Confesiones de una pastorcilla

Un lector decide confesar su vida a través de mis relatos.

Desde que tenía 18 años, y casi hasta el día de hoy, he vivido los mejores y los peores años de mi vida, caminando entre tempestades de amor y cariño o fríos temporales de desprecio y violencia. En aquel entonces medía 1,70 y pesaría unos 60 kilos, siempre he sido delgado, con el pelo rubio claro y los ojos marrones oscuros.

Soy de un pequeño pueblo avilés, en la parte más castellana y olvidada de Castilla y León (España), una tierra de frío y nieve que pide sacrificios para sacar algo que llevarte a la boca desde la tierra, jornadas de sol a sol cuidando del ganado para sobrevivir y con la sensación de que 24 horas en un día se quedaban escasas. Solo dos tipos de personas prosperaban en lugares así: los que tenían mucho ganado y contactos y los que tenían un pariente prosperando lejos de esas tierras para que ayudara económicamente. En mi caso no éramos ni de un tipo ni del otro, así que tuve que salir del colegio en cuanto tuve las fuerzas justas para andar con las cabras por la sierra, solo en plena naturaleza, a merced del sol, el frío y la lluvia, subiendo a la cima de la montaña cuando iniciaba la primavera para vivir allí sin más, contando las horas para la llegada del otoño y que este permitiera bajar al pueblo. Aún así, aquel lugar en el que tenía el redil de las cabras y mi casa, aquel lugar donde se encontraba mi majada, fue, es y será uno de los sitios más bellos y agrestes que mis ojos jamás llegarán a contemplar.

El contacto con el resto de personas era escaso, cada par de días veía a alguno de mis hermanos que venía a por la leche que se había ordeñado y traía comida para los días siguientes, teniendo que medir bien las raciones si no quería pasar hambre antes de que él volviera. Esas veces en las que mis hermanos venían a traer comida solían traer algo de ropa y, dos veces por mes, vino y tabaco.

Aunque la ropa y la comida se quedaban en casa, el vino y el tabaco eran para dos hermanos cabreros que teníamos de vecinos, a unos cinco kilómetros. Eran dos hombres mayores y asociales, habían vivido toda la vida fuera del pueblo, en grandes capitales de alguna provincia, pero que habían vuelto al pueblo al heredar las tierras y el ganado que sus padres habían dejado tras ellos al morir. Eran de los más acomodados, y en su momento pensé que esa sería la razón por la que apenas se juntaban con nadie y de que nuestro máximo gesto las veces que nos cruzamos fuera un leve movimiento con la cabeza.

A principios de verano mi hermano apareció, como de costumbre, con mis suministros y los de los vecinos, dándome el cartón de tabaco en las manos al mismo tiempo que cogía la leche ordeñada y se iba. No tuve tiempo de reaccionar, pero al acercarme a la ventana entendí el motivo de sus prisas, el sol pegaba fuerte y una tormenta se acercaba, quería abandonar el campo abierto antes de que la misma estallara. Una tormenta en la montaña era peligrosa, los rayos buscaban a las personas y a los animales, caían en cualquier lugar que levantase un palmo del suelo, por lo que lo mejor era recoger a los animales y resguardarse en casa.

Al día siguiente, nada más amanecer, salí con el cartón de tabaco en la mano. El aire aún estaba cargado de la electricidad de la tormenta del día anterior y una extraña sensación me recorría el cuerpo entero, pero sin darle demasiada importancia solté a las cabras y  me dispuse a caminar los cinco kilómetros que me separaban del destino. Al llegar vi que uno de los hermanos iba ya en dirección a la cima de la montaña con su ganado, así que busqué con la mirada al otro para poder entregar el cartón y volverme a mi hogar. Encontré al segundo hermano junto a un corral, totalmente desnudo y haciéndome señas para que me acercara, pero yo solo le gritaba que tenía su tabaco y que me tenía que ir. Haciendo oídos sordos caminó hacia el interior sin  taparse lo más mínimo, obligándome así a acercarme hasta el umbral de la puerta, donde me quedé estático como si algún peligro me acechase, entonces era muy ignorante y no encontraba forma de salir de allí.

—¿Dónde está tu hermano? —Aguanté un soplido de sorpresa al ver cómo aquel hombre volvía a aparecer, aún desnudo, y con varias revistas en la mano —. El trato del tabaco es algo que no se puede romper, así que dime dónde está.

—Se tuvo que ir por la tormenta elec… —Antes de terminar la frase me espetó de nuevo que era un trato que no se podía incumplir.

—Sigueme dentro. —Aquello no sonó humano, fue una orden lanzada en un gruñido al mismo tiempo que me ponía contra el pecho una de las revistas.

La casa era bastante más grande que la mía, pero estaba sucia y olía mal, nadie la había limpiado o ventilado desde hacía mucho tiempo. Yo estaba en medio del salón, con una revista porno en la mano mirando a un hombre que me triplicaba la edad y que poco a poco me engañaba para llevarme a su territorio. El corazón se me aceleró de tal manera que los latidos del mismo sonaban mucho más fuertes para mi que la voz de aquel hombre que me hablaba, pero todo paró en el momento en que una pesada mano se apoyó en mi hombro. Al girar lentamente la cabeza pude ver al otro hermano, al verme llegar había decidido volver pronto a casa.

—Litio, ¿Quién es este ratoncito asustado? —La voz de ese hombre hizo que empezase a temblar, no sabía donde me había metido, pero nada bueno podía salir de aquello.

—No está asustado, Fidel, si se parece a su hermano se portará muy bien.

Sentí la otra  mano del que resultaba llamarse Fidel apoyarse en mi otro hombro, cerrándose sobre ellos para que no pudiera escapar. Litio empezó a acariciarse el pene y los testículos mientras mascullaba de placer, parecía gustarle la idea de verme asustado y acorralado.

—Tranquilo, no te asustes, esto tenía que pasar y es lo más normal del mundo.

A partir de ese momento mis recuerdos están borrosos, se difuminan y se mezclan unas escenas con otras. Recuerdo como Fidel arrastró las manos por mi cuerpo para romperme la ropa y así desnudarme, para pocos segundos después cubrirme su hermano con una bata negra de flores, como si fuera una geisha llamada para su entretenimiento. Recuerdo como sus manos y sus bocas recorrían mi cuerpo sin tocarse entre ellos. Recuerdo sus labios besando y  lamiendo cada rincón de mi cuerpo, caricias en mi polla y testículos para endurecerlos, palabras de amor y vejaciones que a día de hoy aún me asustan. Dejé de temblar de miedo para temblar de placer, y ellos sintieron aquello, porque sus caricias aumentaron y sus besos y lametones pasaron a ser agresivas succiones en mis zonas más sensibles y mordiscos dolorosos en cualquier parte. Cada vez que me quejaba sentía como sus pollas se endurecían o palpitaban con más fuerza, como se mojaban de presemen y se cargaban para correrse al más mínimo estímulo, un estímulo que temía al mismo tiempo que deseaba, sería el final de aquello, pero me daba miedo pensar que pudiera causarme dolor.

No se que se produjo aquel día en mi mente,no se si algo se aclaró o se rompió, pero decidí no resistirme y dejarme convertir en la mujer de aquellos dos hombres, sintiendo así mucha más satisfacción que remordimiento. Vinieron a mi cabeza todas aquellas veces en que intenté masturbarme pensando en mujeres y acababa pensando en como dos fuertes manos estimulaban mis pezones y agarrasen mi culo con fuerza haciéndome sentir poseído. En ese momento decidí que ese era mi destino, que yo nunca sería un hombre como ellos, que jamás sería un macho alfa, mi destino era ser objeto de satisfacción, el juguete de quien desease recogerme, y por el momento aquellos dos hombres fornidos y bastos eran quienes se habían acercado a usarme.

Aquel día me iniciaron y me explicaron sin palabras que yo no iba a ser un culo follable, no iba a ser un mariquita oculto de pueblo al que follasen cuando se aburrieran o tuviesen un calentón. No, yo sería un hombre oculto tras las ropas de una mujer, cumpliría con lo que cualquier mujer debía hacer en aquel lugar y tendría que parecer una. Ese primer dia se me permitió conservar mi virginidad, solo para que me acostumbrase al lugar y a las ropas que debía vestir. Tenía que ocultar mi polla entre las piernas, algo difícil ya que cada vez que sentía alguno de esos dos hombres cerca empezaba a excitarme y se endurecía, haciendo que se rieran de lo patético que era ver como no podía mantener mi polla quieta y en su sitio.

Yo no volví a mi majada, no a por mis cabras, era una mujer, mis machos trabajaban mientras yo me quedaba en el interior. Así era entonces y así me tocó actuar, debía olvidar que jamás hubiera sido un  hombre. Cuando al día siguiente uno de mis hermanos subió a los pocos días se le veía asustado y acelerado, había corrido desde la que era mi majada hasta el lugar preocupado de que me hubiera pasado algo, sabiendo que ese habría sido el último sitio en el que podría haber estado antes de tal  suceso. Fidel abrió la puerta mientras yo estaba en la cocina preparando la comida con un vestido algo andrajoso, así que me acerqué hasta la puerta con disimulo para poder escuchar.

—Tu hermano nos gusta, se le ve inocentón, así que nos lo vamos a quedar. Tu tranquilo que no le faltará de nada, comerá, tendrá ropa y muchísimo amor, sobre todo del duro que te deja marcas para varios días —Soltó una risotada en ese momento y yo no pude evitar llevarme la mano a una de las cientos de marcas que tenía por el cuerpo, moretones y marcas de dientes me decoraban la piel morena por el sol, que empalidecería según llevase tiempo con ellos —. Venga, os lo compramos hasta que lo recojan para la mili, y si nos dáis también el ganado os damos más dinero del que veis en todo el año, ¿Que me dices?

No quise escuchar más de aquella conversación, pero el que yo siguiera estando con ellos durante varios años me  dejó en claro que mi hermano aceptó el trato y me vendió como si fuera una pieza de ganado.

Ese mismo día me desvirgaron, cuando acabaron de comer lo que había preparado y me disponía a servirme para mi Fidel me cogió del cuello y me dijo que si tenía hambre él sería mi comida. Me empujó al suelo, haciendo que cayera a cuatro patas con el vestido mal colocado, subiéndomelo Litio despacio para rozar su paquete duro contra mi culo tembloroso. Me había acostumbrado en pocas horas a ver que iban desnudos por casa,pero no me había fijado realmente en el tamaño de sus miembros, y eso me pasó factura cuando empezaron a penetrarme. Ambos a la vez se encargaban de penetrarme la boca y el culo al mismo ritmo, buscando que la estocada de uno ayudase a que el otro lo sintiera aún más dentro, haciendo que grandes lagrimones cayeran por mis mejillas por sentir el desgarre anal y las embestidas en mi garganta.

Al mismo tiempo arañaban y acariciaban mi cuerpo, me estiraban del pelo que tendría que dejarme crecer para ser aún más parecido a una mujer y me azotaban el culo con tanta fuerza y precisión que sus manos se marcaban a la perfección. No recuerdo cuánto duró aquello, pero sí que al acabar ellos dentro de mí no pude evitar el correrme yo también, quedando  tirado en el suelo manchado de tres semenes distintos, aún con el vestido puesto y algo más roto de lo que ya estaba, como una puta barata salida del peor callejón del lugar.

Cuando cumplí los veinte me movilizaron para el servicio militar obligatorio, la mili, el momento en que el contrato por el que vivía con aquellos dos hombres terminaba, ya que ni ellos podían salvarme de ese destino obligatorio para cualquiera que hubiera nacido como hombre. Tuve que abandonar mi vida durante un año y choqué contra una realidad muy diferente a la mía. Cuando llegué sólo conocía tres realidades, tres estilos de vida, tres maneras de ver la vida, y ninguna era aceptable para ellos. La vida de niño era demasiado alegre y débil para aquel lugar, la de cabrero demasiado basta y paleta y el haber sido la “mujer” de dos hombres que podrían ser mi padre o incluso mi abuelo si apuraba mucho era algo que me convenía mantener en secreto. Yo seguía feminizado por completo, pero compartía barracones con veinteañeros de hormonas revolucionadas y recibía órdenes de superiores homofóbicos que de enterarse de nada de aquel placentero pasado me enseñarían a golpes que solo podía excitarme una mujer.

En pocos días cambié mi pueblecito de montaña por una plaza militar a 600 kilómetros de allí, en el norte de África. Yo, que siquiera había visto el mar, me encontraba en otro continente.

Nunca encontraré las palabras exactas para explicar cómo fue mi adaptación, para describir aquellos primeros meses en el destino al que se me había obligado a vivir, alejándome del que realmente debía vivir. Fui objeto de vejaciones por parte de compañeros y superiores por mi ignorancia ante la vida, mis compañeros me golpeaban e insultaban como medida de escape a sus frustraciones, sabían que yo no me defendería.

Cierto día mis compañeros se enteraron de algún modo que yo no había probado mujer, y aunque había pocas por el lugar se las ingeniaron para convencer a una de las enfermeras para que se acostara conmigo, convenciéndola de que me estaba haciendo un favor. Cierta tarde en la que me quedé en el barracón con la excusa de estar enfermo para evitar las humillaciones que sufriría en las maniobras la muchacha entró y caminó hasta mi cama. Sería como mucho un año mayor que yo, pero estaba mucho más experimentada en cualquier ámbito de lo que yo lo estaba por aquel entonces. Sin decir ni una palabra se inclinó sobre mí buscando mi boca mientras yo la rechazaba, sin llegar a apartarla, no sabía por qué pero era incapaz de apartarme de ella, sin ser un hombre me hacía sentir tan dominado y poseído como mis dos “maridos” me hicieron sentir en su día, pero no me excitaba. Sentí sus besos bajar lentamente por mi cuello y como desabotonaba mi camisa con cuidado para seguir bajando su recorrido, acariciando mis abdominales levemente marcados por el ejercicio que me había supuesto la vida en la mili, buscaba provocarme para darme placer, pero mi entrepierna no reaccionaba y yo solo era capaz de sentirme sucio. Bajó mis pantalones buscando mi erección, y su cara de decepción al ver que no había endurecido ni un poco me hizo sentir peor de lo que ya me sentía. Aún así no se detuvo, estuvo un rato lamiendo mis huevos y mi polla, intentando endurecerla sin éxito, hasta que conseguí reaccionar y pedirle que parase, haciendo entonces que se fuera avergonzada y con lágrimas en los ojos.

—Fidel... —En cuanto quedé a solas en la habitación mi cuerpo reaccionó a todos aquellos estímulos trayendome a la cabeza a aquellos dos hombres que tanto me habían dado durante años —, Litio…

No pude evitar masturbarme al sentir como mi erección crecía, llevando mis dedos a mi ano para acariciarlo y penetrarme con ellos lentamente. Recordaba los besos de aquella joven pero imaginaba que alguno de mis dos hombres me los daba mientras el otro se entretenía lamiendo mis huevos. No pude darme mucho tiempo para mi, podrían volver mis compañeros en cualquier momento, pero pensar en mis hombres aunque fuera solo un rato y poder sentir que me lamian y besaban me reconfortó aquella tarde.

A los meses de estar allí, no se si por piedad, no querer verme más o puro azar, me destinaron como auxiliar de un general retirado con problemas de salud varios necesitado de un ayudante las 24 horas del día. Era un hombre viudo que en su día había tenido cierta relevancia en el Gobierno Militar Español, pero que tras jubilarse y perder a su mujer se había quedado solo a merced de su enfermedad. Me habían ordenado cumplir con todo lo que pidiera, así que el día en que empezó a pedirme favores sexuales, por mis ganas de cumplir las órdenes para evitar reprimendas o por mi poco mundo vivido, me pareció algo normal y lógico.

El hombre me decía que le recordaba a su difunta mujer de joven, y que podría ayudarle mucho si ocupaba su lugar. Caminaba por la casa únicamente en calzoncillos los días de calor y cuando sentía frío tenía derecho a ponerme una de sus camisas, así como aparecía la mujer a la que suplantaba en muchas de las fotos que había por la habitación. Debía despertarlo con el  desayuno en la cama y comerle los huevos lentamente los días corrientes y hacerle una mamada hasta el orgasmo las fechas especiales, que se me antojaban mucho más habituales de lo que me gustaría que hubieran sido. Como él solo no podía ducharse ni bañarse me tocaba hacerlo a mi, mientras el me mojaba para verme más sexy o me pedía que lo masturbase para mancharme con su semen. Aún así yo me llevaba algo de placer alguna vez, cuando por las noches decidía que no quería dormir solo y me metía en su cama, restregando su cuerpo contra el mío mientras susurraba el nombre de Madelaine, su mujer fallecida. Cada vez que sentía su polla rozando mi culo no podía evitar suspirar de placer, hacía caso ante el  nombre que me había puesto y fingía ser quien él quería para poder sentir como me hacía el amor pensando en otra, como poco a poco se abría paso en mi interior para acabar dentro al poco tiempo por la precocidad que le daba la edad. Eran momentos breves y fugaces, pero los disfrutaba como nunca.

Cuando llegó la hora de licenciarme este hombre me propuso un trato, me ayudaría a buscar un trabajo que me interesase y me pagaría los estudios necesarios para él siempre y cuando yo fuese en vacaciones unos días para seguir siendo su amante. Dado que mi vida era el monte,los animales y la naturaleza me metí en la escuela de Agentes Medioambientales con el objetivo de ser guardabosques al acabar. Aquel hombre murió poco antes de que me graduase, apenas unos meses, pero eso hizo que pudiera hacer las prácticas donde quisiera y no cerca de él, como me había pedido en un principio.

Finalmente decidí hacer las prácticas en Cataluña, en un pueblo muy de sierra y muy costero, además de muy europeo y avanzado, mientras que en toda España se veía mal la homosexualidad, allí podía sver tranquilamente parejas del mismo sexo, travestis y transexuales por la calle.

Vivía en un piso alquilado a una señora algo mayor que tenía una hija algo mayor que yo, que me involucró en su vida desde el principio hasta convertirse en mi compañera de vida. Es una mujer grande que me saca media cabeza de altura, muy segura e imponente, perfeccionista y dominante, justamente lo que necesitaba y tanto me gustaba. Se había quedado viuda poco después de casarse con un niño de tres años que cuidar, pero eso no le impidió enseñarme a disfrutar de la vida cayese lo que me cayese.

Por supuesto le conté mi vida, sin ocultar ninguna de mis facetas, confesando haber sido mujer de dos hombres y amante de otro más, alegrandome enormemente cuando a ella le dio igual aquello y simplemente me dijo que si quería estar con ella lo estuviera, y si no, no.

Un año más tarde nació nuestra primera hija y a los cuatro ya eran tres. Era una vida que me hacía feliz, Charo se encargaba de todo lo que era importante, no solo era y soy una comparsa en esa vida, pero había algo que me oprimía el pecho. Nunca rematé como hombre, y no creo que lo haga jamás, pero lo que me faltaba era sentirme de nuevo llenó, y fue algo que mi esposa notó. Una noche gélida de invierno, cuando volví de trabajar, me encontré con que mi mujer había dejado a los niños con su madre, cosa extraña ya que el núcleo familiar rara vez se separaba. Charo me dijo que me duchase para sacar el frío del cuerpo, y yo no me lo pensé dos veces, pero cuando fui a coger una toalla para secarme o mi albornoz para envolverme en él, me encontré con que solo estaba su albornoz en el baño. Quedé envuelto en esa gran masa rosa y cuando salí la vi reírse, sentí que algo había cambiado, su actitud había cambiado, fue su parte posesiva y dominante la que le hizo querer ser un macho, y con esas dos acciones me hizo ser a mi su mujer.

Me llevo a la habitación y por primera vez en mi vida tuve ese sexo tanplacentero del que todo el mundo habla, ese que te hace tocar el cielo con los dedos. Ella fue mi marido y yo su esposa, compró juguetes de sobra para estimularme y darme placer sin dejar de sentirlo ella. Al día siguiente me costaba caminar por el temblor que mis piernas mantenían tras tantos orgasmos y sentarme era un suplicio por la manera en la que habíamos hecho el amor, pero a día de hoy sigue siendo la noche que más disfruté y que no cambiaría por nada. DEsde ese día, y cada vez que nadie nos ve, ella es el marido y yo la mujer, me dio unos pocos estrógenos para ver si me crecía el pecho, y a día de hoy sigo teniendo algo, lo cual encanta a mi mujer y también al amante que ella misma me buscó, pero eso ya sería otra historia para contar.