Confesiones desordenadas

Confesiones de un hombre.

Confesiones desordenadas.

El vestido negro opaco se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Sus senos pequeños, suaves y pálidos se cubrían totalmente, no así sus muslos, los cuales dejaban verse más de la mitad, mientras sus piernas estaban cruzadas.

Sus muñecas y manos estaban desnudas. Su cuello nacarado, donde se perdían algunos lunares, estaba rodeado por una cadenita de pequeños eslabones dorados que sostenía un dije, también dorado, con forma de mariposa.

La lluvia debió parar ni bien empezamos a viajar. En todo caso, si no era así, no se la oía. Cada vez que frenaba el auto, la miraba de reojo. Estábamos en silencio, naturalmente. Entrada ya la noche, las luces del auto eran prácticamente las únicas luces, la ciudad no solo estaba muda, también estaba en ese estado de oscuridad íntima, cómplice de mis deseos, donde la escasa luz parece iluminar lugares concretos, como sus muslos, sus hombros, su cuello.

La recuerdo jugando infantilmente con el cierre de su pequeña cartera y girar a mirarme tímidamente en cada semáforo, no sin intensificar su juego de manos y sonreír bobamente.

Por supuesto que estaba nerviosa. Y no, no importa cuantos encuentros, cuantas veces o cuántos hombres ella haya conocido. Estaba nerviosa.

El nerviosismo es un afrodisiaco para mi, sin él, el ambiente se hubiese deserotizado de tal forma que habría dejado de desearla.

Me gusta golpear su cuerpo cuando está más bien fría. Utilizo mis manos, asi la siento. Su cuerpo cambia de forma, de color, de temperatura.  En ocasiones he pensado que ella no es consciente de esos cambios. Luego, me gusta acariciarla tibia, caliente. Antes que sus quejidos cuando la golpeo, prefiero su gemido, su llanto casi mudo al acariciarla suavemente sus muslos recién lastimados.

Creo haber mencionado la palidez de sus senos. Son blancos, blanco pálidos al borde de la transparencia. Sin embargo, observando con cierta atención, se descubre que su piel, aunque siempre blanca, no está toda en el mismo tono. En sus translúcidos senos, sus pezones rosados, casi siempre rígidos, son algo únicos. Sus piernas, muslos y brazos sin dejar de ser muy claros, son menos translúcidos. Su rostro a simple vista parece mas claro de lo que en realidad es, y esto es por el constraste con algunos lunares y sobre todo con su pelo negro profundo.

Disculpen mi distracción, tiendo a divagar y perderme en detalles cuando comienzo a hablar de estos temas.

Esa noche fuimos a mi casa en las afueras de la ciudad. Me agrada la intimidad,  pero tengo que confesar que en ciertas ocasiones, me causa cierto cosquilleo interactuar con terceros en presencia de ella. Por ejemplo: cuando entramos al barrio privado y el seguridad solicitó que facilite la documentación de mi acompañante.

Varias veces he pensando en ello, y aun no entiendo porque puede llegar a ¿Excitarme es la palabra?. No lo sé, me divierte que esté algo nerviosa, quizás puede nacer ahí mi emoción.

Pasando el control de seguridad se deben hacer 700 metros a una velocidad no mayor a 30 km/hr hasta llegar a mi casa.

Una vez hecho ese recorrido, apague el auto, había comenzado a lloviznar nuevamente, y apenas se detuvo la escobilla del parabrisas, el mismo se llenó de gotas. Casi no había luz en la calle. Baje abriendo mi paraguas, di la vuelta al auto por detrás, abrí la puerta del lado del acompañante y le tendí mi mano para ayudarla a bajar mientras la cubría con mi paraguas. Ella bajó y cubrió con su abrigo su espalda desnuda. Por primera vez en la noche cambiamos algunas palabras hasta llegar a la entrada. Hacía algo de frío, y el césped de la horcada que separa la cochera de la entrada estaba mojado.

No hay perchero en el recibidor, por lo que tome su abrigo y la invite a pasar mientras llevaba el mismo a un cuarto de servicio que hay en la planta baja y volví al living.

“Hace cuánto no te cocinan especialmente para ti?” Ella sonríe, me contesta que nunca lo han hecho, le digo: mejor, así estaré exento de comparaciones, y ella ríe divertida. La invitó a subir para terminar de mostrarle la casa, es la primera vez que viene.

Arriba hay dos habitaciones en suite, una es bastante más grande que la otra, ambas tienen un vestidor. Entramos en una de las habitaciones. Su nerviosismo empezaba a dar tregua. Dejó la puerta abierta, contra una pared el pasillo que pasa por el vestidor y llevaba a la suite me sirve para acorralarla sorpresivamente, la miró fijo, me acerco hasta estar a unos centímetros, lentamente pongo mi mano derecha en su cuello. Cierra a medias los ojos, me acerco a sus labios con los mios, empiezo a besarla lentamente, ella se deja besar, aprieto su cuello y su espalda se pega a la pared. Sus brazos están inertes al costado de su cuerpo, está floja, sin resistencia, sólo aceptando el beso…

Hablar en estos términos, recordar esto me resulta muy excitante, y esa es la principal razón por la cual quiero compartir mis experiencias.

Me gusta ejercitar la memoria y recordar, en cierta forma, es volver a vivir ese momento.

Ella no es la primera, tampoco será la última, pero si es la que mejor se ha dejado besar. Se que se puede pensar que adoptar un rol sumiso puede ser sencillo, pero hacerlo adecuadamente no lo es. No todas las mujeres sumisas pueden hacerlo bien, de la misma forma que no todos los hombres hacen bien el amor, aunque le guste hacerlo. Cuando la beso, ella se escapa de su cuerpo de una forma elegante, sus músculos ceden, sus labios se ponen suaves, sus brazos pierden toda fuerza, apenas respira.

Empiezo a hacer fuerza con mi mano, siento su cadenita entre mis dedos, nuestro beso se mantiene unos segundos, mientras siento que casi no tiene fuerzas para respirar. Estoy disfrutándolo tanto que apenas noto que está en puntas de pie. Sus manos lejos de intentar separarme están apoyadas con las palmas contra la pared. Me separo de ella dando un paso atrás, la suelto y cae de rodillas sobre el piso de cerámica. Tose, con sus manos toma su pecho y su cuello, está lagrimeando. La miro mientras busca aire desesperadamente, como quien ha aguantado mucho la respiración. Recién en ese momento caigo en la cuenta que sostengo su cartera. Entro a la habitación, dejo la cartera sobre la cama y vuelvo al pasillo. Aún está en el suelo pero ya ha vuelvo a componerse bastante, me mira entre asustada y nerviosa, ya vuelve a ser mi niña. Pienso : Dios, como me excita esta criatura. Me agacho junto a ella, la tomó de la mano, y la ayudó a incorporarse.

“En la cama dejé tu cartera, ya abrí el grifo, la bañera se llenará en un momento, puedes dejar tu ropa sobre la cama, entra y espérame. En unos minutos estaré contigo, voy a preparar la cena. Ok?”

Afirma moviendo su cabeza. La beso en la mejilla, sonríe. Buena chica.