Confesiones minoritarias
Confesión de sobre como me veo sexualmente, especialmente respecto a muchos de los relatos eróticos que leo. Una cierta reivindicación de la discrepancia, desde un punto de vista feminista, humanista y no violento.
Soy aficionada a escribir diversos temas desde siempre: desde humor a misterio, pasando por crítica social humor y también, ocasionalmente, sobre el sexo y el erotismo. Pero me encuentro que en este campo ―como también en muchos otros― soy bastante «distinta», mis experiencias y gustos no corresponden a lo que muchas otras personas escriben; quizás sería mejor decir que soy «minoritaria». La verdad es que mi biografía es bastante singular, y no me refiero especialmente a nada sexual, los avatares de mi infancia y juventud fueron atípicas y me han marcado bastante, para bien o para mal. O sea, que he pensado que podría ser interesante para algunas personas leer una «confesión» sobre mis «rarezas» y discrepancias sexuales respecto a la mayoría, contraponiendo mi experiencia con lo que a menudo leo en relatos eróticos.
En primer lugar soy bisexual. Para mí esto es totalmente normal, y considero que debería serlo para toda la sociedad, pero el mundo es el que hay y cambiar estas cosas seguramente será muy lento. Esto no quita que chicas bisexuales o lesbianas seamos una minoría entre todas las mujeres. Por este motivo, cuando en un relato veo que cuatro, o incluso tres, chicas que se encuentran al azar, sin conocer nada sobre la sexualidad de las otras, y resulta que todas son compatibles con el sexo entre mujeres, no lo encuentro verosímil. Siempre que he estado con un grupo de chicas lesbianas o bisexuales, ya sabía o al menos sospechaba fuertemente que la mayoría de ellas lo eran. No es la orientación sexual algo que se pueda descubrir de golpe porque otra persona te incita a hacer pruebas, yo me di cuenta mucho antes de tener cualquier tipo de relación, y las chicas como yo que he conocido, lo sabían, aunque alguna no se atrevían a asumirlo por presiones sociales.
En segundo lugar, como rareza, debo decir que soy algo masoquista. Creo que tampoco abundamos y estoy segura que somos menos que las personas sádicas, de ambos sexos. Digo sádicas sin connotaciones negativas, la mayor parte de las que he conocido, son personas que no sobrepasan los límites. Por esto, muchos relatos que veo sobre el tema, diría que la mayoría, los considero que se refieren a personajes con tendencias psicópaticas o algo parecido, no son en absoluto como los que he tratado. Por otra parte, que me guste el tema y que lo haya practicado remotamente, no quiere decir en absoluto que mi rol sea el de sumisa. No tengo nada de ello, me gusta y me excita la sensación de dolor controlado en ciertas partes del cuerpo, pero no me ha gustado nunca recibir órdenes, ni mucho menos ser insultada o tratada con expresiones que son corrientes en los relatos. Si una persona en un encuentro sexual, masoquista o no, me llamara «perra», aquí se cortaría inmediatamente la relación. En mis juegos de rol, no entran esta clase de diálogos.
En tercer lugar, a los casi 24 años, nunca he tenido novio, novia o cualquier tipo de relación con compromiso. Claro que tengo sentimientos, pero por este preciso motivo no me quiero embarcar en relaciones que sé que muy probablemente no tendrán futuro a largo plazo. Ma gusta dejar las cosas claras, para mí, de momento, el sexo es una cuestión de amistad y de placer mutuo. Seguramente cuando termine los estudios ―me falta el doctorado― y tenga una cierta idea de donde y como voy a vivir, replantearé este tema. Pero en los relatos, a menudo, se da por supuesto que una chica de 23 años, o mucho más joven, lo normal es que tenga o haya tenido novio. Y no soy solo yo la rara en este aspecto, de mis compañeras de la universidad, más de la mitad estamos en este caso. Quizás en otros países las parejas se formen mucho más pronto, o le llamen noviazgo a un flirteo o a lo que aquí se llama follamigos. Añado que estoy emancipada y vivo sola desde la mayoría de edad, por circunstancias que no vienen al caso.
Tampoco bebo, ni fumo, ni tomo ninguna clase de droga. Mi madre, que tuvo la desgracia de morir cuando yo tenía diez años, se había preocupado de que conociera ―directamente― los peores efectos del alcoholismo, el tabaco, las drogas y también de las relaciones sexuales de riesgo. Nunca se lo pude agradecer directamente. No es que sea abstemia, puedo tomar una copa de vino o de cava en una comida de celebración o en la inauguración de una exposición, pero en otras circunstancias, ni siquiera recuerdo haber tomado nunca una cerveza con alcohol en un bar. ¿Buena hija y conservadora? En absoluto, tuve problemas muy graves y continuos con la segunda mujer de mi padre hasta que me echó de casa el día que cumplí los 18 años.
No uso joyas ni maquillaje, nunca me he pintado los labios, las uñas o los ojos, ni me he teñido. Incluso, gracias otra vez a mi madre que lo consideraba discriminatorio respecto a los hombres, no tengo agujereadas las orejas y nunca he podido llevar pendientes, ni he tenido ganas de ello. Y no me causa problemas, a las personas a las que les resulto atractiva, no les importa en absoluto. Sí, me gusta la colonia de lavanda que ya me ponían de pequeñita, pero tampoco uso otros perfumes más sofisticados. No tengo ni una falda, como máximo un par de vestidos que me pongo cuando tengo que cantar en un concierto, por aquello de ir todas vestidas de manera similar. No sé si todo esto tiene que ver con mis tendencias sexuales, no es que quiera ir vestida de hombre en absoluto, es que rechazo los indicadores externos de feminidad, que me parecen impuestos por un machismo ancestral y tradicional.
Otro factor que me hace «rara» es que no soporto muchos tipos de música, empezando por el género pop. Desde pequeñita que me gusta la música clásica, incluso tengo un grado medio de canto, o sea que me aficioné bastante. Y en otros géneros me gusta el canto coral o incluso el rock sinfónico. Pero no los bailables. Quizás tenga que ver con mi absoluta incapacidad para bailar o seguir el ritmo. No, nunca he ido a una discoteca o similar.
Seguramente hay quien pensará que con estos condicionantes debo ser antisocial o que no encontraré nunca pareja. Dejando al margen que por pareja aquí no me refiero a novio o novia, jamás he tenido ningún problema en hallar relaciones. No en la discoteca o en los bares, pero sí en el ambiente del canto, del deporte ―hago montañismo y escalada―, de la literatura, el de las asociaciones culturales, o en algunas otras aficiones que tengo.
Otro punto en el que me veo distinta a lo que cuentan los relatos, y en muchos casos también los testigos reales, es el de las fantasías eróticas. Nunca las tengo ni con conocidos ni con personas reales. Mis fantasías son siempre con lo que se llama el amigo imaginario ―más frecuentemente amiga― que son puramente invenciones mías; además, no acostumbro a imaginar su físico, sólo tienen carácter y acciones.
Confieso que alguna vez he practicado el sexo virtual, como juego excitante, pero en el más estricto anonimato. No me importa en absoluto no saber quien es, ni siquiera el sexo real o edad, de la otra persona, mientras entre en el juego de excitación mutua, juego a esto asumiendo que los datos que me ha dado son ciertos.
Respecto a los temas de muchos relatos eróticos, debo decir que hay algunos temas que no me llaman en absoluto la atención, o que incluso me producen rechazo o desexcitación, empezando por el incesto. Como que no he tenido ni hermanos, ni primos hermanos, ni otros parientes remotamente posibles en este aspecto, no pienso en este tipo de relaciones. Hay el hijo del primer matrimonio de mi madrastra, que tampoco se habla con ella, y siempre me ha tratado como su hermana pequeña, es atractivo, tiene muchas relaciones con chicas, pero nunca lo he visto, ni él a mí, como posible objetivo sexual, y esto que no somos parientes de sangre. Tengo mi teoría científica sobre el incesto: su evitación no es moral o cultural, sino biológica; una serie de mecanismos para evitar la consanguinidad que se extiende más allá de los genes, a las personas no nos acostumbra a atraer ni siquiera un hermano adoptivo, el hecho de haber convivido juntos de pequeños dispara algún mecanismo evolucionado para evitar posibles hijos con parientes consanguíneos.
Entiendo el tema del fetichismo, por ejemplo con la lencería, más en la generación de mi abuela que en las actuales, pero algunos de los tópicos como el de la ropa interior provocativa, personalmente no me dicen nada. Para mí, en todo caso la prioridad es que sea cómoda y fácil de lavar, y a las personas que han compartido cama conmigo, no parece importarles en absoluto, más bien pienso que encontrarían ridículo que usara lencería. En particular no uso tanga. Si quiero provocar en la playa, me voy a una nudista y me pueden ver entera, no con una tira molestando entre las nalgas.
También me molestan los casos de malos tratos ―en cualquier sentido―, los que presentan a la mujer como débil o supeditada a los hombres y los que describen actitudes violentas. Y no estoy diciendo sádicas, que pueden ser perfectamente ―lo digo por alguna experiencia propia― no violentas.
Tampoco me interesa especialmente el tema de la infidelidad. Al no haberme comprometido nunca, yo directamente nunca he podido ser infiel, pero para evitar malos rollos u otras violencias, siempre he evitado interponerme entre otras parejas, aunque hubiera quedado claro que solo era sexo. Las veces que he hecho tríos —pocas―, nunca han sido con los otros dos siendo pareja.
El tema de la primera vez tampoco lo abordaré, puedo decir que no tuvo nada de negativo, pero que el relato de la mía, sería algo aburrido. Y, a posteriori, nunca he fantaseado con lo que pudiera haber sido.
Otro tema es el de el semen. No, no lo he tragado nunca: todas las veces que he practicado sexo oral con un hombre, ha sido con protección. Y tampoco tengo mitificado el pene, quizás por mi vertiente lesbiana. Cuando estoy con un hombre, me lo puedo pasar bien haya penetración o no. Es más, diría que los mejores orgasmos que he tenido con hombres no han sido precisamente con la penetración y al menos en algún caso, sé que para ellos tampoco.
Me parece que ha sido una confesión muy larga, aunque no he entrado en detalles. Espero que pueda servir para reivindicar mis puntos de vista, especialmente a algunas chicas que no les gusta lo convencional, pero les han hecho creer que es inevitable, y a algunos hombres que piensan que solo existe una clase de mujeres.