Confidencias maternales (I)

Ver a mi madre probándose unas medias fue el punto de partida y el pretexto para una conversación con unas muy excitantes confidencias por su parte.

Mi madre se había comprado por error unas medias negras en lugar de unos pantys o medias completas como había sido su intención. Cuando una vez en casa se las puso y se dio cuenta del error yo estaba en el pasillo y ella en su habitación con la puerta abierta. Como quiera que soltó una expresión de contrariedad, yo le pregunté qué le pasaba y ella me dijo que había metido la pata con unas medias. Como me invitó a que comprobara su error diciéndome “mira”, abrí del todo la puerta de su habitación y entonces la vi con aquellas preciosas medias negras que le llegaban hasta algo más de medio muslo. Ella, tras explicarme su error, me comentó la posibilidad de cambiarlas pero yo le dije que por un lado seguro que no se las cambiarían en la mercería al estar ya abierto el paquete y tratarse de ropa interior, y por otro lado enfaticé e insistí en que le quedaban realmente bien y que daba gusto verla con aquellas medias. Esto pude decirlo porque de hecho mi madre al probárselas en todo momento tenía la falda levantada hasta el punto de que yo podía verle todos los muslos y hasta un poco las bragas.

Mi madre entonces me preguntó con humor si pensaba que realmente tenía piernas bonitas y estaba bien y yo abundé en mis piropos y hasta le dije que si se lo propusiera y enseñara un poquito más aquellas piernas tan fabulosas ligaría todo lo que quisiera porque realmente tenía unas piernas y unos muslos como para comérselos. Con muy buen humor hablamos de ello y mi madre cada vez se sentía más halagada y yo cada vez más cachondo. De hecho salió de su habitación y con las manos sujetándose la falda, se dio un paseíto por el pasillo delante de mí, mostrándome sus piernazas en todo su esplendor con aquellas medias. De esa guisa siguió hacia el salón y yo detrás de ella recreándome con el espectáculo de aquellos muslazos enfundados en aquellas medias tan sexys, una de mis prendas favoritas en una mujer, por cierto.

Ya en el salón, mi madre se sentó en el sofá pero sin molestarse en bajarse la falda, de modo que sus rellenos muslos siguieron a la vista, cosa que yo aproveché para insistir en mis piropos, siempre dentro de la corrección que se le debe a una madre. Mientras ella reía halagada y me replicaba diciéndome que a su edad ya no se podía decir de ella que tuviera las piernas bonitas, yo insistía en que si enseñara las piernas un poquito más, seguro que muchos hombres no se resistirían a piropearla e incluso a más, porque tenía unas piernas muy atractivas. Mi madre a sus años está bastante bien conservada, y aunque rellenita, mantiene una figura proporcionada y atractiva, sobre todo para quienes gustan de las mujeres jamonas, con curvas y poquito entradas en carnes. En ella destacan sus bonitas piernas, sus soberbios muslazos y quizá, sobre todo, su culo, redondo, gordito y atractivo en grado sumo. Yo alababa sus atractivos y ella reía y reía encantada con mis atenciones y mis palabras diciéndome que hacía tiempo que no le dedicaban tantos piropos juntos. Y bien debía ser verdad porque mi padre no es precisamente un dechado de atenciones para con su mujer en este sentido, al menos que yo supiera. Más bien al contrario, con muy poco tacto, más de una vez había hecho algún comentario muy poco afortunado sobre cómo el paso del tiempo había afectado a la belleza de mi madre. ¡Cómo si él con su pancita cervecera y su calvicie poco cuidada fuera un ejemplo de atractivo masculino!

Así seguimos charlando animadamente mi madre y yo, todo ello con sus bonitos muslos al aire en todo momento y mientras yo no dejaba de regar de piropos su anatomía y en especial sus piernas insistiendo en que comprar aquellas medias en lugar de los vulgares pantys completos que mi madre suele usar, no había sido un  error sino todo un acierto.

Como buena parte de mis piropos, para no hacerlos muy directos hacia ella, iban sustentados en el argumento de que sin duda debía resultar una mujer muy atractiva para otros hombres a nada que mostrara sus encantos, en un momento dado mi madre me preguntó qué pensaría yo si ella de verdad ligara con algún hombre a espaldas de mi padre. Yo entonces le conté mi forma de pensar al respecto en función de la cual cada uno puede y debe hacer todo lo que esté en su mano para disfrutar de la vida siempre y cuando no le haga daño a nadie. Tuvimos un pequeño debate sobre si los cuernos hacen daño o no y creo que acabamos coincidiendo en que no son dolorosos si son ignorados por lo que ambos convinimos entre risas que la discreción era fundamental en estos casos. También ambos convinimos que no es lo mismo una cana al aire que una infidelidad continuada. Yo le dije a mi madre que el segundo supuesto significa que algo marcha mal en la pareja pero que el primero, la aventura puntual, no tiene por qué tener mayor importancia. Mi madre riendo dijo que estaba de acuerdo, cosa que me sorprendió un tanto. Enseguida puntualizó, no obstante, que ella de hecho quería a su marido pero que eso no significaba que no fuera a mirar a otros hombres que veía por la calle y que le parecían atractivos. Yo, siguiendo con el tono de buen humor y desenfado que teníamos, medio en broma, aproveché para animar a mi madre a que ligara con esos hombres que le parecían atractivos insistiéndole en que no le sería difícil pues ella también era una mujer muy atractiva. Mi madre reía complacida y yo también aproveché para garantizarle mi completa discreción y hasta complicidad y colaboración si algún día se decidía a tener una aventura extramatrimonial. Ella se reía divertida y yo la animaba cada vez de forma más decidida con argumentos basados en el derecho a disfrutar de los placeres de la vida. Mi madre se sentía cómoda y divertida con la conversación y yo de vez en cuando no dejaba de apoyar mis ideas y sugerencias con alusiones a sus piernas, que por cierto mantenía ante mi vista pues se había sentado pero no se había bajado la falda lo suficiente como para ocultar sus fabulosos muslos. También le insistí en lo fácil que le resultaría conquistar a cualquier hombre pues en mi opinión estaba bien buena y con aquellas piernas podía lograr lo que quisiera a nada que las enseñara un poco. Mi madre ante estos comentarios a veces incluso se volvía a levantar la falda del todo para mostrar completamente sus rollizos muslos enfundados en aquellas eróticas medias negras.

Ambos lo estábamos pasando bien y por otro lado la situación y la conversación nos resultaban cómodas pues mi madre y yo siempre hemos tenido mucha confianza y hablamos con relativa facilidad de cosas como novias, relaciones y demás aunque fundamentalmente más centradas en mi que en ella, lógicamente. No es raro, por ejemplo, que si mi madre sabe que estoy saliendo con alguna chica, al de poco me pregunte con picardía cosas como “¿Qué tal con esa novieta tuya?” ¿Ya habéis…?”. Y se reía mientras me guiñaba, haciendo a veces que yo me sintiera incluso incómodo, sobre todo las primeras veces que mi madre me planteaba esas cosas. De un tiempo a esta parte ya eso ya es casi normal y de hecho haría un mes o así que, cuando se enteró de que estaba saliendo con una compañera de la Facultad, me planteó riendo su típica pregunta incompleta de “Si ya habíamos…” Y entonces, con desenfado, yo me atreví a responderle que si quería decir que si ya habíamos echado un polvete. Los dos nos reímos alegremente y le confirmé que sí y entonces mi madre guiñándome y dándome un codazo cómplice me replicó “Hacéis muy bien”. Alguna vez, veladamente, mi madre me había preguntado si mi novia me la mamaba. Lo había hecho con mucho tacto y sin decirlo claramente, claro, pero había sido del todo evidente. Así, tas haberle confirmado que tenía relaciones con alguna chica, mi madre me había preguntado si  ella también… Y al dejar en el aire la pregunta había hecho incluso un quedo gesto de llevarse algo a la boca sujetándolo con la mano como se sujeta un pene. Yo me quedé un tanto cortado y le respondí “Mamá, hacemos de todo lo que nos apetece”. Y ella me había contestado riendo y guiñándome con complicidad: “De eso se trata, cariño”. Cuento esto para que veáis un poco cómo era en ese momento la relación entre mi madre y yo al hablar de sexo, ligues y demás.

Volviendo al día en el que vi a mi madre con aquellas medias, tal como estaba relatando, en un momento dado de la conversación mi madre, en un tono quizá un poco más serio, me confesó que en verdad si quisiera sí podría tener algún amante pues de hecho ya había tenido alguna propuesta. Yo aproveché el tono de confidencia que estaba usando mi madre para preguntarle al respecto. Ella incidió de nuevo en mi parecer sobre esas cosas y cuando yo le volví a recalcar que las aventuras extramatrimoniales me parecían estupendamente y hasta saludables si eran eso, una mera aventura, ella me pidió completa discreción y entonces la vi, no sin cierta sorpresa, dispuesta a contarme quién era su pretendiente y cómo se había producido el contacto haciendo énfasis en que no había pasado nada y que sólo era un pequeño flirteo. Yo, por supuesto, con un punto de innegable excitación ante aquella confidencia, le garanticé mi discreción absoluta y tras animarla en tono un tanto desenfadado a que aprovechara la oportunidad, le pedí que me contara aquello con más detalle. Mi madre entonces, bajando la voz como corresponde a las confidencias, me dijo que realmente tenía no sólo uno sino dos pretendientes y que yo los conocía a ambos. Se trataba de dos vecinos de nuestro portal, ambos hermanos. Mi madre me confesó entonces que realmente ella también había tenido algo que ver con el origen del asunto pues siempre se había mostrado muy coqueta con ellos pues según dijo ambos le parecían muy majos y atractivos aunque nunca pensó en llegar a ponerle los cuernos a mi padre con ellos, entre otras cosas porque le parecía imposible que aquellos chicos, ambos más jóvenes que ella, pudieran llegar a interesarse por una mujer de más de 50 años. Sin embargo, siguió relatándome, algún tiempo después fueron ellos los que pasaron a tomar la iniciativa estableciendo conversaciones con mi madre que empezaban de forma trivial pero que acaban con piropos hacia ella y con veladas propuestas de llegar a tener alguna relación de índole inequívocamente erótica. Al principio esas propuestas eran hechas bajo el manto o la cobertura del humor y del piropeo, pero cada vez se hacían más claramente y sin ambages hasta el punto de que, según me confesó mi madre, ya le habían pedido con claridad meridiana que accediera a tener una aventura con ellos pues a ambos les gustaban las mujeres maduras y mi madre en particular.

Yo escuchaba a mi madre con atención y cuando llegó a este punto, aunque estaba ciertamente sorprendido, y también excitado, que todo hay que decirlo, la animé sin reservas para que accediera a tener esa aventura y para así darle una alegría al cuerpo. Además le señalé que si aquellos dos chicos la vieran con aquellas medias ya no podrían aguantarse más y tendrían que hacer algo pues, le dije, estaba realmente deseable.

Mi madre sonreía complacida y volvió a preguntarme:

-Pero cariño ¿a ti te parecería bien que tu madre, que es una mujer casada y decente, tuviera un lío, así, de esa manera?

-Pues claro, mamá. Y por eso no ibas a dejar de ser una mujer casada y decente. Es más, serías una mujer casada, decente y que además ha pasado un buen rato. Sólo eso. Y en eso no hay nada malo, mamá. Todo lo contrario. Anda, no seas tonta, anímate y aprovecha, que la vida hay que disfrutarla todo lo que se pueda. ¿No es eso lo que me dices tú a mí cada vez que te enteras de que estoy saliendo con alguna chica?

-Ya pero…

-Ni pero ni nada. Mira qué mujer más atractiva eres –y le puse una mano sobre unos de sus muslos enfundados en aquellas medias y se lo apreté con ganas mientras continuaba diciéndole-: Todo esto hay que aprovecharlo, mamá.

Mis argumentos parecían convencerla, quizá de algo de lo que ya ella estaba convencida. Me sonrió con picardía y complicidad y me dijo:

-Eres un sol –y me dio un beso bien fuerte, por cierto casi en los labios.

-Y tú una mujer muy guapa que tiene que aprovechar lo que la vida le presente, ¿sabes?

Mi madre sonrió, guardó silencio unos segundos y mientras yo volvía a darle unos cachetitos sobre su muslo, empezó a decirme:

-Bueno, cariño, ¿pues qué me dirías si te digo que ya he tenido un lío con Rafa y con Mario, eh? ¡Ay, qué vergüenza contarte esto…! ¿Te parecería bien de verdad, hijo?

-Pues claro que sí, mamá. Te felicitaría por ello y sobre todo si ha sido con los dos a la vez. Y por supuesto a quien habría que felicitar también sería a ellos porque desde luego tener una aventurita con una hembra como tú es para felicitarles ¿eh?

-¡Ay, hijo pero qué cosas dices! La verdad es que ni se cómo me ha atrevido a contarte esto… Pensarás que tu madre…

-Pienso que mi madre es una mujer estupenda –le corté yo, dándole una vez más una palmada en uno de sus muslos y un beso en la mejilla.

-¿De verdad? Es que…

-Claro, mamá. ¿No estábamos hablando de eso? Y ya te digo que cuentas conmigo para lo que sea; para servirte de tapadera, para simular lo que sea… Y por supuesto, con mi discreción más absoluta.

-Gracias, cariño –me respondió ella devolviéndome otro beso bien fuerte en la mejilla y agarrándome la mano con fuerza. Mano con lo que yo luego también le apreté un poquito uno de sus rollizos muslos dejándola allí y sin que a ella pareciera importarle en absoluto la presencia de mi mano en su muslo, justo donde acababa una de las medias aquellas que había dado lugar a nuestra conversación.

Mi madre sonrió satisfecha y complacida tanto por mi actitud como por mis piropos. Entonces yo insistí para que me confirmara la aventura y me la contara con detalle. Mi madre entonces, tras volver a pedirme discreción absoluta y señalando lo mucho que confiaba en mí empezó a decirme:

-Pues mira, hijo. Te lo voy a contar todo pero ya sabes ¿eh? Esto es entre tú y yo y no tiene que enterarse nadie ¿eh?

-Por supuesto, mamá, que yo también te cuento cosas que hago con las chicas con las que salgo, ¿no? Y tú bien que me preguntas por ello.

-Es verdad, cariño, ja, ja, ja… Bueno, lo cierto es que como tú dices tu madre aún debe resultar algo atractiva porque es verdad: He tenido un pequeño lío con Rafa y con Mario, ya sabes los vecinos del tercero.

-Cuenta, cuenta, mamá.

-Bueno, pero tú a mí no me cuentas casi nada de lo que haces con tus amiguitas, ¿eh, hijo? –me reprochaba en broma mi madre.

-Es que lo que yo haga no tiene nada de interés comparado contigo, mamá. Cuéntame, anda, que seguro que hasta aprendo cosas.

Los dos reímos divertidos y mi madre siguió con su confidencia.

-Bueno, pues como debe ser verdad que no te parece mal que tu madre haga estas cosas te lo cuento. Verás, como te decía, la verdad es que creo que fui yo la que dio pie a todo porque cuando me los encontraba por la escalera, al saludarlos, siempre les decía que son unos chicos muy majos y cosas así. Creo que no debieron tardar en darse cuenta de que le gustaban a esta madurita cincuentona. Yo, por supuesto, tampoco lo hacía con una intención clara de tener un lío con ellos, ya me entiendes, y por otro lado tampoco tenía la más mínima esperanza, como puedes imaginarte. Yo, una mujer que ya pasa de los 50 y con unos kilitos de más, y ellos con treinta y tantos y tan guapos… Es como cuando los hombres le dicen a las jovencitas alguna cosa por la calle. Se lo dicen y ya está pero ninguno piensa que la chica vaya a... bueno, ya sabes, a irse a la cama con ellos. Bueno, yo tampoco les decía cosas atrevidas ¿eh? Sólo que son unos chicos muy majos, muy guapos, que sus parejas estarían encantadas con ellos y poco más. Ellos también me respondían galantemente pero con total corrección, ¿eh? La cosa es que con el tiempo también me empezaron a decir algunos cumplidos más atrevidos de lo habitual. Me decían que con este o con aquel vestido me resaltaban las curvas, que estoy muy bien, que tengo unas piernas bonitas, alguna alusión a mi escote, que tenía que usar escotes más amplios, que tenía que llevar algún botón más de la blusa desabotonado, me piropeaban por cómo me queda alguna falda pero añadían que con ella más corta estaría mejor y cosas así, ya sabes.

-Y tengo que decirte, mamá, que estoy completamente de acuerdo con ellos, así que seguro que también estoy de acuerdo con todo lo demás que te digan, y te hagan…

Mis palabras, llenas de pícara intención, sin duda gustaron a mi madre pues me lo agradeció con la voz muy bajita y me dio un nuevo beso, esta vez además fue todo un piquito, breve, eso sí, pero netamente en los labios, que me sorprendió y me gustó, desde luego. Le apremié entonces a que siguiera relatándome su aventura y ella prosiguió:

-Bueno, hijo, lo cierto es que esos dos chicos me alegraban bastante el día, claro. Incluso cuando me encontraba con ellos por separado también me piropeaban y cada vez con más atrevimiento, no te creas. Y mira, hijo, la verdad; yo creo que no les quise cortar. Igual hubiera podido hacerlo pero cuando a una mujer de mi edad a la que su marido hace años que no le dice que le gusta, unos chicos le echan esos piropos… Lo entiendes, ¿verdad?

-Claro, mamá. No sólo lo entiendo. Apruebo completamente tu actitud. No has hecho nada malo, sea lo que sea hasta donde hayas llegado. Y te diré una cosa: hubieras hecho mal si le hubieras dado la espalda a esta situación y les hubieras cortado sus… atenciones.

Mi madre rió de nuevo, complacida y sin duda confiada por mi reacción, y siguió contándome cuando yo le pedí que me detallara qué cosas le decían:

-Me decían cosas como “Pero que buena estás, Almudena”. “Quién te pillara” y cosas así, que ya sabes, son algo más que decirle un cumplido a una vecina ¿no? Eso ya nos decirle a una señora que un vestido le queda bien. Una vez, en el ascensor, Mario, el más joven, me dijo “Almudena, con este culazo estás para hacer una barbaridad contigo”. Y me lo tocó un poco por encima de la falda y entonces me dio un beso que yo no rechacé. Fue muy breve, casi un piquito porque el ascensor llegaba a nuestro piso pero… Ufff, cómo me quedé. ¿Me entiendes, cariño?

-Por supuesto, mamá.

-Podía haberle cortado en seco y hasta darle un tortazo y que supiera que conmigo no se puede uno propasar así como así pero…

-Eso sí que hubiera sido un error del que seguro que con el tiempo te arrepentías, mamá.

-¿De verdad, cariño? ¿Eso es lo que piensas? ¿No te parece que me porté como una… facilona, como una fresca?

-Te portaste como una mujer. Yo no te lo censuro en absoluto, mamá. Me alegro mucho de que estés confiando en mí para contarme todo esto y te puedo asegurar sinceramente que creo que si ahora me contaras que ahí lo habías cortado todo, te diría que habías hecho el tonto. Estoy mucho más contento por ti y orgulloso de que aceptaras ese beso. Y ese manoseo del culo también –añadí yo riendo y quitándole hierro a la situación con ello y haciendo que también mi madre riera divertida y relajada.

-¿De verdad, mi amor?

-Ya lo creo. Además, mamá, le doy por completo una vez más la razón a Mario; tienes un culazo estupendo.

-¡Ay, hijo, tú también me dices esas cosas! Eres un cielo –Y me volvió a dar otro piquito entre risas de los dos y yo volví a acariciarle el muslo tan arriba que con el dedo meñique creo que hasta le toqué las braguitas sin que ella me dijera nada. Le apremié entonces para que continuara con el relato y ella siguió:

-Un día que coincidí con los dos aquí delante de la puerta de casa cuando yo volvía de la calle de las compras, estuvimos hablando en ese plan, ya sabes, piropo va y piropo viene, alguno ya más atrevido que otro… Y bueno, yo les invité a tomar café.

-Bien hecho, mamá. –Y otro sabroso piquito que me da mi madre como premio por mi beneplácito a su conducta.

-Ellos aceptaron –siguió mi madre- y la verdad yo no creía que la cosa fuera a pasar a mayores pero me apetecía seguir hablando en ese plan con los dos porque no todos los días le dicen a una que está buena y esas cosas, ¿verdad? Y oye, que a una le regalen el oído no le molesta a nadie y bueno, ya sabes, si además hay alguna cosilla picante en la conversación parece que gusta más, ¿no? ¡Ay, hijo, te estaré pareciendo una fresca!

-En absoluto, mamá. Me pareces una mujer deliciosa y me parece del todo justificado que te guste que te digan cosas bonitas, faltaría más. Cualquier cosa que te dijeran Rafa y Mario, bien dicha está.

-Ay, gracias, mi amor.

-Y te diré más, mamá. Todo lo bonito que te digan es poco porque la verdad es que eres una mujer muy atractiva. –Y aproveché una vez más, y ya iban muchas, para acariciarle su muslo izquierdo, que era el más cercano a mí sin que ella hiciera nada por rechazar mi cada vez más atrevida caricia a sus muslos.

-Eres fantástico, hijo.

-Sigue, mamá, cuéntame.

-Sí cariño, sigo. Bueno, la cosa es, como te decía, que les invité a tomar café en casa y pasaron y siguieron piropeándome en el mismo plan atrevido. Me decían que era la mujer más atractiva de todo el portal y como yo sonreía supongo que con cara de tonta pues se fueron atreviendo a más. Me echaban las manos por los hombros, me decían esas cosas al oído. Incluso me dieron algún besito en la mejilla y en el cuello. También ahí supongo que podría haberles cortado y haberlo parado todo, pero hijo…

-Espero que no lo hicieras, mamá. Me está gustando mucho de verdad que seas así, tal como me estás contando. Y desde luego no me gustaría tener una madre más mojigata, más cortada y con menos valor para disfrutar de sí misma y de la vida.

-No sabes cómo me alegro de pienses así y de que me digas eso, mi amor. Lo cierto es que todo eso, cariño, creo que fue lo que yo pensé mientras esos dos me iban metiendo mano cada vez con más atrevimiento.

-Me alegro mucho, mamá. Sigue, sigue contándome.

-Bueno, en un momento dado Mario me puso la mano en el culo y me lo estuvo sobando sin que yo le recriminara su atrevimiento para nada. Viendo el panorama también Rafa se atrevió a tocarme un poco el culo y luego hasta las tetas aunque siempre por encima del vestido mientras seguíamos hablando y ellos me piropeaban. Debo confesar que a mí ahí me entró un poco de vértigo porque veía que la situación se me escapaba de las manos y no sabía qué podía ocurrir y hasta me daba miedo lo que yo pudiera llegar a permitirles. La cosa es que ellos me siguieron sobando un poco y Mario hasta llegó a meterme la mano por debajo de la falda tocándome los muslos e incluso un poco las nalgas. En ese plan, entre manoseos y piropos, tomamos el café. Estábamos charlando y ellos echándome piropos, y yo a ellos también, la verdad sea dicha. Lo cierto es que lo pasamos muy bien aunque la cosa no llegó a más lógicamente. Y al irse nos dimos unos besos pero en lugar de en la mejilla ellos se las arreglaron para dármelos en los labios. El primero fue Rafa y me dio un beso en los labios mientras me tocaba una teta. Yo también le besé en los labios. Luego fue su hermano, Mario, el que me dio un beso como de despedida pero éste no se conformó con que nos besáramos los labios sino que me metió la lengua en la boca mientras me apretaba el culo. Yo no se por qué pero lo cierto es que le respondí y también le di la lengua aunque fue durante un corto instante. Luego los tres nos reímos y ellos ya se fueron aunque ahí, como puedes imaginarte, se puede decir que ya estaba liada.

Mi madre paró un poco y me miró sonriendo quizá para ver cómo reaccionaba yo ante su relato. Como le dije que “estupendo” y la animé a continuar ella siguió contándome:

-Yo después estaba muy nerviosa porque claro, pensaba que me había portado como una indecente y que no le podía hacer eso a tu padre y bueno, ya sabes, estar allí besándome y dejándome tocar por dos chicos. Pero por otro lado tengo que reconocer que estaba satisfecha y contenga conmigo misma por gustar así a dos hombres. Y además… todo aquello… ¿cómo explicarlo? Ya sabes, que me ponía... bueno, cachonda, eso es, pensar en lo que había pasado y además, ya te digo, me hacía sentirme muy bien porque a ver a qué cincuentona no le gusta que le metan mano, la besen y le digan que está buena dos chicos 20 años más jóvenes que ella ¿no?

-Y a ti hay muchos motivos para decirte que estás buena y para besarte, mamá. Porque es la verdad, eres una tía que está muy buena. –Y de nuevo le di una suave palmada en el muslo

-¡Cariño, eres un cielo! –Me contestó ella y siguió contándome ante mi apremio para que siguiera su relato-. De todas formas pasaron unos días hasta que volví a encontrarme con uno de ellos, con Rafa, concretamente y también aquí en el portal al entrar en casa. Subimos los dos en el ascensor y ahí me dio un morreo que casi me deja sin respiración mientras me tocaba todo el culo. Bueno, igual te parece un poco fuerte que tu madre te cuente esto, hijo, pero la verdad es que me dejó el chocho como un bebedero de patos porque además Rafa es el que más me gusta de los dos y además a mí me gusta mucho besarme y eso. Bueno tú ya sabes que yo soy muy besucona, y aquel beso… Me cuesta un poco hablarte así, mi amor, pero esa es la verdad me dejó toda húmeda…

-Puedes hablarme con franqueza, mamá. Ya sabes que me parece muy bien lo que me estás contando y oye; que yo ya se lo que es un chocho húmedo, mamá. Así que puedes y hasta me gusta que me des esos detalles.

-Ji, ji, ji… -Repuso ella entre cortada y divertida-. Me alegro, hijo. ¿A que te gusta que mamá diga cosas como chocho, cachonda y cosas así?

-Pues claro, mamá. Oírte a ti decir esas cosas me pone a mi también un poco cachondo, no te creas…

-¿De verdad, cariño? Ja, ja, ja… Bueno, pues como te iba contando; ese morreo en el ascensor con Rafa me dejó cachonda perdida y ya casi decidida a hacer lo que fuera con ellos.

-¡Muy bien, mamá!

-¿De verdad, hijo?

-Claro, mamá. –Seguro que disfrutó mucho besándote de esa manera y espero que tú también.

-Sí, bueno hijo, lo que te decía; mamá es muy besucona y, bueno… esos besos, pues también me gustan, claro, ji, ji, ji… ¡Ya lo creo que me gustan!

-Me parece estupendo, mamá. Sigue, sigue contándome.

-Bueno, la oportunidad no tardó en presentarse. Una tarde que estaba yo en casa viendo la tele aburrida llamaron a la puerta y eran ellos. Me sobresalté y me puse toda nerviosa. Les invité a pasar pero ellos me dijeron que habían pensado en invitarme a salir a tomar un café para responder a mi amabilidad del día anterior pero que pensándolo mejor también habían pensado que lo ideal sería tomarlo en mi casa. Yo sonreí nerviosa y coqueta y dudé un instante pero claro, acepté y les invité a pasar, pero ellos me dijeron que habían llamado para comprobar que estaba sola, plantearme la idea y ver que era viable pasar un rato conmigo en casa y que a mí me parecería bien, pero que una vez comprobado, tenían que hacer un recado y que en 20 minutos o así estarían aquí. A mí me pareció fenomenal porque yo además quería prepararme un poco ya que estaba en bata y zapatillas de estar en casa. En cuanto se fueron prometiéndome que volverían enseguida, la verdad es que me puse muy nerviosa pero por otro lado estaba tan... bueno, ya sabes, cachonda, que las dudas que podía tener se me pasaron enseguida. Me puse a prepararme y me vestí con ese vestido azul que me llega justo por encima de las rodillas, con escote a pico y que sabía que les gustaba porque siempre que me veían con él me echaban unos piropos tremendos sobre mis piernas y sobre el escote. Me puse las sandalias de tacón, me pinté un poco y sin más me senté en el sofá echa un flan a esperarlos. Cuando llamaron de nuevo les hice pasar y ellos, ya dentro de casa, me saludaron con unos besos en la boca aunque sin lengua. Les preparé un café y mientras lo tomábamos hablamos de tonterías y poco a poco ellos llevaron la conversación a que estaba muy guapa y eso. Empezaron a alabar mis piernas, elogiaron mi vestido y Mario por un lado y Rafa por otro empezaron a levantarme el vestido hasta que me dejaron todos los muslos al aire, más o menos como los tengo ahora. También me tocaban las tetas por fuera del vestido hasta que Rafa se atrevió a meterme la mano por el escote sin que yo protestara. Para mí era una locura; Rafa me tocaba las tetas por dentro del sujetador y su hermano Mario me sobaba los muslos llegando prácticamente a las bragas. Luego Rafa me dio un morreo con lengua que me dejó lista para lo que quisieran, porque a mí los besos me ponen muy cachonda, y a continuación fue Mario el que me besó con lengua también.

  • Cómo debieron disfrutar de esos besos… -Dije yo, que en aquel momento me derretía por darle un morreo con lengua a la cachonda de mi madre.

-Yo reconozco que también los disfruté mucho. Hijo… No se si alguna vez has estado con dos chicas, y si no es así, y aunque te parezca raro que tu madre te diga esto, si tienes oportunidad te lo aconsejo, porque estar con dos personas pendientes de ti, besándote y eso no es solo el doble de excitante, es veinte veces más excitante.

-Lo tendré en cuenta, mamá, aunque me parece que… En fin, que no veo mucha opción de estar besándome con dos chicas a la vez. Pero me alegro de que tú si lo hicieras y que disfrutaras de esos besos.

-Hijo, no sabes cuánto. Con lo besucona que yo soy… ¿Tú sabes lo que es darte un buen morreo con uno, girar la cabeza y tener allí al otro esperándote con la lengua fuera? La verdad es que creo que nunca nada me había puesto tan caliente como ese rato besándome alternativamente con Rafa y con Mario. ¡Qué besos, por Dios! Me sobaban todo lo que querían y nos besábamos cada vez con más vicio y calentura y así, poco a poco, hasta me quitaron el vestido. Elogiaban mi cuerpo y me decían unas cosas tan cachondas que me hubiera dejado hacer lo que hubieran querido, claro. No se qué te parece, hijo...

-Pues me parece muy bien, mamá, muy bien. -Y entonces, mientras asentía y con un guiño le mostraba a mi madre toda mi aprobación a su conducta, me incliné un poco hacia ella para darle un beso, un piquito, pero lo cierto es que al rozar mis labios con los suyos saqué un poco la lengua y con ella le acaricié sus labios. No sabía cómo iba a reaccionar mi madre, ni siquiera lo pensaba, quizá ignorara la presencia de mi lengua y aquel beso fuera otro piquito más como los que nos habíamos dado ya antes, pero lo cierto es que mi madre tras sentir mi lengua brevemente en sus labios, sonrió y también sacó la suya con lo cual las lenguas de ambos entraron en contacto. Podía haber sido un beso con lengua pero breve. A fin de cuentas, aunque estábamos en aquel plan de tan íntimas confidencias sexuales, éramos madre e hijo y un beso con lengua no es lo más habitual entre una madre y su hijo. Pero precisamente el contexto, la complicidad, las reiteradas declaraciones de mi madre sobre su condición de besucona y su gusto por los besos con evidente carga sexual, hicieron que aquel contacto de nuestras lenguas al aire se prolongara convirtiéndose de facto en un beso absolutamente erótico en el que ambos nos chupamos las lenguas con evidente satisfacción. Y mientras lo hacíamos yo no dejé pasar la oportunidad de sobar el muslo de mi madre desde la rodilla hasta prácticamente la ingle, disfrutando del tránsito que suponía acariciar la zona cubierta por la media y traspasar el límite de esta para que la caricia fuera ya sobre su piel, sobre su relleno muslo desnudo. Y mientras tanto nuestras lenguas seguían degustándose, disfrutándose sin prisa. El beso, el contacto de nuestras lenguas, de hecho, duro lo suyo. Cuando finalmente dimos el beso por concluido, yo dejé la mano sobre la zona desnuda del muslo de mi madre mientras ella me decía sonriendo con picardía:

-Ummm… Besas muy bien, cariño. Me ha gustado mucho.

-A mí, también, mamá. Anda, sigue, sigue contándome...

Las confidencias de mi madre continúan…