Confesiones prohibidas 3: abriendo las fronteras.

Le abrimos la puerta a un amigo en apuros, consientes de todos los riegos de tener a un tercero en la intimidad del hogar.

"Si tuviera que explicar mi visión acerca de la intimidad personal de manera clara y concisa… lo haría comparándola con las fronteras de un país: tratándose cada uno de nosotros, como uno completamente independiente y soberano. A lo largo de nuestra vida en comunidad vamos interactuando cada vez más en profundidad con este mundo y los miles de países que conocemos a medida que nos desarrollamos. Con algunos, llegas a establecer acuerdos y compromisos de beneficio mutuo, que mejoran uno que otro aspecto que los define. Con otros, es mejor cerrar completamente las fronteras y cortar toda posibilidad de dialogo. Pero ¿Cuánto hay que estar dispuesto a entregar? ¿vale la pena arriesgar tu integridad en post de algo tan inconsistente como la felicidad?”

Cada miércoles intermedio mi felicidad se ve apagada, mi mundo se oscurece y mi soledad crece, puesto que por razones de trabajo Iván se debe alejar de mí; una de las cosas más difícil de vivir con un hombre que trabaja en el rubro de la minería. Sus malditos turnos rotativos, cortos como un pestañeo cuando lo tengo en casa y largos como invierno en el polo norte cuando está lejos. Diría que me he acostumbrado con el pasar de los años, pero la verdad es que nunca me acostumbraré a no tenerlo conmigo.

Mi suplicio esa semana sin mi hombre se vio radicalmente alterada. Ricardo, nuestro mejor amigo en el mundo, se estaba quedando unas semanas con nosotros por razones de fuerza mayor. Necesitaba que le tendiéramos una mano y ahí estábamos: así como él también ha estado para nosotros en el pasado. No tenía mayor problema con esto, pues Ricar ha sido amigo de Iván desde toda su vida y a medida que fui conociéndolo, fui descubriendo una gran persona y un gran camarada para mí también. Fácilmente puedo decir que a él es al único al que le permitiría convivir en nuestra intimidad: dada a la confianza de tantos años, además, era común tenerlo como invitado, permitiéndole dormir en nuestro departamento cuando las reuniones se extendían más de la cuenta o cuando se le pasaba la mano con los tragos a él y a Iván (como de costumbre). También recibíamos de brazos abiertos a su pequeña hija Antonella, que tiene muy buenas migas con nuestro pequeño. Esta vez sería como muchas anteriores, solo que por un periodo algo más prolongado.

Una vez partió mi hombre a cumplir con su deber laboral para con su familia esa fría madrugada, no pude conciliar el sueño nuevamente como en todas las noches en las que se me iba. Al día siguiente, comienzo mi rutina diaria yendo a dejar a mi peque con mi cuñada, la que vivía unos pisos más abajo. Cosa que nos ha ayudado bastante en estos locos tiempos de pandemia, ya que se encargaba de cuidarlo mientras yo e Iván trabajamos y la escuela seguía cerrada. Debo ser honesta y reconocer que no hay muy buena relación entre nosotras, pero siempre ha contado una con la otra a pesar de todo. Luego parto rumbo al trabajo, sufriendo de las falencias viales de nuestra ciudad colapsada en horario punta.

Me enforcé mucho para que mi rendimiento en el trabajo no se viera afectado, escondiendo mi pesar bajo una falsa sonrisa. A penas tenía oportunidad, me mensajeaba con mi amado a la distancia, sin perder ninguna oportunidad que se nos concediera para mantener conversaciones atrevidas y subidas de tono. Contestaba cada una de sus morbosas preguntas como: ¿cuál uniforme estaba vistiendo? ¿qué ropa interior estaba usando? o ¿si recordaba todas las locuras que habíamos hecho los últimos días? Poco a poco con cada respuesta que le brindaba, los ánimos comenzaban a encenderse en mí; terminando por confesarle que me encontraba muy deseosa. Este no halló nada mejor para “ayudarme” con mi situación que tomarse una rica foto completamente desnudo sobre la cama en la que pernoctaba. Su rica verga toda erecta golpeó directamente mi perversión y mi calentura, por lo que, ayudándome con el escritorio y la distracción de mis colegas, comencé a acariciar con firmeza mi sexo sobre mi uniforme mientras me mantenía alerta para no ser descubierta por alguien. No era tan rico como la mano de Iván, pero de todas formas lograba dar algo de satisfacción a mi fuerte antojo de tenerlo en mí. Le mando una rica disimulada foto de mi mano jugando en mi privada zona, la que le encantó. Me pidió más y se lo quería dar, pero sería descubierta en cualquier momento. Rápidamente me pongo de pie y me dirijo al baño con mi calentura a flor de piel. Excusándome con que era una urgencia, pasé furtivamente entre mis compañeras y su habitual chismorreo que no se vio afectado por mi rápido pasar. Me dirijo al baño a raudo caminar, sintiendo en cada paso una profunda contracción de placer en mi entrepierna. Podía sentir mi sexo palpitante estimulándose cada vez más. En el eterno viaje, por alguna extraña razón, todas las personas que me cruzaba tenían algo importante que decirme, cosas que no podían interesarme menos en ese momento con el asunto que tenía entre los dedos. Todas las conversaciones terminaban con la pregunta: —¿te sientes bien? — o la frase —Te ves muy acalorada y ruborizada —. Despabilaba y me justificaba con que necesitaba llegar urgente al baño y sin más los dejaba hablando solos.

Llegada por fin a mi sucio destino, me encerré en un sanitario y desesperada bajé mi pantalón del uniforme con mis calzones enrollados en ellos. Mientras me tocaba con mi derecha, mi izquierda intentaba llamar temblorosa a mi hombre. Realicé una videollamada la cual fue contestada a la brevedad y silencié mi dispositivo móvil para no ser descubierta. Le mostré a mi hombre como me lamía en abundancia mis dedos, para luego llevarlos hasta mi sexo al descubierto siendo seguidos por la cámara en todo momento.

Comencé a acariciarme cada vez más rápido mientras inclinaba un poco la pantalla para alcanzar a ver la rica expresión de mi hombre atestiguando tal pecaminosa situación. Debía ser muy silenciosa, ya que no era la única en el baño de damas en ese momento; muerdo mis labios para ahogar mis gemidos. Cambiamos y ahora era mi hombre quien me daba un primer plano de su rica verga, masturbándose enérgicamente mientras lo deleitaba con mi rostro de excitación máxima. Continué tocándome al punto de estar muy húmeda, mi cuerpo descontrolado se desestabiliza, por lo que me apoyo en la pared. De pronto grandes cantidades de semen comienzan a salir del pequeño agujerito del pene de mi hombre, saltando hasta su abdomen y el resto descendiendo por el largo de su miembro. Fue maravilloso, me calenté tanto al verlo que logré darme un rico e intenso orgasmo que dejó mis dedos empapados, cayendo unas gotas hasta mi pantalón y ropa interior. Con la vista nublada y algo mareada todavía, me despedí en silencio de mi hombre, apoyada aún en la pared intentando recuperar mi aliento. Procedí a limpiarme con papel sanitario y también limpiar lo que alcanzó a caer en mis prendas. Me lavé bien la cara y arreglé mi cabello para pasar desapercibida. Disimulando, regresé a mi lugar de trabajo entre las miradas confusas de mis compañeras… y aquí nada pasó; pronto me tocaría salir a terreno.

Terminado el largo día, pasé por mi pequeño y nos dirigimos a casa donde nos encontramos con Ricardo. Nos saludó con su caracteriza caballerosidad y conversamos unos minutos acerca de nuestros días. Llamé por última vez a mi hombre antes de que comenzara su turno nocturno y ya no pudiera hablar con él hasta que este terminara. Le comenté que nuestro pequeño estaba listo para dormir, solo jugaba unos minutos más con Ricar y luego a la cama sin excusas. Le dije también que, aprovechando que contaba con alguien de confianza en la casa, saldría a andar en bicicleta; me hacía falta algo de ejercicio para botar las malas vibras del día y dormir plácidamente. Este se alegra mucho por lo conveniente que ha resultado la presencia de nuestro íntimo amigo entre nosotros, puesto que siempre se preocupaba demasiado cada vez que tenía que dejarnos solos a mí y a nuestra criatura. Con Ricardo en la casa podía quedarse tranquilo, también se sorprendió de lo bien que estábamos conviviendo, ya que creyó que estaría incomoda y pasándola mal a solas con otro hombre.

Hablando con él por alta voz mientras me vestía con mi ropa deportiva, me pide que use las que había elegido para mí ese calenturiento día en el centro comercial, esas tan atrevidas prendas que no dejaban nada para la imaginación. Sorprendida, lo dudé un poco, confirmándole que siempre había creído que eran para nuestra intimidad marital. Me pidió que me tomara unas fotitos mientras las usaba, cosa que terminé aceptando a medias con alta inseguridad. Una cosa era que él me viera, pero otra muy distinta que otros lo hicieran… y Ricardo, ¡dios mío! me vería él también. Una vez le corté, mi cobardía no me dejó cumplir con mi palabra, por lo que me vestí con las mismas prendas holgadas y sobrias de siempre. Salí fugazmente avisándole a Ricar y a mi peque que volvería enseguida como se los había dicho con anterioridad.

Mientras bajaba las escaleras, un enorme sentimiento de culpa me invadió y no pude seguir avanzando. Observé a mi alrededor… no había movimiento alguno, así que me tomé unos segundos de reflexión para pensarlo bien. Terminé por envalentonarme y regresé a vestirme como me tuve que haber vestido desde un principio. Busqué al fondo de mi closet y tomé las pervertidas prendas, claro que esta vez, debía usar el peto como si fuera un sostén y ponerme una remera blanca sobre él, ya estaba oscureciendo y estaba comenzando a helar. Me miré al espejo… tal como la última vez en el motel, me veía como toda una puta; todo ensartado hasta el fondo de mi trasero, transluciendo todo lo que había debajo del blanco leggins, claramente se veía la tanga negra: su pequeño triangulito adelante y el hilo saliendo en mi cola por detrás.

Salí nuevamente de la habitación y le dije a Ricar que ahora sí me iba, ocultándome para que pasaran desapercibidas las atrevidas prendas que llevaba, por suerte Ricar se encontraba distraído jugando con mi hijo. Salí nerviosa, intentando no ser vista ni escuchada por nadie, afortunadamente en el condominio nunca había mucho movimiento a esas horas. Tomé mi bicicleta del estacionamiento y procedí a acercarme al portón que era controlado por el guardia de turno: un hombre retirado, creo que de una carrera militar por lo que había escuchado. —¡Buenas noches Don Elmer! —lo saludé despejando mi garganta, este me miró abriendo mucho sus ojos sorprendidos —Buenas noches señora Catalina —me respondió mientras presiona el botón que abre el portón eléctrico. —¿de paseo tan tarde? ya está oscureciendo— sus ojos veteranos me recorren de pies a cabeza —Sí, volveré enseguida — le respondo intentando escabullirme fugazmente —ok, cuídese ahí afuera —. Me volteé repentinamente para verlo y me percaté que me estaba mirando directo al culo, cosa que disimuló cambiando con torpeza la dirección de su mirada. Simplemente hice como que nada había pasado y seguí mi camino. Me puse los audífonos con la música que me gusta escuchar y monté mi bici camino a la ciclovía. Me quedaba cerca, pero estaba en paralelo a la carretera de alta velocidad así debía ser muy cuidadosa.

Llegada por fin a la ciclovía de la costanera comienzo a medir el tiempo y seguir mi ruta establecida. No era mucha la gente a esa hora transitando por ella, solo un par vi por ahí, por lo que me sentí más tranquila. Los bocinazos y gritos atrevidos por parte de los morbosos conductores que pasaban por la carretera de en junto, fueron opacados por mi música que me permitió simplemente ignorarlos. Comencé mis primeros minutos realizando un leve calentamiento y luego procedo a aumentar el esfuerzo paulatinamente. Me encantaba esa parte de la ciclovía, era una de las razones principales por la que decidimos vivir ahí. La iluminaron muy bien para la noche y pasaba muy cerca del mar; la briza marina es una compañera espectacular para el ejercicio.

A media rutina, cerca de llegar a mi punto de retorno, me sentía excelente con el ejercicio y sus resultados. Poco a poco estaba mejorando cada vez más y era la mejor forma que había encontrado para revitalizar mi moral y mi autoestima, dejando atrás todos los pesares del diario vivir. Retornaba ya al punto de partida y otro ciclista me rebasa a toda velocidad pasando muy cerca de mí, al verme desacelera y se mantienen a mi lado mirándome fijamente. No lo quise mirar directo a los ojos, pero podía sentir sus punzantes ojos juiciosos clavados en mi cuerpo. Muy incómoda y asustada intenté dejarlo atrás, pero ya estaba muy cansada. Este se cambió a mi detrás, apegando mucho su bicicleta con la mía; ahora podía sentir su punzante mirada en mi retaguardia. De lo nerviosa y agotada que estaba mi velocidad se redujo al mínimo, pero tenía mucho miedo de detenerme y rogaba por encontrarme con alguien más para que este sujeto me dejara tranquila. Estaba próxima a enfrentar la pendiente más pronunciada, que era la subida más exigente de toda mi ruta y ya no podía más, estaba muy fatigada: me faltaba el aire, mis piernas no respondían y sentía que me desmallaría. En un último esfuerzo, me puse de pie sobre los pedales para aplicar mayor fuerza al pedalear y doy todo lo que me quedaba; avergonzada me sentí sabiendo que iba con toda la cola parada meneándosela en la cara al muy maldito. Logré superar la empinada subida a duras penas, quedando muerta después de esta, dejé que la gravedad de la larga bajada que seguía hiciera todo el trabajo, mientras intentaba recuperar algo de mi aliento. Por desgracia bastó con una mirada sobre mi hombro para percatarme que mi acosador seguía en lo suyo, el cual aceleró para volver a mi detrás muy apegado a mí. Mirándolo de reojo para evitar chocarlo me percato que se había sacado el pene por entre las piernas por el espacio que quedaba del corto short y se lo manoseaba frenéticamente.

Muy asustada, tomé un desvío a mi mano izquierda el cual llevaba a una grúa portuaria abandonada. La decisión más estúpida que pude haber tomado, en mi miedo y desesperación me fui a meter al lugar más oscuro, desolado y peligroso que pude. El liso asfalto se convirtió en un irregular camino de tierra del cual no alcanzaba a ver nada, estando a punto de caer en varias oportunidades. El aterrador momento y el intenso roce del sillín en mi parte perianal comenzó a provocarme un intenso cosquilleo en mi zona íntima. Apretaba con fuerza mis esfínteres rogando que pasara, pero en lugar de eso, se intensificaban más y más. Ya no podía continuar y me detengo agotada el final de un abandonado callejón ruinoso. La oscura noche y lo apartada que quedé de la iluminación de la ciclovía no me dejaba ver mucho más allá de mi nariz, solo distinguí entre la oscuridad la silueta de mi acosador llegando a los pocos segundos. Dejó su bicicleta en el suelo y se acercó lentamente a mí, las luces de los autos pasando a la distancia, me permitieron por cortos instantes distinguir como el muy cerdo se masturbaba vuelto loco y ver que se trataba de un tipo muy mayor, robusto y de pelo cano; cruzaba desesperada mis piernas a causa del intenso estímulo en mi entrepierna. Cuando llegó a unos pocos metros de mí pretendió tocarme estirando su brazo, pero yo me alejaba aterrada de sus asquerosas manos. Quería gritar… pero no podía, no lograba recobrar mi aliento y estaba tan exhausta que los gritos simplemente no slieron de mi boca. Se mantuvo a unos pocos metros, aparentemente el muy demente estaba a punto de acabar, intentando en el proceso lanzarme su semen, este calló muy cerca pero no me tocó gracias al cielo.

Se retiró guardando su flácido pene y dejándome en tan peligroso lugar abandonándome a mi suerte. Juro por lo más sagrado de este mundo que estaba muerta de miedo, en mi mente no dejaba de gritar aterrada, pero en alguna parte muy profunda de mis entrañas había cierto morbo y goce culposo en todo esto. Nunca me hubiera atrevido a concretar nada con tal asqueroso sujeto en tan asquerosa situación, pero siendo honesta esta asquerosa situación prendió algo muy oculto y morboso dentro de mí.

Apenas viendo por donde iba, comencé a regresar al camino: derrotada, humillada y con una sensación de suciedad. Mi entrepierna estaba muy sensible todavía, muy transpirada y llena de fluidos como para intentar andar en ese camino tan malo, de hecho, simplemente bastaba con los pasos para seguir sintiendo esos incomodas contracciones en mi sexo, por lo que opté simplemente por caminar lentamente llevando mi bicicleta solo con las manos. Caminando y caminando despacito por la oscuridad deseando estar pronto a salvo, como siendo castigada por los dioses o siendo burla de estos, un perro comienza a ladrarme a la distancia, se oía como uno muy grande. Mis piernas aún estaban muertas, pero la adrenalina me permitió correr un poco, solo para terminar pisando en falso un profundo hoyo en el suelo que dobló terriblemente mi pie derecho, haciendo que me cayera estrepitosamente con un punzante dolor en mi tobillo. Intento rápidamente retomar mi fallido escape, pero al dar un paso con ese pie, sentí un agudo dolor que no me dejó avanzar un solo metro más. El dolor era tremendo, intenté salir de ahí a punta de saltitos con un pie, pero estaba tan agotada que nuevamente fui a dar al suelo: cubierta de tierra, rasmillada, agotada y molida. Maldita sea, no podía creer mi mala suerte, de todas las formas indignas de morir, esta sería la mía: comida por un perro callejero, meada, cubierta de tierra y eyaculada por un cerdo desconocido; simplemente me recuesto en el suelo rendida a mi fin. Sentía al perro ladrar cada vez más cerca, para cuando los ladridos estaban a unos pocos metros este se quedó en silencio, abrí mis ojos para ver a mi asesino, se trataba de un pastor alemán: viejo, sucio y desnutrido. Él cual se había amansado por completo, toda la furia y agresividad con la que se acercó se convirtieron en jugueteos, movimientos de su cola e intentos por lengüetearme. —Lo siento amigo, no estoy de ánimos para jugar con nadie en estos momentos —. Una vez leí un artículo que decía que los perros a pesar de su limitada capacidad para comunicarse con nosotros, podían saber cuándo algo nos aquejaba o nos provocaba dolor, bueno, comencé a creer que era real cuando empezó a oler mucho mi adolorido tobillo que se había hinchado demasiado, pareciendo casi un balón. Intentaba lamérmelo cuidadosamente; no tenía energías siquiera para detenerlo, por lo que lo dejé a sus anchas. Maldito perro caliente, comenzó a olerme completa, después de tal episodio vivido en la bicicleta quizás qué tipo de aroma percibía en mi cuerpo. No pude hacer otra cosa más que voltearme al lado opuesto de donde él estaba para evitar que alcanzara a olerme allí, pero el muy pervertido comenzó a olfatearme el culo, definitivamente la peor maldita noche de mi vida. Estaba lista para preparar mi epitafio “aquí yace Catalina, acosada y eyaculada por un cerdo desconocido, con su pie roto fue violada y comida lentamente por un perro hasta su muerte”.

No me quedó de otra que pedir auxilio, llorando llamo a Ricardo, quien se preocupó muchísimo, le ruego que por favor pase a dejar a mi hijo con mi cuñada y venga por mí lo más pronto posible, dándole lo mejor que pude las indicaciones de donde me encontraba. Rápidamente se pone en marcha para venir en mi ayuda, le corto y me desplomo del dolor en la tierra. De pronto mi íntimo amigo canino se va corriendo, lo alcanzo a oír ladrar mientras se alejaba, de seguro había encontrado a otra imbécil que acosar… Vuelve acompañado esta vez de Ricardo corriendo a toda velocidad, quien me exclama: —¡te estuve buscando por toda la oscuridad gritando y no te encontraba, de no ser por este perro no lo hubiera conseguido! —. Mirando al animal entre reojo, replico con ironía —¡ohh que sería de mí sin este lindo perrito! —. Respirando paz en la seguridad que me brindaba Ricardo, me desplomo en su pecho llorando agradecida por contar con él. Me toma con gran facilidad sobre sus varoniles brazos y me carga hasta el auto —¡espera! ¡espera! ¡mi bicicletita! — —Cata solo puedo llevar una de ustedes — con mucha pena me resigné a dejar mi bicicleta botada. Una vez llegados al auto, Ricar me recuesta en los asientos traseros con mucho cuidado, el perro que nos había escoltado hasta ahí se queda mirándome por la ventana, le grito: —¡cuídame mi bicicleta que volveré por ella apenas pueda! — el animal se queda con su honesta expresión de perro que no entendía un carajo de lo que le estaba diciendo.

Partimos rumbo a urgencias, no me podía sentir más inmunda y humillada. A esto sumándole mi tobillo inflado como globo de cumpleaños. La polera y los leggins blancos quedaron imposibles entre el sudor, la tierra y otros fluidos. Al menos, la suave voz de Ricar con su buena disposición lograron darme calma a pesas del insoportable dolor. Llegados por fin, estacionó el auto cerca de la entrada a y me cubre con su chaqueta, me vuelve a tomar en brazos cual bebé para llevarme dentro, me dejó sentada en la sala de espera y se fue a hablar con la enfermera del mesón. Gracias al cielo la atención fue rápida, solo rogaba no encontrarme con ninguna conocida ni conocido del rubro.

Una vez atendida volvimos a casa, yo en las nubes con el potente calmante y desinflamatorio. Debía estar agradecida porque no fuera una lesión más seria, solo había sido un esguince de grado menor, un doloroso esguince de grado menor ¡doloroso! Llegamos a casa y Ricardo me abrió la puerta del auto, me da la espalda y se agacha como para que yo me suba sobre él. —¡No Ricar! Ya te hice mierda la chaqueta, no quiero ensuciarte la camisa ahora — le digo con la lengua algo adormecida —Catita, vives en un hermoso departamento en el último piso y el ascensor no está funcionando. Sube, no te preocupes que esta camisa me la regalo la Andrea, antes de que termináramos —¿cómo debatir contra eso? Con mucho cuidado me carga en su espalda lentamente paso a pasito (de lo que pasó a continuación no me enorgullezco para nada, de hecho, fue la razón que me llevó a buscar ayuda al tiempo después). Por el rose contra la espalda de Ricar, comenzaron a suceder cosas, ¡sí!, cosas. A pesar de todo lo ocurrido, a pesar de estar hasta el culo de calmantes y desinflamatorios, aun así, mi cuerpo seguía sintiendo “cosas”, en especial cuando mi pubis se presionaba contra su fuerte espalda y sus manos agarraban firmemente la parte trasera de mis muslos. Definitivamente necesitaba ayuda profesional.

Llegamos por fin al depa, entramos y lo primero que le pido son unas toallas, nunca antes había necesitado una ducha de manera tan urgente. A saltos y saltos de un pie llegué a la tina y me di un largo baño reponedor, lo que junto a los fármacos me relajó más de la cuenta. Más dormida que despierta me seco lo mejor que puedo con las toallas que me había traído. Cuando me escuchó abrir la puerta del baño, rápidamente se acercó para ayudarme a llegar hasta mi habitación, no era un largo trecho, pero estaba tan noqueada que no podía dar un solo paso más por mi cuenta. Me toma nuevamente en brazos, esta vez fue todavía más comprometedora que las anteriores, puesto que solo una tolla no muy larga cubría mi desnudo cuerpo y al levantarme no quedó mucho a la imaginación, por suerte, desde el ángulo de visión de Ricar, no se alcanzaba a ver nada, pero al entrar a mi habitación se reflejó toda mi privada anatomía en el espejo. Simplemente rogué porque no se percatará de esto, pero era prácticamente imposible.

—¿Te paso un pijama? —me pregunta preocupado.

—Sí por favor, está en el segundo cajón del ropero —.

—¿Calzones? — me tomó unos segundos responder.

—Sí, por favor — se me suben los colores al rostro.

—¿Cualquiera? —.

—Sí cualquiera, por favor sin mirar tanto dentro, que es algo vergonzoso para mí —.

—No tienes nada de qué avergonzarte, eres como mi hermanita pequeña —.

—Gracias Ricar, me salvaste hoy —.

—¿Por los chones? —.

—Por eso y por todo lo demás, gracias —Ricardo se retira de la habitación para darme algo de privacidad, no sin antes besar tiernamente mi frente. Me sequé y vestí lo mejor que pude; caí noqueada en la cama.

Al día siguiente muy temprano en la mañana llamo al trabajo para explicarle a mi jefa lo ocurrido, resulta que Iván ya se había puesto en contacto con ellos y ya estaba todo aclarado. Por suerte, mi jefa directa es muy comprensible y me tiene en un peldaño muy alto de lealtad y responsabilidad, a esto sumándole que le agrada mucho mi esposo, por lo que no tendría mayores problemas con ella, por el contario la directora del centro médico en muy controladora y sería ella la que me complicaría estos días de licencia médica.

El siguiente en llamar fue a mi hombre, que muy preocupado debía estar el pobre. Aprovechando que a esas horas es cuando sale de su turno lo llamé de inmediato.

—¿Cómo está la pata? —me pregunta serio.

—¡Bien! bueno hinchada todavía, pero al menos ya pasó todo —intento suavizar la situación.

—¡¿Cómo mierda fuiste a dar tan lejos?! ¡¿te imaginas que hubiera pasado de no haber estado el Ricar contigo?! ¡¿Qué hubieras hecho?!— me retó descargando su preocupación para después de un rato terminar con un —al menos estás bien que es lo que importa, coja, pero bien —

—¿Y nuestro peque? ¿has hablado con tu hermana? —le pregunto con preocupación.

—Sí, poco rato atrás hablé con ella, relájate que ella lo verá estos días que estarás en cama, más rato lo llevará para que te vea… quiero que hagas caso al doctor, no quiero que seas la misma testadura de siempre y termines haciendo lo que te dé la gana. Ya hablé con Ricar, él se encargará de ti, dijo que tenía que encargarse de algo ahora en la mañana, pero que volvería pronto —

—Entiendo y lo agradezco mucho mi amor, pero tú sabes que será difícil para mí el depender de otro hombre, de hecho, anoche ocurrió algo que no tuvo que haber ocurrido… creo que le mostré demás sin…que… —me interrumpe abruptamente.

— ¡Oye! Confío ciegamente en ambos, de no ser así no le hubiera permitido que se quede con nosotros. Tú eres paramédica, sabes que esas cosas pasan cuando cuidas de otra persona, no hay nada más allá que lo completamente natural —me costaba aceptarlo, pero tenía razón —además, necesitas ayuda, por favor Catalina, sé lo obstinada y vergonzosa que eres. Me quedan 6 días más acá y sabes que mi trabajo es peligroso, no podré andar preocupado de lleno en ti. Por favor mientras yo no esté quiero que lo veas a Ricardo como si se tratara de mí, lo que pase dentro de esas paredes quedará entre nosotros tres, a nadie más le importará. Ya lo conversé con él, cuenta con su ayuda para lo que sea — repite la última frase para hacer un mayor e intenso énfasis —¡lo que sea! —

Ante tal realidad no me queda más que acatar las palabras de mi hombre y confiar en su criterio, también agradecer la enorme amistad de Ricardo y su buena disposición, pero no podía sacar de mi cabeza el intenso énfasis que hizo en la frase “lo que sea”, que dejó mi desviada mente pensando en ello todo el día. intenté no pensar mal, veamos: no me atrevería a creer que mi esposo estuviera sugiriendo algo tan indebido… ¿o tal vez en secreto deseaba que pasara algo? Lo más probable era que se tratara solo de mi turbia imaginación jugándome una mala pasada. Sea como fuera, en toda la maldita mañana no pude sacarme esas inmorales ideas de la mente.

Ricardo llegó al poco rato, lo primero que hizo fue ir a preguntarme si me encontraba bien o si había algo que necesitara. Para incomodidad mía y con toda la vergüenza del mundo, necesitaba ir a orinar, por lo que me ayudó a llegar al baño permitiéndome que me colgara de su hombro y él afirmándome desde la cintura firmemente. Me dejó dentro junto al sanitario, cerró la puerta y fielmente esperó afuera hasta que terminara de atender mi asunto. Al salir no pude dejar de disculparme con él por todas las molestias que lo estaba haciendo pasar, solo me sonrió y dijo que era un gusto para él ser de tanta utilidad.

—Sabes, tengo un amigo que te mandó saludos —.

—¿Un amigo? —le pregunto desconcertada.

—Síp, un amigo de cuatro patas que anoche me ayudó a encontrarte —.

—¿¡Qué!? ¿¡Como!? —.

—Es que esta mañana fui a primera hora a recuperar tu preciada bici y… ¿me creerías que el perrito de anoche aún se encontraba cerca de ella? Dime loco, pero me dio la impresión de que la estaba cuidando —.

—Eso es fenomenal, no sabes cuanto me gusta esa bici —.

—Me imagino, pero eso no es todo, me dio pena dejarlo ahí abandonado, así que lo cargué al auto y lo llevé el veterinario, después lo llevé donde un compañero de trabajo que le encantan los animales, tiene el espacio para eso y lo adoptó —.

—¡Vaya! Al menos las cosas terminaron bien para él, me alegra mucho tu gran gesto —

Los días restantes que tuve que pasar en cama, fueron una verdadera tortura. De no haber sido por los cuidados y los mimos de nuestro amigo Ricardo, simplemente me hubiera vuelto loca. También me ayudó bastante el cariño de mi hombre a la distancia, que, a pesar de estar trabajando duro, no dejó de preocuparse un solo instante por mí. Pero, con algo de vergüenza tenía que reconocer que se respiraba cierto aire, cierto perfume denso casi palpable que era seguido por una fuerte tensión entre Ricardo y yo. Esta se presentaba en particular cuando nos encontrábamos lidiando con estas incomodas situaciones tan comprometedoras como: todas las veces que entró a mi habitación y yo me encontraba con escasa ropa, todas las veces que me tuvo que llevar al bañito y también las veces que salía de la ducha teniendo que ser cargada por él. Todas terminando con nosotros mirándonos directo a los ojos por unos segundos evidentes de los grandes e indebidos deseos que sentíamos, éramos prisioneros de nuestros instintos más bajos.

Una de las ocasiones más intensas ocurrió el primer día que pude salir de la cama, habiendo descansado el tobillo durante los cuatro días que indicó el médico, me pude dar el lujo por fin de caminar por casa; nada de sobreesfuerzo, solo desplazarme cuando sea estrictamente necesario. Me sentía más tranquila y menos culpable, puesto que podía dejar descansar un poco a Ricar de ser mi mula de carga. Ese día estuvo observándome con una profunda mirada, no importaba donde fuera, no importaba lo que hiciera, ahí estaban sus provocativos y profundos ojos… casi asechándome. Desviadas fantasías comenzaron a invadir mi cabeza; tenía claro en mi conciencia que no había posibilidad de que algo íntimo llegara a ocurrir entre nosotros, pero si la oportunidad se hubiese presentado en ese momento: no estoy segura si lo habría rechazado. Cojeando con precaución me dirigí hasta la lavadora para lavar la gran cantidad de ropa que se había estado acumulando, al llegar me llevo la sorpresa de que se me había adelantado Ricar, ya había puesto manos en el asunto. Lo encontré separando la ropa por color y echándola al interior de la máquina. Traté de detenerlo, pero fue inútil, estaba empecinado en no dejarme trabajar. No me quedó de otra que tomar asiento y al menos hacerle algo de compañía en la tediosa tarea, pero las cosas comenzaron a tornarse algo más tensas a medida que ropa íntima comenzaba a aparecer. Nunca nadie había visto mis prendas interiores además de mi esposo, sin contar ese caracterismo fuerte olor de ropa sucia que me avergonzaba bastante. Él estaba de lo más natural como si lo hubiera hecho toda la vida, eso hasta que se encuentra con las prendas que llevaba aquella fatídica noche. Separó la tanga aún enrollada en los leggins; ambos todavía húmedos, dejó los leggins a un lado y se tomó unos instantes para analizar más detalladamente la tanga estirándola en sus manos.

—Nunca imaginé que gustaras de usar cosas así —me dice poniendo su penetrante mirada.

—Estee… no, yo no suelo ocupar cosas así, solo estaba probándolas —desvío la mirada avergonzada.

—No te preocupes, no tienes nada de que avergonzarte… siendo honesto, se te veían muy bien —.

—¡Oh! Gra…gracias, nunca me había puesto algo así la verdad —me sentía cada segundo más acalorada y mi rostro se ruborizaba más y más.

—No está bien que te diga esto, eres la mujer de mi hermano y te respeto hasta el infinito por eso… pero aquella noche, no podía despegar la mirada de tu trasero —mientras me hablaba no dejaba de hacer contacto visual con mis ojos un solo instante —¿me alcanzas el detergente por favor? —me pongo de pie para alcanzárselo. Al pasarlo, posa su mano sobre la mía y nos quedamos así unos instantes, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y no podíamos despegar la mirada el uno del otro. Estaba muy nerviosa y asustada, temblando por completo; pero el morbo de lo prohibido me golpeó duro, hasta el punto de hacerme sentir mariposas en el vientre. Nos acercamos lentamente centímetro a centímetro apuntando su boca directo hacía la mía, no importaba nada en ese momento. Tomó el detergente en mi mano y lo dejó sobre la lavadora, para luego posar ambas manos en mi cadera, acariciándolas suavemente y llevando los dedos de sus grandes manos hasta mis nalgas. Estaba a cada segundo más avergonzada, pero no me podía resistir, me lleva hasta su cuerpo presionando su paquete erecto bajo su ropa contra mi zona púbica, mis manos se posaron en su pecho. Nuestros ardientes labios estaban a punto de hacer contacto… pero la puerta suena, era mi cuñada con mi pequeño que venían a almorzar. Rápidamente abortamos el encuentro y de un brinco me dirijo hasta la puerta para hacerlos pasar, gracias al cielo no tuve que lidiar con otra situación similar durante ese día ya que no volvimos a quedar completamente solos.

Esa noche no podía dejar de dar vueltas en la cama, reviviendo una y otra vez en mi mente el dichoso encuentro; me encontraba dividida en dos: por una parte; mi lado correcto y moralista no paraba de decirme de lo asqueroso que había sido todo y que no podía volver a repetirse, Por la otra parte; mi lado más oculto y caliente no dejaba de inventar fantasías de como hubieran terminado las cosas si no hubiéramos sido interrumpidos. Me estaba volviendo loca. Lo que no dudé un solo solo segundo de hacer, fue transparentarme con Iván, le mandé un texto tratando de explicar lo que casi había ocurrido: no podía ocultarle algo a él. Se demoró en responder, tenía una noche difícil en el trabajo; nunca hubiera podido predecir la forma en que reaccionó. Esperaba una discusión o arrebatos de celos, pero nada eso pasó, simplemente agradeció mi transparencia y honestidad, recalcándome que no había nada por lo que debiera culparme o sentirme mal, las cosas seguían igual que siempre. Para mi enorme sorpresa me confesó que ya lo sabía todo y que no tenía mayores problemas; me declaró una vez más su eterno amor, total confianza y me prometió que conversaríamos lo sucedido una vez retornara a casa. No pude quedar más sorprendida y anonadada, simplemente mi hombre iba a años luz delante de mí y no me podía imaginar si quiera lo que pasaba por su cabeza.

Los días que faltaban para que regresara mi hombre pasaron algo más rápidos y la linda relación de amistad con Ricar no había cambiado para nada, es más, se había fortalecido después de lo ocurrido. Así fue como esa tarde de viernes de trabajo terminó, por fin podía irme a casa y encontrarme con mi amado. Conduje aceleradamente, pero con precaución, ansiosa por estar con mis hombres. Al llegar me encuentro con unas maletas recién hechas junto a la puerta que llamaron mi atención, termino de entrar y soy recibida por los abrazos y besos de mi pequeño, lo siguió mi Iván que me estampa un delicioso y jugoso beso que había guardado para mí durante esa larga semana lejos del hogar, luego me saluda mi Ricar con un marcado beso en mi mejilla, muy cerca del costado de mis labios y por último su tierna pequeña Antonella que estaba en casa con ellos. Esas no eran las únicas sorpresas que me llevaría esa noche, bajo mandato de mi hombre todos partieron rumbo hacia afuera, quedé atónita mientras mi peque y la Antito me jalaban cada uno de un brazo

—¡¿A dónde vamos?! —pregunto desconcertada.

—¡Te estamos raptando, así que tu súbete a la camioneta sin preguntas! —me responde Iván.

—¡Pero tengo que cambiarme ropa! —.

—¡Ya me encargué de eso, solo vámonos! —Cuando salía con sus sorpresas lo mejor era simplemente seguirle el juego.

Cargamos las maletas y partimos rumbo desconocido, los hombres iban en los asientos delanteros encargándose de llevarnos hasta nuestro destino y yo con los peques nos sentamos atrás, jugamos y conversamos hasta que pasadas algunas horas llegamos al misterioso lugar. Tenían todo planeado, fuimos a unas cabañas a orillas del mar que siempre me han encantado, desde que era niña. No estábamos en época de verano, pero no hay mucha diferencia climática en la zona donde vivimos, por lo que casi siempre hace un buen tiempo como para ir a la playita. Ingresamos al recinto, Iván se encargó del papeleo en la entrada. Gracias a la baja afluencia pudimos reservar una de las mejores cabañitas, muy cerca del mar. El recinto contaba con piscinas, pero no hay como la magia que solo el mar posee. Llegamos de noche, por lo que mucho no pudimos hacer, pero era perfecto para llegar y descansar y así tener un gran siguiente día. En lo que los hombres descargaban, yo me fui a jugar con los peques a los juegos infantiles del parque, regresamos para comer una rica cena y luego a la camita y a dormir, no sin antes bañarme y sacarme todas las malas vibras del trabajo; el sonido de las olas del mar armonizaba la mágica noche.

Al siguiente día nos levantamos con el sol y nos preparamos para un rico día de playa, me encargué de vestir a los peques con sus trajes de baño y estucarlos con protector solar para cuidar su delicada piel. Seguí preparándome yo y nueva sorpresa me llevé, cuando busqué el clásico traje de baño que usaba hace años y no lo encontré por ningún lado, en su lugar me habían comprado otro: de dos piezas, muy revelador y de llamativo color rosado con algunos estampados de flores, muy distinto al negro de cuerpo completo que solía usar. No armaría mayor revuelo a estas alturas, al menos me sentía en confianza como para vestir algo así, pero titubee un poco cuando me percaté de lo pequeño y revelador del bikini: quizás si hubiera estado a solas con Iván no habría tenido mayor problema usándolo, pero estaban los niños y también Ricardo. Junté valentía y me lo puse, debía agradecer que venía con un pareo para amarrar a mi cadera que completaba el conjunto, el cual me ayudó a cubrir algo mis partes. Salí de la habitación y sentí la mirada de ambos hombres recorriéndome por completo: les encantó como me veía.

Partimos rumbo a la playita: arena limpia, agua cristalina, una rica comida y unas heladitas cervezas. Estaba en el paraíso. Pusimos un par de quitasoles y algo donde sentarnos, ambos hombres se quitaron las prendas superiores quedando a torso descubierto: me encantaba lo que veía. Iván partió con los niños a jugar al agua mientras que yo me quedé descansando en la arena tomando algo de sol recostada sobre mi toalla; Ricar se quedó sentado junto a mí. A pesar de no estar en temporada, el clima nos favoreció con un rico soleado día, Ricar a mi lado se ofrece para ponerme bloqueador y no sufrir quemaduras por el sol, algo titubeante acepto. Me siento en mi toalla mientras él se sienta detrás de mí abriendo sus piernas y pasándomelas una de un lado y la otra del otro dejándome entre ellas.

Comenzó a cubrir mi cuello con el cremoso protector, me tomé mi cabello improvisando una coleta alta para que este no molestara. Se toma su tiempo en mi cuello para esparcir adecuadamente el producto, con ambas manos me lo masajeaba firmemente de arriba abajo y muy lento: me encantaba. Llegaba hasta abajo de mi mentón y bajaba hasta mis hombros, aproveché de hacer leves círculos con mi cabeza para relajar mi cuello. Siguió bajando por mis hombros hasta mi espalda y me preguntó si podía desamarrar el sostén para echarme también debajo de los tirantes de este y que no me quedaran marcas, le dije que sí y afirmé la parte que cubría mis senos tomándolos con ambas manos para no mostrar más de lo necesario. Una vez lista esa parte, me hizo inclinarme hacia adelante para llegar hasta lo más abajo de mi espalda posible, sus grandes manos me la abarcaban por completa. Con firmeza frotaba mi columna desde mi zona cervical hasta casi llegar a la zona de mi sacro: me tenía en un paraíso de relajación. Continuó con mis brazos y siguió con mi pecho y abdomen, amarró una vez más el sostén de mi traje de baño y me recostó sobre él, haciendo que apoyara mi espalda contra su pecho mientras sus manos pasaban a mi delante. Acariciaba suavemente mi vientre desde la línea del pareo hasta la base del sostén, de vez cuando sus dedos alcanzaban a colarse unos pocos milímetros bajo este y también bajo del borde del pareo, acariciándome piel que no podía ser acariciada por cualquiera, siguió en mis senos, lo que realizo con mucho cuidado, en un par de oportunidades fue algo más adentro y alcanzó a rosar mis pequeños pezones. Luego se arrodilló frente a mí para seguir con mi parte inferior, me acosté boca arriba en la toalla y comenzó con un rico masaje desde mis pies, teniendo especial cuidado con el que tenía lesionado y subiendo hasta llegar a mis rodillas, levantaba levemente mis piernas para alcanzar mis gemelos. Siguió con mis muslos, para esto subió mi pareo dejando expuestas mis piernas, con firmeza comenzó a masajear ambos al mismo tiempo haciendo círculos que llegaban muy cerca de mi vagina siguiendo el borde del bikini hasta llegar a mi cadera. Abrí mis piernas para que llegara mejor entre ellas, se tomó su tiempo en esa delicada zona, en especial cuando llegaba hasta mi ingle y lo seguía hasta llegar a lo que alcanzaba de la base de mi trasero. Lo tenía a unos pocos centímetros de mi sexo el cual pasó a acariciar varias veces con sus dedos, quiero creer que por accidente. Siguió con lo que le faltó de la parte posterior de mis muslos, para lo que me quité el pareo y me acosté boca abajo, sus manos fueron directo a mis nalgas que quedaban expuestas por lo mucho que se metía entre ellas el bikini, colaba sus dedos bajo este y alcazaba a acariciar mi rajita llegando muy adentro de esta, no quería imaginarme lo que pretendía lograr con esto, pero lo que no podía negar era que me tenía sobre una nube de relajación y excitación. Se me hacía imposible evitar preguntarme si mi esposo era testigo a la distancia de tal muestra de obscenidad y ¿qué opinaría al respecto?

Terminado el íntimo encuentro, nos unimos a la diversión en el agua, jugamos y nos reímos todo el día hasta llegado el atardecer, por lo que volvimos a la cabaña para preparar una buena cena en familia. De hacerla se encargaron los hombres, mientras yo me fui a asear con los peques, los tres en la ducha. Aseados yo y los polluelos nos fuimos a la habitación mojados y cubiertos por las toallas para vestirnos, en la cama me esperaban las prendas que habían traído para mí, pero primero me encargué de los polluelos. Una vez listos partieron a disfrutar de la maravillosa velada mientras yo terminaba de vestirme. Sobre nuestra cama, Iván me había dejado lo que me llevaron para que usara esa mágica noche: quedé estupefacta. Un sensual y corto vestido de noche de color rojo pasión esperaba por mí, era ajustado en la cintura y holgado en mis muslos, hermoso, lo admito, pero realmente era demasiado atrevido. Al tomarlo las sorpresas siguieron, debajo de este estaba lo que parecía ser la lencería más erótica que pudieron encontrar: comenzando por un corsé de encaje negro con un pronunciado escote, transparencia de encaje en los senos y ligas que se unían a las pantimedias de mismo diseño y color; una prenda inferior diminuta, que no se tomaba la molestia de cubrir la vagina, simplemente tenia un pequeño triangulito para el pubis y para atrás solo pasaban dos tiras por las ingles siguiendo por las nalgas, como muestra de gran ingenio mercadotécnico: según la etiqueta se llamaba “siempre lista”. Mientras me vestía alucinaba sobre como terminaría resultando la noche y lo que me esperaba en esta, cada vez me ponía más ansiosa y excitada. Parto por ponerme el corsé, algo complicado de hacer, pero una vez que lo logré este calzaba a la perfección, formando mi silueta, levantando y pronunciando mi busto. Sigo con la lasciva prenda inferior, realmente era como si no llevara nada puesto excepto por mi monte de venus, quedaban mi sexo y trasero completamente libres y al desnudo. Seguí con las medias a las que se le abrochaban las ligas del corsé y terminé por ponerme el corto vestido, simplemente no podía creer como me veía. Arreglo mi cabello y me maquillo, me miraba al espejo y no podía asumir que era yo en el reflejo. Me tomé unos minutos antes de salir de la habitación, estaba muy nerviosa y avergonzada por el que me vieran así, di algunas vueltas cual león enjaulado, hiperventilando aterrada casi al punto de abortar todo. Cuando ya era demasiada mi demora, no me quedó más remedio que salir y hacer frente a la noche, mis cortos pasos tímidos resonaban en el suelo al golpearlo con los tacones. Algo temblorosa llego hasta el comedor, donde soy recibida con cientos de elogios e insinuaciones que enrojecieron mi rostro.

La cena estuvo de maravillas, todo muy rico y bien preparado por mis hombres que se preocuparon de verse bien también para esta noche especial. Mis pollitos después de todos los juegos en la playita, el relajante baño y la abundante comida quedaron rendidos, así que a cepillarse los dientecitos, rezar y se fueron con Morfeo de inmediato. La noche se tornó más adulta y erótica, armonizándola con ricos tragos, buena música relajante y profundas e intimas conversaciones; fue el vodka el que adormeció mis sentidos. Llevamos la velada hasta el living, donde tomé asiento en el sillón grande de tres cuerpos, Iván se sentó a mi izquierda en uno de los sillones individuales y Ricar en el otro sillón individual a mi derecha, quedando todos en torno a la pequeña mesa de centro. Rápidamente pasó el tiempo, mucho más rápido de lo que me hubiera gustado: siendo ya casi las cuatro de la madrugada. El alcohol ya saturaba mi mente y entorpecía mis sentidos, evidencias de lo pésima bebedora que soy, de que ya había sido demasiado y de que lo mejor sería que me fuera acostar. Pero estaba tan jovial, plácida y excitada que simplemente no quería que terminara. A mis hombres ni se le notaban siquiera lo mucho que habían bebido, definitivamente tenían mucha más tolerancia para esto que yo. Cada vez más desinhibida, ya no tenia mayores problemas con participar en las conversaciones intimas y atrevidas, junto con perder la preocupación a que mi corto vestido mostrara más de la cuenta, de hecho, fueron varias las ocasiones en que este se levantó de más y también en que yo me olvidé de sentarme con recato, cruzando las piernas como se debe; ya nada importaba, nada me avergonzaba. Mi cuerpo se calentaba cada vez más y mi entrepierna cada vez más jugosa.

Al ritmo de una lenta y provocativa canción, mi esposo me saca a bailar a pesar de lo entorpecido que el alcohol tenía mi andar. Para esto apagó las luces mayores y solo dejó el par de lámparas encendidas, cubriendo el living bajo un tenue manto de oscuridad. Dichas lámparas estaban cubiertas por pantallas de rojo color, lo que dio al lugar cierto tono rojizo y erótico; alcanzábamos a ver lo justo y necesario. Nos pusimos a bailar bien lento, apegados y desinhibidos a unos pocos metros de Ricardo, quien no despegó la vista un solo segundo de mi cuerpo; ya no me cohibía, es más, deseaba que me viera en tan comprometedora situación. Nos envolvimos en un intenso abrazo, yo desde su cuello colgándome de su gran espalda y él desde mi cintura. Me estampó un húmedo y profundo beso, nuestras lenguas danzaban en el embriagador sabor del alcohol en nuestras bocas. Sus grandes manos comenzaron a recorrerme, haciendo una parada especial en mi culo el que comenzó a acariciar con firmeza, abriendo mis nalgas y colando sus manos bajo mi vestido. Lentamente al ritmo de la música me gira, dejando mi espalda en dirección a la mirada atenta de nuestro amiguito. Muy despacio sus manos levantan poco a poco mi vestido, afirmándolo arriba con su mano izquierda, mientras que su derecha continuaba con su fechoría: jugando, separando y colándose entre mis nalgas. Me encantaban sus caricias, como siempre, pero el tinte prohibido que le brindaba el testigo que veía la morbosa escena y mis privadas zonas era el detonante perfecto de mi desbordante excitación y calentura; estaba drogada con la mirada de Ricar y la perversión de mi esposo. Terminada la primera canción que bailamos, mi hombre se retira despacio adentrándose en la oscuridad en la que estaba sumergido el sillón grande, Ricar se pone de pie y se acerca lentamente a mí: lo recibí de brazos abiertos colgándome ahora de su cuello como si tratara de mi hombre. Comenzamos a bailar lentamente, sus cálidas manos acariciaban mi espalda mientras olía y besaba delicadamente mi cuello y detrás de mi oreja. Con mis manos lo tomé con fuerza de su trasero y lo presioné contra mí, sentí claramente su gran bulto presionando contra mi abdomen bajo. Este me gira y me deja mirado hacia mi esposo quien había quitado le pequeña mesita de centro y así tener más cancha para nuestro desviado juego. Nos acercamos lo más posible a Iván que estaba disfrutando de tal show, Ricar desde mi detrás me toma con ambas manos de mi cadera y comenzó a presionar mi culo contra su cada vez más duro y grande paquete, lo que sigo dándole leves meneos de mi trasero. Sus manos suben hasta mis pechos los que apretó con rica fuerza, volteé mi rostro para besarlo y llevar mi lengua hasta lo más profundo de su boca.  Sigue solo con su mano izquierda jugando en mis senos y la derecha la lleva hasta mi entrepierna, la mete bajo mi vestido y comienza a acariciar mi expuesta vagina, se acerca a mi oído y entre leves gemidos me susurra: —estás empapada —solo asentí con mi cabeza a punta de espasmos provocados por sus ricos dedos encontrándose con mi clítoris.

Seguimos con la pecaminosa sesión, esta vez Ricar bajó cuidadosamente el cierre de mi vestido  lo llevó por completo hasta mis tobillos ayudándome a quitar mis pies, dejándome solamente vistiendo mis desviadas prendas interiores. Me inclinó ante el regazo de mi esposo empinándome para que mi cola quedara paradita, se arrodilló en mi detrás y comenzó a besar y masajear tiernamente mis nalgas; Iván me besó con locura. Desabrocho rápidamente los pantalones de mi esposo y se los quito mientras Ricar iba cada vez más adentro de mi culo con su deliciosa lengua. La rica y gruesa verga de mi esposo sale a jugar, me la llevé desesperada a la boca lamiendo su grueso grande y tratando de metérmela cada vez más adentro. La lengua de Ricar se introducía lo más profundo posible de mi vagina ayudándose para eso con la palma de sus manos que separaban mis nalgas y sus pulgares que separaban mis labios, cada vez que llegaba a mi limite tratando de meterme toda la verga de mi hombre en la boca pequeñas cantidades de fluido vaginal escapaban de mí siendo recibidas por mi amado amigo; era fuego lo que mis machos me hacían sentir en las entrañas. Rápidamente después de varios placenteros minutos cambian de lugar, siendo ahora el regazo de Ricar sentado en el sillón en mi frente y la lengua de mi esposo arrodillado en mi detrás. Mientras intentaba sacar la aun desconocida verga de mi amigo, la lengua de mi esposo comenzó a hacer rápidamente de las suyas en mi privada zona, cuando por fin conocí el pene de Ricar, este me encantó: no era la primera vez que veía el miembro de otro hombre, anteriormente por cosas de trabajo ya lo había hecho, pero claramente era la primera vez que veía uno bajo este íntimo contexto. Tenía el glande más pequeño que el de mi hombre, y era algo más delgado, pero lo compensaba siendo más largo. Ricar me toma con ambas manos de mi cara y me besa profundamente mientras mi mano jugaba con su prepucio, masturbándolo cada vez más rápido. Procede a tomarme de mi cabello y me lleva hasta su miembro y comienzo chupárselo apasionadamente mientras ente me lo metía con movimientos pélvicos cual si estuviera cogiéndome por la boca. Tenía un delicioso sabor, muy rico al igual que el de mi Iván, pero se sentían complemente distintos uno del otro, en especial el sabor de sus líquidos preseminales.

Luego mi esposo me toma de la cintura y me lleva hasta Ricardo quien se había recostado lo más posible en el sillón, quedando su verga bien parada, este comenzó a ponerse un condón, pero le supliqué que no lo hiciera.

—¿Lo prefieres sin condón? ¿no te molesta? —me pregunta preocupado por hacerme feliz, lo que respondo tomando el preservativo y lo tiro lejos, este solo sonríe muy caliente.

Iván me lleva con sus manos separando mis piernas para que comenzara a montarme a nuestro amigo, no lo dude ni un solo segundo. Deseosa incontroladamente me subo sobre mi amado Ricardito, quien me recibe con un beso mientras me subo sobre él abriendo mis piernas y posando cada una a sus lados. Mi marido expectante separa mis nalgas y mis labios llevándose un primer plano de la verga de Ricar buscando su camino hacia mi vagina. Nos acomodamos hasta que nuestros genitales hacen el primer contacto: se me escapó un rico suspiro incontrolable. Se sentía deliciosa mi primera vez con otra verga, volviendome adicta. Con leves movimientos pélvicos y sentándome cuidadosamente en él, logramos introducirlo suavemente en mí, provocándome gemir sin control en la boca de Ricar. Este no dejaba de besarme un solo instante mientras comienzo a cabalgarlo siguiendo el ritmo de sus estocadas, mi amado no halló nada mejor que comenzar a lamer mi ano y a jugar con sus dedos en él mientras era cogida por nuestro amigo. desesperada y eufórica comienzo a cabalgarlo a gritos de placer, mientras Iván metía y sacaba su rico dedo de mi agujero anal. No pasó mucho para que me dieran un gigantesco orgasmo acompañado de una gran cantidad de fluidos saliendo de mi vagina y escurriéndose en la zona púbica de Ricar, este continuó penetrándome rápidamente provocándome espasmos en mis piernas que lo apretaban cada vez más y provocándome también contracciones en mi vagina y ano. Unos segundos después acabó en mi interior, podía sentir su palpitante pene soltando una gran cantidad de semen en mi interior. Intentábamos recuperar el aliento mientras su deliciosa verga se volvía más flácida y pequeña hasta que se salió de mi sexo acompañada de su rico semen, Iván me recostó sobre Ricar quien aprovechó de besarme apasionadamente, abrir mis nalgas y levantar mi culito para mi esposo; esto aún no había terminado. Suavemente comienzo a sentir la verga de mi hombre jugando en la entrada de mi vagina abierta y aun llena de mis fluidos y del semen de Ricardo. Yo ya no podía seguir, mi cuerpo no tenía ni las fuerzas ni la energía, pero mi espíritu lo deseaba a más no poder. Comienza a penetrarme lentamente su grueso glande que me abrió aun más de lo que ya estaba, me toma firmemente de mi cintura y comienza a metérmelo bien duro; la llama en mi interior comienza a arder una vez más, mis orgasmos se ahogaban dentro de la boca de Ricardo, sus manos me jalaban con fuerza hacia su cuerpo para que mis nalgas golpearan duro contra su zona púbica. Duró mucho más de lo esperado, rápidamente me hizo acabar una vez más dejándome muerta nuevamente, cayendo sobre el pecho de Ricar, pero Iván me afirmaba de mi cintura con todas sus fuerzas y no paraba de penetrarme salvajemente. Estaba más desmayada que consciente y aun así me dio otro orgasmo que fue seguido por tres más consecutivos a punto de gritos orgásmicos que escapaban de mi boca, mi vagina se contraía ahora soltando grandes chorros de liquido cual si estuviera orinando a mares. Terminó y seguía penetrándome vuelto loco hasta que ya no pudo más y se desplomo junto a nosotros en el sillón, mi vagina aun empinada se abría y cerraba al ritmo de las contracciones que sentía, mi vientre se expandía y contraía rápidamente intentando recuperar el aliento.

Nos acurrucamos los tres en el sillón quedando yo en medio, no podía dejar de besarlos y acariciarlos agradeciéndoles la espectacular noche que me habían dado. A los pocos minutos no puedo más del agotamiento, por lo que me toman y me llevan al baño. Ambos me asean delicadamente y con mucho cuidado, estaba rendida en sus grandes brazos. Me llevan a la habitación, me desvisten, me ponen mi pijama y me dejan en la camita donde caigo rendida hasta el siguiente día.

Al siguiente y ultimo día que estaríamos ahí, nos dimos una mañana revitalizadora de descanso, para seguir con una tarde de juegos y paseo: éramos como una gran familia, una lujuriosa y gran familia.