Confesiones de un hermanastro

Tuvo que pasar mucho tiempo para conocer al que siempre soñé.

Web:http://ampliguitarrista.weebly.com/ Pass: yoteleo

Grupo Facebook:https://www.facebook.com/groups/515684358485590/

Confesiones de un hermanastro

1 – Maldita soledad

A mi madre no le gustaba que me pusiera a jugar al Lego o con mis trenes eléctricos. Siempre que se asomaba a mi puerta y me veía allí en el suelo construyendo castillos, me decía las mismas cosas.

  • ¡Ay! Pareces un niño ahí tirado en la alfombra ¿Qué dirían tus subordinados del trabajo si vieran a su jefe así?

  • Lo sé, mamá. Me lo dices tantas veces… Nadie de mi trabajo va a verme jugando y, además, seguro que les gustaría y harían lo mismo que yo. No me lo recuerdes más, por favor.

  • Has tenido toda una infancia y juventud para esas cosas. Otros de tu edad se dedican a hobbies más serios.

  • Esto es muy serio, mamá. Recuerda que cuando era un niño papá no ganaba demasiado para gastarlo en juguetes. Sé que hacía un gran esfuerzo para que yo tuviese libros para colorear y esas cosas. Y yo, cuando veía los juguetes de otros niños, sentía envidia y rabia. Algunos tenían un PC, videoconsola…Una vez, me dejaste dormir en casa de un amigo y jugamos mucho. Siempre me he conformado con lo que podíais comprarme y… ¡no sabes cuánto os lo agradezco!

  • Tu padre – recordó – hacía un gran esfuerzo para que tuvieras tus juguetes. No podíamos comprarte otras cosas. En cierto modo he de reconocer que, ahora que te sobra dinero, hagas esas cosas que no pudiste hacer. Otros, sin embargo, ya están casados y tienen su familia y compran los mejores juguetes a sus hijos. Juegan con ellos y disfrutan el doble de todo esto.

  • Y tú, mamá… Eres muy joven para parecer una vieja. Siempre encerrada en esta casa, sin cuidarse, sin ponerse guapa y pintarse. Vives con una miserable pensión y con lo que yo puedo darte. Tú sí que deberías buscarte a un hombre que te quiera ¡Muchas se casan a los setenta! Eres muy guapa.

  • No, hijo. A mí ya se me pasó el arroz. La memoria de tu padre está aún muy fresca y, supongo, seré una triste viuda el resto de mi vida.

  • ¡Ni hablar! Hace siete años que murió papá. No vas a faltarle al respeto. Necesitas a alguien a tu lado.

  • ¿Y tú, no?

  • Hmmm. Algún día conoceré a alguien. Tampoco me apetece vivir solo.

  • ¡Claro! Y si te casas seré yo la que me quede sola. Prefiero que sigas jugando con tus Airgam Boys.

2 – Alguien en nuestras vidas

Creo que desde aquella conversación cambiaron mucho las cosas. Yo empecé a jugar menos tiempo y mi madre comenzó a sacar ropa del armario, a hacerle arreglos y a prepararse para salir a conocer gente. La veía muchos días pegada al ordenador chateando y, posiblemente, ya tendría un buen grupo de amigas y amigos. Lo que posiblemente no sabía es que yo lo tenía más difícil. Esperaba encontrar a un hombre joven como yo y no me apetecía demasiado dejarme ver en público. Podía jugarme mi puesto de trabajo.

Almorzábamos un día cuando sonó el teléfono. Descolgó, se levantó y se fue a hablar a otra parte de la casa. Me pareció buena señal.

  • ¿Ya tienes un amigo? – le pregunté cariñosamente -.

  • Sí, hijo ¿Para qué voy a mentirte? Quiero que lo conozcas y me des tu opinión.

  • A quien debe gustarle es ti, mamá.

  • Deja, que sé lo que me digo. En cierto momento tendríamos que compartir nuestras vidas. No sé si tú también.

  • ¡Yo sí que no lo sé! – reí -. De momento seguiré viviendo contigo… o con vosotros… ¿Cómo se llama?

  • Agustín. Es muy guapo, elegante y… tiene mucho dinero.

  • Pues mejor. Si no quieres perder tu pensión de viudedad, no te cases. Estaréis muy desahogados.

  • Ya. Hay algo más. Agustín también tiene un hijo… más o menos como tú. A mí me parece más guapo que su padre. También es elegante y ¡divertido! Es un joven muy divertido. Quizá le gustaría jugar contigo a esas cosas… Aunque los dos sois ya muy mayorcitos para juguetes.

  • ¿Sí?

Me quedé muy pensativo. Estaban pasando muchas ideas por mi cabeza; fantasías tontas que - ¿por qué no? – podrían no ser imposibles.

  • ¿Y no me los vas a presentar?

  • Precisamente hemos estado hablando de eso ahora, Dany. Nos invita a cenar en un asador de lujo el fin de semana que queramos. Irá con Agus, su hijo.

  • ¡Este viernes! Llámalo y cenamos pasado mañana. Lo pasaremos muy bien.

  • ¡Te ha gustado la idea! – exclamó sorprendida -. Parece que tienes más interés que yo.

  • Llámalo, anda – insistí -. El viernes por la noche.

Lo que quedaba de aquellos dos días estuve tan ilusionado como ella. Me la llevé a los grandes almacenes y nos compramos ropa especialmente para la cita. Le hizo gracia que me interesara tanto y que comprase ropa nueva para mí. Fue muy divertido.

  • Mamá – me asomé a su dormitorio -. Mira que estoy harto de ponerme camisas con gemelos, pero estos no soy capaz de abrocharlos.

  • Te deberías haber comprado una camisa con puños de botón. Vas a ir vestido como un ministro.

  • Tú vas a ir muy guapa. No pareces la misma de hace unos meses. Agustín descubrirá a una mujer con la que da gusto convivir.

  • Gracias, Dany. Seguro que Agus también va a descubrir a un… hermanastro como no podía imaginar. Os vais a llevar muy bien. Lo conozco.

«Eso espero – me dije retocándome en el espejo -. Si ese padre es guapo y elegante y el hijo lo es más… ¿quién puede salir ganando? Ahora sólo me falta descubrir por qué no está casado con mi edad…».

3 – Doble encuentro

Dejamos el coche donde me dijo mi madre. No quise que nos bajásemos hasta que no llegaran. Parecía que íbamos a una cena de gala. Nos hubiera faltado tener chófer [ conductor ]. No hizo falta.

Cuando apareció su elegante coche por la esquina pude ver perfectamente que venían tres personas. Tenían su propio chófer.

Tuvieron la delicadeza de bajarse y acercarse a nosotros para saludarnos. Y ese fue el momento soñado por mí durante toda mi vida. Frente a nosotros estaban los dos, mejor vestidos que nosotros si cabe, y de rostro bellísimo, voz melodiosa y ademanes exquisitos. Agustín besó a mamá y me dio un fuerte apretón de manos y mi vista se escapó hacia Agus que, en una de aquellas  miradas, dio un paso adelante y me besó.

Creí que me comía el mundo. Aquellos ojos claros de mirada pícara y la suave piel de sus mejillas se encontraron con las mías. Sé que a mamá no le pareció normal que dos jóvenes se besaran; no sé lo que pensó Agustín. Me sonrió  insinuante al retirarse.

  • ¡Vamos! – dijo Agustín -. Subid al coche. Miguel nos acomodará.

Sí. Miguel, su chófer, se bajó y abrió las puertas traseras. Había dos filas de asientos separadas por mamparas, aparte de la del conductor. Era un Audi especial de negocios para nueve personas.

Agus y yo nos sentamos juntos detrás de ellos; en la última fila. Mamá y Agustín se besaron y Agus me miró sonriente encogiendo los hombros. Parecía quererme decir «¿Qué hacemos nosotros?».

Pensé en besarlo, lo cual me pareció poco serio.

  • Así que tú eres Dany – me dijo -. Te hacía más joven. Dejemos que ellos hablen de sus cosas – cerró la mampara - ¿Quieres un ron para abrir boca?

  • ¡Sí, gracias!

  • Ese asador está a las afueras. Hace tiempo que no voy. Me alegro de volver con tan grata compañía.

Abrió la puerta de un pequeño frigorífico camuflado en la madera de enfrente y puso allí las bebidas.

  • ¿Prefieres oír algo de música o te apetece hablar para conocernos? – dijo poniendo su brazo sobre el respaldar del asiento -. Sé cosas de ti; aunque no muchas.

  • Tengo poco que conocer, la verdad. Si quieres saber algo en concreto…

  • No. Eres tal como tu madre te ha descrito siempre. Quizá no sé nada de tu vida sentimental porque ella no la conoce. Esas son ya cosas personales. Sólo sé que estás tan soltero como yo.

  • Sí – no pude evitar unas risas -.

  • Yo tengo mis ideas – me confesó sin recato -. Espero encontrar algún día a un joven que quiera compartir su vida conmigo. Soy así de especial. Raro, si quieres.

  • Interesante – no le di importancia -. No pensaba encontrarme a alguien raro como yo.

  • ¿Qué vamos a hacer después de la cena? Supongo que ellos querrán pasar un rato juntos.

  • Podemos hacer lo mismo – me la jugué -. Ellos a lo suyo y nosotros a conocernos. Si la cosa no cambia, vamos a tener que aguantarnos mutuamente. Podemos tomar unas copas en casa y hablar sin prisas… si me aguantas.

  • No me parece que tengas mucho que aguantar. Ya casi llegamos. Cuando salgamos a ellos les gustará estar solos. Déjame que yo medie. Nosotros, si quieres, podemos irnos a mi apartamento. Es un lugar un tanto extraño y creo que te gustará.

  • Acepto la propuesta – no lo pensé -. Tengo que conocer a quien será mi hermanastro y lo que hace. Ya vendrás un día a casa. Mi dormitorio también es un tanto extraño.

4 – Cena para cuatro

Me dio la sensación de entrar en un lugar de otro mundo. Si no prestaba uno demasiada atención al exquisito olor a asado que inundaba el restaurante, se sentía uno allí como en otro lugar y otro tiempo.

Agustín y mamá se tomaron de la mano y pasaron primero siguiendo al metre, que nos acompañó hasta un magnífico reservado. Agus, con una mirada sincera y cariñosa acercó un poco su mano a la mía. Me agarré a ella y así cruzamos hasta llegar a nuestros asientos.

  • ¡Señora! – dijo el metre ceremoniosamente -. Si prefiere otro lugar…

  • No, no, gracias – le respondió Agustín -. Aquí estaremos bien los dos. Acomode a los jóvenes, por favor.

El metre separó de la mesa una silla y me hizo un ademán muy cortés para que me sentase. Luego hizo lo mismo con Agus, que quedó enfrente, sólo separados por una estrecha mesa vestida con un mantel rosa, cubremantel, salvamanteles de plata, platos de porcelana de gran tamaño y muchos cubiertos, muchos, a los lados de los platos; copas de todos los tamaños y formas puestos boca abajo y un hermoso florero con ikebana flanqueado por dos velas que cambiaban suavemente de color.

Aunque estábamos en la misma mesa alargada, Agustín y mamá quedaban hacia un extremo y nosotros en el opuesto. Nos entregaron las cartas con páginas plastificadas con botones táctiles para seleccionar. Agus me miró leyendo profundamente ensimismado.

  • ¿Pedimos lo mismo? – preguntó a media voz.

  • Yo como de todo – le dije -. Si tú conoces los platos… elije tú. Ten en cuenta que no como demasiado.

En ese momento, se encendió un pequeño LED en mi carta. «Menú compartido». Pude ir viendo lo que seleccionaba. Me gustaron los nombres de los platos, pero no podía imaginar qué eran.

  • Te va a gustar lo que he pedido – alargó su mano para rozar la mía -. Casi siempre que vengo pido esto.

Otro LED, de color verde, indicaba que se había recibido la comanda. Vino el metre a recoger las cartas e hizo firmar a Agustín un documento que traía en una carpeta de piel.

  • Esto debe ser caro – comenté -. Mamá y yo cenamos a veces fuera, aunque no vamos a sitios así.

  • Supongo que sí es caro, Dany; el más caro. Todo esto hay que pagarlo y la comida es exquisita. No te preocupes por la cantidad de comida porque hay más bien calidad y diseño. Papá trae aquí siempre a las visitas de empresa. Esto vende… ya sabes.

  • ¿Eso quiere decir que quiere comprarnos? – bromeé -.

  • ¡No, por Dios! – se sintió mal -. Los dos hemos decidido venir aquí; sencillamente por compartir con vosotros estas maravillas. Normalmente cenamos en casa. Esto se queda para las visitas de negocios, pero esto no es un negocio. No pienses eso, por favor.

  • ¡Lo siento! – acerqué yo entonces mi mano a la suya -. He hecho una broma de mal gusto.

  • No te preocupes. Sé cómo eres sólo de mirarte. Iría contigo a cenar una pizza; cualquier cosa… pero contigo.

Estaba más que claro que le había gustado a Agus. Él me encantaba y no quise, de momento, ser demasiado directo como él, sin embargo, me gustaba la forma en que me decía todas aquellas cosas; lo bien y lo libre que me sentí a su lado sabiendo que a nadie le iba a importar que me tomara de la mano o me besase.

En cierto momento mamá nos miró con cariño durante un rato. Comentaba algo con Agustín. Supe que los dos tenían en mente lo que estaba pasando al otro lado de la mesa. Me sentí muy bien ¡Muy bien!

  • Verás, Agus… - me acerqué algo a él -. No quiero que estés dudando todo el tiempo. Soy «raro», como tú. Me encuentro muy a gusto a tu lado, así que… dejemos los rodeos.

  • Lo sabía. Lo que no podía saber es si ibas a estar a gusto conmigo y ninguno de los dos sabemos si nos llevaremos bien… ¡Ni siquiera como hermanos!

  • ¡Eso no me preocupa! Yo siempre cedo a muchas cosas para que la gente que me rodea se sienta bien ¿Por qué no iba a hacerlo contigo?

  • Pues… haces exactamente lo mismo que yo.

5 – La burbuja

Después de una cena exquisita, muchas miradas, gestos y algún roce bajo la mesa, salimos de allí tomados de la mano hasta el coche.

Miguel abrió las puertas para que entráramos y nos sentamos atrás cómodamente; reclinando nuestras cabezas en el respaldar. Agus tendió su mano y cogió la mía. La acerqué un poco al centro.

  • ¿Te apetece una copita de algo digestivo? Ahí hay orujo seco. Aunque no es pesado lo que hemos comido, nos ayudará a la digestión.

  • Échame veneno – reí -. Creo que me lo bebería.

  • Me gustan esas cosas que dices – abrió el frigorífico -. De todas formas, si compartimos un trago de veneno ya no podremos compartir nada más.

  • Y… ¿qué te gustaría compartir conmigo?

  • ¿Compartir? – inclinó su cabeza para mírame -. Cualquier cosa; todo; lo que más te guste… También esos juguetes que tienes. Yo juego bastante.

Acababa de dejarme petrificado. Todo aquello que sabía de mí (más de lo que pensaba) debería habérselo dicho mi madre. Y lo más curioso de todo es que él decía que también jugaba. Siguió mirándome fijamente un poco y sirvió dos vasitos de orujo.

  • Parecemos hermanos de verdad – dije -. Ni siquiera somos hermanos de padre o de madre. No nos une nada.

  • Me parece que sí – contestó -. Creo que nos une una buena amistad que podría llegar a algo más. Papá y mamá se casarán por la Iglesia y por lo civil. Seremos hermanos.

  • ¿Por lo civil? – exclamé -. Si se casan por lo civil mamá perderá su pensión de viudedad… y nosotros no dejaremos de ser hermanastros pase lo que pase.

  • No debes preocuparte por eso; somos hermanos. Lo que cobra mamá de pensión mensual es lo que acaba de gastarse papá en la cena.

  • Tendríamos para una cena al mes – repuse -. Es igual. Yo tengo un buen sueldo y está claro que a vosotros no os falta el dinero. Me da la sensación de estar haciendo esto por dinero…

No contestó. Se desabrochó el cinturón de seguridad, se acercó a mí y me besó delicadamente.

  • Sé que no es por el dinero – susurró -. No hay más que verlos juntos. Se aman. Yo les he oído hablar mucho; y de ti. Sabía que el día que te conociera se habría acabado mi soledad ¿Vas a quitarme esa ilusión?

Lo besé y lo abracé en la penumbra. Su mano recorrió mi cuerpo desde el cuello hasta mis pantalones. Supo que yo estaba excitado ¿Cómo no iba a estarlo? Era bellísimo, agradable, amable y cariñoso ¿Qué más podía desear? Mamá, tal vez a conciencia, había conseguido que nos uniéramos. Mi hermanastro comenzó a ser mi amado y amante. Todo fue tan rápido…

  • ¿Pronto? – preguntó riéndose -. Hace mucho tiempo que siento algo por ti sin conocerte. Ya era hora de descubrir si las sospechas de mamá eran fundadas. Casi desde el principio supimos que tú buscabas un chico. Yo me propuse ser tu chico.

  • Me llevas ventaja. No conozco mucho de ti. Lo que conozco, por supuesto, me encanta.

Paró el coche y se bajaron papá y mamá. Iban deslumbrantes. Se acercaron a nuestra ventanilla para desearnos una buena noche y se dirigieron a una casa muy bonita.

El coche siguió su camino y nuestras manos volvieron a unirse y a acariciarse.

  • Mi apartamento no está muy lejos, Dany. Espero que te guste. Podemos adaptarlo al gusto de los dos o nos mudamos a otro que tengo.

  • No. Me gusta tu estilo. Lo compartiremos. Yo podría tener el mío, ¿sabes?, pero mamá nunca ha querido vivir sola. Jamás se mete en mis asuntos… bueno… no le gusta demasiado verme tirado en el suelo jugando. Imagino que ya sabes por qué lo hago.

  • Sí, lo sé – apretó mi mano -. Yo tuve una infancia como la tuya hasta que papá se casó en segundas con doña Teresa. Cuando terminé los estudios me dio trabajo en su empresa. Murió trágicamente. Ya estaba enferma cuando conoció a papá. Imagino que lo hizo por verdadero amor; no por dinero. Nos lo dejó todo.

En poco tiempo, entró el coche en un aparcamiento subterráneo, se bajó Miguel y nos abrió las puertas. Le dimos las buenas noches y él se dirigió al ascensor de servicio y nosotros fuimos cogidos por la cintura hasta el nuestro.

Introdujo una llave, entramos y esperamos a que volvieran a abrirse las puertas; cogidos de la mano; sin besarnos siquiera.

Pasamos directamente al recibidor revestido de espejos, me miró de arriba abajo y comenzó a hacer gestos con las manos.

  • Aquellas puertas son para los abrigos. En esa hay perchas para dejar la ropa. Ponte cómodo porque no vamos a estar toda la noche con estos trajes. En el mismo armario encontrarás unos kimonos. Elije el que más te guste.

Nos quitamos los trajes allí mismo y pude observar por primera vez su cuerpo varonil. Él observó el mío mientras comentábamos la cena y, una vez que nos pusimos los kimonos, abrió unas puertas y pasamos al salón.

  • Sabía que elegirías el kimono azul – me miró insinuante -. Esto es para mí un lugar de aislamiento; una burbuja que me aísla del mundo exterior. Tú serás el primero que la compartas conmigo; será nuestra burbuja.

Nos abrazamos y nos besamos, los kimonos se abrieron y decidimos prescindir de nuestros respectivos boxers de Calvin Klein… y también de los kimonos.

En una montaña colorida de peluches caímos casi por inercia. Los besos, insinuaciones y simples caricias pasaron a ser los movimientos del amor. Los movimientos de todos; ricos y pobres. Sin nada de ropa encima. Me abrazó por la espalda adquiriendo ambos la posición fetal Pude sentirlo entrar en mí, despacio, con cuidado; en movimientos muy lentos. No pudo aguantar mucho, así que, cuando se corrió, se echó boca arriba en toda aquella montaña de muñecos y me dejó recorrer todo su cuerpo con mis labios; desde sus cabellos hasta la planta de sus pies.

Tiró de mí hasta colocarme entre sus piernas de rodillas; mirándolo; mirándome. Levantó su mano, abarcó mi miembro caliente y comenzó a masturbarme magistralmente. Seguí acariciándolo y me derramé sobre todo su cuerpo. Caí en sus brazos, nos besamos un buen rato y nos quedamos allí dormidos hasta que unos rayos de sol nos despertaron al amanecer.

6 – Te recuerdo

  • Sí, mamá – recogíamos alguna ropa -; me gusta su apartamento. Podemos dejar este para otras cosas… o alquilarlo.

  • No, hijo. No nos va a hacer falta alquilarlo, ya lo sabes.

  • Lo sé. Tanto como ya sabía Agus de mí ¿Qué cosas les has contado?

  • Lo que no sabían, amor. Sólo tuve que decirles qué había cambiado en nosotros desde que nos vimos la última vez.

  • ¿Os habíais visto antes? – exclamé -. No me has dicho nada.

  • ¿Para qué? – contestó acariciando mi rostro -. La última vez que nos vimos en su casa fue cuando murió Teresa. Era una mujer excepcional. Agus y tú erais muy pequeños. Supongo que tendrías once y trece años. Jugasteis hasta caer rendidos. Él tenía todos esos juguetes que a ti tanto te gustan. Allí sigue estando vuestro dormitorio.

  • ¡No te entiendo!

  • Es bien fácil, cariño. Agustín tuvo más suerte al casarse con doña Teresa… por el dinero. Papá era un hombre modesto y todo lo que nos dio fue su amor y su entrega. Cuando me dijiste que me estaba haciendo una vieja me di cuenta. Volví a contactar con tu verdadero padre y… estaba viudo; como yo. Volvemos a estar todos juntos. Se acabó esta pesadilla.

  • ¡Pero, pero…! – no podía hablar -.

  • Sé lo que me vas a decir – tomó mis manos -. Cuando volví a ver a tu hermano, ya hecho un hombre, supe lo que buscaba; lo mismo que tú.

Sus palabras me dejaron mudo hasta que llegué a medio día a casa de Agus; nuestra casa. Subí en el ascensor agarrado a las paredes y, al abrirse las puertas, lo encontré allí esperándome sonriente.

  • ¿Te acuerdas ya de mí? – dijo -. Aquella noche jugamos mucho y nos acostaron juntos. Te abracé.  He tenido que esperar demasiado tiempo para repetirlo.

Caí en sus brazos emocionado.

  • Así que eras tú aquel chico al que recuerdo siempre que juego. Me tomaste en tus brazos y me meciste hasta que me quedé dormido ¡Te quiero, hermano!