Confesiones de una chacha sumisa

Os contaré cómo empezó mi dominación y sumisión a un hombre, trabajando para él como asistenta.

Soy joven, veintipocos años, rubia, pelo corto, y no soy gorda, pero quizá me sobran algunos kilos; aparte de esos kilos de más creo que no estoy muy mal físicamente, tengo unas tetas bastante grandes, con pezones oscuros y duros, y un culo también grande, y muslos rellenitos. Pero nunca he sido muy lista, dicen que soy demasiado tímida e ingenua, y que me dejo llevar por los hombres. Eso es lo que me pasó con uno en concreto, y cómo acabó dominándome por completo.

Soy asistenta, llevo haciéndolo un par de años y se me da bien. Gracias a una amiga de una amiga me enteré que un joven soltero necesitaba una chica que limpiara en su casa tres veces a la semana. Para completar todas mis horas de trabajo me pareció perfecto el horario, así que me presenté un día en su casa para una entrevista. Era un joven de unos treinta y tantos, no demasiado alto pero si musculoso, parecía simpático y buena persona, y su piso era pequeño y bonito. Me contrató.

Cuando limpio en un piso suelo llevar ropa vieja, pero limpia y cómoda: zapatillas, camisetas, faldas, a veces batas. Las cosas raras empezaron a los pocos días. Él estaba muchas veces en casa mientras yo limpiaba, los primeros días se comportaba normal, aunque noté que me miraba con deseo, pero eso no me molestaba. Pero poco a poco empezó a vestir cada vez con menos ropa delante de mí, a veces sólo una toalla a la cintura, siempre el pecho descubierto, e incluso en ropa interior. Me ponía nerviosa, pero al mismo tiempo me excitaba un poco.

Un día estaba a cuatro patas en el suelo, limpiando unas manchas, y él sentado en el sofá mirándome, sólo con una bata; la tenía medio abierta y se le veía la polla. Cuando estuve a su altura se apartó la bata y abrió las piernas: tenía mucho pelo en las piernas y el pecho, y su polla era grande, incluso con una medio erección, como estaba ahora. -¿Te gusta lo que ves? Yo no sabía qué decir, estaba demasiado sorprendida y confundida. Él entonces me agarró con fuerza y me arrastró justo hasta su polla, y me dijo que se la chupara; yo no quería, pero a la fuerza me la metió en la boca. Me la saqué y le dije que no quería, que eso estaba mal, y él me pegó una bofetada en la cara, y llamándome puta, me dijo que haría todo lo que él me dijese; y me la volvió a meter en la boca. Quizá fue la sorpresa, o el miedo, o el calor que sentía en la cara por la bofetada, pero el caso es que no protesté y se la chupé hasta que se corrió en mi boca, obligándome a tragarme todo.

Cuando me fui de su casa me dije que no volvería más, pero inexplicablemente me presenté el siguiente día que tenía que ir a limpiar. Él me miró sonriendo y satisfecho y me dijo: -Sabía que volverías, vi en tu cara que estás deseando que un hombre te diga cuál es tu lugar. Me llevó a su habitación y me enseñó algunas ropas: -A partir de ahora vestirás como yo te diga mientras limpias aquí, y harás exactamente todo lo que yo te diga, ¿me has comprendido bien, puta? Casi susurrando le dije que sí, y él me propinó una nueva bofetada. –Me llamarás siempre amo, ¿has comprendido, esclava? –Sí, amo. –Eso está mucho mejor, que no se te olvide.

A partir de entonces yo seguía limpiando la casa como siempre, pero llevaba la ropa que él me decía. Normalmente tenía que ir desnuda, sólo con un pequeño delantal, y generalmente descalza, aunque a veces me hacía llevar zapatos, siempre muy eróticos: con mucho tacón, o plataformas, o sandalias. Nunca podía llevar ropa interior, y si no era el delantal, era una bata muy cortita y abierta; a veces tenía que ir totalmente desnuda. Así vestida le excitaba y él podía meterme mano o follarme siempre que quisiera y le apeteciera. Le gustaba especialmente agarrarme por detrás cuando estaba fregando los platos, sólo tapada con el delantal, y follarme por detrás, mientras me mojaba de agua y jabón las tetas. O cuando estaba arrodillada limpiando alguna mancha del suelo, plantarse delante de mí para que se la chupara, o follarme por detrás, o incluso sentarse encima de mí como si fuera una yegua para cabalgarme. Todo aquello me parecía tan humillante, pero al mismo tiempo me excitaba, el haber sido dominada de esa manera por un hombre, y ser convertida en su objeto sexual, objetivo de sus perversiones, en el fondo me gustaba.

Aprovechaba también cualquier momento para lamerme el cuerpo, pasarme su lengua por todas las partes de mi cuerpo: mi cara, mi boca, mi cuello, mis tetas, mi coño, mi culo, y especialmente mis pies. Disfrutaba lamiéndome los pies cuando llevaba los zapatos que a él le gustaban, pero le excitaba incluso más cuando iba descalza y las plantas de los pies sucias, entonces me las chupaba con deleite. Yo también tenía que hacerle a él todo lo que le apeteciera, y chuparle no sólo la poya, sino el culo o los pies.

Y siempre llamándole amo, y él a mí esclava o puta o zorra.

Pero había cosas que me daban especialmente asco, aunque las aguantaba y sufría. Una vez entró en el servicio cuando yo estaba desnuda meando (por supuesto, hiciera lo que estuviera haciendo, jamás podía cerrar por dentro el baño), se colocó delante de mí, se sacó la polla y me empezó a mear encima; apuntaba a todo mi cuerpo y pronto estuve empapada de su líquido caliente, incluso la cara, me obligó a abrir la boca y apuntando dentro me lo tuve que tragar. Desde entonces, si se daba la ocasión me meaba encima.

También le gustaba penetrarme no sólo con su polla, sino con cualquier objeto que pudiera servir. Me penetró el coño y el culo con pepinos, plátanos, botellas. Cuanto más grande era el objeto más me dolía y más gritaba, y más se excitaba él. Tenía algunos objetos eróticos, como bolas chinas y cosas parecidas, que a veces me obligaba a llevarlas introducidas durante horas, e incluso cuando me iba a mi casa seguía con ello dentro, provocándome orgasmo tras orgasmo, sin poder controlar la excitación. Todo esto le excitaba a él, y nunca había conocido a ningún hombre que se corriera tantas veces, ni que produjera tanto semen, era una máquina.

Me puso un collar, como el de los perros, al que podía enganchar una correa, y se divertía poniéndome a cuatro patas y tirando de mí. También se convirtió en mi proxeneta particular, obligándome a follar con cualquier amigo suyo que viniera a verle. Pronto se corrió la voz, y me convertí en la atracción de todos sus amigos, venían a la casa sólo para follarme, y mi amo disfrutaba viendo cómo me follaban; normalmente no participaba, sólo miraba y animaba a su amigo a follarme de cualquier manera, y a que me insultara y me hiciera daño. Y a veces venía más de un amigo suyo a la vez, con lo que una vez me llegaron a follara hasta cinco hombres a la vez. Me acuerdo que ese día, cuando se fueron todos, me quedé en el suelo, desnuda, jadeando del esfuerzo, dolorida, con todo el cuerpo irritado, sobre todo mi coño y mi culo, empapada de semen, tenía semen por todo el cuerpo, goteaba de mis dos agujeros, las tetas empapadas, la cara, mi boca goteaba, al igual que mi barbilla, y mi pelo todo pegajoso y húmedo. Mi amo se acercó y me dijo que lo había hecho muy bien, se sacó la polla y meó sobre mi cuerpo. Luego tuve que limpiarlo todo.

Le gustaba tenerme a cuatro patas y tirar de mi cadena como si fuera una perra; me azotaba el culo con la mano hasta que se me ponía rojo, y a veces incluso utilizó alguna vara para golpeármelo. Empezó a decirme cómo vestir no sólo en su casa sino fuera, me obligaba a venir a su casa sin ropa interior, con prendas muy cortas y sugerentes, y luego me preguntaba si me habían mirado mucho por la calle y quería saber todos los detalles: si me habían silbado, si alguien había llegado a tocarme, si me habían dicho algo, etc. A veces, después de una sesión en su casa en que acababa corriéndose encima o dentro de mí, él o sus amigos, me obligaba a volver a mi casa sin lavarme, sin ropa interior y apestando a sudor y semen.

Toda aquella situación me daba asco, era lo más repugnante y humillante que había experimentado en mi vida; pero al mismo tiempo no podía dejar de ir a su casa a limpiar, me sentía como hipnotizada, todas las guarradas que me hacía las sufría y soportaba, y me excitaban; muchos días, en mi casa, después de haber sido humillada y vejada, sentía la necesidad de masturbarme, y me corría entre gritos de placer.

Un día estaba limpiando la bañera. Ese día sólo llevaba una bata muy corta sin abrochar, ni siquiera llevaba zapatos. Apareció sin avisar, como casi siempre, me agarró por detrás, me separó la bata y me penetró. Me folló el coño y después el culo y no paró hasta que se corrió. Con semen resbalándome del culo y cayendo por mis muslos y piernas me quitó la bata y me obligó a meterme en la bañera vacía y tumbarme. Me dejó allí un rato sola; cuando volvió, se sacó la polla y meó sobre mí. Se había aguantado todo lo que pudo y su meada fue enorme; me cubrió por completo de pis, incluso me hizo abrir la boca y tragarme una buena cantidad. Cuando terminó me dijo que me vistiera, que me daba el resto del día libre y que me fuera a casa, pero sin lavarme ni limpiarme.

Cada me gusta más esta situación, aunque he oído de alguien que podría contratarme también de chacha y es más pervertido y duro; me lo estoy pensando.