Confesiones sicalípticas de un abuelo. Cap. 5 y 6
Mis remembranzas
Capítulo V
De aquel verano en el Real de San Vicente - 1954
Creo que fue el verano de 1954, o sea, que tenía 13 años. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Resulta que mi abuelo paterno, era natural de esta localidad toledana, y en la misma vivían varios primos hermanos; por lo que fui invitado por unas de mis tías a pasar ese verano.
En aquel entonces, el ser de Madrid parecía como ser algo especial, no sé, pero la gente te miraba o consideraba como de otra galaxia.
Y así debía ser, ya que notaba en los niños de mi edad del pueblo con los que me relacionaba, como una especie de envidia y respeto hacia alguien que creían superior a ellos. Y en las niñas, unas miradas furtivas, que denotaban como cierta admiración.
¡Bueno! También he de decir sin que me supere la vanidad, que mis modales de niño fino y educado, chocaban con los de aquellos mozalbetes con más aspecto de gañan, que de chavales para pasar una tarde romántica cualquiera de las mozas de la localidad.
¡Como no recordar el bar Tico-Tico! Donde hacía el baile, y donde moví mis primeros pasos. Pero sobre todo me quedo el recuerdo que todavía perdura, de una niña en especial. Se llamaba Carmen y de apodo "La Vilana" (no sé si con uve o con be). Era alta, morena y muy guapa. Me gustaban las altas porque yo era (y soy) un hombre alto: 1.82 metros, y las niñas bajitas no es que no me gustaran, pero por razones de armonía, siempre me inclinaba a intentar ligar con las más altas.
Como ya he contado, era un niño muy incauto, exento de toda malicia, y que todavía sigue creyendo que todo el mundo es bueno. Por eso me era imposible ver, y menos intuir las maquinaciones de las personas ante aquello que desean conseguir.
Sé que durante ese verano, fue el centro de atención de todas las niñas de mi edad; pero no supe sacar provecho de esa situación por mi forma de creer en la mujer. Ya he dicho que creía que todas venían al mundo para ser esposas y madres ejemplares; y por esa creencia, aún sintiendo los ardores de la pubertad que empezaba a hacer mella en mi metro casi ochenta (a la sazón) y en mis 60 escasos kilos de peso (por falta de vitaminas, en aquellos años se comía poco y mal), ni pasaba por mi cabeza el usar a la mujer como instrumento sexual. Y también creía, que la mujer buscaba en el hombre ese esposo y padre modelo con el que soñaba día y noche.
Pero no, eso lo descubrí muy de mayor; la mujer también busca en el hombre, otros objetos que satisfagan no precisamente la situación familiar.
Un día sucedió algo que todavía no soy capaz de interpretar. ¿Qué es lo que buscaban aquellas niñas con aquella acción que me desconcertó bastante?
Una de ellas, no puedo precisar cual fue, estando sentado en el poyo * de la puerta de la casa de mi tía, me entregó
una copa de esas que se suelen usar para tomar licores, con la intención que bebiera su contenido: un licor entre amarillo y anaranjado que parecía coñac.
Imbécil de mi, ni pude sospechar que las muy cochinas se habían meado en la copa. ¡Las madres que las parieron! Escupí aquel líquido viscoso, amargo y caliente con asco y estupor, pero ante las risitas de aquellas niñas que estaban observando mi reacción a escaso metros.
Y así acabó mi veraneo en el Real de San Vicente, no sabiendo si aquellas niñas me querían envenenar, o me ofrecían "sus licores" para que catase de ellos.
Capítulo VI
Mi prima Marucha
Mi prima Marucha es mayor que yo, si en año 1954 que estuve veraneando en casa de mis tíos del Real de San Vicente, tenía 13 años, ella calculo que tendría sobre los veinte.
Como soy un pésimo conocedor del alma femenina, pues el que cree que nace para ser una abnegada esposa y madre, no tiene ni repajolera idea de lo que cabe en la mente de una mujer por muy decente que sea.
Por eso nunca sabré lo que le pasaba por la de mi prima Marucha en las siestas que me echaba junta a ella, en aquellas cálidas tardes de verano.
Por la mía si que pasaban cosas "muy feas" ¡Bueno! muy feas según el concepto que tenía en aquel tiempo de las cosas del sexo.
La tenia acostada a mi derecha, boca arriba, vestida, eso si, no nos desnudábamos. Yo con mis pantaloncitos cortos y mi camisita, y ella con su faldita y blusita. Los dos tumbaditos boca arriba callados como tumbas.
Daría algo, sólo por curiosidad, por saber que pensaría mi prima en esos momentos. ¿Una moza de muy buen ver, morenaza y de carnes prietas y excitantes para darle un buen pellizco en las partes más mollares, con 19 o 20 años, que pensaría en esta circunstancia descrita?
Podría ser, que, por su mente no pasaran pasajes eróticos; quizás el pensar que tenía a su lado a un niño imberbe, no se le ocurriera la más mínima elucubración erótica. Sinceramente no lo sé, y nunca lo sabré, entre otras razones, que a mi prima hace que no la veo, por lo menos desde hace 50 años. Sé que está (o estaba) felizmente casada.
Recuerdo como si fuera hoy mismo, que fuimos los dos solos a dar un paseo por un monte cercano. Quien no conozca El Real de San Vicente, le digo que es un pueblo serrano de la Provincia de Toledo, situado el límite de la de Avila. Famoso por sus finas aguas; es un sanísimo lugar para tomar el aire más puro que se puede respirar.
Nos paramos al lado de unas piedras, y de pronto salió una culebra de entre las mismas, una culebrilla muy pequeña, que no era para asustarse. Pero mi prima se aferró a mi como muy asustada, y se pegó a mi cuerpo como una lapa durante unos segundos.
Tampoco puedo ni tan siquiera acercarme a la realidad, si mi prima hizo ese gesto por miedo a la culebrilla, o que deseaba abrazarme para echar allí mismo "un casquete". No lo sé la verdad. Pero lo que si puedo asegurar, que yo le hubiera echado, no uno, por lo menos tres.
Pero cuando estuve seguro de que con mi prima hubiera llegado por lo menos a darme un revolcón, fue cuando al poco tiempo, ella y mi tía (su madre) pararon en mi casa de Madrid unos días porque estaban de médicos.
Una mañana entré en el servicio, y estaba en combinación lavándose la cara. Se le marcaba el tafanario, como a la chica de la foto del cuadro de Salvador Dalí que ilustra este capítulo. No sé como pude atreverme, pero la abracé por detrás y recuerdo perfectamente como "la restregué la cebolleta" por las nalgas. Ella giró la cabeza, me miró y no me dijo nada. El caso es, que, deshice el abrazo y salí del servicio como si no hubiera pasado nada.
¡Joder prima! Durante un tiempo fuiste el motivo de mis placeres solitarios. Y hoy, allá donde estés, te mando un beso muy fuerte, y te deseo lo mejor.
¡Cuántas sábanas mojé con tu imagen en mis poluciones nocturnas!