Confesiones entre una hermana y un hermano

Pasó su lengua por mi sexo y unos minutos más tarde me corría en su boca. Dejó parte del flujo de mi corrida sin tragar y con él en la lengua me besó.

  1. Eran las ocho de la tarde de un sábado del pasado mes de Agosto. Raquel  y su hermano Rosendo, abanico en mano,  estaban en la puerta de su casa en un barrio de Triana, Sevilla. Comenzaron una conversación que iba a revelar muchos secretos.

-¡Ojalá estuviéramos en Galicia, hermana!

-¡Galicia! ¡Qué tiempos aquellos, hermano! Solteros y sin compromiso.

-Allí perdí la virginidad con la prima Araceli.

-Ya lo sabía. Me lo contó un día que me estaba follando.

-¡Hostias! Cuenta, cuenta. ¿Cómo empezó tu aventura con la prima?

La primera noche que dormimos juntas, la tía Remedios le dijo a Araceli que cerrara la puerta con llave, que el primo Venancio era un poco echado para adelante y no respondía por él. Después de cerrar la puerta, Araceli se desnudó y sin nada encima se echó sobre la cama. Yo me quité la ropa y el sujetador. Me pusé un camisón y me eché a su lado. La verdad fue que aquellas grandes tetas, su bosque de pelo negro rodeando su sexo y el pelo de sus sobacos me excitaran tanto que estaba mojada. Araceli, sin decir una palabra, se dio la vuelta y me besó en los labios, yo, temblando, le devolví el beso. Me acarició las tetas por encima del camisón, y por encima de él me chupó  tetas y  pezones. Después me lo quitó y me comió las tetas a conciencia, tan a conciencia que no quedó una parte de ellas que no besara, lamiera y chupara... Mas tarde se metió entre mis piernas y me quitó las bragas. Yo ya estaba empapada y con mi clítoris empalmado fuera del capuchón. Pasó su lengua por mi sexo y unos minutos más tarde me corría en su boca. Dejó parte del flujo de mi corrida sin tragar  y con él en la lengua me besó. Me encantó encontrar aquel líquido viscoso y lo tragué con lujuria. Luego me dijo que le hiciera lo mismo que me hiciera ella a mí. Me sorprendí a mi misma excitadísima al sentir sus casi silenciosos gemidos a medida que la iba acercando al orgasmo. Al final cogió mi cabeza con sus manos y moviendo su pelvia se corrió en mi boca. Al terminar me besó para saborear el flujo que aún quedaba en mis labios y en mi boca. Se me escapó un gemido. Araceli me metió dos dedos en el chocho y besándome volvió a hacer que me corriera. ¿Qué te hizo a tí?

-A mí me tendió una trampa. Me llevó a una cueva que había en el monte. Allí había un colchón lleno de humedad. Se desnudó y vi lo mismo que viste tú. ¡Un cuerpo de infarto! Le chupé las tetas y le toqué con una mano el chochito. Estaba mojada. Me sacó la polla, se la llevó a la boca y bajándome los pantalones me hizo una mamada. Yo me quité la camisa. Al rato se echaba en el colchón y yo la montaba y la penetraba. Estaba en lo mejor de la faena cuando sentí algo húmedo en la puerta de mi ojete, me volví y vi a Venancio, sonriendo y con la polla en la mano. Pasara lo que pasara yo no iba a parar, además, el Venancio tenía la polla pequeña y delgada. Pero, ¡oh, sorpresa! Si tú te sorprendieras excitándote al comérsela a Araceli, más me sorprendí yo al sentir que me gustaba que Venancio me follara el culo. Tanto me gustó que al correrse en mi culo yo me corrí dentro de su hermana, que acabó corréndose con nosotros.

-Ya que estamos de confesiones. ¿Cual fue el mejor polvo que echaste, hermano?

-El mejor me lo echaron. Me lo echó mamá.

-¡¿Mamá?! Cuenta, cuenta.

-Fue hace cinco años, en Carnavales. Estaba en el baile de disfraces del barrio. Yo llevaba puesto el disfraz de diablo que me había hecho mamá...Me llamó a bailar una mujer que estaba disfrazada de bruja. Le arrimé cebolleta para saber si era hombre o mujer. Era mujer. Le puse el trato. Asentió con la cabeza. Nos fuimos a mi coche. La besé y me besó. Le meti mano en las tetas y ella me echó mano al bulto que hacía la polla en mi pantalón. Saqué, mis 25 centímetrosa. Sus ojos se abrieron con la sorpresa. Cogí su cabeza y se la llevé hasta mi cipote. Me la chupó.  Recliné los asientos, y tumbada hacia atrás, le levanté el vestido y le quité las bragas. Metí mi cabeza entre sus piernas, y fue cuando mamá se quitó la careta y me dijo que ya llegara demasiado lejos, que la perdonara.  ¡¿Perdonar, qué? !Me fui a por su chocho peludo y mojado!... No lo esperaba, tan pronto, no. Mamá alcanzó el orgasmo con sólo media docena de lengüetadas. Nunca habia visto, ni creo que llegue a ver, a una mujer correrse con tanta intensididad. De su chocho salía jugo a borbotones. Tragué el que pude, pero aún así dejó el asiento del coche empapado. Después de correrse, como el coche lo tenía en un callejón sin luces, y era casi imposible que nos vieran, mamá subió encima de mí. Me folló como nunca antes me habían follado. Más de veinte veces me llevó al borde de orgasmo y siempre detenía la corrida de la misma manera, apretándome los huevos, sin llegar a hacerme daño. Mamá ya  se corriera tres veces cuando sintió que le venía la cuarta, se dio la vuelta. Subí encima de ella. Cuando vio que me iba a correr me dijo que la llenara sin miedo, que ya no se quedaba en estado. ¡Dios que corrida eché! Fue como si echara en una corrida la leche de veinte. Mamá se volvió a correr sintiendo mis últimas gotas llenando su chocho. ¡Fue un polvazo! ¿El mejor que echaste tú con quien fue?

-Recuerdo tres: Con un marroquí que andaba vendiendo alfombras. Con tres chica, y con tres chicos. Con el marroquí me corrí tres veces, con los chicos cuatro y con las chicas seis.

-¿Me cuentas esas historias dentro de casa? Tengo el pantalón mojado de aguadilla de mi polla y la gente que pasa me lo va a notar

-¡Que rica debe estar!

-¿Qué?

-Nada, nada, vamos para casa.

Raquel y Rosendo entraron en casa y siguieron contándose historias en un barrio de Triana, Sevilla.