Confesiones prohibidas 2: lascivas peticiones.

Mi violenta transformación continúa. Decidida a enterrar mis miedos y timidez, comienzo a descubrir nuevas facetas de mí misma. Mi hombre por su parte, completamente desatado, llevándome hasta los rincones más oscuros del placer, a donde lo sigo sin dudar.

Han pasado algunas semanas desde compartida mi última confesión y a diferencia de la vez anterior, son el amor y la pasión el trago que embriaga mis sentidos en este momento. Felizmente puedo decir que los oscuros días de abandono marital y frialdad quedaron en el pasado, ya que, desde mi despertar, me juré nunca más recaer en ese vacío de miedos y vergüenzas, juramento que, hasta el momento de estar escribiendo estas palabras, se mantiene en pie. Me estoy esforzando mucho por sacar la cálida esposa que dormía dentro de mí, cosa que no ha sido fácil, pero si muy reconfortante el retomar y revivir mi matrimonio, en especial la parte de estar más abierta a conversar y experimentar junto a mi hombre, en lugar de esconderme bajo una roca o bajo la sobreprotección parental. Me preocupa un poco la posibilidad de recaer, volver a escuchar las vocecitas en mi cabeza, pero con la ayuda de Iván; eso no sucederá.

Intento recordar la última vez que había sonreído tanto y de manera tan natural; pero simplemente no lo lograba. Hoy en el trabajo anduve muy risueña, al punto de contagiar risas por doquier. Todos se preguntaban que me pasaba, era vidente que algo había cambiado de forma drástica en mí. Yo no les podía contar las morbosas intimidades maritales que estaba reviviendo en mi imaginación a cada instante, por lo que optaba solo por evitar el tema. Pero a cada momento mi siniestra mente traía mi hombre a mi cabeza, junto con todos los obscenos recuerdos de las últimas semanas que afloran una vez más. Y ahí estaba, riéndome como tonta otra vez, cual quinceañera obsesionada pensado en su primer amorío. No paraban de elogiar mi aspecto, ya que felizmente, junto al amor a mis entrañas, regresó la motivación, y me dio fuerzas para retomar el ejercicio y la alimentación saludable, lo que me permitió recuperar mi buen aspecto: vivaz, fresco y saludable.

Uno de los cambios que más celebro, es el ser capaz de transparentarme y abrir la caja de mis emociones ante Iván. Nunca, en toda nuestra historia juntos, había sentido tan poderosa confianza hacia él. Ya no había secretos entre nosotros, ni mentiras, ni tabúes, ni vergüenzas. Me convertí en un libro completamente abierto para mi hombre, intentando explicar mi actuar pasado y lo que pretendía hacer para mejorar lo nuestro. Juré por nuestra familia que estaría dispuesta a todo con tal de lograr nuestra felicidad. Esto no solo afianzó aún más nuestros lazos, sino que también, nos abrió un mundo completo a nuevas experiencias y aventuras. Lo dejé durmiendo con la paz y tranquilidad que le brindaba el calor de mi sexo y partí rumbo a mi rincón de escribir. Esta vez no fue necesario hacerlo a hurtadillas, ya que contaba con su total aprobación, lo entendió enseguida como lo que era: una válvula de escape que me brindaba la oportunidad de autoanalizarme. Me despide con un profundo beso esperando algún día ser digno de leer tan intima libreta.

Fueron unas horas provechosas, me costaba creer como algo tan simple traía consigo una descarga emocional tan intensa; casi podía sentirme más liviana. Cuando terminé de impregnar las hojas con mis lamentaciones, me atrapé en un recuerdo muy específico, recuerdo que podría parecer algo absurdo e insignificante para el común de la gente, pero que para mí tuvo gran significado e importancia. Mi memoria tomó por completo mi atención y no me soltó por un largo rato, llevándome un par de días atrás en el que sacamos a pasear a nuestro hijo y me tocó enfrentar uno de mis mayores demonios… la muestra de afecto en público, tan perjudicial en mi persona, que he llegado a pensar que puede ser algo patológico.

Ese día decidimos salir a pasear, el maldito encierro estaba ahogándonos y necesitábamos con urgencia respirar algo de aire puro. Fuimos al gran parque central, un lugar muy concurrido y familiar; tomamos todos los resguardos que esta dichosa pandemia exige. Hacía algo de frio, pero nada que evitara el poder disfrutar de tan agradable día. Caminábamos tomados de la mano con Iván mientras nuestra enérgica criatura iba corriendo y saltando unos metros más adelante. Como soy muy friolenta, estaba sufriendo un poco, por lo que busco cobijo entre los brazos de mi hombre y su cálido ser. Lo abracé, pasando mi mano por su detrás y poniéndola sobre su cadera, como respuesta, él pasó su brazo por detrás de mi cabeza y lo apoyó en mi hombro opuesto, dejando su mano colgando sobre mi pecho. -Algo avergonzada tengo que confesar que esta situación hubiera sido demasiado en oportunidades pasadas, sé que suena a locura, sé que suena imposible de creer, pero lamentablemente es cierto. Era impensable para mí el que me vieran así de estrecha con mi propio esposo-. Mi pobre sorprendido no podía creer el tierno momento, mucho menos yo, que me esforzaba enormemente por ignorar los ojos de los terceros.

Seguimos así unos minutos, contenta porque ya me sentía con algo más de confianza. Hasta que, empiezo a sentir de manera muy suave, el casi imperceptible e involuntario roce de los dedos de mi hombre en mi seno. No podía creer lo que comenzaba a sentir, sin tener claro si era el tierno momento, el miedo al prejuicio de desconocidos o una mezcla entre ambos. Pero, a pesar de mi chaqueta, mi polera y mi brasier; ese insignificante e involuntario roce, comenzaba a provocar una rica estimulación en mí. Sentía como mi pequeño pezón endurecía y mi piel se erizaba mientras un escalofrió me recorría fugazmente. Intentaba adelantar mi pecho levemente para aumentar así la deliciosa sensación. Iván se percata de mi absurda pero intensa locura imposible de no delatarme con mi nervioso rostro y comienza a intensificar los ricos roces de su mano, comenzando a darme deliciosos agarrones. En un momento se acerca mucho a mi oído para hacerme una peculiar petición: —¿puedo tocar tu rica tetita? —lo que respondo bajando la cremallera de mi chaqueta con discreción. Con una maestría sorprendente, mi hombre pasa su gran mano por debajo de mi chaqueta, la cuela por el leve escote de mi polera, inclusive por mi brasier y me da el placer de tomar mi pequeño seno por completo. Lo masajeaba con firmeza, cosa que sabía que me encantaba. Mientras lo hacía acomodaba sus dedos pulgar e índice para pellizcar y jalar mi sensible pezón chiquito. Con algo tan simple me tenía fascinada.

Las personas con las que nos cruzábamos comenzaban a percatarse de tal muestra indebida de afecto, pero no quería que se detuviera y le rogué que no lo hiciera; de cierta manera era algo a lo que tenía que hacer frente. Comenzaba a entrar en pánico, aumentaba el número de personas que descubrían nuestra morbosa fechoría y alcanzaba a notar que hacían comentarios entre ellos. La presión en mi cabeza comenzó a aumentar, mi labio superior comienza a temblar en espasmos incontrolables -un maldito tic que me invade cuando estoy muy, pero muy nerviosa - mi vista se nublaba cada vez más y literalmente sentía como me encogía, como me volvía minúscula en comparación al mundo que me rodeaba. El vacío en mi interior me tenía al punto del colapso, por lo que me aferro firmemente a mi hombre para no caer. Miré a Iván, su rostro reflejaba una serenidad y calma envidiables, como diciendo: “a la mierda con lo que digan los demás”. Deseé que me compartiera un poco de tal inderrumbable temple. Me apega firmemente a su cuerpo y me resguarda de la vista de los curiosos, regalándome una coqueta sonrisa esa coqueta sonrisa que me derrite. Para dejar clara mis intenciones, agarré su firme nalga con la mayor fuerza que mi debilucha mano podía realizar, no quería que se detuviera por ningún motivo y procede a besarme apasionadamente a salud de los prejuiciosos. Me encontraba drogada entre la excitación y el miedo. Unos ricos instantes después, retomamos nuestra atención hacia la única preocupación que verdaderamente importaba en ese minuto, nuestro retoño. Continuamos disfrutando del rico paseo.

La pasamos muy bien en nuestra salida familiar, resultando ser mucho más revitalizadora de lo que creíamos, también resultó provechosa para mi particular autoestima y mi fobia a la exposición pública -¡¿quién lo diría?!-. El aire puro de los árboles y jugar en el pasto nos ayudó a recobrar energías, después de tanto encierro y protocolos de pandemia se agradecía enormemente un rato distendido en contacto con la naturaleza. Nuestra siguiente parada era el centro comercial, necesitaba comprar ropa deportiva, ya que la que tenía no estaba en muy buenas condiciones, por lo que la tuve que desechar. Se nos complicaba un poco puesto que nuestro pequeño no es de estar muy tranquilo mientras uno está comprando, pero un llamado de mis suegros nos salvó de tal inconveniente. Querían raptárselo por esa tarde, lo llevarían a comprar un juguete y malcriarlo, básicamente, a lo que se han dedicado la mayoría de los abuelos a lo largo de toda la historia. No era mala idea, le evitaríamos el sufrimiento de tener que acompañarnos a comprar, nosotros podríamos hacerlo tranquilos y no quedaría algo de la tarde para estar solos. Aceptamos y nos juntamos con ellos, estos se lo llevaron y él partió feliz de la vida despidiéndonos con su pequeña manito —¡chao mamita, chao papito! —besito para ambos.

Llegamos al centro comercial, lo que nunca fue uno de nuestros lugares preferidos; pero de vez en cuando requeríamos de sus servicios. Fuimos directo a una gran tienda especializada en productos deportivos y comencé a buscar lo que más se acomodara a mis necesidades. No pretendía comprar nada muy distinto a lo que estaba acostumbrada a usar y por suerte mi talla llevaba muchos años siendo la misma, por lo que no íbamos a tener mayores complicaciones para elegir lo que necesitaba. Me fui por lo más holgado que encontré, como toda la ropa que suelo vestir en general, nada que muestre más de la cuenta, de estilo recatado y tonos oscuros. Mi pobre hombre me hacía el aguante lo mejor que podía, debía reconocer su paciencia en uno de los mayores suplicios de todo enamorado. Elegido lo que me compraría, bastó solamente con una presentación rápida por encima para saber que eran los indicados.

Iba camino a la caja de pago para proceder con la compra y me percato que Iván no estaba por ningún lado, pasados unos instantes buscándolo, lo veo acercándose a mí con una marcada sonrisa de maldad, una sonrisa muy característica de su personalidad juguetona y traviesa que me permite reconocer cuando tiene malas intenciones. En sus manos traía unas prendas con la intensión de que me las llevara si resultaban de mi agrado. Bajo una primera inspección me percato sorprendida de que se trataban de unos leggins muy ajustados de intenso color blanco y un peto deportivo muy pequeño de suave color rosado; ambos de un brilloso material sintético y muy elástico. — ¿Y esto? —Le pregunto algo confundida, pues bien sabía él que jamás en mi vida hubiera usado algo tan ajustado ni de esos colores. Nunca cambiaría la suavidad del algodón ni abandonaría la seguridad visual que brinda una prenda holgada; sin mencionar el claro color que trasluciría fuera lo que fuera que me ponga debajo, pero no le estaba leyendo entre líneas. Titubeé unos segundos, pero al final decido seguir su loco juego para descubrir lo que pretendía. —Para que lo use en sus rutinas corazón, pero debe probárselos primero —acentúa todavía más su pecaminosa mirada. Se los arrebaté rápidamente de las manos y solicité la ayuda de un vendedor, este nos llevó hasta los probadores para mujeres, quedándose mi marido afuera en las cercanías esperándome.

Entré sola al pequeño cubículo cerrando la puerta y asegurándola con el pestillo, colgué las dichosas prendas en el ganchito de la pared y procedí a desvestirme algo asustada. Me quité la chaqueta y la polera rápidamente y las dejé en un pequeño banquito que había dentro no sé muy bien para que. Mientras desabotonaba mis jeans, pensaba en la última vez que me había desvestido en un probador, de eso había pasado mucho tiempo, siendo apenas una niña bajo los regaños de mi madre. Comienzo a quitarme las zapatillas sin desabrocharlas y empujándolas contra mi otro pie, sin poder dejar de hacerme preguntas estúpidas como: ¿Cuántas mujeres habrán pasado por acá? ¿Cuántos calzones y brasieres habrá visto este espejo? ¿y si hay alguna cámara oculta por ahí que no hayamos visto? mi tramposa mente divagaba desesperada por escapar de tal bochornosa situación.

El piso estaba muy frio y me costaba quitarme los jeans, así que recurrí a la clásica técnica de pisarlos contra el suelo y levantar el pie. Después de lograrlo quedé completamente vulnerable en paños menores y me miré unos segundos al espejo. En general, me gustaba lo que veía, pero había ciertas cosas que definitivamente debía cambiar con urgencia, empezando por mi ropa interior: que era demasiado infantil. La que usaba ese día en particular era de color rosado y tenía un tierno dibujo de un gatito justo en el frente estampado en plena zona púbica, casi como gritando ¡aquí estoy! -¿a quién en su sano juicio se le ocurría esa ubicación para poner el diseño?- esta fue la primera vez que me avergoncé de llevar algo así. Desgraciadamente casi toda mi ropa íntima era de este estilo. El brasier completaba el virginal conjunto, el cual también estaba adornado con el mismo maldito gatito, -¡gracias madre por tratarme como una niña toda mi vida! ¡pero ya no más!-. Procedo a probarme las prendas en cuestión, un martirio. El diminuto peto con suerte alcanzaba a cubrir mis senos, pero debo reconocer la gran firmeza y comodidad que estos brindaban -¡pero dios!- batallé una enormidad tratando de ponérmelos, considerando además, que lo hice por sobre el que ya llevaba puesto. Mi torso quedaba prácticamente al descubierto, nunca me atrevería a usar algo así en público a no ser que me ponga una de mis gigantes poleras encima. Los leggins no se le quedaban atrás en complejidad a la hora de ponérmelos, difícil de subir y encajar en la zona correcta, teniendo que ayudarme con unos extraños movimientos y jalar de ciertas partes en específico para que llegaran a su lugar. Cómodo, lo admito, pero no dejaba nada a la imaginación, mi pubis se marcaba con lujo de detalle al igual que mi trasero y sentía que llegaban demasiado adentro en la privacidad de mi entrepierna. Si me fijaba bien, aun podía notar el maldito gato y ni hablar de mi calzón, se notaba clarito. También podía sentir como presionaba demasiado mi zona genital, ha de haber sido la falta de costumbre, -creo-.

Llamo a Iván para que vea el resultado de su peculiar travesura, este le pregunta al vendedor si podía pasar a verme, el cual no tuvo mayor problema; ya que no había nadie más haciendo uso de los probadores. Ingresa al pequeño cubículo junto a mí y fugazmente cierra la puerta con pestillo, se acerca por mi espalda y en el reflejo logro apreciar como observa con morbo mi detrás. Me envuelve entre sus brazos y comienza a besar intensamente mi cuello, su mano izquierda masajeaba mis senos y la otra la llevó hasta mi entrepierna. Con ella me la levanta y me la pone sobre el banquito, creo que ya le había encontrado su utilidad. Sus dedos acarician enérgicamente mi zona vaginal marcada claramente en dichosos leggins. Directo a mi oído susurraba lo mucho que le encantaba como me veía vistiendo las prendas que eligió para mí, dándome obscenos detalles sobre como lucía mi culo, mis senos y mi monte de venus. Agitada le rogaba que se detuviera, que podían descubrirnos, pero en mi interior deseaba que me empinara, me bajara la ropa y me penetrara con fuerza; realmente lo deseaba dentro de mí. Aprovecho los pocos segundos que nos quedaban antes de que comenzara a ser sospechoso, me volteo rápidamente y me arrodillo ante su paquete ignorando por completo los centímetros de separación entre la delgada pared y el suelo. Rápidamente desabrocho su pantalón, bajo su cremallera y saco su verga ahogada de entre su bóxer para proceder a chupársela frenéticamente. Estaba delicioso, como siempre, sumándole el pánico que sentía por ser descubierta, que provocaba un intenso y exquisito cosquilleo en mi vientre que bajaba hasta mi ahora húmedo coño.

El sonido de pasos afuera de los probadores nos alertó, así que rápidamente retomamos la cordura y fingimos que aquí no había pasado nada. Procede a retirarse del cubículo, pero lo detengo —ya estás aquí, qué más da. Si nos dicen algo te sales—le digo con discreción —nos meterás en problemas— me responde con morbosa risa de complicidad. Pone una vez más pestillo al probador quedándose conmigo y me ayuda a ponerme nuevamente mi ropita, mejor dicho: aprovecha cada oportunidad para tocarme donde más le gustaba mientras yo me cambiaba. Al tenerme en paños menores aprovechó para colar una mano por el frente de mi calzón, y la otra por mi detrás. Con los dedos de su mano izquierda acariciaba mi zona del clítoris y con los dedos de la otra acariciaba mi ano. Comienza a intentar meter sus ricos dedos por ambos orificios mientras su lengua danzaba en mi oreja. Por mi empapada vagina no tuvo mayor problema, la que se lo recibió con mucho placer, por mi orificio trasero fue más difícil. Pero, a pesar de la incomodidad y el dolor leve me encantaba como se sentía. Me apoyé contra el espejo subiendo una vez más mi perna al banquito, pasé de besarlo muy caliente a sacar otra vez su verga para masturbarlo bien rico. En volumen bajo me hace otra inadecuada petición:  —quiero darte por tu ano mi amor, tan hermoso y apretadito. ¡Tiene que ser mío! —. Sorprendida, más no asustada para variar, le respondo: —yo también quiero que lo hagas, no tengo idea como lograrlo ni como se siente, pero era cosa de tiempo para que terminara suplicándotelo yo. Pero ¿y si te ensucio mi amor, tú sabes con que? —le digo —Eso es lo de menos cosita rica, de usted recibo todo —se emociona y se excita a la vez intensificando sus muestras de amor y deseo en mí.

Llevábamos un preocupante rato en eso, sumergidos completamente por la calentura del pecaminoso momento, en lo que volvimos a escuchar pasos afuera. Detenemos los apasionados besos y todo ruido para escuchar mejor, pero no detuvimos nuestras caricias, en especial los juguetones dedos de mi macho. Resultó ser otra compradora que ocupó el cubículo vecino, ahogando nuestros quejidos de placer, seguimos en lo nuestro intentado ser lo más silenciosos posibles. Alcanzábamos a escuchar a la desconocida vecina desvestirse, ese característico sonido de desabrocharse el jean y del roce de este bajando por sus piernas. (Lo que hice a continuación no me enorgullece para nada, de hecho, si por casualidades de la vida y lo pequeño de este mundo la persona involucrada llega a leer esto, quiero que sepa que lo lamento enormemente y que eliminé toda evidencia poco tiempo después). Solté un instante la rica verga de mi esposo y tomé mi celular de mi chaqueta, con disimulo y sigilo extremo procedí a tomar una foto por debajo de la delgada pared de madera que dividía nuestro cubículo con el de nuestra desconocida vecina. Como si hubiera estado completamente premeditado, logré capturar su enorme culo gordito de edad indeterminada vistiendo una pequeña tanga de rojo pasión (para aclarar, cuando digo enorme y gordito, lo digo en señal de elogio, realmente tenía un hermoso gran trasero y una contextura rellenita, pero de linda figura) al acercársela a la cara de mi hombre, este se volvió como loco de lujuria, por el buen trasero, el morbo y mi actitud de rebelde que nunca antes había mostrado; metiéndome los dedos a máxima velocidad hasta lograr hacerme terminar bien rico. Gracias a la oportuna música ambiental de la tienda, mis gemidos pasaron desapercibidos, supongo. Por desgracia no pude hacer acabar a mi Iván, pero juré compensárselo en casa.

Nos dirigimos a la caja de pago saliendo alborotados del probador, con la algarabía de haber realizado tal muestra de distorsionada degeneración.  Llegamos y el mismo joven vendedor que nos había llevado hasta el probador nos atiende, me miro en un pequeño espejo junto a la caja registradora, el cual creo era para probarse unos lentes que se encontraban a su lado. Veo detenidamente mi rostro, mi clara piel estaba toda ruborizada y algo sudada; mi cabello alborotado y de alguna manera, la leve muestra de cansancio era evidencia de nuestro crimen. Estábamos listos para pagar y retirarnos, pero una prenda a la distancia llama poderosamente mi atención. Pido las disculpas correspondientes y le pregunto si se puede agregar una cosa más, amablemente me dice que no hay problema, por lo que voy por ella dejando a los hombres solos unos instantes. Me acerco al sector de ropa interior y tomo lo que buscaba, una tanga deportiva de color negro, con un elástico en el borde superior algo grueso con la marca de dicha tienda estampada. Para abajo un pequeño triangulo para la parte de adelante y para atrás nada más que un pequeño hilo. Vuelvo con los hombres y le pido al vendedor que por favor agregue esto a la compra. Siempre me resultó muy extraño y bochornoso el que el mundo pudiera ver la ropa interior que compras, me parece que esta dice mucho de una persona, en especial de una mujer. Tragándome mi vergüenza y apretando el estómago, me pongo algo traviesilla.

—Están bonitos —exclama Iván.

—¿Te gustan? Espero no sean muy incomodos para hacer ejercicio —le respondo en tono coqueto.

—Se te van a ver maravillosos — agrega mi hombre, siguiéndome el coqueteo.

—Están muy lindos y suavecitos, pero nunca he usado algo así, menos para hacer ejercicio —Iván y yo intercambiamos miradas de complicidad. —¿Usted sabrá señor vendedor que tan cómodos serán para hacer ejercicio? —le pregunto maliciosamente al joven, al que se le suben todos los colores al rostro y se pone muy nervioso.

—¡Sii…ssi… bueno, no estoy muy seguro, pero pe pero es muy popular entre las compradoras —

—Ya veo ¿sabe por casualidad que tan adentro llega? —le pregunto poniéndome todavía más coqueta.

—¡¿Qué tan adentro?! —

—Usted sabe, del… trasero —le indico resaltando con mis manos la zona del hilo.

—Ou em, este… no estoy muy seguro —me responde muy nervioso —qui ¿quizás podría preguntarle a mi jefe? —.

—no, no se preocupe, me lo llevaré de todas formas. Ya veré cuando me los ponga — Iván no podía creer lo que estaba presenciando, disfrutó mucho verme tan atrevida y tan segura.

Dejamos al pobre hombre en paz y nos retiramos, partimos rumbo a la tranquilidad de nuestro hogar. Antes de bajar al estacionamiento me veo detenida por Iván que parte a la farmacia. Según él, para comprar algo sin importancia. Me quedo esperándolo sentada en una de las bancas, al menos la espera fue corta. Ahora si nos encaminamos a casita, sin parar de tocarnos y besarnos a la mínima oportunidad que tuviéramos. Los semáforos se volvían paradas muy interesantes, estaba ansiosa por llegar y pagarle lo que le quedé debiendo en el probador. La ruta que siguió no era la que normalmente usaba, extrañada le pregunto: —¿están cerradas las calles? ¿pasó algo?— a lo que simplemente elude el tema como un campeón de la divagación. Pasado una cantidad considerable de tiempo, llegamos a las afueras de la ciudad siguiendo la costanera. Debía agradecer la linda vista del mar y la refrescante brisa marina que entraba por la ventana de nuestro auto. Por fin llegamos al desconocido paradero, aun sin saber de lo que tramaba. Solo alcanzaba a apreciar una gran edificación rodeada por altos muros blancos. Se estaciona a un costado de la calle y me pregunta con su hermosa expresión de confianza: —¿estarías lista para un salto así? ¿o sería demasiado? —sin entender todavía a que se refería, dispersa y perdida como siempre; no fue hasta que su dedo apuntó hacia un enorme cartel que estaba sobre nosotros, tuve que sacar un poco la cabeza para alcanzar a verlo por completo. No comprendí muy bien lo que decía, solo quedé anonadada al leer claramente la palabra “motel”. —¿demasiado? —me pregunta con cierto tono de preocupación en su voz. —Esteee… no sé si esté lista para algo así —le respondí nerviosa. Mostrando su comprensión me sonríe y me besa tiernamente en la cabeza —esperaré lo que haga falta para que estés lista —da la vuelta y regresamos a la ciudad.

Avanzados unos pocos kilómetros, recobro el sentido y la valentía vuelve a mi pecho. Le tomo su mano y le pido con dulce voz que de la vuelta apenas pueda. —¡¿pasó algo?! —me pregunta preocupado. —no, solo quiero que mi hombre me lleve al motel —una enorme sonrisa se dibuja en su rostro, y sin demora da la vuelta para realizar esta locura juntos.

Nos acercamos al gran portón, el cual se abre automáticamente, entramos y siguiendo las señalizaciones descendemos a un oscuro y discreto estacionamiento. Estaba casi vacío, solo un par de autos había, supuse que no debería hacer mucho movimiento a estas horas del día. Cruzamos una entrada de cristal y toda la ambientación se tornó de un rojo intenso, muy erótico. Tomamos el ascensor al primer piso, mi marido me mira directamente a mis ojos y se percata de lo aterrada que estaba. Me reconforta con su cálido abrazo y me cuelgo de él para sentirme más segura. Llegado el ascensor a su destino, nos encontramos con un gran y hermoso lobby, decorado con lindos muebles, sillones y alfombras lanudos y variados cuadros de desnudos eróticos.

Me sentía como un perrito en un bote, mirando a mi alrededor sobrecargada por el mundo desconocido que me rodeaba. Me aferro fuertemente al brazo de mi hombre que no me soltó ni un solo segundo. Nos acercamos a la recepción donde somos atendidos por una despampanante mujer maquillada y vestida con increíble estilo gótico. Se veía de maravillas, su blanquecina piel hacía contraste con el oscuro maquille, ropas y cabello. Unos enormes senos en un atrevido escote, levantados por su ajustado corsé. Llevaba lentillas de color blanco y su cabello era largo muy liso y con un flequillo recto en su frente. Incluso la mascarilla que usaba iba con su formidable estilo.

Nos dio un cortés recibimiento y las indicaciones básicas de cómo funcionaba el lugar. Respondía cada pregunta novata que le hacía Iván con mucha amabilidad y cierto toque sensual al expresarse. Yo estaba abstraída completamente por su radical aspecto que me había encantado. Solo apartaba su vista de él para darme breves miradas con una expresión muy provocativa, que dejaba muy en claro que sabía para estábamos ahí y le daba exactamente lo mismo con total naturalidad. Admiré su tenacidad y valentía para trabajar en un lugar como este y no verse disminuida ni un solo segundo por la tensión del ambiente.

Terminan de aclarar los términos e indicaciones, de lo cual no me enteré de nada, puesto que estaba completamente absorta por la tensión sexual casi palpable. Se pone de pie y camina hacia las llaves, sus tacones resonaban en el piso y su cortísima falda completaba su erótico estilo. Partimos rumbo a la habitación, la llave con su respectivo número resonaba colgando en la mano de Iván. Cuarto 19, nunca más olvidé ese número, hasta el día de hoy no puedo escuchar diecinueve y no ruborizarme y reírme de forma boba infantil.

Entramos y no alcanzo a apreciar la elegancia del lugar, pues soy embestida por las calientes pasiones de mi hombre, quien entra en acción sin demora con sus candentes besos y caricias. Me sumo a él y antes de que nos metamos a la cama, me pide una cosa entre besos y agitada respiración. Le pregunto sus ardientes deseos y me pongo a su completa disposición con total obediencia. Muy excitado me pide que me ponga la ropa deportiva que acabábamos de comprar, al parecer lo ponía muy caliente verme con tan ajustadas prendas. Tomo la bolsa que traía él y me dirijo al baño, no quería arruinar la sorpresa. Me encierro y procedo a vestirme, saco la ropa de la bolsa y grande era mi sorpresa, ya que había olvidado por completo la pequeña y atrevida prenda interior que habíamos comprado, definitivamente debía ponérmela para saber la opinión de mi hombre.

Una vez lista, quedé anonadada. Definitivamente era algo que jamás ocuparía en público, pero que sí ocuparía para calentar a mi macho. Miro mi retaguardia al espejo, esta vez con la tanga ensartada en lo más profundo de mi ser y los leggins siguiéndola. El contraste del blanco de estos con el negro de la tanga hacía que se transluciera todo, absolutamente todo, dejando nada de mi intima zona a la imaginación. -¿Se supone que llegue tan hasta el fondo y haga contacto con tan privadas partes? Se sentía rarito-. No lograba entender como algunas mujeres que conocía preferían prendas como esta para el uso diario, mucho menos lograba imaginarme ejercitando con esto tan dentro de mí. El minúsculo peto, me lo puse esta vez sobre mis senos al desnudo, era poco y nada lo que tapaba, según yo, eran más sostenes deportivos que peto deportivo, pero a esas alturas estaba cuestionando todo lo que creía.

Algo avergonzada salgo lentamente del baño, mi primera sorpresa fue percatarme que mi hombre, expectante, ya se había desnudado por completo y me esperaba sobre la cama. Me acerco a él soltando un tímido —¿te gusta? —este me detiene a medio camino, se levanta raudo y camina hacia mí. Sin decir una sola palabra comienza a mirarme detenidamente dando una vuelta a mi alrededor, estaba muy nerviosa esperando ser de su gusto. Se detiene frente a mí jugando con mis inseguridades. Cabizbaja, no me atrevía a mirarle a la cara y seriamente me dice:

—Separa las piernas —lo que obedezco sin rechistar. —Se marca todo tu coñito ¿Te gusta como te ves? —me pregunta sin cambiar su demandante tono monotónico.

—No estoy muy segura, no me atrevería a usarlo en público —le respondo con mi voz entrecortada.

—¿Cómo están mis tetitas? —me pregunta mientras las inspecciona a punta de caricias.

—Bien, están más cómodas de lo que me esperaba —.

—¿Y tu rajita mi amor? ¿lo tienes muy metido? —su mano inspeccionaba esta vez mis nalgas.

—Hasta el fondo mi amor —cada vez lo deseaba más.

—Alcanza tocar tu agujerito trasero mi amor? —

—Sí, la verdad que sí — su rico dedo va a lo profundo de mis nalgas para comprobarlo mientras su mano aprieta con firmeza mi nalga. —tienes un culo increíble —.

—Te ves preciosa, tu rica figura se destaca con lujo de detalle y este pequeño triangulito que tapa solo tu coñito me fascina —su rica mano grande comienza a acariciarme el pubis y vagina.

—¿Lo usarías en público si yo te lo pidiera? — con su otra mano acaricia mis senos, provocando que mis pezones se endurezcan.

—¿Quieres que me vean así? ¿no te provocarían celos las miradas de los calientes y degenerados? —le pregunto mirándolo directamente a los ojos intrigada por lo que tenía en su mente.

—¿celoso? ¿Por qué debería? Al final, el que te disfrutará seré yo. Además, eso ya ocurre, cuando tú pasas, son muchos que se voltean a verte, es solo que tú no te percatas.

—¿Y si algún día salgo sin ropita a la calle? —le pregunto tratando de envalentonarme.

—Uff, eso no suena nada de mal —

—¿Te puedo hacer una extraña pregunta? que espero no te incomode.

—Puedes preguntarme lo que sea —le respondo disimulando tranquilidad.

—¿Ha pasado alguna vez por tu mente la idea de probar a otro hombre? —me clava su penetrante mirada de malicia, que analizaba hasta el mínimo detalle de mi respuesta.

—Ho… honestamente… no. Nunca se me ha pasado algo así por mi cabeza, ni remotamente. Sabes que tú has sido el primero y el único y nunca he sentido con otro hombre las cosas que yo siento contigo. Además, sabes que soy demasiado cobarde como para lidiar con algo de esa magnitud —.

—¿Y si yo te pidiera que lo hicieras? —me atravesó el alma con tan inesperada e intempestiva pregunta. Mi rostro se enrojeció como el mismo sol y mi lengua se trababa sin parar, no le pude responder nada. De repente interrumpe mi complicación embistiéndome con un profundo beso, se detiene un segundo y se acerca a mi oído —tienes una personalidad, un rostro y un cuerpo muy tiernos y hermosos, eres muy deseable en especial vistiendo ropas de puta como esta. Pero tu inocencia y timidez son también unos atributos deliciosos e irresistibles. Te amo perdidamente mi conejita.

En el poco tiempo que llevábamos y tan solo con palabras y caricias ya me tenía con la excitación al máximo, deseando tenerlo dentro de mí. Me toma de la mano y me lleva hasta la camita, donde me pone en la horilla en posición de perrita. Sus manos acariciaban mi culo y abría mis nalgas para enterrar su nariz y oler mi sexo y mi rajita, volviéndose cada vez más un animal salvaje. Lentamente comienza a bajar mis leggins dejando al descubierto mi culo en tanguita; los comentarios más obscenos escaparon de su boca, adorando lo que estaba presenciando. Su lengua comenzó a jugar en mí, buscando mi vagina y subiendo para encontrarse con mi ano, después continuó haciendo lo mismo, pero esta vez corrió mi tanguita a un lado para tener contacto directo con mi carne.

Al tenerme en tal vulnerable posición, se apoderó de la situación por completo. Comenzó a hacerme preguntas mientras me nalgueaba con rudeza —¡¿vas a salir vestida como yo quiera?! — ¡paf! —¡sí mi amor! Le gritaba en morboso placer y completa sumisión. —¡¿Vas a ser mi putita?! —¡paf! —¡¡sí mi amor!! —azotaba cada vez duro mis nalgas remeciéndome completa —¡¿Harás todo lo que te diga?! —¡¡¡SI MI AMOR!!! —. Una vez más su rica lengüita vuelve a lamerme, dando algo de respiro a mi culo.

Procede a posar su gruesa verga en la entrada de mi vagina, me toma firmemente de mi cadera con ambas manos y me empotra de una estocada violenta y directa metiéndomela hasta el fondo. Pude sentir como mis carnes interiores se abrieron violentamente haciéndome gritar de placer. Con la verga metida en mi vagina comienza a dar unos leves movimientos pélvicos de lado a lado, para asegurarse de abrirme bien y procede a penetrarme frenéticamente. Me tenía en goce máximo, al punto de sentir cremocita mi vagina. No bastó mucho para darme un rico orgasmo, el cual vino acompañado de mucho liquido brotando de mi sexo. Con su mano me hizo posar mi cabeza en la cama alzando todavía más mi trasero en cuatro. Con su ancho dedo comienza a explorar mi ano, intentando introducirlo con cuidado. Se sentía incomodo y extraño, pero a la vez me daba mucho placer tan prohibida zona. —¡¿Te gusta mi amor?! —me pregunta vuelto loco de excitación. —Me encanta papito, solo sea cuidadoso por favor —. —No te preocupes, tendré cuidado, me avisas si es demasiado —. Siguió llegando cada vez más adentro, con mucha paciencia y mucha saliva logró meterme su dedo por completo, y una vez que mi esfínter dilató lo suficiente como para este, la incomodidad desapareció y un rico placer anal pecaminoso aparecía en mí.

Entre agitación orgásmica le rogué que siguiera, pero ahora me propuso llevarlo un poco más allá, lo que acepto de inmediato. Rápidamente va por la bolsa de la farmacia y de su interior saca unos condones y una botella de color blanco que parecía ser lubricante íntimo. Aclarado el misterio de qué había sido lo que compró en la farmacia, entendí recién sus siniestras intenciones. Se pone el condón con gran maestría y procede a lubricarlo muy bien al igual que mi agujero. Se puso en posición e hizo el primer contacto entre nosotros. Su glande era mucho más grueso que su dedo, así que lo que había dilatado no era suficiente. Con el primer empuje un punzante dolor me hizo gritar a los cuatro vientos, podía sentir como me partía hasta el coxis. Preocupado me pregunta: —¿estas bien Catita? —a lo que entre quejidos respondí —sí, sí mi amor, todo bien, solo que parece ser que tu cosa en muy grande y mi hoyito muy chiquito. —¿Paramos? —me pregunta con preocupación —. —No mi amor está demasiado rico, pero hay una sola forma de hacerlo mi amor, mételo con todo y una vez que esté dentro lo dejas ahí un ratito sin moverlo. —¿Estas seguras? Te dolerá mucho —. —estaré bien, lo aguantaré —. Intentado relajar mi culito lo más posible y ayudándome a abrirlo con mis dedos, comienzo a recibir su profunda estocada carnal. Me sentía rajada hasta el fondo, inclusive algunas lagrimas boté intentando ahogar mis gritos en la almohada. Por fin con el miembro de mi hombre dentro de mi ano le rogué que no se moviera unos instantes en agonizante dolor, para permitirle a mi pequeño esfínter acostumbrarse a su grosor. Me dejé caer sobre la cama, boca abajo, trayéndolo junto a mí para que no se saliera. Estuvimos así unos minutos y el dolor no disminuía, pero debía cumplir con mi labor. Entre lágrimas y llantos disimulados le pedí que comenzara a penetrarme a destajo, que se diera el gustito. Mordí fuertemente la almohada para silenciar mis gritos la que terminó llena de mis lágrimas. Fueron unos interminables minutos, Iván estaba fascinado por el apretado goce que le brindaba mi ano, yo estaba destruida, pero al menos tranquila de hacerlo feliz.

Terminada por fin mi tortura, se quitó de encima mío, se preocupó bastante, puesto que había sangre en mi hoyito. Lo tranquilicé asegurándole que el dolor ya había pasado. Necesitaba ir al baño para asearme profundamente, pero estaba rendida, ni mis piernas podía mover. Así que, mi hombre se sacrifica y me toma en sus fuertes brazos y me lleva hasta allá, donde con sumo cuidado y ternura procede lavar toda mi zona involucrada. Con ternura y disimulando el dolor le digo que no podía esperar por la próxima vez.

Me permite tomarme el resto del tiempo libre y dormir cálidamente en su pecho. Terminado el tiempo; ya casi de noche, nos ponemos rumbo a casita. Cada paso que daba era una tortura en mi trasero, sentía un dolor intenso que complicaba mi andar. Intente disimularlo lo mejor posible, pero me costaba mucho. La voluptuosa recepcionista se percató enseguida de mi martirio, lo noté en su provocativa mirada. Se despide educadamente y junto con la boleta nos entrega la tarjeta de su pequeño emprendimiento, un negocio al que no le pusimos mayor atención en ese momento.

Subimos a nuestro autito y partimos rumbo a nuestro hogar. Estaba agotada, por lo que inclino el respaldo de mi asiento al máximo y me acosté de ladito. —¿Estás bien amor? —. —Sí, solo estoy cansada —¿y por qué te acuestas de ladito?…. —. —Me duele el culito… — hago mi carita de tristeza. Se conmueve enormemente, sintiendo incluso culpa por haber provocado mi dolor, lo tranquilizo y le digo que ya pasará, y que mejor se prepare para la próxima.