Confieso haberme alistado en el ejército

Cuando terminé el bachillerato era una persona bastante sencilla y sin unos intereses especialmente definidos. En contra de la voluntad de mis padres me alisté en el ejército. En ese año y cuatro meses que aguanté en la base de Zaragoza no me pasaron cosas espectacularmente destacables, excepto esta

He tenido una adolescencia bastante tranquila. No muy ajetreada. A los 18 apenas había tenido algún que otro encuentro sexual con amantes pasajeros. Me dedicaba más bien a masturbarme de tanto en tanto. Bueno, igual estoy exagerando, en realidad me masturbada bastante. Podía llegar a ser diario, incluso dos veces al día. Y para qué mentir, me gustaba mucho cuando me encontraba en situaciones donde no había manera de encontrar un  momento de relax.

Cuando terminé el bachillerato era una persona bastante sencilla y sin unos intereses especialmente definidos. No supe bien qué hacer. En mi último año los profesores me preguntaban adonde iría a parar y no sabía qué contestar.  Y es así como tuve un momento de locura del que es posible que hoy en día me arrepiente. En contra de la voluntad de mis padres me alisté en el ejército. Y eso que en el año 2008 ya hacía mucho tiempo que la mili se había eliminado, y que a nadie, a absolutamente ninguno de mis amigos, se le había siquiera pasado por la cabeza apuntarse al ejército. Si soy sincero, no logro entender qué me llevó a tomar esa decisión. Imagino que fue la necesidad de escapar tanto de la decisión de qué hacer con mi vida, como escapar de casa de mis padres de una vez por todas. Ya sabemos todos que en las fuerzas armadas están encantados de emplear a jóvenes nuevos que estén dispuestos a cobrar ese sueldo que, para los tiempos de crisis, no está nada mal.  En ese año y cuatro meses que aguanté en la base de Zaragoza no me pasaron cosas espectacularmente destacables... excepto esta.

He sido una persona que siempre ha practicado algo de deporte, siempre me han gustado especialmente el voleibol y las artes marciales, y he probado diferentes cosas como el taekwondo, el capoeira o el  kunfú. Pero no pienses que por ello he sido muy deportista, en absoluto, hacer algún tipo de arte marcial una vez a la semana ya era mucho para mí, y por ello los comienzos en el ejército fueron bastante duros, aunque en cuestión de unos meses había adquirido un cuerpo sumamente interesante. Y ni hablar de mis compañeros, que también eran un tanto interesantes de mirar, pero siempre con cuidado y sólo de reojo.

Si ahora pienso en aquellos tiempos, lo veo todo algo raro. Tantos hombres había juntos en un mismo lugar. No había visto algo parecido jamás.  Me costó acostumbrarme a dormir en una habitación compartida con otros tres chicos, y asimismo me costó compartir el baño y las duchas. Pero lo que más me costó fue poder ducharme sin erección, aunque con el tiempo me di cuenta de que las erecciones eran algo más frecuente entre los militares de lo que yo pensaba. Vamos, que se notaba la falta de sexo.

Tenía un compañero gallego que tenía la misma edad que yo y que solía estar especialmente cachondo y no hacía esfuerzo por ocultarlo. Hablaba de chicas gran parte del día y tenía la necesidad constante de ajustarse su pene entre los pantalones. Por las noches, tras apagar la luz, a menudo nos hacíamos pajas, pero él no desaprovechaba ni una sola noche por más largo que hubiese sido el día. Llegó el momento en el que este compañero, David, y yo nos quedamos una noche solos en el cuarto porque los otros dos compañeros tenían un permiso para el fin de semana. Yo estaba sumergido en un artículo de una revista mientras David, como habitual, estaba estirado sin camiseta sobre su cama, acariciando su pene por encima del pantalón y escribiendo enérgicamente por el móvil. En algún momento la situación se volvió tan embarazosa que no pude retenerme y le pregunté con quién se escribía. Me explicó que había conocido a una chica hacía un tiempo que le gustaba mucho y que le estaba insinuando que quería quedar con él cuando estuviera de permiso, y a solas.

Si bien yo procuraba neutralizar mis deseos sexuales y reducir el número de pajas que me hacía por la vergüenza que me ocasionaba compartir habitación, en ese momento tuve que fijarme por primera vez en David (ese escaneo de arriba a abajo, con lupa, que se le puede hacer a un hombre). Tenía piel morena y lisa, sin grano alguno, abdominales bien marcados, y debajo de sus pantalones prometía un aparato de importante grosor y mediana largura. Pero lo que más me excitaba en ese instante eran sus labios carnosos, sus ojos negros y sus largas pestañas. No me dio tiempo a completar mi análisis porque David, como usual, estaba más que preparado para compartir conmigo sus intimidades y deseos sexuales. Entró a hablar del sexo que tendría con aquella chica y se lamentó de que aún quedaban dos semanas hasta que podía salir. Empezamos a tener una conversación algo subida de temperatura, y he de admitir que mi mente había dejado de estar en aquel artículo que pretendía estar leyendo. Debajo de las sábanas mi pene había adquirido un tamaño de suma importancia, mientras David me decía, sin cortarse, que entendía que yo también debía estar más que deseoso de echar un buen polvo (¡y cuanta verdad había en eso!).

El hecho de que David me estaba poniendo al cien y que no había manera de salir de esa situación sin hacerse una paja me hizo sugerirle que apagáramos la luz, como hacíamos todas las noches antes de masturbarnos, para cepillárnosla tranquilamente y poder dormir relajados. Pero él me miró con cara de extrañeza y me preguntó por qué teníamos que apagar la luz y si no me importaría que le enviara unas fotos de su pene erecto a la chica con la que chateaba. Yo intenté reaccionar de forma calmada, mostrar desinterés y mantener, en la medida de lo posible, una cara sin expresión, cuando en realidad estaba excitadísimo por dentro y nervioso porque no había nada que deseara más en ese momento que ver, aunque fuera, un pelo púbico de David. Pero en mi afán de mantener mi presunta heterosexualidad decidí girarme ligeramente hacia la pared justo antes de que David empezara a sacar su pene.

No obstante David no parecía interesado en que yo no le viera y siguió hablando como si estuviéramos de cervezas en un bar, preguntándome si alguna vez había enviado una foto de mi pene a alguna chica. A lo que le contesté que no (una mentira socorrida). Entonces me preguntó cómo podría hacerlo para que saliera bien. A lo que contesté con un "no sé" algo seco y nervioso. Quién iba a decir que su siguiente intervención sería:

  • ¿Te importaría echarle un ojo?

En ese momento me giré, y por desgracia ya se había tapado la polla con los calzoncillos, pero acto seguido se levantó y se acercó a mi cama para enseñarme el snapchat de su polla que estaba a punto de enviar a la chica. Por primera vez pude contemplar una imagen de su aparato, grueso, moreno, sujetado por dos dedos, y dejando entrever ese pubis sin afeitar que alguna vez había visto de reojo en las duchas.

  • ¿Qué te parece?, preguntó. No estoy seguro de si eso le dará morbo o si al final no querrá verme, ¿qué piensas?

No me quedaba otra, tuve que darle mi opinión y le dije que estaba bien pero que el ángulo quedaba algo raro, lo cual no era del todo mentira. De seguido me pidió, con poca pero algo de vergüenza, si no me importaba tomar la foto de su polla para que quedara perfecta. La situación se estaba poniendo un poco tensa, y yo estaba inseguro de dónde me llevaría esto. Aparte tenía el gran problema de estar muy empalmado, tan empalmado que me estaba dando la sensación de que mi polla estaba a punto de salir por el lado de la manta de la excitación. ¿Cómo iba a explicar a David que estaba empalmado? Pero apenas pude terminar ese pensamiento, como ya David seguía hablando:

  • Tú tienes que estar super cachondo también de tanto rayarte yo con el tema de la chica esta, y no te estoy dejando hacerte la paja.

  • No veas tío. Venga va, te hago la foto para que me dejes ya en paz y luego apagamos la luz y nos hacemos una paja y dormimos que es tarde, ¿vale?

Fui incapaz de dar ningún paso que no fuera ese. Pero David, que estaba arrancado, me pidió que le hiciera una foto, y al minuto me pidió que le hiciera otra desde otro ángulo. De ahí me siguió hablando de lo cachondo que estaba, me volvió a recordar que hacía dos meses que no había tenido sexo y que se moría porque esa chica le hiciera una felación. Yo estaba sin saber bien qué decir pero le seguí el cuento y le contesté que yo también llevaba mucho tiempo sin sexo y que me moría por un encuentro sexual.  En estos momentos, cada uno estábamos de vuelta en nuestra respectiva cama, la luz seguía encendida, y David se había bajado los calzoncillos nuevamente y se estaba literalmente haciendo una paja mientras hablaba conmigo. Se hicieron unos segundos de silencio en los que estuve mirando al techo hasta que David los rompió:

  • Oye Aitor, ¿me la chuparías?

-¿Qué dices?

  • Lo siento tío, es que estoy muy cachondo.

Ya no pude sostenerme. Me salí de mi cama, con mi pene a reventar y sintiendo claustrofobia en el pijama, me acerqué a David rápidamente y me metí su pene en la boca. Empecé a mamársela  mientras él gemía de placer. Me metí la mano en el pijama y empecé a masturbarme. David seguía gimiendo; y aún estoy con la duda de si nos oirían los chicos de las otras habitaciones. Yo estaba totalmente entregado y dándolo todo por comerme la polla de ese chico en el que hasta ese día me había fijado tan poco. Con talento, mientras me pajeaba con una mano, subía y bajaba por su polla con la boca y le empezaba a acariciar los huevos, lo cual le hizo retorcerse de placer.  Pero este momento de gloria no prometía durar mucho, pues los dos habíamos estado demasiado tiempo esperando a corrernos. David no tenía planes de ser educado. Cuando estaba a punto de correrse, situó una mano sobre mi cabeza para evitar que dejara de chupársela. A estas alturas, si bien no estaba preparado para ello, tampoco me opuse, pues yo también estaba a punto de correrme y ya que estábamos, ¿por qué no probar el semen de David? En el último momento empecé a sentir las venas de su polla en mi boca y todo su cuerpo empezó a tiritar para luego entregarse al orgasmo entre grandes suspiros. Se corrió una cantidad considerable, que salía con fuerza y chocaba enérgicamente contra mi paladar. Yo seguía succionando, y siguiendo el ritmo que me indicaban sus manos, a la vez que mi polla también se estaba entregando a la parada final, corriéndome de manera improvisada en el pijama que llevaba.

Y ahí estaba, de rodillas delante de la cama de David, con su polla palpitante todavía en la boca, el gusto amargo a semen en la boca, el escalofrío que las gotas de semen me producían en el cuello y con el pijama mojado. Cuando de su polla ya no salía nada y yo también me había terminado de sacar hasta la última gota, fui al baño a enjuagarme la boca para limpiarme lo que no me había tragado mientras se la había mamado. Cuando salí del baño David ya había apagado la luz y sin hablar ni una sola palabra nos fuimos los dos a dormir. Desafortunadamente sólo tuvimos una ocasión más para un evento similar, el cual os contaré con detalle otro día.

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