Confesiones de una putita adolescente - 4
Luego de que mi tío me diera mi primera cogida anal, me veo forzada a visitar al doctor el cual se aprovecha de la situación para abusar de mi.
Después de que aquella noche cuando me escapé al motel y terminara estrenándome en el sexo anal, mi tío Carlos tuvo que viajar a un compromiso fuera de la ciudad (o eso dijo, pues) no sin antes darme pastillas para el dolor. A pesar de las dichosas pastillas, yo seguía sintiendo mucho malestar en mi ano, y no era para menos si el desgraciado me lo había roto con su enorme verga. No niego que gocé como loca, pero no sin antes sufrir el peor dolor que haya podido sentir hasta ahora.
Cierto día, al salir de la escuela, decidí que no podía seguir con ese malestar y tomé camino rumbo a la clínica del doctor. El doctor Albarrán había sido nuestro doctor de cabecera, por años, por lo tanto, nos conocía a todos los miembros de mi familia.
Después de viajar un corto trayecto en el transporte público, llegué a la clínica del doctor, quien al verme y por como dije, ser ya su paciente de toda la vida, me pasó a un cuarto sin tener que pasar a la sala de espera.
El Dr. Albarrán es un señor ya entrado en años, unos 65 aproximadamente, al que yo siempre había considerado un buen doctor, pero ya con el paso del tiempo se había convertido en un viejito renegón y malhumorado. Ya dentro del pequeño cuarto me pregunta cómo estoy, cómo voy en la escuela y así, la clásica plática de doctor y paciente para romper el hielo.
-A ver mija, ¿qué te trae por aquí?
-Pues sabe que traigo un dolor muy molesto, y quiero que me dé algo para calmarlo.
-Ok, no te preocupes. Y tu mamá ¿por qué no pasa?
-Es que, sabe... Vine sola.
-Ah caray, ¿y eso por qué? - Me preguntó extrañado el doctor.
-Bueno es que, mire... es algo penoso para mí. Traigo dolor en… mi trasero- Le dije bastante apenada.
Con toda la pena del mundo le conté mis síntomas, pero tratando de evitar la verdadera razón por la que me había iniciado el dolor. Le inventé que quizás había agarrado una infección por usar un baño público, cosa que, por su cara, vi que no me creyó nadita. Después de una sesión de preguntas y respuestas, me dijo que por ser menor de edad no podía examinarme sin la autorización de mi madre, a los cual yo me opuse y prácticamente le rogué que no diera aviso a mi madre. Me dijo que cual era la razón de mi negativa, a lo cual no me quedó otra más que confesarle que había tenido relaciones sexuales y de ahí venían mis malestares.
Dijo que haría una excepción, pero si encontraba algo de gravedad o alguna infección venérea, tendría que hablar con mi madre, lo cual volví a negarme. El doctor salió del cuarto para que pudiera yo ponerme la batita esa que tiene una abertura por detrás y no usas nada de ropa por debajo. Ya de regreso me indicó que me acostara boca abajo, que me iba a examinar, mientras se ponía los guantes plásticos.
Y pues con la pena, pero no me quedó otra más que mostrarle mi trasero al Dr. el cual abría mis nalgas, o glúteos como dijo él, para examinar a conciencia mi maltrecho ano. Me preguntó si había tenido relaciones solamente, o si había habido penetración con algún otro objeto, dado que mi ano se miraba “muy irritado”, según palabras de él.
Bueno, llegó a la conclusión de que no había daño de gravedad, que no había ningún tipo de infección y que me daría unas pastillas para el dolor y una pomada para bajar lo irritado y la hinchazón. Sintiéndome salvada, intenté levantarme a lo cual el doctor me lo impidió, diciéndome que él mismo me iba a aplicar la pomada. Le dije que no era necesario, que me la diera y yo me la ponía en la casa.
-Claro que no, aquí mismo te la aplico. A menos que quieras que le hable a tu mamá diciéndole el porqué de tu visita, y que ella misma te ponga la pomada.
Obviamente me lo decía sabiendo que me aterraba la idea de que mi madre supiera que tuve sexo. Y si llegaban lejos sus interrogatorios e investigaciones y supiera que fue con mi tío Carlos, hermano de mi papá, pues triste mi calavera. No quise ni pensar en cual podría ser mi castigo. A regañadientes no me quedó otra opción más que aceptar que fuera él quien me aplicara el ungüento ahí mismo en el consultorio. Volví a tomar mi posición boca abajo, mientras el doctor sacaba un tubo de pomada y empezaba a ponérselo entre sus dedos. Con una mano separó una de mis nalgas, mientras con la otra empezó a untarme la pomada por fuera de mi ano, a lo cual al instante solté un respingo por el dolor causado por el contacto de sus dedos con mi adolorido agujero trasero.
¡Ugghhnn! Me quejé.
¿Duele?
-Sí, duele mucho.
-Eso hubieras pensado antes de meterte no sé qué cosas por el ano, niña irresponsable.
- ¡No me metí nada! Fue todo normal- Le respondí molesta.
-Por el ano no es normal, eso solo lo hacen las prostitutas. ¿Acaso tú eres una prostituta? - Me dijo con tono de regaño.
-No, no soy prost...
No terminé de hablar cuando sentí uno de sus rugosos dedos penetrar en mi ano, que no solo me tomo por sorpresa si no también me provocó nuevamente dolor.
-Mmmjnnhnn, pérese, ¿qué hace? - Le dije pujando.
-Pues te aplico la medicina, ¿qué otra cosa voy a hacer? - Me dijo al tiempo que metía su grueso dedo más al fondo de mi ano.
-Pos no lo meta tan adentro - Le respondí.
-Eso le hubieras dicho al fulano con el que te revolcaste, niña estúpida- Me dijo, tomándome por sorpresa su insulto.
-Óigame, ¡no me diga así! No porque yo no quiera que mi mamá sepa, no por eso se va usted aprove...- No acabé de reclamarle cuando me metió otro dedo mas, haciéndome ver chispas de dolor.
- ¡Ugggnnnnnnn! ¡Espereseeee, me dueleee!' - Le dije con tono más fuerte, pero evitando gritar. No pensaba descubrirme yo sola ante el resto del staff de su consultorio.
-Pues te tengo que poner la pomada por dentro, ¿si no como te vas a curar? - Me dijo, al tiempo que movía sus dedos dentro de mi recto, mandándome oleadas de dolor.
-Pues sí, pero me está lastimando. Hágalo despacito, no sea tan brusco.
-Lo hago como debe de hacerse, no me digas tú lo que tengo que hacer. Mocosa engreída. No sé cómo tu madre te aguanta- Me dijo el muy cabrón.
-No hable de mi madre, ¡respétela! Le dije con ganas de mentarle su progenitora.
- ¡No dije nada malo! La que debería de respetarla eres tú y no andar de calentorra metiéndose con tipos. Ábrete las nalgas para ponerte bien la medicina, ¡ándale!' -me dijo el puto doctor.
Pensaba replicar, pero con tal de que ya acabara mi suplicio abrí mis nalgas con mis dos manos, dándole la vista completa de mí, ya para entonces, doblemente maltratado ano. El doctor seguía moviendo sus dos pinches dedos dentro de mí, haciendo círculos y masajeando mi recto. Vació un chorro más de pomada en la entrada de mi ano, y siguió haciendo sus movimientos. Mas ahora al tener una mano libre, vi como la bajaba y empezaba a tocarse su miembro por encima de su pantalón. No pude evitar sentir asco de la situación en la que estaba, boca abajo con el culo descubierto, mientras un vejete que podría ser mi abuelo, me mancillaba hurgando mi recto con sus dedos.
-Ya acabe, chingado, ¡yaaa! Saque los dedos, no mame.
-Cállate ¡mocosa grosera! Primero dices que despacito y ahora me das prisa de que acabe, pues quien te entiende. A ver si para la próxima piensas primero antes de hacer las cosas. Todavía no estás en edad para tener sexo- Me dijo arreciando el mete y saca de sus dedos en mi recto.
-Y usted tampoco ya no está en edad de andar pensando en sexo, ¡pinche viejo marrano! - Le dije ya con un tono más alto y con todo el coraje que tenía reprimido.
-Cállate ¡mocosa grosera! - Me dijo al tiempo que metía un tercer dedo a mi culo, pero esta vez de forma más agresiva.
-¡AAAAHHHHH! ME LASTIMA ¡PENDEJO!! - Le dije gritándole, valiéndome madre si me escuchaban o no. Realmente ahora si el dolor en mi recto había sobrepasado mi miedo.
No le di tiempo, al moverme hacia a un lado para evitar más su penetración sus dedos salieron de mi maltrecho culo, Fue sentir alivio y dolor al mismo tiempo, pues el brusco movimiento hizo que sus dedos magullaran más mi ano al salir. Como pude me levanté y empecé a recoger mi ropa, al tiempo que arrancaba la puta bata medica sin importarme el taco de ojo que el pinche doctor se daba viéndome desnuda. Como ultima humillación el doctor estiró su mano y tomándome desprevenida, embarro sus sucios dedos en mi cara, al tiempo que abandonaba el cuarto.
Terminé de vestirme y abandoné el consultorio a toda prisa, no sin antes mentarle la madre a todos cuanto me topaba en mi camino hacia la puerta de salida, así fueran pacientes o staff médico.
No creo que el doctor se atreviera a contar algo de lo sucedido a mi madre, y arriesgarse a que yo lo delatara. Salí a la calle, y afortunadamente el transporte público pasaba en ese instante. Me fui todo el camino maldiciéndome y arrepintiéndome por la situación en la que yo misma por avariciosa me había metido.