Confesiones en pareja

Una pareja en la intimidad, una cala desierta al anochecer y una fiesta de nochevieja. Tres escenarios para un mismo relato.

Confesiones en pareja

JAIME: ¿Por qué no me cuentas alguna vivencia erótica tuya?

ALBA: Si ya te las sabes todas.

JAIME: Seguro que hay alguna que todavía no me has contado.

ALBA: No creo.

JAIME: Pues repíteme una.

ALBA: ¿Cuál?

JAIME: La que quieras.

ALBA: Elige tú.

JAIME: Alguna de tu adolescencia.

ALBA: ¿Quieres que te cuente la primera vez que pasé a mayores con chico?

JAIME: Vale ¿Qué edad tenías?

ALBA: Tenía 14 años. Faltaban tres meses para que cumpliera los 15.

JAIME: Vale, cuéntamela.

Creo que aquel fue el primer verano que viví como adolescente, es decir, que nuestras actividades no se limitaban ya a salir en bici, a merendar, tomar helados por las noches, planificar gamberradas o bailar en las verbenas. Desde ese año nuestros objetivos eran otros: Lucir modelitos, salir por las noches hasta muy tarde (en mi casa tarde se consideraba la una de la madrugada, pero bueno) y sobre todo la meta principal era la de tontear con el sexo opuesto.

Nuestra pandilla veraniega estaba formada por un núcleo fuerte, los de toda la vida, los que veraneábamos en la misma localidad costera desde casi antes de que yo naciera. Nos conocíamos desde que nuestros padres nos llevaban con pañales a la playa. Luego estaban los añadidos, los que aparecían un verano para luego no volver o los que cambiaban de amigos de un año para otro.

El núcleo duro lo formábamos, Marisa, Laura, mi primo Santi, Marcos, hermano de Laura, Miguel y Juan. Desde el verano anterior también podríamos incluir a mi prima Elena que aunque menor que los demás ya se había sumado al grupo como miembro de pleno derecho.

Marisa y Laura eran lógicamente mis amigas más intimas. A esa edad siempre te relacionas más con las personas de tu sexo. Marisa tenía mi misma edad, era de Ciudad Real y era una chica muy mona con unos preciosos ojos verdes. Laura era la mayor. Había cumplido los 15 y era de Madrid. Ella y su hermano Marcos, de 14 años, eran mis vecinos de apartamento, puerta con puerta. Nos conocíamos desde que éramos bebés. Con mi primo Santi, por aquello de las rivalidades familiares no me llevaba excesivamente bien. Todo lo contrario de Elena mi otra prima (ellos no eran hermanos sino también primos.) A Elena siempre me ha unido algo más que los lazos familiares, más bien una muy fuerte amistad y complicidad. Los otros chicos eran un encanto, aunque ese verano estuvieran en plena edad del pavo. Miguel era un chaval ya de muy bien ver. Era de Vitoria tenía 15 años y su papel siempre fue el de bromista del grupo, el que se encargaba siempre con más ahínco de animar nuestros días al sol.

Y Juan. Él era... Juan era especial. Sin duda el más guapo. Ya me había dado cuenta yo de eso hacía años. Pero aquel verano le veía con ojos completamente diferentes. También había cumplido ya los 15. Era Zaragozano, moreno y atlético. Ese año se le notaba cierto desarrollo muscular. Y yo disfrutaba viéndole en bañador en la playa.

El verano anterior, Juan y yo habíamos tenido un breve romance. Fue en los días finales de las vacaciones. Una noche Juan me cogió de la mano y me llevó a pasear por la playa. Fue allí donde iniciamos una especia de relación que lógicamente no llevó a nada. El último día, cuando me acompañó a la puerta de mi casa para despedirse de mí, se atrevió a darme un beso en los labios. Eso fue todo lo que pasó. Pero a mí, ese roce entre nuestras bocas me pareció entonces una bacanal. Estuve todo el año viviendo de ese beso tierno y tímido como si hubiera sido el mayor logro de mi vida.

Pero eso había sido el año anterior. Ahora nos sentíamos mayores. Yo tenía 14 y él 15. Bajo la ingenuidad de la adolescencia aparentábamos ser unos veteranos de la vida, y poco creíamos poder experimentar ya. Eso de puertas para fuera. En nuestro interior estaba claro que nos desbordaban las inseguridades.

Los primeros días de aquel verano, Juan y yo nos comportamos como auténticos pubertones. Nos daba vergüenza hablar entre nosotros. Ya ves, por un besito en la boca el verano anterior. Yo sufría porque creía que ya no le gustaba. Deseaba que me cogiera otra vez de la mano y me llevara a la playa a pasear, que me besara de nuevo e incluso que me metiera la lengua. Mis amigas de Madrid me habían contado que eso es lo que hacían los chicos y las chicas. A mí me daba un poco de asco pero por Juan estaba dispuesta a hacerlo.

Una noche en una discoteca repleta de jóvenes como nosotros me llevó a un apartado. Yo no había bebido nada pero él se había tomado tres cervezas y estaba un poco alterado.

  • Alba este año estás muy rara conmigo- me dijo.

  • ¿Yo? Si eres tú quien no habla conmigo.

  • ¿Ah sí? Bueno, entonces ¿Te sigo cayendo bien?

  • Claro.

  • ¿Y te sigo gustando como el año pasado?

¿Cómo se le ocurría preguntarme eso? Yo no sabía qué responder. Me quedé callada. Claro que me gustaba más que nada en el mundo, pero ni bajo tortura se lo iba a decir a la cara. Mantuve mi silencio y sólo manifesté un esbozo de sonrisa como respuesta a su inadecuada pregunta.

A él le bastó porque acercó su boca a la mía y me dio otro piquito como el del verano anterior. Boca con boca. Separó su cara y yo sólo pude mantener esa sonrisa estúpida.

Él aceptó de nuevo la sonrisa como respuesta válida y volvió a acercar su cara a la mía. Pero esta vez experimenté por primera vez lo que era una lengua ajena dentro de mi boca.

Mi primera reacción fue de sorpresa y extrañeza ¿Qué me está haciendo éste? Luego noté como mi temperatura corporal aumentaba. Me estaba gustando mezclar la saliva con Juan. Me estaba... ¡excitando! Cerré los ojos y disfruté. Era incapaz de separar mi lengua de la suya. Fue delicioso. Cómo pude imaginar que un beso como éste me fuera a dar asco. Fue la sensación más intensa en mis 14 años, casi 15, de vida.

Así se inició, esta vez sí, un verdadero romance. Aprendimos a besarnos. Bueno aprendí yo, porque él ya había tenido sus experiencias en su Zaragoza natal. Cuando la oscuridad y la soledad se lo permitían se atrevió incluso a rozarme los pechos por encima de la ropa. Una vez intentó meterme la mano por dentro pero yo le paré. Siempre lo decía mi madre: "Los chicos, que te respeten." Y yo por aquellas épocas entendía que debía de hacer caso a mi progenitora. Aunque mi mayor deseo fuera entregar mis pechos juveniles a Juan.

Era mi primer amor, y como tal, me encantaba dar largos paseos al atardecer por la playa con él agarrado de la mano.

Un día, el penúltimo del verano, el atardecer se hizo noche. Nos habíamos alejado del pueblo hasta llegar en la moto de Juan a una playa desierta, sola para nosotros. Tumbados en la toalla nos besábamos conscientes de que pasábamos nuestras últimas horas juntos.

Fue esa noche cuando Juan me dijo esas palabras mágicas que toda niña de mi edad desea escuchar y que se creerá sin pedir más requisito que su mera enunciación.

  • Te quiero.

Yo sonreí de sincera felicidad. Llevaba todo el mes esperando esas dos palabras.

  • Yo también a ti- le correspondí.

Él siguió besándome, tocando mis tetas por encima de mi camiseta veraniega y de mi bikini. Mi cuerpo no respondía a los valores que me habían inculcado. En ese momento deseaba con todas mis fuerzas que me desnudara y siguiera besándome. Quería entregarme a él aunque no fuera lo que yo a esa edad considerara correcto.

Él sabía que yo había puesto el límite en los roces con la ropa como intermediaria. Pero debió de notarme más receptiva de lo normal o decidió un último intento a escasas horas del final de las vacaciones. Se escurrió hacia mi cintura y desde allí me besó la tripita.

Me dio un vuelco al corazón cuando Juan se introdujo debajo de mi camiseta. Se metió rápidamente y poco pude hacer por detenerle. Asomó la cabeza por arriba, estirando al máximo las costuras de la prenda (menos mal que era amplia.) Me besó de nuevo y otra vez desapareció fugazmente dentro de la camiseta. Se dirigía hacia mis pechos. Me los besaba por encima del bikini.

Yo no supe que hacer. La sensación era inédita para mí. No sabía si pararle o validar esos besos como roces permitidos. Al fin y al cabo no había contacto con la carne... hasta que lo hubo.

Juan me levantó la copa del bikini dejando al descubierto uno de mis pechos. Se metió el pezón en la boca y lo lamió con decisión. Mis sensaciones volvían ser contradictorias. Paralizada y sin poder reaccionar repitió el movimiento con el otro pezón. Me lo desnudó y lo chupó. Mi resistencia se estaba quebrando.

  • Juan, no... - sólo pude pronunciar esas inútiles palabras a las que él hizo caso omiso.

Con ambas tetas liberadas él se dedicaba a lamérmelas con gula. Yo definitivamente estaba excitada. No contento con eso me levantó la camiseta con intención de quitármela.

  • No Juan. Cómo me vas a quitar la camiseta.

  • Nadie puede vernos.

  • Da igual.

  • Déjame por favor.

Ante su tono de súplica levanté los brazos dejando vía libre a que me desnudara de cintura para arriba. Y así me dejó. Me quitó la camiseta y me terminó de despojar de la parte de arriba del bikini.

Estuvo un buen rato besándome al tiempo que manoseaba mis pezones, con torpeza juvenil aunque excitante. Pero no pareció serle suficiente. Juan decidió dar un nuevo paso. Bajo su mano hacia mi pantaloncito corto y la metió debajo. Sin aviso previo también atravesó la braguita del bikini. Puso su mano directamente en mi monte.

Era la primera vez que me tocaban mis labios vaginales. Yo ya había experimentado el goce de la masturbación. Primero lo descubrí con la ducha, luego explorando mi cuerpo. Todavía no había llegado nunca al orgasmo pero esos autotocamientos me gustaban. Pensaba por aquel entonces que eso no estaba del todo bien, pero mi curiosidad, en muchas ocasiones, triunfaba sobre mi conciencia moldeada por valores un tanto castos.

El caso es que Juan me tocó con delicadeza. No sé si por conocimiento del medio o por casualidad frotaba con suavidad mi clítoris y yo no pude sino suspirar y cerrar los ojos. Bajé todas las defensas mientras él me preguntaba...

  • ¿Quieres que te haga una cosa que te va a gustar mucho?

  • No, Juan ¿el qué? Hacerlo no lo vamos a hacer... soy muy joven.

  • No, tranquila, es otra cosa. Si me dejas te aseguro que te va a gustar mucho. Confía en mí.- me dijo sin dejar de masajearme el clítoris.

Ante esa petición me limité a cerrar los ojos y dejarme llevar por las nuevas sensaciones que estaba experimentando. Cuando me pude dar cuenta Juan me había quitado el pantalón y el bikini, ¡Estaba completamente desnuda!

  • ¿Qué has hecho Juan? ¿Estás loco?- le dije sin mucha convicción porque en ningún momento había mostrado la menor oposición a que me desnudara.

Pero el no dijo nada. Se limitó a poner la boca en mi concha y a besarla. Uff, eso ya fue demasiado. Como un reflejo mis piernas se cerraron ante una sensación tan potente. Pero él me las abrió despacio otra vez y cuando de nuevo tuvo mi vagina a su disposición metió la lengua y se dirigió directamente al clítoris.

Chupaba mi botoncito con rapidez pero con leves roces lenguales. De vez en cuando cambiaba de ritmo y de movimiento y descendía hasta la parte inferior de mi rajilla. Allí me introducía la lengua en el agujerito vaginal todavía muy estrecho en esa época. Todos esos movimientos eran auténticos terremotos en mi cuerpo. Cada contacto con su lengua provocaba una cascada de fluidos, yo creo que nunca ha emanado tanto de mi coñito. Me estaba dando mucho placer, un placer desconocido por mí hasta ese día. Todo mi cuerpo temblaba con cada toque de su lengua.

No sé cuantos minutos estuvo lamiéndome sólo puedo recordar que me provocó el primer éxtasis sexual de mi vida. Cuando la sensación me llegó no comprendí lo que me pasaba. Volví a cerrar las piernas atrapando su cabeza entre mis muslos y los gemidos se debieron escuchar en toda la costa.

  • ¿Te ha gustado?- me preguntó aunque la respuesta fuera evidente.

  • Mucho, me ha gustado mucho.

Me besó en la boca y yo disfrute de su sabor durante unos buenos minutos. Deseaba devolverle el placer que me había dado. Él no me pidió nada pero yo llevé mi mano a su paquete me incorporé y le bajé el bañador que llevaba.

Nunca había tocado un pene. Dudé sí sabría como hacer una paja en condiciones, pero supongo que no hay que ser ninguna experta. Los seres humanos somos capaces de realizar estas tareas de forma prácticamente innata.

Antes de ponerme a ello me quede mirando el falo. El glande asomaba brotando del prepucio y un liquidillo bañaba su punta, tenía un tamaño considerable y yo me pregunté si una verga como esa tendría cabida en mi vagina.

  • ¿Te gusta?- me preguntó.

  • Sí, nunca había visto ninguna en ese estado.

Él me besó y yo me dispuse a terminar la faena. Lo cogí de la base y fui subiendo el pellejito de arriba abajo a una velocidad no demasiado rápida. Cuando noté que su respiración se agitaba incrementé el sube y baja hasta que derramó su leche, en parte sobre mi mano.

  • ¿Te ha gustado?- Le dije yo devolviéndole su anterior pregunta.

  • Mucho, me ha gustado mucho- dijo imitando mi anterior respuesta mientras recuperaba la respiración.

ALBA: ¿Te ha gustado la historia?

JAIME: Mucho, me ha gustado mucho.

ALBA: ¿Y te ha calentado?

JAIME: Todas tus historias me calientan.

ALBA: Pues, ¿sabes? A mí también me calienta que me cuentes tus experiencias.

JAIME ¿Sí?

ALBA: Sí.

JAIME: Vale. Pues te contaré una. No es nada romántica, pero sí muy morbosa. Al menos a mí me lo parece...

Fiesta de fin de año. Mis amigos y yo nos habíamos apuntado a una de esas macrofiestas que pagas un pastón a cambio de barra libre en un local atestado de gente. El número de asistentes al cotillón sólo era comparable al de incumplimientos en las normativas de seguridad y de sanidad.

Aún así la fiesta estaba siendo divertida. Era la primera nochevieja que mis padres me permitían pasar con mis amigos. Tenía 15 años y había logrado convencerles de que ya tenía la edad suficiente y conveniente para celebrar a mi manera la entrada de la nueva añada.

Por tanto es comprensible que mis ansias de fiesta fueran muchas y, aunque en el local pedirse una copa era de una complicación comparable a la conquista del Vietnam, dada la muchedumbre acumulada en la barra, yo había logrado vencer ya en unas cuantas batallas.

Mediada la fiesta mi nivel etílico era considerable y aunque mantenía intactas todas mis constantes vitales, las ganas de orinar podrían ser calificadas sin temor a exagerar de auténtica emergencia. Lo intenté por la vía reglamentaria pero el servicio estaba atestado de civiles buscando refugio. Aquello era la evacuación de Saigón. Total que decidí salir por mi cuenta del país. Es lo bueno que tenemos los marines. Podemos mear en cualquier parte.

Me salí del local. Justo enfrente había un parque muy adecuado para mis necesidades. El sonido de la música se iba acallando según me adentraba en los jardines. Me desabroché el pantalón y saqué el instrumento. Qué guuuustooo da orinar cuando llevas largo rato necesitándolo.

Disfrutaba (por qué no) de la meada mientras escuchaba el chorro salpicando la tierra mojada del parque. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que el sonido era en estéreo. Había alguien por ahí haciendo lo mismo que yo, lo cual no era nada raro. En cualquier caso me fijé por curiosidad instintiva a ver quien era mi acompañante de meada.

Vaya sorpresa. En medio de la oscuridad pude ver, no a un chico de pié orinando, sino a una chavala en cuclillas con la falda levantada y las bragas bajadas. Tenía un privilegiado primer plano de su culete.

Se produjo una reacción en cadena. A los 15 años una postal de este calibre provoca una erección espontánea en el pene. Eso fue lo que me pasó. Y claro, todos los varones sabemos que mear empalmado es una tarea dificultosa. Tal era además el grado de verticalidad que la micción se cortó de inmediato todavía con medio depósito por vaciar. Cerré los ojos para no mirar ese maravilloso culo que había descubierto y me concentré en mis esfuerzos por expulsar los orines, pero sólo lograba extraer algún que otro chorrillo esporádico. Y en ello estaba cuando mi corazón dio un vuelco.

  • Joder ese empalme ¿no será porque me has visto mear?

Abrí los ojos y me encontré con la chica en cuestión mirando con la boca abierta hacia mi pene. Qué vergüenza, ahora era ella la que me había pillado. Me di la vuelta e intenté seguir meando pero de ahí no salía nada.

Estaba a apunto de devolver mi miembro a su guarida y regresar avergonzado a la fiesta cuando percibí el aliento de la chica en mi espalda. La tía estaba mirando mi pene erecto sin cortarse un pelo. Es más, me dijo:

  • Tío ten cuidado. Como te dure mucho ese empalme te vas a quedar sin sangre en el cerebro- me advirtió mientras se descojonaba de sus propias palabras.

Yo no sabía que hacer. Estaba mudo y paralizado. Eso no fue impedimento para darme cuenta que la chica, sin ser un bellezón, tenía un morbo tremendo con su sugerente minifalda y su escote generoso especial nochevieja. Seguramente era mayor que yo pero no estaba en ese momento para estimaciones exactas y mucho más tras oírla decir...

  • Parece que tienes problemas ¿quieres que te ayude?

Y la muy calentorra agarró mi pene y empezó a agitarlo. No al modo masturbación si no más bien como quien sacude su miembro tras terminar de orinar. En caso de que a mi empalme le hubiera faltado algún grado de verticalidad por completar, ella, con su acción, lo llevó a su máxima expresión.

Yo estaba en estado de shock. No era capaz de responder a la situación. Ella en cambio se reía como si coger la polla del primer hombre que se encontrara meando fuera lo más normal del mundo.

Seguía sin reaccionar y ella cambió sus movimientos, de las sacudidas pasó al masaje. ¡Me estaba haciendo una paja la muy cabrona! Yo la miré sin decir palabra y me encontré con su cara sonriente. Parecía estar divirtiéndose mucho con la situación.

  • Pues parece que no sale nada- me dijo divertida sin detener la masturbación.

Me empujó hacia el árbol que tenía al lado y sin soltarme la polla me explicó:

  • Apóyate aquí que va a ser mejor.

Apoyé mi espalda. Luego comprobé como se agachaba y se colocaba con su boca a la altura de mi pene mientras seguía meneándomela. Esta chica era capaz de hacerme una mamada allí mismo. Yo ya había tenido alguna que otra experiencia masturbatoria con chicas pero no me la habían chupado todavía.

Y efectivamente lo hizo. Sacó su lengua y me relamió el glande. A continuación chupó el tronco de arriba a abajo y descendió hasta los huevos. En la punta de pene se inició un hormigueo que se extendió hasta el último rincón de mi cuerpo. Yo la miraba muy excitado sin acabar de creerme lo que estaba pasando. Cuando se la metió en la boca creía que me corría de inmediato pero sólo fue una falsa alarma.

Chupó con vehemencia. Metiéndosela en la boca entera. Llegaba hasta su garganta. Lo hizo una, dos, tres, cuatro... siete veces, hasta que la sacó de golpe. Le había dado una arcada

  • Uaaaag, casi vomito.

Pero sólo fue una breve interrupción. Volvió a introducir mi polla en su boca. Repitiendo la operación. Esta vez no se la metía tanto pero me daba más placer incluso. Cerré los ojos por un instante, pero los volví a abrir. No quería perderme la imagen de esta chica comiéndome la polla. Desde arriba tenía además una privilegiada panorámica de su escote que ocultaba por lo mínimo los pezones.

Me di cuenta de que estaba a punto. Jadeé de forma inconsciente: Ella notó los temblores. Se la sacó de la boca pero siguió chupando el frenillo de forma rápida, casi saboreándola.

Así me vine. Empezó a brotar el semen como si fuera mi primera eyaculación. Ella se apartó para no mancharse el vestido pero la meneaba con fuerza. El placer era enorme. Cerré los ojos para concentrarme en el goce que no sé cuanto duraría. Abrí los ojos cuando su mano se separó de mi exhausto pene.

  • Ala. Ya puedes mear- me dijo con total normalidad mientras se incorporaba.

Se sacudió su falda y se alisó su blusa colocándose bien el escote.

  • Bueno, hasta luego, vuelvo a la fiesta. Ha sido un placer- Me dijo dándose la vuelta. Cuando ya se había alejado unos pasos pude mínimamente reaccionar y decirle...

  • Vale, adiós y gracias- De mi boca no salió nada más ocurrente.

Cuando, por fin oriné y, todavía en estado catatónico, regresé al cotillón. Me puse a buscar a mi anónima amante pero entre tanta muchedumbre no pude encontrarla.

Nunca más la vi y nunca supe quien era.

ALBA: ¿Te gustó la mamada anónima?

JAIME: Vaya, claro que me gustó. Imagínate a mis 15 años, encontrarte con esa situación.

ALBA: Te masturbaste mucho recordando esa experiencia.

JAIME: Todavía me masturbo pensando en aquella chica. Desde luego fue toda una experiencia de iniciación en el sexo.

ALBA: ¿Sabes una cosa?

JAIME: ¿Qué?

ALBA: Que recordando mi historia y escuchando la tuya... creo que me he puesto caliente.

JAIME: Bueno, eso no es nada que no tenga solución

ALBA: ¿Se te ocurre alguna?

JAIME: Se me ocurren varias...