Confesiones de un lamedor de pies

Descubre el mundo de un insaciable fetichista de pies...

Son las 4 de la tarde en un concurrido café de la ciudad de Caracas, y me encuentro saboreando un delicioso Capucchino. La bulla del lugar me desconcentra de a ratos, pero mis ojos tienen su propio idioma y saben lo que buscan. Cualquier indicio de piel es bueno, pero particularmente hurgo en las extremidades inferiores de toda hembra que pase. Tengo sed de unos hermosos y suaves pies.

Ver pies es casi un hobbie para mi. Un acto reflejo. Un paso obligado. Un vicio. Una necesidad. Un arte, porque no es fácil captar toda esa feminidad en un pestañear de ojos. Tampoco es fácil ver unos pies hermosos. Pero cuando sucede, todo se torna borroso y no existe nada más.

Esos pies de ensueño se convierten en un manjar suculento, tentador, irresistible. En algo que te hace agua la boca, que doblega tu ego y te obliga casi a suplicar. “Si tuviera esos pies en mi boca, si los pudiera lamer ahora, si pudiera tocárselos o darles un rico masaje…”. Pies, pies, pies. No son solo un fetiche, sino una intensa obsesión. Es algo que acapara toda tu atención. Y no quieres otra cosa sino eso.

No importa donde estés, ni que estés haciendo, unos hermosos pies son un grito obligado de atención. Es casi como si te dijeran “mírenme por favor”. Ver una mujer descalza puede ser algo paralizante. Un analgésico que adormece tus sentidos y te hace olvidar todo indicio de realidad.

La hermosura de los pies puede ir desde unos que sean pequeños y delicados, hasta unos largos pero delgados, de piel suave siempre, perfectamente hidratados y muy bien cuidados. Siempre perfumados y frescos. Siempre impecables y libres. Siempre listos para acariciar con sus plantas alguna textura agradable. Siempre listos para un encuentro con unas manos que los consientan en un dedicado masaje. Siempre orgullosos de ser vistos. Siempre provocando.

Unas plantas de pies aterciopeladas son un manjar ideal. Perfectas para ser vistas de cualquier manera. Sucias, por delatar quizás una larga jornada descalza, o recién salidas del baño, invitando a ser atendidas y por supuesto lamidas. No importa como sean, ellas por si solas son tan llamativas y perfectas que lucen bien en cualquiera de sus facetas.

El placer de un lamedor es sinónimo de pies. Todo comienza y termina con ellos. Con largas jornadas de caricias y besos, que pueden ser dados a la homenajeada no sólo en la comodidad de una cama, sino en un lugar al aire libre como un parque. Estímulos placenteros dados con las manos de quien adora, en combinación con una serie de roces húmedos realizados con su lengua. Una y otra vez. Lamiendo  y besando repetidamente, sin cesar. Lamer, lamer y lamer. Sin más. Con paciencia, con dedicación, mirando siempre a los ojos, sin dejar un solo rincón seco en sus pies. Para un buen adorador de pies no existe nada más placentero que lamer y chupar unas bellas plantas. Y Combinar eso con las chupaditas de todos y cada uno de los dedos de los pies. Sin prisa, saboreándolos largamente, degustándolos, acariciándolos suavemente con la lengua, oliéndolos con placer y restregando con pasión las plantas de los pies adorados sobre la cara de quien, con total entrega, se olvida de si mismo y conoce sólo una palabra: Pies

Estos rituales de adoración desbordada estimulan todos los sentidos, no solo de quien da placer y se vuelve un verdadero fetichista, sino de la dama que se permite disfrutar de sus pies como su fueran su propia vulva. Por lo que se vuelve necesaria y obligatoria la masturbación. Antes, para calmar la mente ansiosa y fantasiosa del lamedor de pies. Durante, para compensar el placer que produce semejante estimulación. Después, para conmemorar el disfrute de lo más dulce e intenso de la feminidad: Los pies. El autoerotismo, onanismo o placer del solitario se convierte en una forma de compartir placer con la fémina que disfruta del ritual. Es una invitación no solo a que ella vea como el lamedor se masturba, sino a que ella lo haga mientras recibe una extensa y dedicada dosis de adoración en sus pies.

Masturbarse con unos pies es, adicionalmente, un delicioso y placentero componente del ritual fetichista. Frotar rítmicamente el erguido miembro masculino con los pies de la mujer, es casi tan estimulante como el mismo hecho de lamer. Con una presión firme y constante, pero suave, ejercida con las plantas de los pies de la adorada sobre la sensible piel que recubre el pene erecto del adorador, resulta no sólo increíblemente excitante, sino una forma inevitable de conseguir el tan anhelado orgasmo. Una ayuda fascinante que seguramente premiará con abundante chorros de blanquecino esperma, los delicados y atrevidos pies de quien otorgue semejante paja.

La penetración anal o vaginal, combinada creativamente con largas dosis de adoración de pies, puede disparar el  placer del sexo a niveles insospechados. Por ejemplo, si el adorador de pies penetra rítmicamente a la fémina complacida en la clásica posición del misionero, puede saciar su ansiedad de pies lamiendo y chupando los pies descalzos de la dama, a la vez que da largas y repetidas embestidas a su órgano sexual. Todo siempre bajo un clima de total espontaneidad y naturalidad, al ritmo que le apetezca a la mujer saciada.

Siempre hay que tomar en cuenta que la mente del lamedor de pies es incansable, siempre abierta al placer en cualquiera de sus formas. Unos hermosos pies son por si solos un potente detonador de fantasías sexuales que debe ser aprovechado por la dama adorada. Para el lamedor es una forma de vida. Para la complacida puede convertirse en una nueva y fascinante forma de recibir placer.

Rey