo de un rato, satisfechos por aquella noche.

EPILOGO

Hasta ahora, en poco más de un mes de confinamiento por la covid, había vivido todas las experiencias que les he relatado en esta historia. Creo que es un buen momento de cerrarla aunque aun quedaban meses de estar encerrados en casa y de desescalada, que también pasé con tía Carmen. En ese tiempo vivimos otras aventuras sexuales que tal vez me anime a contarles más adelante. No quiero adelantarles nada ni desvelarles ninguna de las sorpresas que tenía guardadas mi tía. Así que me despediré de ustedes con un hasta pronto…

¿FINAL?