Confinada

Javier queda embobado con la imagen de su polla entre mis bubas, eso cuando mi cabeza no se la tapa al darle un regalito por asomar. Mis manos alzan y dejan caer mis pesados, pero todavía firmes, pechos y Javier vuelve a desesperar al sentir aquellos pedazos de carne recorriendo su sexo.

Confinada

No me puedo quejar, lo digo ya de entrada. Nuestro piso es grande y tanto Javier como yo podemos trabajar en remoto, por lo que no sufrimos un confinamiento agobiante como otra gente. Victoria es todavía demasiado pequeña como para molestar demasiado y nos hemos aprovisionado de pañales, así que no me puedo quejar. Como mínimo no tenemos la preocupación añadida por habernos quedado sin empleo, sin ingresos o la incertidumbre de cuánto aguantaremos pagando luz, agua, gas o hipoteca sin tener ingresos como tantas otras familias. Así que, ya digo, no nos podemos quejar. De hecho, sólo pensar en esas mujeres que están confinadas con su maltratador me entra un mal cuerpo… Ante eso ninguna de nosotras puede compadecerse de sí misma.

Pero lo que iba para quince días ya se alarga y no sabemos cuándo acabará. Todo sea por la salud. Y hacemos turnos para ir a tirar la basura porque los dos queremos poder salir ni que sea un ratito (y con los pañales de la nena, os aseguro que es necesario). Llevamos quince días y se hace pesado. Naturalmente, María, la asistenta, tampoco puede venir a limpiar, pero hemos acordado seguir pagándola porque sabemos que ella es básica para su sustento familiar. Especialmente ahora que a su marido le han incluido en un ERTO, una regulación de empleo temporal por lo del Coronavirus, y es el único ingreso en casa. Por suerte las transferencias bancarias funcionan y, los que podemos ayudar, debemos hacerlo (no se lo esperaba y nos está muy agradecida). Julián también está encerrado en su casa, así que tampoco tenemos conserje (gracias a eso podemos salir a tirar la basura), y la comunidad ha decidido cerrar las zonas comunes tal y como recomendaron las autoridades, ni ir al gimnasio del edificio podemos.

Nuestros vecinos son bastante mayores, así que procuramos no sólo por nosotros, sino por la salud de todos. Los únicos jóvenes son Juliette y Pedro, pero Juliette está embarazada y ella y Pedro están paranoicos y ni abren la puerta. Hacen bien. En su caso yo supongo que también haría lo mismo por protegerla a ella.

Salimos lo justo, la basura y nada más. Una vez a la semana o así hacemos compra on-line y es el único contacto que estamos teniendo con alguien en persona. Y van ya más de quince días y la situación se alarga y empieza a hacerse pesado. Estoy harta de mails y Skypes, me muero por ir al parque con la peque o poder ir a un restaurante. Javier llama a sus padres casi cada día, pero no podemos ir a visitarles con la nena, que seguro que en la guardería pilló de todo y ahora no es momento de contagiarlos con nada (eso si pudiéramos salir, claro).

Por suerte no sufrimos por nosotros. Al tener a una niña en casa, lo más probable es que hayamos pasado una infección benigna sin darnos cuenta siquiera. El problema es que nosotros podemos contagiar a otros. No nos hemos hecho pruebas ni nada, mejor no colapsar el sistema sanitario, y, si nos sentimos bien, que se puedan ocupar de los que sí lo necesitan y no de nosotros. Pero estamos convencidos que podemos contagiar a otros, por eso tratamos de seguir las reglas establecidas, que son lógicas para evitar que esto se desmadre.

Pero quince días empiezan ya a ser pesados. Quince días de confinamiento y todavía sin tener un horizonte claro. Así que un poco de los nervios sí estamos y empiezan a aflorar fricciones o gestos un poco demasiado bruscos de vez en cuando. Por suerte, somos dos, para ceder uno cuando el otro se sale un poco de sus casillas, y lo hemos llevado bastante bien. Además, tenemos muy presente a Victoria, y el tener una niña te obliga a querer ser un buen ejemplo.

Así que hemos intentado evadirnos un poco como hemos podido. Cuando ponemos la niña a dormir (que, por suerte, duerme como un tronco), intento animar a Javier. Es cuando la niña duerme que voy al vestidor y procuro buscar algo… sexy. A veces es ponerme simplemente una sudadera sin nada debajo e ir a buscar el cesto de la ropa. Interrumpo en su despacho y le digo si tiene algo para lavar, que voy a poner una colada. Tengo que repetirlo porque él está centrado en la pantalla del ordenador con unos gráficos, pero lo repito las veces que haga falta y me acerco a él para conseguir que me mire y… y cuando lo hace sé que ya le tengo.

Sí, sabe que me tiene todo el día en casa, que puede hacer lo que quiera cuando quiera, pero el verme hacer de maruja vestida con una sudadera, descalza, y cubiertos mis muslos sólo por la sudadera… eso atrapa su interés. Yo me hago la despistada y me vuelvo para salir, pero sé que su mirada me sigue.

—Pues pongo la colada. —Digo saliendo y bajando hacia la habitación donde tenemos la lavadora. Le oigo seguirme, por eso cuando llego ante la lavadora me agacho para dejar el cesto de ropa en el suelo sin flexionar las piernas. Él podrá ver con toda tranquilidad mis nalgas desnudas bajo la sudadera al inclinarme. Recojo una prenda y la estiro bien antes de ponerla en la lavadora, me agacho y tomo la segunda. Me agacho bien de nuevo, y ya le puedo oír tras de mí, acercándose, por eso la meto y me agacho de nuevo. Esta vez, al ir rápido, la sudadera se ha subido más que antes y podrá ver no sólo mi chochito, sino también mi rosadita flor trasera. Las sudaderas holgadas tienen eso.

No me da tiempo a alzarme de nuevo, sus brazos rodean mi cintura y le noto contra mi piel. Me alzo un poco, pero una mano se cuela bajo la sudadera mientras la otra me retiene contra la lavadora.

—¿Qué haces, loco? Casi me caigo. —Es verdad, me aguanto como puedo contra la lavadora, pero no me deja incorporar y pronto noto entre mis muslos su sexo buscándome. Pero es su mano la que me penetra con dos dedos juguetones que recorren mi interior.

—¡Guarro! Quita esa mano… —pero lo digo sin demasiada convicción. Sus jugueteos en mi sexo hacen que me humedezca, pero no voy a ponérselo tan fácil. Me revuelvo, pero su mano está firme en mi espalda y no me deja incorporarme. Mis movimientos llevan a que clave más sus dedos y mis nalgas topen contra su vientre, un vientre que empieza a animarse.

—Estate quieta, déjame jugar.

—¿Jugar? Estás metiéndome mano, ¡salido! —Ahora ya son tres sus dedos hurgando en mi sexo y se puede oír su chapoteo en mí. Sus dedos buscan mi clítoris, pero yo me revuelvo y no le dejo acceder, mis nalgas rozan su dureza una y otra vez y le obligo a hacer fuerza para poder seguir. Es sólo un momento, porque pronto mis flujos ya gotean por mis muslos y no puedo evitar un gemido de satisfacción. Sus dedos se retiran de mi sexo y los sustituye su polla. Ahora ya me inclino reposando sobre la lavadora y me dejo vencer al sentir cómo me penetra hasta el fondo en una embestida.

—Bruto. —Se me escapa, pero acabo con un gemido de satisfacción al chocar él contra mis nalgas. Mis pechos bailan bajo la sudadera cuando él empieza con sus acometidas y pronto una de sus manos busca y toma mi pecho mientras la otra todavía simula sujetarme para que no me alce, pero yo ya he dejado de luchar y muevo las caderas para ayudar a su penetración y ritmo.

Es rápido, un aquí-te-pillo aquí-te-mato. Él me taladra sosteniendo mi pecho y mi cadera y yo le ayudo como puedo, cómplice ya, porque deseo sentirle recorriéndome tanto como él sentirme a mí. Pronto llega y le noto derramarse en mí, con su calor recorriéndome por dentro, él sigue penetrándome hasta notar que yo también llego. Mi gemido se alarga y mis caderas se congelan exprimiéndole con la vulva que se contrae con espasmos, vaciándole. Recuperamos el aliento y me giro simulando estar algo enfadada.

—Pues ahora acabas tú y tiendes luego las toallas. Voy a limpiarme. —Y salgo librándome de las odiosas tareas domésticas. Es muy sexy ir por casa sólo con una sudadera, pero corro el peligro de poner perdido el suelo y no está María para limpiarlo luego. Me adecento en el baño hasta que oigo que la lavadora empieza con su cantinela y salgo a buscarle. Está con el cesto de toallas que tenía al lado de la lavadora tendiéndolas en el patio interior.

Está sexy, lleva unos pantalones de chándal y saca el culito para colgar las toallas de las cuerdas que tenemos colgando sobre el patio interior. Me acerco por detrás y esta vez soy yo la que le sorprende a él bajándole los pantalones de un tirón y poniéndome tras de él. Mi lengüita juguetona recorre su perineo mientras mis manitas amasan sus nalgas abriéndolas. Le estampo contra la ventana que le llega por debajo de la cintura.

—No juegues que me voy a caer. —No le hago caso y continúo inmovilizándole de cintura para abajo comiéndole y aprovechándome de él. Su pollita satisfecha va despertando de nuevo mientras él trata de seguir tendiendo, pero le cuesta hacerlo, especialmente cuando le penetro con mi lengüita por detrás. Noto cómo su respiración se va acelerando y trata de girarse.

Mi manita toma su polla y se la zarandeo, estirando de ella para que no se mueva. Mi lengua sigue explorando su agujerito y mi mano le gobierna. Pero insiste y es más fuerte que yo, se gira y queda contra la ventana, de espaldas al patio y de cara a mí. Parece que quiere que mi boquita juegue con otra parte de su cuerpo. Traviesa, se la aparto y mi boca pasa a succionar sus huevos mientras mi manita se la aguanta levantada para que no me estorbe. Sus manos se crispan contra el marco de la ventana, dejándose reposar y sometiéndose. Le miro a la cara y le veo con los ojos cerrados maldiciéndome y sufriendo de placer. Su mano se dirige a mi cabeza y trata de agarrarme del pelo.

—Grrr… Ffff… —Primero le rujo y luego hago como una gata mordiéndole ligeramente. Espantado, se retira y sigo a lo mío, lamiéndole y torturándole sin llegar a comérmela. Mi lengua la recorre entera y mi manita le acaricia los huevos, pero evito tragármela como él quiere. Por el contrario, busco que se endurezca todavía más, que siga creciendo como sé que puede crecer. Mi tortura no dura mucho más, sólo hasta sentirlo desesperado y a punto de llegar al límite. Entonces sí me apiado de él y mis labios toman la puntita. Quiero que note mi calor en su prepucio, mi lengua jugueteando con él dentro de mi boca, saboreándole, acariciándole con pinceladas de calor.

Se le escapa un gemido y le suelto para quitarme la sudadera. Quedo desnuda a sus pies, pero vuelvo a capturarle el sexo con mi boca rápidamente no fuera a ser que se escapara. Mi lengua juega sólo un poco más. Porque con lentitud voy absorbiéndole, envolviéndole en esa sensación de seda caliente que es mi boca, y pronto debo retirar la lengua para poder engullirlo. Resbalo sobre él llenándolo con mi humedad hasta que mis labios rozan su vientre. La tengo metida hasta la garganta, pero evito las arcadas porque ha entrado suave. Mi saliva está por desbordar mi boca y, cuando me retiro con igual lentitud con la que he entrado, gotea sobre mis pechos.

—Joder, cabrona… venga ya… —Me implora Javier. Pero yo continúo lenta, absorbiendo y retirándome como si tuviera todo el tiempo del mundo, degustándole, sintiéndole, notando crecer su desesperación. Su mano se acerca para poder dirigirme y me la saco de inmediato y le miro furiosa. Su mano no llega ni a tocarme el cabello y se retira. Entonces me alzo un poco más y tomo mis dos lactantes pechos y los friego el uno contra el otro extendiendo mi saliva entre ellos. Pronto es su sexo el que está entre mis pechos y los recorre asomando la puntita que beso y lamo cuando aparece.

Javier queda embobado con la imagen de su polla entre mis bubas, eso cuando mi cabeza no se la tapa al darle un regalito por asomar. Mis manos alzan y dejan caer mis pesados, pero todavía firmes, pechos y Javier vuelve a desesperar al sentir aquellos pedazos de carne recorriendo su sexo. Noto cómo sus piernas tiemblan y me preparo. A sus piernas le siguen las caderas y su explosión. No hay mucha leche, acababa de explotar en la lavadora, pero la suficiente para dejarme la cara cruzada con su corrida y ensuciarme el pelo.

—¡Tenías que haber avisado! —Le recrimino mientras mi lengua recoge los restos de mi cara y le exprimo con mis tetas sacándole las últimas gotitas. Es parte del juego hacerme la mala, eso le excita todavía más, como si fuera él el culpable de abusar de mí.

—Lo… lo siento… —Le beso la puntita limpiándosela y aprovecho para saludar a los vecinos del patio de luces. Supongo que a las ocho saldremos a homenajear a los sanitarios en los balcones que dan a la calle, pero a estas horas a quien homenajean ellos es al sufrido Javier, confinado con la rusa.

¿Vosotros creéis que sobrevivirá?