Confinada II

—Sí —y mi manita delinea la rajita. En la pantalla, en primer plano, se ve cómo mi dedito empuja la tela hacia dentro y la humedad se extiende por la tela blanca que pasa a más oscura por los flujos. No puedo evitar un gemidito.

Confinada II

Esto sigue igual, algo monótono, aburrido. Han aconsejado que tratemos de tener rutinas, que no nos abandonemos en casa y continuemos marcando horarios, vistiéndonos… Pero si yo acostumbraba a ir desnuda por casa, ¿cómo arreglarme? ¿Para qué? Pero lo que dicen tiene sentido, para llenar el tiempo y no agobiarnos todavía más al vernos desarreglados o sin hacer nada. Cuesta, no lo voy a negar, pero algo hay que hacer y entiendo los consejos. Activarse, buscar rutinas, establecer horarios, algo de ejercicio…

Pero ayer estuvo lloviendo y con un día gris, y noto que me ha afectado un poco. Estoy más sensible al tiempo. Hoy no llueve, pero hace un día desapacible y, aunque ya es primavera, el sol continúa oculto. Y nosotros en confinamiento. El aburrimiento debe ser común, porque he visto que ha sido publicar el relato y ya hay un par de comentarios y tengo ocho mails de lectores agradeciendo el relato en épocas de confinamiento. Tengo que responderles, pero lo haré luego. ¡Animaos! Escribid comentarios o enviadme mails, eso también os ayudará a vosotros. Y me gusta ver que habéis dejado comentarios, eso infla mi ego.

Me dicen que habría sido más excitante incorporar un trío con algún vecino, pero… ¿Cómo, si tenemos que aislarnos? Eso iría contra las normas, y con Juliette embarazada no podemos correr ningún riesgo. ¿Los vecinos mayores? Sería una irresponsabilidad si nosotros, con la niña, creemos que ya hemos sido infectados y se lo pasamos a personas de riesgo (por la edad). Tal vez sería excitante, pero para mí sería demasiado irreal, lo siento (aunque agradezco que me deis ideas y tratéis de ayudar, no dejéis de hacerlo, por favor).

Me acerco al ventanal y contemplo la ciudad. Sí, llevo sólo una tanguita (con la niña… ahora llevo tanguitas por casa, y a veces hasta sujetador para que no me goteen los pechos lactantes ¡Yo! ¡Esto es un desastre!). Mi té entre las manos y mirando el día gris. Podría imaginarme algo voyeur, ¿no? Que me ven en el ventanal, desnuda. Mis pechos están al aire y mi figura claramente expuesta, la tanguita casi ni se verá desde esta altura. Me acaricio la rajita, pero no logro estimularme. La calle está vacía, pasa de vez en cuando algún coche, alguien con el carro de la compra, el perro o a tirar la basura, pero los de Barcelona son demasiado civilizados para desobedecer, o están demasiado asustados. No, espero que no sea esto último, sino que estemos concienciados con lo que debe hacerse para disminuir el riesgo y somos civilizados, no por miedo.

A mí que me encanta exhibirme y sentirme deseada por la mirada de los otros y… ¡ya veis! De eso nada, imposible. ¿Imposible? Vuelvo hacia el portátil que tengo en el salón. Tengo la conexión encriptada con el trabajo y el Skype. Busco en los contactos y abro una nueva ventana de video-llamada. Dejo el mouse mientras suena el tono de llamada y vuelvo a tomar mi calentita taza de té entre las dos manos. Pronto veo que responde y se activan el video y el micro. Él está tan profesional como siempre, en su despacho, vestido con camisa blanca impoluta, pero sin corbata. Veo cómo responde y sus cejas se alzan sorprendidas al verme.

—Hola, ¿todo bien?

—Sí, aburrida. He hecho una pausa para el té, y tú… ¿muy ocupado?

—Ahora sí, contigo. —No puedo evitar reír al ver su mirada recorriendo mis pechos.

—Es que… en casa… no me he vestido, ¿te molesta?

—No, de eso nada. Es una sorpresa agradable, deja la cámara.

—Pero si viene mi marido…

—Seguro que está concentrado en su trabajo y no oiría ni una explosión, le conozco. No te cortes, es una sorpresa muy agradable.

—Tienes razón, cuando está trabajando se aísla de todo. ¿Tú no?

—Yo tengo otras prioridades, y cuando me llama una mujer explosiva como tú…

—¿Explosiva? —Respondo, coqueta. Tomo el portátil y lo llevo a la mesilla de la sala, me siento en el sofá recogiendo las piernas, el mouse queda colgando, pero ahora no lo necesito. Sé que me está viendo casi desnuda, mis grandes pechos al aire, sólo cubierta con la tanguita. Mis manos rodean la taza del humeante té y los brazos tratan de cubrir ni que sea los pezones que se han agrandado y oscurecido y no es por la lactancia (o no sólo por eso).

—Te aseguro que estás muy explosiva. Me encantan tus piernas, ¿sabes?

—Mis… ¿piernas? —Seductora, las estiro y gracias a que el ordenador está en la mesilla un poco lejos de mí, me aseguro que ve cómo una de mis manos recorre desde el tobillo hasta los muslos.

—Son largas y muy sensuales, seguro que tienen un tacto satinado increíble. —Él también se separa un poco poniéndose cómodo en el sillón de su despacho. No puedo verlo entero, pero me gustaría pensar que su entrepierna empieza a animarse. Sé que le excito, siempre lo he hecho y ahora tengo ganas de hacer alguna locura más.

—No sé… para mí sólo son mis piernas. Esto es un asco, ¿no te aburres? —Digo poniendo morritos, superada por la situación.

—Te aseguro que no en este momento. Pocas veces tengo una vista tan explícita de una mujer tan espectacular. ¿Sabes?

—¡Ja! Si ahora todos estáis con el porno todo el día.

—Cierto, pero tú eres real y eso lo hace todavía más excitante.

—¿Y ellas qué son? ¿No te molarán los dibujos animados porno?

—No, no es so, aunque algunos… —Me enfado y lo nota, pero se ríe de mí—. Pero las chicas del porno son sueños y no realidades. Tú sí eres real, y eso lo hace muchísimo más excitante.

—Pero ya me tienes muy vista. —Digo melosa mientras continúo con mis caricias y me inclino para dejar la taza en el suelo mostrándole mis pechos. Vuelvo a recostarme en el sillón y los tomo en mis manos—. Victoria ha hecho que sean todavía mayores, ¿cuelgan más? ¿Tú qué crees?

—Están perfectos, ahora sí que podrás hacer unas rusas espectaculares. —Se ríe, pero con una mirada lasciva. Ríe con la boca, pero no con la mirada.

—¿Cómo las del porno?

—Seguro que mejores, tú eres más expresiva y no finges.

—¿Cómo sabes que no? Todas podemos fingir, sois tan simples… —Y empiezo a estrujarme los pechos el uno contra el otro acercándolas al portátil. Mis mamas se deforman chocando la una contra la otra mientras finjo un éxtasis infinito entrecerrando los ojos y dando gemiditos acelerados como si tuviera un orgasmo—. Oh, sí, dame tu leche, dámela toda… Ah… Mmm…

—¡Joder! Sandra…

—¿Sí? —Digo modosita sentándome de nuevo en el sofá con una pierna recogida bajo mi cuerpo y poniendo carita de niña pícara mientras me muerdo una uñita pestañeando repetidamente—. Oh, ¿el señor se ha alterado? ¡Ei! ¿Qué hace esa manita? No seas malo, no la veo. —Se aparta un poco de la mesa del escritorio y veo que su mano está bajo la cintura por dentro del pantalón, acariciando—. ¿No serás tan guarro como para estar…? ¿Y tú mujer?

—¿Y tú marido? Eres una calientapollas, ¿qué esperabas? —Y sus manos batallan con el cinturón y lo estiran con rabia dejándolo colgando a los lados para desabrochar el pantalón. Yo me tapo los ojos con mi manita (pero mirando por entre los dedos) y los pezones con el otro brazo, poniendo cara de niñita escandalizada y riñéndole.

—¡Guarro! —Me avanzo y desconecto mi cámara con un gesto en la pantalla táctil del portátil.

—¡Puta calientapollas! Te conectas para excitar y ahora desconectas la cámara—. Dice enfadado alzándose y poniendo en un primer plano su erección con lo que su pantalón le resbala y queda caído. Se sacude ante la cámara y tengo un primer plano de su húmedo prepucio zarandeándose—. Es esto lo que querías, ¿no? ¡Conecta la cámara ya! —Mi dedo, todavía sobre la pantalla, vuelve a pulsar para conectar la cámara respondiendo de forma automática a su orden, sin poder evitar obedecer. Pero mi imagen, cara sonrosada de vergüenza, está compungida.

—No, yo sólo quería… estaba aburrida y…

—Y has pensado en excitar a este viejo en el despacho, ¿verdad? Te encanta ser una calientapollas y excitar a los otros, ¿verdad? ¡Eres una puta calientapollas! ¡Baja tus brazos y muestra tus pechos! —Sentada de nuevo frente a la cámara, los bajo en una compulsión sin control, sin pensar, antes de darme cuenta de nada estoy obedeciendo. Pero continúo cabizbaja, avergonzada—. Es eso lo que querías, ¿no? Mostrarte y excitarme. Pues venga ¡Hazlo! No me excitas así, anda, ¡muévete y excítame!

No puedo, ahora me siento culpable y sólo me zarandeo un poco sin poder ni mirarle a la cámara.

—¡Vaya mierda de puta rusa calientapollas! Ni eso sabes hacer. —Me escupe, y me duele. Alzo la mirada y le veo en la pantalla. Su erección está bajando, babea de la punta, pero ya no está erguida mirándome, ahora está caída y empieza a estar fláccida. Mis manos suben a mis pechos y, con pocas ganas, los zarandeo un poco como antes. Él no responde y quedamos en silencio. Me muevo más y trato de chuparlos. Saco la lengua buscando mis pezones y veo que él vuelve a tener su mano en el miembro, pero todavía tiene cara de amargura. No sé por qué, pero no puedo dejarle así, quiero que vuelva a estar erecto, lo necesito, así que me incorporo y vuelvo a tratar de excitarle, quiero hacerlo, quiero que vuelva a desearme.

—¿Así? ¿Te gusta así? —Busco su aceptación, su excitación, pero él no reacciona, sigue acariciándose, pero con desgana. Me acerco a la cámara del portátil y sigo estirando de mis pezones mientras mi boca se abre intentando ser sensual y succionarle, besarle… —¿Te gusta que te la chupe? Me gusta hacerlo, me encanta… teneros en mi boca… daros mi calor y mi humedad… lameros y tragarlas… Me encanta el sabor… —Mis aureolas se oscurecen y mis pezones se inflan y endurecen, ahora los pellizcos los noto más y se estiran arrastrando la teta.

—Eres una verdadera zorra calientapollas. ¡Enséñame tu tanga! —Me pongo en pie, acerco mi sexo tapado por mi manita a la pantalla—. Así no, ¡muéstrame! —Mi manita levanta los dedos, pero dejo el índice sobre mi rajita. La tela de la tanguita minúscula cubre sólo la rajita, pero se ven mis inflamados labios sólo cubiertos por mi índice entre ellos—. He dicho que lo muestres.

Ya no grita, no le hace falta. Su respiración está empezando a acelerarse y se nota al hablar. Me da vergüenza, si aparto el dedito… pero lo hago, mi tanguita queda en primer plano de la cámara, me veo en la ventanita de la pantalla, un primer plano de la tela completamente remetida en mi vulva, mis labios inflados y una manchita de humedad en la parte baja de la tela.

—Lo sabía, cerda. ¡estás mojada! Eres una putita que te excitas con esto ¿verdad?

—Sí —y mi manita delinea la rajita. En la pantalla, en primer plano, se ve cómo mi dedito empuja la tela hacia dentro y la humedad se extiende por la tela blanca que pasa a más oscura por los flujos. No puedo evitar un gemidito. Necesito más y, mirando cómo él vuelve a estar excitado, mi dedito penetra bajo la tela. Ahora puede ver claramente en la pantalla cómo mi dedito entra en mi rajita. No puede oír los sonidos de succión, porque su zarandeo de la verga los oculta. Veo que vuelve a sacudírsela con violencia y eso me excita—. Me estoy poniendo como una moto… —No puedo evitar gemir, y esta vez no es simulado. Se me escapan gemidos mientras me acaricio y bajo la tela y la otra mano es la que entra en juego ahora con dos dedos. Mi capuchón queda libre y mi garbancito expuesto, pero todavía no lo acaricio, sólo lo rodeo con dos deditos arriba y abajo, penetrándome.

Pocas veces he estado tan expuesta, mi ventanita en la pantalla muestra un primer plano de mi sexo babeante acariciado por mis deditos mientras sujeto la tela abajo con la otra mano. Quiero que me vea, que vea mi humedad y que sepa lo puta que soy. Quiero que se excite y se corra al verme totalmente expuesta a él. ¡Dios! ¡Cómo deseo que se corra! Su verga casi es una sombra en la pantalla por lo rápido de sus movimientos, su mano un borrón, su prepucio salta y pixela, pero yo lo siento como si estuviera ante mí, masturbándose por y para mí.

Empieza a gemir, o ya lo hacía y acabo de darme cuenta, no sé. Somos un coro de gemidos que suben de tono, yo ya, descaradamente, no me sé retener y cuando mi cuerpo me lo pide al fin pellizco mi clítoris con fuerza. Es una explosión de sensaciones que me lleva al límite y exploto ante la cámara tensándome y con los dedos congelados en el pellizco. Cuando consigo mirar la cámara veo sus chorros de lechita. Suelta dos latigazos cortitos y el tercero queda en la punta, goteando, mientras él estruja su miembro y noto cómo se agita. Los dos nos estremecemos tratando de recuperar, pero él cae rendido en su asiento, en la butaca de su despacho, y yo en el sofá.

Mis pechos suben y bajan con la respiración acelerada. Mi piel arrebolada. Mis manos asquerosas de flujos, mis deditos alargan los hilitos de flujo entre ellos y veo que él sonríe.

—Eres deliciosa, ¿sabes? Una tentación deliciosa.

—Anda, a la ducha, que te toca a ti hacer la comida hoy. Yo voy aquí abajo. —Y me dirijo al baño del piso inferior mientras mi marido va al del piso superior, donde tiene su estudio.

Besos perversos a tod@s, y buen confinamiento,

Sandra

PD. Os recuerdo que en mi perfil tenéis el mail y mi página de autora de Amazon, por si queréis leer un poco durante el confinamiento. ¡Pero no por ello dejéis de poner algún comentario al relato!