Confesiones de una monja pecaminosa

Una monja se confiesa con un viejo cura.

La hermana Anne, una joven de estatura mediana, rubia, de ojos azules y carita angelical, estaba arrodillada delante del confesionario con las manos juntas en posición de orar y con la cabeza agachada. Le decía al cura:

-Perdóneme padre porque he pecado.

-Cuénteme, hermana.

-No sé cómo decir esto. Tengo sentimientos por otra persona.

-¿Es la primera vez que los tiene?

-No, he tenido sentimientos por otras personas, pero estos sentimientos me queman por dentro.

El cura tenía más de ochenta años y era muy curioso.

-¿Son deseos carnales por alguien?

-Sí, padre. Son sentimientos pecaminosos.

-¿Son deseos por otra mujer?

-Sí, padre, son sentimientos por una de mis hermanas.

-Cuénteme todo desde el principio. Quiero saber que pasa en ese convento.

-¿Para qué?

-Para perdonar a todas las que no tienen el valor de confesar sus pecados carnales.

La monja no estaba segura de si haría bien confesando los pecados de sus hermanas.

-No sé...

-¿No querrá que mueran en pecado?

-No, padre.

-Cuente, hija, cuenta.

La monja se siguió confesando.

-Estaba yo de rodillas fregando el piso de un pasillo del convento con un cepillo cuando la vi por primera vez, era morena y muy guapa, venía con la madre superiora y la hermana Agnes. La madre superiora, me dijo:

-"Hermana Anne, recoja y venga a la celda contigua a la suya."

-Sí, madre superiora.

-"Allí la esperamos."

-Al acabar fui a la celda y allí estaban las tres sentadas en la cama. La madre superiora me dijo:

-"Hermana Anne, esta es la hermana Nelly."

-Encantada de conocerla, hermana Nelly -le dije sonriendo.

-"Es muy tímida, su madre la dejó aquí para que la llevemos al buen camino. La dejo a su cuidado, hermana." -dijo la madre superiora.

-La madre superiora y la otra hermana se fueron. Me senté al lado de la hermana Nelly, y le dije: A mí me abandonaron en la puerta del convento y me criaron las mojas. No sé nada de la vida exterior, pero del convento te puedo decir muchas cosas y todas buenas.

-"Yo no quiero estar aquí" -me dijo ella con carita de pena.

-Si no quiere estar en el convento puede irse cuando quiera.

-"No puedo, soy mala y solo Dios puede ayudarme."

-Se abrazó a mí. Me dio tanta pena que le acaricié la cabeza cómo si fuera una niña, y le dije: No tenga miedo, todo va a ir bien.

-"Ojalá"

-Al día siguiente salí a dar un paseo por el bosque del convento y vi a la hermana Nelly sentada en una roca. Me senté a su lado, le sonreí y le pregunté: ¿Está mejor hoy, hermana? Me dijo que no con la cabeza. Le cogí una mano y le dije: Sabe, yo a veces me siento triste, pero luego se me pasa con el cariño de mis hermanas. Se acostumbrará a estar aquí.

-"No creo"-dijo con una sonrisa forzada.

-Saqué una petaca. Cuando la vio la hermana Nelly me preguntó:

-"¿Eso es vino sacramental?

-Sí, lo es, le dije sonriendo.

-"¿No es un pecado, hermana?"

-Sí, pero después me confieso. Eché un trago y le ofrecí. La hermana Nelly bebió un poquito, puso cara de asco y me dijo:

-"Me quitaron de las brasas y me han puesto en el fuego."

-¿Lo dice por el vino, hermana?

-"No, lo digo porque me gustaba una chica, y ahora aún me gusta usted más, hermana."

-Aquella confesión no la esperaba. Me salieron los colores. Me levanté y antes de irme, le dije: Rece, hermana, rece y quite de su cabeza los pensamientos impuros.

-"Aunque quisiera no podría, hermana, es usted tan bella..."

-Al día siguiente fueron todas las monjas a confesar y después de recibir el cuerpo de Cristo, me dijo la madre superiora:

-"Las hermanas Lucy y Jenny han faltado a la comunión. Eso es una falta muy grave. Vaya y encuéntrelas."

-En el bosque oí risas y fui a ver si eran ellas. Sí que lo eran, pero no esperaba encontrarlas cómo las encontré. Se estaban besando y se habían quitado la cofia. Sus largos cabellos de color negro y pelirrojo caían por sus hábitos. Me escondí detrás de una roca y me puse a mirar. La hermana Lucy, la del cabello negro le quitó el hábito a la hermana Jenny, y la hermana Jenny se quedó vestida solo con sus bragas blancas, sus medias blancas, el rosario con la cruz colgado al cuello y los zapatos negros. La hermana Lucy le echó las manos a los pechos, unos pechos grandes...

Al cura le gustaba llamarle al pan, pan, y al vino, vino. Le dijo:

-Tetas, hija, al hablar de sexo se dice tetas.

-¿No es pecado decir tetas, padre?

-No, lo que es pecado es comerlas. Sigue.

La monja siguió con la confesión.

-Después le apretó las tetas y se las chupó. La hermana Jenny gemía y tenía cara de estar sintiendo un gran placer cuando dijo:

-"¡Dios mío, esto es el cielo!"

-Luego le quitó el hábito ella a la hermana Lucy y quedó vestida igual, con las bragas y las medias blancas, el rosario y la cruz colgando al cuello y los zapatos negros. La besó con lengua y la hermana Lucy se la chupó, después la hermana Jenny le dijo:

-"Estás muy rica."

-Le acarició y le lamió las tetas, que aún era más grandes que las de la otra hermana. Luego le quitó las bragas. Tenía mucho vello negro en aquel sitio, Lucy se las quitó a ella y aún tenía más, solo que el suyo era pelirrojo. La hermana Lucy extendió el hábito sobre una roca, se sentó encima y la hermana Jenny lamió aquel sitio de abajo a arriba...

El cura la interrumpió.

-Coño, hija, al hablar de sexo se dice coño.

-¿No es pecado decir coño, padre?

-Decir coño, no, comerlo sí.

-Pues bien, lamía su coño de abajo a arriba y después se lo frotaba con la palma de la mano. Poco más tarde Lucy se abrió mucho de piernas y la hermana Jenny le metió dos dedos dentro del coño. Mientras se lo metía y se lo sacaba dijo palabras muy fuertes.

-Dilas.

-Decía: "Más rápido, puta londinense, puta de dos chelines, meretriz de barrios bajos, cabrona..."

-¿Y gemía?

-Mucho, padre, gemía mucho.

El cura dijo en bajito:

-Quien tuviera diez años menos.

-¿Qué ha dicho, padre?

-Nada, hija, nada, siga hablando.

-Al final le quitó los dedos de coño, se lo lamió con celeridad, se lo volvió a frotar con la palma de la mano y la hermana Lucy le dijo:

-"¡Me corro, hija de Satanás!"

-¿Eso dijo?

-Sí padre, y viendo cómo se sacudía me entró el mal de San Víctor y con él se me estremeció el cuerpo al tiempo que sentía un tremendo placer y oriné por mí, padre, oriné, pero mis bragas no se mojaron con orina, ya que metí una mano para colocar bien las bragas y me salió llena de babitas.

-Eso es que te corriste, hija.

-¿Se le llama así al placer que sentí?

-Así se le llama.

El cura le preguntó a la monja:

-¿Le comió la hermana Lucy el coño a la hermana Jenny?

-No, padre, cómo tardaba en llevarlas de vuelta, dos hermanas vinieron a buscarnos. Oí como hablaban. Las hermana Lucy y Jenny también las oyeron. Cogieron sus ropas a toda prisa y salieron corriendo. Yo fui al encuentro de las hermanas Celestine y Clarise para darles tiempo a que se vistieran. Al encontrarlas nos saludamos haciendo una reverencia, y después me dijo la hermana Clarise:

-"Vuelva al convento que ya nos encargamos nosotras de buscar a las hermanas."

-Regresando al convento me encontré de frente con la hermana Nelly. Estaba llorando. Al estar a su lado le pregunté: ¿Qué le pasa, hermana? Me abrazó. Al mirarme le sequé las lágrimas con un dedo doblado. Ella me besó con lengua y después levantó un poco el hábito, se dio la vuelta y echó a correr hacia el convento, diciendo:

-"¡Soy mala!"

-Esa noche en mi celda me quité el hábito y el rosario con el crucifijo, me metí en la cama solo con las medias y a cofia puesta, flexioné las rodillas, abrí las piernas.. Mi mano bajó hasta mis bragas blancas y acaricié el coño con la palma de mi mano cómo le hiciera la hermana Jenny a la hermana Lucy. Los pezones se me pusieron duros. Saqué las bragas y después acaricié mi coño mojado con la palma de la mano... Como mis dedos se metían debajo de mi culo, uno de ellos acariciaba mi ano y me gustaba mucho. Tapé la boca con la otra mano porque necesitaba gemir y no quería que Nelly me oyera en la celda de al lado. Estaba tan caliente que poco después me corrí mejor que las hermanas Jenny y Lucy, ya que ellas no habían eyaculado y yo lo hice. Luego con la espalda apoyada en la cabecera de la cama y la cabeza cubierta con la cofia apoyada en la pared quise meter dos dedos en el coño.

El cura estaba gozando al oírla.

-¡Que bien suena la palabra coño en su boca, hermana!

-¿A qué viene eso, padre?

-Tranquila, soy demasiado viejo para ciertas cosas. ¿Dónde aprendiste a masturbarte?

-La masturbación es pecado.

-Pues pecaste bien, hija.

-¿Al copiar lo que les vi hacer a las hermanas Jenny y Lucy me estaba masturbando?

-Sí, hija, si.

-¡Vaya! ¿Por qué todo lo que da placer es pecado, padre?

-Eso mismo me preguntó yo. Siga contando, hermana.

-Pues cómo le decía, con la mano derecha llena de jugos blancos y espesos quise meter dos dedos en el coño cómo le viera hacer a las hermanas, pero no me cabía, así que metí uno, el dedo medio, y me di placer con él. Con la otra mano acaricié mis pequeñas tetas y poco más tarde sintiendo mis propios gemidos me subió otra vez el hormigueó y me volví a correr.

-Te hiciste una dedo delicioso.

-¿Dedo?

-Sí, es otro nombre le la masturbación femenina. Te masturbaste deliciosamente.

-Deliciosa es la hermana Nelly.

El cura quería más.

-Cuenta.

-Una noche entró en mi celda y me confesé, le dije: Tengo un problema con una hermana. Nunca me había sentido así.

-"¿Sientes mariposas en el estómago? -me preguntó.

-Si.

-"¿Tiene ganas de estar con ella?"

-Sí.

-"¿La desea y tiene ganas de acariciarla?"

-Sí.

-"A mí me pasa lo mismo."

-Me cogió una mano, me la acaricio mirándome a los ojos. Después me cogió la barbilla y con sus labios a milímetros de los míos me dijo:

-"¿Quiere que le dé placer?"

-Sí, susurré mientras sentía cómo mi coñito mojaba las bragas. Sus labios se unieron a los míos en un beso de amor, a ese beso siguió otro y otro, y entones su lengua entró en mi boca. Fue algo maravilloso. Gemí cuando su lengua rozó mi lengua. Ella acariciaba mi mejilla, me besaba, me miraba a los ojos, me volvía a besar...

-"Eres la mujer más bella y sensual que he conocido. -me dijo mientras me quitaba la cofia."

-Me besó y me lamió el cuello. Me lamió una oreja, me mordió en el lóbulo y luego susurró:

-"¿Quieres que te lleve al cielo?"

-Asentí con la cabeza mientras una de sus manos se metía entre mis piernas. Me acarició el coño por encima de las medias blancas y me susurró palabras tiernas al oído. Me besaba en la boca y me lamía el cuello. Yo ya no paraba de gemir. Besándome me echó hacia atrás sobre la cama, acarició mis tetas y me las mordió por encima del hábito. Me abrí de piernas y volvió a acariciar mi coño. La humedad ya había traspasado mis bragas blancas y mojó los cuatro dedos que movía alrededor de mi coño. Besó mi barriguita, el interior de mis muslos entre las medias y las bragas. Metió un dedo debajo de las bragas y acarició con un dedo mi botoncito, después cogió la goma de mis bragas. Creí que me las iba a quitar, pero las bajó un poquito y después las subió tirando de la goma y apretando su mano contra mi coño. Me miró a los ojos y subió y bajo la braga apretando la mano contra mi coño varias veces, luego la apartó para un lado y me preguntó:

-"¿Te vas a correr para mí?"

-Sí, le dije entre gemidos.

-"Va a ser bonito sentir cómo te corres."

-Tres dedos de su mano derecha se movieron en círculos sobre mi botoncito, sentí que estaba muy cerca de correrme y cuando su legua lamió mi coño me corrí en su boca. Me corrí temblando y gimiendo cómo una loca con el placer que sentí.

El cura que estaba disfrutando al oír a aquella linda muñequita con su hábito de monja, le preguntó:

-¿La hizo correr solo una vez, hermana?

-No, padre, me corrí más veces, pero ya sabe lo que pasó. No creo que haga falta que le cuente más.

Al viejo cura no se le levantaba la polla, pero la tenía mojada de aguadilla, cosa que hacía quince años que no le pasaba. No podía consentir que dejara la confesión a medias. Le dijo:

-Tengo que saberlo todo. Continúa, hija.

-Es que recordando me estoy mojando, padre.

-Eso muy rico y no es pecado, hija.

-Si usted lo dice...

-Sí, lo digo.

La monja continuó confesándose.

-Después de correrme me metió un dedo dentro del coño y comenzó a besarme. Yo abrí las piernas del todo y su dedo comenzó a moverse alrededor. La hermana Nelly estaba haciendo hueco, ya que poco después, sin dejar de besarme, metió dos dedos dentro de mi coño. Entraron muy apretados, pero al meter y sacar y moverlos alrededor enseguida entraron y salieron sin dificultad y dándome mucho placer. Un poco más tarde dejó de meter y sacar y me quito los zapatos y las bragas. Me levantó una pierna y me acarició y me besó la planta del pie con la media puesta, me besó los dedos y me acarició la pierna mientras me miraba y sonreía. Yo sin pensar lo que hacía me toqué el coño. Al sentir placer me avergoncé y quité los dedos. La hermana Nelly pasó de besar mis pies a besar mi boca y mi cuello. Me quitó la cofia y yo me quité el hábito. Vio mis pequeñas tetas y mi rubio vello púbico y me dijo:

-"Eres un ángel"

-Arrodillada detrás de mí, besando y lamiendo mi cuello y mi oreja izquierda, me dio un masaje en las tetas. Mis gemidos subieron de tono cuando metió dos dedos dentro de mi coño al tiempo que acariciaba mis tetas y besaba mi boca. Me iba a correr otra vez cuando paró, se puso enfrente de mí y subió el hábito. Me abrió las piernas, volvió a meter dos dedos en mi coño y mirándome de nuevo la los ojos comenzó a meter y a sacar. Luego metió su cabeza entre mis piernas y metiendo y sacado los dedos me lamió el coño y el botoncito y me dijo:

-"Di, me corro, cuando veas que llegas al éxtasis."

-Me sorprendí a mi misma masajeando mis tetas y moviendo la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo y alrededor... Antes de un minuto le dije: ¡Me corro! Corriéndome eché las manos a rosario y lo rompí. Las cuentas y el crucifijo cayeron sobre la cama. ¡Me corro!, volví a decir. Después de correrme me metió los dos dedos en a boca y chupé mis jugos. La hermana Nelly siguió lamiendo y besando mi coño y mi botoncito.

El cura realmente quería saberlo todo.

-¿A qué saben sus jugos, hermana?

-Tienen un sabor indescriptible.

-Fue un polvo de padre y señor mío.

-¿A lo que hicimos se le lama polvo?

-Si, hija, sí, y a eso que tú le dices botoncito se le llama clítoris, clitorides en latín, de ahí viene. ¿Te sigues mojando al recordar, hija?

-Sí, padre, tengo las bragas empapadas.

-¿No le hizo nada a ella, hermana?

-¿Quiere que siga?

-Claro que sí, siga.

-La hermana Nelly después de hacerme gozar se quitó el hábito. Mirando para sus voluptuosas tetas me dijo:

-"Deme placer, hermana Anne."

-Arrodilladas una delante de la otra le cogí las tetas por debajo y las levanté. Estaban blanditas. Lamí su areola marrón y el gordo pezón de su teta izquierda y después la chupé. De esa teta pasé a la otra y le hice lo mismo. Después me cogió la cabeza y nuestras lenguas se volvieron a encontrar. Mientras nos besábamos ya no escondí mi lujuria, ni la escondí cuando volvió a llevar mi cabeza a sus tetas. Se las devoré, padre. No sé que me pasó que me volví una fiera, una fiera que se escapa de su jaula y devora todo lo que encuentra. Metí mi mano derecha dentro de sus bragas, me encontré con su coño empapado y le metí dos dedos dentro. Si a ella le dio gusto a mí se me estremeció el cuerpo sintiendo cómo mis dedos se deslizaban por su coño. Metiendo y sacando echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gemir con fuerza. Sus gemidos alimentaron a la fiera y mis dedos entraron y salieron de su coño a la velocidad del rayo. Me besó con lujuria y después me dijo:

-"¿Quiere que me corra en su boca, hermana Anne?"

-Sí.

-Se puso de pie en la cabecera de la cama con la espalda apoyada en la pared. Vi sus bragas blancas mojadas, muy mojadas. Se las bajé y vi su coño con mucho vello negro. La hermana Nelly abrió las piernas. Le lamí el coño y me salió la lengua llena de babitas agridulces. Aquel coño estaba riquísimo. Lamí mientras la hermana Nelly decía:

-"Gracias por darme este placer, ooooh, gracias amor, ooooh, sigue, ooooh, sigue, ooooh, Sácame una corrida que recuerde eternamente, ooooh..."

-Yo la escuchaba hablar, la veía mover su pelvis, la sentía acariciar mi cabello y gemir mientras lamía su coño muy lentamente y sentía cómo el mío goteaba. De repente se puso tensa, y dijo:

-"¡Me corro, hermana!"

-En mi lengua cayeron jugos calentitos que al tragarlos casi hicieron que me corriera yo también. Después de correrse cogió mi cara, lamió mis labios y después metió su lengua en mi boca y nos besamos largamente. Luego le hice lo que me gustaría que me hiciera ella a mí si estuviera en su lugar, le metí un dedo el coño y le lamí el botón..., le lamí el clítoris. Comenzó a gemir de nuevo y en muy poquito tiempo, dijo:

-"¡Oh, dios, oh, dios, o dios que me corro, que me corro, que me corro! ¡Me corro!"

-Se volvió a correr mientras tapaba la boca con una mano para acallar sus escandalosos gemidos de placer. Luego se volvió a agachar y me volvió a besar, hizo que me levantara. Se puso en mi lugar y yo me puse contra la pared dándole el culo. Me cogió las nalgas, me lamió el ano y metió su lengua en él... Repitió ese mismo acto muchas veces. No podía ni imaginar que una cosa tan guarra pudiera ser tan dulce.

El curioso volvió al ataque.

-¿Qué fue lo sintió al comerle el culo, hija?

-Algo extremadamente agradable. Si no para de jugar con él me corro de nuevo, pero paró y me dijo:

-"Dame tu coño y come el mío."

-No sabía cómo complacerla hasta que ella me dio la vuelta y acabamos una encima de la otra cómo dos perdidas. La hermana Nelly comía mi coño y yo comía el suyo. Lamiéndoselo vi cómo se le cerró. Oí un gemido muy fuerte y al abrirse el coño me llenó la boca de jugos. La hermana Nelly chupó mi clítoris y yo me corrí por última vez, ¡Pero cómo me corrí, padre! Me corrí cómo una fuente.

-¿Te mojaste más de lo que estabas mientras recordabas?

-Ya tengo las bragas para tirar, padre.

-No las tires, dámelas a mí.

-¡Padre!

-Anda sé buena. No sé a qué huele el coño de una mujer.

-Es usted un picarón.

Anne miró que no la viera nadie, se quitó las bragas, fue por el otro lado del confesionario y se las dio.

-Tome.

El cura cogió las bragas, La monja volvió a donde estaba, y oyó al cura decir:

-Yo te absuelvo. Reza lo que crea conveniente. Yo no voy a ser quien te ponga penitencia por lo que has hecho.

-¿Y las hermanas que no tienen el valor de confesarse?

-Quedan todas absueltas.

La monja se fue. El cura lamió las babitas que había en las bragas, las olió profundamente, y dijo:

-¡Dios, qué recuerdos me traen este sabor y este olor!

Quique.