Confinado con Tía Carmen 1
Relato de incesto, fetichismo, un poco de infantilización, dominación femenina media y sexo muy guarro. Mi tía y yo, encerrados solos durante el confinamiento del coronavirus, dimos rienda suelta a nuestras fantasías más guarras y fetichistas.
Tía Carmen, la hermana mayor de mi madre, vivía sola en un pequeño piso en el centro de la ciudad. A sus 50 años era una mujer muy activa y aunque no trabajaba se pasaba el día yendo con las amigas a pasear, a tomar café, hacía mil cursos: de informática, inglés, costura,.. Era viuda y sus hijos ya hacía años que habían volado del nido para hacer sus vidas. Sus ingresos provenían de una pensión de viudedad que le permitía vivir sin ahogos económicos e incluso hacer algún viajecito.
El confinamiento decretado en España durante el marzo de 2020 por el coronavirus rompió ese ritmo de vida y la obligó a quedarse encerrada en casa. Pero no iba a estar sola. Mis padres trabajaban en el sector sanitario y para evitar contagios me pidieron que me mudara con ella durante el obligado encierro.
Yo tenía 18 años recién cumplidos y encerrarme en la casa de mi tía durante un tiempo indefinido (iban a ser meses) me producía sentimientos encontrados. Deben saber algo de mí, desde que las hormonas empezaron a bullir en mi cuerpo siempre sentí una irremediable atracción por las mujeres maduras. Nunca me gustaron las chicas de mi edad o las actrices y modelos del momento, a mí, las que me ponían enfermo, eran las hembras mayores. Puede decirse que mi tía era mi prototipo de mujer perfecta.
Tía Carmen era una mujer alta y corpulenta. No es que fuera obesa ni nada por el estilo pero estaba algo pasada de peso y era más bien regordeta, con unos gruesos muslos, un culazo grande y redondo y unas enormes tetazas. Aquellos pechazos eran gigantes, algo caídos y estriados debido a los años y el tamaño. Yo siempre me quedaba con la mirada fija en los escotes que usaba en las batas de estar por casa. Aquellos senos se veían grandes, blancos, blandos y mórbidos. La talla de sujetador que usaba era la 140 por lo que no les costará imaginar lo exageradamente enorme de aquellas ubres.
La edad le daba a su rostro algunas arrugas alrededor de los ojos castaños pero este seguía siendo bastante bello y dulce. El pelo, largo hasta más allá de los hombros, aún era castaño claro pero ya se entreveían algunas canas que cruzaban la cabellera en hebras grises.
Permítanme, finalmente, describirles algo de mí. Al contrario que mi corpulenta tía yo era un muchacho delgaducho y desgarbado, bajito y poca cosa. De pelo moreno, ojos también castaños,… A pesar de mi obsesión sexual por las hembras bien maduras jamás había estado con ninguna y era virgen, sin más experiencia sexual que la que me proporcionaba mi abundante colección de porno. Como bien adivinarán las protagonistas eran siempre mujeres mayores, sobre los 40 o 50 años. Además desarrollé cierta predilección por ciertos videos fetichistas que me convertían en un obseso sexual… Para resumir: era un maldito adolescente pajillero que me masturbaba obsesiva y compulsivamente varias veces al día.
(…)
-Carlitos cariño me voy a hacer un poco de siesta… - Tía Carmen siempre me llamaba por el diminutivo de mi nombre.
Era una mujer de costumbres. Después de comer le gustaba recostarse en el sofá, encender la televisión y dormir un ratito. Eso me daba media hora de intimidad en aquel encierro total. Sólo salía para hacer la compra cada dos o tres días y poco más. El resto del tiempo de aquellos primeros días de confinamiento me los pasaba aburrido y cachondo vagueando por casa. Ni siquiera las clases online del instituto ni los deberes ocupaban demasiadas horas de distracción. Lo que más intentaba era encontrar momentos para hacer lo que más me gustaba: masturbarme sin control.
Esperé unos minutos a que tía Carmen se quedara dormida y me fui hasta el baño. Aquello era lo mejor del confinamiento. Mientras ella dormía yo me encerraba en el baño, donde guardaba la ropa sucia. Allí podía dar rienda suelta a mi pervertida obsesión fetichista.
Del montón de ropa saqué unas bragas. Eran grandes, de color carne, de material sintético y con algunos adornos de encaje,… eran lo que se conoce como unas bragazas de vieja, mis preferidas. Sobre todo porque estaban sucias y olían al coño maduro de mi tía.
Me las llevé a la cara, restregándomelas, y aspiré aquel aroma. En mis pantalones asomó el bulto de una erección. Los desabroché, me bajé la ropa interior y me cogí la polla para empezar a masturbarme furiosamente. El olor de las bragas sucias de mi tía en mis fosas nasales era el mejor estimulante. Me senté en la taza del wáter con la prenda en mi cara y me la machaqué como un mono, sin ser consciente de nada más a mí alrededor. Así me pilló tía Carmen cuando la puerta del baño, que no tenía pestillo, se abrió.
-¡Aja! Lo sabía… mi sobrinito está hecho todo un pervertido.
Me quedé paralizado unos segundos, muerto de vergüenza y culpabilidad. Con una mano sujetándome la polla y la otra con las bragas en mi rostro aquello era un cuadro dantesco. Mi tía, vestida con una de sus batas de tirantes, escotada y larga hasta las rodillas, me miraba de pie en el umbral de la puerta. Sonreía de manera perversa mientras miraba mi polla desnuda.
-¿Pero que tenemos aquí? Menudo pollón gastas Carlitos.
Me levanté y me subí los pantalones, abrochándomelos de manera apresurada y torpe. Tiré las bragas al suelo y me quedé plantado, sin saber que decir, con las mejillas ardiendo rojas por la vergüenza. Tía Carmen caminó hasta mí. Los ojos le brillaban y seguía sonriendo. Se quedó delante, a pocos centímetros. Era más alta que yo y mucho más corpulenta. Seguramente incluso era mucho más fuerte que yo. Me sentí pequeño, casi indefenso,… de repente fui consciente de la dura erección que producía un bulto en mis pantalones de chándal y me lo cubrí con las manos.
-Me parece que eres un niño muy malo… tu tita tendrá que castigarte.
-Yo… yo… lo siento… -Me puso un dedo en la boca, haciéndome callar.
-No te preocupes. ¿Te acuerdas de aquel cursillo de informática que hice? – Asentí, sin comprender nada. – Pues aprendí muchas cosas, entre otras a revisar el historial del ordenador. Con la de porno guarro que ves tendrías que aprender a borrarlo.
Nunca creí que mi tía fuera capaz de revisar mi historial de búsquedas, apenas usaba el ordenador. Mi mente recordó la cantidad de pornografía bizarra que había visto por Internet los últimos días. Las escenas se agolparon en mi cabeza: porno de maduras, de incesto,… no sólo eso: dominación femenina, jovencitos siendo castigados por mujeres mayores, fetichismo de comida, de lencería,… cosas perversas y enfermizas.
Me puse aún más rojo y a punto de tener un ataque de ansiedad. Ella, al contrario, parecía de lo más tranquila. No paraba de sonreír de una manera extraña y enigmática. Apartó el dedo de mi boca para coger las mismas bragas sucias que yo había estado olisqueando como un perro en celo.
-Tranquilo, que lo que he visto me ha gustado mucho. Si quieres podemos poner en práctica algunas de las cosas de esos videos porno. –Su voz estaba cargada de determinación y lo decía completamente en serio.
Me quedé atónito, asimilando sus palabras. Sostuvo las bragas delante de mi cara, balanceándolas suavemente. Con la otra me apartó las manos del pene, que curiosamente y a pesar de la situación, o tal vez por ella, no había perdido ni un ápice de su dureza. Lo cogió, por encima del pantalón, restregando bien la palma de la mano.
-Ahora bien, tienes que prometerme que serás un sobrinito obediente y jurarme que nunca le contarás nada de esto a nadie. –Adoptó un tono maternal, hablando despacio como si lo hiciera como un niño pequeño.
Su mano continuó frotándose en mi paquete. No podía pensar, estaba demasiado excitado. Otros hubieran dudado, se habrían apartado,… pero yo no. El incesto que me proponía mi tía era mi fantasía sexual y ella misma era protagonista de alguna de aquellas fantasías. Yo era un adolescente adicto a las pajas y al porno,… la respuesta era obvia. Puede que fuera amoral, antinatural, enfermizo,… pero eso sólo hacía que excitarme mucho más.
-Si tita Carmen. –Respondí, usando un tono infantil acorde al suyo. – Te prometo que seré un sobrinito obediente y bueno y que no diré nada a nadie.
-¿Y harás todo lo que te diga?
-Sí.
-Pues ahora tendré que darte una azotaina por pervertido… mira que pajearte con las bragas de tu tita.
Antes de que me diera cuenta me desnudó. Me quitó la camiseta y los pantalones del chándal dejándome completamente en pelotas. Mi pene estaba durísimo, empalmado, apuntando a su bajo vientre. Ella lo miró unos segundos, deleitándose con la visión de mi joven virilidad.
-Que polla más bonita tiene mi sobrinito, y que durita está. ¿Te pone cachondo que tu tita vaya a castigarte? –Asentí. – Eres un guarrete salido, pero no te preocupes que tu tía sabe cómo tratar a los pajilleros como tú.
Mientras lo decía me cogió el pene, pajeándolo lentamente. Retiró la piel del glande, dejando el capullo rojo e hinchado al descubierto. Lo sostuvo así, frotándolo con el pulgar. Aun tenía las bragas en la otra mano y con ella me cogió la cara, restregándolas en mi piel. Apretó mis mejillas, obligándome a abrir la boca. Aprovechando su superior altura acercó su rostro al mío y escupió un denso salivajo dentro de mi boca.
-¿Esto no te lo esperabas eh, tener una tía tan salida como tú? Soy la horma de tu zapato, que bien me lo voy a pasar contigo. –
No le pude responder pues me metió las bragazas sucias dentro la boca, haciendo un ovillo con la tela y convirtiendo la prenda en una mordaza. No podía creerme lo que estaba sucediendo. Mi propia tía, aquella mujerona mayor, pechugona, alta, voluptuosa y corpulenta se había convertido en toda una madura dominante. Se había transformado en mi propia fantasía de adolescente pajillero.
Me soltó el pene para darme la vuelta, cogiéndome con sus grandes manos y empujando. Me agarró los brazos, juntándome las muñecas detrás de la espalda. Sacó, del montón de la ropa sucia, un sujetador y con él me ató las manos. Volvió a darme la vuelta. Me lamió los labios, los mordió, mientras volvía a cogerme la polla. Me pajeó un poco, jugando con mi deseo al ver que yo estaba cachondísimo y al límite del orgasmo.
-Vamos al salón…
Sin soltarme el pene empezó a caminar. Tiró de él para que la siguiera, saliendo del baño y caminando por el pasillo hasta llegar al pequeño salón. Se sentó en el sofá, subiéndose la bata y dejando al descubierto sus gruesos y mullidos muslos. Me quedé mirándolos, observando que las bragas que llevaba eran de algodón blanco. Me cogió, obligándome a tumbarme sobre su regazo. Mi pene quedó aplastado en aquellos muslos grandes, cálidos y blandos. Sentí su mano acariciándome el culito. La caricia se convirtió en otra cosa cuando agarró una de las nalgas y la apretó. Antes de que me diera cuenta descargó el primer azote, con la palma de la mano. Dolió pero también me encantó. En aquel momento estaba completamente inmerso en mi papel de sobrinito pervertido que debe ser castigado y eso me ponía a mil por hora.
-Eres un salido Carlitos… ya verás cómo tita Carmen… te enseñará… lo que es… bueno… - Decía entre azotes, castigando mis nalgas con la palma de la mano.
“Si tita” “Dame” “No pares”. Hubiera respondido si no fuera por las bragas sucias en la boca. Por suerte ella no parecía dispuesta a parar, al contrario. Continuó azotando e incluso cogió una de sus zapatillas de estar por casa para ayudarse y castigarme con más fuerza. La suela de las zapatillas mordió mi piel y carne varias veces. Con cada golpe mi pene se refrotaba con las carnes de sus muslazos. Aquel roce era sublime y me mantenía cachondo perdido. Aun así tuve que morder las bragas de la boca para no aullar de dolor por alguno de sus azotes. Se controlaba bastante pero de vez en cuando soltaba un zapatillazo más fuerte para que no sólo lo disfrutara.
-Dime sobrinito ¿Cuantas pajas te haces al día? – Preguntó mientras estiraba la mano para quitarme las bragas de la boca.
-Cuatro… ¡Ai! – Me arreó un fuerte zapatillazo. –…o cinco, depende del día.
-¿Y piensas en mí? – Azotó de nuevo y serré los dientes. - Explícamelo todo.
-Sí, muchas veces. Por las mañanas, cuando estudio, hago un parón para ver porno. Después, por la tarde, cuando haces la siesta… ¡Ai! – El zapatillazo fue durísimo. - … me encierro en el baño y huelo tus bragas sucias mientras me pajeo. – Golpeó otra vez, más fuerte.
-Eso ya lo he visto,… continua… no tienes que tener secretos para mí.
Estar desnudo, empalmado y tumbado en el regazo de mi tía mientras me daba una azotaina como a un niño pequeño era una experiencia a nivel total: física, mental,… La excitación era parte de ello, además de meterme totalmente en el papel. Le expliqué, sin ningún tapujo pero muerto de vergüenza, toda mi rutina masturbadora: como me pajeaba en la ducha, como aprovechaba cualquier momento para saciar mi necesidad de porno, incluso y de manera más vergonzante aún, le conté lo que hacía muchas noches.
-Robo tu ropa interior del cesto de la ropa sucia y me la llevo a mi cuarto. A veces me pajeo… con tus bragas puestas…
-¿Te gusta ponerme mis bragas? Eres más cerdo de lo que pensaba… -Respondió riéndose, cada vez más satisfecha.
Con esta última confesión el castigo acabó y me ayudó a levantarme, quedándome de pie enfrente a ella. Mi pene seguía empalmadísmo, desesperado por descargar toda la tensión que allí se acumulaba. Mis ojos se clavaron en su abundante escote. Ella se percató al instante, se levantó y me cogió la barbilla, levantándome la cabeza para apartarme la mirada de sus tetazas.
-¿He sido muy mala contigo? – Preguntó con aquel tono perversamente infantilizante.
-No… me lo merecía… soy un sobrinito pervertido. –Respondí, siguiendo con el juego.
-Oh… que buen niño. Por lo que veo te gustan mis tetazas. ¿Quieres verlas?
Asentí. Ella se levantó la bata, quitándosela por la cabeza. Su cuerpo maduro, lleno y de carnes abundantes, era de lo más excitante. Llevaba unas bragas y un sujetador blancos. Este último apenas podía contener las enormes ubres. Se lo quitó, liberando aquellas dos fuerzas de la naturaleza.
Decir que las tetas de mi tía eran muy grandes es quedarse corto. Como les he dicho eran dos volcanes de talla 140 de sujetador, más ubres que senos. Estaban algo caídos por la edad y se veían blancos, con la piel palidísima surcada de estrías y venitas verdeazuladas. Los pezones eran gigantes, acordes al tamaño de los pechos. Eran rosados y estaban rodeados de una areola también grande, como todo en ella.
La observé unos segundos, desnuda salvo por unas enormes bragas de algodón blanco. Obviamente, a sus 50 años, mi tía no era el tipo de mujer 10. Los años y 3 partos le habían dejado marcas y estrías en la barriguita, sus abundantes carnes se veían algo fofas y poco tersas, su piel era blanquísima y tenía algunas arrugas,… Pero era una mujer real, de verdad, madura y experta, emparentada conmigo por la sangre y dispuesta a cumplir mis más oscuras fantasías.
Volvió a sentarse en el sofá y me hizo dar la vuelta para desatarme las manos. Tiró el sujetador al suelo y se acomodó mientras yo me frotaba las muñecas y movía los brazos.
-Ven aquí, ponme la cabeza en el regazo. – Dijo con voz turbia.
Obedecí, tumbándome en el sofá y poniendo la cabeza en sus muslos, usándolos como cojín. Enseguida sus colgantes ubres quedaron a la altura de mi cara. No pude contenerme. Cogí una de aquellas tetas y apreté su blanda carne. Busqué el pezón con la boca y lo chupé. Lo succioné de la misma manera que un bebe, mamando. Mientras lo hacía sentí como la mano de mi tía me acariciaba el vientre bajando hasta la entrepierna. Me cogió la polla, dura como un mástil, y empezó a pajearme poco a poco.
-Si así,… mi niño… mi sobrinito salido… pervertido… cómeme las tetas… cómele las tetas a la tita Carmen…
Y vaya si lo hacía. Mamaba el gran pezón, lamía la estriada y pálida piel, chupaba la blanda y mórbida carne,… Ella me pajeaba y fue aumentando el ritmo de su mano. Acabó machacándome la polla con fuerza y velocidad, volviéndome loco. Yo continué amorrado a sus tetas, gozándolas como un loco.
Finalmente exploté. El semen salió disparado hacia arriba, salpicándonos a ambos, embarrando de blanco su mano y brazo y mis muslos y vientre. El orgasmo fue intenso y liberador.
-Oh… que bien, así, córrete para la tita Carmen. Buen chico.- Susurró mientras yo me derramaba. Al terminar soltó el pene y empezó a lamerse los dedos manchados, saboreando mi lefa caliente.
Me quedé casi catatónico después de aquel virulento clímax. Había sido demasiado para mí. Las nalgas aún me ardían por el castigo y sentía una gran satisfacción proveniente de mis genitales.
Me incorporé, asimilando todo lo que acaba de suceder. La tía seguía limpiándose los dedos con la boca con una sonrisa satisfecha en el rostro. Se chupaba la mano, retirando con la lengua y los labios los grumos de esperma. Me miró mientras lo hacía. Los ojos le brillaban de la más pura y maliciosa lujuria.
-Que bien nos lo vamos a pasar durante el confinamiento… - Prometió con un tono de voz ronco y sensual.
Continuará…