Confesiones de una señora casada

Una mujer rondando los cincuenta tiene una inesperada experiencia maravillosa durante un verano

Creo que lo mejor es empezar describiéndome y contar mi situación.

Me llamo mari Carmen, tengo 49 años y los ojos castaños claros. Soy una mujer del montón, pecosa, con poco pecho,

gordita y con el culo grande. Nada especial.

El verano pasado me sucedió algo que nunca olvidaré, que necesito contar.

Para mí no es nada sucio,

pero entiendo que haya quien no lo comprenda. Solamente diré que no lo busqué. Llevo casada veinte años, y mi marido y somos felices.

Tenemos un hijo de 15 años y solemos veranear en una casa que mi marido heredó de su abuela. La casa está en Benalmádena. Como tenemos la playa arroyo de la miel relativamente cerca, raro es el día que no vayamos mi marido y yo solos, porque desde primera hora de la mañana mi hijo se marcha con sus amigos y no vuelve hasta la noche. Sus amigos siempre vienen a buscarle a casa porque es la más cercana a la playa.

A mí me toca prepararles los bocadillos, las bebidas…

pero no me importa.

Era viernes y los chicos habían venido temprano ya que habían planeado ir a pasar el día al centro comercial.

Se nos había estropeado la nevera, y mi marido había pensado echar un vistazo en las tiendas, así que se ofreció a llevarles en coche. Así que les preparé el desayuno, les despedí

y me quedé sola.

Fregué todo y me senté a ver un poco la tele. Estaba medio dormida cuando el timbre de la puerta me despertó. Me levanté y abrí la puerta. En la cuadrilla de mi hijo hay chicos de todas las edades. Hay uno de ellos, agitanado bastante tímido, menudito,

me da vergüenza decir su edad, digamos que es más joven que mi hijo. Se llama Carlos… y era el que había tocado el timbre.

  • ¡Hombre Carlos!..  ¡Que tarde andas!..  ¿no? … ¡Si ya se han marchado todos!

Me miraba como asustado,

con aquellos

grandes ojos color café…

pero sin decir nada. Me dio pena.

  • ¿Qué pasa?... ¿Se te han pegado las sábanas?
  • Si - balbuceó.

  • Venga pasa, que te preparo el desayuno.

Me puse a calentar la leche en el microondas y a preparar unas tostadas. Estaba extendiendo la mantequilla

cuando pasó por detrás

y me rozó.

Pensé que era accidental,

porque la cocina es estrecha, pero noté algo apuntándome.

Volvió a pasar por detrás, y a clavarse… esta vez no había duda de la intención. Me quedé paralizada, sin saber qué hacer. Empezó a restregarse y manosear mis muslos.

Me sorprendió.

Jamás habría pensado que a su edad

podían tenerse esos impulsos. Traté de empujarle, pero estaba demasiado cerca.

Sus manos se metían bajo mis faldas.

Me sorprendió su fuerza. Era puro músculo y yo soy más bien pequeña. Me dio la vuelta.

Se había quitado la camiseta y aunque no era fornido, tenía los pectorales y los abdominales bien definidos.

Empezó a meter la rodilla entre mis piernas.

Me hacía daño,

luché lo que pude, pero al final me rendí. Sentí

como me abría las piernas, y luego, una presión.

Empujaba y notaba como entraba en mí.

Aunque con poco vello, estaba bien armado y sobre todo duro, muy tieso, No recuerdo que mi marido haya sido nunca así de potente.

Mi cuerpo reaccionaba y para mi vergüenza notaba que estaba empapada. Él empezó a susurrarme que me tranquilizara, que no pasaba nada… que me quería y locuras por el estilo, pero me lo decía al oído, con voz dulce..., me abrazaba me acariciaba la cara, y ponía su mejilla contra la mía. Me fui quedando quieta, recibiendo los empujones como una marioneta.

Aceptando la situación. Era totalmente descabellado, pero también muy morboso, un placer prohibido. Notaba como mis pechos se endurecían. Empezó a besarme mientras entraba y salía y comencé a excitarme como nunca lo había hecho. Era como una corriente eléctrica que iba incrementándose en intensidad, recorriéndome.

Empecé a corresponderle, a besarlo, acariciando su cara suave, sus hombritos delgados pero musculosos. Su piel era color de oliva sus ojos negros.

Me hacía mujer, me daba mucho más placer del que nunca me había dado mi marido. Lo abracé con los brazos y las piernas, gozándolo. Sentía su dureza y la atrapaba, intentando evitar que saliese, porque ya no era una presencia intrusa, sino un invitado. El empezó a acelerar sus acometidas.

Mis faldas le abanicaban.

Me estuvo penetrando un tiempo que no sabría precisar, haciéndome sentir

una corriente creciente de placer,

hasta que

empecé

a temblar descontroladamente,

sintiendo

un orgasmo que llenaba todo mí ser, una sensación deliciosa. Las piernas me temblaban. Gemía escandalosamente, sin pensar que podrían oírme los vecinos. Sentía que flotaba.

Notaba como me contraía alrededor de él, sintiendo su dureza de piedra.

El

no pudo aguantar más y se hundió en mí, pude sentir su miembro derramándose. Mis intimidades no paraban de contraerse, y su glande palpitaba soltando su carga a ráfagas.

Se quedó inmóvil,

quieto en mí, pero sin perder su vigor.

Éramos uno.

Nos miramos a los ojos y podía ver como tenía las mejillas coloradas y la frente con gotitas de sudor.

Él empezó a llorar, —Shhh, tranquilo cielo — le dije mientras

le acariciaba la cabeza, metiéndole los dedos entre el cabello tratando de consolarle.

Después agachó la mirada avergonzado y

me desmontó. Yo ya no supe qué decir, solo podía mirarle mientras se subía los pantalones. Se marchó con rapidez despidiéndose con un casi inaudible adiós. Me quedé

temblorosa, sin fuerza.

Noté

como salía un montón de fluidos de mi interior. Me tumbé a un lado, agotada,

pero con sensación de plenitud, y me quedé dormida. Cuando me desperté pensé que había sido un sueño, pero

la ropa interior y la falda húmeda no dejaban lugar a la duda.

¿Fue una violación? Quizá en principio, pero honestamente lo que siento es que hicimos el amor, y que ha sido lo más maravilloso que me ha pasado en la vida.

Quiero a mi marido, pero ardo en deseos de repetirlo, volver a sentir su aliento en mi cuello, que me susurre al oído, acariciar su piel, y sentir esa fuerza. Lo deseo. Quiero volver a sentir ese placer y me dan igual las consecuencias. Siento que me estoy enamorando de él. Es una absoluta locura.

Para todas las mujeres que quieran compartir conmigo sus fantasías y deseos escribirme a adorolasfaldas@hotmail.com prometo contestaros. Le dedico este relato a Ester, mi lectora más querida.