Confidencias maternales (III)
La creciente cercanía entre mi madre y yo, generada a raíz de sus confidencias íntimas, va dando lugar situaciones cada vez más calientes entre ella y yo. Mi madre me demuestra ser mucho más cachonda y depravada de lo que yo nunca hubiera creído.
Tras afeitarle el coño a mi madre y darle una lamida en su rajaza, cosa que no pude evitar al verle su coño recién rasurado, mi madre había reaccionado muy positivamente, hasta el punto de proponerme que yo le comiera el coño mientras ella me lamía la polla. Su propuesta, que yo nunca hubiera imaginado ni concebido ni en el más caliente de mis sueños, me había dejado sin palabras; mi madre me estaba proponiendo, nada más y nada menos, que hacer un 69 con ella. La conversación con mi madre me había descubierto en ella a una calentorra relativamente fácil de seducir y ansiosa por experimentar todo el sexo que seguramente con mi padre nunca había probado. No obstante su facilidad para dar lugar a situaciones claramente sexuales entre ella y yo mismo, su hijo, no dejaba de sorprenderme a la vez que excitarme brutalmente. Como decía, me quedé sin palabras ante su propuesta, pero eso no era mayor problema porque desde luego aquel no era el momento para hablar sino para hacer.
No tardé ni dos segundos en desprenderme del pantalón y el calzoncillo y de quedarme completamente en pelotas. Mi madre enseguida me echó mano al paquete sopesando sobre todo mis huevos, que tengo grandes y colgones y parecieron gustarle.
-Vaya paquete, hijo. Esto también está para comérselo. –Y diciendo esto aproximó su boca a mi polla, sacó su larga y húmeda lengua y empezó a darme lamiditas en el glande provocándome el mayor placer que yo hubiera experimentado jamás hasta aquel momento. La imagen no podía ser más excitante: mi madre sacando la lengua para aproximarla a mi prepucio y empezar a darme unas riquísimas lamiditas, llenas de babas, en mi polla, que ya de por sí estaba humedísima y llena de abundante y espeso líquido preseminal, fruto de toda la excitación acumulada desde que mi madre decidiera contarme a modo de confidencia su aventurita con nuestros vecinos. Mientras me lamía el glande, mi madre también me acariciaba con verdadera delectación mis huevos mientras yo gemía.
-¡Joder, mamá, qué gusto!
-¡Vaya huevazos tienes, hijo! Los tienes muy grandes, da gusto sobártelos. No había visto nunca unos tan grandes. Me ponen muy cachonda estos huevazos.
-Pues no se qué decir, mamá… que me alegro y que ahí los tienes para que los sobes, los lamas y hagas todo lo que te apetezca. –Le respondí yo entusiasmado con su actitud.
-¡Qué buenos! –decía mientras me los sopesaba y les daba besitos y suaves lamiditas para luego añadir como explicación a su entusiasmo por mis huevos-: Supongo que será como la atracción que sentís vosotros por las tetas gordas de las mujeres…
Lo cierto es que, si bien mi polla es digamos normal, mis huevos sí que es cierto que son gordos y grandes con respecto a la media, y al parecer a mi madre le gustaban y excitaban especialmente, cosa que, por supuesto, me agradó.
-Pues disfrútalos todo lo que quieras, mamá. Ahí los tienes enteritos para ti. Pero si te parece, mientras tú te ocupas de mi polla y mis huevos, déjame que yo haga lo propio con esa rica almejaza rasurada tuya, anda.
Mi madre sonrió con una expresión de vicio que yo nunca había visto en ella, claro, y se incorporó para colocarnos de modo que pudiéramos ambos seguir degustando cada uno los genitales del otro. Yo me tumbé en el sofá y le indiqué a mi madre que se pusiera sobre mí en posición invertida formando por tanto el típico 69 sexual. Ella se reía mientras se colocaba sobre mí y cuando finalmente estuvimos en disposición de lamernos los genitales cada uno al otro, comenzamos a darnos gusto con las lenguas en tan erótica postura. Yo seguí con la tónica de lamerle toda la rajaza a mi madre y de concentrarme de tanto en cuanto en su clítoris, proporcionándole un más que intenso y evidente placer. También aprovechaba para acariciarle sus gordos muslazos y sus tremendas nalgas apretando su culo hacia abajo para así tener un mejor y más profundo acceso a su vagina. Mi excitación era enorme y la de ella parecía serlo también. Me chupaba con verdadera habilidad y me acariciaba con sensualidad toda mi zona genital. Para haber empezado, según ella me había contando, hacía pocos días a chupar nabos masculinos, no lo hacía nada mal la muy zorra, desde luego.
Pronto comprobé de nuevo que de hecho a ella le habían gustado y mucho mis testículos pues no dejaba de sobármelos suavemente mientras me lamía la polla y también con gran frecuencia dirigía su hábil legua hacia ellos y me los lamía y baboseaba con ganas. Por otro lado, a mí, tener el tremendo culazo de mi madre allí ante mi cara, tan expuesto y ofrecido, hizo que no me pudiera resistir de modo que mientras le lamía el chocho, también le acariciaba alguna vez muy suavemente su ano. Como mi madre, lejos de molestarle mis caricias en su ojete, gemía mostrando su satisfacción cada vez que se lo acariciaba, me decidí a darle una lamida también allí así que deje que la punta de mi lengua resbalara hacia su ano y rodeara todo su agujerito para luego tratar de meterla un poquito en su atractivo culo. Mi madre dio un respingo e interrumpiendo brevemente la babosa comida de huevos que en aquel momento me estaba haciendo, dijo:
-Cariño, qué cerdada más rica le estás haciendo a mamá. Eres un cochino, ¿eh? Pero me encanta, hijo. Ji, ji, ji…
Yo como respuesta, volvía a lamerle el ano y ella volvió a gemir mostrando su satisfacción.
-Tienes un culito muy rico, mamá. Me encanta. Siempre me ha gustado tu culazo, tan redondo y gordito. Y ahora que tengo tu ojete aquí al alcance de mi lengua no he podido resistirme.
-Pues sigue, hijo, sigue. Dale besitos en el culo a mamá. Y si son con lengua, mejor, ji, ji, ji…
Así que proseguí lengüeteándole su agujerito marrón y disfrutando enormemente con ello pues me resultaba tremendamente erótico, guarro y excitante a la vez lamerle el culo a mi madre, especialmente además precisamente por eso, por ser el culo de mi madre. Lo mejor fue que segundos después de reanudar mis lamidas en su ojete noté como la humedísima lengua de mi madre se deslizaba desde mis testículos hacia abajo hasta alcanzar también mi ano y entonces fue mi madre la que me estuvo dando unas lamiditas en el ojete que me llevaron al séptimo cielo.
-¡Mamá, qué me haces! –le decía yo en pleno delirio.
-Pues lo mismo que tú, cariño. Darte gustito en el culo con la lengua. ¿A qué te gusta que mamá sea así de cerdita, cariño?
-No puedes imaginarte cuánto, guarrona.
-Ji, ji, ji… -Reía ella pícaramente para a continuación seguir jugando con su hábil lengua en mi culo, en mis huevos y en mi polla.
Nuestra excitación era enorme y claro, yo no aguanté demasiado. No llevaríamos ni cinco minutos lamiéndonos mutuamente cuando noté que mi corrida era inminente, máxime tras su lengüeteo en mi culo. Mi descarga de lefa estaba a punto de salir y así se lo dije a mi madre. Ella entonces, con una risita de satisfacción, dejó de lamerme la polla, que era de lo que se estaba ocupando en aquel preciso momento, y se apartó ligeramente para recibir en su cuello y pecho toda mi abundante descarga de semen, retenida desde que habíamos empezado aquella tarde nuestra conversación confidencial. Una vez yo me hube corrido, arrecié en mis lamidas en su coño, centrándome en su clítoris, y entonces fue ella la que segundos después prorrumpió en un sonoro grito que anunciaba su brutal orgasmo. Los dos nos quedamos brevemente tumbados, relajándonos tras el intenso placer. Luego ya nos incorporamos y nos sentamos en el sofá mientras nos dábamos un beso intensísimo y lleno de saliva, vicio y excitación por lo vivido entre ambos.
-Hijo, hay que ver lo que acabamos de hacer, ¿eh? Somos unos degenerados… Por un lado casi me avergüenzo pero por otro lo cierto es que ha sido estupendo, he disfrutado una barbaridad y de hecho creo que estoy todavía más cachonda que antes de darnos estas lamidas tan ricas que nos hemos dado. ¿Tú qué dices, cariño?
-Pues que aunque me acabo de correr gracias a todo lo que me has hecho con tu boquita de golfa en la polla, en los huevos y hasta en el culo, yo también estoy cachondo a tope, mamá.
-Ya veo, ya. –Repuso ella riendo y tocándome de nuevo mi polla, que en tiempo record había recuperado, o quizá de hecho mantenía sin haberla perdido en ningún momento, toda su dureza, dada la extrema excitación que me embargaba. Nos dimos entonces un beso lleno de vicio, saliva y excitación sexual. Fue un beso muy intenso y largo, probablemente nos estaríamos besando dos o tres minutos con nuestras lenguas jugando desenfrenadas, degustándose, recorriendo cada rincón de nuestras bocas e intercambiando saliva a mares, saliva densa que se nos escapaba y escurría por nuestras barbillas y que caía sobre los pechos de mi madre que yo no dejaba de sobar con el lubricante añadido de la espesa saliva que se escapaba de nuestras bocas.
Quién me iba a decir a mí, apenas unas horas antes, que aquella tarde iba a estar morreando de aquella manera a mi propia madre. Mientras morreábamos nuestros sobeteos eran cada vez más intensos. Yo no dejaba de acariciar las tetas de mi madre, empapadas de pastosa saliva; le pellizcaba los pezones y ella gemía de gusto mientras seguíamos morreando. Mi madre a su vez me sobaba los huevos y de vez en cuando dejaba que su mano se deslizara más abajo entre mis muslos y me alcanzaba el ano; entonces me metía muy suavemente la yema de alguno de sus dedos y me daba un tremendo gusto con esa caricia. Eso hizo que yo también repitiera el gesto con ella y así, además de bucear con mis dedos en su humedísimo conejo, también deslizaba mi mano hasta alcanzar su ojete para acariciar el círculo de su ano y para invadir su orificio con mi dedo índice provocando nuevos gemidos en ella. Sin duda a mi madre le gustaba el sexo anal.
-Hijo, qué cachonda estoy… Te voy a decir una cosa… Mira…
-Dime, mamá –la animé yo dándole un breve con lengua mientras le pellizcaba ambos pezones.
-Es que… Bueno, ya te digo, estoy cachonda perdida, como creo que no lo he estado nunca y… Necesito follar… Necesito una polla en el coño… Hijo, igual te parece que tu madre es demasiado golfa diciéndote esto, pero…
-¡Mamá, cómo me gusta que seas así de cachonda y que digas esas cosas! –Le respondí yo riendo divertido-. Pues habrá que encontrar una solución para rellenarte esa rajaza con un buen cipote…
Los dos nos reímos entre divertidos y quizá un poco indecisos y cortados pues por un lado estaba claro que ambos queríamos follar pero por otro seguramente nos daba aún a ambos un cierto reparo traspasar la línea que da lugar al incesto consumado, y eso a pesar de todo lo que había ocurrido entre ambos aquella tarde. A mí me apetecía horrores follarme a mi madre, desde luego, y era evidente que a ella también; si no, no me hubiera dicho aquello. Pero verbalizar eso, que una madre le diga claramente a su hijo que quiere follar con él o que, al revés, un hijo le diga a su madre que le quiere meter la polla en el chocho, aunque sea muy evidente que a ambos les apetece, os aseguro que no es fácil. Seguramente ambos preferíamos que fuera el otro que hiciera la proposición. Yo no sabía muy cómo desatascar aquello y entonces se me ocurrió decirle a mi madre:
-Igual podías llamar a los vecinos…
-Esos ya disfrutarán de mi rajita afeitada otro día… Ahora la polla que me apetece meterme en el chocho es esta.
Y diciendo eso me agarró del nabo y me dio otro impresionante morreo en el que me metió la lengua casi hasta la garganta.
-¡Mamá!
-¿No te apetece follarte a la puta de tu madre?
-¡No sabes cuánto, mamá!
Los dos reímos satisfechos de cómo en tan pocas frases se había resuelto aquella tremenda tensión sexual que nos embargaba así que mi madre me dijo:
-Pues venga, vamos a mi cama y fóllate a la calentorra de tu madre y disfruta de mi coño de puta, si es que tanto te gusta.
-Te aseguro, mamá, que tu coño de puta, como tú dices, es el coño que más me apetece en el mundo.
Nos encaminamos hacia su habitación para que fuera en su cama donde pudiéramos follar más cómodamente. Mientras caminábamos hacia su habitación ella me acariciaba el culo y yo le decía:
-Mamá, me gusta que vayamos a follar en tu cama de matrimonio. Me excita que nosotros dos vayamos a echar un polvo conmigo en el mismo sitio donde tú sueles follar.
-¡Uy, hijo! “Sueles follar” igual no es una expresión muy adecuada. Con lo que follo con tu padre no se podría decir que mi cama de matrimonio sea precisamente un escenario del vicio. Aunque sí que va a ser el escenario en el que le crezcan un poco más los cuernos, ja, ja, ja…
Los dos, ya sentándonos en la cama, nos reímos divertidos y nos dimos un nuevo beso lleno de vicio con las lenguas al aire. Me gustaba y excitaba que mi madre hablara de aquella manera de su infidelidad hacia mi padre. Era evidente que no le causaba mayor remordimiento ponerle cuernos y esa faceta suya de mujer infiel me gustaba y excitaba, especialmente, claro, si además los cuernos se los ponía conmigo.
Ya tumbados en la cama completamente desnudos empezamos a besarnos y lamernos todo lo que nos apetecía. Yo lamía sus tetas concentrándome en sus pezones y le acariciaba la vulva y también el ano. También disfruté mucho manoseándole ampliamente sus gordos muslazos y sus amplias y redondas nalgas, que es una parte de la anatomía de mi madre que siempre me ha gustado mucho. Mi madre se daba perfecta cuenta del entusiasmo con que yo lo sobaba el muslamen y me decía complacida y halagada:
-Te gustan los gordos muslazos de mamá, ¿eh?
Ella a su vez seguía con su fijación en mis testículos y me los sobaba con ganas mientras morreábamos a placer.
Después de un buen rato con esos jueguecitos mi madre se puso a horcajadas sobre mi haciendo que su coño coincidiera con mi polla y empezó a frotar con su húmeda raja todo mi pene encajándolo entre sus húmedos labios vaginales. Mientras lo hacía, desde su boca dejó escapar un denso hilo de saliva que fue a caer en mi boca y que yo degusté con gran placer para a continuación fundirnos en un nuevo beso decididamente baboso e intenso. Después de ese morreo lleno de vicio y cerderío mi madre me dijo:
-Bueno, cariño, ¿cómo te apetece follarte a la zorra de tu madre? ¿Cómo quieres que echemos nuestro primer polvo?
Entonces yo me las arreglé para voltear nuestra postura dejándola a ella debajo de mí y dándole otro beso le dije:
-Así, mamá. Yo encima de ti. Me apetece mucho follarte y ver a la vez tu carita tan guapa con esa expresión tan cachonda; me apetece ver en todo momento mientras disfruto de tu coño de golfa que a la que me estoy follando es a la zorra de mi madre.
-Ja, ja, ja… Muy buena idea, cariño. A mí también me gusta ver que es mi hijo es que me está dando gusto en el conejo. Es tan degenerado y vicioso dejarse follar por el propio hijo que es algo que me pone a mil, te lo aseguro, cariño.
-A mí también, mamá. No hay nada como cepillarse a la madre de uno, y más si es tan cachonda como tú, golfona.
-Ji, ji, ji… Venga, no esperes más, mi amor. Ensártale esa polla en el chocho a tu madre y dame gusto follándome como a una puta, que estoy que ardo de excitación.
Le agarré entonces las piernas, las coloqué sobre mis hombros y así, con su conejazo más expuesto y accesible, se metí la polla con gran emoción y excitación mientras ella soltaba sonoros gemidos de excitación y placer según mi rabo se iba adentrando centímetro a centímetro en su gruta del placer.
-Así, mi amor, así. Métele la polla hasta el fondo a la calentorra de mamá. Dame gusto, hijo, dame gusto en la almeja, que estoy cachonda como no lo he estado en mi vida. ¡Joder, qué calentura!
Mi polla entró con enorme facilidad en el coño de mi madre. Su lubricación era extrema y mi polla se deslizó hacia el interior de su cavidad vaginal con gran facilidad y placer.
-¡Mamá, te estoy follando, guarra! Te estoy metiendo mi polla en tu chocho de golfa, mamá.
-Sí, cariño; fóllate a la cerda de tu madre y dame gusto con esa polla tan rica que tienes. Sí, sí… Disfruta de mamá; disfruta de mi coño de golfa. Así, mi amor.
Empezamos a follar a ritmo suave, paladeando cada embolada. Ambos experimentábamos un enorme placer. La follada era muy suave al principio; yo quería disfrutar cada momento, cada centímetro del coño de mi madre en el que se adentraba mi polla. Por eso mi ritmo era lento y cadencioso, recreándome en ver la cara de vicio y las tetas de mi madre, que se mecían suavemente con mis movimientos mientras mi polla disfrutaba del íntimo contacto con el interior de su coño. Mi madre también lo disfrutaba, era obvio en su expresión y en sus palabras. En un momento dado, y dada mi posición encima de mi madre, como antes hiciera ella, yo dejé que mi saliva saliera densamente de mi boca para que cayera sobre la suya. A mi madre le encantó esa iniciativa y abrió ávidamente la boca para recoger mi hilo de espesa saliva y bebérselo con ganas y vicio.
-Más, más, hijo –pedía ella.- Échame más saliva en la boca y sigue follándome, mi amor. Escúpele tus babas en la boca a la guarra de tu madre y llénale el chocho de polla y de lefa, mi amor. ¡Ufffff… pero que calentorra estoy, joder!
Volví a dejar caer saliva de mi boca hacia la suya aunque esta vez, por efecto de los movimientos de la follada, no pude atinar bien y mi saliva no cayó en su boca sino en su barbilla. Me encantó entonces ver cómo ella se llevaba la mano a la barbilla, recogía mi densa saliva con los dedos y se los llevaba a la boca para chupárselos.
-Qué cerda eres, mamá –Le decía yo cada vez más excitado.
-Claro, mi amor. Y contigo más. Me excita mucho portarme como una marranaza precisamente contigo, hijo.
Seguimos follando a ritmo creciente porque la excitación era tal que se hacía imposible mantener un ritmo lento. Pronto estuve dándole tales pollazos a mi madre que ya toda la cama se movía y sus tetas eran un permanente y acelerado baile arriba y abajo. Ella gemía llena de placer y cada vez más sonoramente y yo me veía a las puertas de la eyaculación. No quería correrme en aquel primer polvo con mi madre antes de que ella alcanzara su orgasmo, así que traté de aguantar mientras mi ritmo barrenando su chocho era frenético. Pronto sus gemidos se hicieron más sonoros, más roncos y guturales, y entonces, mientras apretaba con ganas mis hombros, estalló en un tremendo orgasmo soltando casi un alarido que seguro que oyeron algunos de nuestros vecinos. Cuando comprobé que ella se había corrido entonces ya di rienda suelta a mi efervescente deseo y con otra media docena de fortísimas emboladas en su vicioso conejo, me corrí con fuerza bañándole de lefa toda su cueva vaginal. Sentir mis disparos de semen tuvo como efecto colateral en mi madre un nuevo orgasmo que festejó con nuevos grititos de placer, esta vez algo más contenidos que en el orgasmo anterior.
-¡Uaaaaa… pero qué gustazo, mi amor! ¡Qué gustazo! Ha sido el mejor polvo de mi vida, cariño. ¡Qué bien te has follado a tu madre, cabronazo! –Me decía mientras atraía mi cabeza hacia ella para darme un beso lleno de vicio y deseo, en el que su ávida lengua casi me llega a la garganta. En ese tremendo beso nos fundimos mientras mi polla se iba aflojando y resbalando de su encharcado coño hacia afuera.
-Ha sido magnífico, mamá. No hay nada como follarse a la propia madre. Es mil veces más placentero y excitante que tirarse a cualquier otra tía.
-Ja, ja, ja… Bien, hijo; me gusta que digas eso. Y espero que lo sigas pensando mucho tiempo y que este sea solo el primer polvo de los muchos que le eches a la golfa de tu madre, ja, ja, ja…
-Puedes estar segura, mamá. Pienso disfrutar mucho de ese chochito de guarra que tienes. Y espero que tú también disfrutes conmigo. Bueno, conmigo, y con otros también, ¿eh, mamá? Que eres mucha mujer tú como para que te disfruten unos cuantos hombres.
-¡Qué cosas le dices a tu madre, hijo! –Me respondía ella coqueta mientras nos besábamos de nuevo.
Estábamos en pleno morreo, acariciándonos los dos en pelotas sobre la cama de matrimonio de mi madre, cuando sonó el teléfono fijo de casa.
-¡Ay, seguro que es tu padre, que siempre que está de viaje llama a estas horas!
-Pues vete y contesta, mamá. Por el teléfono no va a ver que estás desnuda y con el chocho lleno de lefa.
-Ja, ja, ja… Cómo eres, hijo. Oye, una cosa: mientras hablo con él, ¿te importaría estar a mi lado tocándome las tetas y todo lo que te apetezca?
-Qué morbosa eres, mamá. –Le dije yo también excitado con la idea.
-Es un buen hombre y le quiero, tú lo sabes, -me explicaba ella mientras se incorporaba- pero me excita serle infiel y ahora me da mucho morbo hablar con él mientras tú me sobas y disfrutas de mi cuerpo desnudo. ¿Eh, qué te parece?
-Eres una zorra con unas ideas de golfa pervertida, mamá. ¡Y me encanta! Venga, ve a contestar al teléfono, anda.
Mi madre, ya casi corriendo, se dirigió al salón, donde seguía sonando el teléfono fijo. Yo la seguí por detrás observando el sugerente bamboleo de sus amplias nalgazas mientras se apresuraba para descolgar el teléfono. En efecto era mi padre. Pude oír muy bien su voz mientras observaba a mi madre desnuda, con aquellas fabulosas pernas y muslazos como columnas antes de colocarme pegado a ella para empezar, como ella me había pedido, a sobarla y acariciarle las tetas mientras hablaba con mi padre.
-¿Diga? –Contestó mi madre.
-Hola, cariño –oí la voz de mi padre al otro lado del teléfono.- Ya pensaba que no cogías el teléfono. ¿Estabas ocupada? ¿Qué tal el día?
-Muy bien, muy entretenido. A la mañana no he hecho nada especial, la comida, ya sabes. Y esta tarde he estado charlando con nuestro hijo y lo he pasado muy bien con él. Ya sabes que es un encanto y siempre está dispuesto a hacer sentir bien a su madre.
-Sí, es un gran chaval.
-Hemos estado contándonos cosas, ya sabes, para tener una relación más cercana con él. Eso siempre hay que hacerlo con un hijo, ¿no te parece, cariño? Quiero ser una madre muy cercana para nuestro hijo –Y mientras le decía esto a mi padre, mi madre se me pegaba como una lapa refrotando su cuerpo desnudo con el mío y apretando sus tetas contra mi pecho.
-Es verdad. Tú eso además lo haces muy bien. –Le respondía mi padre.
-Creo que hemos tenido un gran acercamiento. Tenemos un hijo tan comprensivo y colaborador… -Le seguía explicando mi madre mientras sostenía el auricular con una mano y con la otra me acariciaba los huevos-. Es un chico con muy buenos atributos. –Le decía a mi padre mientras soltaba una queda risilla-. Él me ha contado sus cosillas y yo también algunas cosas mías. Siempre tiene una palabra agradable para su madre y me hace sentir muy bien. ¿Y tú qué tal?
-Bueno, un día con mucho trabajo y bastante aburrido. Ahora ya iré a cenar y a la cama, que mañana tengo que madrugar. ¿Tú ya estabas preparando la cena? ¿Te ayuda nuestro hijo?
-Claro que sí. De hecho me ha ayudado a preparar el conejo.
-¡Ah, vas a hacer conejo para cenar!
-Bueno, ha habido conejo para comer. Nuestro hijo me ha ayudado a dejarlo bien limpito, ni un solo pelo en todo el conejo. Le he pedido que me ayudara y él se ha prestado voluntario de inmediato y además lo ha hecho muy bien. Me ha dejado el conejo limpito y listo para comer.
-Claro, es muy colaborador en casa. Y haces muy bien en enseñarle esas cosas.
-¡Uy, claro. Yo encantada! Le enseño todo lo que puedo. Hoy creo que le he enseñado bastante y eso que él es muy espabilado y ya sabe muchas cosas.
El tono de la conversación y el doble sentido que iba adquiriendo desde la óptica de mi madre, a mí me estaba empezando a poner realmente cachondo y así lo notaba mi polla, que se iba levantando, seguramente tanto por lo excitante y morboso de la conversación como por el hecho de que yo estaba venga a sobarle las tetas a mi madre con una mano y con la otra su orondo y tremendo culazo mientras ella hablaba con mi padre.
-Haces muy bien, Almudena. A esa edad hay muchos chicos que se descarrían y no quieren saber nada de sus padres. Con nuestro hijo lo estamos haciendo bien. Es importante que mantengas un contacto muy cercano con el chaval.
-Desde luego que sí, cariño; voy a mantener un contacto muy estrecho con él. Mira, ahora, mientras tú y yo hablamos, se está ocupando de unas peras y del jamón.
-¿Lo está colocando para la cena?
-Sí, seguro que luego se lo come todo, las peras y el jamón, que la verdad es que es un chico con muy buen apetito.
Mi madre mantenía un tono tan serio en la conversación que el doble sentido de todo lo que decía seguramente sólo era visible para mí. Mi padre desde luego no debía estar percatándose de nada y estaría convencido de que estaba teniendo con su mujer la típica conversación sobre trivialidades y banalidades del día a día familiar sin mayor trascendencia. Y precisamente eso hacía que yo estuviera por un lado al borde de la carcajada y por otro con una excitación creciente y tremenda. Yo además en aquel momento le había empezado a chupar un pezón a mi madre mientras también le acariciaba la vulva con la mano y ella no pudo evitar algún que otro quedo gemido que disimuló como pudo mientras seguía hablando con mi padre.
-Pues yo hoy…-Empezó mi padre como para narrarle a mi madre su día, pero ella le cortó:
-Espera cariño, que le voy a dar alguna indicación a nuestro hijo –y entonces elevó la voz simulando dirigirse a mí-: Cariño, muy bien lo de las peras: Échale un ojo a la almeja y su salsa, a ver qué te parece, que seguro que te va a gustar mucho para cenar.
Mi madre empleó con toda intención el singular pero mi padre no pareció darse cuenta porque de hecho dijo:
-¡Ah, que vas a preparar unas almejas también para la cena!
-Ya está lista, pero quiero que nuestro hijo esté atento a la salsa, a ver si le gusta porque a fin de cuentas es para él. –Y añadió como dirigiéndose a mí-: Prueba la salsita, cariño, a ver si te gusta.
Yo entonces, a medio camino entre la risa y la excitación extrema, dejé sus tetas y, siguiendo las indicaciones de mi madre, me agaché hasta quedar frente a su almeja y le pasé la lengua por toda la raja degustando la extrema humedad del coño de mi madre. Desde allí abajo, de manera que por el teléfono pudiera sonar a que hablaba desde más lejos, dije:
-Está riquísima, mamá. Saladita pero muy rica. Me apetece mucho. Todo esto está para devorarlo.
-¡Qué majo el chaval! –Oí que decía mi padre con satisfacción. Y añadía preguntándole a mi madre-: ¿Y tú qué vas a cenar, Almudena? A ti las almejas no te gustan mucho…
-Ya, es verdad… Bueno, con lo que he comido esta tarde, que la verdad he comido bastante, no quiero cenar demasiado. Igual con un poco le leche, ya voy bien servida. O igual una cuajada, que a mí los postres lácteos me gustan espesitos y consistentes. Ya veré. Lo que sí te aseguro es que a la cama iré satisfecha; con hambre no me voy a quedar.
-Bien, mi amor. –Le respondió inocentemente mi padre.
Yo entonces, tras las lamidas que le había propinado a mi madre en el coño, me había incorporado y le estaba dando suaves besitos en la mejilla y besitos en los labios mientras hablaba con mi padre. Entonces ella le dijo a mi padre:
-Ay, espera un momento que nuestro me trae algo a la boca para que lo saboree. –Y entonces mi madre, sacando su lengua de forma tremendamente provocadora y excitante, me dio un morreo con lengua sin ningún pudor e incluso siendo especialmente sonora en sus lengüetazos, y todo al lado del auricular del teléfono. Cuando acabamos de morrearnos continuó diciéndole a mi padre-: Sí, estaba muy rico. Seguro que va a ser una cena muy sabrosa con la ayuda de nuestro hijo.
-¿Qué era? –Preguntó mi padre.
-La salsa de la almeja. A nuestro hijo le encanta. Y a mí probarla así, como me la ha traído ahora, también.
-Seguro que está muy buena porque menudos rechupeteos se te oía darle, Almudena, ja, ja, ja…
-Ay, espera, que voy a probar otra cosa, que nuestro hijo tiene aquí un delicioso aperitivo para la cena. –Y diciendo esto mi madre se puso en cuclillas y dirigió su boca hasta mi polla para empezar a lamerme el prepucio con su habitual maestría. Todo ello, por supuesto, con el auricular del teléfono al lado de su boca, como si estuviera hablando. Sus sonoras lamidas seguro que llegaban nítidas a los oídos de mi padre, que ni por asomo podría imaginar que lo que oía era a su mujercita lamerle la polla a su hijo. Yo, además de con la situación y la mamad de mi madre, me estaba poniendo malo viéndola en aquella postura, en cuclillas, con todo su tremendo culazo bien salido y expuesto. Me agaché lo que pude para sobárselo sin sacarle la polla de la boca y le acaricié a conciencia una de sus gordas nalgas mientras le decía.
-Mamá, creo que de postre luego me daré un atracón con esta fruta tan grande, redonda y jugosa.
-¿Almudena, has cogido sandía para cenar? –Le oímos decir a mi padre al otro lado del teléfono.
-A tu hijo resulta que le gusta así de redondo y grande, así que espero que se lo coma todo. –Mi madre ahora había cambiado el género, usando el masculino, referido a su culazo, claro, aunque con mi padre se supone que estaba hablando de una sandía, pero de nuevo él pareció no darse cuenta de nada. Seguidamente mi madre volvió a lamerme con ganas la polla mientras oíamos a mi padre contar alguna cosilla insustancial sobre su jornada de trabajo.
-¿Qué te está pareciendo de aperitivo este salchichón, mamá? -Intervine yo entonces-. ¿Te gusta? –
-Sí, cariño. Este salchichón está delicioso; es estupendo como entrante. Está muy, muy rico y pienso comer mucho de él. Ay, espero que tu padre no piense que soy una cerda si me ha oído relamerme así.
-Anda tonta –volvió a decir mi padre, completamente en la inopia-. Pero sí que te tiene que gustar, sí, porque lo estabas saboreando bien, Almudena.
-Me encanta. De los últimos que he probado este desde luego se puede decir que está rico de verdad. Me han gustado todos, ¿eh? Pero este especialmente. –Apostilló mi madre.
-Bueno, -volví a intervenir yo de modo que mi padre lo oyera.- Los otros dos que me has contado que has probado recientemente también te han gustado mucho, ¿no, mamá? Ya sabes que yo creo que está muy bien que degustes diferentes sabores…
-Desde luego, cariño –respondió mi madre riendo en bajo y completamente dominada por el morbo mientras me guiñaba y me sacaba la lengua para a continuación explicarle a mi padre-: Es que antes hemos estado hablando nuestro hijo y yo de una gama de salchichones nuevos y él me dice que está bien que los pruebe todos.
-Claro, mujer –le respondía mi padre ya sin mucho entusiasmo y seguramente aburrido y cansado de la perorata que le estaba dando su mujer con aquella conversación culinaria.
-Sí, sí, comeré de todos –seguía mi madre ya casi sin poder contener la risa,- pero hoy el que me voy a comer es este que estoy probando ahora. Mañana ya veremos…
Y mi madre volvió a la carga con sus tremendas lamidas con el auricular al lado de su boca y mi polla mientras mi padre hablaba al otro lado del teléfono. La situación era tan excitante que yo empecé a sentir que no iba a poder contenerme y que me acabaría corriendo irremediablemente en la boca de mi madre y así se lo hice saber.
-Mamá, yo no aguanto más… Le dije.
-¿El chaval ya tiene ganas de cenar? –Oí que decía mi padre.
-Cariño, deja que mamá se acabe este aperitivo completamente, ¿de acuerdo? –Dijo mi madre interrumpiendo un instante su mamada.- Está delicioso y lo quiero degustar hasta el final, por favor. Lo quiero paladear en mi boca y tragarlo completamente.
-Vale, vale, mamá; por mi encantado. Saboréalo hasta el final.
-Tú come despacio, Almudena, no te vayas a atragantar. –Le aconsejaba mi padre al otro lado del teléfono.
Mi madre reanudó la mamada con más entusiasmo si cabe y yo, claro, entre unas cosas y otras, ya no pude aguantar más y a los pocos instantes sentí que mi eyaculación era imparable. Mi madre también lo notó y me metió la mano por entre las piernas para empujarme contra su cara con la mano mi culo de modo que no sacara la polla de su boca mientras me corría. Así lo hice y así eyaculé por completo en la cálida boquita de mi madre llenándosela de lefa. Ella la recibió excitada y complacida aunque no pudo evitar un pequeño conato de atragantamiento que resolvió con un breve carraspeo y unos sonidos guturales pero sin que se le escapara ni una sola gota de me semen de su boca.
-Come despacio, Almudena, que te atragantas –Le oíamos decir a mi padre.
Mi madre entonces abrió la boca para enseñarme toda mi descarga de lefa reposando sobre su lengua y seguidamente se la tragó mientras me guiñaba para a continuación contestarle a mi padre:
-Tranquilo, cariño. No te preocupes, no me atraganto. Ya me lo he tragado todo y me ha gustado mucho. Es que lo que me ha traído nuestro hijo era mucha cantidad pero prefiero así: Estaba delicioso.
-Bueno, cariño, pues que cenéis bien y que os aproveche a los dos. Yo ya voy a cenar rápidamente y a la cama. –Trataba de cortar ya mi padre
-Nosotros también iremos pronto a la cama –Apostilló mi madre mientras yo ahora le acariciaba las nalgas, la raja de su culazo y le metía la yema de un dedo por el ojete-. Tengo además la impresión de que los dos estamos deseándolo después de la tarde que hemos tenido.
-Bueno, pues hasta mañana, cariño. Te volveré a llamar sobre estas horas. Dale un beso a nuestro hijo.
-¡Uy, ahora mismo! Hijo, un beso; que dice tu padre que te de un beso. –Y allí al lado mismo del auricular mi madre y yo nos dimos un morreo de mucho cuidado y sin escatimar demasiado en disimular el posible sonido que estuviéramos haciendo ya que seguro que a través del teléfono no se oiría con la necesaria nitidez como para identificarlo como un morreo en toda regla. Luego además mi madre se inclinó hacia mi polla y me empezó a dar unos besitos, esta vez bien sonoros, en el glande, tras los cuales ya se despidió de mi padre.
-Bueno, cariño, que duermas bien. –Le dijo mi madre.
-Que pases buena noche. –Le respondió mi padre.
-Estoy segura de que sí, cariño.
-Adiós.
-Adiós.
Cuando mi madre colgó el teléfono los dos estallamos en una sonora carcajada que habíamos estado conteniendo durante toda la conversación, luego nos dimos un nuevo beso lleno de vicio y mi madre, aún abrazada y pegada a mí con sus manos rodeando mi cuello mientras las mías agarraban sus nalgas, dijo:
-Cariño, ha sido para divertirnos; no creas que quiero hacerle un menosprecio a tu padre. Como te he dicho, es un buen hombre y le quiero, aunque… estoy descubriendo que también se pueden hacer cosas muy divertidas sin que él esté delante, ja, ja, ja…
-Claro, mamá. Y venga, vamos a cenar, que cómo tú le has dicho a papá, hay mucho que comer y hay que cumplir con su deseo de que pases una buena noche.
Fin de las confidencias maternales.